Lo dijo cuando la entrevista había
finalizado y tomábamos té con masitas en la acogedora cocina de su apartamento
caraqueño. “Elisa, me acaba de regalar
el titulo de la entrevista” le dije
emocionada. “Es de la novela que estoy escribiendo, pero se lo presto”
respondió con una sonrisa la escritora, ensayista y dramaturga, Premio Nacional
de Literatura 2000.
Pero no comenzamos hablando de su
nueva novela, una hora antes, sino del elogio de Julio Cortázar a su monólogo
“La mujer del periódico de la tarde” (1976):
“¿Hijos? No. No tengo. Mi
negligencia, mi descuido, mi distracción no me
ha permitido tenerlos. Pero,
ahora, cuido de cada arruga de mi rostro como
de un hijo. ¡Y en que madre
prolífica me he convertido! Por supuesto, el máximo
desaliño ha sido arribar a
los cincuenta. (…) Pero, últimamente, estoy
albergando la convicción de que los
productos de primera, en el rostro de
una mujer de cincuenta, se vuelven de
segunda. (…)
Untándole un poco de petróleo a mi crema Ponds me siento mucho
más
nacionalista. (…)
Para una, la inflación comienza después de los cuarenta.
Cómo
se ponen, entonces, de caros los hombres.”
- - El escritor Julio Cortázar escribió una carta elogiando este monólogo.
- - Sí, en una carta que él no me envió a mí sino a una muchacha, Susana Castillo, que era profesora
en la Universidad
de California y venía mucho aquí porque escribió varios libros sobre teatro
venezolano. En el año 1979 ella le
mandó a Cortázar mi monólogo y él
le escribió y le dijo: “No dejes de decirle a Elisa Lerner que me gustó
muchísimo su monólogo”. Yo he hecho
referencia públicamente a esta carta pero nunca la he publicado porque no era
una carta para mí.
-
- A los 11 años usted le dijo a su padre que quería ser
escritora. ¿Cómo supo siendo una niña lo que quería ser?
-
- Porque a mí me iba muy bien en la escuela con las
composiciones, siempre era la mejor y eso no era fácil porque yo tenía compañeras que eran
brillantes, muy inteligentes, como Marianne Khon Becker. Por eso yo creo
que la escritura es un don.
- -
¿Leía mucho de niña?
- -
Sí, en las vacaciones
leía muchísimo y esas eran como mis vacaciones, la lecturas. Y por otro lado yo
tenía una hermana, todavía la tengo pero está muy enferma, mayor que yo,
Ruth, que estaba llena de luz. Ella fue una persona muy importante aquí en
Venezuela, fue ministro de educación, embajadora en la Unesco… Pero continuando
con el relato, lo importante para mí es que ella estaba llena de luz, de una
felicidad de vida durante nuestra infancia, nuestra adolescencia, como si ella
estuviera de primera en el camino.
- -
¿Su hermana también escribía?
-
- No, si ella hubiera querido hubiera escrito muy bien, porque
yo leí un trabajo que hizo en la
primaria sobre un clásico español y era una maravilla la fluidez de su
escritura. Pero ella decidió declamar porque había nacido en Europa, en cambio
yo nací en Valencia y me trajeron aquí a los 3 años y nuestra mudanza coincidió
con la muerte del general Gómez. Yo me
enteré esto que le voy a contar cuando
leí una larga entrevista que le hicieron a mi hermana: como ella llegó a
Venezuela de 3 años y medio no dominaba el idioma y aunque era una niña
preciosa supongo que las niñas le harían mofa o algo así porque no hablaba bien
el español. Entonces un día ella se paró en la plaza Bolívar de Valencia y
comenzó a decir poemas, ella tenía un gran talento para decir poemas de una
manera especial, no de esa manera solemne como lo hacían las declamadoras
profesionales de la época. Y entonces,
gracias a mi hermana, yo escuchaba los
poemas más hermosos de ese tiempo, Lorca, Antonio Machado y Rubén Darío,
siempre Rubén Darío, sus largos poemas… Mi hermana también declamaba a las
grandes poetas sudamericanas y como ella tenía que aprenderse de memoria cada
poema, yo estaba allí y la escuchaba una y otra vez. Y entonces me acostumbre
al ritmo del idioma, del castellano. Por otro lado mi madre era de lengua
alemana y había hecho el bachillerato en Czernowitz, una ciudad muy importante
que había sido como el último bastión del imperio austrohúngaro, y mi padre era de Nova-Solitza, una pequeña
población en la frontera que algunas veces fue rusa y cuando él vino para acá
era rumana. Y mis padres nunca llegaron a hablar un español académico. Mi madre me hablaba y cantaba canciones en
alemán cuando yo era muy niña, por ejemplo para que yo me bebiera la leche que
no me gustaba. Pero llegó un momento en
que dejó de hablar alemán y de cantar canciones, y eso sucedió cuando llegó el
nazismo.
-
- ¿Su madre renunció a su idioma materno a causa de la guerra?
- -
Sí, lo hizo por respeto a mi papá que era más religiosa que
ella en el tema judío. Porque ella hablaba en alemán con otra gente, pero no en
la casa. Y entonces a mí me quedó como una añoranza, una doble añoranza de
haber perdido un idioma sin haberlo aprendido. Y por otro lado quería hablar un
español correctísimo porque mis padres nunca llegaron a hablarlo bien. Mi madre
siempre leyó la prensa venezolana y mi padre hablaba un español fluido por el
mundo del trabajo, de la calle y Caracas era una ciudad muy cordial, muy
abierta con los inmigrantes. Y todo eso fueron varios factores: haber perdido
un idioma antes de haberlo aprendido; pensar que yo nunca iba a poder, esto fue
inconsciente, manejar un idioma con la perfección que lo podían hacer otras
cuyos padres siempre habían hablado español y,
al mismo tiempo, la paradoja de que yo siempre estaba escuchando el
idioma a través de los poemas que declamaba
mi hermana.
-
- ¿No le producía angustia querer ser escritora si pensaba que
no hablaba bien el español?
- - No, al contrario, me producía una enorme felicidad, porque a
mí me iba muy bien en la escuela escribiendo y eso me producía una gran
seguridad, lo que no tenía era seguridad sobre lo que iba a escribir. Y nunca
me pasó por la cabeza pensar que yo no era una niña rica y que en Venezuela
estaba muy claro que sólo… esa era una tradición venezolana, que cuando un
escritor venía de una familia rica, o él mismo podía haber sido exitoso y había
podido ganar dinero porque le había sonreído la suerte, entonces tenía como el
camino abierto para dedicarse a la escritura y publicar. Ese fue un problema
que a mí no se me planteó en ese momento, yo le dije a mis padres “voy a
escribir” y lo hice el día en que me regalaron unos zapatos que tenían unas
trencitas y me pareció que eran los zapatos de una escritora profesional.
Entonces me vi como en la marcha, con esos zapatos, para un largo camino hacia
la literatura.
-
- Usted cuenta en unas de sus crónicas que su padre le regaló
una pluma Parker cuando le dijo que quería ser escritora.
- -
Sí, pero eso no fue a los 11 años cuando se los comuniqué
por primera vez sino en mi adolescencia.
-
- ¿Y su mamá que dijo?
-
- Mi mamá no dijo nada. Mi
mamá era la autoridad y mi papá era el sueño, la complacencia, el
cariño. Mi mamá era… yo creo que pude pensar en cuartillas limpias porque tuve
sabanas limpias, una lencería feliz en mi infancia, un orden, una comida.
- -
Cariño.
- -
Una buena comida es una forma de cariño. Las cosas que mi
madre nos brindó eran muy difíciles en la Venezuela pobretona en la que yo nací, yo me di
cuenta después porque de esas cosas no se hablaban, yo tenía muy poca relación
con las niñas en mi escuela para saber que lo que mi madre nos daba no era tan
común.
“En realidad esta cuestión de los zapatos
es uno de los temas más apasionantes
en una democracia: deslinda izquierdas y
derechas. Zapatos de tacón bajo o
sin tacón, siguen una línea izquierdista.
Porque el tacón bajo, o sin tacón también,
está pegado al suelo. Ahora bien,
los zapatos de tacón alto, Luis XV, por ejemplo
(la Bella mira con cierta inquietud sus zapatos: son
de tacón Luis XV), giran hacia
la derecha. Se alejan de la realidad, del
suelo. (…) Pero lo más político es ir
al zoológico. Conocí a un militante que
me invitó un domingo a un zoológico
que
ha propiciado Pro Venezuela: todos los animales de ese zoológico son
nacionales. Allí no priva la constante universal.
Pues bien, fue algo muy
lindo:
vi por igual monos y dirigentes.”
Una entrevista de prensa o La
Bella de Inteligencia, Elisa Lerner, 1960
-
-¿Usted era tímida?
- -
No, no, yo no era tímida.
- -
¿No se relacionaba con las otras niñas porque había
antisemitismo?
- - ¡Para nada! Nosotras éramos las más queridas, Marianne y
yo que estudiábamos en el mismo salón y
Dita, su hermana que era más joven, era
queridísima porque tenía una personalidad arrolladora, era muy simpática, tenía
mucho humor, una gran vitalidad y era muy solidaria, generosa.
-
- Como es ahora.
- - Como es ahora, sí. Te voy a contar una anécdota de Dita.
Nosotros recibíamos el diario El Nacional, que era un diario importante, y lo
sigue siendo; era un diario muy literario, muy esperanzador, porque lo habían
fundado gente que había adversado a la dictadura de Juan Vicente Gómez. Y ese
era un momento en el que se estaba librando una gran batalla contra el nazismo
y se pensaba que Venezuela se iba a adentrar en la democracia, era un momento
en el que había fiebre de ideología en el mundo. El Nacional estaba a favor de la república
española, así que también escribían exiliados españoles que vivían aquí. Así
que, junto con los libros, ese periódico me infundió a mí mucho estímulo para
pensar que yo alguna vez podría escribir en algún periódico. Allí escribía una
escritora joven, Ida, que escribía unos reportajes preciosos.
-
- Sí. Entonces yo leía los reportajes de Ida y decía: bueno, a
lo mejor yo alguna vez puedo llegar a escribir…Claro, esto me lo decía en mi
interior y muy dubitativamente, porque yo a nadie le decía que quería ser
escritora. Se lo había dicho a mi papá y él se sonrió y pensó que era como un
sueño de niña.
- -
¿Y la anécdota cuál es?
-
- -
Todos los domingos yo recibía el diario, que lo llevaba un
pregonero. En las casas del Centro, donde nosotras vivíamos, había un zaguán y a primera hora de la mañana
él dejaba allí el periódico. Los domingos el diario tenía el Papel Literario
donde muchas veces, en la página central, había un reportaje de Ida Gramcko. Un
día, yo tendría unos 11 años,
llegué a la escuela llorando a
lágrima viva y Dita me preguntó por qué estaba llorando de esa forma
estrepitosa y yo le dije que era porque no había podido leer el reportaje de
Ida porque el pregonero no me había dejado el periódico. Al día siguiente Dita
se apareció con el diario y me lo regaló… ¡y ella también lo coleccionaba!
-
-¿Pudo conocer a Ida Gramcko?
-
- Sí,
con el tiempo yo llegué a ser como parte de su familia porque Ida escribió
en La
gruta venidera, un libro que Elizabeth Schön publicó
cuando yo estaba saliendo de la adolescencia. Yo quedé tan fascinada con este
libro que una vez me la encontré caminando por la plaza Bolívar, ella iba con
Silva Estrada y se lo dije, y Elizabeth Schön, sin ser
amigas, me lo regaló. Y ese libro, igual que los reportajes y los poemas de
Ida, para mí significó muchísimo, ella para mí fue una influencia.
-
- ¿Mas que Ida? ¿O diferente?
-
- -
Diferente. Ella fue muy importante para que yo
escribiera mi primera pieza, “La bella de inteligencia” pero no sólo eso, fue
una gran amiga, una gran consejera, fue como una tía joven o una hermana mayor,
mayor que mi hermana Ruth. Fue una mujer muy sensible, muy sensata, muy
protectora, muy prudente. Cuando yo vi a la Reina Sofía en España,
la beatitud de su sonrisa, me acordé
mucho de Elizabeth porque ella tenía las maneras de una reina silvestre en su
jardín de Los Rosales. Yo no sé cómo ni dónde ella, que creo que no terminó la
primaria pero sí fue a unos cursos de filosofía, pudo adquirir esa sabiduría en
la vida, esa diplomacia admirable. Nunca hubo quejas ni pequeñeces con ella, y
lo digo porque es verdad. Ida también fue una mujer muy discreta pero Ida era
más tormentosa, sus estados de ánimo.
-
-
¿Cuándo conoció a Ida?
-
-
En mi infancia, yo era una
niña de 11 o 10 años y fui con mis padres a la Unión Israelita askenazí a un agasajo a León Felipe, el poeta español. Yo no entendía nada,
porque él decía sus poemas y yo veía que todo el mundo lloraba, como diciendo
que era un mismo exilio y que él también, por llamarse León Felipe, también
venía del exilio judío. Allí yo vi
hombres, que en el día eran duros negociantes, con lágrimas. Y cuando terminó
el acto, que era en una casa, veo a Ida Gramcko en el comedor, la reconocí del
periódico y le pedí un autógrafo. Ella me lo dio pero encontré como una gran
frialdad, como cierta soberbia… no hubo ningún acercamiento hacia esa
muchachita que la admiraba.
-
-
¿Y después?
- -
Después me la encontré en mi
adolescencia cuando ella llegó de la Unión Soviética, en donde había sido encargado de
negocios en la embajada siendo muy joven, era su momento de brillo, los 40 y 50
fueron su momento de más brillo, lo que pasa que le tocó durante una dictadura
militar. Yo iba al Venezolano-Francés, muchas veces con Román Chalbaud y a
veces sola porque me quedaba cerca de mi casa… bueno, no tan cerca, porque yo
vivía en la zona alta de San Bernardino. Pero bueno, era una adolescente y
tomaba un autobús y caminaba hasta Los
Caobos y Caracas era una ciudad segura, era una ciudad más pequeña, y
encontraba allí a Ida. Y ahí comencé un diálogo con ella, le dije que yo
guardaba sus artículos y ella me dijo que era una cursilería, o algo así. Pero
después se fue creando una especie de amistad no pactada, y cuando ella publica
Poemas, que es su gran y famoso
libro, yo me la encuentro un día en un autobús en San Bernardino, porque ella
vivía en la parte de abajo, entonces me ofreció su libro. Lamentablemente yo
tontamente le dije que me lo había regalado una amiga y ella quedó fascinada
porque yo estaba encantada con su libro.
“La muerte soporta todas las
indiscreciones, todos los detalles.
Es la forma que tiene de añorar, de nuevo,
la vida."
La envidia o la añoranza de los mesoneros, Elisa Lerner, 1974
-
-¿Por qué dice que Elizabeth Schön
fue su influencia teatral?
-
-
-
Porque ella escribe La Gruta venidera, que fue un libro que me gustó
muchísimo y después escribe Intervalo,
que es una pieza de teatro y ella me leyó trozos y yo creo que eso… claro,
también leía a Beckett. También me influenció que yo no sabía que cuando
escribí La Bella de
Inteligencia había escrito una pieza de teatro. Yo me acababa de graduar de
abogado, nunca tuve una gran vocación, pero pensé que si estudiaba Letras… la escuela de Letras
no tenía el prestigio que tenía la escuela de Derecho cuando yo comencé a
estudiar. Y yo sentía que lo mío no era la docencia sino la escritura, no me
equivoqué, no me gusta la docencia. Yo sé que a veces cuando hablo me pueden
suceder cosas que sólo me suceden cuando escribo, pero también me puede suceder que cuando
hablo puedo caer en el error de que estoy escribiendo, me puedo estar como
traicionando.
-
- ¿Pudo vivir de la
literatura?
-
-
Nadie vive de la literatura,
al menos en un país como Venezuela es muy difícil. Pero sí puedo decir que en
un momento dado mis piezas de teatro, sobre todo Vida con Mamá, que tuvo bastante éxito, me produjeron algún
dinero, y mis artículos me los pagaban. Pero claro, yo
tengo que reconocer que soy una escritora de la periferia, que me ha tocado ser
una escritora de estas tierras.
-
-
-
¿Y en estas tierras cómo
hacía para vivir y poder seguir escribiendo?
-
-
-
Bueno, mira, hice muchas
cosas, mi primer trabajo fue en una revista pero me pagaban muy poco entonces
mi madre se fastidió mucho y no quiso que yo siguiera, mi hermana se disgustó
porque había dejado pero no seguí. Después hice un trabajo ad honorem en la Casa de Observación que
dirigía la Dra. Renée Hartman, eso me
sirvió mucho porque pude irme a Estados Unidos con una beca muy modesta.
Escribía también para Radio Nacional, aunque ese me lo quitaron al año de haberme ido, y la
mitad de lo que ganaba se lo daba a mi mamá que había quedado viuda. Trabajé en
el Ministerio de Relaciones Exteriores y en Madrid fui consejera de cultura. En
mi vida a veces tuve más suerte, a veces menos suerte, pero siempre tuve que
trabajar.
-
- ¿Le resultó fácil que le montaran sus
obras de teatro?
- -
Fue
muy fácil que montaran mi primera pieza y la montaron muchas veces, lo que fue
difícil fue que montaran El vasto
silencio de Manhattan, es una obra
que nadie quería montar en Venezuela, que le gustaba a los argentinos pero a
los venezolanos no, decían que había muchos personajes. Me acuerdo que Cipe Lincovsky le habló muchísimo a Carlos Giménez para que montara la pieza con
ella pero Carlos era un hombre un poco complicado, tenía muchos compromisos y
él parece que quedó hechizado con la obra pero por fin no la montó, pero sí
supervisó un montaje de Vida con Mamá
que yo no vi porque vivía en España. Finalmente después de muchos años la pieza
la montó Gustavo Tambascio, con el que tengo una amistad preciosa porque
después se fue para España cuando yo estaba allá, y con su hermana también, que
ya murió lamentablemente, fue una gran amiga.
"Hija:
Asistí a una fiesta donde
tocaba Billo´s Happy Boys.
La gente engullía mucha ensalada rusa.
Madre:
Por un exclusivo afán de
conocimiento.
Stalin, el marxismo.
(…)
Madre:
Acaso venga un refugiado
político.
(Se
escucha un entrecortado tiroteo).
Hija:
Oigo disparos. Otra vez, la
policía de esta ciudad.
Madre:
Es la verja del edificio. Al
abrirse, suena como un disparo.
¡El refugiado debería ya estar aquí!
Hija:
Continúan los disparos. De
noche, en las calles,
hay más policías que prostitutas. Pronto los tipos que se
acostaban
con las putas, tendrán que hacerlo con policías.
(…)
Madre:
Esos carteros fueron como
honestos críticos literarios:
comentaban las cartas que traían, como si las
hubiesen leído. ”
Vida con Mamá, Elisa Lerner, 1975
-
-
¿Vio Vida
con Mamá su mamá?
-
-
La
vio, sí, estaba encantada. Mi mamá fue tan feliz durante los montajes de
mis piezas que hubo en ella un gran cambio, una gran cercanía, aunque ella me
compraba la revista Billiken en mi infancia,
pero hubo una afectuosidad enorme a partir de que mi madre vio los
montajes que hicieron de mis obras.
-
-
Alguna
gente piensa que Vida con Mamá es su
vida.
-
- -
Para nada. Tú sabes que una pieza o un libro pueden producir
admiración pero también cierta forma de admiración anómala que es la comidilla
y la envidia. Si fuera mi vida yo no hubiera podido irme a España, no hubiera
podido seguir escribiendo, no podría vivir sola en un apartamento, no podría
luchar sola contra un problema de salud terrible que es mi lucha contra la
ceguera, que me viene desde muy joven. Pero en realidad ese no es mi problema,
mi problema hubiera sido casarme con un señor venezolano y que yo tuviera que salir a trabajar como
una loca y no poder seguir escribiendo. Y tuve la suerte que desde el liceo me
encontré con gente muy gentil, con poetas, que me dijeron, incluso mi profesor
el Dr. Caldera, que yo era una escritora. El Dr. Velásquez también. Siempre. Yo
quería trabajar para la cultura. En los años que estuve en el Ministerio de Relaciones
Exteriores, en Caracas, trabajé con
Eugenio Montejo, nuestro insigne
poeta, en una revista que iba al
exterior y también lo hice en Radio Nacional. Y yo no hubiera podido escribir
si me hubiera casado. ¿Tú sabes lo que hubiera sido terrible para mí? Ocuparme
de tener dos o tres hijos, de dar clases o de ser abogada en un ministerio o en
un bufete para el cual yo no tenía especial talento ni vocación y además ir a
por lo menos tres Bar Mitzvah semanales y una boda los
sábados, ¿cuándo iba a pensar, cuándo iba a escribir?
-
-
¿A
su madre y a su padre no les preocupaba
que usted no quisiera casarse?
-
-
Mira,
te diré que finalmente a mi mamá no le
preocupó, finalmente mi mamá entendió que lo mío era la escritura y que yo era
muy particular. Si yo hubiera conseguido un hombre que me apoyara como escritora, como
Virginia Woolf que tuvo un marido que hasta le aceptaba sus supuestas aventuras
lesbianas, aunque ese no es mi caso, porque no soy lesbiana, hubiera sido
estupendo. Siempre me han gustado
los hombres pero no hasta el sacrificio de mi escritura, no como una pasión
malsana.
-
- -
¿Usted
es religiosa?
- -
En
mí está muy presente la herencia judía pero esta se expresa a través de mi
escritura. Yo no soy de mucho hablar.
“Escribir es a veces como un navío
que se nos escapa…
Una victoriosa botella de vino que estalla en pedazos y que
no mancha
manteles sino algo más arduo e intenso con lo cual nacimos.”
El país
odontológico, Elisa Lerner, 1966
-
-
¿Está escribiendo ahora?
-
-
Sí, estoy escribiendo algo.
-
-
¿En qué genero?
-
-
No sé cuál es el genero, tú
sabes que ahora los géneros… (Duda si
contarlo o no). Es prosa.
-
-¿Cuándo lo podrá mostrar al
público?
-
-
No, no sé porque no sé
cuando lo voy a terminar porque el año pasado estuve muy mal de salud y este
año… ojalá lo pueda terminar. Tengo varios años en eso y me doy cuenta que
había fallado mucho, que estos años no lograba como la tersura, tú sabes, como
si tú te pusieras unas cremas en el cutis y ese no es el tratamiento adecuado.
-
- ¿Escribe todos los días o
cuando se siente inspirada?
-
- No, escribo cuando la vida
me lo permite, porque tengo muchas cosas que a veces que me lo impiden.
-
- ¿Le cambió la vida ganar el
Premio Nacional de Literatura?
-
-
No,
para nada.
-
- ¿No se le abrieron puertas para
publicar más, para que le montaran más obras de teatro?
-
-
No,
no creo. Pero Blanca Pantin reeditó Carriel por tercera vez, y prácticamente
escribí un nuevo libro desde su primera edición que tuvo un prólogo muy lindo
de Ramón J. Velásquez. Monte Ávila, que dirigía Alexis Márquez, me publicó un
libro de crónicas y después publiqué un pequeño libro con los relatos que
escribí en Madrid, Homenaje a la
Estrella y la
novela De muerte lenta, que la
terminé en el 2005 pero salió a comienzos del 2007. Pero no creo que nada de
esto tenga que ver con haber ganado el premio.
-
-
¿Con qué genero se siente más
identificada?
-
-
Mira,
te voy a decir lo que dice de mí Carmen Ruiz Barrionuevo, que es la directora
de la cátedra Ramos Sucre de la
Universidad de Salamanca, una mujer sumamente humana y muy
sabia, entrañable, ella escribió un ensayo y dice que en mí hay un plural
asedio a la literatura que desborda los géneros. La gente no sabe que yo a los
16 años escribí varios poemas en prosa, no muchos, unos tres y uno salió en El Heraldo, que era un periódico con
mucho prestigio en ese momento. Entre los 16 y los 23 años escribí un libro de
relatos pero en el camino se perdió. Y comencé a escribir crónicas y teatro y
tenía una novela que se desarrollaba en Nueva York. Cuando conocí a Emir
Rodríguez Monegal él se interesó en la novela, yo le leí unos capítulos y me dijo que ahí
había una novela estupenda. Pero cometí el error de leérsela a otra persona,
porque era como un elogio desmesurado ese comentario viniendo de Rodríguez
Monegal para una joven venezolana, y la respuesta no fue buena, entonces me
desanimé, no seguí el libro y eso me apartó de la narrativa. Después, quizá por la muerte de mi mamá, la
enfermedad, los cambios en el país, me fui
hacia la narrativa. He publicado un libro de relatos breves y una
novela. Hace poco publiqué una crónica de un recuerdo de juventud, de cuando
conocí a Ruiz Pineda por casualidad en casa de mi hermana, que era un líder, un
hombre muy sacrificado por la dictadura de Pérez Jiménez, un tesoro de nobleza,
y esa crónica tuvo un gran impacto. Pero ahorita estoy escribiendo este
libro que se podría decir que es una
novela, un relato, una simulación de memoria, no sé lo que es.
-
- Y
no quiere adelantar nada.
-
- Es
que
no puedo adelantar nada porque no sé si lo termine, veo que lo
anterior no fluía como yo quería, en fin, tengo mucha inseguridad. Y
tú sabes que los adelantos…
-
- Siempre
son malos.
-
- Bueno,
me fue mal con mi primera novela que quedó trunca.
-
- Sí,
pero eso fue una cosa como accidental, realmente la que fue una gran luchadora
contra la dictadura fue mi hermana Ruth y mi cuñado, que murió en diciembre.
Pero lo mío fue un accidente: yo había recibido unas cartas que eran muy graves
para el régimen, porque un amigo nuestro, desesperado en su lucha contra Pérez
Jiménez, no midió que mi casa estaba muy
vigilada. El Dr. Ramón J. Velásquez siempre me dijo: usted de opiniones pero no se complique
porque su mamá no está bien y papá estaba enfermo, murió al poco tiempo, y
Ruth estaba afuera. Pero sin darme cuenta me compliqué, esas cosas como de
locuras de la juventud, pero fue una experiencia tremenda.
-
- ¿La encarcelaron?
-
¡
-No,
no! Estrada… yo no sé cómo le hable a Estrada con mucha soltura.
-
-
¡¿Pedro Estrada fue el que la
interrogó?! (El temido y sanguinario jefe de la Seguridad Nacional)
-
-Sí
y cuando yo vi que el interrogatorio era con Estrada me dije: aquí no me va a
pasar nada.
-
-¿Por qué?
-
-
No
sé por qué tuve esa intuición. Yo sabía que la casa estaba vigilada hacía
tiempo, sentía que algo pasaba con el teléfono, que me seguían unos tipos, fue
terrible, terrible, y la noche anterior no pude dormir, fue algo terrible. Y
Estrada me dijo: cómo una muchacha
bonita, de una familia judía, se junta
con esa gente, los adecos, unos ladrones, no la quieren, cómo va a estar en
esto. Y yo tenía un libro de un amigo mío, del grupo de la revista Sardio
donde yo comencé a escribir, Adriano González León, que se llamaba Las Hogueras
más altas y con ese nombre y con la carátula que era un poco naranja se podía pensar que era un
libro comunista. Y entonces él me dijo: ¿Qué
opina usted de Adriano el escritor? Y yo le dije: y bueno, quién va a
hablar sobre las autopistas y yo pienso
ser escritora, ¿qué le parece señor Estrada? Y así se mantuvo el diálogo.
-
-¿Y
la soltaron?
-
-
Me
soltaron.
-
-
¿Y
nunca más la molestaron?
-
- Por teléfono me fastidiaban mucho, en la noche sobre todo. Pero afortunadamente
me detuvieron en julio del 57 y ellos
cayeron en enero del 58.
-
-
¿Quedó
aterrada después de eso?
-
-
Quedé
aterrada, sí, por un tiempo nada más, me encerré un poco, no presenté todas las
materias ese año. Y yo había recibido
esas cartas porque era difícil decir que no porque la situación del país
era difícil y porque tú en la juventud no mides, no haces cálculos porque crees
que tienes todo el tiempo a tu favor.
-
-
Ahora
cuando mira a este régimen, ¿hace cálculos?
-
-
Es
que me ha tocado de otra forma.
-
-
¿Cómo
se siente con esta realidad?
-
-
De
esta realidad lo que más me ha tocado es la enfermedad de mi hermana.
-
-¿Y
la situación política?
-
-
Mira…
es poco lo que te puedo decir. Cuando me
dieron el Premio Nacional, tengo el orgullo, eso sí, de que dos de los jurados
fueron Eugenio Montejo, uno de nuestros
grandes poetas, y Salvador Garmendia, uno de nuestros grandes prosistas, que
murieron poco tiempo después, entonces es un premio nacional muy grande para
mí. Pero mira, sobre esto…yo prefiero que la gente lea lo que yo escribo.
“¡Extraño
día que me despoja de los puentes de la ciudad mientras los
árboles de
primavera, todavía, no despiertan el cielo!”
El vasto silencio de Manhattan,
Elisa Lerner, 1963-64
Caracas 13 de mayo 2012
Todos los textos extraídos del
libro:
Dita Cohén o las piedrecillas del futuro/
Elisa Lerner
Si me preguntan sobre algún castillo que, a
mi paso por España, me causara impresión digo que para mi no hay castillos más
imponentes que aquellas casas y calles donde tuvo lugar mi infancia. No son,
ahora, sitios especialmente recomendables. Incluso en alguno de ellos puede
estar al momento (un momento que se eterniza) algún terreno desmantelado que
funge de estacionamiento o una casa de pensión, densa e impresentable. Las
pocas u ocasionales veces que pasamos por esos lugares creemos que ya es de
noche. Noche de pocas farolas. En fin,
trazada al carbón como esa de la calle Aribau en la Barcelona de mísera
posguerra de la novela “Nada” de Carmen Laforet.
Pero, a través de ese triste carbón
ciudadano, se cuelan nítidos recuerdos de infancia. Se cuela, por ejemplo, un
castillo de la memoria donde descuella Dita Cohén como una de sus más lujosas
habitantes. Para ello camino a prisa pero sin cansarme nunca. Porque mis pies
hacen el recorrido protegidos por la larga alfombra negra rumana con alegres
motivos rojos y verdes que atravesaba la casa de los padres de Dita en Las
Flores de Puente Hierro. Y, donde el reino de la felicidad estaba instalado en
una inolvidable cocina donde la abuela materna era excelsa anfitriona. Año:
¿1944? ¿1945? Toco en el timbre de oro del tiempo pasado. “!Dita! ¡Dita!”. Oigo
la voz de las maestras, la de su hermana Marianne. Nadie puede con esa
chiquilla que corretea por los patios de la escuela a su aire indócil.“!Omamá!
“!Opapá!”. Pero hará su aparición de
inmediato cuando alguno de abuelos o el
padre moderno que viene conduciendo su coche, estén allí en su búsqueda. Es que en la pequeña Kohn el afecto, los
lazos familiares serán, desde siempre, una disciplina importante del corazón.
Años en que algunos pudieron creer que Dita
solo era una chiquilla sumamente
despierta y traviesa. En esos retratos que
nos regala el tiempo creo verla de nuevo. En medio del juego veloz de su
cuerpo de niña fornida, un rostro tostado ligeramente por la luz semítica y
donde las mínimas y abundantes pecas son las piedrecillas de futuro para la
ardua caminante –luchadora- que ha sido. Observen con atención ese retrato que
me regala el tiempo. Unos ojos de mirar absorto tras un propósito de sueño por
realizar que no escatima el mirar, también, juicioso y detallado en torno a las
cosas del mundo. Pese a que en ella la generosidad es una pasión no sometida al
regateo. Es algo que me consta desde esos años de infancia. Un lunes llegué
llorando a la escuela. El pregonero había olvidado traer junto a “El Nacional”,
el ejemplar del suplemento literario donde yo devoraba los reportajes de Ida
Gramcko Al día siguiente, Dita (una pequeña que no llegaría a los 10 años) se
presentó, muda y regocijada, con el ejemplar del suplemento.
Ahora festejamos el casi cuarto de siglo
que Dita Kohn de Cohén ha entregado al teatro, primeramente, fundando el grupo
“Prisma” que durante años mantuvo su sede en lo que fue el antiguo teatro
“Caracas”. Nada menos desde donde la bella y famosa actriz Pepita Serrador nos
hizo padecer en un dramón de Darío Nicodemi y se oyeran las voces de los “Niños
cantores de Viena”. Pero, en “Prisma”, también, nada menos, contó con gente de
la calidad escénica de un Omar Gonzalo. No extraña en Dita esa vocación
profunda hacia el teatro al proceder ella de una familia judía. Los judíos con miembros de una parentela
fragmentada –muchas veces diezmada- por una historia adversa, en el ir y venir
del escenario, encuentran consuelo en esos
parientes de ficción que son los personajes de, pongamos por caso de Arthur
Miller. A veces no tan distintos de otros parientes de la verdad consanguínea.
Pero, de igual manera, casi de ficción,
porque un largo avatar, una larga desdicha, hizo que, en ocasiones, solo se les
haya conocido a través de cartas remotísimas y de fotografías desleídas.
No he dejado de preguntarme acerca de los
orígenes de una intensa vocación hacia el teatro por parte de Dita. Y, claro,
la repuesta es muy clara. A media cuadra de la escuela pública para niñas donde
Dita, su hermana Marianne y servidora cursamos primaria estaba el Teatro
Nacional ocupando una esquina. Toda vocación inagotable viene de la niñez. No sé de qué artimañas se
valió Dita. ¿No se tiene dicho que era ella una niña muy lista? Pero, de seguro, fue esa su primera
emprendedora aventura de éxito. Entrar al gran teatro, vecino a nuestra
escuelita, maravillarse con lo que sucedía en la escena y persistir.
Caracas 2007
Texto cedido por la autora.
Publicado en el programa de mano
Elisa Lerner o el
plural asedio a la escritura /
Universidad de
Salamanca
Elisa
Lerner (1932) es un ejemplo, dentro de la literatura venezolana, de acentuada
inquietud por el desbordamiento de los géneros de la escritura. Muy recordada
por su faceta de dramaturga desde el estreno en 1960 de Una entrevista de prensa o La
bella de inteligencia, también publicada en ese mismo
año en la revista Sardio grupo de vanguardia en el que se integró. Le
han seguido otras varias obras dramáticas como El país odontológico
(1966), La mujer del periódico de la tarde (1976), En el vasto
silencio de Manhattan (1964), El último tranvía (1984) y Vida con
mamá (1975), todas ellas recuperadas hace pocos años junto
con La envidia o la añoranza de los mesoneros en un único volumen que, con el
título de Teatro (2004), prologó Rodolfo Izaguirre.
Entre
todos esos títulos, sin duda la que le ha dado mayor fama es Vida con mamá,
en la que se entrelaza un ininterrumpido diálogo entre una hija y una madre de
la ajada aristocracia venezolana, cuyo pasado se confronta con un presente
inexorable. En ese espacio dramático, sobrio y desvaído, algunas imágenes
olvidadas emergen como fantasmas irrecuperables de lo que ya pasó, como el
“traje de novia”, atuendo que evoca distintas vivencias en las dos mujeres, y
si la madre setentona destaca que las novias se tomaban retratos con collares
“nítidos y disciplinados” en referencia al “ordenamiento a que estaban
expuestos los que se casaban” (Teatro:
161), la hija, ya en la cuarentena, ironiza acerca del paradero de tan “dudosos
collares” trascendiendo en una crítica que va más allá de sus experiencias
cotidianas, pues se llega a preguntar inquisitiva: “El diálogo ¿siempre ha sido
un desprestigio en el país?” (Teatro:
162). Tras ese intercambio de frases, chispeante, inconexo adrede, como muestra
de su desacuerdo, brotan temas tan trascendentes como el paso del tiempo, la
mudanza de las costumbres que ha relegado sus vidas a meras antiguallas: lo que
pudo ser y ya no fue adopta en el recuerdo la forma de una visita eternamente
esperada. Todo ello con un trasfondo en el que alienta tanto la crítica social
de los acontecimientos del siglo XX como la observación de un entorno, al
parecer frívolo, de la que brota la insatisfacción y la amargura de sus vidas.
Y es que tras estas imágenes alegóricas de la vida familiar se asienta una
mirada lúcida y crítica acerca del papel de la mujer en la sociedad venezolana,
que Lerner trata con un con un incisivo y reflexivo humor. Puede observarse en
ésta y otras de sus piezas, y siguiendo la acertada valoración de Rodolfo
Izaguirre en el prólogo de la compilación a su teatro, cómo sus obras están
pobladas de mujeres con diálogos personales y dinámicos “que cruzan iluminados
espacios intelectuales convertidos en dardos, flechas, saetas” (8) y cómo
enarbola con total maestría “la ironía y la mordacidad como estilete y un total
regocijo en la palabra que nombra y adjetiva” (8). Es así como desde muy pronto
la autora ha creado una muy personal retórica o un lenguaje femenino propio,
que usa con la eficacia que le da su oficio para propiciar una máscara que
obliga la comunicación.
A la
vez que como dramaturga, si por algo es conocida Elisa Lerner es por sus
crónicas, un tipo de escritura que ha transitado con mayor continuidad y que
como género híbrido, fragmentario y marginal, se ajusta perfectamente a sus
propósitos, pues facilita la posibilidad de pliegues subjetivos, la ausencia de
solemnidad, la inserción de lo lúdico y humorístico, y la gran variedad de
temas cuya eficacia en ser abordados sólo depende de su inteligencia y de su
sensibilidad. Y sobre todo impone una marca muy suya, pues está dotada de una
relevante capacidad de crítica, pero también de irreverencia y de
cosmopolitismo, que se subraya con el uso del archivo de los avatares de la
frivolidad femenina, sus tabúes y sus condicionamientos, y mediante el cual,
trasmutados por el tiempo y la memoria, se acendran para trazar el retrato de
la sociedad venezolana.
Dentro de la variedad de su mirada, Lerner
impone un hacer que recupera más habitualmente el pasado que el presente,
aunque de ambos encontremos variada temática, a los que superpone como técnica
un barroquismo que obliga a repensar el mecanismo mismo de la escritura. Si en
su teatro diálogo y monólogo son los recursos básicos, en la crónica se
establece el reino del monólogo, no en vano ha destacado como rasgo fundamental
de su variada obra “una vocación casi nativa hacia el monólogo”. En realidad
sus textos breves, sean crónicas o ensayos, han ido apareciendo sin distinción
aparente en libros como Una sonrisa detrás de la metáfora: ensayos
(1969), Yo amo a Columbo o la pasión dispersa (1979), Carriel número
cinco. Un homenaje al costumbrismo (1983) y Crónicas ginecológicas (1984).
Y más adelante, Carriel para la fiesta (1997), En el entretanto
(2000), y Homenaje a la estrella que incluye tres textos que alcanzan
una mayor definición de cuentos y que apareció en 2002. El Premio Nacional de
Literatura que le concedieron en 1999 ha propiciado la recuperación de muchas de
sus obras, y es entonces cuando se ha podido apreciar que la escritora
venezolana maneja el texto corto, sin preocupación alguna de encasillarlo
dentro de un etiquetado genérico, sino como un marco que lo hace capaz para
múltiples instancias: la nota, el apunte breve, la reseña, la reflexión sobre
un motivo o sobre una determinada obra literaria, o bien el ensayo y hasta el
cuento. Así puede observarse cómo lo cotidiano y el pasado se armonizan en una
parte de su prosa, siempre espoleados por el esfuerzo de la memoria, como en
los textos incluidos en Carriel para la fiesta, reescritura del libro
precedente de parecido nombre, donde incluye recuerdos varios de la infancia,
vividos y tamizados por la nostalgia, como “Adolescencia en San Bernardino”, o
bien otros en los que asoma la ironía acerca de la valoración de los prejuicios
de lo femenino, como en “Soberano regaño para Madame Simone” o “Carta donde se
opina sobre Corín Tellado”, textos ambos en los que se desgrana una recuperada
visión intrahistórica del mundo de las mujeres venezolanas o de las costumbres
de las familias judías como en “Adiós bojote”. Pero a ello hay que añadir que
el mundo de la escritura y de los escritores llega a constituir un peculiar
subtema que es tratado con irónica y divertida mirada en “Fiesta con las
galleticas María” o en “Visitas de un joven espabilado”. Y es que el mundo que
Lerner presenta en sus textos no se reduce a un solo ámbito, muchos de los
aspectos de esa sociedad venezolana pasan a ser contemplados para ser
exorcizados en sus rasgos característicos, sus vicios y defectos, pero siempre
teniendo en cuenta que esos entornos, para integrar el ámbito de sus crónicas,
tienen que acceder mediante un sujeto femenino, que es ella misma, pues no
entiende de otra manera la escritura, sino que cualquier motivo tiene que ser
aprisionado y recreado por una mirada y por un estilo que los coloca bajo el
efecto de su lente. Esa lente que es su estilo naturalizado en el paladeo de la
palabra, en la línea zigzagueante del discurso, porque si el tema hace
referencia a cualquier suceso, libro, o escena social, su escritura aglutina
las referencias que forman el sustrato de la época, y muy primordialmente en el
ámbito de lo femenino, la moda, las telenovelas, las revistas, las reuniones
sociales y literarias, y aleteando sobre toda temática posible, el paso del
tiempo y el padecimiento de la soledad. También, además, tras estos cuadros,
siempre existe un envés de trascendencia, la reflexión sobre el propio país que
enmarca una mirada sociológica del mundo venezolano, pero en este caso
realizada desde una perspectiva al margen, desde una superada subalternidad que
se trasmuta en ironía, en humor, en distancia. Por eso se explica que todas sus
obras tengan referencias autobiográficas y que precisamente ese hecho sea el
que proporcione la mirada al sesgo.
Nacidos
estos textos como crónicas que van apareciendo con periodicidad en la prensa,
muestran su variedad y su eficacia, por ejemplo, en las reunidas en el librito
que le publicó Monte Ávila con el título de En el entretanto, acerca del
cual ha dicho Judith Gerendas que en su raíz está la capacidad de la autora
para inventar y fabular, para “producir imágenes visuales y pensar a través de
ellas, así como también el proceso inverso, la capacidad de transformar sus
ideas en imágenes sensibles”, con las que asocia “La percepción plástica de los
objetos, la exquisita y refinada mirada captando la condición del mundo
material, todo ello [es lo que] le permite a la autora potenciar el proceso de
la evocación y lograr hacer reverberar las reminiscencias”. Desde luego que
esta compilación es un buen ejemplo de cómo la crónica se moldea en sus
diferentes temáticas sin perder su eficacia y su capacidad de sorpresa, desde
ese hablar de si misma, como ante un espejo, en “Dedicatoria con pluma fuente
de infancia” hasta las reflexiones literarias tan distantes como las que se
apuntan en ensayos como “La desazón política en Teresa de la Parra” y “La Jerusalén de Guillermo
Cabrera Infante”; si en el primero Lerner reivindica para la narradora
venezolana una mirada crítica y sutil de la dictadura gomecista, en el segundo
destaca la “chistera de imágenes” del cubano, el choque de sus insólitos
adjetivos, su “detallado y punzante
soliloquio en la noche de una rumba vertiginosa y verbal del idioma”. Ambos son
trabajos en los que a la par que lee a otros escritores se descubre a si misma,
indaga sobre su escritura, porque como ya anotó Judith Gerendas, aparte de
reivindicar en muchos de sus artículos la figura de la mujer escritora, su
interpretación de la obra de Teresa de la Parra tiene mucho de ars poética, ya que
Lerner entiende de la misma manera sus propios textos, con la misma y solapada
mirada crítica. Y desde luego algo idéntico puede decirse de Cabrera Infante
para el que supone la misma mirada judía de entender el cine y la escritura.
La
crónica alcanza la dimensión de cuento en Homenaje a la estrella que
recoge tres de sus crónicas con mayor desbordamiento hacia el relato, desde el
recuerdo infantil pulsado en “Las amigas de papá”, pasando por el espectáculo
regocijante y sobrecogedor de “Con viola al fondo del ojo”, y el que culmina y
da nombre al libro “Homenaje a la estrella”, magnífico relato que Rubi Guerra
incluye en la antología 21 del XXI, y del que destaca la “minuciosa
reconstrucción de una vida ajena” (12), a través de cuyo entramado la
compulsiva protagonista encuentra la felicidad. Los ingredientes de
verosimilitud que proyecta se apoyan en la fuerza de esa prensa del corazón
respecto al sector femenino, pero también en una desusada pasión por las vidas
ficcionalizadas por el cine: todos los detalles biográficos ofrecidos tienden a
identificar a la famosa y admirada estrella con la actriz Elizabeth Taylor,
nacida en el mismo año que la venezolana, y a cuyo homenaje dedica su vida la
protagonista del relato, una mujer que también se nutre de elementos
biográficos de la propia escritora pues tal y como suele hacer en sus crónicas,
Elisa Lerner se entraña con los hablantes de sus escritos y les dota de sus
vivencias, vividas o imaginadas. Con ello esa “forofa sin fatiga de las
revistas del corazón” (82) cuenta en primera persona su experiencia en la que
llega a anular su propio sentimiento para gozar el consuelo de sentirse colmada
en la experiencia de una vida otra. El fracaso, expreso en su relato de las
ilusiones juveniles prolongado en un resignado y aburrido matrimonio, se
agudiza con la erosión del tiempo en su apariencia física y la llegada de la
menopausia: “Tus gestos en la pantalla me decían: “Sígueme”. De esa manera,
nunca sentí mi fracaso. Tu triunfo anegaba una abnegada soledad. Mientras te
miraba hacer en la pantalla, los orgasmos navegando por mi cuerpo, como
barquitos de sangre, me convertían en una mujer plena, poseedora de una vagina
notoriamente bulliciosa” (74). La ironía acerca de las vivencias exaltadamente
sentimentales están tensadas por el abismo que las separa de la distancia ideal
de la pantalla, y gracias a la cual la cruda realidad se camufla por los
valores añorados hasta tal punto que llegan a vivirse y casi habitarse: “De esa
manera no es descabellado que, a veces, piense que he sido yo la que estuvo
casada con un otoñal canoso actor británico y en ninguna ocasión con el
ingeniero hidráulico. Pero da lo mismo un marido que otro. Ambos eran igual de
aburridos” (78). Y es que este gesto encubre algo más trascendente, el carácter
subalterno de la mujer en la sociedad del siglo XX y la necesidad de su
liberación, y junto a todo ello, la tremenda soledad que la protagonista solo
rompe en su diálogo con el quiosquero y en los pequeños caprichos cotidianos
(“Perfumería ‘Álvarez Gómez’, donde un día de agosto solitario, […] cometí
¡Oh!, la extravagancia de comprar un bolso, bordado todo él con sedas de
juiciosa pasamanería azul petunia, que uso para ir a comer, siempre, solita”
84).
Si ya
hemos apreciado que tras la escritura de Elisa Lerner asoma un mundo poblado
por el kitsch de las motivaciones tópicamente femeninas que toman el
sentido más trascendente de “una agradable escapada de la monotonía de la
moderna vida cotidiana” (Calinescu 224), no se puede eludir por tanto el ámbito
social al que tiende y en el que está inserto. Ello explica que se haya sentido
motivada a la realización de una obra de
mayor ambición en su novela De muerte lenta, aparecida en 2006, tras la cual hay ya una más explícita alusión
política a la historia de la democracia venezolana, y en concreto en torno a la
figura de la fugaz presidencia de Rómulo Gallegos, de febrero a noviembre de
1948, fecha en la cual derrocado por un alzamiento militar tuvo que abandonar
su cargo. Claro que a partir de ese momento las referencias a otros aspectos de
la historia de su país surgen de las vivencias de los personajes, desde la
dictadura de Pérez Jiménez en los años 50 hasta el “viernes negro” de febrero
de 1983, episodios todos que marcan la historia reciente de Venezuela y el
tambaleamiento de sus valores democráticos. Pero la autora evita confrontarla
de una manera directa, para hacerlo indirectamente a través de un joven tesista
que en la mitad de la década de los años 80 se enfrenta con los funcionarios
que lo conocieron, como el Doctor Pedraza, cuyo introductor, llamado del Gran
Poder, es Cesáreo López, secretario de varios ministros.
Los distintos títulos de los capítulos no quieren
evitar el carácter de crónicas pues su
característica personal es la digresión,
el detalle y la voluta observadora, los toques de ambientación, y la
valoración
a su través del poder autoritario, que en realidad constituyen
intromisiones de
la autora, pues no se trata en realidad de una novela histórica al uso
sino de
una obra de ambientación en la que la crónica y los episodios de cada
capítulo
trazan la visión de un entramado sociológico. Y todo ello sustentado con
una
documentación que no se oculta, tal y como se pone de relieve en la nota
final.
La crónica gravita a cada paso, como se pone de relieve en el capítulo
segundo,
“Aires marinos”, situado en el club de playa con las damas israelitas,
donde su
mirada maestra no evita latigazos descriptivos como: “Su boca era como
una
cajita de Limoges, chirriante, de color violeta, que cerraba mal” (28).
O también cuando en el capítulo 3, en el que el estudiante va
resaltando facetas conocidas de sus vidas, sus amoríos y veleidades,
chismes y
agudezas, donde en definitiva se advierte que esos datos del Club
interesan más
que recobrar la figura de Gallegos pues
“Gallegos presidente ha sido, casi, una joven ficción de la historia”
(68), y
en cambio la crónica social se incrementa en capítulos como el 5, “Hacia
una
noche de crónica social”, donde la charla incesante puede llamar a
engaño, al
evocar casi compulsivamente esas vidas, surgiendo así la aglomeración,
el
fragmento, rasgos de vanguardia y mucho humor, actitudes que rompen la
seriedad
de la historia de cuya pose puede ser emblemática la actitud de cierta
dama: “A
mi la ambigüedad me ha dado fenomenales resultados en este país. Nunca
me he
opuesto a nadie. Pero, nunca he estado a favor de nadie” (87) y más aun
puede
encontrarse una clave de actuación en la frase del profesor González
cuando
dice que “Los zumbidos de moscardón que,
en ágapes diversos, sueltan nuestras clases del privilegio económico en
torno a
reales, supuestas o, al mismo tiempo, casi reales y también, casi
supuestas
intimidades del poder han sido su indolente manera de hacer política”
(88).
Banalidades y retazos de conversación, chismes y fisgoneo, hasta llegar
al
convencimiento de que rescatar la fiesta galleguiana producida a
comienzos de
1948 es imposible: “¿La fiesta galleguiana, casi a principios del
remotísimo
año 1948, otra ruina de Palmira? ¿Otro hundimiento fatal, nunca
rescatable?”
(143). Por eso el tesista acaba de dejar de ser investigador de la
historia
para convertirse en detective amateur (146) y volcarse en la búsqueda de
otros
personajes. Pero será poco lo que consiga, todo lo más llegará a
convencerse de
que “Gallegos siguió siendo el presidente de la república para aquellos
caídos
de la mata, creyentes fervorosos de la literatura como primigenia virtud
de la
democracia” (162). Por eso:
“¿Auge y caída de
Gallegos? ¡Auge y caída de nosotros mismos!” (163) “Mi creencia es que gallegos
se viene abajo no por una razón política determinada. Responde, más bien a que
el alma nacional, para nada, es literaria. En este país, no en balde, los
escritores somos almas en pena” (165)
A
partir del capítulo 8, “Conferencia de prensa de la escritora Alma Blatt,” los
hechos se precipitan, los capítulos restantes son más cortos y van resolviendo
la trama sin evitar sus digresiones características al mismo tiempo que el tono
reflexivo “Sí ‘Hubo un momento que parecía que iba a ser estelar y no lo fue:
la presidencia de Rómulo Gallegos, el año 48, frustrada casi de inmediato.
Parecía que íbamos a transitar hacia otro país. No fue así” (212). De igual
modo que la revisión histórica está realizada con ironía en la que no cabe el
sarcasmo pues como ella misma dice: “El sarcasmo es la ironía de gente muy desplazada por la vida. No añora
las cosas bellas porque las desconoce, las teme” (194), la misma autora
advierte el carácter de collage o de “artefacto”, como ha dicho Carlos Pacheco, al presentar su
novela, pues exige esfuerzo al lector, llegando a definirla como “un collage de
imágenes-episodios, intervenidos con irreprimida irreverencia, para provocar
una secuencia de impresiones memorables. Cada capítulo sería un gran lienzo de
una muestra serial”. Que la misma escritora es consciente de ello lo indica que
en un momento dado el autor de la tesis se disculpe: “Pido excusas si por entre
estas páginas los personajes entran y
salen en desorden, algo silvestres, criaturas indómitas que no lograran, a
tiempo, sintonizar con un relojero cortés” (144). No se puede evitar pensar la
repercusión metaliteraria que tienen tales palabras respecto a su novela.
En definitiva la obra de Elisa Lerner
se desenvuelve por los cauces de una personalísima escritura, desbordante,
irónica, agudísima, cualquiera sea el género que la sustente.
Universidad de Salamanca
Bibliografía:
Lerner, Elisa: Carriel para la fiesta,
Caracas, Editorial Blanca Pantin, 1997
Lerner, Elisa: De muerte lenta, Caracas,
Fundación Bigott/Ed. Equinoccio, 2006
Lerner, Elisa: En el entretanto, Caracas,
Monte Ávila, 2000
Lerner, Elisa: Homenaje a la Estrella. Tres
relatos de Elisa Lerner, Caracas, Oscar Todman Editores, 2002
Lerner, Elisa: Teatro, Caracas, Eds. Angria,
2004
Judith Gerendas, “Elisa Lerner en el entretanto del
fulgor” en Verbigracia, suplemento de El Universal, 12, 1, 2002.
Perdomo, Alicia: “Monólogos en el vasto silencio del
escenario”, en Ciberayllu [en
línea], 15 de agosto del 2005
Rubi Guerra (sel. y prol.): 21 del XXI. Antología
del cuento venezolano del siglo XXI, Caracas, Eds. B, 2007.
Carlos Pacheco: “Una carta para Elisa Lerner” en Papel
Literario de El Nacional, 5 de enero de 2008.
Calinescu, Matei: Cinco caras de la modernidad. Modernismo, vanguardia,
decadencia, kitsch, posmodernismo. Madrid, Tecnos, 1991.
Vida con Mamá de Elisa Lerner /
Universidad de
California, 1980
“(...) Sin embargo, la obra de Elisa Lerner posee asociaciones
claramente políticas. La Madre,
por ejemplo, habla “de los años de la dictadura gomecista”, recuerdos y épocas.
La Hija, en
cambio, se refiere a los años de Pérez Jiménez y luego, a la democracia. La
soltería traumática de la hija representa, al decir de la escritora, “la
soltería nacional porque nadie logra casarse con la democracia ni con el país,
porque el país es como el macho que no logra satisfacer a su pareja."
(…)
“Estructuralmente la obra está
dividida en dos actos, a la vez subdivididos en historias y anécdotas –con su
respectivo título- que proyectan de manera fragmentaria la historia de
Venezuela a partir de la muerte de Gómez.
El primer acto incluye seis historias
cortas:
“Jacobo Kramer”, que constituye la
añoranza de la vieja Caracas; “El traje
de novia”, la nostalgia de los 30 y principios de los 40, cuando los collares
de perlas “disciplinados y nítidos” en el cuello de las mujeres simbolizaban la
estabilidad y el ordenamiento predominante; “La hora en que mataron a Lola”,
sobre la inestabilidad política de fines del 40 (muerte del presidente
Chalbaud, junta militar, presencia de Pérez Jiménez); “La cigüeña”, la
interferencia extranjera; “El cochecito del bebé”, la dependencia; “Allende”,
un crimen en la conciencia latinoamericana.
El segundo acto incluye doce
escenas:
“Mercedes (Benz)”, que implica la
sociedad de consumo; “Carlitos”, la banalidad política; “El tranvía”, la
evocación de un modo de vida desaparecido; “Mimí”, la desilusión de la
democracia: “los viajes”, el advenimiento del progreso; “Declamación”, sobre
las tristes declamadoras, “las que elevaron las primeras voces”, “porque
tristes eran nuestros países”; “La cocina”, receta de ingredientes históricos
heterogéneos que incluye a Kissinger; “El cuento del gallo pelón”, o la
posibilidad latinoamericana “que no llegó a cuajar”; “El dictador”, sobre la
época dictatorial; “Evocación”, las mecedoras de mimbre como símbolo de un tenso compás de espera;
“Allende”, ¿asesinato o suicidio?;
“Final”, cierre del circulo de los juegos con el recuerdo de Jacobo Kramer, el
cartero de ojos azules, al compás de “La cucaracha”.
La falta de autenticidad, la
improvisación, la ausencia de memoria, en fin, el desarraigo histórico –tema
constante de la intelectualidad venezolana- ha sido llevada a escena de manera
sagaz y hábil en esta última obra de Elisa Lerner. Por un lado, ha logrado
entretejer la anécdota íntima sicológica-freudiana de sus personajes con la
anécdota histórico-política venezolana. Por otro, ha utilizado eficazmente un
sostenido contrapunto emocional con el que logra producir el juego teatral.
(…)
“El desarraigo en el teatro
venezolano”
Ateneo de Caracas
1980