Él muri ó casi a los 100 años, lo cual es el orden natural de las cosas. Pero la pérdida de tu hija Paula, que fue tan inesperada... Cuando mi hija murió, atravesé el invierno más largo y más oscuro de mi vida. Mi mamá me dijo "nunca más te pasará nada comparable, ya has atravesado el infierno, así que el resto de tu vida será fácil". Tuvo toda la razón.
Ahora que ella no está aquí, le sigo escribiendo cartas, con la idea de que haya internet inalámbrico en el otro mundo (risas), y leo sus cartas, una al día, porque no me quiero volver loca.
No hay ninguna mujer más aclamada en la literatura en español que tú. ¿Sientes que eso te genera alguna responsabilidad?
No más que con el primer libro. Tengo la responsabilidad de escribir de la mejor manera que pueda y no escribir nada que le pudiera dar ideas a algún psicópata.
Sé mucho sobre tortura, violación. Tengo una fundación. Veo los casos. Cuento los casos, pero no doy detalles, porque no quiero darle ideas a nadie.
Pero cuando hablo sobre el amor, sexo, cosas que creo que la gente debería saber y disfrutar, soy más explícita.
Tengo la responsabilidad con mis lectores de no crear más perturbaciones, más mal psicológico.
¿Eres una persona espiritual?
No soy una persona religiosa. Pero sí creo que hay mucho más de lo que podemos ver. Cierta forma de trascendencia, y que todo tiene espíritu.
No me siento desconectada de mi madre y de Paula, me siento conectada a cualquier forma que tengan ahora.
Miniserie de Mega sobre la vida de Isabel Allende obtiene fondo del CNTV
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Mega recibió el premio del Fondo del Consejo Nacional de Televisión , que se otorga a las productoras para realizar y producir programas de importancia cultural o histórica.
En la ceremonia realizada la noche del miércoles, Mega fue galardonado en la categoría Ficción Histórica con el monto de $210.197.191 para realizar la miniserie “Isabel Allende: No me mires así” sobre la biografía de la escritora viva de lengua española más leída del mundo.
La serie de tres capítulos contará con la producción ejecutiva de Isabel Miquel y abordará la vida y obra de la autora de “La casa de los espíritus ”, incluyendo sus inicios en el periodismo, su exilio en Venezuela, la complicada relación con su familia y la enfermedad y muerte de su hija Paula.
A la premiación asistieron en representación de Mega su Director Ejecutivo Patricio Hernández, su Directora de Contenidos y Estándares de Calidad Patricia Bazán, su productor ejecutivo del Área de No Ficción y Cultura Jaime Sepúlveda, y los productores Tomás Macán e Isabel Miquel.
“Estamos muy orgullosos de contar con los aportes del CNTV para poder llevar a una miniserie la historia de Isabel Allende . Ella refleja muy bien lo que han enfrentado las mujeres chilenas que han desafiado el deber ser de una época y han luchado por conquistar espacios, imponiendo su talento. Es una historia que cruza varios momentos de nuestro país, con sus conflictos y dolores, y que nos muestra cuán universal puede ser el retrato íntimo de una mujer”, dijo Patricia Bazán, directora de Contenido y Estándares de Calidad de Mega.
“Isabel Allende: No me mires así”, será protagonizada por Daniela Ramírez y contará con la actuación de Magdalena Müller.
La casa de los espíritus' será también una
serie de televisión
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La plataforma estadounidense de streaming Hulu (El cuento de la criada ) y la productora FilmNation Entertainment están trabajando en la adaptación a una serie de televisión de la novela La casa de los espíritus , de la escritora chilena Isabel Allende , según informa el portal Deadline.
Aunque aún no se han ofrecido detalles sobre el reparto o la dirección, sí se sabe que la propia Allende ejercerá como productora ejecutiva del proyecto. La casa de los espíritus , publicada en 1982, fue la primera novela de Isabel Allende , y pronto se convirtió en un gran éxito internacional, habiendo sido traducida a numerosos idiomas.
En 1993 el libro fue llevado al cine bajo la dirección de Bille August, con un elenco de lujo que incluía estrellas como Jeremy Irons , Meryl Streep , Glenn Close , Winona Ryder y el español Antonio Banderas . Encuadrada en el llamado realismo mágico, la novela relata la vida de cuatro generaciones de la familia Trueba, en el contexto de los movimientos sociales y políticos del periodo poscolonial en Chile.
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MAS ALLÁ DEL INVIERNO
ISABEL ALLENDE
(fragmento)
El tráfico en Brooklyn estaba restringido, excepto para emergencias, y ese era exactamente el caso de Richard Bowmaster. Vio en internet la dirección de la clínica veterinaria más cercana que estuviera abierta, que resultó ser una que ya conocía, envolvió al animal en una manta y lo puso en el automóvil. Se felicitó de haberle quitado la nieve en la mañana, sino estaría atascado, y agradeció que el desastre no hubiera ocurrido el día anterior en medio del vendaval, porque no habría podido moverse de la casa. Brooklyn se había convertido en una ciudad nórdica, blanco sobre blanco, los ángulos suavizados por la nieve, las calles vacías, una extraña paz, como si la naturaleza bostezara. “No se te ocurra morirte, Três, por favor. Eres un gato proletario, tienes tripas de acero, un poco de anti-congelante no es nada, ánimo,” lo alentaba Richard mientras manejaba con terrible lentitud en la nieve, pensando que cada minuto que perdía por el camino era uno menos de vida para el animal. “Calma, amigo, aguanta. No puedo apurarme porque si patinamos estamos jodidos, ya vamos a llegar. No puedo ir más rápido, perdona…”
El trayecto de veinte minutos en circunstancias habituales le tomó el doble y cuando por fin llegó a la clínica, la nieve había vuelto y Três estaba agitado de nuevas convulsiones y babeando más espuma rosada. Los recibió una doctora eficiente y parca de gestos y palabras, quien no manifestó optimismo respecto al gato ni simpatía por su dueño, cuya negligencia había provocado el accidente, como le dijo a su ayudante en voz baja, pero no tan baja como para que Richard dejara de oírla. En otro momento él habría reaccionado ante ese comentario de mala leche, pero una ola poderosa de malos recuerdos lo volteó. Se quedó mudo, humillado. No era la primera vez que su negligencia resultaba fatal. Desde entonces se había vuelto tan cuidadoso y tomaba tantas precauciones, que a menudo sentía que iba pisando huevos por el camino de la vida. La veterinaria le explicó que podía hacer muy poco. Los exámenes de sangre y orina determinarían si acaso el daño a los riñones era irreversible, en cuyo caso el animal iba a sufrir y más valía darle un fin digno. Debía quedar internado; en un par de días habría un diagnóstico definitivo, pero había que prepararse para una mala noticia. Richard asintió, a punto de llorar. Se despidió de Três con el corazón anudado, sintiendo la mirada dura de la doctora en la nuca; una acusación y una condena.
La recepcionista, una joven con el pelo color zanahoria y una argolla en la nariz, se compadeció de él al comprobar cómo temblaba cuando le pasó su tarjeta de crédito para el depósito inicial. Le aseguró que su animalito estaría muy bien cuidado y le señaló la máquina de café. Ante ese gesto de mínima amabilidad a Richard lo sacudió un sentimiento desproporcionado de gratitud y se le escapó un sollozo que subió desde el subsuelo. Si le hubieran pregunta qué sentía por sus cuatro mascotas, habría contestado que cumplía con la responsabilidad de alimentarlas y limpiar la caja de arena; la relación con los gatos era sólo cortés, excepto con Dois, que exigía mimos. Eso era todo. Nunca imaginó que llegaría a estimar a esos felinos displicentes como miembros de la familia que no tenía. Se sentó en una silla de la sala de espera bajo la mirada comprensiva de la recepcionista a beber un café aguado y amargo, con dos de sus pastillas verdes para los nervios y una rosada para la acidez estomacal, hasta que recuperó el control. Debía regresar a su casa.
Las luces del coche alumbraban un paisaje desolado de calles sin vida. Richard avanzaba lentamente, atisbando con dificultad por el medio círculo despejado en la escarcha del vidrio. Esas calles pertenecían a una ciudad desconocida y por un minuto se creyó perdido, aunque había hecho el mismo trayecto con anterioridad. El tiempo inmóvil, el zumbido de la calefacción y el tic tac acelerado del limpiaparabrisas, la impresión de que el automóvil flotaba en un ámbito algodonoso, el desconcierto de ser la única alma presente en un mundo abandonado. Iba hablando solo, con la cabeza llena de ruido y pensamientos nefastos sobre los horrores inevitables del mundo y de su vida en particular.¿Cuánto más iba a vivir y en qué condiciones? Si uno vive lo suficiente le da cáncer a la próstata. Si uno vive más se le desintegra el cerebro. Había alcanzado la edad del susto, ya no le atraían los viajes, estaba amarrado a la comodidad de su hogar, no quería imprevistos, temía perderse o enfermarse o morirse y que nadie descubriera su cadáver hasta un par de semanas más tarde, cuando los gatos hubieran devorado buena parte de sus restos. La posibilidad de ser hallado en un charco de vísceras putrefactas lo aterraba de tal modo, que había acordado con su vecina, una viuda madura con temperamento de hierro y corazón sentimental, enviarle un mensaje de texto cada noche. Si fallaba en dos días, ella vendría a echar un vistazo en su casa, para eso le había dado llave. El mensaje contenía sólo dos palabras: vivo todavía. Ella no tenía obligación de responder, pero sufría del mismo temor y siempre lo hacía con tres palabras: joder, yo también. Lo más temible de la muerte era la noción de eternidad. Muerto para siempre, qué horror.
Richard temió que empezara a formarse el nubarrón de ansiedad que solía envolverlo. En esos caso se tomaba el pulso y no lo sentía o sentía que le galopaba. Había sufrido un par de ataques de pánico en el pasado, tan parecidos a un ataque al corazón, que terminó hospitalizado, pero no se le habían repetido en los últimos años, gracias a las pastillas verdes y porque aprendió a dominarlos. Se concentraba en visualizar el cúmulo negro sobre su cabeza traspasado por poderosas lanzas de luz, como los rayos divinos de las estampas religiosas. Con esa imagen y unos ejercicios de respiración lograba disolver la nube; pero fue innecesario recurrir a ese truco, porque pronto se rindió ante la novedad de su situación. Se vio desde lejos, como en una película de la cual él no era protagonista, sino espectador.
Hacía muchos años que vivía en un entorno perfectamente controlado, sin sorpresas ni sobresaltos, pero no había olvidado del todo la fascinación de las pocas aventuras de su juventud, como el loco amor por Anita. Sonrió ante su aprehensión, porque conducir unas cuantas cuadras con mal tiempo en Brooklyn no era exactamente una aventura. En ese instante adquirió clara consciencia de lo pequeña y limitada que se había vuelto su existencia y entonces sintió miedo de verdad, miedo de haber perdido tantos años encerrado en sí mismo, miedo de la prisa con que pasaba el tiempo y se venían encima la vejez y la muerte. Los anteojos se le empañaron de sudor o de lágrimas, se los arrancó de un manotazo y trató de limpiarlos con una manga. Estaba oscureciendo y la visibilidad era pésima. Aferrado al volante con la mano izquierda trató de ponerse los lentes con la derecha, pero los guantes trabaron el movimiento y los lentes se le cayeron y fueron a dar entre los pedales. Una palabrota se le escapó de entre las tripas.
En ese momento, cuando se distrajo brevemente tanteando el suelo en busca de los lentes, un coche blanco que iba adelante, disimulado en la nieve, frenó en la intersección de otra calle. Richard se le estrelló por detrás. El impacto fue tan inesperado y apabullante, que por una fracción de segundo perdió el conocimiento. Se recuperó de inmediato con la misma sensación anterior de hallarse fuera de su cuerpo, el corazón disparado, bañado de transpiración, la piel caliente, la camisa pegada a la espalda. Sentía la incomodidad física, pero su mente estaba en otro plano, separada de esa realidad. El hombre de la película seguía escupiendo palabrotas dentro del automóvil y él, como espectador, desde otra dimensión, evaluaba fríamente lo ocurrido, indiferente. Era un choque mínimo, estaba seguro. Ambos vehículos iban muy lento. Debía recuperar los lentes, bajarse y enfrentar al otro conductor civilizadamente. Para algo existían los seguros.
Al descender del automóvil resbaló en el pavimento helado y habría aterrizado de espaldas si no se aferra de la puerta. Comprendió que aunque hubiera frenado, de todos modos se habría estrellado, porque habría seguido rodando por inercia dos o tres metros antes de detenerse. El otro vehículo, un Lexus SC, recibió el impacto por detrás y la fuerza del choque lo impulsó hacia adelante. Arrastrando los pies, con el viento en contra, Richard anduvo la corta distancia que lo separaba del otro conductor, quien también había descendido del coche. Su primera impresión fue que se trataba de un niño demasiado joven como para tener licencia de manejar, pero al acercarse más se dio cuenta de que era una muchacha diminuta. Vestía pantalones, botas de goma negras y un anorak demasiado holgado para su tamaño. La capucha le tapaba la cabeza.
—Fue culpa mía. Perdone, no la vi. Mi seguro pagará los daños - le dijo.
La chica le echó una mirada rápida al foco roto y la cajuela abollada y entreabierta. Trató inútilmente de cerrarla, mientras Richard repetía lo del seguro.
—Si quiere llamamos a la policía, pero no es necesario. Tome mi tarjeta, es fácil ubicarme.
Ella no parecía oírlo. Visiblemente alterada, siguió golpeando la tapa con los puños hasta convencerse de que no podría cerrarla bien, entonces regresó a su asiento lo más de prisa que las ráfagas de viento le permitían, seguida por Richard, quien insistía en darle sus datos. Se metió al Lexus sin darle ni una mirada, pero él le tiró su tarjeta a la falda justamente cuando ella apretaba el acelerador sin alcanzar a cerrar la puerta, que le pegó a Richard y lo tiró sentado en la calle. El vehículo dobló la esquina y desapareció. Richard se puso trabajosamente de pie, sobándose el brazo machucado por la puerta, y concluyó que ese había sido un día calamitoso y lo único que le faltaba era que el gato se muriera.
MAS ALLÁ DEL INVIERNOISABEL ALLENDE (fragmento)
LA CASA DE LOS ESPÍRITUS
ISABEL ALLENDE
(fragmento)
Ése fue el viaje más largo de Marcos. Regresó con un cargamento de enormes cajas que se almacenaron en el último patio, entre el gallinero y la bodega de la leña, hasta que terminó el invierno. Al despuntar la primavera, las hizo trasladar al Parque de los Desfiles, un descampado enorme donde se juntaba el pueblo a ver marchar a los militares durante las Fiestas Patrias, con el paso de ganso que habían copiado de los prusianos. Al abrir las cajas, se vio que contenían piezas sueltas de madera, metal y tela pintada. Marcos pasó dos semanas armando las partes de acuerdo a las instrucciones de un manual en inglés, que descifró con su invencible imaginación y un pequeño diccionario. Cuando el trabajo estuvo listo, resultó ser un pájaro de dimensiones prehistóricas, con un rostro de águila furiosa pintado en su parte delantera, alas movibles y una hélice en el lomo. Causó conmoción. Las familias de la oligarquía olvidaron el organillo y Marcos se convirtió en la novedad de la temporada. La gente hacía paseos los domingos para ir a ver al pájaro y los vendedores de chucherías y fotógrafos ambulantes hicieron su agosto. Sin embargo, al poco tiempo comenzó a agotarse el interés del público. Entonces Marcos anunció que apenas se despejara el tiempo pensaba elevarse en el pájaro y cruzar la cordillera. La noticia se regó en pocas horas y se convirtió en el acontecimiento más comentado del año. La máquina yacía con la panza asentada en tierra firme, pesada y torpe, con más aspecto de pato herido, que de uno de esos modernos aeroplanos que empezaban a fabricarse en Norteamérica. Nada en su apariencia permitía suponer que podría moverse y mucho menos encumbrarse y atravesar las montañas nevadas. Los periodistas y curiosos acudieron en tropel. Marcos sonreía inmutable ante la avalancha de preguntas y posaba para los fotógrafos sin ofrecer ninguna explicación técnica o científica respecto a la forma en que pensaba realizar su empresa. Hubo gente que viajó de provincia para ver el espectáculo. Cuarenta años después, su sobrino nieto Nicolás, a quien Marcos no llegó a conocer, desenterró la iniciativa de volar que siempre estuvo presente en los hombres de su estirpe. Nicolás tuvo la idea de hacerlo con fines comerciales, en una salchicha gigantesca rellena con aire caliente, que llevaría impreso un aviso publicitario de bebidas gaseosas. Pero, en los tiempos en que Marcos anunció su viaje en aeroplano, nadie creía que ese invento pudiera servir para algo útil. Él lo hacía por espíritu aventurero. El día señalado para el vuelo amaneció nublado, pero había tanta expectación, que Marcos no quiso aplazar la fecha. Se presentó puntualmente en el sitio y no dio ni una mirada al cielo que se cubría de grises nubarrones. La muchedumbre atónita, llenó todas las calles adyacentes, se encaramó en los techos y los balcones de las casas próximas y se apretujó en el parque. Ninguna concentración política pudo reunir a tanta gente hasta medio siglo después, cuando el primer candidato marxista aspiraba, por medios totalmente democráticos, a ocupar el sillón de los Presidentes. Clara recordaría toda su vida ese día de fiesta. La gente se vistió de primavera, adelantándose un poco a la inauguración oficial de la temporada, los hombres con trajes de lino blanco y las damas con los sombreros de pajilla italiana que hicieron furor ese año. Desfilaron grupos de escolares con sus maestros, llevando flores para el héroe. Marcos recibía las flores y bromeaba diciendo que esperaran que se estrellara para llevarle flores al entierro. El obispo en persona, sin que nadie se lo pidiera, apareció con dos turiferarios a bendecir el pájaro y el orfeón de la gendarmería tocó música alegre y sin pretensiones, para el gusto popular. La policía, a caballo y con lanzas, tuvo dificultad en mantener a la multitud alejada del centro del parque, donde estaba Marcos, vestido con una braga de mecánico, con grandes anteojos de automovilista y su cucalón de explorador. Para el vuelo llevaba, además, su brújula, un catalejo y unos extraños mapas de navegación aérea que él mismo había trazado basándose en las teorías de Leonardo da Vinci y en los conocimientos australes de los incas. Contra toda lógica, al segundo intento el pájaro se elevó sin contratiempos y hasta con cierta elegancia, entre los crujidos de su esqueleto y los estertores de su motor. Subió aleteando y se perdió entre las nubes, despedido por una fanfarria de aplausos, silbatos, pañuelos, banderas, redobles musicales del orfeón y aspersiones de agua bendita. En tierra quedó el comentario de la maravillada concurrencia y de los hombres más instruidos, que intentaron dar una explicación razonable al milagro. Clara siguió mirando el cielo hasta mucho después que su tío se hizo invisible. Creyó divisarlo diez minutos más tarde, pero sólo era un gorrión pasajero. Después de tres días, la euforia provocada por el primer vuelo de aeroplano en el país, se desvaneció y nadie volvió a acordarse del episodio, excepto Clara, que oteaba incansablemente las alturas.
A la semana sin tener noticias del tío volador, se supuso que había subido hasta perderse en el espacio sideral y los más ignorantes especularon con la idea de que llegaría a la luna. Severo determinó, con una mezcla de tristeza y de alivio, que su cuñado se había caído con su máquina en algún resquicio de la cordillera, donde nunca sería encontrado. Nívea lloró desconsoladamente y prendió unas velas a san Antonio, patrono de las cosas perdidas. Severo se opuso a la idea de mandar a decir algunas misas, porque no creía en ese recurso para ganar el cielo y mucho menos para volver a la tierra, y sostenía que las misas y las mandas, así como las indulgencias y el tráfico de estampitas y escapularios, eran un negocio deshonesto. En vista de eso, Nívea y la Nana pusieron a todos los niños a rezar a escondidas el rosario durante nueve días. Mientras tanto, grupos de exploradores y andinistas voluntarios lo buscaron incansablemente por picos y quebradas de la cordillera, recorriendo uno por uno todos los vericuetos accesibles, hasta que por último regresaron triunfantes y entregaron a la familia los restos mortales en un negro y modesto féretro sellado. Enterraron al intrépido viajero en un funeral grandioso. Su muerte lo convirtió en un héroe y su nombre estuvo varios días en los titulares de todos los periódicos. La misma muchedumbre que se juntó para despedirlo el día que se elevó en el pájaro, desfiló frente a su ataúd. Toda la familia lo lloró como se merecía, menos Clara, que siguió escrutando el cielo con paciencia de astrónomo. Una semana después del sepelio, apareció en el umbral de la puerta de la casa de Nívea y Severo del Valle, el propio tío Marcos, de cuerpo presente, con una alegre sonrisa entre sus bigotes de pirata. Gracias a los rosarios clandestinos de las mujeres y los niños, como él mismo lo admitió, estaba vivo y en posesión de todas sus facultades, incluso la del buen humor. A pesar del noble origen de sus mapas aéreos, el vuelo había sido un fracaso, perdió el aeroplano y tuvo que regresar a pie, pero no traía ningún hueso roto y mantenía intacto su espíritu aventurero. Esto consolidó para siempre la devoción de la familia por san Antonio y no sirvió de escarmiento a las generaciones futuras que también intentaron volar con diferentes medios. Legalmente, sin embargo, Marcos era un cadáver. Severo del Valle tuvo que poner todo su conocimiento de las leyes al servicio de devolver la vida y la condición de ciudadano a su cuñado. Al abrir el ataúd, delante de las autoridades correspondientes, se vio que habían enterrado una bolsa de arena. Este hecho manchó el prestigio, hasta entonces impoluto, de los exploradores y los andinistas voluntarios: desde ese día fueron considerados poco menos que malhechores.
LA CASA DE LOS ESPÍRITUS ISABEL ALLENDE (fragmento)
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