Elisa Lerner puede inundar tu existencia
como si pudiera transformarse en una emanación líquida. Entra en la sangre,
circula, ardiente y graciosa, irónica y cortante, despertando emociones. Y te
hace ver la realidad con otra inteligencia. Eso es: ella nombra la realidad de
otra manera y uno la percibe como si recibiera una civilización que se creía
extraviada. Basta leer una sola de sus frases. Y si tienes la suerte de
conocerla en persona la fascinación será determinante.
Nunca llegará un tiempo de olvido para la
escritura de Elisa Lerner; no habrá jamás un alejamiento de lectores para ella.
El ser humano siempre anda buscando una fascinante orilla donde recalar y
descubrir lo que desconoce. Y la poética que predomina en su oficio de
escritora es como un faro que tarde o temprano atrae a los exigentes. A los
lectores que verdaderamente necesitan ese algo más que el arte de escribir
logra añadir a las palabras.
Tampoco podrán comerse sus páginas y
borrarlas de las bibliotecas los insectos que devoran el papel: termitas,
pescaditos de plata, la polilla, los diminutos escarabajos, que atraviesan con
troneras y grutas todos los tomos de la cultura universal. Porque las
bibliotecas digitales son una memoria imposible de masticar. Y Elisa será
protegida por las nuevas tecnologías. Es una señora sagrada. Su talismán, el
cine, ha sobrevivido a todas las generaciones pesimistas, dictatoriales,
equivocadas y catastróficas del siglo veinte y lo que va del siglo veintiuno.
SU ESTILO
En la novela “La señorita que hablaba por
teléfono” se pueden encontrar muchos tesoros verbales:
“En el rectángulo de la esquina seguía
incólume la plaza de La República. Ahí el sol parece trajeado por nubes como
arrancadas de un velo de novia. No es ese verdugo sin cordura tan frecuente en
el trópico. Mi infancia cree recordar, entre los parterres, criadas de uniforme
azul ligeramente grisoso y delantales blancos. Trastienda del deseo de los
hombres sus traseros muy orondos, sol amigable y tibio instalado en lo bajo con
intimidad de vida. Y como en las camareras inglesas de Mayfair una cofia igual
de blanca: rosa amputada que ha encontrado cobijo en sus cabezas”.
En Carriel para la fiesta escribió
así:
“En mi personilla, el sufrimiento de la
gordura y el sufrimiento del arte se convierten en la misma cosa. No ha sido la
influencia de un Kafka o de un Cortázar lo que me ha conducido a un envidiado
triunfo literario, sino henchidos platos de avena Quaker, rebosantes tazas de
chocolate. Una mujer gorda no tiene a nadie a su lado. Una mujer gorda, sueña
siempre. Escribe siempre. ¡Triunfa!”.
VOCES QUE RESUENAN
De su escritura han hablado los seres más
luminosos y elevados. Monstruos del habla, grandes escribidores. Pero ella ha
permanecido casi encerrada en sí misma. No se aferra a esos reconocimientos,
aunque los respeta.
En una carta fechada el 1 de febrero de
1979, Julio Cortázar le hizo a Susana Rotker, este comentario: “Excelente el
monólogo de Elisa Lerner. Díselo si la ves”.
Alicia Perdomo, quien analizó
minuciosamente su escritura y personalidad, escribió lo siguiente:
“La escritura de Elisa Lerner es
importante porque, por una parte, el conjunto de su obra es una lectura de la
historia cultural política y social de Venezuela. Elisa Lerner ha sido, y es, una sagaz lectora
y ha comprendido los procesos que mueven a esta sociedad. También, por otra
parte, porque ella recurre a las estrategias literarias del siglo XX; recoge
todos los géneros y los revisita logrando articular los vacíos historiográficos
en la narrativa de su país”.
Manuel Puig comentó un día, hablando sobre
su amiga Elisa Lerner: “Comparto su
realización estética y ese modo de usar la ironía sin quedarse ahí, yendo más
allá”.
Eugenio Montejo especificó su admiración
en un prólogo que podría servir para todos los libros de Elisa:
“La escritura de Elisa Lerner parece estar
guiada por un ojo que, sin distraerse propiamente de ver, se muestra destinado
sobre todo a oír. Tal vez sea por esto que las palabras, además de sus
significados, trasmiten la impresión de haber sido elegidas por su misterio
acústico, por la forma como mejor se adaptan al tempo que gobierna cada
párrafo. De los reconocidos dones de su escritura, por cierto, una de las más
personalizadas y singulares con que cuentan nuestras letras, el distingo que
más a menudo sobresale es el de su habilidad para armonizar las frases, el modo
de afortunado acompasamiento mediante el cual se van nombrando las cosas”.
Emir Rodríguez Monegal también valoró el
oficio de Lerner, pero ella prefirió no escucharlo:
-Entre los 16 y los 23 años escribí un
libro de relatos, pero en el camino se perdió. Y comencé a escribir crónicas y
teatro y tenía una novela que se desarrollaba en NuevaYork. Cuando conocí a
Emir Rodríguez Monegal él se interesó en la novela, yo le leí unos capítulos y
me dijo que ahí había una novela estupenda. Pero cometí el error de leérsela a
otra persona, porque era como un elogio desmesurado ese comentario viniendo de
Rodríguez Monegal para una joven venezolana, y la respuesta no fue buena, entonces
me desanimé, no seguí el libro y eso me apartó de la narrativa. Después, quizá
por la muerte de mi mamá, la enfermedad, los cambios en el país, me fui hacia
la narrativa.
SALAMANCA
Carmen Ruiz Barrionuevo, directora de la
cátedra Ramos Sucre de la Universidad de Salamanca, “una mujer sumamente humana
y muy sabia, entrañable”, escribió un ensayo diciendo, entre otras cosas, lo
que se lee a continuación:
“Elisa Lerner (1932) es un ejemplo, dentro
de la literatura venezolana, de acentuada inquietud por el desbordamiento de
los géneros de la escritura. Muy recordada por su faceta de dramaturga desde el
estreno en 1960 de Una entrevista de prensa o La bella de inteligencia, también
publicada en ese mismo año en la revista Sardio grupo de vanguardia en el que
se integró. Le han seguido otras varias obras dramáticas como El país
odontológico (1966), La mujer del periódico de la tarde (1976), En el vasto
silencio de Manhattan (1964), El último tranvía (1984) y Vida con mamá (1975),
todas ellas recuperadas hace pocos años junto con La envidia o la añoranza de
los mesoneros en un único volumen que, con el título de Teatro (2004), prologó
Rodolfo Izaguirre.
Entre todos esos títulos, sin duda la que
le ha dado mayor fama es Vida con mamá, en la que se entrelaza un
ininterrumpido diálogo entre una hija y una madre de la ajada aristocracia
venezolana, cuyo pasado se confronta con un presente inexorable. En ese espacio
dramático, sobrio y desvaído, algunas imágenes olvidadas emergen como fantasmas
irrecuperables de lo que ya pasó, como el “traje de novia”, atuendo que evoca
distintas vivencias en las dos mujeres, y si la madre setentona destaca que las
novias se tomaban retratos con collares “nítidos y disciplinados” en referencia
al “ordenamiento a que estaban expuestos los que se casaban” (Teatro: 161), la
hija, ya en la cuarentena, ironiza acerca del paradero de tan “dudosos
collares” trascendiendo en una crítica que va más allá de sus experiencias
cotidianas, pues se llega a preguntar inquisitiva: “El diálogo ¿siempre ha sido
un desprestigio en el país?” (Teatro: 162). Tras ese intercambio de frases,
chispeante, inconexo adrede, como muestra de su desacuerdo, brotan temas tan
trascendentes como el paso del tiempo, la mudanza de las costumbres que ha
relegado sus vidas a meras antiguallas: lo que pudo ser y ya no fue adopta en
el recuerdo la forma de una visita eternamente esperada”.
-En Salamanca dejé una extraordinaria
amiga, la profesora, escritora, ensayista e investigadora, doña Carmen Ruiz
Barrionuevo, fundadora junto a Gustavo Arnstein -y colaboración de José Balza-
de la Cátedra de la Literatura Venezolana Ramos Sucre. Fue su directora durante
muchos años. También, buena amiga, la profesora y fina poeta, María Ángeles
Pérez López- comenta hoy Elisa.
TRES CINÉFILOS
Elisa, Manuel Puig y Guillermo Cabrera
Infante, conformaron una amistad entre escritores que amaban el cine. Elisa
recuerda al autor de Tres tristes tigres:
-El maestro Cabrera Infante estaba
orgulloso de su origen judío. En una semana de homenajes que se le hizo en una
Fundación (creo ya desaparecida: Sánchez Ruipérez), recordó que su familia
provenía de un pequeño pueblo español de origen judío. El pueblo se llamaba
Cabrera. Recordaba con enorme afecto a sus amigos judíos de juventud en La
Habana. Hollywood, en parte, creo que para él era una metáfora judía. Agradeció
a las autoridades franquistas que no le hubieran dado residencia finalmente en
España. Prefirió Londres como exilio y
ver a los españoles estrictamente cuando le urgían compromisos en Madrid. En mí quizá apreciaba la mescolanza
judía-caribeña. Le oí reír más de una vez
las pocas veces que le llamé; en un momento no lo hice más, abrumada por cosas
que debía resolver y creyó que ya me había ido para Venezuela.
Visité a Cabrera Infante en Londres y a veces le llamaba desde Madrid.
Ahora entiendo más que nunca el serio dolor que le embargaba. Recuerdo
que su último saludo para mí fue: “Lerner, Hollywood”.
LA BREVE FAMILIA
-Viviste de alguna
manera la Venezuela que fue refugio para los crudos recuerdos de los campos de
concentración, del sufrimiento judío. ¿También lo escribiste?
-No recuerdo haberlo escrito.
O, muy de pasada. Mi padre llegó al país de seguro acorralado por la depresión
económica del año 1929 del pasado siglo que dejó su nefasta secuela en un
confín tan lejano como Nova Solitza, una pequeña ciudad de la Besarabia,
entonces de Rumania, en la frontera con Rusia. Antes su hermano mayor había
probado suerte por diez años en los States, regresó para casarse con una chica
del lugar. Eran tres hermanos, luego emigró, aunque era el más mundano, a lo
que ese momento era conocido como Palestina. Mi padre, de esencia tan
religiosa, inexplicablemente tomó rumbo para Venezuela. El menor se quedó con
los padres y corrió la peor de las suertes. Recién casado, murió junto a su
joven mujer y sus padres me figuro ya no tan jóvenes, baleados camino del campo
de concentración de Transnizia. De esta última noticia tan penosa me he ido
enterando con mayor precisión al paso de los años. Mis padres eludían mencionar
los “lagers”. Mi madre se resistía viajar a los trópicos. Llego finalmente en
1931 con mi hermana Ruth, una niñita de tres años y medio. Ella era de una
ciudad considerada importante, de habla alemana, Chernowitz (Bucovina), ahí
habían convivido diversas culturas bajo el sabio mandato del Kaiser Francisco
José a quien evocaba amorosamente bajo el nombre de Kaiser Franciolo. Todo ese
mundo idílico pareció terminar al final de la primera guerra mundial. Quizá con
la guerra mi madre no llegó a culminar el “gimnasium” sino que vino la pobreza,
la ruina para la familia. Ella solo recuerda con algo de sosiego los viajes que
para entonces pudo hacer en compañía de su progenitor a algunas ciudades
checas. Desde entonces siempre amó Checoeslovaquia. Mi padre a su llegada se
avecindó en Valencia. Ahí llegó mi mamá, al año nací yo. El gran afecto de esa
breve familia, algo de su disciplina, quizá hicieron de mí una escritora.
(Nota pertinente: Su padre se llamaba Noich
Lerner, de Nova Solitza, ubicada en Rumania, pero ahora es territorio ruso; y su
madre se llamaba Matilde Nagler Péretz,
nacida en Chernowitz, la Pequeña Viena rumana, que actualmente le
pertenece a Ucrania)
-Viviste la
Venezuela del petróleo y sus signos de modernidad en un país agrícola y también
la escribiste
-Quizá sin darme mucha cuenta
viví el país petrolero, pero también algo de la ilusión de libertad que se
gestó todavía bajo la pobreza del posgomecismo. De esto último si creo haber
escrito algo. Durante los años de Pérez Jiménez me parece que, por momentos,
vivimos un país del lucro. Pero aparecieron libros espléndidos de poesía como “Elena
y los elementos”, de Juan Sánchez Peláez”, “Poemas” de Ida Gramcko, “La espiga
amarga” de Luz Machado” y esa encantadora revelación que fue “La gruta
venidera” de Elizabeth Schön. Pudimos leer la gracia de los relatos de don
Julio Garmendia en “La tuna de oro”. Admirar al mismo don Julio que se paseaba
vespertinamente como un fantasma desocupado a lo largo de la Avenida Urdaneta.
Además, fue el comienzo del teatro moderno en Venezuela con puestas en escena
irrepetibles como las dirigidas por Alberto de Paz y Mateos. A comienzos de la
década de los cincuenta aparecería la revista “Signo” con los estupendos
reportajes nunca firmados de Ramón J. Velásquez. Durante ese tiempo de castigo
los momentos fugaces de amistad por parte del doctor Velásquez (pasó tiempo en
la cárcel), fueron hacia mí de aprendizaje y de clementes visitas para mi
familia. Y, en el diario “El Nacional” la columna diaria de Alejo Carpentier
fue la mayor dádiva.
LO QUE SE DICE DE SUS ESTUDIOS
(Elisa estudió la primaria en la escuela
José Enrique Rodó, de Cipreses a Velásquez, y el bachillerato entre el Liceo
Fermín Toro (primero a cuarto año) y el Aplicación de El Paraíso (quinto año).
En el ambiente liceísta conoció a varios jóvenes que después integraron con
ella el grupo vanguardista Sardio: Adriano González León, Luis García Morales,
Guillermo Sucre y Rodolfo Izaguirre. El siempre visionario Izaguirre dijo en
una ocasión: “Elisa era nuestra escritora antes de haber escrito nada”. Aunque su
verdadera pasión era la escritura, ingresó en la UCV, en los años cincuenta,
para estudiar leyes. Dos de sus maestros fueron Rafael Caldera y Jóvito
Villalba. Se graduó de abogado, pero se quedó ejerciendo como escritora).
-Conociste la
verdadera magia del séptimo arte y de alguna manera creaste una visión de
conciencia crítica a través de sus historias, y la incorporaste a tu escritura.
-No estoy tan segura. Cada uno por su lado, tanto mi mamá como mi
papá, a veces juntos, me llevaron desde muy pequeña a una sala de cine quizá
por añoranza. Lo tengo dicho: éramos una familia breve y, durante las proyecciones
podíamos proveernos de una familia cercana.
“Mira” me decía mi mamá, “Luisa Rainer es judía, Paul Muni es judío,
Norma Shearer está casada con Irving Thalberg que es un productor judío”. Lo de mi papá eran Charlie Chaplin y las
películas de Nelson Eddy con Jeannette McDonald. El cine (aparte de que podía
ser divertido), nos daba parentesco, pertenencia.
-Tu narrativa ha
sido desde un principio una voz original, culta, irónica, que le pone nombre a
los hechos, a los gestos, a la experiencia y esa originalidad fue reconocida en
una etapa determinada de buenos lectores. Creo que si hubieras realizado tu
obra en Europa o Estados Unidos habrías sido tan considerada como cualquier
autor de los que han nominado, mencionado o ganado el Premio Nobel. Esa es mi
opinión sincera de lector ¿no lo has pensado alguna vez?
-De manera alguna. Lo
consideraría una extravagancia de parte mía.
-¿Cuánta familia
te queda? ¿cómo haces para sobrevivir en un mundo tan cruel y duro, como el que
hoy tenemos?
-Tengo dos sobrinas y tres
sobrinas nietas. Tres fuera desde hace años. Trato de molestarlas lo menos
posible. Sino tuviera glaucoma, esa distraída ceguera, desde tan temprano,
quizá sobreviviría mejor. No tuve el lujo como herencia.
-¿Qué lejos estás
ahora de aquella muchacha que quería ser escritora?
-Con la muerte de mi madre esa
muchacha también dejó de existir.
-¿A qué se debe
que tus novelas y todo lo que has escrito no ha sido traducido y lanzado al
mercado internacional?
-No me lo he preguntado.
UNA HONDA HERIDA IRREPARABLE: LA CAÍDA DE GALLEGOS
-Has expresado,
has interpretado el país como nadie lo ha hecho ¿cómo lo mencionarías hoy?
-No me atrevo a tomar como
cierto lo que dices. De seguro influyó haber vivido en una calle variopinta del
centro de Caracas. A las maestras sabias que tuve en la escuela federal
pública. A la temprana lectura del diario “El Nacional” con su prédica antigomecista
y a favor de la república liceísta. A haber estudiado y compartido con
estudiantes muy politizados durante mis años de secundaria. A la honda herida
irreparable que causó a nuestra generación, yo acababa de cumplir diez y seis
añitos, la caída de la presidencia de don Rómulo Gallegos. A que cuando comencé
a estudiar primer año de Derecho y algunos profesores al pasar la lista decían:
“Fulano, bisnieto de Rojas Paúl, “Fulanita, tataranieta del general Urdaneta,
Fulano sobrino del doctor Jiménez Rebolledo ministro de la Defensa del General
Gómez” al contrario el doctor Rafael Caldera, profesor de Sociología Jurídica
decía: “Doña Elisa Lerner, escritora”. Todo a resultas de un pequeño trabajo
que escribí para un Seminario de la Novela Venezolana que, paralelamente, daba
los sábados en la mañana el doctor Caldera. Más que un inmenso y anticipado
elogio para la muchachita de diez y ocho años cuyos padres no hablaban español
en casa, afianzó en mí ese sentido de pertenencia que mi madre buscaba para su
pequeña hija llevándola al cine.
SOBRE GALLEGOS
Elisa Lerner meditó bastante
sobre lo que significó la caída de Rómulo Gallegos como presidente de la
república:
“Pero, algo
maravilloso habría de ocurrir en los breves días presidenciales de 1948. Lo
diré con las frases de una antigua pasión literaria. Para los jóvenes que
apostábamos a ser escritores se ocultaron los machetes que arruinan la sangre
de los bosques. ¿Quién lo creería? Era frecuente nuestra aparición en la
primera página de los diarios. Se nos ilusionó, por un tiempo, con lo que nunca
fuimos: un país para la inteligencia y la creación literaria (…) Respecto a la
caída de Gallegos se invocan muchas buenas y malas razones. Es como en
Rashomon, singular película japonesa que viera en mi juventud, donde cada quien
adelanta una versión distinta, dispar, del crimen. Mi creencia es que Gallegos
se viene abajo no por una razón política determinada. Responde, más bien, a que
el alma nacional, para nada, es literaria. En este país, no en balde, los
escritores somos almas en pena”.
(Después, Elisa contó esto,
cuando recibió un homenaje en la Feria del Libro de Chacao:
“No me di cuenta de que, de
alguna manera, fui resarcida de un despecho primerizo cuando, hacia 1958, casi
a rastras llevada por mi hermana fui a conocer en su casa de Altamira a don
Rómulo Gallegos recién llegado de su exilio mexicano. Con esto rindo justísimo
homenaje a nuestro primer ciudadano cultural y esclarecido vecino del municipio
Chacao. Mi timidez me dejó ver poco. Había un barullo de gente en el balcón.
Pero, aún con talante que quería ser amable, quizá lo era, don Rómulo Gallegos
semejaba estar sólo como una torre en la oscuridad. Era un viudo en toda la
regla. Viudo de su amada esposa Teotiste y viudo de la traición del 24 de
noviembre de 1948. Temo que nunca se recuperó. La sonrisa en don Rómulo
Gallegos era una mariposa preciosa y no demasiada atareada. Desaparecía pronto
del rostro”)
-¿Cuál es tu
nostalgia de mayor peso en estos tiempos?
-Un país donde impere la
gentileza, no la desolación, el agobio.
LOS ESCRITORES
(Pongo en este lugar otro
fragmento del discurso que Elisa pronunció en la Feria del Libro de Chacao:
“Los escritores no están muy
acostumbrados a homenajes o reconocimientos. Al contrario, casi siempre, han
sido inquilinos provisorios del país. Nada extraño que así suceda o haya
sucedido. Las borrascas de la Historia siempre quisieron asestarle un dardo
fulminante a lo que fue lucha y afirmación civil; decorosa paciencia dónde
atesorar un futuro en el que cupiéramos todos en el espejo sin romperlo.
La más bella página literaria,
en definitiva, es esclarecimiento civil. Estupendos escritores de mi generación
y otros de períodos anteriores rindieron su vida en medio de la mayor
displicencia. Se suele escribir desde un coraje de soledad. No a la búsqueda de
brillos para un abecedario pasajero. La lentejuela suele ser anecdótica. Un
país es su varia gente, los pájaros –trabajadores incansables que vuelan entre
cielo y tierra– y los árboles de las plazas saludando como pañuelos verdes
cuando algún airecillo mueve la fronda. Pero, de igual manera, el país es la
batalla de la tinta silenciosa del escritor donde, también, le va la sangre”.)
ÚLTIMA PREGUNTA, RETORNANDO A
MANUEL PUIG
-Creo que tú misma
eres obra de tu imaginación y de tu don de escritora. Creo que tu talento
milagroso que convierte palabras comunes en bellezas descriptivas y
determinantes, solo ha tenido un similar en Manuel Puig, en especial porque
ambos supieron ver lo que significaba en la gente el lenguaje del cine. Él me
dijo una vez que no sentía influencias literarias, que sentía más la influencia
cinematográfica. Cuando le hablé de la amistad contigo, que nos era común me
dijo más o menos esto, según recuerdo: “comparto su realización estética y ese
modo de usar la ironía sin quedarse ahí, yendo más allá”
-¿Qué podía decir sobre sus muestras de afecto que no se
desbordaban con facilidad? En Manuel, como es bien sabido, privaba una
severidad tremenda y eso incluía la elección de sus amigos, de sus afectos.
Creo que la última vez que vi a Manuel fue
en 1978 en Nueva York. Presentaban “Vida con mamá”, si mal no recuerdo, en la
Universidad de California y aproveché varios enlaces de avión para llegar a
Nueva York y verme, sobre todo, con Manuel.
Sí, con Manuel y su mamá fui a la ópera,
no recuerdo cuál, en el Lincoln Center.
La mamá era una señora blanca, muy amable. No dejaba todo el tiempo,
todo el tiempo, de darme las gracias por lo que yo había hecho por su hijo
durante la estadía venezolana de medio año de Manuel. Yo me sentía confundida.
Yo no había hecho nada. Fabulaciones de Manuel. Sí, creo que por un tiempo me
encargó que me comunicara con la persona que en Caracas estaba a cargo de sus
derechos de autor. Creo que un español muy simpático de apellido Verde. No
recuerdo la editorial. Manuel no era dócil. No le gustaba todo el mundo. Era
muy observador.
Manuel siempre me pareció guapísimo, el
pelo sí comenzaba a escasearle; era de buen tamaño. Quizá ese cuerpo no lo
acompañaba en la guapura. Porque, finalmente, era un cuerpo de hombre.
Cada mañana (durante esos días), Manuel me
llamaba para puntualizar mi agenda. Recuerdo que me recomendó que fuera a ver a
Greta Garbo en “Mata Hari” en el cine de la calle Bleeker, cine y calle muy
conocidos por esta servidora.
Poeta, escritor y periodista venezolano, nacido en Villa de Cura, el 1° de noviembre de 1945. Actualmente vive en Génova, Italia.
En 2024 gana en Italia el Premio Internacional de Excelencia “Ciudad de Galateo Antonio De Ferrariis 2024″
En 2023 fue electo miembro de la Academia Venezolana de la Lengua. En el 2000 le fue otorgado el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos.
Obtuvo el segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, que promueve la editorial Planeta, con su novela Una mazurkita en La mayor.
Estuvo a cargo de la revista BCVCultural, del Banco Central de Venezuela hasta el año 2012. Y de la revista Circunvalación del Sur editada por el Círculo Metropolitano de poesía, 2008. Dirigió las páginas de arte de El Nacional (1981-1988), El Diario de Caracas (1991-1995) y El Universal (1996-98). Miembro fundador de los suplementos Bajo Palabra (Diario de Caracas-1995) y El otro cuerpo (Suplemento del Ateneo de Caracas, en El Nacional-1997-1998). Jefe de redacción, bajo la dirección de Salvador Garmendia, de la revista Imagen (1994-1996). Corresponsal de Agencia Venezolana de Noticias, Venpres en Perú, 1990. Corresponsal de la Organización de Estados Iberoamericanos, (Ciencia y Cultura)1992; y asesor del Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber. 1996