la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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100 años del Genocido Armenio que Turquía todavía no ha reconocido: asesinaron 1.500.000 personas / Entrevista a Lucin Khatcherian, sobreviviente: "No sé por qué lo hacían" / por Daniel Vittar, foto Andrés D´Elia, Clarin, 28 marzo 2015


 Lucin Khatcherian cumplirá 106 años el 12 de Abril. Llegó al país con sólo 16 años. Foto  Andrés D´Elia

 Entrevista a la única sobreviviente en Argentina






Tiene 105 años. Fue testigo de la masacre de su pueblo, perdió a sus padres y escapó a la Argentina. 




Lucin tiene el pelo blanco y la piel marcada por los años. Su rostro conserva una belleza ajada y una expresión rebelde de hidalguía, pero suele perderse en imágenes maltrechas. Lucin tiene 105 largos años, y enarbola la osadía de haber sobrevivido al siniestro Genocidio Armenio.

Allí perdió temprano a su madre, y después a su padre. Los hermanos se dispersaron en un mundo de revoluciones y países nacientes. Lucin creció con el ritmo estremecedor del Siglo XX. Los psicólogos denominan resiliencia a la capacidad que tienen algunas personas para adaptarse y superar la adversidad y el dolor. Lucin lo llama suerte. “Tuve suerte”, dice con voz de consuelo, “encontré gente buena que me ayudó”.
Es la única sobreviviente en la Argentina, y una de las pocas en el mundo, de esa ignominiosa masacre turca de 1915. Cuando el Imperio otomano dio la orden de deportar a todos los armenios, Lucin tenía 6 años y vivía en una enorme casa en Aintab. “En esa época mi papa Abraham estaba en una muy buena situación, exportaba pistacho y era joyero, muy buen joyero. Yo tenía cinco hermanos; yo era la menor. En esa época vivíamos muy bien”, cuenta, buscando en el laberinto sensible de la memoria.


“Cuando hablamos de estas cosas, no puedo dormir"


Pero todo cambió cuando a principios del siglo pasado el movimiento nacionalista musulmán de los “Jóvenes Turcos” tomó el poder. Reclamaban una sociedad culturalmente homogénea, que implicaba eliminar a otras etnias como armenios y griegos, y a religiones diferentes, como la cristiana. “No se por qué lo hacían, tal vez nos tenían envidia”, dice con una inocencia que despierta ternura.
El fatídico 24 de abril de 1915 comenzó el genocidio. Ese día las tropas turcas detuvieron a 235 intelectuales de la comunidad de armenios en Estambul. Le siguió una ola de asesinatos, violaciones, decapitaciones y desolación. Los soldados arrasaron una por una las aldeas armenias. En deportaciones masivas las tropas llevaron a los armenios por desiertos que devoraban a los más débiles. Las cifras, aunque nunca reflejan el dolor y el padecimiento de las víctimas, dan una dimensión: se cree que murieron 1.500.000 armenios.

"Pero mi madre no se salvó. Estaba embarazada y empezó a tener pérdidas, 

murió en el camino"



Lucin recuerda el comienzo de la tragedia. “Las iglesias dejaron de hacer sonar las campanas y empezaron las maldades. Mi papá sacó en primer lugar a los hijos grandes. Los mandó en tren a Aleppo, Siria. Pero nosotros quedamos hasta último momento”.
El relato sigue. “Mi papá se enfermó y nosotros no sabíamos qué hacer. Entonces algunos amigos turcos nos trajeron un carro grande y pusieron un colchón para que mi papá pudiera viajar y escapar. Cuando salimos, los militares nos pararon y nos bajaron a todos. Nos pedían oro. Mi madre había escondido algunos lingotes chicos en almohadas. Revisando, los soldados se dieron cuenta. Nos querían robar todo. Mi madre se puso a llorar y decía cómo vamos a vivir sin esos ahorros. Entonces arreglamos que nos dejaran algo. Llevábamos comida para el viaje, pero también nos quitaron. Nos quedamos sin comida, pero pudimos llegar a Aleppo. Pero mi madre no se salvó. Estaba embarazada y empezó a tener pérdidas, murió en el camino”.
La familia de Lucin volvió cuando terminó la I Guerra Mundial, creyendo que dejarían tranquilos a los armenios. “Cuando volvimos todo había sido destruido en el pueblo. Mi casa estaba destrozada”. La pesadilla comenzó otra vez. La represión turca seguía intacta. Ahí se inició un nuevo exilio, en un tren hacia el desierto y la muerte.
“El tren paró en un lugar inhóspito, oscuro. Entonces mi papa le dio algo de oro a un guardia para que nos dejara ir. Pero era un lugar desolado. Comenzamos a caminar hacia la única luz que se veía. Cuando llagamos era un galpón enorme que estaba lleno de armenios. Todos apretados. Después de estar unos días en ese galpón mi padre dijo, aquí no nos podemos quedar. Y decidió ir hacia Damasco. En el camino encontramos gente que también huía. Me acuerdo de una mujer que estaba llorando porque le habían matado a los hijos y al marido. Entonces mi papá le dijo si quería ocuparse de mí, cuidarme a mí, que era la más chiquita. Y la mujer me cuidó durante todo el viaje hacia Damasco”.
Abraham murió en Damasco, y los hijos partieron hacia Argentina, buscando su América. Lucin quedó con su hermana mayor. Allí estudió y aprendió francés, la lengua de la colonia. Cuando tuvo 16 años quiso reencontrarse con sus hermanos. Aprovechó que una familia conocida se tomaba un barco hacia Sudamérica y los siguió. Pero en una escala en Francia la cosa se complicó. Las autoridades la obligaron a quedarse en el puerto porque tenía una lastimadura en un ojo y temían que fuera una infección: “No me dejaron subir al barco. Ahí me quedé un mes con una mujer joven que me ayudó. Después vinimos juntas en el barco, en tercera clase. ¡Qué viaje!”.
Llegó en 1925, cuando la inmigración conquistaba el país. “Argentina, hay que lindo. Para mí, como Argentina no hay ningún lugar”, dice, con voz de agradecimiento. Aquí se estableció y formó familia. Tiene dos hijos, 5 nietos y 8 bisnietos. Lucin consiguió la paz que buscaba, pero nunca se desprendió del dolor que le dejó el genocidio. “¿Rencor?, no”, responde ante la pregunta obvia, “Qué vamos a hacer. A todos los armenios nos hicieron lo mismo. Quemaron pueblos enteros. No se porqué. Yo creo que nos envidiaban”, repite.
Lucin acomoda su falda, mientras pierde la mirada en un cielo azul de recuerdos. “Cuando hablamos de estas cosas, no puedo dormir, no duermo. Casi no conocí a mi mamá, y mi papá murió cuando yo era chica. Perdimos todo. Tuve una juventud muy triste. Qué se le va a hacer. Es la vida”, dice, con un gusto amargo en las entrañas.


Daniel Vittar
dvittar@clarin.com
 28 marzo 2015
Clarín
Fuente: Clarín



La amiga de Lucin: "Raptada por los turcos y adoptada en Francia: la conmovedora historia de Hury" por Daniel Vittar, 28 marzo 2015, Clarin



Alrededor de Lucin se sucedieron historias profundamente conmovedoras. Hay una que atesora con ternura en su corazón de mujer. La cuenta con ojos de asombro y voz rasgada por la emoción.

En Aintab tenía una vecina que acostumbraba a jugar con ella. Se llamaba Hury y despuntaba la adolescencia. El día del gran éxodo, cuando las hordas turcas arrasaba con cualquier vestigio de la comunidad armenia, Hury desapareció. “Cuando todos teníamos que huir de Aintab, esta chica no aparecía. La familia se desesperó, no sabía donde estaba. La madre no paraba de llorar. Pero no se pudo hacer nada, tuvimos que irnos sin ella”, dice.
Treinta años después –continúa–, cuando ya me encontraba en la Argentina, me envía una carta mi hermana desde Siria contándome que habían encontrado a Hury. No lo podíamos creer”.
Lucin entrecorta el relato una y otra vez, abrumada por el recuerdo. “Ahí nos enteremos que Hury había sido secuestrada por turcos, pero cuando se la llevaban los vieron soldados franceses y se la quitaron, para protegerla”. Finalmente la chica terminó en El Líbano, donde una pareja francesa decidió adoptarla. Viajó a París, donde creció y estudió en el seno de una familia acomodada.
Huri tuvo una buena vida, pero nunca se olvidó de su pasado en Aintab. Ya grande, quiso buscar a sus padres biológicos. La familia accedió y juntos viajaron a Oriente Medio para tratar de encontrarlos. Recorrieron Líbano y Siria. Cuando llegaron a Damasco centraron la búsqueda en ambientes católicos, porque esa era la religión de la familia original.
Una mujer armenia, muy humilde, se acercó un día a una iglesia y dijo que ella había perdido a su hija en Aintab y que creía que era Hury. Se concretó un encuentro con toda la tensión obvia de una situación de este tipo. “Cuando se vieron, Hury no la reconoció como su madre. Dudaba, decía que no podía ser. Entonces la madre le dijo que su hija desaparecida tenía un lunar negro al lado del ombligo. Y ella lo tenía. Así conoció a su madre. Pero ya eran diferentes. Hury se había criado en Francia, tenía educación. Su madre era pobre”, cuenta.

 
Daniel Vittar
dvittar@clarin.com
 28 marzo 2015
Clarín
Fuente: Clarín



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