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Alejandra Pizarnik


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Virginia Woolf y Vita Sackville-West: cartas de amor (1923-1941)






 «Abre el primer botón de tu blusa y allí me verás anidando, 

como una ardilla de hábitos inquisitivos 

pero de todos modos adorable...»  

Virginia Woolf

 








"Esta carta es tan solo un aullido de dolor.
Es increíble cuan imprescindible te has vuelto para mí. Supongo que tú 
estás acostumbrada a que la gente te diga eso. 
Maldición, criatura peligrosa.
No lograré que me ames más, entregándome
a mí misma de esta forma".


Vita Sackville-West







Virginia Woolf fue una de las mentes más lúcidas contra la encorsetada herencia victoriana y una firme defensora de que las mujeres firmasen como ellas mismas sin ser catalogadas de literatura ñoña. Pero también sintió deseo, y mucho, por Vita Sackville-West. Soñaba con sus grandes senos y le gustaba verla rebosante de perlas, “como un racimo de uvas”. Admiraba el estilo recargado de Vita porque las burlas hacia su aspecto desaliñado le atormentaban más de lo que estaba dispuesta a admitir, según dice en el cuento Un vestido nuevo.

Son los detalles de una de las mejores y breves historias de amor que nos ha dejado la literatura. Porque su affaire, además de trascender en la vida real, reside en las cartas que ambas se intercambiaron con exquisito lenguaje erótico.

Si Virginia Woolf nos sigue perteneciendo como símbolo es, en cierta manera, gracias a su gusto por escribir cartas. Los biógrafos no han necesitado estrujarse los sesos para adivinar su ideología o preferencias sexuales en su obra, porque ella misma las anunciaba de viva voz.

Vita fue también la musa de Virginia: su novela Orlando fue escrita inspirada en Vita. Aunque la relación sentimental terminó al cabo de unos años, Virginia y Vita mantuvieron una profunda amistad hasta la muerte de Virginia en 1941. 

Las cartas entre Virginia y Vita fueron recogidas en el libro: Correspondence 1923-1941









DE VIRGINIA A VITA
Martes 5 de enero 1927.

¿Por qué piensas que no siento o que hago las frases? “Frases encantadoras”, dices, que le roban la realidad a las cosas. Es todo lo contrario. Siempre, siempre trato de decir lo que siento. Por alguna razón, todo es aburrido y triste. Te he echado de menos. Te echo de menos. Te echaré de menos. A medida que te alejas me resulta más difícil visualizarte, y pensar en ti con fondo de pirámides y camellos me abruma un poco.

Pero vamos a dejar eso y a concentrarnos en el presente ¿Qué he hecho? He sido muy laboriosa. Creo que en parte debes haber desorganizado mi vida doméstica, porque en cuanto te fuiste cayó sobre mí un torrente de obligaciones. No tienes idea la cantidad de colchones, mantas, sábanas, fundas y enaguas que he tenido que comprar. Por algún motivo mi incompetencia y el hecho de que los vendedores no me crean me transforman en una arpía fastidiosa.

Escribo rápido, todo de golpe, (¿Has visto lo apretado de mis letras?) Es porque quiero decir muchas cosas, pero no aburrirte. Entonces pienso que, si las aprieto bien, no verás lo larga que es esta carta. ¿Si he visto a alguien? Sí, a muchos. Hay tantos manuscritos que leer y cartas que escribir, y Doris, una pobre y desaliñada mujer que tuvo la increíble impertinencia, en parte falta de educación y también lo que ella cree talento y yo considero un cerebro respetablemente despierto pero vulgar, de decir: pero, señora Wolf ¿tengo, en su opinión, talento suficiente para dedicar mi vida a la literatura? A lo que con mi voz más decidida respondí que mejor se hiciese cocinera.

En cuanto a mis encuentros, no me he enamorado de nadie… aunque ésa no es mi línea exactamente. ¿Lo habías adivinado? No soy fría; no soy farsante, ni débil, ni sentimental. Qué soy. Quiero que me lo digas tú…

Voy a tener un pequeño grupo dramático. Me gusta la profusión de esas pobres criaturas: pintadas e irreales, todas desesperadas porque no tienen trabajo o están enamoradas. Creen que soy una gárgola grotesca, semihumana, rígida como un demonio en una catedral. A ellas les parece increíblemente excitante que yo mueva las piernas y hable como un libro. Pero no durará mucho. Es parte de mi esnobismo adornar toda la sociedad salvo la mía propia. Pero (volviendo a tu carta) siempre supe que eras distante. Sólo que me dije: insisto por pura amabilidad. Con ese objetivo fui a verte.

Abre el primer botón de tu blusa y allí me verás anidando, como una ardilla de hábitos inquisitivos pero de todos modos adorable.






DE VITA A VIRGINIA 

 
Trieste, Milán, 21 de enero 1927.

Estoy reducida a ser una cosa que quiere a Virginia. Escribí una carta durante las opresivas horas insomnes de la noche, y todo se ha ido: sólo te extraño de una manera desesperadamente humana. Tú con todas tus expresivas cartas, jamás escribirías una frase tan elemental como ésa. Probablemente ni siquiera la concebirías. De todas maneras, creo que serías capaz de hacerte cargo de un pequeño bache. Pero tú lo cubrirías de frases tan exquisitas que terminaría por perder un poco de su realidad, en tanto que conmigo es algo absolutamente implacable: te extraño aún más de lo que hubiera creído, y estaba preparada para extrañarte mucho.

Esta carta es tan solo un aullido de dolor. Es increíble cuan imprescindible te has vuelto para mí. Supongo que tú estás acostumbrada a que la gente te diga eso. Maldición, criatura peligrosa. No lograré que me ames más, entregándome a mí misma de esta forma. Pero oh, mi amor, no puedo ser lista e indiferente contigo: te amo demasiado para eso. Verdaderamente. Tú no tienes ni idea de cuan indiferente puedo ser con la gente que no amo. Lo he convertido en una especie de exquisita destreza. Pero has derribado todas mis defensas. Y realmente no lo resisto. De todos modos, no te aburriré más.

Reemprendemos el viaje, el tren nuevamente se mueve, tendré que escribir en las estaciones –que son muchas afortunadamente a lo largo de las llanuras lombardas. Venecia. Las estaciones eran muchas, pero no contaba con el hecho que el Orient Express no se detendría en ellas. Y aquí estamos en Venecia tan sólo por diez minutos. Unos desgraciados minutos durante los que puedo intentar escribir. Ni siquiera tengo tiempo para comprar una estampilla italiana, así que esto tendré que enviarlo desde Trieste. Las cascadas en Suiza estaban heladas, convertidas en una especie de iridiscentes y compactas cortinas de hielo, colgando sobre las rocas; realmente encantador.



Italia está toda cubierta de nieve. Nuevamente reemprendemos el viaje. Tendré que esperar hasta mañana en Trieste. Por favor Perdóname por escribir una carta tan mísera.









DE VIRGINIA A VITA
19 de noviembre de 1926.

Eres un milagro de discreción: una carta dentro de otra. Nunca vi cosa igual. Te contestaré cuando nos veamos, quiero decir a la invitación. Oh, querida, Sibyl me ha puesto un dolor de cabeza tremendo. Es un fastidio no poder escribir, salvo a ti. Estoy tirada en una silla. No está tan mal: pero te lo cuento para ganarme tu simpatía: para que te vuelvas protectora: para implorarte que traces algún plan para que cese el continuo decaimiento que me causa la gente: Sibyl, sir Arthur, Dadie, añadiéndose los unos a los otros. ¿Por qué te lo cuento a ti? Supongo que es alguna necesidad psicológica: una de esas cosas íntimas que nos permitimos por puro instinto en una relación. Soy más bien cobarde para enfrentarme a esa carga: tú lo harías como una heroína...

¿No te das cuenta, monito West, de que vas a cansarte de mí cualquier día (soy mucho mayor que tú)? Por eso tengo que tomar algunas precauciones. Esa es la razón por la que pongo el énfasis en «tomar nota» y no en sentir. Pero el monito West sabe que ha derribado más murallas que nadie. ¿Y no hay también en ti algo poco claro? Hay algo en ti que no vibra. Quizá lo hagas a propósito: no permites que eso fluya. Lo veo con otra gente y lo veo conmigo: algo reservado, mudo, Dios sabe qué... También está en tu escritura, por cierto. Eso que yo llamo la transparencia central a veces te falta. [...]




  





DE VITA A VIRGINIA  

Hannover, 29 de enero de 1927. 


Trabajaré duro, en parte para complacer, en parte para complacerme, en parte para hacer que pase el tiempo, en parte para tener algo con lo que compensarte. Atesoro tu repentino discurso sobre literatura de ayer en la mañana, una especie de afectuosa despedida, como un Polonio a Laertes. Es más que una verdad que tú has influido intelectualmente en mí infinita
mente más que cualquier otra persona, y por eso te amo, y siento endurecerse mis músculos. 




'Il poeta e un' artiere’
Che al mestiere
Fece i muscoli d'acciaio .' 





Sí, mi Virginia muy querida, estaba en una encrucijada en el momento justo en que te conocí. ¿A ti te gustaría que yo escribiera bien, o no? Y yo detesto escribir mal –y haber escrito tan mal en el pasado. Pero ahora, al igual que la Reina Victoria, seré buena. ¡Diablos! Desearía que estuvieras aquí –el grupo de potros da brincos con ímpetu. Envíame cualquiera de tus papeles y envía “Sobre la lectura”. Por favor. Espero que mis cartas te lleguen rápido y pronto. Dime si escribo demasiado a menudo, te amo.
V.











DE VIRGINIA A VITA

Miércoles 2 de Febrero.



No hubo carta tuya ni hoy ni ayer. Me desperté muy melancólica en medio de la noche. Se está yendo el efecto de mi narcótico. ¿Por qué se ríe de mí la gente?, pregunto. Sabes, es una gran cosa ser u
n eunuco, como yo; quiero decir, no saber cuál es el derecho o revés de una falda, eso hace que las mujeres confíen en mí. Aquí en mi cueva, veo las cosas cuya luz vosotras, criaturas resplandecientes, ocultáis tras vuestra luz. 

No, no tengo un resfriado pero estar aquí escribiéndote en medio de todo este desorden, es como tener uno. Hasta el momento no he podido abrir un libro sin ser interrumpida. Y luego tú no estás… Me encuentro a merced de la gente, sola. Como un objetivo lamentable, incapaz de expresar sus necesidades. Cómo me has desmoralizado. En cierta época yo era una mujer vigorosa, pero ahora todo me resulta frágil y laborioso mientras pierdo el tiempo levantando la tapa de mi cerebro para ver si hay allí un pez flotando, un nuevo libro. No, por el momento no hay nada. 




DE VIRGINIA A VITA
6 de Marzo de 1927

Este año me pareces más inalcanzable, empolvada, con las piernas más blancas, más galante y aventurera que nunca. Me echo en la cama e invento historias sobre ti. Envíame un montón de hechos: ya sabes cómo los amo… He tenido una semana aburrida. Ninguna fiesta salvo una, ofrecida por L. para seducirme y obligarme a gustar de un rosado muchacho suyo –uno nuevo, claro- pero fue inútil, estos sodomitas siempre están medio dormidos y resultan fatigosos. ¿Es que agotan su encanto en narices y cosas así?

Han surgido dos mujeres extrañas: una de ellas es una mala cantante, que me pide vaya a verla en la cama ¿lo haré? La otra ¡qué importa! Yo quiero a Vita; quiero al insecto, al crepúsculo.
Dejo esta carta abierta a la espera de las tuyas. Ninguna. Ahora debo terminar esta carta. Y no he dicho mucho de nada ni te he dado una idea de las altísimas y aterradoras olas y los profundos pozos infernales a los que asciendo y desciendo en pocos días. Como todos. Subimos y bajamos violenta, incesantemente, y me siento algo avergonzada, ahora que trato de escribirlo, de ver qué minúsculo egoísmo hay en el fondo de todo eso, por lo menos en mi caso: que no puedo escribir mi novela, que debo salir a tomar el té, que tendría que comprar un sombrero. Ah, pero también está Vita. Quererla no es un egoísmo minúsculo.

¿Sabes que esta mañana sufrí un verdadero golpe de decepción? Estaba segura de que tendría una carta tuya, la abrí, y en su lugar encontré la carta de una mujer que hace diez años se sentó frente a mí en un ómnibus azul y que ahora quiere venir a hacer un busto mío. Pero la adulación implícita me enfadó tanto, que otra vez estuve maldiciendo: no hay intimidad, siempre hay gente que viene y no hay carta tuya. ¿Por qué no? Sólo una nota y un gemido salvaje y melancólico a lo lejos.Y tampoco ninguna fotografía.
Adiós, queridísima criatura lanuda.
Es increíble lo esencial que te has vuelto para mí… Maldita seas, criatura mimada. No conseguiré que me ames más traicionándome así.




VIRGINIA ESCRIBE SOBRE VITA EN SU DIARIO, EL MISMO DÍA DE LA CARTA:

“Estas lesbianas estiman a las mujeres. Con ellas, la amistad siempre queda teñida de pasión y de deseo.

Me gusta Vita y me gusta estar con ella y su esplendor, me gusta su caminar a grandes pasos con sus largas pi
ernas que parecen hayas, una Vita rutilante, rosada, abundosa como un racimo, con perlas por todos lados. ¿Qué efecto me produce todo eso? Muy ambiguo. Veo una Vita florida, madura, con su abundante pecho: sí, como un gran velero con las velas desplegadas, navegando, mientras que yo me alejo de la costa. 
Quiero decir que tiene mundo, que sabe estar… en una palabra: ella es (y yo no lo he sido nunca) una mujer de verdad. Mentalmente no tiene mi clarividencia, pero bien, ella se da cuenta de todo y me prodiga esta protección maternal que, por los motivos que sea, es lo que más he deseado siempre, de quien fuese. Vita, a su manera, me da aquello que me dan Leonard y Nessa, mi hermana...”



 




DE VIRGINIA A VITA: ORLANDO 

Londres, 17 de octubre de 1927.


Voy a ir al funeral a ver qué hacen con los cuerpos de los ateos. ¡Qué divertido! ¡Cómo adoro las ceremonias y las extrañas colocaciones (¿es correcto eso?) de la especie humana! Estoy segura de que te habrás ido con otra el próximo jueves (tú misma lo dices, mala, al final de tu última carta, donde la víbora deja su mordedura); como nuestra relación está teñida por la melancolía, tal vez ganamos en intensidad lo que perdemos en las sobrias y confortables virtudes de una amistad prolongada y segura y respetable y casta y fría.

Escribo a gran velocidad. Empiezo por tercera vez una frase. La verdad es que estoy tan inmersa en Orlando que no puedo pensar en nada más. Ha desplazado al romance, la psicología y todo el resto de aquel libro odioso. Mañana comienzo el capítulo que describe el encuentro entre Violet y tú. Es necesario repasarlo bien todo. Dame alguna pista del tipo de peleas que tenían. Y también, ¿por qué cualidad específica te eligió ella?…

Será un libro pequeño, como mucho unas 30.000 mil palabras, y tal como voy, escribiendo febrilmente (sólo pienso en ti durante el día, en diferentes disfraces, y en Violet, el hielo, y Elizabeth y George III) lo habré terminado para navidad.

Orlando será un libro con dibujos y uno o dos mapas. Lo escribo por la noche en la cama, mientras camino por la calle, en todas partes. Quiero verte a la luz de las lámparas, con tus esmeradas. En realidad creo que nunca he deseado tanto verte, sólo para sentarme y mirarte y hacerte hablar y después, rápida y secretamente, corregir ciertos puntos. Ahora vamos a tus dientes y tu temperamento. ¿Es verdad que rechinas los dientes por las noches? ¿Es verdad que te gusta causar dolor?.

Esto está escrito a 500 palabras por minuto con Leonard mirándome con suspicacia desde el sofá, Pinker roncando y Nelly arriba, escuchando fox-trots en el gramófono. ¡Cómo me intranquilizas!  Este lugar está embrujado. Visto contigo es adorable; visto con Leonard es absolutamente detestable. Dime cuándo vendrás y por cuánto tiempo. Si te has entregado a Campbell, no tendré nada más que ver contigo y así quedará escrito, claramente, en Orlando para que todos puedan verlo.

Por favor dime si vendrás y cuándo, porque ya me siento bastante acosada por actrices en decadencia, y funcionarios públicos.

Queridísima señora Nicholson, buenas noches







DE VITA A VIRGINIA
Mi querida:


Esperaba despertarme menos deprimida esta mañana, pero no fue así. Me fui a la cama anoche tan oscura en pensamientos como el fango. La tremenda monotonía de Westfalia lo hace aún peor: ciudades de fábricas, montones de escoria, país plano, y algunos remiendos de nieve sucia. Y tú vas a lo de los Webbs. Bien, bien... ¿Por qué no estás aquí conmigo? ¿Oh, por qué? Te deseo terriblemente. La única cosa que me causa algún placer es Leigh.

Se ha comprado una especie de capa hecha de piel de oveja con la que se hace a la idea de que es un pastor húngaro, pero unos anteojos con bordes de astas, y unos bombachos un tanto llamativos destruyen el efecto. Dottie, por otro lado, se ha aparecido con un largísimo gabardo de piel que le llega hasta los tobillos, tan apretado como para hacerla aparecer rolliza, y con el que luce como una gran duque prusiano. Estamos todos un tanto malhumorados y tenemos trifulcas por los equipajes. Deseo más que nunca viajar contigo. Me parece que eso es la cumbre de todos mis deseos. Y me desespero pensando como puedo hacerlo realidad. ¿Puede ser posible, qué piensas? Oh mi encantadora Virginia, te extraño terriblemente. Y cualquier cosa que la gente hable o diga me suena aburrido y estúpido. Cada vez deseo más y más que no viajes a América; estoy segura de que sería demasiado agotador para ti, de todos modos creo además que no te agradaría. ¿Vendrías a Beirut en cambio?

  Así que vagamos a través de Alemania, y es realmente aburrido. ¿Realmente habré perdido mi entusiasmo por viajar? No, no es eso, es simplemente que deseo estar contigo y con nadie más. Pero te vas a aburrir si sigo diciendo cosas como esas –sólo que vuelven y vuelven una y otra vez hasta que brotan de mi lápiz. ¿Te das cuenta que debo esperar quince días hasta que nuevamente sepa algo de ti? Pobre de mí. No había pensado en eso antes de dejarte, pero ahora es una carga enorme, y horrible. ¿Qué no te podría ocurrir en el transcurso de una quincena? Podrías enfermarte, enamorarte. ¡Sólo Dios lo sabe!

Vita y Virginia





DE VIRGINIA A VITA
7 de octubre de 1928.



Mi muy querida Criatura: Qué carta más bonita me escribiste a la luz de las estrellas, a medianoche. Deberías escribir siempre a esa hora, porque tu corazón requiere de la luz de la luna para licuarse.

El mío se fríe a la luz del gas: son las nueve, y tengo que irme a la cama a las once. Así que no diré nada: ni una palabra sobre el bálsamo para mi angustia -siempre estoy angustiada- que eres para mí. ¡Cómo he pensado en ti! ¡Cómo he sentido -ahora- lo que todo esto ha sido! 
He visto en algún lugar una pequeña pelota borboteando arriba y abajo en el chorro de una fuente: la fuente eres tú; la pelota, yo. Solo tú me produces esa sensación. Es físicamente estimulante, y al mismo tiempo relajante. [...]



Virginia y Vita






DE VIRGINIA A VITA
30 de agosto de 1940.

Acabo de dejar de hablar contigo. Me resulta tan raro... Todo está tranquilo. Están jugando a los bolos. Acabo de poner flores en tu habitación. Y tú estás allí sentada con las bombas cayendo a tu alrededor. Qué puedo decir. Únicamente que te quiero y que tengo que vivir en medio de esta tarde rara y tranquila pensando en ti sentada allí sola. Cariño, mándame unas líneas... Me has hecho muy feliz..





 



Fuente textos: La HoraEl Diario
Fuente fotos: Internet




 


Virginia Woolf:  web oficial
Vita Sackville-West libros 
 Donde comprar Orlando: Amazon  
Donde comprar Correspondence (en francés): Amazon


Desde que se publicó en 1928, Orlando ha sido una de las novelas más populares de Virginia Woolf (1882-1941) por su originalidad y espíritu transgresor. 
Cuenta la historia y las aventuras de un joven aristócrata inglés, apuesto, rico, seductor y amante de la literatura -personaje inspirado en la vida y la personalidad de la escritora Vita Sackville-West, gran amiga y amante de Virginia Woolf - que cabalga la Historia con mayúsculas desde el siglo XVI hasta el siglo XX y que, durante el reinado de Carlos II, se convierte en mujer. 
Este espectacular cambio  de sexos, de épocas y de siglos, es un fascinante viaje a través del  tiempo, los espacios, la sexualidad y las emociones, además de una meditación estimulante sobre la creación artística.
ORLANDO 
Una Biografía
Virginia Woolf
A Vita Sackville-West
 
PRÓLOGO

Muchos amigos me han ayudado a escribir este libro. Algunos han muerto y son tan ilustres que apenas me atrevo a nombrarlos, aunque nadie puede leer o escribir sin estar en perpetua deuda con Defoe, Sir Thomas Browne, Sterne, Sir Walter Scott, Lord Macaulay, Emily Brontë, De Quincey y Walter Pater para no mencionar sino a los primeros que se me ocurren. Otros, quizás igualmente ilustres, viven aún y el hecho mismo los hace menos formidables.

Estoy agradecida especialmente a Mr. C. P. Sanger, cuya versación en la ley de inmuebles me ha permitido realizar este libro. La vasta y peculiar erudición de Mr. Sydney Turner me ha evitado, lo espero, algunos lamentables errores. He tenido la ventaja -sólo yo puedo apreciar su valor- del conocimiento del chino de Mr. Waley. Madame Lopokova (Mrs. J. M. Keynes) ha estado siempre lista a corregir mi ruso. A la imaginación e incomparable simpatía de Mr. Roger Dry debo cuanto sé del arte pictórico. Espero haber aprovechado en otro terreno la crítica singularmente penetrante, aunque severa, de mi sobrino Mr. Julian Bell. Las investigaciones infatigables de Miss M. K. Snowdon en los archivos de Harrogatey de Cheltenham no fueron menos arduas por haber resultado del todo inútiles. 
Otros amigos me auxiliaron en modos demasiado diversos para ser especificados aquí. Básteme nombrar a Mr. Angus Davidson; a Mrs. Cartwright; a Miss Janet Case, a Lord Berners (cuyo conocimiento de la música isabelina me ha resultado inapreciable); a Mr. Francis Birrell; a mi hermano, el Dr. Adrian Stephen; a Mr. F. L. Lucas; a Mr. y Mrs. Desmond Maccarthy; al más alentador de los críticos, mi cuñado, Mr. Clive Bell; a Mr. H. G. Rylands; a Lady Colefax; a Miss Nellie Boxall; a Mr. J. M. Keynes; a Mr. Hugh Walpole; a Miss Violet Dickinson; al Honorable Edward Sackville-West; a Mr. y Mrs. St. John Hutchinson; a Mr. Duncan Grant; a Mr. y Mrs. Stephen Tomlin; a Mr. y Lady Ottoline Morrell; a mi madre política Mrs. Sidney Woolf; a Mr. Osbert Sitwell; a Madame Jacques Raverat; al Coronel Cory Bell; a Miss Valerie Taylor; a Mr. J. T. Sheppard; a Mr. y Mrs. T. S. Eliot; a Miss Sands; a Miss Nan Hudson; a mi sobrino Mr. Quentin Bell (apreciado y antiguo colaborador en materia novelística); a Mr. Raymond Mortimer; a Lady Gerald Wellesley; a Mr. Lytton Strachey; a la Vizcondesa Cecil; a Miss Hope Mirrlees; a Mr. E. M. Forster; al Honorable Harold Nicolson; y a mi hermana, Vanessa Bell -pero la lista se alarga demasiado y ya es demasiado ilustre. 
Me trae recuerdos de lo más agradables, pero despertará en el lector una expectativa que el libro sólo puede frustar. Concluiré, pues, agradeciendo a los empleados del Museo Británico y del Archivo su habitual cortesía: a mi sobrina Miss Angelica Bell un favor que sólo ella pudo prestarme; y a mi marido, la invariable paciencia que ha puesto en ayudar mis pesquisas y la profunda erudición histórica a la que deben estas páginas la poca o mucha precisión que poseen. Finalmente agradecería, pero he perdido su dirección y su nombre, a un caballero norteamericano, que generosa y gratuitamente ha corregido la puntuación de mis anteriores publicaciones y que, lo espero, no escatimará su celo esta vez.


 

UNO

Él —porque no cabía duda sobre su sexo, aunque la moda de la época contribuyera a disfrazarlo— estaba acometiendo la cabeza de un moro que pendía de las vigas. La cabeza era del color de una vieja pelota de football, y más o menos de la misma forma, salvo por las mejillas hundidas y una hebra o dos de pelo seco y ordinario, como el pelo de un coco. El padre de Orlando, o quizá su abuelo, la había cercenado de los hombros de un vasto infiel que de golpe surgió bajo la luna en los campos bárbaros de África; y ahora se hamacaba suave y perpetuamente en la brisa que soplaba incesante por las buhardillas de la gigantesca morada del caballero que la tronchó.

Los padres de Orlando habían cabalgado por campos de asfódelos, y campos de piedra, y campos regados por extraños ríos, y habían cercenado de muchos hombros, muchas cabezas de muchos colores, y las habían traído para colgarlas de las vigas.

Orlando haría lo mismo, se lo juraba. Pero como sólo tenía dieciséis años, y era demasiado joven para cabalgar por tierras de Francia o por tierras de África, solía escaparse de su madre y de los pavos reales en el jardín, y subir hasta su buhardilla para hender, y arremeter y cortar el aire con su acero.

A veces cortaba la cuerda y la cabeza rebotaba en el suelo y tenía que colgarla de nuevo, atándola con cierta hidalguía casi fuera de su alcance, de suerte que su enemigo le hacía muecas triunfales a través de labios contraídos, negros. La cabeza oscilaba de un lado a otro, porque la casa en cuya cumbre vivía era tan vasta que el viento mismo parecía atrapado ahí, soplando por acá, soplando por allá, invierno y verano. La verde tapicería de Arrás con sus cazadores se agitaba perpetuamente. Sus abuelos habían sido nobles desde que empezaron a ser. Habían salido de las nieblas boreales con coronas en las cabezas. Las barras de oscuridad en el cuarto y los charcos amarillos que ajedrezaban el piso, ¿no eran acaso obra del sol que atravesaba el vitral de un vasto escudo de armas en la ventana? Orlando estaba ahora en el centro del cuerpo amarillo de un leopardo heráldico. Al poner la mano en el antepecho de la ventana para abrirla, aquélla se volvió inmediatamente roja, azul y amarilla como un ala de mariposa. Así, los que gustan de los símbolos y tienen habilidad para descifrarlos, podrían observar que aunque las hermosas piernas, el gallardo cuerpo y los hombros bien hechos estaban decorados todos ellos con diversos tintes de luz heráldica, la cara de Orlando, al abrir la ventana, sólo estaba alumbrada por el sol. Imposible encontrar cara más sombría y más cándida. ¡Dichosa la madre que pare, más dichoso aun el biógrafo que registra la vida de tal hombre! Ni ella tendrá que mortificarse, ni él que invocar el socorro de poetas o novelistas. Irá de gesta en gesta, de gloria en gloria, de cargo en cargo, siempre seguido de su escriba, hasta alcanzar aquel asiento que representa la cumbre de su deseo. Orlando, a primera vista, parecía predestinado a una carrera semejante. El rojo de sus mejillas era aterciopelado como un durazno; el vello sobre el labio era apenas un poco más tupido que el vello sobre las mejillas. Los labios eran cortos y ligeramente replegados sobre dientes de una exquisita blancura de almendra. 

©Virginia Woolf
 

Virginia y su cuñado Clive
Virginia Adelaide Stephen nació en Londres en 1882 y creció en un medio propicio para la escritura y la lectura, pues su padre, Leslie Stephen, era un crítico literario de gran reputación. Virginia Woolf sufrió desde muy temprana edad graves depresiones, la primera de las cuales fue provocada por la pérdida de su madre, cuando apenas tenía trece años. A raíz de las muertes de su hermano y de su padre, se acrecentaron su angustia y su padecimiento, que no cesaron hasta que acabó con su propia vida. Pero antes de su final trágico, Virginia Woolf se relacionó con artistas e intelectuales, convirtiéndose en el epicentro del llamado grupo de Bloomsbury, y escribió Orlando, Las olas, Al faro o La señora Dalloway, que se han convertido en clásicos modernos.La vida y obra de Virginia Woolf han despertado siempre la atención de miles de lectores. 
Con esta biografía, Nigel Nicolson, hijo de la escritora  Vita Sackville-West (amante de Virginia y una de sus mejores amigas), rememora sus recuerdos personales y hace un repaso a la obra de la escritora.Para el lector de la obra de Virginia Woolf, la biografía de Nicolson es, sin duda, un documento revelador e imprescindible.
Dónde comprarlo (en inglés): Amazon 
T.S.Elliot y Virginia Woolf





Virginia Woolf. La vida por escrito

En una entrada de su diario de 1927, Virginia Woolf se preguntaba por qué no inventar un nuevo tipo de obra: “como por ejemplo… La mujer piensa… Él hace… El órgano suena… Ella escribe… Ellos dicen… Ella canta… La noche habla… Ellos echan en falta”. Todo su impulso fue dirigido a elaborar una narrativa extraordinaria constituida por un mundo de impresiones, «lejos de los hechos, libre»
 Igual que todos los grandes creadores que inauguran o confirman un nuevo modo de narrar, Virginia Woolf (1882-1941) ya había llevado a su perfección en La señora Dalloway, publicada en 1925, ese nuevo lenguaje de la subjetividad capaz de fluir por los recovecos y ritmos de la mente de los personajes. Su propia existencia, nunca del todo atrapada por los estudiosos, tiene estrecha relación con esa sucesión inapresable de flujos internos y objetivables que componen y descomponen una compleja psique creadora. Irene Chikiar Bauer, escritora, periodista cultural y socióloga argentina, ha realizado en Virginia Woolf. La vida por escrito, el monumental esfuerzo, en casi mil páginas, de ordenar la cronología y vislumbrar a la persona junto al mito, a la joven herida y a la intelectual, en medio de una sociedad en transformación, deslizándose desde la época victoriana a las distintas etapas del modernismo británico.

Habrá quiénes se pregunten si es posible decir una última palabra sobre Virginia Woolf. La autora de este libro responde con una cita de su biografiada: “Hay historias que cada generación debe contar de nuevo”. Chikiar Bauer aborda esta biografía de Woolf en castellano con una extensa bibliografía, un riguroso índice de notas y onomástico, y es consciente de la dificultad que plantea la sobreabundancia de datos: “Virginia se nos escapa de los dedos como un pez hábil y escurridizo”. Otra argentina, Victoria Ocampo, intentó también la hazaña de penetrar en la vida de Virginia Woolf.

Si en la biografía sobre la escritora inglesa publicada hace algunos años en España, Poseo mi alma. El secreto de Virginia Woolf (Siruela), de la italiana Nadia Fusini, se abordaba el texto desde el contagio del ritmo interior de la escritura de la autora de Una habitación propia, en el caso de Irene Chikiar se recurre a una investigación neutra, con la intención de seguir un rectilíneo hilo cronológico. La argentina trata de no contaminar su trabajo con el estilo de la autora estudiada. No pretende hacer una recreación literaria, huye de adornos retóricos y deja que se extraigan las conclusiones a partir de los hechos objetivos, de las palabras y pensamientos de Virginia Woolf, de las opiniones de sus contemporáneos y de los análisis de los especialistas. En ese sentido, la biografía de Irene Chikiar Bauer es una buena recopilación de informaciones, analiza el ambiente social y las influencias estéticas de los diferentes periodos de la vida de Woolf y tiene una ambición totalizadora.

Dividida en dos partes: “Un mundo reglado: infancia y adolescencia” y “Al correr de los años”, el arranque de la biografía, con un interesante árbol genealógico y un capítulo dedicado a los ancestros de los padres de Virginia, Leslie y Julia Stephen, con personajes de toda índole, se prefigura ya como el subsuelo para orientarnos entre la maleza de una infancia llena de meandros. La intelectualidad victoriana estaba vinculada a la escritora por las ramas materna y paterna. Julia Margaret Cameron, la fotógrafa pionera, fue tía-abuela de Virginia y, la primera esposa de Leslie Stephen, alumno de Eton, ensayista, biógrafo y alpinista, había sido la hija menor de William Thackeray.

Dos claves opuestas marcaron la niñez de la escritora: por un lado, la opresión de la casa de Hyde Park Gate, “la jaula”, la llamaba Virginia, con los hermanastros George, Stella y Gerald Duckworth, y Laura, la primera y enfermiza hija de Leslie, pronto internada; y por otra, los veranos en St. Ives, recreados en su novela Al Faro, donde los cuatro hermanos Stephen, Vanessa, Virginia, Thoby y Adrian disfrutaban del contacto con la naturaleza y de la libertad que más tarde siempre buscaron.

Pese a su rechazo a las represiones familiares, el linaje artístico de la pequeña Virginia se forjó en la biblioteca y en las reuniones literarias del 22 de Hyde Park Gate. En las tertulias de su padre uno se podía tropezar con Alfred Tennyson, Thomas Hardy, Henry James, Edward Burne-Jones o Henry James.

Los capítulos dedicados a la infancia y a los primeros intentos literarios abarcan desde el nacimiento de Virginia, en 1882, hasta la muerte de su padre, Leslie Stephen, en febrero de 1904. Es en la segunda parte de la biografía, cuando Irene Chikiar Bauer hace corresponder cada capítulo con un año de la vida de Virginia Woolf. Desde 1904 a 1941, momento del suicidio en el río Ouse, la autora de esta biografía concentra en cada sección la evocación de un año de la vida de la autora inglesa.

De ese modo, año por año, el libro es una invocación de etapas de crecimiento; cambios de humor y de domicilios; incubación de la enfermedad mental -tan estudiada ya, y aquí levemente apuntada por la fuerza de los datos-; madurez artística e intelectual; de encuentros en Bloomsbury; amistades peligrosas; del triangular cariño entre ella, todavía soltera, su hermana Vanessa y su marido, Clive Bell; de su matrimonio desapasionado con el socialista Leonard Woolf; de la creación de una editorial; la pasión por Vita; el traumatizante inicio de la segunda guerra; el compromiso central y único con la literatura.

La ferocidad con que Virginia Woolf se sumergía en su obra y la depresión por el impacto de la guerra agravaron el estado psicológico de la escritora, como relata Leonard Woolf en La muerte de Virginia.”A fines de 1940, cuando vivíamos permanentemente en Rodmell, durante los ataques aéreos en masa sobre Londres, era siniestro oír cada noche el zumbido de los aviones alemanes volando sobre el interior del país”. Irene Chikiar analiza a fondo esa última etapa. El marido inglés y judío, que aunque no era practicante afirmaba cada vez más su identidad, enfrentado a la hecatombe del nazismo, veía cómo se deterioraba el estado de Virginia. Ella no pudo amurallarse contra tanta adversidad.
Si la biógrafa no quiere manosear más los interrogantes sobre la enfermedad mental de Virginia y la conexión de su psicosis con los abusos sexuales sufridos en la infancia por parte de sus hermanastros, como han sugerido otros especialistas, imaginamos que ha sido en un esfuerzo consciente de erigir una biografía lo más objetiva posible. La división interna de Virginia Woolf, acaso el magma de donde salió tanto genio, queda aquí encubierta, a veces sobrevolada a vista de pájaro, o simplemente observada con distancia, bajo la unidad cronológica que trata de hacer legible, del modo más ordenadamente posible, el convulso tiempo, entre un cambio de siglo y dos guerras mundiales, que le tocó vivir a la autora de Las olas.


 Virginia Woolf. La vida por escrito
Taurus. Madrid, 2015. 952 páginas, 22'70€ 
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Fuente: El Cultural


Viriginia y su marido Leonard




















Vita y sus hijos









 















Virginia y sus hermanas






















Virginia y su hermana Vanesa