Toutefois,
dès le début, il importe de rappeler
quelques vérités
sommaires. Et justement celle-ci
que le téâtre est un art,
avant d’être
un objet de
spéculation technique (voire “technocratique”),
métaphysique,
politique ou pedagogique!
Jean Duvignaud.
Preliminar
En 2005, el doctor Asdrúbal Baptista me invitó, en nombre de
la Fundación Empresas Polar, a participar en el proyecto de una obra sobre cómo
Venezuela había sido pensada por las distintas áreas del saber y el actuar.
Desde la filosofía hasta la economía, desde la educación hasta la religión y
las religiosidades, desde la geografía hasta la botánica, desde la astronomía
hasta la biología, desde la política hasta la culinaria. El proyecto incluía,
en esta perspectiva, a todas las artes y manifestaciones culturales: música,
danza, ballet, artes plásticas, cine y, por supuesto, teatro; también
literatura, historia, sociología, psicología y disciplinas afines. Y mucho más.
Advertí que el teatro no piensa a un país; representa
respuestas simbólicas correlacionadas con sus marcos sociales, correspondiendo
a los espectadores construir el discurso teórico de los autores y las
significaciones que hacen de cada respuesta ser pertinente al respectivo país,
si es que tal relación empírica puede establecerse.
Este trabajo es una revisión y ampliación del preparado para
ese proyecto y publicado en Suma del
pensar venezolano (Fundación Empresas Polar 2011, Caracas). Agradezco al
doctor Baptista y a la Fundación Polar la invitación y la oportunidad de pensar
cómo ha sido representada Venezuela por nuestros dramaturgos.
Introducción
Para comprender el pensar de/en un texto
teatral es necesario considerar algunas premisas. El teatro no piensa a un
país, a una sociedad o a un proceso histórico; los representa a través de situaciones
y personajes imaginarios de variada naturaleza, que en tiempos y espacios
creados por el autor articulan su realidad social, naturalmente imaginaria. La
vida de los personajes es, por naturaleza, conflictiva, y solo a partir del
conflicto es posible deducir discursos sociales, políticos o filosóficos. Sus
comportamientos permiten encontrar en las obras puntos de vista sobre la
realidad, en primer lugar la de ellos; y solo a partir de ellos es posible
deducir, relativamente, la visión e ideología del autor.
Además, toda obra de teatro es histórica por definición, como
respuesta simbólica; es decir, el discurso teatral depende en sus significados
del receptor, sea espectador o lector, siempre distinto en tiempo y lugar. Por
eso, el pensamiento contenido en un discurso dramático tiene correlaciones
diversas con el momento cuando fue escrito y con la actualidad de su recepción.
Son diversos los países pensados como diversos los receptores y sus épocas.
¿Cómo nuestros dramaturgos pensaron y piensan a su país? El
simple hecho de escribir en el contexto de los marcos sociales de la sociedad
venezolana, debería ser razón suficiente para constatar que en sus obras de
alguna forma pensaron sobre lo que somos. La razón es simple, ningún producto
cultural es inocente. Sin embargo, no es tan simple, porque una obra de teatro,
como toda obra de arte, es la respuesta simbólica de un creador a las
interrogantes que le plantea su realidad vital, y son muchas las realidades que
nos acucian e inquietan. Es decir, no es imperativo que una obra de teatro
represente y piense los procesos históricos y sociales de su país en su nivel
empírico y fáctico, para ser reconocida su validez, con tal de que sea un hecho
artístico legitimado en sí por su lógica discursiva. No es, por tanto, tarea
fácil decir quién sí y quién no, entre los dramaturgos venezolanos, nos pensó,
de manera transversal en la acción y en las interrelaciones de sus personajes.
Aunque haya temas que se parezcan, en una primera instancia, a lo que suponemos
ser, no significa que estén acompañados de un pensamiento sustentable. No
existe la comparación de un tipo particular de obras de teatro que contiene y
propone un pensamiento sobre un país, a partir de la representación de un
universo social singular e imaginario, frente a otro tipo que no lo hace.
En los textos teatrales que hemos trabajado no encontrará el
lector, por lo antes dicho, tesis alguna sobre el país expuesta en forma
didáctica y deductiva. Para encontrar lo que un dramaturgo piensa sobre
Venezuela es necesario comprender, antes que nada, el significado de las
situaciones y los comportamientos de sus personajes; deducirlo de sus
correlaciones. Es necesario comprender que situaciones y personajes forman
parte de un mundo y un país imaginarios. Las correlaciones que den sentido a
las referencias y a los referentes resultan del análisis meta teatral. Por eso,
no encontraremos el pensamiento de los dramaturgos sobre Venezuela en la
estructura superficial de los textos; lo construiremos en cada caso, a partir
de la realidad imaginaria en la que viven los personajes. El pensar sobre
Venezuela que el espectador encuentra en las obras de teatro siempre es
resultado de una construcción teórica hecha por él, a partir de los conflictos
ficcionales en los textos.
La naturaleza del teatro es así desde que contribuyó a
definir la tipología cultural de nuestra historia, en Grecia allá en el s. V a.
C. La sentencia hamletiana de que la palabra acompañe a la acción y ésta a
aquélla muestra la naturaleza de un texto teatral y de su estructura
significativa, que representan sentimientos dramáticos de un país y el pensar
de esos sentimientos.
La selección de los autores estudiados no pretende ser un
canon. Sus se refieren a Venezuela de manera explícita en los diálogos o en la
forma como la intriga articula la fábula, es decir en las situaciones de
enunciación. Nuestro decálogo, salvo mejor búsqueda y selección, en primer
lugar de los opinantes y, luego, de algún investigador menos apresurado, se
aproxima bastante al canon ideal de la dramaturgia venezolana.
Cualquier lector avisado deducirá, de inmediato, que lo del
canon tiene olor y sabor a Harold Bloom, y está en lo cierto. Lo que sigue es
lo conservado de mi relación con todo lo leído y visto. Mi principio de
selectividad responde a criterios teatrales y socio teatrales. Nos dice Bloom
(1995, 40):
“Lo único que el canon occidental puede
provocar es que utilicemos adecuadamente nuestra soledad, esa soledad que, en
su forma última, no es sino la confrontación con nuestra propia mortalidad”.
Para Bloom,
“Shakespeare es el canon laico, o
incluso la escritura laica” (34). ¿Cuál es el nuestro?
Los inicios
Cuando aún no se habían escrito las primeras impresiones sobre
el país que sería Venezuela, salvo la “tierra de gracia” atribuida a Cristóbal
Colón, desde finales del s. XVI la representación teatral fue parte importante
en la vida cotidiana de los habitantes del territorio conquistado y colonizado.
Primero, como traslado de las costumbres peninsulares de los españoles
conquistadores asentados en estas tierras; después, como modelo cultural para
implantar en la población del territorio el sistema de valores, creencias y
costumbres de la Metrópolis. El teatro indujo una manera de pensar al país,
cuya idea rectora fue la monarquía española y el vasallaje. Lamentablemente, no
se conservan textos teatrales anteriores a 1804 de autores nacidos en el
territorio; pero todos los documentos y crónicas refieren un teatro dedicado a
reproducir e implantar la imagen de país que los autores del Siglo de Oro
representaron (Azparren, 1996).
Las más de trescientas obras escritas en el s. XIX, buena
parte representada con éxito, son un corpus textual fundamental para comprender
la construcción del imaginario republicano a partir de 1830, que en el nivel
ideológico cumplió un rol legitimador muy importante en el proceso de
instauración e interpretación de la sociedad de criollos de ese siglo.
Esta función social tuvo un inicio americanista marcadamente
republicano. En fecha temprana, el teatro tomó posición ante el país con ojos y
valores de independencia y libertad. Gaspar Marcano (1781-1821) fue el primero,
en 1817, al confrontar a un venezolano y a un español cuando Pablo Morillo, general
de las tropas españolas, inició su retirada después de su derrota en la batalla
que tuvo lugar el 31 de julio de 1917 en el cerro Matasiete, isla de Margarita:
El encuentro del español Pablo Cabrera
con el patriota Francisco Machuca en las alturas de Matasiete. Marcano
escribió un texto de compromiso político cuando aún no se decidía la
independencia, anuncio de la ideología dominante en el s. XIX: la Leyenda Negra
de la Colonia. El pensamiento de Marcano buscó deslastrar al venezolano, en
trance de independizarse, del pasado colonial, siendo el primero en insinuar el
comportamiento depredador del español realista:
Quiero decir asesino
que ustedes ni por asomo
respetan la cristiandad
ni tampoco al Ser divino:
que en medio de sus carreras
jamás dexan de ser fieras
que oprimen a la humanidad.
Domingo Navas Spínola (17? – 18?) estrenó en 1824 Virginia, tragedia neoclásica cuya
acción tiene lugar en la Roma pre imperial de los decenviros sobre un hecho
histórico cierto. Su pensamiento republicano lo encarnó el sacrificio de su
heroína en la defensa de los ideales republicanos de libertad, frente a la
dictadura de Apio Claudio y los decenviros. Un discurso cuyo objetivo obvio fue
apuntalar la ideología con la que se quería construir la república. En el
prólogo escrito para su presentación el 28 de octubre, Navas Spínola expuso con
claridad su pensamiento:
Vosotros, Colombianos, que aspiráis
a caminar por el sendero recto
de la sana razón y la justicia,
contemplad estos trágicos ejemplos:
ellos la obra son del despotismo
que de las leyes usurpó el imperio
(…)
No hay sociedad sin leyes; lo contrario
podrá decirlo un impostor o un necio
que llamándose patria
solicite
que todo el mundo le obedezca ciego.
¡Oh tú, Libertador, guerrero digno
de toda gratitud, todo respeto,
cuyo nombre este día celebramos;
tus sienes ceñirá laurel eterno,
si como conseguiste con la espada
el yugo quebrantar del extranjero,
obtienes que las leyes inmutables
fijen las garantías destos pueblos!
En el s. XIX, el teatro venezolano representó los valores del
proyecto nacional de la sociedad republicana en construcción por los criollos.
Fue un teatro de acuerdos y pactos con la ideología de las elites criollas. El
teatro romántico representó, predominantemente, un discurso evasivo sobre el
tipo de sociedad que el criollo quería imaginar y ver para legitimarse, en el
que la familia y las relaciones paterno-filiales fueron el universo totalizador
de la vida, sin interrogantes que afectaran las relaciones sociales ni el poder
político. En el fragor de las guerras y escaramuzas de los caudillos
decimonónicos, el teatro venezolano debió esperar el impacto del positivismo en
la mentalidad de las elites políticas e intelectuales para explorar, con una
mirada realista, la sociedad del último tercio del siglo y sus posibilidades de
cambiar, es decir de progresar. Refiriéndose a la primera generación de
positivistas, afirma Ángel J. Cappelletti (1992):
Son
todos liberales, en cuanto partidarios de las libertad de pensamiento y culto,
del constitucionalismo, de las formas republicanas y parlamentarias, etc., pero
la mayoría de ellos no cuestiona la centralización dictatorial [de Guzmán
Blanco] del poder político ni demuestra preocupaciones propiamente democráticas.
Los dramaturgos que se les emparentan, después de 1875, son
iguales. El positivismo prohijó una nueva conciencia histórica en los
dramaturgos, en quienes surgió una nueva manera de representar la realidad,
basada en la experiencia, como sucedía con los modernistas, en particular los novelistas.
El teatro representó a la sociedad venezolana con sus circunstancias y
problemas actuales; es decir, dejó de representarla y pensarla en forma
trascendental y eterna, abstracta, con los valores del patriotismo y del
romanticismo evasivo, que postulaba un orden social centrado en el honor y la
moral familiar para representarla y pensarla en términos pragmáticos y
contingentes, es decir críticos. Los personajes comenzaron a pensar distinto
sobre sus circunstancias.
La visión laica de la sociedad y la idea de progreso dieron
forma a un pensamiento que rompió con la tradición teatral romántica, a lo que
se sumaron la lejanía con la generación libertadora y la aparición de un nuevo
ciudadano, pragmático y condicionado por la vida cotidiana. Fue una nueva
mentalidad, liberal que en el teatro posibilitó la aparición de nuevos temas
sobre un país, que buscaba amoldarse con el espíritu burgués mundial.
Si, Antonio Guzmán Blanco (1829-1899), el autócrata
civilizador, escandalizó a buena parte de la sociedad venezolana con sus
disputas con la iglesia católica y la construcción del templo masón, algunos
representantes del nuevo pensamiento liberal encontraron en el teatro maneras
pioneras para discutir, desde el escenario, las implicaciones de las relaciones
sociales de la nueva sociedad que Venezuela quería ser. Aníbal Dominici
(1834-1894), primer ministro de instrucción pública, propuso por primera vez,
en La honra de la mujer (1880) y en El lazo indisoluble (1880), una
re-visión de los valores de la familia. La protagonista de la primera, Dolores,
víctima de la conducta licenciosa y delictiva de su marido, le propone el
suicidio como alternativa ante la inminencia de ser llevado preso. En la
segunda, el divorcio es la alternativa para resolver una situación familiar
insostenible, dos décadas antes de que fuese instituido en las leyes
venezolanas. José Güell y Mercader, el crítico de La opinión nacional, alcanzó a decir que Dolores, la protagonista
de La honra de la mujer, era un
“ejemplo de que son indispensables reformas sociales”. Es la primera noticia
del impacto crítico de una obra de teatro venezolana en la opinión pública.
En el último tercio del s. XIX, otros dramaturgos pusieron en
entredicho la visión tradicional del país, al proponer nuevas relaciones sociales
basadas en una visión liberal y laica de las relaciones humanas. Los valores
positivos, es decir no naturales e inmutables, presentes en el movimiento
modernista fueron el campo intelectual que promovió una nueva manera de
escribir teatro. El venezolano comenzó a ser representado y pensado con los
dilemas de un ciudadano enfrentado a una dinámica social y política que se
debatía entre tradición y modernidad. Es el marco social en el que Nicanor
Bolet Peraza (1838-1906), antiguzmancista militante, escribe A falta de pan buenas son tortas (1873),
paradigma del teatro costumbrista venezolano. Personajes populares y
pretendidamente burgueses representan el pragmatismo y el oportunismo de la
nueva clase política con sus ambiciones de poder y disfrute económico.
En el s. XIX el teatro venezolano ayudó a construir un
pensamiento colectivo que consolidó el proyecto de país republicano criollo.
Venezuela fue pensada como una república con un nacimiento heroico y proyectada
hacia un futuro de progreso, sin cuestionar la situación ni el poder político.
Antes que representar los conflictos de poder que surgieron en el proceso de
implantación de la nueva sociedad moderna, el teatro representó una visión
correspondiente con una ideología que aspiraba implantar un imaginario social
ajeno a la política.
El individuo moderno
La visión moderna de país de los
dramaturgos venezolanos surgió inserta en la modernización de las mentalidades,
con el positivismo y la crisis de las creencias tradicionales que conllevó. Esa
visión fue representada por situaciones y personajes guiados por la
reivindicación de la iniciativa y la libertad individuales para formar su
propio futuro, con lo que el teatro respondió a la consolidación de un concepto
moderno de nación que hiciera viable el progreso. Este personaje representó el
drama de querer liberarse de las tradiciones encarnadas por la familia, su
dimensión privada, y las coacciones sociales y del poder que imponían controles
a la libertad social, su dimensión pública.
A partir del último tercio del s. XIX, el teatro comenzó a
representar y pensar al país desde la perspectiva del individuo capaz de
iniciativas renovadoras para enfrentar los conflictos de su situación personal
y legitimar su decisión de construir un nuevo sistema de valores; es decir,
apareció un personaje consciente de sus capacidades de autorrealización, no
necesariamente las de su grupo social.
Por primera vez, comenzó a adquirir forma una nueva
subjetividad crítica que desagregó al personaje de los valores tradicionales
por considerar su situación personal y sus relaciones con el país desde la
autonomía del individuo. Comenzaba a tener forma el teatro nacional moderno
realista y naturalista, emparentado con la tesis de Zola por Eugenio Méndez y
Mendoza (1895). El país dejó de ser representado como el mural heroico de la
generación de los libertadores, o idealizado en los personajes exóticos del romanticismo
evasivo; ahora eran las situaciones y personajes de la naciente burguesía
criolla, que quería insertarse en la economía y en la sociedad mundial y
consolidar su condición occidental. Era necesaria, entonces, una representación
distinta a la tradicional para saber con qué se disponía, fuese la identidad
histórica o la búsqueda del progreso. El cambio comenzó con una visión crítica
de la historia colonial, para liberar al venezolano de sus ancestros y
reinstalarlo en una identidad distinta.
Ambrosio Alfinger, de Adolfo Briceño
Picón (1846-1929), Marcelo Campos, Guillermo Orosía y Pericles, de Salustio González
Rincones (1886-1933), Rómulo Gallegos (1884-1969) y Julio Planchart
(1885-1948), son los primeros personajes que representan al país desde la
individualidad de la subjetividad, colocados en situaciones en las que buscan
asentarse a partir de una escala de valores propia. Son los protagonistas de Ambrosio de Alfinger, o los alemanes en la
conquista de Venezuela, publicada en 1903 estrenada el 15 de diciembre 1972,
El motor (1910), Las sombras (1910) y La
república de Caín (1913-1915).
Estos
personajes piensan y valoran sus situaciones sociales e individuales desde sus
motivaciones e intereses, cual sujetos sociales con sus valores morales y
sociales y su voluntad de autodeterminación. Actúan y piensan con conciencia de
su situación histórica; opinan críticamente sobre el pasado, el presente y el
futuro social e individual en los que están comprometidos; y tienen conciencia
de estar afectados en sus subjetividades por sus marcos sociales, porque saben
que pueden y tienen el derecho de actuar en él para apropiárselo y modificarlo.
Ellos viven el drama de no poder resolver en forma positiva sus relaciones con
la sociedad porque, en el fondo, el país en el que piensan y al que aspiran es
más un deber ser que un ser.
Adolfo Briceño Picón:
una imagen histórica para pensar el país
En el Prólogo de su Teatro
Andino (1903), el autor describe su obra Ambrosio de Alfinger (Los alemanes en la conquista de Venezuela) en
los siguientes términos:
Una crítica de los alemanes, de esa fatal compañía de los Balzares, a
quienes entregó Carlos V esta tierra para su conquista y población, que tan
duramente trataron a los indígenas, y que la historia trata también justamente
con tanta dureza; así como lo hago yo en el drama, pues sigo rigurosamente la
historia.
Con independencia de la fidelidad
histórica invocada por el autor, que no es tal, la obra responde a un plan
general que incluye la anterior, la más importante y conocida (El tirano Aguirre, 1872). Consecuente
con el pensamiento histórico de la época, Briceño Picón discute y denuncia la
presencia de los primeros colonizadores que llegaron a Venezuela a comienzos
del siglo XVI, por considerar depredadora su acción contra el universo social
no contaminado de los aborígenes y contra una naturaleza generosa y frondosa.
La premisa axiomática que da forma a su discurso teatral es
una concepción a priori de la historia del país, consolidada de tal forma que
determina el curso de la acción, el diseño de las situaciones y la tipología de
los personajes. La obra tiene el propósito de demostrar una idea.
Para Ambrosio Alfinger, primer enviado de la empresa alemana
de los Welser, el territorio es una mercancía de la que espera obtener altos
beneficios, es un rédito. El país pensado y considerado como mercancía es una
visión que, desde diferentes perspectivas ideológicas, aparecerá en el teatro
venezolano a lo largo del siglo XX. En este caso, el propósito es criticar al
conquistador y reivindicar al país autóctono.
Alfinger encarna las perversiones de la Conquista que
legitiman la ideología de la Leyenda Negra, que en el s. XIX fue determinante
para el proyecto de nación de los criollos. El objetivo del personaje es
obtener un balance económico favorable para sí y para la empresa que
representa, sin matices de cualquier índole. Briceño Picón coloca a Alfinger en
contienda con su esposa e hija, ambas españolas; y con ellas propone una
solución de compromiso y moraliza al espectador mientras opone, en términos
absolutos, al buen salvaje aborigen; es decir, contrasta a Alfinger con la moral
cristiana y las bondades de la naturaleza y la humanidad americanas aborígenes.
Según Briceño Picón, Venezuela fue víctima de un despojo y con ingenuidad
ideológica cierra la obra, cuya acción tiene lugar en la primera mitad del
siglo XVI, con una premonición de la gesta libertadora de Simón Bolívar para
dejar sentada la justicia histórica de la historia oficial, construida
alrededor de los héroes de la guerra de independencia. Es la tesis propuesta y
demostrada:
ALFINGER: ¡Cuan afortunado he sido en mis conquistas, a pesar de
los rudos trabajos por los que he pasado!... ¡Oh, cómo seré cubierto de honores
y de títulos, cuando vuelva a España y me presente, lleno de riquezas, a la
Corte del gran Emperador Carlos V! ¡Qué dicha, yo, un pobre comerciante alemán,
seré condecorado con el premio de aquellos que han dado más tierras a la corona
de Castilla! ¡Oh, mi ambición quedará satisfecha!... ¡Ah!… (Al sentirse herido por una flecha) ¿Qué
es esto?... ¡Malditos!... ¡Me han herido!... (Se arranca la flecha y pone la mano en la herida de que brota sangre)
¡A mí, Esteban!... (Aparecen por la
izquierda los indios de entre los árboles, y a su cabeza Tamalameque y Guarantín).
TAMALAMEQUE: ¡Asesino de nuestra raza!... ¡Ladrón de nuestros
tesoros!... ¡Has caído en mi poder!... ¡A él, Tamalameques!... (Los indios se precipitan sobre Alfinger con sus macanas; éste saca la espada y se
defiende matando algunos indios, y con la otra mano comprime la herida. El
cacique le acomete y le clave un puñal en el pecho: Alfinger tambalea y cae sobre una rodilla, arrojando
sangre por las heridas).
ALFINGER (Levantándose y
combatiendo todavía): ¡Perros miserables!... ¡Les venderé cara mi vida!...
TAMALAMEQUE: ¡Acabemos con el bandido!
ALFINGER: ¡Muere, bruto!... (Atacando
al cacique, pero la espada se rompe).
TAMALAMEQUE: ¡Muere, monstruo!... (Clava otra vez el puñal en el pecho de Alfinger, que caer en tierra).
GRITOS DE INDIOS: ¡Muere, miserable Ambrosio!...
TAMALAMEQUE (Con el puñal
ensangrentado en la mano): ¡Ahí tenéis el castigo de aquellos que obran con
injusticia y crueldad!... ¡El juicio de Dios se ha cumplido, y el de los
hombres también!... Sirva esto de escarmiento a esos conquistadores que creen
que deben tratar a los habitantes y únicos dueños de estas Indias como a fieras...
Carlos V, poderoso señor del mundo, lograréis al fin conquistarnos, satisfaréis
vuestra grande ambición, pero no os vanagloriaréis de habernos encadenado al
león de Iberia, porque España no poseerá por mucho tiempo esta joya, la más
preciosa de su Corona!... ¡Vendrá un día en que se levante un hombre que
reconquistará nuestros derechos; os arrebatará lo que con crueldad habéis
usurpado, y dará a los habitantes de este vasto continente Patria y
Libertad!... ¡He visto en mis sueños a este ser privilegiado, rodeado de una
aureola de fulgente luz y blandiendo la espada flamígera de la guerra. Su
nombre lo he visto también en caracteres de fuego que dicen: ¡Simón Bolívar!... ¡Viva el Libertador de
todo el mundo!...
INDIOS: ¡Viva!…
La idea rectora y el pensamiento central son demostrar la
iniquidad del deseo de riqueza del conquistador, con sus ambiciones imperiales
para ser fiel con la Metrópolis de la que es emisario. Este perfil es
contrapuesto con la familia del conquistador y los aborígenes, polarizando valores
como bondad y maldad y libertad y coloniaje para reivindicar al aborigen bueno
y generoso pero valiente.
La perspectiva histórica de país de Briceño Picón se
corresponde con la de una nación liberal respecto al pasado colonial y
conservadora de los valores familiares inculcados en ese período. Por eso,
resalta la figura de algunos personajes españoles para ampliar la discusión
sobre la agresión del conquistador, en la medida en que son presentados como
contrafiguras y/o conquistadores buenos.
El intertexto ideológico del autor no desmerece su calidad de
dramaturgo. En efecto, con Lope de Aguirre y Ambrosio de Alfinger Briceño Picón
aportó los personajes mejor construidos de la dramaturgia venezolana del siglo
XIX, enmarcados en una visión oficial de la historia nacional propia del
tránsito hacia nuestra primera modernidad teatral, en la que se expresaron las
primeras interrogantes sobre los valores y la visión tradicional del país ante
los retos de su modernización.
Con ira con el pasado
Salustio González Rincones (1886-1933),
Rómulo Gallegos (1884-1969) y Julio Planchart (1885-1948), quienes en enero de
1909 crearon la revista La Alborada,
son considerados por Maurice Belrose (1999) sociólogos y políticos que se
oponen, en la revista, a la violencia, la corrupción y la dictadura. Es una
apreciación acertada para aproximarnos al pensamiento de estos jóvenes
escritores, a quienes consideramos, con toda propiedad, nuestros primeros
dramaturgos modernos. En sus obras representaron al país en términos críticos,
y sus personajes viven en situaciones conflictivas consecuencia de sus
enfrentamientos con creencias tradicionales, representadas en las relaciones
familiares, en especial la figura de la madre, con el poder político y con el
sistema de relaciones sociales en el que viven.
Marcelo Campos (Las
sombras, de González Rincones), Guillermo Orosía (El motor, de Gallegos) y Pericles (La república de Caín, de Planchart) están comprometidos en empresas
personales, necesarias para ellos, cuyas implicaciones ponen en crisis sus
relaciones con los marcos sociales familiares, sociales y políticos, y los
llevan a una toma de conciencia sobre sus crisis individuales y sociales. Esta
oposición representa dos visiones del país y de su sistema de valores,
creencias y costumbres; una arraigada en el pasado, otra comprometida con el
cambio social, es decir con el progreso.
Por primera vez, estamos ante un país escindido y pensado en
términos irreconciliables, en el que el individuo vive la crisis de la confrontación
de su fuero interno, su Yo, con el orden social.
La relación crítica de los tres personajes con la situación y
el destino de La Patria resume, de manera general, la experiencia dramática de
una individualidad desarraigada pero comprometida con su entorno. González
Rincones, Gallegos y Planchart pensaron en un país posible, distinto al
heredado. Sus obras constituyen la superación definitiva del romanticismo
evasivo del s. XIX, concentrado en juegos pasionales y de honor con los que
imaginó un mundo deseado e ideal ajeno al real. La patria de estos jóvenes
autores es metáfora, trascendente e intemporal, del primer sentimiento
dramático de país de la modernidad teatral venezolana, vinculado a las ideas de
libertad individual y social y de progreso.
Salustio González Rincones:
el conflicto del científico con el poder
González Rincones es el primer dramaturgo que pone en escena
este conflicto. Progreso y tradición son fuerzas antagónicas que se oponen y
restringen la vida individual y social en el contexto político de un poder
autoritario. Por eso, la idea rectora de Las
sombras es la inseguridad que significa convivir con creencias y costumbres
tradicionales, mientras ante sí está el progreso de los nuevos tiempos, en los
que la ciencia enfrenta los intereses del poder político. Son fuerzas que
coartan la libertad intelectual y bloquean iniciativas en pro del desarrollo
nacional. Marcelo Campos representa el desasosiego de un país que a comienzos
del siglo XX vio frustradas sus esperanzas en su intento por construir el
futuro.
La obra representa el ideario del intelectual de formación
positivista, desesperado por no poder llevar adelante una acción
transformadora, con base en la ciencia, en la Venezuela de comienzos del siglo
XX. González Rincones está enmarcado en el pensamiento de La Alborada, que había circulado escasos tres meses a comienzos de
1909.
A partir de su idea rectora, la situación básica de
enunciación es la exclusión y ruptura del protagonista ante las restricciones
que el poder impone a la ciencia y al progreso, en un país reprimido por las
tradiciones. Marcelo Campos, joven mulato estudiante de medicina y científico,
tiene sentido del progreso social y de su responsabilidad personal con su
profesión. González Rincones lo ubica en los marcos sociales de su madre muerta
y de un poder vertical e inapelable, situación conflictiva en la que Campos
valora qué debe hacer y el poder que se impone y castra su iniciativa. El
desarrollo de la investigación científica –en su caso la medicina- es el instrumento
de desarrollo frustrado por los intereses del poder, que bloquea el proyecto de
Campos llevándolo al suicidio.
Las sombras, estrenada el 9 de octubre de 1909,
está inspirada en la vida y muerte de Rafael Rangel, científico dedicado al
estudio de las enfermedades tropicales, quien se suicidó en su laboratorio el
20 de agosto de 1909 a los 32 años.
La familia, las creencias tradicionales y el poder son los
marcos sociales que dan forma a la situación en la que está el personaje.
Campos no puede librarse del recuerdo de su madre muerta cuando ve en
perspectiva su futuro, a lo que suma su profesión de científico ensombrecida
por las coacciones del poder que atentan contra sus hallazgos medicinales.
Campos simboliza una voluntad de cambio que, por las imposiciones del poder, se
hunde en un pensamiento casi trágico sin salidas, salvo el suicidio.
La toma de conciencia de esa situación hace germinar poco a
poco en él la creencia de que La Patria está condenada al infortunio, aun
cuando tiene en su juventud todas las posibilidades de salir adelante. Las
referencias al Presidente enfatizan de manera creciente la instancia del poder
que bloquea e impide la aplicación de una vacuna contra la peste, por intereses
circunstanciales y frívolos: el presidente dará una fiesta en el palacio
presidencial. Además, el ancla de la madre muerta le impide irse a otra parte.
El país de Las sombras se debate entre tradición y modernidad, entre el
progreso de la ciencia y las coacciones del poder, entre el espíritu
emprendedor de la juventud científica y universitaria y el pensamiento
esclerosado e institucionalizado a la sombra del poder. El país de González
Rincones padece graves contradicciones, imposibilitado de transformarse por
coacciones políticas mezquinas. Esta circunstancia fortalece en el protagonista
su individualismo a ultranza, incapaz de superar su marginalidad impuesta.
Cuando el poder afecta su carrera científica, el pesimismo lo domina y opta por
el suicidio:
M. CAMPOS: Pero bien, ¿dará el gobierno auxilios o no? A usted, doctor
Jáuregui, a usted, doctor Torres, miembros de la Sanidad, les hago la pregunta.
E. TORRES: No hay dinero. El general lo ha dicho ya.
R. JÁUREGUI: Sí, Campos, no hay dinero.
M. CAMPOS: General, ¿habrá o no auxilios?
GENERAL VALERA: No los garantizo… Pero bien, quizás después del
seis… se empezará a ocupar de eso el gobierno.
M. CAMPOS (Que no ha
comprendido.): ¿Después del seis? ¡Faltan veintiséis días! ¡Es imposible!
GENERAL VALERA: Se espera un poco. Todos tendremos paciencia.
M. CAMPOS: ¡Pero la peste no… no espera… ella mata!
GENERAL VALERA: Tanto peor a quien le dé. La vida, amigo Campos,
es una pelea, hay que tener paciencia para tomar un punto. Hay que aguantar los
balazos quietos, porque así es preciso, los que mueren mientras tanto… ¡que
mueran! ¡Con tal de que los otros logren la cosa, qué importa! ¡Bonito que este
gobierno fuera a ponerse o a volverse loco con una fiebre! ¡Ya se ocuparán de
ella… y se ocupan, amigo Campos, tenga calma!
M. CAMPOS: Hace un año que la tengo… Cuando apareció la peste en
ese otro país… el gobierno ofreció ocuparse de ella… hace un año… y ya está
aquí... y quiere esperar más todavía.
GENERAL VALERA: Ya que usted me obliga le diré la razón íntima:
No serían tantos los derechos de aduana, ni cuarentenas, ni revolucionarios…
Eso lo sufre el pueblo y no el gobierno… Es una razón íntima.
M. CAMPOS: ¿Cuál?
R. JÁUREGUI: ¿Cuál?
GENERAL VALERA.- El gran baile que se dará ese día.
M. CAMPOS: ¿Un baile?
E. TORRES (Conciliador.):
¡La razón es color de rosa, Campos!
GENERAL VALERA: Sí, es un obsequio del gobierno… ¡Imagínese,
Campos, como sería eso de triste si hubiera una epidemia! ¡Nadie iría!
M. CAMPOS (Que se ha ido
encolerizando): ¡Ah!... ¡Basta!... ¡Que tenga fin la farsa! (Colérico ya.) ¡Esto es el colmo! ¡Se
está pobre… muy pobre y… hay baile… y se derrocha oro sobre la enorme miseria
del pueblo… y no se remedia tanta pobreza!
R. JÁUREGUI: Campos, ese oro que usted dice, ¿no aprovecha al
pueblo?
M. CAMPOS: ¡Sí!... Como si llegara a él… un vago ruido de monedas
vibre en orejas extenuadas de hambre. ¡Pobre Patria, caída en manos de tantos
codiciosos!
R. JÁUREGUI: ¡Campos!
M. CAMPOS: ¡Silencio… silencio! ¡Hasta cuándo calláis vosotros,
“doctores”… hasta cuándo doblan el cuello ante esa infamia! “Doctores”: nombres
acomodaticios… ¡Ah, es que ustedes no tienen energías! ¡Es que la universidad
misma que tanto los enorgullece se las mató todas!... ¡Ella les doró la vida
con el oropel de un grado… y el carácter murió, murió aplastado con el peso de
la burla! ¡Doctores…, (Con desprecio)
doctores!
Marcelo Campos es el primer personaje
del teatro venezolano víctima de un sentimiento dramático de país y, como tal,
expresa una crisis y un desarraigo que se concretan en el deseo de “irse de”
antes que “ir a”. A medida que sus propósitos se estrellan con la realidad su
visión de país se ensombrece, el pesimismo se impone y surge la primera opción
de irse de ahí sin certidumbre de hacia dónde.
El país de Las sombras
es un marco social traumático para el intelectual y el científico que saben cuáles
son las opciones reales para salir del atraso. Es un país ensombrecido por los
intereses del poder y sus representantes. La honestidad intelectual se estrella
ante dos polos que la presionan y coaccionan: la tradición conservadora y el
poder despótico. De ahí la pérdida creciente de la esperanza y el pensamiento
crítico y desilusionado sobre el futuro nacional.
Salustio González Rincones, al igual que
Rangel, no concluyó sus estudios universitarios, optando por irse a Europa de
donde regreso muerto en 1933 en la travesía de un barco.
Rómulo Gallegos:
el vuelo frustrado hacia el futuro
En una carta del 4 de noviembre de 1911,
en la que señala que decidió renunciar,
sin aclarar a qué (¿suponemos bien una renuncia existencial?), Gallegos le dice
a González Rincones:
así me tienes pensando en meterme a maestro
de escuela, o a lo que se me presente pero no se me presenta nada. (González
Rincones, 1998: 368 ss.)
Un año antes, Gallegos había representado en El motor (1910) a Guillermo Orosía,
joven maestro y poeta bastante descreído, quien pretende ser diferente a sus
coterráneos y vivir más allá de sus precariedades. El joven dramaturgo de 26
años escribió una obra en la que contrastó los ideales humanistas y la creencia
en el progreso técnico del protagonista con la realidad de un pueblo –El
Pejugal- atrasado y aislado del mundo moderno, enclaustrado en creencias
sociales y espirituales e impedido de acceder al progreso, víctima de un poder
autoritario y absoluto. Gallegos representó, en la precariedad de un pueblo
anónimo, al país que lo agobiaba y en el que pensó obstinadamente toda su vida.
Su manera de pensar, crítica y agria con su familia y su
entorno, aísla e individualiza a Guillermo, aún más que su proyecto de
construir una máquina de volar, un aparato volador en la Venezuela de 1910
cuando comenzaba el régimen gomecista. Su comprensión de la realidad vivida día
a día es la cara de una moneda; la otra, la incomprensión de la que es víctima.
Poeta y educador, compromete su existencia en una empresa personal e
individual, utópica por lo ambiciosa y por el contexto donde quiere realizarla,
El Pejugal. La incomprensión de su marco social se correlaciona directamente
con su anhelo de progresar más allá de las capacidades de un pueblo
polvoriento, ignorante del mundo exterior en el que los logros de la técnica
son una realidad, no una aspiración irrealizable.
Gallegos escribió el drama del escepticismo, condimentado con
elementos de una gran modernidad para la época, como son los nacientes
aeroplano y cine que hace converger en ese pueblo lleno de rastrojos, para
mostrar las contradicciones que frustran los intentos de modernización social,
intelectual y científica en una sociedad precaria. El progreso deseado por
Guillermo y expresado en su empeño de construir su máquina de volar, es una
imposibilidad anidada en su conciencia, que hace de él un personaje patético y,
en algunos momentos, risible, por querer ir contra el ritmo y las expectativas
de los habitantes de El Pejugal. Estas contradicciones hacen que Guillermo
considere a su país, hecho metáfora en su pueblo, casi un erial.
Gallegos representa un cruce de épocas en las que la
tradición y la ignorancia anclan propósitos y esperanzas y el poder bloquea las
expectativas de progreso. La sombra del poder, el pragmatismo social y político
de quienes lo usufructúan y la indeclinable postura de Guillermo de superar su
realidad, lo llevan a tener una visión crítica de su entorno pero pesimista por
realista. La realidad aplastante de un ambiente social primario y aislado del
mundo, en el que la inteligencia, la cultura y la técnica se estrellan como
palancas del progreso, es la representación de la crisis del pensamiento
moderno, incapaz de influir en la sociedad venezolana a comienzos del siglo XX.
La quimérica pretensión de construir (¿inventar?) un aparato
para volar sirve para representar la situación conflictiva del deseo del
protagonista de trascender su status actual frente a la medianía del marco
social en el que vive, con el agravante de que fracasa en su intento
precisamente ante el Presidente de visita en su pueblo. Guillermo asume la
imposibilidad de trascender su contexto social, y en la crucial conversación
con Aldana, su amigo, quien se fue a Caracas y regresó en la comitiva
presidencial, dice que es innecesario hacer literatura para describir un país
que no es tal:
ALDANA: Para que veas: yo me encuentro bien en mi pueblo nativo.
Después de una ausencia de diez años, he caído en sus brazos, como un hijo en
los de una madre cariñosa.
GUILLERMO: No me vengas con sentimentalismos cursis. Qué brazos,
ni qué madre cariñosa.
ALDANA: Hombre, tú no lo sentirás así.
GUILLERMO: Ni lo siente nadie. Ganas de hacer frases.
ALDANA: Cómo se conoce que no sabes tú lo que es la nostalgia del
terruño…
GUILLERMO: Mira, si sigues por ese camino ya vas a hablarme del duro pan del ostracismo. ¿La nostalgia?
Para mí no ha sido nunca sino una palabra, bonita cuando más.
ALDANA: Para mí ha sido un sentimiento profundo, no me avergüenza
decirlo, antes que nada soy ingenuo. Yo siempre que vaya a hacer un viaje en lo
primero que pensaré será en el retorno y pensaré en él con alegría.
GUILLERMO: Pues si empiezas por el regreso no adelantarás gran
cosa. Yo nunca pienso en regresar.
ALDANA: Será una debilidad, chico, pero yo rindo culto a los
dioses lares y mi Patria siempre será para mí mi afecto más grande porque es la
suma y el símbolo de todos mis afectos. No sólo la Patria sino aun el rincón de
ella donde rodó mi cuna. En Caracas misma, que no es tierra extraña, añoraba yo el pueblecito
silencioso y como en sueños veía sus campanario blanco, su calle larga.
GUILLERMO: Sí, sí, conozco el paisaje. Considera: veinticinco
años viéndolo, ¡si lo conoceré! Y tanto que voy a cogerle gazapos a tu
imaginación: lo que veías en sueños no era el pueblo sino el cromito: no hay
tal campanario ni tal calle; aquí siempre las campanas de la iglesia han estado
a la intemperie de la plaza, colgadas de unos palos y la calle no es sino una
carretera.
ALDANA: Pero no lo tomes al pie de la letra, es un símbolo.
GUILLERMO: Para que no hagas literatura de mal gusto. Ya eso de
los campanarios no suena y hay que buscarle un símbolo nuevo y verdadero a la
Patria, grande o chica, un símbolo que diga algo, que exprese lo que es en
realidad la Patria para uno. Yo cuando esté lejos, si es que alguna vez llego a
estarlo, no veré de ella sino cuatro cerros áridos en torno a un pueblo
miserable de donde sube sin cesar la polvareda que levantan los arreos. Y esto
no enternece al más mingón.
Pensar y describir al país en su realidad. Aún más que
González Rincones, Gallegos reconoce con acidez sus precariedades y la
imposibilidad de emprender grandes proyectos. Guillermo, incluso, llega a
pensar en el suicidio.
Gallegos avanza respecto a González Rincones, porque el país
de su personaje tiene un sistema de relaciones sociales más amplio, como queda
representado en la diversidad tipológica de los personajes que da forma a un
universo social más realista. Guillermo padece esas relaciones en carne propia,
y Gallegos construye el panorama social de un país anclado en su modo
tradicional de vida, en el que el poder es una instancia hegemónica pero
indiferente.
Cuando aún no se había iniciado como el
narrador que fue, Gallegos representó y pensó el drama de un país incapaz de
resolver el problema de vivir en el pasado y arriesgarse a la modernidad. Es
una visión profundamente crítica sobre las consecuencias de vivir anclados en
las tradiciones, actitud que conduce irremediablemente al enfrentamiento entre
civilización y barbarie.
Julio Planchart:
escribir con dolor de
patria
Julio Planchart es un caso único en la
dramaturgia venezolana, porque La
república de Caín (1913-1915, pero
publicada en 1936) propone un discurso teatral imprevisto y novedoso sobre el
país y renovador respecto al realismo social y psicológico de la época, por el
lenguaje empleado y por su visión crítica. Esta obra es una saga y una parábola
sobre el desempeño de un régimen despótico y tiránico en un país imaginario, las Islas
Mermadas. La situación básica de enunciación, la vida de un país bajo la
dictadura de Caín, y la tipología de los personajes rompen cualquier visión
conciliadora con la Venezuela de la época, porque el pensamiento subyacente y
el sistema de referentes denotan un compromiso social y político radical ante
las dictaduras de Cipriano Castro (1899-1908) y Juan Vicente Gómez (1909-1935).
Planchart pensó una patria –“madre de buitres” la tildó-
expoliada en forma descarada por dos políticos pillos y representó la parábola
de lo que para él significaba, consciente de las nulas posibilidades históricas
para superar esa situación. Todos los ámbitos de la vida nacional son revisados
en su parábola de las Islas Mermadas, víctima del poder de Caín y su cómplice
Esaú, desde el comercio exterior hasta la moral individual. Pero Planchart no
se limita a la descripción social. Extemporáneo en su relación con lo que
acontecía en el teatro de la época, emplea un estilo épico en su discurso
(diálogos narrativos, ausencia de conflictos psicológicos individuales,
personajes definidos por roles sociales, comentarios sobre la acción, etc.)
para contrastar los comportamientos sociales de los ciudadanos de ese país, que
sin la menor duda conocía bien. Por eso, el espectador encuentra en Pericles la
voz del autor, aunque transversa la de los otros personajes.
Pericles, por no perder tiempo, se ha subido
a los escaños y comienza a hablar. En el mismo momento, de entre la multitud,
emergen las cabezas de Caín y Esaú.
PERICLES.- He tenido, señores, un sentimiento puro / de la
patria, sin mezcla de ningún interés. / Yo adoro este lugar; y bien, os aseguro
/ que no se lo merece, vosotros lo sabéis. / (…) Quisiera ver la patria libre
de sus dolores; / quisiera verla grande, pura y ennoblecida, / a esta madre de
buitres, que ha sido prostituida / por tantos malos hijos: buitrezuelos feroces
/ que amolaron sus picos, cortantes como hoces, / para picarla luego en todo el
corazón. (La multitud aplaude) / No
basta ser buen hijo: también se necesita / para curar los males que sufre esta
Nación, / un gran desinterés y paciencia infinita, / y suma inteligencia. Mas,
si alguno a vosotros / quisiera organizar, le haréis como los potros / a los
rudos jinetes que los quieren domar.
En su “Advertencia al lector” de la edición de 1936,
Planchart afirma que el “bárbaro definitivo” había asentado su poder entre 1913
y 1915, años cuando escribió su obra:
Entonces, el mínimo resquicio de ilusión de
una república libre se arrinconó en las entrañas de los ilusos o de los jóvenes
intensos. De allí el humor pesimista y amargo de este libro.
Uno de esos jóvenes era el mismo Planchart, quien tenía 30
años cuando terminó su “comedia vil e irrepresentable”.
En el Prefacio de la edición cuenta
Planchart que dio a leer el manuscrito a una persona que “tiene justa fama de
hombre de letras preclaro” (no descartamos a Rómulo Gallegos, su amigo
fraternal), quien le hizo notar que la obra mostraba el lado innoble del
venezolano y buscaba una risa que se trocaba en mueca triste. Le sugería que
añadiera una escena en la que “nuestros hombres evidencien su dignidad, pues
con ser estos lugares efectiva república de Caín, algo bueno se esconde en el
corazón de ciertos hombres.” A tal exhortación Planchart respondió:
En el mar de los amargos están anegándose
siempre los sentimientos dulces, y con aquéllos compuse mi comedia, a la que
noté vil por la vileza misma de los pensamientos de sus personajes.
Planchart intentó introducir “un oasis
en mi desierto vil”; pero “quien siente la patria, y reacciona con ira contra
el dolor, no puede escribir suavidades en estos míseros tiempos de Venezuela.”
Por eso concluyó:
Yo sé, pues, de las bellezas de esta patria,
cuyo destino, como el de Edipo, es el de padecer todas las desgracias, pero,
por mi suerte, aquéllas no cupieron en mi comedia, y cuando quise, por buenos
consejos, remediar su fealdad, Edipo me enseñó las cuencas vacías y
sanguinolentas y mi emoción de belleza se trocó en horror.
Julio Planchart es el autor de la
primera gran parábola teatral sobre el país, y de la primera obra de teatro
político en Venezuela. Rompió con el discurso teatral vigente, y creó un nuevo
lenguaje y una nueva manera de representar las relaciones sociales del país; no
sólo innovó la escritura, también propuso una mirada y un pensar más críticos y
radicales. Sin lugar a dudas, se adelantó a su época al proponer un teatro que
no tenía una escena que lo representara.
Sobre la base de los contrastes y las confrontaciones
radicales, La república de Caín
representa situaciones sociales y colectivas trascendentes e importantes sobre
los destinos individuales y colectivos de los habitantes de las Islas Mermadas.
Caín, Esaú y quienes los acompañan, ciudadanos cortesanos del poder, son
agentes de una historia nacional en la que lo que dicen responde a marcos
sociales que los condicionan. Es el destino colectivo lo que está en discusión,
lo que está en crisis, lo que importa.
Es el pensamiento más crítico de
comienzos del siglo XX sobre Venezuela, frustradas en 1913 sus posibilidades de
desarrollarse en libertad. Planchart representa la descomposición moral
absoluta que impide la construcción de un país. Su visión desoladora la ilustra
con las conductas de Caín y Esaú, los usurpadores del poder, quienes de manera
persistente y obscena esquilman a los habitantes de las Islas Mermadas. Para
Planchart el ejercicio despótico del poder es de tal gravedad, que anula
cualquier vestigio de dignidad, más aún si se trata de quienes no tienen la
mejor opción:
CAIFÁS: Hablemos del dinero en primer término.
MACHA: Os presto más luego, por ahora / hablemos del asunto que
entre manos / traigo. Déjame hablar a solas, hija, / con este señor. / (La hija se retira un poco, pero tiene el
oído atento.) (…) La pobrecita niña que aquí veis / es muy buena y honrada,
pero pobre. / Tiene una cara linda, / y un elegante cuerpo, no lo elogio. /
Hacerse un porvenir en esta tierra / es cosa muy difícil. / Los pobres no
podemos tener honra; / cuando menos pensamos / perdemos la honradez. / Ella la
perderá, de eso no hay duda; / por eso es mi intención / que en vez de que la
pierda con cualquiera / la pierda con un hombre de importancia.
(…)
MACHA: Mas tengo que decir las condiciones: / a mi hija una casa
y una renta, / un coche para mí. / Yo desespero por tener un coche; / ya me
estoy viendo en él en el paseo, / me salta el corazón de la alegría; / yo no sé
lo que diera por tenerlo.
Tal estado de degradación es consecuencia de reflexionar
sobre la situación del país, de tener conciencia de los retos planteados por su
modernización y de la cruda realidad del poder despótico que lo oprimía.
Planchart representó un país convertido en una sociedad de cortesanos postrada
con complacencia ante el poder, en la que algunos idealistas encarnaban una
conciencia crítica patética sin sentido práctico de la realidad. Cuando tiene
lugar la rebelión de Yacú contra Caín, ésta se reduce a un cambio para que nada
cambie. Entonces, Pericles solo postula una nostalgia, sin fuerzas para
enfrentar el poder despótico, al igual que Marcelo Campos y Guillermo Orosía.
La idea que inspira a los tres personajes es una conciencia
crítica frustrada y lúcida cuando piensa la situación nacional, a sabiendas de
su impotencia para actuar sobre ella por la omnipresencia de poder despótico.
Las fisuras de la modernidad democrática
El país representado por los dramaturgos
a partir de 1936 es una acumulación de experiencias dramáticas derivadas del
proceso de modernización, en el que el petróleo y la democratización de la vida
social y política fueron las dos variables más determinantes. El dramaturgo,
por la naturaleza de su hacer y producir, detectó en ese proceso el drama del
individuo que aspira su autodeterminación existencial ante las fuerzas sociales
que le son adversas. En la literatura y en las artes plásticas, afirma Niklas
Luhmann (1997, 18), “se entiende la modernidad como liberación de la
individualidad y búsqueda de (o desesperación por) los fundamentos de una
posible autenticidad”. Si hablamos de un primer sentimiento dramático de país
en González Rincones, Gallegos y Planchart, los cambios ocurridos en Venezuela
a partir de 1936 indujeron a la dramaturgia venezolana a representar y pensar a
la Venezuela post gomecista con optimismo, y terminó pensándola con ojo
crítico.
Con la tímida apertura democrática, los dramaturgos
venezolanos pensaron o creyeron en un nuevo país basado la noción de progreso,
democracia, bienestar y una nueva educación; representaron un país moderno
según un modelo internacional que conjugaba el bienestar económico, social y cultural
y la libertad política. En sus obras está presente la factibilidad de un hombre
nuevo, quien actúa como el sujeto que tiene por objeto los valores del trabajo
y de la nueva educación; también está presente su oponente para darle forma al
conflicto dramático. Luís Peraza (1908-1973), Julián Padrón (1910-1954) y Pablo
Domínguez (1901-?) aleccionan al espectador con sus ideas sobre la edificación
de una sociedad moderna. Representan individuos que se autoafirman o
autodestruyen por propia iniciativa.
Aún el petróleo no se
erigía hegemónico en el país, ni el Estado era el principal productor y dador
de riqueza; pero se presagiaban. Venezuela, todavía rural, era imaginada y
pensada según un modelo en el que el paso de la sociedad rural a la urbana
significó un cambio histórico nostálgico. La obras representaron a un
venezolano urbano en el que convivían costumbres tradicionales con la
modernidad política –la democracia- y material –el bienestar del petróleo.
Si bien la noción de progreso y el espíritu de la modernidad,
entendidos como la búsqueda del bienestar personal garantizado por el de la
nación, proyectan una representación ingenua del país, como la Peraza en El hombre que se fue (1938), pensar en
el progreso conlleva conflictos. Los cambios materiales, el espíritu
democrático socialmente activo desde 1936, a pesar de la dictadura de Marcos
Pérez Jiménez (1948-1958), y la apertura a la sociedad internacional crearon un
contexto en el que en Venezuela se hicieron más notorios los conflictos y las
contradicciones entre tradición y modernidad. Surgió una nueva mirada sobre el
país, más realista y crítica, en la que Venezuela fue representada como sujeto
y víctima de esas contradicciones.
El país, optimista en la medida en que
el bienestar material del petróleo lucía irreversible y los adelantos políticos
consolidaban una sociedad democrática, es para los dramaturgos una situación
dramática en la que el individuo está consciente de las debilidades y peligros
de ese optimismo. En el nuevo país que el teatro representó, el venezolano es
consciente de su situación y de sus derechos como sujeto social, por lo que
marca distancia con la sociedad institucional en la que vive, y esa distancia
será en algunos autores más crítica y radical, de hecho subversiva. El teatro
explora las relaciones ocultas del bienestar de la Venezuela petrolera.
César Rengifo:
pensar y, luego, representar al
país
César Rengifo (1915-1980) representa y discute al país y su
historia como un conflicto de clases, sea durante la conquista y colonización
(siglos XVI-XVIII), en la Guerra Federal (1859-1863) o en su actualidad. Igual
perspectiva está presente en su representación de la implantación de la
industria y la cultura petroleras. El conquistador y el colonizador español y
las empresas petroleras son, por igual, depredadores y déspotas. Lo anterior,
respecto a la dimensión pública de los temas de sus obras. En cuanto a su
dimensión privada, el empleo del melodrama, en particular con algunos
personajes femeninos, es un recurso frecuente para conmover y lograr la empatía
del espectador. En Joaquina Sánchez
(1947-1948) los padecimientos de la protagonista son determinantes cuando
observa la inminente muerte de su marido, el héroe José María España:
ISIDRA (Temerosa y fuera de
sí): ¿Pero es verdad que van a matarlo? Dígame que no, que es un terrible
sueño, que no estamos aquí, que hoy no es 8 de mayo; que aún soñamos con la
libertad, que podré reír, cantar y correr por la calle con mi escarpela
cuatricolor sobre el pecho.
La campana vuelve a sonar,
esta vez da tres dobles acompasados, graves.
JOAQUINA (Con sombría
serenidad): Lo estoy viendo. Ya sale arrastrado a la cola de la bestia
albarda. Va entre los soldados y junto a su silencio los frailes entonan
salmos. Camina con serenidad y sus manos van atadas a la espalda, su frente
está alta y tranquila… (El rezo de las
mojas cesa) ¡Ah, esas terribles voces de los penitentes pidiendo limosnas y
rogativas para su alma!
A lo lejos, se oyen las
voces de los penitentes.
ISIDRA: Ya no tengo lágrimas…
MARGARITA (Como enloquecida):
Si pudiera huir, huir ya de todo esto.
Corre hacia la puerta
cerrada y golpea.
JOAQUINA (Absorta como si
viera el cortejo ajusticiador): Allá va el terrible cortejo. Ya baja las
gradas de la plaza, delante el pregonero grita con voz sombría: Hagan bien
cristianos por el alma de un hombre que ajusticiarán… ¡Ah!, José María. Yo
estoy contigo ahora. Voy a tu lado, mírame, sufro junto a ti. Aprieta mi mano
con la tuya… ¡Yo también seré valiente, amor!
La campana vuelve a sonar.
MARGARITA (Tapándose los
oídos en actitud de angustia): No quiero oír esa campana, no quiero oírla.
(Corre por la escena como enloquecida.
Joaquina la detiene con gravedad.
Margarita sigue gritando) ¡No quiero
oírla, no quiero oírla! (Joaquina le da
una cachetada seca. Margarita cesa de
gritar y agobiada va y se deja caer en la banqueta).
JOAQUINA (Volviendo a su
idea obsesionante): Ahora llegan al pie del patíbulo. El pueblo está grave
y temeroso. Ya suben los escalones del tablado. Uno…, dos…, tres… Un sacerdote
los cubre con su mano… (Desesperada)
No, José, no… (Vuelve a doblar la campana)
Ya está en las manos del verdugo… ¡Valor! ¡Valor! (Intensamente emocionada) Mi pecho está confundido con el tuyo, mis
labios se aprietan a tus ojos, mi vida y mi dolor se están confundiendo con tu
vida… Amor mío, amor mío.
La campana redobla por dos veces seguidas;
luego hay una pausa de silencio. Segundos después, a lo lejos, las monjas
vuelven a entonar las letanías. Se oye como un murmullo. La puerta del lateral
derecho se abre y entra el Padre Echeverría. Con pasos lentos se dirige hacia Joaquina, en actitud consoladora. Joaquina alza la cabeza y lo mira.
JOAQUINA: Padre Echeverría…, usted…
PADRE.- Traigo para ti sus últimos recuerdos…
El país según Rengifo ha sido y es víctima de fuerzas
depredadoras que actúan sin compasión, sólo en beneficio propio; incluso
después de la Independencia y durante su proceso de modernización en el siglo
XX.
Es una visión axiomática sobre los procesos sociales
venezolanos, desde la constitución de la nacionalidad hasta la sociedad
moderna. Antes que el país, Rengifo piensa, en realidad, en el sistema político
del capitalismo desde una plataforma ideológica general, según la cual el
conflicto de clases determina el sentido de la historia y explica la
explotación de la que es víctima el pueblo por los intereses de clase.
Rengifo fue el único de su generación que se incorporó, a
partir de los sesenta, a los cambios del nuevo teatro. Modernizó el lenguaje de
sus obras según el modelo de la escena abierta de inspiración brechtiana, para
lograr mejor eficacia escénica. Entre Joaquina
Sánchez y Las torres y el viento
(1969) es evidente ese cambio y la permanencia de su visión de la historia y de
las relaciones sociales. El tratamiento emotivo del conflicto en la obra sobre
la esposa de José María España, mártir precursor de la independencia, y la
representación, basada en la técnica de la representación épica, de la
presencia depredadora de la industria petrolera y la insurgencia guerrillera,
muestran a un autor representativo de dos épocas y de dos maneras de escribir,
la del realismo ingenuo y la del realismo crítico.
En una atmósfera lúgubre, en la que los indios son víctimas
de vejaciones y maltratos, Rengifo plantea las implicaciones y consecuencias
del inicio de la industria petrolera en Venezuela: un atentado contra lo
propio, la expoliación de nuestra identidad para hacer avanzar a las torres de
los pozos petroleros al costo de la destrucción de la naturaleza. Las torres y el viento:
La luz comienza a modificarse hasta un azul
luminoso. Por la puerta entra la Mendiga.
Camina con lentitud y mira sigilosamente. Al ver en el banco al Viajero, va hasta él mientras roe un pedazo de pan.
MENDIGA: ¡Qué veo! ¡Alguien, al fin, ha venido a la posada! ¡Desde
cuándo aquí no se veían clientes! ¿Me das una limosna? (Tiende su mano. El Viajero se
ha incorporado en el banco) Dame lo que puedas. (El Viajero hurga en uno de
sus bolsillos, saca una moneda y la da a la Mendiga) ¡Ah, un real! ¡Creí
que no los iba a ver más! ¡Desaparecieron como por encanto! Lo ganaste muy
lejos de aquí, ¿verdad? (El Viajero afirma con la cabeza) Lo suponía. En
este pueblo no hay dónde ganar ni a quién pedirle. ¡Esto se jodió! ¡Pero bien
jodido! ¡Hace poco, la lluvia y el viento derribaron otra de las paredes de la
iglesia!
VIAJERO: Recién sonaban las campanas.
MENDIGA: ¡Las sonaría el viento! ¡Pues el sacristán hace meses
que alzó el vuelo! ¡Chisss! ¡Todos se han ido! Solo los viejos nos hemos
quedado… Yo vivo como siempre, de pedir, y cuando no me dan, voy al monte a
comer hierbas y verdolagas… Ah, pero sabrás: vi correr mucho oro del bueno. Eso
fue cuando cocinaba para los gringos. Ellos ganaban y mandaban. ¡Podía entrar a
sus campamentos porque no era negra! ¡A los negros, ni un pie así dentro de
ellos! Allí estaba su policía para cuidar… Pero, mijo, el petróleo se acabó… Se
lo volvió a llevar el demonio. (Se oye un
rumor sordo y tambores monótonos) ¿Oyes? ¿Oyes? Son los indios asesinados
que se burlan desde la selva y el rumor del viento. ¿Oyes?
Se oyen voces sordas
cantando monótonamente.
VOCES (Lejanas, sordas):
¡Ehhh! ¡Ehhh! ¡Ehhh!
¡Caca del diablo
fue!
¡Ehhh! ¡Ehhh! ¡Ehhh!
¡Caca del diablo
fue!
¡Ehhh! ¡Ehhh! ¡Ehhh!
¡Cada del diablo
fue!
¡Ehhh! ¡Ehhh! ¡Ehhh!
MENDIGA (Ríe, sarcástica):
¡Ja, ja, ja! ¡Oye bien! ¡Mierda! ¡El petróleo nos ha bañado a toditos de
mierda! ¡Ja, ja, ja! (Se callan las voces)
¡Los gringos ahora también se ríen, míralos!
En la puerta se ilumina el
Muñeco III.
MUÑECO III (Con las manos
en la cintura): ¡Ja, ja, ja, ja! (Desaparece).
VIAJERO (Arropándose más):
¡Creo que me he quedado sordo! ¡Completamente sordo!
MENDIGA: ¡Chisss! La tierra por aquí se quedó sin su sangre
negra, pero lo cierto es que hizo correr mucha sangre verdadera. Esto parecía
una ruleta. ¡Muertos y dólares! ¡Muertos y dólares! ¡Muertos y dólares, y
mierda y más mierda! ¡Y el viento bramando de noche contra las torres! ¡Ahora
bajo ellas solo hay murciélagos y ruinas! ¡Y el mal olor, el mal olor! (Se tapa la nariz).
Siempre permanece en su producción el axioma ideológico; la
historia y las relaciones sociales responden a una ley inexorable: la
explotación de un sector de la sociedad por otro para hacer prevalecer sus
intereses de clase. La explotación capitalista es el motor de la historia de
Venezuela, narrada con un lenguaje metafórico que incluye una propuesta
política acorde con el axioma: la insurrección armada contra el sistema para
salvar al país. La idea rectora regula y encasilla a la fábula y a la intriga,
para comprobar la verdad del axioma.
Román Chalbaud:
¿la ciudad es de todos?
En unas declaraciones a Milagros Socorro, el 25 de enero de
2000 (Venezuela Analítica), Román
Chalbaud (1931) afirmó: “He vivido todas las Caracas”. Lo decía porque, oriundo
de Mérida en los Andes venezolanos, llegó a la capital a los seis o siete años
y vivió en una pensión entre las esquinas de Tejar y Rosario, a una cuadra del
Nuevo Circo, una zona clase baja. Poco después, estudió en la Escuela
Experimental Venezuela, donde su madre lo inscribió “con la idea de que mejorara
la familia”. Allí fue condiscípulo del dramaturgo Isaac Chocrón y del
coreógrafo Vicente Nebreda, mientras su vida diaria fue de pensiones en los
barrios San Agustín y Capuchinos.
Proveniente de la Mérida de los años treinta del siglo XX y
aposentado en la Caracas que comenzó a modernizarse en la década de los
cuarenta a fuerza de petróleo, de los cambios políticos posteriores a la muerte
de Juan Vicente Gómez (1935) y víctima de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez
(1952-1958), este dramaturgo es testigo de excepción de la urbanización de la
sociedad venezolana. Testigo vivencial, nada alejado de la vida cotidiana,
según le declaró a Socorro:
Algunas personas han visto en mi trabajo una
interpretación sociológica de problemas venezolanos. Lo que sí puedo afirmar es
que conozco mi país porque lo he vivido de la forma más profunda. Cuando yo era
niño vivía en barrios, mi familia era muy humilde… Esos años me marcaron para
siempre. Allí me inicié en una manera de mirar que no me ha abandonado. Yo iba
a los templetes de la Plaza Capuchinos en carnaval, me disfrazaba de zorro o de
dominó, bailaba, bueno, convivía, allí y en El Guarataro. Después, más
adelante, me metía en los botiquines donde siempre encontraba algún borracho
que era un poeta frustrado y ahora me doy cuenta de que ésa es una figura
recurrente en mis películas y mis obras de teatro. Esos tipos que no llegan a
ser nada, que se emborrachan y se babean sobre una mesa.
Con Caín
adolescente (1955) representó un nuevo país en el teatro venezolano, urbano
sin nostalgia con el pasado y definido por su condición de marginalidad. Antes
de pensarlo, como habría que suponer en un escritor, lo había vivido. En ese
país teatralizado, el poder, la moral y el conflicto entre progreso y empobrecimiento
dan forma a un universo social cuidadosamente jerarquizado. El delincuente y el
desclasado son los sujetos protagonistas de un universo social autónomo, tan
legítimo como la sociedad a la que se le opone en términos económicos, morales
y hasta estéticos.
La ciudad de Chalbaud es paradójica,
porque su vida cotidiana no está centrada en la imagen institucional de la
ciudad moderna. Su ciudad es la representación de la marginalidad consolidada
como universo social autónomo, con su sistema de valores, creencias, costumbres
y jerarquías construido en el convivir cotidiano; con su legalidad y su
ilegalidad propias y distintas de los valores, las jerarquías, la legalidad y
la ilegalidad de la ciudad institucional.
La portada de la primera edición de Sagrado y obsceno (1961) es icono de la nueva manera como Chalbaud
pensó a la ciudad vivida. Es obra del arquitecto y caricaturista Eduardo Robles
Piquer, “Ras”, español republicano, y en ella el autor está sentado sobre una
bomba con la mecha encendida, mientras sostiene dos títeres: un cura y una
prostituta.
Para Chalbaud la Venezuela desclasada y
marginal es inherente a la sociedad urbana, alejada de la nostalgia rural
representada por autores como Luís Peraza y César Rengifo y enfilada hacia una
modernidad contradictoria y ostentosa; potencialmente explosiva, podría
decirse. Chalbaud creó el paradigma de la marginalidad urbana venezolana,
representado en términos irreconciliables que denotan una actitud subversiva
frente a la institucionalidad social de la Venezuela moderna, beneficiaria del
progreso y de la libertad democrática.
Los personajes de Sagrado
y Obsceno habitan una pensión en el centro de Caracas, un lugar de todos
pero de nadie en particular, un espacio de encuentro. De origen diverso,
comparten la condición de marginados sociales y políticos, y en ese espacio
construyen un micro cosmos con su propio sistema de relaciones sociales. Así
obtienen y mantienen su identidad, sin pretensiones distintas a las
posibilidades que ese universo social les ofrece y sin nostalgia por el mundo
de la otra ciudad que está frente a ellos. La ciudad/país de Sagrado y Obsceno es bipolar, uno de los
cuales, el marginal, se organiza para tener legitimidad ante el otro, el
oficial e institucional; en ambos, la política y la subversión ocupan un
espacio muy importante:
IGNACIO: ¿Sabes, Papa Upa, por qué me botaron del trabajo?
PAPA UPA: No, ¿por qué?
IGNACIO: Me salí del partido. Estoy en una lista.
PAPA UPA: ¿Y por qué te saliste? ¡Estabas bien con el gobierno!
¿Eres pendejo?
CHAMITO: Pendejo y medio.
IGNACIO: Uno tiene ideales.
PAPA UPA: ¿Ideales? ¿Y la papa? ¿Y la comida caliente?
CHAMITO: ¡La barriga!
IGNACIO: Sí, la barriga. Todos tienen barriga, no ellos solos… Yo
no puedo soportar injusticias. Desde que tenía la edad de Chamito yo temblaba
de rabia al ver hombres injustos. Las accionad injustas me golpeteaban más que
un golpe en el estómago o en la mandíbula… La vida es muy difícil. Hay que
luchar y en la lucha uno debe definirse. Es lo que he hecho.
PAPA UPA: Yo no comprendo.
IGNACIO: ¿Y qué no comprendes? Te falta la cultura como te falta
el pan.
PAPA UPA: A mí no me falta el pan. Yo robo.
IGNACIO: ¿Por qué robar? Tienen la obligación de darte la comida
y el libro. Tú naciste. Eres un ciudadano. Un ciudadano como cualquier otro. Te
llaman lumpen y con eso creen que… Pero tú mereces respeto…
PAPA UPA (Riéndose.):
¿Respeto, yo? ¿Yo, respeto? ¡Soy lo que soy! ¡Tú estás loco!
IGNACIO: ¿Y por qué eres eso? ¡Qué difícil es luchar por una
causa y que la causa misma no comprenda que luchamos por ella! Papa Upa, robas
porque te están robando…
PAPA UPA: ¿A mí? ¿Me están robando a mí? ¡Si yo no tengo nada!
IGNACIO: ¡Sí tienes! ¡El derecho! ¡Te roban el derecho! El
derecho a saber, a comer, a respirar, a vivir decentemente. ¡Te roban! ¡Te
roban el derecho a ser un ser humano!
CHAMITO: ¿Quién roba a Papa Upa? Aquí hay un arma… Dispárale,
Ignacio… dispárale al ladrón… así… Tómala… Te la regalo… Para que tú dispares.
IGNACIO: No, todavía no… En el fondo no quiero disparar…
PAPA UPA: ¿Y si hay que hacerlo?
En La quema de Judas
(1964) Chalbaud consolidó su convicción de que es imposible reconciliar el
orden institucional y la marginalidad que lo contrasta. Jesús, quien vive de lo
que obtiene por delinquir, no duda en asumirse como tal; por eso, ante el
requerimiento de su madre, La Señora Santísima, para que sea honesto, responde:
Yo no quiero morir honestamente. Me sabe a
mierda la honradez. Mucha gente está viviendo de cosas como ésta. Gente
importante que aparece retratada en los periódicos.
La marginalidad irá siendo cada vez más la idea central en la
nueva manera de representar y pensar al país. Una marginalidad asumida como
condición existencial que trasciende las condiciones históricas que la
producen; una marginalidad que incluye a la clase media. Chalbaud enfatiza en
las condiciones materiales del país para comprometer al espectador; sus
personajes asumen a plenitud su condición social y su modo de ser, con el que
definen una identidad que da sentido a la vida social e incluso, y quizás más
importante, a una moral. Chalbaud eleva la marginalidad a un estado absoluto en
Los ángeles terribles (1967), cuyos
protagonistas viven una situación hecha metáfora poética que trasciende
cualquier intriga social.
Isaac
Chocrón:
el país
ficticio
En los años cuando el optimismo
económico y político caracterizo al país, entre 1958 y comienzos de los ochenta
del siglo XX, el teatro fue un aguafiestas. Al margen del pensamiento oficial,
escudriñó el drama que significa no poder realizar las potencialidades que
permiten afianzarse como sujeto social integrado, por lo que el personaje opta
por la marginalidad, sea la impuesta por las condiciones sociales o la asumida
como decisión existencial. Por eso, asumir la marginalidad socio-existencial como
identidad es una postura crítica ante el desenvolvimiento social del país. La
carga existencial aportó al realismo crítico una connotación subjetiva,
centrada en el Yo y no en su entorno. Si es cierto que “el sujeto dentro de las
discursivas modernas se precisa por lo que no es” (Bracho, 2006: 255), el país
del teatro de Chocrón (1930-2011) es el negativo de la fotografía elaborada por
los discursos institucionales optimistas y por la historia oficial.
Es una visión racional del país, sin manipular las emociones
para obtener la solidaridad del espectador, ni limitada a la anécdota de la
intriga social. Es una representación del país a partir del sujeto, no de su
entorno. El teatro de Chocrón es la toma de conciencia del drama íntimo que
significa pertenecer a un país. Venezuela es pensada desde la subjetividad; el
Yo opta por construir un universo social privado, con creciente indiferencia
respecto a los conflictos de clase y de las contingencias históricas. Isaac
Chocrón indaga en el ser nacional con situaciones y personajes que mantienen
relaciones interrogativas antes que explicativas de la situación nacional.
Cuando Betsy, en El quinto infierno (1961), no comprende cómo un país tocado por la
buena fortuna se deforma por simple negligencia; cuando Sol, en Animales feroces (1963), no logra
encajar en el país con el que se reencuentra, y lo califica como un clima
pegajoso, húmedo y malsano; cuando en Asia
y el Lejano Oriente (1966), un país formado por las ambiciones de hombres
solos, éstos concluyen que es mejor venderlo para que tenga orden y control;
cuando el protagonista de La máxima
felicidad (1976) niega que vive en sociedad y afirma que sólo ocupa un
espacio; cuando un autor representa tal país, precisamente cuando emergió y se
consolidó su democracia petrolera, estamos ante un diagnóstico casi
premonitorio y descarnado, a contracorriente del optimismo de esos años. Pero,
también estamos ante la representación de un universo social que se siente y
considera marginal y marginado, una clase media pequeña burguesa que, a pesar
de su bienestar, ve al país como un sistema de relaciones en el que no encaja.
Tal es el dilema que nos representa Isaac Chocrón en El quinto infierno (1961), cuando se
interroga sobre la condición nacional de los venezolanos. Valga la ocasión para
acotar que, a diferencia de la mayoría de los autores del momento, quien hacía
tal planteamiento era un intelectual de sólida formación académica.
Chocrón no apela a la estampa típica ni a personajes
inmediatos al espectador; extrapola la situación social mediante metáforas
escénicas no exentas de humor. Betsy, de nacionalidad norteamericana y quien
vivió algunos años en Venezuela, regresa fracasada a su pueblo de origen,
Bordentown, pero con la ilusión de vender a los estadounidenses una imagen del
país en el que vivió. Vender, sí, mediante conferencias y la publicación de un
libro; es decir, mediante un discurso ad
hoc con el que aspira persuadir más que convencer sobre la realidad
nacional de un país lejano. Fracasa en su empeño, no sólo porque a los
habitantes de Bordentown poco o nada les interesa un país llamado Venezuela
sino porque ella no está convencida de la veracidad de esa imagen.
En medio de dos desarraigos, el del país
que quiso adoptar sin lograrlo y el propio al que reencuentra sin desearlo,
Betsy opta por su imaginación, un tanto mercantil dadas las circunstancias,
para construir una imagen del país que quiso, venderla y vivir de ella. Su
drama es saber que es una empresa fallida antes de iniciarla. No sólo porque la
imagen de Venezuela que quiere vender en Estados Unidos está en contradicción
con la realidad de su gente, a pesar de tanta fortuna, sino porque sabe que es
una mentira construida para aparentar la armonía social de su yo con el
entorno.
Chocrón distancia al país gracias a un
personaje extranjero, lo que le permite presentar una visión más “objetiva”
pero muy comprometida. En sentido estricto, Betsy piensa y construye un país
ficticio, con la pretensión de echar raíces en su tierra de origen y atenuar su
condición de extraña en el que la acogió y en el propio. Por eso, con cierta
displicencia, describe a sus habitantes, su paisaje y las potencialidades de un
país joven que comienza a anegarse en la riqueza petrolera:
DIANA: ¿Oportunismo?
ÁNGELA: Por supuesto. Ha querido interesarnos –más aún, pretende
interesar a toda la nación- utilizando esos comentarios subidos de color, esa
cantidad de confidencias, esas desnudeces… sacándole provecho a una oportunidad
que nadie le ha dado, que ella misma se ha creado.
DIANA: A lo único que ella quiere sacarle provecho es a sus
opiniones sobre ese país. Y el provecho sería para los venezolanos. Dudo que
otros puedan explicar más claramente ese complejo de inferioridad que les
domina. Ese, como ella lo llama, gusanito, que corre por sus espíritus
impulsándoles a degradar sus méritos y refrenándoles a continuar proyectos
comenzados. Y ¿su comparación entre pueblo y naturaleza? Ambos copiosos,
exuberantes, inflamados, pero sin directrices o disciplinas.
(…)
BETSY: La suerte no predomina en escaramuzas. No, Ángela, creo
que no. Ya vislumbro en la distancia un gran vacío y sé que no se trata de
espejismos. Al mismo tiempo, comienzo a comprender que soy la víctima de mi
propia equivocación. Fíjate que lo digo serenamente, sin dramatismo. Porque así
me siento. Serenamente consciente de que me he equivocado.
ÁNGELA: Ya que lo dices, confieso que igual había pensado yo. Tus
intenciones fueron buenas, pero tus métodos siempre me parecieron un poco
sensacionales.
BETSY: ¿Por qué no habían de serlo? Este es el país de los
sensacionalismos, la patria de lo sensacional, sea para vender un cereal o para
sentar a alguien en la silla eléctrica. ¡Todo escrito en grandes letras negras
a través de la página! ¡Todo gigante! No, no creo que en eso fallé. Fallé en el
contenido. Supuse que aquí estarían interesados en cómo un pueblo, teniendo a
su alcance cuanta fortuna es necesaria para formarse, puede por simple negligencia, deformarse. Quise
dar cuenta, no de la fortuna, fácil de suponer, sino de la negligencia, de la
aprensión ridícula, de la complacencia blanda, ¡de la punzante y extensa
irresponsabilidad!
En fecha temprana Chocrón revela el
desasosiego subyacente en la ilusión de armonía que acompañó el proceso
venezolano iniciado después del derrocamiento de la dictadura de Marcos Pérez
Jiménez.
Estamos ante una nueva manera de
representar y pensar el país, no con base en la descripción de situaciones
sociales típicas, sino a partir de la subjetividad afectada por cómo percibe su
entorno social y por su incapacidad para insertarse en esa realidad sin
traumas.
Este universo social es presentado con
procedimientos dramáticos convencionales, tanto en el diseño de las situaciones
básicas de la fábula como en el perfil de los personajes, bastante naturales y
cotidianos. Pero lo atípico reside en una visión del país, anacrónica con el optimismo
de los nuevos tiempos, y que por falsa hiere la conciencia y la subjetividad
del personaje haciéndolo patético e irrisorio. El quinto infierno, ese lugar al
que los venezolanos apelan en su habla cotidiana para enviar a alguien, se
metaforiza con la significación más profunda que parte de La divina comedia de Dante.
Ésta es una de las muy pocas obras del
teatro venezolano en la que Venezuela es el tema y el problema, por ser algo
anidado en la conciencia y en el sentimiento de unos personajes que la asumen
como un drama personal e íntimo. Las preguntas y las opiniones que se hacen los
personajes son una requisitoria que intenta averiguar qué país somos. Aunque
esa visión es puesta en boca de personajes que no son venezolanos, el sentido
del discurso es producto de un encuentro problemático con el país por parte del
autor, sin duda. Es un sentimiento dramático de país de una conciencia moderna
que, emparentada con los dramaturgos de La
Alborada, inquieta porque apunta a una condición que perduraría en el
tiempo con independencia de las circunstancias sociales en las que se
manifiesta.
Isaac
Chocrón:
el país,
objeto de comercio
¿Qué le puede pasar a un pueblo satisfecho
y despreocupado? Una opción es despojarse de problemas hasta dejar de tener
alguna responsabilidad, como puede ser atender, administrar y ser responsable
de su propio país. Esa satisfacción traducida en ocio permite que Asia y el Lejano Oriente (1966)
represente a un país en venta, porque sus habitantes no quieren seguir cargando
con ese fardo. Por eso, al final de la obra esperan la llegada de los barcos en
los que vienen los nuevos propietarios/administradores, gracias a los cuales
ese pueblo vendedor estará tranquilo, pues solo tendrá que ir a una taquilla a
buscar su cheque. Pero la venta del país será, también, control y orden
necesarios en una “tierra rica y bien situada” formada de ambiciones
individuales.
Para presentarnos esta paradoja Chocrón
no apela al discurso realista crítico, ni a los íconos clásicos de la crítica
social. Acorde con el espíritu del nuevo teatro venezolano, nos ofrece un
discurso sustentado en una acción que va más allá de la tipología psicológica
de los personajes y nos presenta signos/personajes construidos sobre
situaciones lúdicas. Los diez personajes juegan a…, de manera que el espectador
no siente que la escena se asemeja a él, pero percibe que lo que sucede le es
pertinente.
Chocrón apela al juego escénico como situación
básica de enunciación, despojando a la acción de cualquier connotación realista
inmediata y presentando personajes definidos por su rol escénico y no por su
condición psicosocial; coloca su discurso en un contexto no contaminado de
dramas sociales ideológicos para que su idea rectora predomine en la
comunicación con el espectador. Ahora bien, esa idea problematiza las
relaciones sociales del juego teatral que es el país y la recepción del espectador:
lo que transversa las situaciones llenas de incidentes y escaramuzas, es la
decisión de vender un país al mejor postor, de quitarse de encima sus
ciudadanos la responsabilidad de conducirlo.
Los personajes de Asia
habitan una nación no identificada pero que sabemos cuál es. Vender para
deshacerse del problema y de la responsabilidad de administrarla y dirigirla
transversa una sucesión de situaciones cotidianas, en las que los personajes
son una mezcla de negligencia y pequeñez de expectativas sociales. El conjunto
es un entretenimiento lúdico en el que estereotipos sociales, rutinas
burocráticas, sobresaltos políticos y un humor sutil y constante dan forma a un
collage escénico en el que la venta del país termina siendo no sólo normal sino
un desenlace natural.
ÁNGEL: Piensa en algo.
RUDI: ¿En qué?
ÁNGEL: No sé; piensa. Piensa en lo que piensa todo el mundo.
RUDI: Ya estoy harto de la venta. ¿A mí que me importa?
ÁNGEL: Debería importarte. Piensa cuánto te van a dar sin haber
hecho el más mínimo esfuerzo. Cuando te den tu parte, te sentirás como si
hubieras ganado la lotería.
RUDI: ¡Oh, gran emoción! ¡Me he ganado la lotería! ¿Y cuánto
crees que me van a dar? ¿Un millón? ¿Varios millones? Cuando terminen de
repartir, a ti y a mí nos tocarán cuatro centavos.
ÁNGEL: Pero serán cuatro centavos gratis.
RUDI: Tan gratis como lo que vamos a robarle al tipo ese.
Prefiero robar.
ÁNGEL: Yo también. ¿Por qué será?
RUDI: Más limpio. Menos complicaciones. A los dos juntos nos va
bastante bien. ¿Para qué necesitamos liarnos con todo el país?
ÁNGEL: Te gusta estar conmigo, ¿no es verdad?
RUDI: Me gusta la plata contante y sonante. Nada de chequecitos
con la firma del Presidente.
ÁNGEL: Entonces no hay que dejar escapar a los tórtolos.
RUDI: ¡Tú y tus tórtolos y tus parques! ¡Un banco! ¡Un banco es
lo que necesitamos y enseguida nos largamos bien lejos! ¡Qué tórtolos ni qué
venta! ¡Un banco!
ÁNGEL: Algo tendrán. Por o menos un reloj. Vas enseguida y lo
vendes y ya está.
RUDI: Vas enseguida y lo vendes y ya está. ¿Por qué yo? ¿Por qué
siempre yo? ¿Por qué no tú esta vez?
ÁNGEL: Si no te convence, lárgate.
RUDI: Eso es precisamente lo que pensaba hacer. (No se mueve.) ¿Me oíste? Gracias por el
consejo. (Empieza a caminar.) Me
largo. (Ve al otro por si reacciona.)
Ya nos veremos por ahí. (Aún sin irse.)
Buena suerte, ¡patriota! ¡Patriota! ¡Iré a tomarte una foto en el momento que
te entreguen tu cheque! ¡La compañía esa que va a comprar el país seguramente
contratará tus servicios! ¡De cuidador de parques!
¿Y qué sucede? Cierto torbellino de vida
cotidiana con pinceladas de humor, elusiones e ironías. En conjunto, Asia es un collage y un mural de hábitos
y costumbres enmarcado en un ritmo escénico divertido que lleva en su interior
una crítica fundamental: la irresponsabilidad social.
Quienes habitan ese país viven
complacidos en su medianía e intrascendencia. Para ellos existir es jugar,
razón por la que, hablando en términos teatrales, la visión del país se despoja
de la rigidez del realismo crítico para ser una representación más entretenida.
El país es vendido al mejor postor porque sus habitantes quieren disfrutar de
la ganancia de la venta, y así dejar de pensar en el futuro y en su
administración, responsabilidad que delegan en quienes lo compran. La decisión
es fría y calculada, más allá de consideraciones políticas y morales; es un
acto mercantil desapasionado y calculado.
De nuevo, en momentos de alto optimismo
nacional (1966) aparece un discurso teatral disonante. En vez de detenerse en
las contingencias de la vida social con sus grandes contradicciones, Isaac
Chocrón representa un sentimiento dramático de país poco contabilizable pero
sustancial, como es el dilema casi absoluto de la relación del individuo con su
entorno, con su sociedad y con su país, y la responsabilidad de asumir esa
relación de manera constructiva.
Grandilocuencia
y realidad nacional
La “ilusión de armonía” (Naim y Piñango,
1984) del país democrático y petrolero, en el que los problemas y sus
soluciones eran percibidos como parte de un decurso en el que se sucedían y
resolvían por las vías naturales de una democracia a toda prueba y de una
riqueza inagotable, alcanzó en la década de los 70 del siglo veinte un
esplendor que se resumió en la expresión La Gran Venezuela, ideología que hizo
pensar en cierta plenitud de la historia del progreso nacional, en la plenitud
nacional alcanzada con una riqueza petrolera y una democracia percibidas
irreversibles.
Esa ilusión no pudo evitar, más temprano
que tarde, la evidencia de otra realidad, la de un país mediano en sus
posibilidades y logros que escondía su medianía en la retórica de su riqueza y
la ostentación exterior. La inconsistencia tuvo su mejor expresión en una
retórica nacional que dibujó un paraíso terrenal, pero sin correlación cierta
con la realidad terrenal. Fue una estrategia nacional casi inconsciente para no
asumir que éramos –somos- medianos, que el discurso enarbolado no se
correlacionaba con la realidad cotidiana nacional.
Entre 1971 y 1986 el
teatro venezolano desveló la paradoja nacional de una gran Venezuela sin
consistencia para soportarse y sostenerse en el tiempo. El principal ejecutor
de la desmitificación de La Gran Venezuela fue José Ignacio Cabrujas.
José
Ignacio Cabrujas:
la
pomposidad y la irrisión nacional
Un país mediano con personajes
igualmente medianos, que insisten en arroparse con un discurso grandilocuente,
es la idea rectora y el núcleo ideológico de José Ignacio Cabrujas en El americano ilustrado (1986), especie
de coda de su obra dramática. Para ello, concibió las aventuras y desventuras
decimonónicas de los hermanos Arístides y Anselmo Lander, quienes pasan del
anonimato a la notoriedad, uno político y otro obispo, bajo la sombra de
Antonio Guzmán Blanco, el Ilustre Americano como se hizo llamar. El ascenso de
Arístides de director del protocolo a Ministro de Relaciones Exteriores es un
desaguisado que contrasta con la precariedad de su vida familiar y matrimonial.
En el caso de su hermano, Anselmo, su ascenso a obispo, al tiempo que conspira
para derrocar a Guzmán, amplia la ampulosidad retórica de un universo social
sólo medido por el esplendor de la figuración social. Ambos sucumben ante sus
frustraciones sexuales, casi escatológicas; ante María Eugenia, esposa de
Arístides y cuñada de Anselmo.
Si la obra de Cabrujas solo fuese eso, estaríamos ante un
cuadro de costumbres sociales poco novedoso. Cabrujas representa la paradoja de
una sociedad escindida entre su imagen pública y su realidad privada, y cómo
aflora la medianía nacional cuando la segunda se impone. La precariedad de la
vida privada de los Lander corroe su figuración pública y la retórica que la
acompaña, metáfora de una pretensión nacional que elude el conflicto. En El americano ilustrado el acierto del
autor reside en la ubicación temporal de la acción, los años guzmancistas
(1870-1888), cuando por primera vez el país presumió ser La Gran Venezuela.
Cuando fue estrenada, en 1986, todavía el país se resistía a
admitir que la ilusión de armonía era insostenible, salvo como nostalgia.
El entrelazado de la vida privada de los
personajes con la discusión política, cuyo punto culminante es la cancelación
de la deuda externa al reino de la Gran Bretaña, evidencia la fragilidad
afectiva impuesta de manera patética. Este tópico del teatro de Cabrujas y la
incompetencia para resolver la práctica política radiografían el drama nacional
que significa ser incompetente para asumir grandes empresas. Guzmán se regodea
en la retórica para considerar con displicencia el grave problema de la deuda
externa, mientras Arístides se hunde en una impotencia patética y Anselmo traiciona
su fe por un amor frustrado, agravando sus fracasos sentimentales y políticos.
ANSELMO (Tras una pausa):
¿Podemos hablar en confianza?
ARÍSTIDES: Estamos solos. ¿Qué más confianza entre tú y yo,
Ivanhoe?
ANSELMO (Declara): Por
allí anda la Historia Universal buscándote. ¿Qué le digo?
ARÍSTIDES: Dile que tengo gripe.
ANSELMO (Tras una pausa):
Estoy metido en una conspiración.
ARÍSTIDES (Sarcástico):
¿Con las Hijas de María?
ANSELMO (Grave.): Con
el General Pío Fernández.
ARÍSTIDES: ¿Vive?
ANSELMO: Vino a verme la semana pasada, disfrazado prácticamente
de Pimpinela Escarlata. Guzmán está caído.
ARÍSTIDES (Amargo.): No
jodas, Anselmo. Tú y tus conspiraciones.
ANSELMO: ¡Esta vez es de verdad! Guzmán va a negociar con
Inglaterra la entrega del territorio nacional, desde Gibraltar del Lago hasta
las plantaciones caucheras del Esequibo.
ARÍSTIDES: Dios te oiga.
ANSELMO (Enfático): No
estoy jugando, Lander. ¿Podemos permanecer indiferentes ante un canalla que
pretende entregarnos a la voracidad británica?
ARÍSTIDES: Estoy dispuesto a sazonarme, Santa Teresa. ¿De cuándo
a acá te interesa… cómo dijiste… la voracidad británica? En mi vida te he
escuchado una quincalla semejante. ¿Dónde está Pío Fernández?
ANSELMO: Acecha, le contesté que permanecería a la expectativa.
ARÍSTIDES: ¿Cerca?
ANSELMO: O lejos. ¿Qué importa? Nadie te está pidiendo una
conducta marcial. Hay quinientos hombres para eso.
ARÍSTIDES: ¿Y qué gano yo metiéndome en una conspiración contra
Guzmán?
ANSELMO (Concreto): El
Ministerio de Relaciones Exteriores. Pío Fernández me lo dijo.
ARÍSTIDES (Desolado):
¿Por qué no te ocupas de tu trabajo, Anselmo, en lugar de estos delirios? La
situación moral del país es absolutamente desastrosa. ¿Por qué no redactas una
homilía, un rerum, de esos rerum jodidos, principistas, y te haces oír en esta
debacle?
El país según Cabrujas es anterior y va
más allá del título de su afamada columna periodística, nombre que no se le
ocurrió nunca a ningún otro intelectual, ni siquiera a quienes son emblemáticos
del pensamiento y de la institucionalidad nacional en el siglo veinte. El país
según Cabrujas es un universo insólito, en el que los personajes se construyen
a sí mismos con una retórica que pretende darle lustre a existencias precarias
y frustradas. Lenguaje y realidad se contradicen en la medida en que se
complementan.
La grandilocuencia con que es
reivindicado el honor nacional, adornado con una frivolidad que avergüenza, no
basta para asegurar la condición incólume de la dignidad nacional. Por eso,
cuando se llega al punto crucial en la discusión del pago de la deuda con el
reino de Inglaterra, su representante es claro al considerar fútil e
irrelevante plantearse una invasión para cobrarla.
El discurso de esta obra es
contemporáneo con los inicios de una crisis nacional estructural profunda,
producto del resquebrajamiento de lo que supuso ser la gran Venezuela y de las
inconsistencias para asumir las debilidades e inconsistencias de esa ilusión.
El discurso también conlleva un profundo dolor de patria y una gran desilusión
sobre su destino.
En el país según Cabrujas es muy
importante que haya un gesto, una apariencia como actitud fundamental y final
ante el conflicto de las relaciones del personaje con el país. Por eso, Guzmán,
displicente y de paso, le dice al Embajador de su Majestad Británica que pase
el último del mes para cobrar la deuda que Venezuela tiene con su país. Pío
Miranda en El día que me quieras
(1979) huye hacia delante y se refugia en Gato Negro, derrotado en sus afectos
y por la realidad, pero deja una maleta cuyo único contenido es una bandera con
las insignias del partido comunista. Amadeo Mier en Acto cultural (1976) escribe una obra sobre Cristóbal Colón para
que su proeza sea descubrir directamente San Rafael de Ejido; es decir, a él;
sin embargo, la realidad es que no hay espectadores durante la representación
de la obra. La búsqueda de un tesoro escondido en Profundo (1971) concluye con una mascarada religiosa sobre el
nacimiento del Niño Jesús y el rompimiento de una cloaca.
El
americano ilustrado es la síntesis de una saga llena de frustraciones,
porque la realidad de un país mediano siempre se impone a los gestos y a las
retóricas grandilocuentes que quieren imponer ilusiones de grandeza, en cuyas
falsas armonías los personajes presumen ser felices. Por esto, el jolgorio en
el que persisten vivir los personajes termina siendo una mueca solo asumida a
plenitud en la privacidad de las vidas de cada quien. La deuda se pagará el
último del mes. Personajes y país se encuentran y se alejan en una crisis que
nadie asume personalmente.
Conclusión
Entre la carencia de responsabilidad
nacional de los personajes de El
americano ilustrado y la decisión de otros de vender un país hay más
semejanzas de las que cabría suponer a primera vista. Si retomamos las
frustraciones de los personajes de González Rincones, Gallegos y Planchart, que
los llevan a aspirar irse del mundo real en el que viven, podemos detectar una
constante dramática de la que participa Pedro César Dominici (1872-1954) con Amor rojo (1951), primer texto político
sobre las guerrillas y la toma del poder por revolucionarios víctimas de sus
propias contradicciones.
El teatro venezolano ha representado y pensado al país y su
desenvolvimiento social y político en términos dolorosos. El empeño por actuar
para garantizar el desarrollo y el progreso nacional, las contradicciones entre
desarrollo y marginalidad y el recubrir con retóricas la medianía que nos
compete a todos han conducido a grandes frustraciones por la incompetencia para
actuar eficazmente en el contexto social, por la presencia de fuerzas y
realidades contundentes que bloquean el esfuerzo individual para ir más allá de
esas realidades y por el empeño por inventar una realidad nacional sólo con
discursos carentes de referentes reales.
Al representar situaciones y personajes
que evocan otras y otros que no nos son indiferentes y determinantes en nuestra
condición de nacionales de un país llamado Venezuela, el teatro venezolano va
más allá de discursos y tesis, de diagnósticos y pronósticos, para llamar la
atención sobre una condición existencial siempre presente, y representada en
presente en los escenarios que impiden la indiferencia.
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Link relacionado
Dra. Susana D. Castillo
Universidad de San Diego, California, 1992