Lauray yo no compartíamos la misma ideología. Es más, yo era una opositora absoluta
a todo lo que ella creía desde 1992. Laura y yo no hablábamos de
política. Nuestro amor por la música era más importante que la política y
la música fue lo último que compartimos, 19 días antes de que un estúpido
accidente de carros en La
Guaira nos dejara para siempre sin su arrolladora sonrisa, su
vitalidad contagiosa, su talento, su alegría aunque estuviera triste.
Por
esas extrañas cosas que a veces tiene la vida, las fotos que aquí publico se
sacaron el 31 de octubre de 1994 después del concierto de Susana Rinaldi,
intérprete que a Laura le fascinaba y con quien habíamos compartido una tarde
de ensayos, confidencias, fotos, su recital y finalmente la cena . Diecinueve
días más tarde, domingo por la mañana, me llamaron para darme la noticia de su
muerte.
En
vano he buscado en Internet sus reportajes, fotos sacadas por ella, fotos de
ella... nada.
Laura Sánchez y Susana Rinaldi, 31 de octubre de 1994. Caracas.
Laura Sánchez y Susana Rinaldi, Parque Central, Caracas,
31 de octubre de 1994.
Laura Sánchez y yo, en un restaurant de Parque Central.
El cabello enrulado es de ella. 31 de octubre de 1994.
Laura Sánchez, Susana Rinaldi, Mariana Llanos y yo.
Laura Sánchez, 31 de octubre de 1994. La foto es de mala calidad
pero hay tan pocos fotos de ella que no quiero omitir ninguna.
Laura Sánchez con el bandoneonista argentino, al fondo,
Marcelo Nisinman, Mariana Llanos y yo.
Laura Sánchez, Susana Rinaldi y Anita Llanos.
Laura Sánchez, en el centro; de izquierda a derecha,
Mariana Llanos, Susana Rinaldi, Percy,
Anita y Gabriela Llanos.
Laura Sánchez en el centro; detrás Susana Rinaldi,
yo y Marcelo Nisinman la derecha;
a la izquierda Gabriel, Anita y Mariana Llanos;
atrás el grupo musical y técnico de Susana Rinaldi.
(...) Fue en el año 1994 en la ciudad de Barquisimeto, a 350 km. de Caracas, al occidente del país, en casa de mi queridísima amiga Beatrice Viggiani. Yo trabajaba para aquel entonces como reportero gráfico de uno de los diarios de la ciudad y Beatrice me informó de que se iba a hacer una reunión semiclandestina en su casa con el recién salido de la cárcel comandante H. Ch., el cual estaba viajando por el país sondeando su popularidad acompañado de la periodista y querida amiga Laura Sánchez, que se había convertido en su jefe de prensa informal. Laura fue la creadora absoluta de la leyenda del "comandante" cuando le hizo una entrevista en la cárcel donde estaba preso por comandar el intento de golpe de estado contra CAP en el año 1992; haciéndose pasar por prostituta burló los controles de la prisión y logró uno de los documentos más interesantes del periodismo venezolano. Lo extraño es que el diario El Nacional, el más importante de Venezuela y que encargó el reportaje-aventura a Laura, lo publicase en lo más profundo del cuerpo de economía. (Laura moriría poco antes de H. ser presidente, en un accidente de tráfico. Nunca H. la ha mencionado ni le ha dado los créditos que sin duda siempre mereció).
(….)
“Entrevista con la Historia” fue publicado por primera vez en italiano por la editorial Rizzoli en 1974 y reeditado en 1977, 1994 y 2011 en ediciones de bolsillo. Fue traducido en 11 países y tiene 26 entrevistas a los grandes líderes de la política mundial de los años 70, y a una de sus víctimas, el mártir griego y compañero sentimental de la Fallaci, Alexo Panagulis. Es, quizá junto con “Un Hombre”, el libro emblema de Oriana Fallaci. Un libro donde la gran periodista desnuda y se enfrenta al poder político. Desde Henry Kissinger, entonces Secretario de Estado de Estados Unidos, quien le confiesa que él es como “el Llanero Solitario” guiando los destinos de su país – frase que desmintió luego debido al malestar del presidente Nixon-, hasta Yasser Arafat, Jomeini, Golda Meier, el general Giap, Pietro Nenni, Ali Bhutto , el Rey Hussein de Jordania, Nguyen Van Thieu, Indira Gandhi…
Duelos verbales
por Astrid Pikielny, La Nación, 28-8-2013
Las magistrales entrevistas de Oriana Fallaci a líderes mundiales, entre ellos Henry Kissinger, Yasser Arafat y Golda Meier, van a caballo entre la historia y el periodismo
Oriana Fallaci sabía de guerras y combates. No porque como periodista hubiera cubierto los conflictos bélicos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, entre ellos Vietnam y Medio Oriente. Tampoco porque hubiera librado una guerra contra un cáncer de mama que nunca la intimidó y que, finalmente -y después de varios años-, terminó con su vida. Oriana Fallaci sabía de batallas porque, como nadie, practicó la entrevista periodística como una de las formas del duelo y la confrontación: torear y azuzar para incomodar, acorralar y develar.
Así lo hizo con los líderes mundiales que dominaron la historia de los años sesenta y setenta, y decidieron los destinos del mundo. Henry Kissinger, Golda Meir, Yasser Arafat, Hussein de Jordania, Indira Gandhi, Mohamed Reza Pahlevi y Nguyen Van Thieu, entre otros, integran la lista de veintiséis políticos a los que esta periodista florentina sentó frente a su grabadora después de una investigación pormenorizada del personaje y la historia.
Cada una de estas entrevistas es, todavía hoy, no sólo una pieza literaria, a caballo entre la historia y el periodismo, sino además un retrato del poder, que ella decía abominar. Sus preguntas, sin embargo, punzantes y teatrales, fueron también un modo de ejercerlo. Temible e indómita, Fallaci ejerció magistralmente la tiranía de la repregunta y dejó una marca indeleble en la historia del periodismo.
El retrato que precede cada una de las entrevistas acompaña y enriquece el reportaje periodístico con una semblanza del personaje. Ésta incluye no sólo los detalles y las circunstancias en las que se realizó el encuentro sino también el impacto que ese reportaje generó en su contexto histórico y político. De este modo, el lector se enterará de las condiciones insólitas que el todopoderoso Henry Kissinger le impuso a Fallaci, el subsiguiente duelo entre la periodista y el entrevistado, y el enojo del presidente Richard Nixon con algunas de las declaraciones de su secretario de Estado; del despliegue de los dispositivos de seguridad -e intimidación- en torno al encuentro con el líder palestino Yasser Arafat, que además brindó la entrevista con el fusil en la espalda; y del misterioso robo de las cintas que registraron las más de tres horas de conversación entre Fallaci y la estadista y primer ministro de Israel, Golda Meir. El hurto de esa entrevista generó un nuevo encuentro entre esas dos mujeres, y el resultado final de ese retrato íntimo y político de una mujer pública en un mundo de hombres es de una eficacia y una belleza conmovedoras.
"Se hace difícil reunir en una sola vida y en una mujer pequeña y poco robusta una colección tan monstruosa de experiencia, de cosas vistas, de encuentros con personalidades de las más diversas actividades, de tragedias, de muertes, de campos de batallas, de gente que ha hecho y deshecho la historia de la última mitad del siglo XX", dijo sobre la italiana el escritor Furio Colombo.
El libro concluye con una entrevista al político y poeta griego Alejandro Panagulis, fundador y jefe de la resistencia griega, el movimiento que los coroneles nunca pudieron destruir. Luego, fue compañero de vida de la periodista hasta el 1 de mayo de 1976, "al morir él en un simulado accidente automovilístico que el poder se apresuró a calificar hipócritamente de desgracia fortuita", escribirá Fallaci.
No es azaroso que esta entrevista esté ubicada al final: Panagulis es, en muchos sentidos, la contrafigura de los otros veinticinco entrevistados y encarna la lucha contra un poder siempre omnímodo y aberrante. En este caso, la temible Fallaci depone las armas del hostigamiento y se entrega, conmovida, a la historia de Panagulis: un himno a la libertad que ni los años de cárcel, espionaje y torturas pudieron acallar.
Todos estos reportajes realizados en los años setenta para L'Europeo , compilados para un libro por primera vez en 1974 y hoy reeditados nuevamente, han resistido estoicamente el paso del tiempo y se resignifican como un palimpsesto, en tiempos en los que algunos eligen las comodidades de un periodismo cortesano, vasallo y adulador.
Entrevista con la historia Oriana Fallaci El Ateneo Trad.: Maria Cruz Pou y Antonio Samons 704 páginas
Fuente: La Nación
Buenos Aires
28 de agosto de 2013
“Questo libro non vuol essere qualcosa in più di ciò che è: vale a dire una testimonianza diretta su ventisei personaggi politici della storia contemporanea. Non vuole promettere nulla in più di ciò che promette: vale a dire un documento a cavallo tra il giornalismo e la storia. Però non vuole presentarsi nemmeno come una semplice raccolta di interviste per gli studiosi del potere e dell’antipotere. Io non mi sento, né riuscirò mai a sentirmi, un freddo registratore di quel che ascolto e che vedo. Su ogni esperienza professionale lascio brandelli d’anima, a quel che ascolto e che vedo partecipo come se la cosa mi riguardasse personalmente o dovessi prender posizione, (infatti la prendo, sempre, in base a una precisa scelta morale), e dai ventisei personaggi non mi recai col distacco dell’anatomista o del cronista imperturbabile. Mi recai oppressa da mille rabbie, mille interrogativi che prima di investire loro investivano me stessa, e con la speranza di comprendere in che modo, stando al potere o avversandolo, essi determinano il nostro destino. Per esempio: la storia è fatta da tutti o da pochi? Dipende da leggi universali o da alcuni individui e basta? È un vecchio dilemma, lo so, che nessuno ha risolto e nessuno risolverà mai. È anche una vecchia trappola in cui cadere è pericolosissimo perché ogni risposta porta in sé la sua contraddizione. Non a caso molti rispondono col compromesso e sostengono che la storia è fatta da tutti e da pochi, che i pochi emergono fino al comando perché nascono al momento giusto e sanno interpretarlo. Forse. Ma chi non si illude sulla tragedia assurda della vita è portato piuttosto a seguire Pascal quando dice che, se il naso di Cleopatra fosse stato più corto, l’intera faccia della terra sarebbe cambiata; è portato piuttosto a temere ciò che temeva Bertrand Russell quando scriveva: «Lascia perdere, quel che accade nel mondo non dipende da te. Dipende dal signor Krusciov, dal signor Mao Tse-tung, dal signor Foster Dulles. Se loro dicono “morite” noi morremo, se loro dicono “vivete” noi vivremo». Non riesco a dargli torto. Non riesco a escludere insomma che la nostra esistenza sia decisa da pochi, dai bei sogni o dai capricci di pochi, dall’iniziativa o dall’arbitrio di pochi. Quei pochi che attraverso le idee, le scoperte, le rivoluzioni, le guerre, addirittura un semplice gesto, l’uccisione di un tiranno, cambiano il corso delle cose e il destino della maggioranza. Certo è un’ipotesi atroce. È un pensiero che offende perché, in tal caso, noi che diventiamo? Greggi impotenti nelle mani di un pastore ora nobile ora infame? Materiale di contorno, foglie trascinate dal vento? E per negarlo abbracci magari la tesi dei marxisti secondo cui tutto si risolve con la lotta di classe: la-storia-la-fanno-i-popoli-attraverso-la-lotta-di-classe. Però presto ti accorgi che la realtà quotidiana smentisce anche loro, presto obbietti che senza Marx non esisterebbe il marxismo (nessuno può dimostrare che, se Marx non fosse nato o non avesse scrittoIl capitale, John Smith o Mario Rossi l’avrebbero scritto). E sconsolato concludi che a dare una svolta anziché un’altra son pochi, a farci prendere una strada anziché un’altra son pochi, a partorire le idee, le scoperte, le rivoluzioni, le guerre, a uccidere i tiranni son pochi. Ancor più sconsolato ti chiedi come siano quei pochi: più intelligenti di noi, più forti di noi, più illuminati di noi, più intraprendenti di noi? Oppure individui come noi, né meglio né peggio di noi, creature qualsiasi che non meritano la nostra collera, la nostra ammirazione, la nostra invidia? “
Pubblicato da Rizzoli nel 1974 e riproposto in più edizioni tascabili dalla Bur (1977,1994 e 2001), dopo 5 anni di assenza torna finalmente in libreriaIntervista con la storia, raccolta di ventisei delle migliori interviste strappate ai Grandi della Storia dalla Fallaci, allora reporter dell’«Europeo».Tradotto in undici Paesi, è un libro straordinario che dimostra la tecnica giornalistica insuperabile di Oriana, e che per lei nessuno al mondo era davvero irraggiungibile.
Con la prefazione di Federico Rampini.
Gli anni Sessanta e Settanta vedono Oriana in prima linea sui fronti più caldi del mondo: il Vietnam, piazza delle Tre Culture a Città del Messico, Detroit sconvolta dalla rivolta dei neri, la terribile guerra indo-pachistana, la resistenza greca al regime dei Colonnelli, il Medioriente e il Sudamerica.
La Fallaci giornalista è ovunque, e come un tarlo fa di tutto per vivere «dentro la Storia. Viverela Storia nell’attimo stesso in cui essa si svolge. Testimoniare le nefandezze della guerra e le porcherie della pace».
Per capirne i meccanismi più segreti incontra e intervista senza sconti tutti i politici più in vista – e di conseguenza più intoccabili – del mondo, i personaggi «che avendo vinto la lotteria del potere decidono il nostro destino».
Dal capo della CIA William Colby a Yassir Arafat, dall’intervista contestatissima in cui il consigliere della sicurezza statunitense Henry Kissinger avrebbe affermato – e poi negato – di sentirsi come «un cowboy solitario» alla guida dell’America e del mondo, a quella all’Iman Khomeini, in cui Oriana si tolse polemicamente il chador definendolo «stupido cencio da medioevo»: passando per l’incontro con il generale Giap, Pietro Nenni, Golda Meir, il suo compagno Alekos Panagulis, Ali Bhutto, Hussein di Giordania, Nguyen Van Thieu, Indira Gandhi e tanti altri, la tenacia e la passione della Fallaci danno vita a documenti eccezionali che condannano spietatamente il potere, spronando alla disubbidienza e a un’incondizionata lotta per la libertà.
Como todo en Egipto es difícil llegar a un sitio por primera vez. Primero la lengua, pocos hablan la que nosotros hablamos, las calles cambian de nombre y escritas en nomenclatura autóctona , los lugareños a veces desconocen del sitio y los números árabes son distintos a los que estamos acostumbrados. Crecí con la noción que nuestros números eran arábigos, “no”, me replican, “”para nosotros son números indios, de la India”. Después de mucho deambular con la ayuda de gestos y la buena disposición de la gente llegué, por fin, a 4 Sharia Sharm el-Sheik, (antes calle Lepsius) en Al-Iskendariyya, o Alejandría .
“Abren a las 9.a.m.”, me señaló con movimiento de las manos el encargado de limpieza del edificio. Se equivocó, abrían a las 10. El apartamento en un segundo piso donde vivió Konstantin Kavafis , es ahora un apéndice cultural de la embajada de Grecia y desde 1992 se convirtió en el Museo Kavafis. Un libro de visitas da nota que muy pocos lo frecuentan: el día anterior había un solo visitante, dos días antes un grupo de 14 personas. Incluso el talón de entrada es insignificante.
La zona no reviste interés, un taller de automóviles aquí, un abasto más allá, una casa de antigüedades, y a unas cuadras una calle transitada y abarrotada de quincallas, fue, hace más de 7 décadas un barrio habitado por la comunidad griega, de prósperos empresarios. Como todo en Alejandría la arquitectura denota un deterioro marcado. Cuando llegó Nasser al poder en 1956 y su subsiguiente populismo, la mayoría de la comunidad pudiente y los inversionistas extranjeros abandonaron Egipto.
Al abrir los postigos la penetrante luz del mediterráneo ilumina los cuartos y uno observa la iglesia ortodoxa griega, San Saba, y un hospital enfrente. “Dónde podré vivir mejor?”, dice Kavafis, “debajo mío se encuentra una casa de mala reputación que satisface las necesidades de la carne, allá está la iglesia donde se perdonan los pecados y más allá está el hospital donde moriré”. Todo permanece igual menos el burdel en el primer piso. La mayoría de los muebles fueron vendidos después de su muerte, el apartamento se convirtió en una pensión (El Amir) y después de muchas tratativas de compra pasó a manos del gobierno griego. Con la ayuda de los amigos se logró reconstituir su apartamento y la atmósfera donde vivió Kafavis los últimos 25 años de su vida.
En las vitrinas se observan varios de sus libros traducidos a varios idiomas, una genealogía de su familia ( de origen griego) que él mismo elaboró y que se remonta a 1773, un pasaporte que data de 1932 y en el renglón que indica “ocupación” Kavafis puso “poeta”. Sobre las paredes fotos de él y de su familia. En otra vitrina su máscara de muerto.
Los reveses de la vida hicieron que la familia perdiera con los años su fortuna y el poeta debió trabajar como burócrata en el Ministerio de Obras Públicas por 30 años. Gustaba de reunir a sus amigos en la penumbra- como su vida y su poesía, de introspección y sugerencias- con poca electricidad y usando velas la mayor parte. Kavafis fue introducido al mundo anglosajón por las traducciones de E.M. Forster y asomando como una figura constante en “Balthazar”, uno de los libros que componen el “Cuarteto de Alejandría” de Lawrence Durrell. Alejandría, en la época de Kavafis, era el centro del comercio y un aire cosmopolita y decadente impregnaba su cotidianeidad en una suerte de “capital de memorias” que arrastraba grandes civilizaciones como la griega y la egipcia.
Kavafis sufría de cáncer en la laringe, lo operaron y perdió el habla. Dicen que su último gesto fue diseñar en un papel un círculo como para indicar la culminación de una etapa. Murió el mismo día de su cumpleaños. Pocos saben de él en su ciudad natal pero al lado de la imponente nueva Biblioteca frente a la Corniche y al mar Mediterráneo le erigieron un pequeño busto y no muy lejos se encuentra su tumba, en Chatby, el cementerio griego ortodoxo. Su notoriedad como poeta fue póstuma y hoy es considerado uno de los grandes poetas del siglo XX. “Esperando a los bárbaros” e “Itaca” son sus poemas más notorios y citados.
Más esfuerzo fue localizar, en el otro lado de la ciudad , a la Villa Ambron, donde Durrell escribió su “Cuarteto de Alejandría”. Entre la estación de trenes y un estadio, llegué sin aliento a Sharia Maamoun pero no encontré el nº 19. Al apostarme frente a una gran casona destartalada, prácticamente en ruinas, con la maleza y los escombros que la adornaban por dentro, supuse que era el sitio que buscaba. Unos señores sentados en la acera conversaban animadamente en unas poltronas de plástico bajo la frondosa arboleda y logré, gracias a que uno de ellos chapuceaba el italiano , que me indicara si se trataba de la Villa en cuestión, me contestó afirmativamente y me conminó a que si quería fotografiarla saltara la verja.“Gracias, pero nunca cargo cámara”, le contesté. En la esquina doblo a la derecha sobre Sharia Nabil al-Wakad y entro a una elegante confitería para saborear un helado de granada.
Venezolano. Crítico de cine. Miembro de FIPRESCI ( Federación Internacional de Críticos de Cine). Autor de las novelas: "Un cierto mar de leva" y "El enigma de Federico", ambas editadas en Venezuela y de la obra de teatro "Afuera".
Ha publicado numerosos artículos sobre cine, viajes y literatura en diversas publicaciones de Venezuela y el mundo.
El escritor y crítico de cine venezolano Luis Sedgwick Baez acaba de publicar su segundo libro “El enigma de Federico” , publicado por la editorial venezolana Comala.com. Son cinco cuentos que transcurren en un mítico país llamado Mirindia, que se parece mucho a Venezuela. Las historias tienen un nexo en común: una profunda y fuerte crítica al consumismo y superficialidad de una parte de la sociedad venezolana. Al mismo tiempo el autor nos deja, a través de historias sencillas, su reflexión sobre los seres humanos.
A continuación se transcribe un fragmento del libro "El enigma de Federico"
“(...) las amistades se perfilaban como un mapa en blanco: cada amigo representaba una raya de distinto color que se va inscribiendo y entrecruzando en el papel de nuestra vida. Unas rayas son paralelas: las que nos acompañan en el tiempo; otras se interceptan: las que conocemos brevemente. Otras aparecen y desaparecen. Y así se va completando o borrando el espectro de las amistades... (...) Mientras decido apagar la luz, un viento ondulante y tibio pareciera querer entrar por la ventana. Sé que es el viento de los recuerdos...”
LUIS SEDGWICK BAEZ es hijo de un diplomático inglés y de una poeta venezolana. Desde muy niño comenzó a recorrer el mundo. Escribe para varias publicaciones venezolanas e internacionales críticas de cine y crónicas de viajes. Es miembro de la Federación Internacional de la Crítica Cinematográfica (FIPRESCI) y ha asistido, como crítico de cine, a los festivales más importantes del mundo entero.
Su novela “Un cierto mar de leva” fue publicada por Comala.com y analizada por Viviana Marcela Iriart en la XXIX Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (2003), en el foro “Tendencias de la Literatura Latinoamericana” organizada por la revista argentina “Archivos del Sur”, que dirige la escritora Araceli Otamendi.
“El enigma de Federico” puede comprarse por Internet:
Directora: Carmen Castillo
Duración: 59 min.
País: Chile-Francia
Año: 1993
Documental sobre Marcia Alejandra Merino, ex-dirigente del MIR (Chile) y a quien la DINA, policía política del dictador Augusto Pinochet, mediante la tortura consiguió convertirla en colaboradora.
Fue profesora de historia e investigadora en el Centro de Investigaciones de Historia de América Latina de la Universidad Católica de Chile.
El 5 de octubre de 1974 los militares lanzan un operativo en la calle Santa Fe, donde ella y Miguel vivían en la clandestinidad. El operativo fue producto de la delación, bajo tortura, de Marcia Alejandra Merino, La Flaca Alejandra, militante del MIR.
Miguel es asesinado y Carmen, herida, es secuestrada, torturada y debido a las torturas su hijo muere a poco de nacer. Carmen es expulsada de Chile y se exilia en Francia.
Actualmente vive entre París y Santiago.
Sus filmes tratan acerca de Chile y América Latina.
Su documental La flaca Alejandra (1993) ganó el FIPA de Oro en Festival Internacional de Programas Audiovisuales de Biarriz y una serie de otros galardones; Calle Santa Fe recibió el premio Altazor 2008 en Artes Audiovisuales.
Fue jurado del premio Altadis-Nuevos Directores en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián 2007.
Ha escrito los guiones de varios de sus documentales, como el de La flaca Alejandra, Inca de Oro o Calle Santa Fe, así como también los de Color Habana, Hasta luego y La montaña azul.
Novelas
Un día de octubre en Santiago (1980) /Un jour d'octobre à Santiago, Éditions Bernard Barrault, París, 1992.
Ligne de fuite (1987), Éditions Bernard Barrault, París, 1992.
Santiago/París, el vuelo de la memoria (2000), escrito con Mónica Echevarría, /Santiago-Paris, le vol de la mémoire, Plon, París, 2002.
Gran Coral del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano 1994 de La Habana por La Flaca Alejandra
FIPA de Oro 1994 en la sección Documentales de Creación y Ensayos por La Flaca Alejandra. Biarritz, Francia. Premios en Ginebra, Montecarlo, Nueva York y San Francisco por el mismo documental
Primer Premio en el Festival de Annecy por El bolero, una educación amorosa
Primer Premio en el Festival de Film Científico de París por El astrónomo y el indio
Segundo Premio en el Festival Internacional de Cine de Santiago de Chile por El país de mi padre