Apenas llegué a Francia en 1951, descubrí el mercado de las pulgas y en uno de sus más extraños corredores, una tienda de viejos discos 78. Entre ellos, uno de nuestro gran cantor de tangos, Carlos Gardel, que compré de inmediato, sin tener siquiera un tocadiscos para escucharlo, tal era mi nostalgia. El vendedor, un viejo más bien jodón, miró el rótulo y meneó la cabeza. “Ah, sí, Gardel”, dijo con tono apreciativo. No pude contener mi alegría y le dije con orgullo que éramos compatriotas. Tras de lo cual, echando una mirada a mi pelo largo y despeinado, lanzó: “¿Argentino, usted? ¿Y la gomina?”.
Susana Rinaldi tampoco lleva pegoteado el pelo con esa especie de firma personal que nos ha dado una reputación entre halagadora y equívoca. Ha transcurrido medio siglo y nuestra manera de sentir y de interpretar el tango ha cambiado mucho. Pero si este cambio puede sorprender a los que siguen fieles a los orígenes de cualquier forma de arte (apoyados en la moda “retro” que remeda deliberadamente los aires 1920-1940), basta escuchar a Susana Rinaldi para descubrir que lo esencial permanece invariable y que el propio Gardel, muerto hace más de cuarenta años, sería el primero en admirar a la cantora más grande de nuestro tiempo.
Porque hay una especie de milagro en este arte de renovar un género anticuado haciendo resaltar aún más su esencia simple, popular, pobre como una calle de suburbio y profunda como el alma de la ciudad. Susana sabe que el tango ha sido ante todo y sobre todo Buenos Aires, una música arrabalera como la java y el blues, un testamento urbano, su crónica de las noches de amor, de abandono y de muerte, su nostalgia de una felicidad imposible, su acta de pobreza sin esperanza de rescate. Con esa materia bastante primaria, esas palabras y esos aires limitados, Susana desviste el cuerpo a menudo vulgar del tango para mostrarlo en su más bella desnudez y, al hacerlo, muestra a los argentinos de Buenos Aires tal como son, vulnerables y reprimidos, tiernos y hoscos. En ella los tangos maltrechos por el desgaste del tiempo recuperan su esencia porque una gran artista los cambia. Y cuando Susana se atreve a cantar uno de esos tangos cuyos derechos a perpetuidad parecían pertenecer a Gardel, se mide la distancia que va de la imitación a la recreación, de la rutina bien aceitada al brotar del manantial.
La voz de Susana Rinaldi es una voz de una perfección que debe mucho a las grandes exigencias de nuestro tiempo, y de la que ella se sirve como se sirve de la palabra entre canción y canción, sin apoyar jamás pero creando desde la primera nota o la primera palabra una tensión que el público siente como un sortilegio. Y además está la elección: Susana ha ido a buscar, en el pasado y en el presente, esos tangos donde anida la belleza, donde tiembla y murmura el alma arrabalera o el relumbrón de los cabarets de la ciudad. Jamás lo vulgar, tan frecuente, ay, en tangos a veces célebres, habrá formado parte de su repertorio. Sin privarse de los momentos más representativos de ese género tan difícil que se presta, como el flamenco, a la estafa y la insipidez, logra presentar el abanico más amplio, pasearnos a lo largo de una velada por las calles de la ciudad del tango, ese “Buenos Aires querido”, del que Gardel fue el cantor.
Seguramente encontrarán ustedes en la sala a muchos argentinos. No vacilen en hablarles, estarán encantados de traducirles las palabras de los tangos, e incluso de tararearles otros durante el entreacto, en eso somos inagotables. Y además, al tango le gusta dar paseos, hacerse mimar como esa “muñeca de lujo” cuyos prestigios uno de ellos cantó en otros tiempos. La voz de Susana Rinaldi penetrará en ustedes, se les enroscará en la memoria. Como siempre cuando algo sale del corazón de un pueblo.
© Julio Cortázar
1976
A la voz de Susana Rinaldi
No sé lo que hay detrás de tu voz.
Nunca te vi, vos sos los discos
que pueblan por las noches este departamento de París.
Te busqué en Buenos Aires, pero sabés seguro
cuántos espejos de mentira te hacen pifiar la esquina,
como después de andar de bache en bache
acabás con ginebra en un boliche
murmurando la bronca del despiste.
No sé, ya ves, ni como sos,
tengo las fotos de tus discos, gente
que te conoce y te escribe,
paredes de palabras con glicinas
y vos detrás, inalcanzable siempre.
(Y esto que digo Susana
es también la Argentina donde todo
puede esconder la estafa si no sabemos ser
como el farol del barrio, o como aquí sus tangos,
vigías de la noche y la esperanza).
© Julio Cortázar
1974
No sé lo que hay detrás de tu voz.
Nunca te vi, vos sos los discos
que pueblan por las noches este departamento de París.
Te busqué en Buenos Aires, pero sabés seguro
cuántos espejos de mentira te hacen pifiar la esquina,
como después de andar de bache en bache
acabás con ginebra en un boliche
murmurando la bronca del despiste.
No sé, ya ves, ni como sos,
tengo las fotos de tus discos, gente
que te conoce y te escribe,
paredes de palabras con glicinas
y vos detrás, inalcanzable siempre.
(Y esto que digo Susana
es también la Argentina donde todo
puede esconder la estafa si no sabemos ser
como el farol del barrio, o como aquí sus tangos,
vigías de la noche y la esperanza).
© Julio Cortázar
1974
Homenaje a 100 años de su nacimiento y 30 de su partida:
26 Agosto 1914 - 12 Febrero 1984 /
Homenagem aos 100 anos de seu nascimento e 30 de sua partida:
26 agosto 1914 - 12 fevereiro 1984
26 Agosto 1914 - 12 Febrero 1984 /
Homenagem aos 100 anos de seu nascimento e 30 de sua partida:
26 agosto 1914 - 12 fevereiro 1984