la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Dos entrevistas a Alejandra Pizarnik y videos: "Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura" / entrevistas de Martha Isabel Moia, Barcelona 1972 y Alberto Lagunas, Buenos Aires, 1966 / Videos: Alejandra Pizarnik recitando su poema "Su Voz"; documentales "Soy lo que soy" de Sandra Mihanovich y "Memoria Iluminada" de Virna Molina y Ernesto Ardito









Alejandra Pizarnik recitando "Su Voz"
única grabación de la poeta






Alejandra Pizarnik
Entrevista de Martha Isabel Moia
Revista El Deseo de la Palabra
Barcelona 1972



* Todos los asteriscos que aparecen hasta el final del texto hacen referencia a poemas de Alejandra Pizarnik.



M.I.M. - Hay, en tus poemas, términos que considero emblemáticos y que contribuyen a conformar tus poemas como dominios solitarios e ilícitos como las pasiones de la infancia, como el poema, como el amor, como la muerte. ¿Coincidís conmigo en que términos como jardín, bosque, palabra, silencio, errancia, viento, desgarradura y noche, son, a la vez, signos y emblemas?

A.P. - Creo que en mis poemas hay palabras que reitero sin cesar, sin tregua, sin piedad: las de la infancia, las de los miedos, las de la muerte, las de la noche de los cuerpos. 0, más exactamente, los términos que designas en tu pregunta serían signos y emblemas.

M.I.M. - Empecemos por entrar, pues, en los espacios más gratos: el jardín y el bosque.

A.P. - Una de las frases que más me obsesiona la dice la pequeña Alice en el país de las maravillas: - «Sólo vine a ver el jardín». Para Alice y para mí, el jardín sería el lugar de la cita o, dicho con las palabras de Mircea Eliade, el centro del mundo. Lo cual me sugiere esta frase: El jardín es verde en el cerebro. Frase mía que me conduce a otra siguiente de Georges Bachelard, que espero recordar fielmente: El jardín del recuerdo- sueño, perdido en un más allá del pasado verdadero.

M.I.M. - En cuanto a tu bosque, se aparece como sinónimo de silencio. Mas yo siento otros significados. Por ejemplo, tu bosque podría ser una alusión a lo prohibido, a lo oculto.

A.P. - ¿Por qué no? Pero también sugeriría la infancia, el cuerpo, la noche.

M.I.M. - ¿Entraste alguna vez en el jardín?

A.P. - Proust, al analizar los deseos, dice que los deseos no quieren analizarse sino satisfacerse, esto es: no quiero hablar del jardín, quiero verlo. Claro es que lo que digo no deja de ser pueril, pues en esta vida nunca hacemos lo que queremos. Lo cual es un motivo más para querer ver el jardín, aun si es imposible, sobre todo si es imposible.

M.I.M. - Mientras contestabas a mi pregunta, tu voz en mi memoria me dijo desde un poema tuyo: mi oficio es conjurar y exorcizar.*

A.P. - Entre otras cosas, escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea; para alejar al Malo (cf. Kafka). Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos.

M.I.M. - Entre las variadas metáforas con las que configuras esta herida fundamental recuerdo, por la impresión que me causó, la que en un poema temprano te hace preguntar por la bestia caída de pasmo que se arrastra por mi sangre.* Y creo, casi con certeza, que el viento es uno de los principales autores de la herida, ya que a veces se aparece en tus escritos como el gran lastimador.*

A.P. - Tengo amor por el viento aún si, precisamente, mi imaginación suele darle formas y colores feroces. Embestida por el viento, voy por el bosque, me alejo en busca del jardín.

M.I.M. - ¿En la noche?

A.P. - Poco sé de la noche pero a ella me uno. Lo dije en un poema: Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche.*

M.I.M. - En un poema de adolescencia también te unís al silencio.

A.P. - El silencio: única tentación y la más alta promesa. Pero siento que el inagotable murmullo nunca cesa de manar (Que bien sé yo do mana la fuente del lenguaje errante). Por eso me atrevo a decir que no sé si el silencio existe.

M.I.M. - En una suerte de contrapunto con tu yo que se une a la noche y aquel que se une al silencio, veo a «la extranjera»; «la silenciosa en el desierto»; «la pequeña viajera»; «mi emigrante de sí»; la que «quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria». Son estas, tus otras voces, las que hablan de tu vocación de errancia, la para mí tu verdadera vocación, dicho a tu manera.

A.P. - Pienso en una frase de Trakl: Es el hombre un extraño en la tierra. Creo que, de todos, el poeta es el más extranjero. Creo que la única morada posible para el poeta es la palabra.

M.I.M. - Hay un miedo tuyo que pone en peligro esa morada: el no saber nombrar lo que no existe.* Es entonces cuando te ocultás del lenguaje.

A.P. - Con una ambigüedad que quiero aclarar: me oculto del lenguaje dentro del lenguaje. Cuando algo - incluso la nada tiene un nombre, parece menos hostil. Sin embargo, existe en mí una sospecha de que lo esencial es indecible.

M.I.M. - ¿Es por esto que buscas figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las aluden?*

A.P. - Siento que los signos, las palabras, insinúan, hacen alusión. Este modo complejo de sentir el lenguaje me induce a creer que el lenguaje no puede expresar la realidad; que solamente podemos hablar de lo obvio. De allí mis deseos de hacer poemas terriblemente exactos a pesar de mi surrealismo innato y de trabajar con elementos de las sombras interiores. Es esto lo que ha caracterizado a mis poemas.

M.I.M. - Sin embargo, ahora ya no buscas esa exactitud.

A.P. - Es cierto; busco que el poema se escriba como quiera escribirse. Pero prefiero no hablar del ahora porque aún está poco escrito.

M.I.M. - ¡A pesar de lo mucho que escribís!

A.P. - ...

M.I.M. - El no saber nombrar* se relaciona con la preocupación por encontrar alguna frase enteramente tuya.* Tu libro Los trabajos y las noches es una respuesta significativa, ya que en él son tus voces las que hablan.

A.P. - Trabajé arduamente en esos poemas y debo decir que al configurarlos me configuré yo, y cambié. Tenía dentro de mí un ideal de poema y logré realizarlo. Sé que no me parezco a nadie (esto es una fatalidad). Ese libro me dio la felicidad de encontrar la libertad en la escritura. Fui libre, fui dueña de hacerme una forma como yo quería.

M.I.M. - Con estos miedos coexiste el de las palabras que regresan.* ¿Cuáles son?

A.P. - Es la memoria. Me sucede asistir al cortejo de las palabras que se precipitan, y me siento espectadora inerte e inerme.

M.I.M. - Vislumbro que el espejo, la otra orilla, la zona prohibida y su olvido, disponen en tu obra el miedo de ser dos,* que escapa a los límites del döppelganger para incluir a todas las que fuiste.

A.P. - Decís bien, es el miedo a todas las que en mí contienden. Hay un poema de Michaux que dice: Je suis; je parle á qui je fus et qui- je- fus me parlent. ( ... ) On n'est pas seul dans sa peau.

M.I.M. - ¿Se manifiesta en algún momento especial?

A.P. - Cuando «la hija de mi voz» me traiciona.

M.I.M. - Según un poema tuyo, tu amor más hermoso fue el amor por los espejos. ¿A quién ves en ellos?

A.P. - A la otra que soy. (En verdad, tengo cierto miedo de los espejos.) En algunas ocasiones nos reunimos. Casi siempre sucede cuando escribo.

M.I.M. - Una noche en el circo recobraste un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros.* ¿Qué es ese algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas?*

A.P. - Es el lenguaje no encontrado y que me gustaría encontrar.

M.I.M. - ¿Acaso lo encontraste en la pintura?

A.P. - Me gusta pintar porque en la pintura encuentro la oportunidad de aludir en silencio a las imágenes de las sombras interiores. Además, me atrae la falta de mitomanía del lenguaje de la pintura. Trabajar con las palabras o, más específicamente, buscar mis palabras, implica una tensión que no existe al pintar.

M.I.M. - ¿Cuál es la razón de tu preferencia por «la gitana dormida» de Rousseau?

A.P. - Es el equivalente del lenguaje de los caballos en el circo. Yo quisiera llegar a escribir algo semejante a «la gitana» del Aduanero porque hay silencio y, a la vez, alusión a cosas graves y luminosas. También me conmueve singularmente la obra de Bosch, Klee, Ernst.

M.I.M. - Por último, te pregunto si alguna vez te formulaste la pregunta que se plantea Octavio Paz en el prólogo de El arco y la lira: ¿no sería mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía con la vida?

A.P. - Respondo desde uno de mis últimos poemas: Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir*.


©Martha Isabel Moia
Barcelona 1972



* Texto extraído de "Prosa Completa", Alejandra Pizarnik, págs. 311/315, ed. Lumen, Buenos Aires, Argentina, 2003 | Selección S.R | Ilustración El Tomi.

Fuente: El Orbita









En esta noche, en este mundo
Alejandra Pizarnik


A Martha Isabel Moia



en esta noche en este mundo
las palabras del sueño de la infancia de la muerta
nunca es eso lo que uno quiere decir
la lengua natal castra
la lengua es un órgano de conocimiento
del fracaso de todo poema
castrado por su propia lengua
que es el órgano de la re-creación
del re-conocimiento
pero no el de la re-surrección
de algo a modo de negación
de mi horizonte de maldoror con su perro
y nada es promesa
entre lo decible
que equivale a mentir
(todo lo que se puede decir es mentira)
el resto es silencio
sólo que el silencio no existe

no
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia
si digo agua ¿beberé?
si digo pan ¿comeré?
en esta noche en este mundo
extraordinario silencio el de esta noche
lo que pasa con el alma es que no se ve
lo que pasa con la mente es que no se ve
lo que pasa con el espíritu es que no se ve

¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades?
ninguna palabra es visible



©Alejandra Pizarnik

De Textos de sombra y últimos poemas (1971-1972 )








Alejandra Pizarnik

Entrevista de Alberto Lagunas
1966




DOS PALABRAS PARA UN REPORTAJE


Entrevisté a Alejandra Pizarnik inmediatamente después de que ella ganara el primer premio en el concurso a la producción literaria de 1965 por Los trabajos y las noches, organizado por la Municipalidad de Buenos Aires.

Este reportaje fue publicado en 1966 en un diario de Rosario de escaso tiraje, ya desaparecido.

Tanto las preguntas como las respuestas fueron hechas por escrito, de manera que la palabra de la poeta se presenta sin ninguna alteración.



EL REPORTAJE

A.L: ¿Sabe realmente cuándo comienza a escribir un poema, en otras palabras, cree en la inspiración?

A.P.: No puedo creer en la "inspiración". Pero no se trata de una creencia sino de asistir a una evidencia.

A.L.: ¿Cómo "trabaja’ o "siente" la poesía que hace?

A.P..: Casi siempre trabajo mis poemas a larga distancia. Me importa mucho el rol de la noción de distancia en la compleja relación autor-poema. Pero distancia, en lengua argentina, suele equivaler a frialdad. Ignoro el sentido de este término y agrego que necesito más inspiración (o como quiera llamarse) para trabajar un poema que para alumbrarlo (verbo más adecuado a la segunda etapa, la del trabajo, que no conviene llamar trabajo por su connotación utilitaria). No sé qué otro término podría emplearse pero yo hablaría de intento de curación o de reparación del poema, lo cual no tiene relación alguna con el acto aplicado y escolar de corregir cuartillas con fines de perfección externa de eso que llaman forma.

A.L.: ¿Qué significan para Usted los premios?

A.P..: Una cierta suma de dinero. En cuanto a los premios honoríficos, o sea sin billetes, les quito todo derecho de autodenominarse premios.

A.L.: ¿Cómo ve el panorama literario argentino?

A.P..: No logro verlo. En cambio, vislumbro el panorama literario latinoamericano: Vale la pena frecuentarlo.

A.L.: ¿Qué nombres marcarían el siglo XX literario?

A.P..: Kafka, Bretón, Joyce.

A.L: ¿Se atrevería a definir la poesía?

A.P..: No. No me atrevería.

A.L.: ¿Habría diferencia entre "lo poético’ y "lo literario’?

A.P..: Hay inmensas diferencias. El sol es poético y no es literario. Cualquier objeto y cualquier sujeto puede ser poético sin ser literario.  Por otra parte, hay que distinguir entre lo poético y el poema, como así también entre lo literario y la literatura. O sea, lo poético y lo literario son atributos inmanentes de sujetos y objetos variados. La alquimia poética o la alquimia literaria puede hacerlos "visibles’ como diría Paul Klee, y es esta una de las razones por las que la poesía y la literatura son apasionantes.

A.L.: ¿Qué le preocupa más cuando da a conocer un libro de poesías?

A.P..: Cuando doy a conocer un libro de poesías nada me preocupa porque me alegra demasiado la perspectiva de quitarme de encima el peso de mis poemas, tan livianos cuando dejan de ser míos o inéditos y cuando algún lector privilegiado los asume y, así, me ayuda a compartir el terrible peso de la palabra solitaria, que deja de serlo gracias a esta operación maravillosa como es el encuentro entre un lector y un poema.

A.L.: ¿En qué está trabajando actualmente?

A.P..: Estoy esperando que sea octubre para ver publicado por Sudamericana mi sexto libro de poemas: Fragmentos para dominar el silencio (1). Entretanto, trabajo en poemas nuevos (creo que nuevos en todos los sentidos de esta palabra ambigua) que constituirán un séptimo libro de poemas. Aún no tiene título pero yo lo llamo “J.B.” por Jerónimo Bosch (algunos poemas se relacionan con dos cuadros de él). En fin, ignoro si se trata de un libro o de una prueba en el sentido trágico y antiguo, cuando el destino probaba a una criatura humana infligiéndole alegrías y desdichas peculiares. Pero prefiero no seguir hablando de lo que aún no es.

©Alberto Lagunas
Buenos Aires, 1966



Notas de AL:
(1) "Fragmentos para dominar el silencio” volumen que luego llevó por título Extracción de la piedra de locura (Sudamericana, 1968).

(2) "J.B." es posible que sea El infierno musical (Fondo de Cultura Económica, México, 1971-72). Ambos títulos aluden a obras del pintor flamenco.


Fuente: Nagico









Más sobre Alejandra Pizarnik: 















Exilio, poema de Alejandra Pizarnik /foto de Sara Facio


Resultado de imagen para ALEJANDRA PIZARNIK POR SARA FACIO






Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas
aunque fuere con sonrisas?

Siniestro delirio amar una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza. 

 

©Alejandra Pizarnik

Foto: Sara Facio


Esperando a Alejandra / artículo de Ana Nuño





Hay que armarse de temeridad y paciencia para valorar críticamente la obra o la vida de Alejandra Pizarnik (1936-1972). Temeridad: estamos ante una escritura obsesiva, en la que una serie de figuras y motivos recurrentes son sometidos a un intenso bombardeo, como una muestra de uranio bombardeada con neutrones lentos.

El resultado es uno de los experimentos de fisión poética más poderosos llevados a cabo en el siglo XX. Infancia idealizada y violada, inefabilidad del lenguaje, encarnación de la vida en el verbo, la sexualidad como pompa degradada del lenguaje, la muerte como acechanza y añoranza, la fantasía y sus trampas letales, la imaginación y sus promesas incumplidas.

Estas son algunas de las pepitas de material radioactivo que se desprenden del experimento Pizarnik. Perder de vista los elementos de partida o las violentas reacciones a que son llevados es exponerse a “contaminarse”, es decir, a prodigar glosas en cadena a su vez cuajadas de élans más o menos tanáticos o eróticos.

Una abrumadora mayoría de comentarios inspirados en esta obra lleva la huella de la fisión pizarnikiana. Como del cuerpo de algunos monstruos mitológicos, de este corpus crítico brotan varias cabezas, de las que dos sobresalen: la que afirma la naturaleza “maldita” de la vida y obra de la poeta, y la que proclama la radicalidad de una escritura que aspira a la casi mística transmutación de la vida en lenguaje. Todas apuntan hacia un mismo horizonte: la mitificación de Pizarnik.

Paciencia también es preciso tener para separar, en la madeja de la recepción de la obra, los hilos de la autenticidad de los alambres de la idealización. Con Pizarnik sucede –sigue sucediendo– lo que durante largo tiempo sucedió con Arthur Rimbaud, figuras ambas envueltas en la bruma metaforizante de la genialidad precoz y el suicidio real o figurado, y en las que ha encarnado el mito romántico de la eterna juventud maldita del poeta vidente.

Con la obra sucede otro tanto. Es cierto que la de Pizarnik no ha tenido (¿aún?) el honor de verse enriquecida con la edición de algún falso original, como sucedió con la de Rimbaud al publicarse La Chasse spirituelle.

Pero otras peripecias póstumas han marcado la obra de la poeta argentina y alentado una suerte de suspense cabalístico: todo ha sido publicado, pero... ¿y los Diarios? ¿Acaso no faltan los Diarios?

Pues bien, ha llegado el tan esperado y temido momento de su publicación. Esperado por quienes sufrían pensando en la irreparable mutilación para el sentido de la obra que suponía esta ausencia; temido por quienes se niegan a considerar la de Pizarnik como una obra más, forzosamente clausurada. Pero seamos optimistas: tras la publicación de los Diarios se abrirá sin duda otro compás de espera y temor, hasta que se editen los cuadernos de notas o la obra pictórica o la correspondencia completa... Al infinito.

No estará de más, para evitar los efectos de las radiaciones sobre las margaritas de la luna, poner un poco los pies en la tierra y recordar dos o tres cosas de la vida de Alejandra Pizarnik, nacida el 29 de abril de 1936 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, y hallada muerta de una sobredosis de Seconal, el 25 de septiembre de 1972, en su apartamento porteño de la calle Montevideo.

Flora Alejandra Pizarnik, fue la segunda hija de un matrimonio de judíos llegados a Argentina dos años antes del nacimiento de ella, originarios de Rovne, ciudad que fue polaca y hoy es ucraniana.

El apellido de su padre era Pozarnik, y si se transformó en Pizarnik al poner los pies en Argentina, en ello nada hay de extraordinario: los funcionarios de inmigración de este país registraban lo que buenamente entendían. Otro tanto sucedió con el nombre de la madre de Alejandra, que de llamarse Rejzla Bromiker pasó a llamarse Rosa.

Las dos familias, Pozarnik y Bromiker, con la excepción de un hermano del padre de Pizarnik, instalado en París y de una hermana de la madre también emigrada a Argentina, fueron exterminadas por los nazis.

Al llegar a Argentina, el padre y la madre de Pizarnik tenían 27 y 26 años, respectivamente, y no hablaban una palabra de castellano. Durante su infancia y la de su hermana Myriam, nacida veinte meses antes que ella, Alejandra oía a sus padres hablar yiddish en casa, y aunque algunos biógrafos afirman que ninguna de las dos hijas aprendió esta lengua, no cabe duda de que el “oído” de Alejandra se formó en buena medida al contacto con ella.

César Aira sostiene que los orígenes judíos influyeron poco o nada en Pizarnik. No pocas ni poco sustanciosas entradas del Diario (he contado hasta catorce, sólo en un periodo que va de 1955 a 1971), cargadas de ambigüedad como casi todo lo que de sí misma consignaba la poeta, deberían servir por lo menos para matizar este juicio. Sin mencionar la veta humorística y escatológica en la que no es descabellado ver la huella de una tradición oral muy característica de las formas populares de transmisión cultural del shtetl.

Con 19 años, cuando aún era Flora Alejandra, Pizarnik publicó su primer libro de poesía, La tierra más ajena (1955). Hacía un año que había iniciado estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Este libro lleva en epígrafe una cita de Rimbaud, que empieza: “¡Ah! El infinito egoísmo de la adolescencia...”. Asunto aparentemente anecdótico, en realidad fundamental: la adolescencia de Pizarnik, y no sólo cuando publica su primer libro, sino su eterna adolescencia, preservada por ella misma con sangre, sudor y lágrimas hasta el día de su muerte.

No tardó en abandonar los estudios universitarios, y durante un tiempo estudió pintura con Juan Batlle-Planas. Los dibujos y pinturas de Pizarnik son sorprendentes; algunos delatan su admiración por Paul Klee (Las aventuras perdidas, su tercer libro de poemas –de 1958–, lleva como ilustración un cuadro de Klee), su pintor favorito junto con el Bosco, en una de cuyas más conocidas obras se inspiró para La extracción de la piedra de locura.

En 1956 publicó su segundo poemario, La última inocencia, dedicado a León Ostrov, su psicoanalista y –cómo no– amor platónico durante años. En esta época Pizarnik inició una vida social y literaria muy intensa. De hecho, siempre tuvo una vida intensamente social (y sexual), con excepción del último año y medio de su vida, cuando se produce el tan esperado y temido derrumbe psíquico.

En estos primeros años de actividad literaria frecuentaba a los poetas Rubén Vela, Raúl Gustavo Aguirre y Clara Silva, y también inició su amistad con Olga Orozco, que habría de perdurar. Pizarnik, que ya era una lectora desordenada y voraz, constituye su panteón literario, dominado por Rimbaud, Trakl y Artaud, y visitado por Virginia Woolf, Katherine Mansfield y Marcel Proust.

También son años de fracasos amorosos, marcados por la desaparición de Jorge Gaitán Durán, por quien concibió una pasión que se prolongó más allá de la muerte del poeta colombiano.

La etapa creativa y vital más importante de Pizarnik coincide con su estancia en París, de 1960 a 1964. A pesar de auténticas penurias económicas y frecuentes brotes depresivos, trabajó para Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, fue miembro del comité de colaboradores extranjeros de Les Lettres Nouvelles, asistió a clases en la Sorbona y frecuentó a escritores franceses (Yves Bonnefoy, André Pieyre de Mandiargues, Henri Michaux) e hispanoamericanos, como Octavio Paz y Julio Cortázar. A éste y a Aurora Bernárdez la unió mucho más que una amistad literaria, casi una relación de proximidad familiar.

De este periodo son los extraordinarios poemas de Árbol de Diana (1962), publicado con prólogo de Paz, y el inicio de su colaboración en prestigiosas revistas literarias (Nouvelle Revue Française, Mito, Zona Franca, Papeles de Son Armadans). París fue su “patria secreta”, y en esta ciudad ingresaron en su panteón por la puerta grande Kafka, Kierkegaard, Lautréamont, Nerval, Reverdy, Cervantes. Y Dostoievsky, el escritor a quien más hondamente sintió próximo.

De vuelta a Buenos Aires publicó Los trabajos y las noches (1965), con el que obtuvo el Primer Premio Municipal y el Premio Fondo Nacional de las Artes. A contracorriente de la leyenda maldita de la poeta sumida en las ansias de la muerte y los tormentos de la soledad, la verdad es que, además de acceder a una intensa vida social, Pizarnik fue una poeta aplaudida, querida, aun idolatrada, que recibió el reconocimiento institucional al que muchos poetas argentinos de su generación aspiraban, y si bien es cierto que nunca vivió holgadamente, llegó a recibir sendas becas Guggenheim y Fulbright.

Ese año también es el de su único texto extenso en prosa, La condesa sangrienta, recogido en volumen en 1971. Extracción de la piedra de locura (1968) –con poemas escritos entre 1962 y 1966– y El infierno musical (1971) concluyen la obra publicada en vida.

En los dos últimos años exploró su vertiente más salaz, obscena y grotesca. Hasta enero de 1972, durante cinco meses estuvo internada en un psiquiátrico. Acabó viviendo plenamente de noche, bebiendo té e ingiriendo grandes dosis de psicotrópicos. Una de estas ingestas le fue fatal.

La publicación de los Diarios de Pizarnik, ¿qué agrega a la comprensión de su obra y del “personaje alejandrino”? Es difícil decirlo, ya que estamos ante una edición censurada.

El prolongado proyecto editorial que ahora llega a término ha estado en todo momento sometido a las condiciones impuestas por Myriam Pizarnik, derechohabiente de la obra de su hermana, notablemente la de que se hiciera una selección de fragmentos de contenido estrictamente literario en los que se evitaran las referencias a la vida privada de Pizarnik y de las personas mencionadas.

Ahora bien, ¿cómo segregar en un Diario lo personal y privado de lo público (o publicable) y literario? La selección de un corpus diarístico puede hacerse, claro está –un ejemplo célebre es A writer"s diary, la versión expurgada del Diario de Virginia Woolf editada por su marido en 1953–, pero a condición de explicar los criterios de selección con claridad meridiana.

El mismo Leonard Woolf incluía en su prólogo, junto con las razones para dar una primera versión censurada, una crítica razonada de este método de edición.

Transformar en criterios editoriales las prevenciones de terceras personas, impuestas bajo la amenaza de sanciones legales, es lo bastante grave. La afirmación de que los Diarios que ahora se publican no son un “relato de vida” sino un “diario literario”, aun una obra que posee el mismo valor que los poemas y prosas de Pizarnik, además de ser una racionalización de la señalada censura previa, es una tergiversación que la lectura de los textos seleccionados desmiente en más de un lugar.

Por sólo citar uno de ellos:

“Puede ser también, que, dada mi escasa facilidad de expresión oral, apele al papel para no atragantarme, para escupir el fuego de mis angustias. Por eso, quizá, amo tanto estos cuadernillos de quejas, cuyo valor es exclusivamente psicológico, pero nunca literario” (página 65).

¿Y qué necesidad hay de afirmar categóricamente que Pizarnik es “la primera escritora latinoamericana que escribe un diario concibiéndolo como parte de su proyecto de obra literaria”?

Aparte de que resultaría difícil citar ejemplos de escritores que escriban un diario divorciado de su “proyecto de obra literaria”, la afirmación no pasa de ser una petición de principio que se sostiene, únicamente, si reducimos su aplicación al género femenino. ¿O es que Julio Ramón Ribeyro no era escritor y además latinoamericano?

En otro plano, el del establecimiento del texto y el aparato de notas, la presente edición se rige por criterios de difícil comprensión. Así, se ofrecen en el texto las siglas onomásticas, pero rara vez se aclaran en nota. Esto hace que las escasas notas referenciales (Arturo Cuadrado, Olga Orozco, Cristina Campo, Alberto Manguel) parezcan meramente caprichosas. El lector se ve confrontado en no pocas entradas, sobre todo en los años 1969-1971, a una verdadera sopa de letras.

Es cuando menos una falta de consideración infligirle al lector no argentino y ajeno al microcosmos de las letras de este país tan cansino juego de adivinanzas. A. M. B. puede ser Ana María Barrenechea; E. P., Enrique Pezzoni; S. O., Silvina Ocampo; I. B., Ivonne Bordelois. Pero, como diría afrancesadamente Pizarnik, ¿ “qui sait”? ¿Quiénes son J. y E. en Buenos Aires en 1958; T., Z., F., G. en París en 1961, y en 1963, Y., Q., M. L., A. D., M. J., A. P. de M. (seguramente André Pieyre de Mandiargues, pero ¿no se merece, tanto como Manguel o Campo, una humilde nota?)?

Lo mismo puede decirse de los lugares donde vivió o los trabajos que realizó en París para mantenerse, además de las menciones en el texto a obras de Pizarnik, todos ellos sin referenciar. ¿Qué cuesta, por ejemplo, decirle al lector (página 419) que Fragmentos para dominar el silencio es uno de los poemas de Extracción de la piedra de locura? Máxime tratándose de uno de los poemas capitales del último periodo, importancia que se refleja en que Pizarnik anote el día en que “cree” haberlo finalizado.

¿Que el lector puede leer esta selección de los Diarios y leerla con deleite (y también con una permanente sensación de “déjà lu”)? Sin duda. Quien conozca la obra de Pizarnik hallará en estas páginas muchas de las obsesiones y modismos de la escritora, desde su humor gnómico hasta espléndidos elogios de la lectura, con la sombra de la muerte y la soledad y el silencio y el valiente esfuerzo de la poeta por avanzar en el dominio de sus herramientas, aun a riesgo de poner en peligro su equilibrio psíquico.

Destaco el corrosivo humor paródico que la lleva, en una mezcla de autocompasión y autocrítica, a incluir en una larga anotación de julio de 1955 el siguiente “diagnóstico”: “De pronto me admiro de todo lo que hice. De mis papeles. Algún día van a estar en el museo (de algún Instituto Psiquiátrico). A su lado habrá un cartel: Poemas de una enferma de diecinueve años. Imposibilidad de razonar. Nunca meditó. Jamás reflexionó. Ninguna vez pensó. Parece ser que es sensible. Propensión a considerarse genial. Agresiva. Acomplejada. Viciosa. No muerde”.

No, Alejandra. A pesar de que tus Diarios hayan visto la luz respetando un riguroso protocolo digno de la mejor institución psiquiátrica, los originales están hoy depositados no en un hospital, sino en la biblioteca de una liberal universidad estadounidense. Cabe esperar que alguien menos respetuoso de los tabúes familiares y nacionales que tanto contribuyeron a enfermarte logre editarlos en su integralidad y con el debido respeto al lector.
La Vanguardia
31 diciembre 2003
Fuente:  

Olga Orozco: “lo contrario de la vida no es la muerte, sino la nada” /entrevista de María Esther Gilio, 1998





La poetisa argentina Olga Orozco (1920-1999) fue dueña de un lenguaje poético sutil, imaginativo y armonioso. Ubicada en la generación argentina del cuarenta, conocida también como neorromántica, ganó el Premio de Literatura Latinoamericana Juan Rulfo en 1998. Ha publicado, entre otros, "Desde lejos", "Las muertes", "Los juegos peligrosos", "La oscuridad es otro sol", "Museo salvaje", "Mutaciones de la realidad", "La noche a la deriva", "También luz es un abismo" y "Relámpagos de lo invisible". En oportunidad de la publicación de "Eclipses y fulgores", la periodista María Esther Gilio (1928) la entrevistó para el diario "Página/12" de Buenos Aires en su edición del 27 de julio de 1998.


 
Dice Alberto Girri: "Contra el silencio y el bullicio invento la palabra". ¿Qué significa la palabra para usted? ¿Qué busca en la palabra?

No quiero oponerme al silencio: yo creo que la palabra también puede ser silencio. Inclusive puede ser dos veces silencio. Es silencio algo que se le revela, pero que es indecible. Y es silencio definitivo cuando se presenta la revelación, que tan pocos alcanzan, y que hace inútil la palabra, porque allí el silencio es una especie de bienaventuranza.

Que usted alcanzó alguna vez...

No, pensaba en los místicos. Supongo que Santa Teresa, San Juan de la Cruz deben haber llegado a un momento tal en que el silencio lo colmaba todo.

¿Quiere decir que jamás cayó en ese silencio que sigue a la revelación?

Jamás alcancé lo inefable. En cambio la dificultad sí me alcanzó y me alcanza. Muchas veces. Lo inefable lo estoy esperando... Pero quién puede saber si llegará alguna vez.

Parece en una línea muy religiosa. Esa sensación tiene uno leyéndola.

Si yo le dijera cómo definiría la poesía... Aunque las definiciones siempre dejan partes afuera.

¿Cómo la definiría?

Yo elegiría las palabras de Howard Nemeroff, el poeta norteamericano, quien dice que es "la tentativa de apremiar a Dios para que hable".

Su poesía es casi una ilustración de esta frase. Usted acucia a Dios para que hable, lo arrincona para que responda.

Sí, eso es verdad. Mi poesía creo que siempre ha tendido a ir un poco más allá y otro, y otro, en el conocimiento de las cosas. Su constante ha sido una interrogación que tenía como respuesta otra interrogación que llevaba más allá, cada vez más allá, hacía sucesivas interrogaciones.

En usted la poesía no es un nunca un canto a la vida, a la alegría o al dolor. Uno siente que esa persona, profundamente conmovida por el dolor o la belleza, se detuvo, y luego dio otro paso para preguntar "por qué". Por qué el dolor, por qué la muerte, por qué la belleza.

Sí, es una respuesta final la que uno espera. Es decir, uno busca una respuesta que las colme a todas. Hay dos frases de Mauricio Blanchot que siempre me han impresionado: "La pregunta es el deseo del pensamiento", dice. Y añade: "La respuesta es la desgracia de la pregunta". Porque evidentemente la pregunta en sí tiene miles de posibilidades, miles de solicitaciones, de palabras, de giros que están buscando encarnarse en esa respuesta. Ahora, una vez que se elija una respuesta, están eliminadas todas las otras posibilidades.

Siempre habla de otro mundo, otros mundos, tal vez paralelos a éste. Uno siente que, en algún sentido, adhiere a creencias orientales de reencarnación. Volver una y otra vez para pagar, para perfeccionarnos.

Sí, es así. Mire, yo tengo una mezcla de religiones que he ido acomodando a mi gusto y tal vez... Creo que tengo un exceso de fe... De modo que a veces, inclusive, me encuentro con que mis dudas nacen de ese exceso. De tener demasiados elementos de distintas clases de fe.

Tal vez eso añade ingredientes de misterio a su poesía. Usted misma tiene también un aire de misterio.

Sin embargo no soy más misteriosa que usted. Como decía Raimundo Lulio, todos somos misteriosos porque nadie es visible.

A la luz de esa mezcla de religiones, ¿qué son para usted la vida y la muerte?

Dos estados indisolublemente unidos que realizan recíprocamente sus misterios. No es posible, como decía Henry Miller, alcanzar a una si la otra está ausente. Para mí lo contrario de la vida no es la muerte, sino la nada.

¿Cuál es el origen de su apellido? ¿Hay árabes en sus ancestros?

Mi apellido, el que uso como poeta, Orozco, es de origen vasco. Mi padre, Guliotta, era italiano. De ahí debe venir lo que usted supone árabe.

¿Cuándo empezó su contacto con la poesía? ¿De muy niñita?

Sí, muy niñita. Yo empecé a escribir antes de saber escribir. Interrogaba e interrogaba porque no me complacían las respuestas que me daban. Era una niñita muy tímida, muy medrosa y también muy meditativa y preguntaba cosas que ponían en apuro a las gentes mayores.

¿Qué decían esas preguntas?

Y... "¿Por qué el viento trae sólo viento?", o "¿Tú me ves porque yo te veo o me verías aunque yo no te viera?". Es decir, una pregunta evidentemente berkleriana. Y entonces como no me complacían las respuestas empecé yo a interrogar a las cosas y a contestar mis dudas con ciertas imágenes.

Es decir que hacía algo totalmente insólito para su edad. Las niñas hablan del amor, el cielo, las flores y la primavera.

No, yo no. Escribía sobre las cosas que provocaban mis temores. Cosas que me llenaban de inquietudes.

¿Y qué decía su madre?

Mi madre me oía, sin duda, y anotaba. Y cuando yo cumplí quince años me dio toda una pila de papeles en que estaban esas imágenes que a ella debían parecerle extraordinarias. Pero a mí, que ya me había vuelto muy rigurosa, y muy exigente...

¿Exigente con la palabra o con el pensamiento?

Con ambas cosas. Tenía una terrible autocrítica. Leí todo aquello y me pareció tonto, pueril. Entonces hice una gran pira y lo eliminé.

Quemó todo.

Ahora me arrepiento, porque me habría gustado saber bien qué decía en aquellos años de la infancia. Cosas interesantes, creo. Aunque tal vez me equivoco y mi memoria de hoy es indulgente.

Decir: "Esto no sirve", era una manera de confirmar su identidad. Su madre sería una mujer muy culta si valorizaba esas cosas.

Sí, mamá era una mujer culta y muy inteligente que aceptaba mis preferencias. Yo en casa nunca tuve estorbos de escritura, sino más bien lo contrario. No sólo por el lado de mi madre. También por el de mi padre, que me hizo conocer los clásicos italianos. Dante, Leopardi, traduciéndolos del italiano y del latín a medida que leía. Hubo confianza en mí y apertura sin trasponer los límites, en el sentido de hacerme creer que yo era especialmente talentosa. Había una actitud natural de aceptación, de estímulo. Me hacían sentir que yo era una criatura inteligente, pero nada más allá.

Es evidente que nadie puede vivir de la poesía, ¿cuál es su trabajo?

Siempre trabajé en editoriales. Fui correctora, traductora y en algún momento también periodista. Mucha gente dice "los poetas no trabajan". O también "que trabajen los poetas, que trabajen". Los poetas somos gente que además de trabajar escribimos poemas. Poemas que, aunque sean muy buenos, no podemos convertir en dinero.

Resulta curioso, oscuro, algo que decía Keats y tal vez usted puede aclarar: "El poeta carece de identidad".

Creo que intentó expresar esa situación del poeta que va poniéndose en el lugar de los diversos "yo" de las cosas que toma. Hasta en el "yo" de lo inanimado trata uno de probarse, porque busca ver las cosas desde muy adentro. Alberto Girri decía: "El poeta va despojándose de la realidad mientras el poema progresa".

Algunos escritores frente a la pregunta "para qué escribe" han dicho: "para entender". Recuerdo concretamente a Daniel Moyano y a Clarice Lispector respondiendo así. ¿No es éste su caso?

Sí, claro. Como decía Millot: "Para desarmar la realidad". Tan dura, tan áspera, tan indócil.

Desarmarla y vencerla.

Sí, por supuesto, trasponer las fronteras tan rígidas que me impone.
Una de esas realidades es la muerte, presente en su poesía desde las primeras épocas.

Sí, la muerte y el tiempo están en mi poesía. Y también la memoria. Bueno, éstas son preocupaciones que nos alcanzan a todos, también a los que no son poetas.

Cree en la inmortalidad del alma, claro.

Sí, como creo que en algún lugar hay agua para mi sed.


 Olga Orozco y Alejandra Pizarnik



La poesía es algo tan vinculado a lo subjetivo, tan relacionado con los cambios que el individuo va sufriendo en el transcurso de su vida que yo me pregunto qué pasa cuando el poeta lee cosas que escribió hace treinta o cuarenta años.

Cuando el tiempo ha pasado -usted habla de treinta, cuarenta años-, ya se ha perdido la estructura rígida con que se hizo el poema, suelen verse otras cosas. A través de los años en las sucesivas lecturas se van viendo distintas cosas.

El poema ya no es el mismo porque usted ya no es la misma. Hay algo de lo que ya nadie habla, me refiero a la inspiración. Sin embargo, ¿cómo podría un poeta escribir sin inspiración, a horas fijas, como García Márquez o Vargas Llosa?

Claro que es imposible. Para escribir se necesita un estado especial, un estado de gracia, que algo ha provocado. Después se puede hacer un duro y arduo trabajo. Pero el primer momento es siempre especial.

Cuente de ese momento, el especial.

Tiene que producirse un impulso feliz que puede provenir tanto de una frase como de una música, de una sensación o de una sucesión de sonidos.

¿Nunca está relacionado con un hecho doloroso?

Claro que sí. Cuando hablo de encuentro feliz me refiero al encuentro con el deseo de expresar como debe ser expresada una situación o un sentimiento. Aún cuando lo que se exprese sea la mayor desdicha.

Y esa posibilidad, que nace en usted, de expresar la desdicha, ¿no la ayuda a apaciguarla?

En el momento ayuda porque es una catarsis. Pero yo he escrito muchas cosas cuando ya había ido más allá del alarido. Cuando éste había sido sobrepasado.

¿Se resiste a escribir el alarido?

Sí, al alarido ya lo dieron muy bien los griegos.

Rilke, en "Briefe an einer jungen dichter" (Cartas a un joven poeta), habla del camino hacia la poesía: "Ir bien adentro de nosotros mismos y descubrir los caminos profundos que nos incitan a escribir". ¿Qué diría si tuviera que hablar de ese camino?

Ah, eso es muy difícil, ¿cuál es ese camino? No hay explicación posible. Tendría que hacer un complejo análisis psicológico del paso a paso en el proceso creador. Tal vez sería posible decirlo poéticamente hablando de cómo va uno avanzando, escarbando, subiendo.

Juarroz habla a menudo de la verticalidad en la poesía.

Sí, eso viene de Bachelard, el cual dice que la poesía es vertical porque busca por lo alto y por lo bajo, es decir en la excavación y en la altura. La prosa en cambio es horizontal porque remite a un tiempo coordinado, a un tiempo que se va hilando. La poesía, es evidente, puede proceder, tranquilamente, fuera del tiempo, en grandes saltos respecto al tiempo. Por accesos o por exploración en los mundos más subterráneos.

¿Qué significó para usted escribir en sus comienzos y qué significa hoy?

Creo que la significación es la misma. Y la búsqueda también es la misma. Hay, sí, algún cambio en cuanto a los recursos de que dispongo ahora. Alguna habilidad que da el oficio.

Tal vez menos pelea con la palabra.

La pelea sigue, uno no deja de sentir que en lo que dice siempre hay algo que se escapa. Invariablemente estamos aproximándonos a ese centro que es nuestro objetivo, sin conseguir golpearlo.

¿Y si un día acertara en el blanco?

Es lo que decíamos al comienzo. Eso sería la revelación y nos volvería mudos.


Página/12"
Buenos Aires
27 de julio de 1998



Blog de Olga Orozco


 

Pavana para una infanta difunta



Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se degarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te adrementa el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.

©Olga Orozco