Estoy leyendo el libro ¡Bravo Carlos Giménez! y quedo con ganas de leer más, más y más. Qué grato es conocer de tanta gente que estuvo y convivió con Carlos, que lo amó.
Además, es tan pura la redacción, tan limpia, tan acorde, tan entendible: Vivi, tienes una pluma fascinante que te atrapa, es impresionante. Es como estar en un barco con unas velas batiendo al aire y al mar, y mientras voy navegando escucho las voces de cada una de estas personas. Leyendo el escrito de Juan Pagés, que comenta que en sus últimos momentos de la enfermedad de Carlos lo llamaba y conversaba con él, recordé que en una oportunidad, estando Carlos aún en Parque Central, su hermana Anita me pasó su llamada. Él se emocionó mucho al escucharme y yo le dije: tú vas a ver que vas a regresar como el Ave Fénix y él me preguntó: "¿tú crees Carmen que de verdad voy a regresar como el Ave Fénix?"
Él estaba muy emocionado, se reía con mucha emoción y le respondí: con el barco y las velas a vapor ondeando la bandera de la libertad. Carlos, visiblemente conmovido, me dio las gracias.
Y Carlos ha regresado con este libro. Un libro empapado de amor y bellos momentos vividos que te deja capturada desde el magnífico prólogo de José Pulido. Es un libro que no tiene desperdicios y voy a tratar de que este libro lo tengamos en papel para que esté dentro de las bibliotecas de teatro del mundo. Leer este libro es soñar con los ojos abiertos, volver a a nuestro pasado juvenil, y mientras vas leyendo se va encendiendo un fuego y cada sílaba que se deletrea es una chispa de magia cuya duración es la vida misma.
Y qué belleza de imagen, que gran artista José Augusto Paradisi Rangel, muy sublime, pudiste plasmar en sus ojos ese dejo de cierta tristeza que se veía en él.
Aplausos de pie para el gran equipo que hizo posible esta segunda edición;, gracias a José Pulido por ese bello prólogo, a Paradisi Rangel por su impactante obra y a la incansable y tenaz Viviana Marcela Iriart, entrevistadora y editora de este libro.
Y gracias a todos los que participamos con sus líneas llenas de mucho amor y gran agradecimiento por ser un ser fuera de serie: Carlos, llegaste para quedarte y te fuiste para seguir ahí, entre nosotros, ¡bravo maestro!
Carmen Carmona
Venezolana radicada en Estados Unidos.
Gerente cultural, productora teatral, coordinadora de arte en televisión y profesora de teatro. Actualmente trabaja Telemundo como Coordinadora de Arte y es Productora General de Escritoras Unidas & Cía. Editoras.
Ex Presidenta del Instituto de Cultura de Estado Miranda, Venezuela (gobernación de Enrique Mendoza) y ex Directora de Cultura de la Alcaldía de Chacao, Venezuela (mandato alcaldesa Irene Saenz).
Productora de Eventos Especiales del Festival Internacional de Teatro de Caracas (FITC), 1992, dirigido por Carlos Giménez: creadora del “Festivalito” (teatro infantil). Productora Artística del FITC en diferentes ediciones.
Promotora de Cultura del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), Caracas.
Productora Artística del Ateneo de Caracas, presidenta María Teresa Castillo..
Profesora de Teatro en el Instituto Universitario de la Marina Mercante y en la
Escuela de Sub-Oficiales de la Armada de Venezuela.
Productora General o Artística de más de 100 obras de teatro en Caracas y Miami dirigidas, entre otros, por Carlos Giménez, Ibrahim Guerra, José Ignacio Cabrujas, Raúl Brambilla, David Chacón, José Domínguez.
En televisión ha trabajado como Coordinadora de Arte en series y telenovelas en Venevisión Internacional y actualmente en Telemundo, ambas en Miami.
Estudió Producción teatral en el Centro de Nuevas Tendencias Escénicas Madrid, España y teatro en la Escuela Gonzalo J Camacho de Caracas, mención actriz.
Para Uds.
y por Uds. este empeño implacable de belleza, perfección y orden ante un mundo
caótico y disruptivo en la memoria perfecta de un bandera alemana de una
pajarera de mi abuela Carmen.
El
universo se detuvo en pantalones cortos, asombrado escuché un mandato que hasta
hoy me señala un camino y que estalló como granada en la Calle Comercio número
13 de Villa de Cura.
Todo
ha sido trabajo apasionado y predicar el amor que aprendí de un beso robado que
vi de Francisco Augusto a su Elisa Cristina, el amor más transparente.
Quise
con este trabajo que hoy celebra 30 años de joyas aladas, colocar en historia
trascendental del arte venezolano el orgullo de mis apellidos Paradisi
Rangelen la memoria de mi nación, en
los saboresy visiones de mi inmenso
jardín de infancia,el Pittier, nido
inmenso, duplicado en solsticios que habito y me habita y celebra a todos los
Paradisi Rangel y su descendencia y se vuelve exponencial al arca de Noe de mi
estirpe y mi pueblo Villa de Cura, mi versión en alma llanera de Macondo,
Aragua toda, Venezuela toda negando tajante la desaparición temprana de Aníbal
Paradisi Marrero, ese poeta en sangre que me precede, quien dijo La Victoria
es el nombre de Aragua cuando se viste de gloria.
Yo
José Augusto Paradisi Rangel el orgulloso padre de estas creaturas aladas, con
orgullo presento la Colección CACAOS Y AVES DEL PITTIER en conjunción de astros
con CACAO
PITTIER Y COLECCIÓN ORNITOLÓGICA PHELPS DE CARACAS, proyecto del cual el
hijo del guardabosques insigne del Norte de Aragua, Francisco Augusto Paradisi
Linares, es su director artístico.
MI
DESTINO ES CANTAR CON EL PECHO.
A MI
CATEDRAL DE NUBES, MI JARDÍN DE INFANCIA ETERNO: PARQUE NACIONAL HENRI PITTIER.
Tadeusz
Kantor: Gran Polonesa ritual de muerte y transfiguración
Magnífico
preludio al arribo del legendario Maestro de Cracovia a Caracas en su VI Festival Internacional de Teatro fue, sin lugar a dudas, la presentación de El
Príncipe Idiota de Dostoievsky con tan sólo dos actores de excepción: Jerzy
Radziwilowicz y Jan Novicki: virtuosos y aclamados artistas polacos. Un
experimento insólito de Andrzej Wajda. Al célebre director de cine no le
interesaba esta vez una puesta en escena en su estado más acabado, sólo la
experimentación e improvisación en contrapunto de ambos histriones dotados para
sus ejercicios de una escenografía tan simple como atmosféricamente correcta.
Tal desempeño fue una verdadera descarga de jazz con todo y sus scats,
verdaderas vocalizaciones de gestos y emociones en pertinente vestuario a lo
Eugene Oneguin de la ópera de Tchaikovsky sobre un poema de Alexander Pushkin.
Un espectáculo nuevo cada vez cuyas merecidas ovaciones retumbaban en la Sala
RAJATABLA.
Carlos Giménez como Merlín ante este nervioso Arturo me invitó a ser de esta previa
delegación polaca su cicerón. No lo podía creer. ¿Cómo intuyó que mis ídolos, a
quienes no pude conocer en mi viaje de estudios, pronto los tendría frente a
mí, los guiaría por una Caracas espléndida plena y voraz del mejor teatro del
mundo? Carlos, nunca lo supiste, pero, me hiciste realidad un sueño nacido en
mi admiración por la filmografía de esos geniales histriones. El encuentro se
produjo la noche de inauguración del festival en el Teatro Municipal de Caracas
con una función de Doña Rosita la Soltera de Federico García Lorcacon
la catalana Nuria Espert. Junto a ellos el asistente de dirección de Wajda
quien no pudo asistir, cuyo nombre el oficioso alemán borró de mi memoria. La
función creció en aburrimiento y bostezos. En un momento determinado, Jerzy, el
célebre Hombre de Mármol me murmuró vámonos de aquí al bar más cercano,
habló su espíritu cosaco. Subrepticiamente nos escabullimos. Un bar de pueblo
en jolgorio con jolgorio de polacos fascinados por los borrachos de los
trópicos quienes espectaban, como todo venezolano que se precie, la transmisión
del Miss Universe Pageant desde Nueva York. Mayor jolgorio y escandalo cuando
el anfitrión americano pronunció: And the New Miss Universe is Miss
Venezuela: Irene Sáez! ¡No mames de recibimiento y de magna celebración en
toda Venezuela! Por supuesto llegamos al hotel pedísimos y con una nueva corona
universal de la belleza.
Una
trompeta estremecida como el Zohar judío iniciando en intervalo de quinta justa
anunciaba desde Milán el viaje de Tadeusz Kantor y el milagro escénico de su
propuesta Wielopole, Wielopole con CRICOT 2 en producción compartida con
el Teatro Toscano de Firenze, una osadía perfectamente binacional Polonia e
Italia. El trompetazo llegó a las oficinas de Giorgio Ursini Ursic productor
ejecutivo del Festival Mundial de Teatro; Kantor había armado un escándalo que
amenazaba retrasar el vuelo a Venezuela debido a unas divergencias logísticas.
Tales rugidos estremecieron a nuestro Carlos quien me pidió acudiera a su
oficina donde en imperativo argentino
sin
aspavientos me señaló ¡Vos tenés que domar esa fiera con el látigo de una
paciencia más brava que la de Job!
Con
su indicación precisa y afectuosa me lancé al aeropuerto Simón Bolívar en un autopullman
de lujo. Tras la ansiosa espera aparece el monstruo. Parecía un adusto clon de Groucho Marx de
quijada prognata, estatura mediana y calvicie galopante vestido de ocasión en
traje y pantalones de caqui. Al lado la fiera mayor de su mujer Marisja. Tragué
saliva, me encomendé a todos los santos conocidos y hasta la Madre de
Czestochowa, Patrona de Polonia. Inhala, exhala; a la tercera y profunda
inhalación, mi mejor arma, una sonrisa torpedo con mi bienvenida en polaco: Mistrzu serdecznie witamy w Wenezueli! Sonrió
con esa prudencia eslava característica. Llegamos al Anauco Hilton al proceso
tedioso del hospedaje de la numerosa compañía. Fui a dar el parte militar a
nuestro general de división:
-Carlos,
ya Kantor y el CRICOT 2 están instalados en su hotel.
No
pasó media hora y la visita de la esposa de Kantor quejándose de la suite
porque entre otras pretensiones no tenía una pérgola en 45 grados que tamizara
la fuerte luz del trópico. Misión imposible para Bernardette Chaudé en la
dirección logística en diplomática paciencia y peor yo que tenía que traducir
los quejidos cínicos de voz impostada y meliflua de Marisja. Finalmente se
logró un acuerdo con Baba Yaga. Ese primer éxito, esa camaradería de sonrisas
cómplices inauguró mi amistad siempre risueña con Bernardette que hasta el sol
de hoy es constante y sonante y más aún con las redes sociales donde las
distancias son borradas en digitaciones táctiles celulares.
La
Sala José Félix Ribas de un Complejo Cultural Teresa Carreño en construcción
sería el escenario del milagro y más caro espectáculo del festival. Kantor ensu teoría de El Teatro de la Muerte
desechaba con gran irrespeto creativo la dependencia a un guion llevado a sus
últimas consecuencias, a un despliegue de actores deformados según él por
Stanislwaski y proponía sobre una escenografía desarrollada por su gran talento
pictóricoun ritual escénico
que subrayo hasta con negritas en este texto. Proponía hasta la música y él
inmerso cual sacerdote en su homilía. Para Wielopole, Wielopole su
pueblo natal, el concepto era como todo lo trascendente muy sencillo: revivir
en ritual su infancia dotando a los artistas participantes, mayormente artistas
plásticos colegas y muy pocos actores, de una escenografía como habitación
extraída arqueológicamente de las ruinas de su memoria en medio de la primera
guerra mundial. Escasos parlamentos, algunos del evangelio, otros trabalenguas
de olvidados clowns forzosamente expresionistas. Algo entre un George Roualt
judío converso y un René Magritte duplicado sobre las testas de hermanos
gemelos indiscernibles. A veces parecía una representación de mimos ajados por
el tiempo en concordancia con el color sepia que prevalecía hasta el epílogo
climático donde se adueñaba del centro del proscenio un daguerrotipo con
charreteras de ametralladoras el cual denominó El Instrumento de la Muerte ,
metáfora por demás brillante al congelar el fluir del tiempo, es decir, la vida
misma.
María Teresa Castillo y Carlos Giménez, creadores del FITC
He
de confesar que tuve el privilegio de verlo dibujar sus secuencias teatrales
como un story board. Un día me comisionó comprar papel bond con sello de
agua y vi como trazaba y reorganizaba la célebre secuencia donde en un banco de
ruedas con la inscripción: Gólgota, estaba sentada en traje de novia su madre
Helena Berger, judía. Alrededor actores vestidos de rabinos para casarla con
Tadeusz su esposo cristiano. En vez de corona de azahares una corona de espinas
levantada por Marisja, recitando del evangelio lo que traducido al español es:
Y hubo un tiempo en que todos gritaron: ¡Crucifícalo, crucifícalo! Cercaban
a la novia, la sustituían por una muñeca muy parecida. De repente, se escucha
Marcha de la Infantería Gris Polaca, de izquierda a derecha, un actor alto de agigantadas
manos y pies cargaba una inmensa cruz como el Cristo distorsionado y podrido de
Lucas Cranach. El batallón arrebata a la novia, la lanzan al aire y cruzan su
cuerpo con el estupor de las bayonetas.
Cuando
Kantor dibujaba la secuencia citada, me olvidé del trauma de mis nueve años
cuando me robaron mi álbum casi completo de cromos de películas de Walt Disney
y promesa de viaje a Annahein por el que tanto sufrí. Estaba en presencia de un
genio; un niño que se divertía asombrado con su juguete teatral, sacaba agua
del pozo profundo de su sublime imaginería en un tobo donde la inmensa polea
era, sin lugar a dudas, una mecánica de enormes resortes en forma de vastas
espirales de referencias culturales. Fue para mis asombrados ojos estar con el
mago Melliès mientras concebía su viaje a luna, pero esta vez el cohete se
disparó al centro de mi corazón.
Las
anécdotas de las altísimas exigencias de Kantor para presentar su obra en
constante construcción son ingentes. Recuerdo una que subrayó los misterios
dolorosos de la pasión de Cristo en el cuerpo técnico del teatro y en mi
persona como traductor y asistente. El color de una luminaria ambarina no era
el que él soñaba. Se hicieron múltiples pruebas y el director técnico de
iluminación Aníbal Denis y su equipo comenzaban después de varias horas
encaramados en un carrito por aquellas alturas a tramar la muerte de Kantor por
la caída de una luminaria. La requerida por él no estaba en Venezuela sino a
nuestra disposición gracias a Fanny Mickey directora del Festival Internacional
de Teatro de Colombia en Bogotá. Se mandó a pedir; varias horas de espera, el
maestro se retiro a sus aposentos, yo me tiré al suelo, a las duelas y Aníbal
descendió jalándose los bigotes, mentando madres. Llegó la tan esperada luz. El
Maestro regresó. Al encenderse nos dirigió el ogro cosaco la más tierna de las
sonrisas, se retiró tranquilo. Estábamos a escasas horas de la primera función
con entradas agotadas. Aníbal y yo, nos abrazamos, lloramos y comprendimos el
milagro de un genio encriptado en la lozanía asombrosa de un niño, apasionado
por su creación, por su juguete. Salimos al Café RAJATABLA, la borrachera no
fue normal.
Llegó
el día. La Marabunta del público se desbordaba e intentaba romper los
gruesos vidrios del foyer del teatro. Fui Torero. Ésa la alternativa que me
brindó Carlos Giménez segurísimo de que cortaría rabos y orejas, pude
contenerme, ubicarme en tiempo presente. Su sonrisa benevolente me sonó al
pasodoble con que premian a los toreros de postín, esa de la zarzuela El Gato Montés que tanto me enciende: ¡Torero
quiero ser, la vida así tener!
Un
silencio mortal invadió la sala, Se apagaron por indicaciones previas mías al
centro del proscenio walkie talkies y buscapersonas de la época, Gracias
a Dios no existían celulares inmisericordes con el ritual de respeto a los
artistas. De tanta emoción y stress escapó de mis labios una advertencia más
con el imperativo jocoso de nuestro humor venezolano; ¡No se muevan de sus
asientos ni que les duela la barriga, coño!
El
milagro en una hora y 14 minutos se produjo y con el Maestro dirigiendo en
escena, espectáculo más original todavía, a sus actores como a una orquesta. Si
los tempi de sus acciones no se ajustaban a la música y sus aspiraciones
rítmicas pasaba por el lado de los actores como un metrónomo de carne y hueso
imponiendo su particular métrica. Diría Andrei Tarkovski que editaba su
película teatral al compás de su magnífica forma de respirar.Catarsis colectiva. Ovación, lágrimas,
llantos, aullidos de pie. Todos salimos transfigurados en una hora. El mundo y
sus pobladores fuimos otros desde ese día. Reivindicados en las potencias
sanadoras del teatro, esa relojería perfecta que nos hace olvidar el tiempo, nos
ubica en el presente absoluto, en comunión, alegría y compasión por nuestros
congéneres.
Toda
la temporada fue éxito rotundo y universal. Caracas bullía todas las noches a
las puertas de la Sala José Félix Ribas. Una agenda apretadísima de compromisos
como asistente de Kantor y con 23 años me mantenía en hiperkinesia constante
Recuerdo haberlo desbaratado en dos ocasiones con el arma letal de mi sonrisa.
La primera al final de la larga espera, doce horas exactas, hasta recibir la
luz ambarina de la anécdota antes referida. Cuando se produjo el milagro con su
respectiva sonrisa de agradecimiento que confirma la calidad y el profesionalismo
extraordinarios de nuestro equipo técnico, sin demostrar ningún dejo de
cansancio, con mi columna vertebral bien derechita y los hombros erguidos le
pregunté: Mistrzu, co jeszcze? (¿Maestro, se le ofrece algo más?) y él
en respuesta dibujó en su rostro la más tierna sonrisa y me acarició los bucles
revueltos que por entonces lucía como buen descendiente de griegos.
José Augusto Paradisi Rangel en la época que conoció a Kantor
La
segunda vez que David le pegó una pedrada en forma de sonrisa al Goliath eslavo
fue el día que dictaría su celebre conferencia en Los Espacios Cálidos del
Ateneo de Caracas. El rumor era que en su staff había un venezolano. Yo me
hacía el pendejo con la piel blanqueada que en Polonia adquirí, mi melena entre
rubio y rojo y por supuesto, mis ojos claros. Hasta ese día cuando sobre el
estrado estábamos el Maestro y yo enfrentados a un público extraordinario
plagado de figuras trascendentales de la cultura universal de la segunda mitad
del siglo XX. Sólo en la primera fila, de izquierda a derecha Matilde Urrutia,
viuda de Pablo Neruda, a su derecha su comadre María Teresa Castillo, Presidenta
del Ateneo de Caracas, Norma Aleandro y Marilina Ross grandes de la escena
Argentina, Mario Vargas Llosa hoy Premio Nóbel de Literatura, Antonio Skármeta,
célebre escritor chileno y remataba Manuel Puig que venía de triunfar en
Broadway con su traducción a musical de El Beso de La Mujer Araña. Al
centro de dicha primera fila Carlos Giménez seguía paso a paso mi
desenvolvimiento, llenando de certezas, confianza y buenas vibras. En las filas
posteriores Clives Barnes del New York Times, Helen Steward de La Mamma de
Nueva York, Antunes Filho de Brasil, Kazuo Oono de Japón y un etcétera inmenso
de verdaderos prodigios de intelectos surgidos de todos los continentes.
Silencio total y ovación de pie para recibir al Maestro quien pronunció con su
magnífico sermón estético de El Teatro de la Muerte y como buen profeta
aseveró entre muchas grandes verdades:
- La
Crisis del hombre del siglo XX es su pérdida de capacidad ritual, el
pragmatismo de la sociedad de consumo bajo la dictadura agnóstica descreída de
la ciencia y la tecnología nos trajeron a un auténtico campo de desperdicios
humanos donde la muerte es protagonista.
-No
creía en la formación actoral decimonónica impuesta por Stanislawsky y sus
subsecuentes adláteres. A un actor se le encarga desarrollar, desencriptar ,
revivir a un muerto, a un Frankenstein que al final lo devoraba es estrepitoso
fracaso.
-Tenemos
que bajar del escenario político del mundo a los peores actores que ensayan el
grotesco papel de líderes trascendentales, por ejemplo, el vaquerito ese de
Ronald Reagan, Presidente de los Estados Unidos, entre otros.
- Mi
teatro es un ritual catártico que pretende rescatar algo de las ruinas de la
memoria pero sin aspiraciones de éxito y menos desde ninguna perspectiva de
dramaturgia y actuación acabada.
El
punto culminante de su discurso fue de una megalomanía tan respetada y osada como
su genialidad. Fue en ese instante donde le metí el gran golazo con mi
traducción a su laureada portería. El maestro me lanzó este balón en el medio
campo:
-Desde
los tiempos de Gordon Craig nadie ha pisado las duelas del mundo como yo
Tadeusz Kantor con tanta originalidad, fuerza escénica, poder de aportación y trascendencia.
Etc´est tout à fait vrai!
Lanzada
la pelota y yo en el centro del campo, la picardía del pensamiento venezolano
pateó con una certeza a la portería del público y fue golazo que los tomó
desprevenidos. En una miríada de segundo pensé, olvidado todo comportamiento y
pensamiento eslavo, como buen venezolano:
¡Este
sí es arrecho de verdad! Mandó a la mierda a Bertold Brecht, Grotowski i tutti
i quanti para posesionarse como por generación espontánea y en puntas de
bailarina rusa del centro del escenario! ¡Y para colmo remata en francés qué arrecho!
Traduje
tal cual rematando con énfasis: Y también dice que Cést tout à fai vrai!
Dibujé una sonrisa cómplice celebrando su valentía en modo muy Whalt Whitman
con aquello de me canto a mí mismo y me celebro. Las risas y los aplausos
estallaron tipo bomba atómica con hongo de nubes y todo. El Maestro se sintió
feliz con tal ovación y yo más que de manera tan solapada anoté el gol sonrisa al
centro de la portería sentimental de nuestra audiencia que me respondía con
algarabía mi queridísimo Carlos ratificando su fe en mis potestades taurinas
para sacarle al miura una faena de postín.
Al
terminar la extraordinaria conferencia acompañé al Maestro como su cicerón a
saludar la pléyade de artistas e intelectuales consagrados y en ascenso ávidos
del conocimiento de sus lineamientos estéticos y de su extraordinaria
personalidad. En una pausa nuestra queridísima María Teresa Castillo me tomó
del brazo y me presumió a su comadre: Fíjate Matilde, este carajito se fue a
Polonia sin saber polaco y mira a quién viene acompañando. Yo me ruboricé
cuando la hermosa dama chilena me dijo con ese acento agudo austral: Que
lindo que eres con esa cara de pícaro que tienes. Me provoca darte un beso en
ese cachete sonrojado. Yo en automático le respondí: Ah no, la mujer
que inspirara al gran poeta Veinte poemas de amor y una canción
desesperada no me va a dejar huérfano el otro cachete. Son dos besos.
Cuando regresaba con el Maestro en el momento preciso que saludaba a Norma
Aleandro, Marilina Ross y Vargas Llosa se acerca todo vestido en gazas a lo
Salvador de Bahía el inolvidable Manuel Puig con un ramo de claveles rojos en
mano y sin pensarlo me dijo: Vos sos lindo con esa cara de pícaro que tenés,
me provoca darte un beso. Yo ante tal genio asentí:Dámelo. Y también me dio el ramo de
claveles rojos.
Transcurrida la temporada de Wielopole, Wielopole cuando nos disponíamos a despedir al genio inigualable de Kantor en el aeropuerto, tan cargado como estaba de lecciones de estéticas sublimes y depuradísimas, de lecciones de asombro y de adrenalina en cada faena cotidiana con el miura eslavo, mi semblante se llenó de nostalgia. El Maestro me abrazó, me dio los dos besos de rigor eslavos, me acarició brevemente la melena y pronunció con ternura insondable:
-Do zobaczenia wkrótce . Chciałbym ponownie z tobą pracować.
Hasta la vista muy pronto. Quisiera volver a trabajar contigo. Me quedé con esa flor en mi camino que todavía expele a mis 64 años su aroma. Vertí ese aroma, después de su muerte, en 1991 en el performance Ceremonial para un olvido con más de 25 actores en escena coreografiado por la legendaria Graciela Henríquez y en la dirección artística mi hermano genio ahora en el cielo Francisco José Paradisi Rangel, que diseñé para la inauguración de mi muestra individual Cancionero del ocaso de la princesa de Laeken sobre Las Noticias del Imperio de Fernando del Paso. Conjunté la soledad de Carlota en su Castillo de Laeken enloquecida clamando con mis dos abuelas en Villa de Cura, el pueblo a la entrada de los llanos venezolanos de donde soy originario, la soledad que de todo lo perfecto que el amor en su breve espacio dejó. Ahí, como mi maestro me enseñó, estaba en medio de mis actores sobre un piso alfombrado por tres mil rosas rojas y la museografía de un palacio derruido por el olvido donde colgaban las 25 pinturas que creé para el mismo, vestido de sacristán con un incensario en mano. Mi nombre, por supuesto, Tadeusz Kantor.
El
inmenso libro siempre estuvo ahí. Omnipresente, silencioso. Su solapa: un mar
que designa el pulso cardíaco de nuestros más amplios horizontes. La contra
solapa un valle de cañamelares y añil que besa un lago en la perpetua humedad
de sus ríos que de su enorme lomo ansiosos se desprenden persiguiendo a una
antigua diosa llamada Tacarigua. Siempre estuvo ahí imperturbable. Con su
sermón el más pletórico de bienaventuranzas; demasiadas páginas para ser
contadas, una hierofanía tras otra en infinito manantial cotidiano. Colosal,
gótico, arcos de ojiva, vitrales de nube asaetado perenne de luces apuntalando
el cielo y marcando indefectible nuestro norte eternamente transfigurado. Siempre
ahí sin nadie para descifrar su vasto jeroglífico vegetal. Tantas hojas, tantas
páginas y el hombre de la sombra temeraria, como bien lo llamara nuestro
egregio poeta de San Sebastián de los Reyes don Miguel Ramón Utrera: un dictador
analfabeta y longevo que pretendía leer periódicos patas arriba argumentando
que los gochos leen como les da la gana. País desangrado de guerras montoneras,
pleitos eternos de los hijos simulados, apócrifos de Marte. Ignorante país
donde el diablo diarréico anegó con sus detritos, los más vastos del orbe,
nuestro territorio y la pedorrera bituminosa estallara en 1906.
Quizás
la sombra temeraria tuvo un destello único de claridad cuando recibió la visita
de Él, un sabio botánico, meteorólogo, geógrafo y pintor venido de Bex, allá
por Suiza con varios doctorados universitarios quien previamente descifró las
runas vegetales costarricenses. El oscuro tirano invita al preclaro suizo por
iniciativa del Ministerio de Agricultura y Cría cerca de 1917 a ver al
incunable portento, al enorme libro de Aragua cuyo prefacio se llamaba como una
hacienda cafetalera: Rancho Grande y que por muchos años nos recordaba en su
memoria musical a Tito Guízar vaquero guitarra en mano cantando: Allá en el
Rancho Grande, allá donde vivía…de un México lejano e idílico.
Los
ojos de Monsieur Henri Francois Pittier presintieron en el silente coloso aquel
personaje de Teresa de la Parra: Vicente Cochocho “cuya alma desconocía el
odio, siendo casi del mundo de los vegetales, aceptaba sin quejarse las iniquidades
de los hombres. Hundido en la acequia o adherido a las lajas, zahiriéranlo o
no, seguía como buen vegetal dando impasible sus frutos y sus flores”.
Catártico
anegado de tantos asombros se dedicó apasionado a su lectura. Libro
multiplicado en astronómica cifra de vocablos, de más de 26.000 especies por Km2
en constante efervescencia en una superficie de 107.800 hectáreas de
accidentada cordillera. Alucinado a sus 62 años comienza nuevamente su labor
como botánico, su fuente de la eterna juventud estaba al Norte de Aragua.
Clasificó a mas de 30 mil especies de plantas, descubrió que en su momento era
el nido más importante quizás del continente; que su abra de Portachuelo era el
paso de las aves del continente según las estaciones y el frío apretara sus
picos y sus alientos. 583% de las especies de aves de Venezuela, un 43% del
total, tenían en ese libro-montaña su pajarera sin barrotes a cielo abierto, a
selva abierta, 22 especies son endémicas. Tan sólo la ingente suma del 6% de
las aves del planeta.
El
sabio Pittier siempre vestido de caqui con una herida que supuraba descifró su sánscrito leguaje secreto. Inventarió un
mundo que desbordaba por mucho cualquier expectativa y lo colocaba como el libro-selva-ecosistema nublado con
mayor biodiversidad de vocablos y reglas gramaticales del planeta. Esa fue su
lectura. De ahí que decidió protegerlo y transformarlo en el Parque Nacional
Rancho Grande, el primero de Venezuela en 1937. Como reconocimiento a su labor, un 13 de febrero
de 1953 su nombre fue epónimo del Parque Nacional Henri Pittier.
Mi
padre llegó después para consagrarse en su labor de jefe de guardabosques
asentados en la Estación Guamita, hoy borrada de su geografía por los aluviones
de 1987. Francisco Augusto Paradisi Linares insigne devoto y defensor por más
de 30 años de nuestra Catedral de Nubes de Aragua.Contaba regreso a casa hazañas y milagros
cotidianos. Una anécdota de Pittierme
asombró, quedó tatuada en espejo de su
querencia a la mía. El anciano sabio en sus postrimerías yaciendo en su casa de
La Florida en Caracas encomendó a su chofer a buscar agua de uno de los nueve
manantiales de su montaña que daban a Barlovento, donde el Mar Caribe susurra
vientos y nubes en continuo ascenso. Era el más alto. El pícaro truhan quiso
jugarle sucio, tomó el agua de uno de los manantiales inferiores. El viejo
amante de su montaña conocía el lenguaje, las composiciones de todos los
manantiales. En el primer sorbo como buen venezolano le mentó su madre y su
progenie al pillo. Lo despidió exclamando: ¡La punta de esta lengua suiza
conoce al dedillo el sabor de todos los manantiales de mi montaña, no me jodas!
No
lo niego mi padre me resultó siempre el más héroe de cualquier serie
televisiva. Ninguna duda abriga en los corazones de su prole de 5 donde soy el
cuarto. Pasar vacacionesen Guamita era
para toda mi estirpe y mis paisanos emprimados de Villa de Cura un destino VIP,
turismo ecológico de primera. Siempre me sentí el Mowgli del Libro de la Selva
de Rudyard Kippling, aunque sus colegas siempre vestidos de botas, pantalón,
camisa de caqui, corbata negra y
sombrero como el del guardabosques del Oso Yogui, exclamaban al verme llegar:
¡Llegó el gato, carajo, a echar vaina!¡Que carajito mas inquieto y travieso
coño!
Cuando
mi padre descubrió la vocación artística de sus hijos menores: Francisco y yo
nos alentó, con esa sangre italiana y griega corriendo por sus venas en
tambores de raza africana, a seguir adelante. Se escondía con nosotros con sus
cervezas Polar, sus shorts y chanclas, sin camisa a vernos pintar un cuadro
sorpresa para el día de la madre próximo y nosotros de 9 y 7 años y pantalones
cortos muy concentrados. En la feque
toda obra de arte es una runa de tu infancia o como dijo León Tolstoi: Describe
tu villa y describirás al universo, ni modo originario de Villa de Cura y con
extensiones parvularias al trabajo amoroso de mi padre, queda claro de dónde
surgen los veneros de mi creación artística visual. Uno de mis primeros dibujos
infantiles fue el curso del río de Guamita pintado en una musgosa roca con un
lápiz prismacolor sepia. Otro dibujo anterior de mi infancia en Villa de
Cura fueron unas alas de ángel de la guarda dulce compañía no me desampares
ni de noche ni de día de múltiples colores sobre cartulina negra inspirado
por las travesuras ornitológicas de mi primo Luis Rosendo, mi hermano Aníbal,
hoy ingeniero agrónomo de enorme trayectoria nacional, cazando aves para las
jaulas de mi abuela Carmen. Todavía recuerdo un tráupido como me enseñó
mi querida Margarita Martínez llamado Bandera Alemana. Me hice artista tras
muchos años de estudio y trabajo egresado de la célebre Escuela de Pintura,
Escultura y Grabado “La Esmeralda” que fundaron Frida Kahlo y Diego Rivera en
esta Ciudad de México donde resido en diáspora hasta que la pesadilla se abra a
nuestra aurora libertaria democrática e independiente. Pero, siempre mi pincel
apasionado acude en salvamento de mi ecosistema humano y biológico de Venezuela:
el mejor estado de ánimo que conozco.
Un día en viaje de vacaciones compré en la
extinta librería Lectura de Chacaíto un libro hermoso llamado Aves de
Venezuela en coautoría con Miguel Lentino Rosciano. Enloquecí pintando
millones de veces una palomita esponjada, descifrando su carácter. Estaba
hermosamente arrecha.
Una
noche de 2001 enviado como representante de México al National Congress of American
Museums and Galleries of Art en
Saint Louis, Missouri en medio de un cocktail con música de jazz, por supuesto,
frente a un inmenso Monet pletórico de nenúfares; Baco me inspiró y pensé: Este
carajo se inventó un jardín japonés por que se ganó una lotería. ¡Nojoda, mi
papá es el jardinero del sitio con mayor diversidad del mundo! Me fui a
Venezuela con la escusa del 80 aniversario de mi viejo a llevarle serenata. Organicé
una expedición al Pittier, más de 300 imágenes de mi Catedral de Nubes, mismas
que sorprendieron a mi padrino artístico Pedro León Zapata y me conminó que exhibiera. Con dichos
recaudos levanté en 2002, invitado como artista en Residencia de Latino Arts
Inc y la Universidad de Wisconsin en Milwaukee: mi primer mural americano. Una
pajarera debajo de un distribuidor en el cruce de Washinghton Street & 6th
Avenue. Las columnas simulaban barrotes de una colcha de parches de selvas
pitterianas en blanco y negro y con remaches de un fuselaje de un avión antiguo.
El inmenso arquitrabe con fondos gris de paynesa manera de cielo calmo representaba un
inmenso diálogo en hiperrealismo de nuestras aves con las endémicas de
Wisconsin, el estado aviario de Estados Unidos. En ciertos puntos una tela de
terciopelo rojo se apreciaba levantada por la brisa proveniente del cercano
Lago Michigan, como la tela con que se cubren las pajareras para que las aves
duerman. El único graffitti de la ciudad fue mi firma con la letra de la
canción de Eric Clapton: Tears in heaven La ciudad fundada por los
republicanos es totalmente blanca, están prohibídos las pintas en sus paredes.
Mi firma apenas se aprecia. Está en el suelo en la columna extrema derecha Hice
un chiste visual cuando aparece el Águila Real emblema de la nación americana:
el diálogo se fractura y un coñazo de arcaravanes y corocoras salen espantadas
dejando el plumero. Ganó por iniciativa de la Escuela de Arquitectura de
Wisconsin y Harvard el mejor desarrollo de arte urbano del 2003.
En 2006
presenté una muestra de aves heridas del Pittier con fondos oscuros a lo
Caravaggio sobre un poema de mi adorado poeta Eugenio Montejo: La
terredad de un pájaro. Johnny Phelps emocionado por tal propuesta me
invitó a conocer la Fundación Ornitológica William Henry Phelps donde tuve mi
encuentro con Miguel Lentino Rosciano y Margarita Martínez, a quienes
emocionado mostré la fotos de mi mural americano exclamando con nudo en la
graganta: ¡No crean que vuestra silenciosa labor franciscana se quedó aquí
en estas bóvedas frias taxidérmicas y en libros que pocos leen. Los planes
de Dios son inauditosy aquello que los
anima como revelación se esculpió en mi corazón! Manos prestas y con el
libro de José Ángel Rodríguez El Viajero de las Aves como nuevo mandato
para una superproducción multimedia levanté pinturas y el texto junto a mi
soberbia actriz y soprano Fanny Arjona. Proyecto que llamamos Gringo
Enamorado in memoriam a William Henry Phelps quien amó nuestra montaña
aragüeña y de empresario exitoso a sus 60 años esculpió su destino de
consagrado botánico inventariando las alas del mundo en mi jardín aragüeño. Fue
siempre mi mayor placer la visita a mis asesores Miguel Lentino y Margarita
Martinez, mis mentores casí ícaros y yo su cocorito: la ladilla de las
ladillas. Una primera vista de esa colección se realizó en 2012 llamada El
Zaguán de Gringo Enamorado con overtura de mi hermano el Maestro Raimundo
Pineda. Aspiro en democracia y vida repúblicana reconquistada la realización de
espectáculo con música de nuestro genio Juan Carlos Nuñez, mi mentor sonoro
cuya Misa de los Trópicos para la beatificación de nuestra primera santa
del Pittier: María de San José de Choroní, según acertadísimo crítico musical:
¡Sabe y huele a Cacao!
A
comienzos de este año pandémico y ditirámbico de 2021 un bienaventuranza en la
voz de Margarita Martínez vino a mí: hacerme partícipe de un sueño
extraordinario de Valentina Hernández y Roberth Bonillo: CACAO PITTIER, From
earth to the bar, doce haciendas cacaoteras inscritas en mi jardín de
infancia con doce denominaciones de origen cuyas productoras cantan mientras
cultivan y pintan los telones de mi paraíso con los colores y melodías más
diversas de su nostálgica herencia africana. Soñaban que los empaques fueran
aves endémicas de dichas haciendas pintadas por mí. Súbito mi aceptación para
la construcción de una Venezuela inmensa y del tamaño de nuestros sueños y
aspiraciones más legítimas como lo asentó en su biografía Regreso de Tres
Mundos nuestro insigne Mariano Picón Salas. ¡Ni de vaina me iba a perder
ese boche! Me subí a ese barco de sueños como su director artístico con
pasión desbordante.
Hoy
26 de noviembre de 2021 con profunda emoción saludo la cristalización de este
sueño colectivo que nos honra en presentar su primera cata. Es nuestro mayor
anhelo su inscripción definitiva en las querencias más nobles de nuestro
paladar, como una vez los hiciera el sabio Henri Francois Pittier con los
manantiales de nuestro parque nacional primigenio y la terredad de
nuestro precioso proyectoCacaos y Aves del Pittier,ese término
extraordinario del genio poético de Eugenio Montejo, esa terquedad de cualquier
venezolano de bien por pertenecer a Venezuela hasta en las sombras se quede en
nuestro gentilicio orgulloso como lo ha hecho HARINA PAN y ron Santa Teresa.
Una
petición final: Aspiramos vuestras benevolencias, sugerencias y aportes para
afianzar este sueño en los paladares del mundo y, por mi parte una disculpa si
me excedí en mi testimonio. La emoción y la adrenalina anegan mis ojos, anudan
mi garganta en esta fría tarde de invierno mexicano.
a ese concepto inmaculado de Dios: Francisco José Paradisi Rangel
(PAQUITO) y a la legión de ángeles que le acompañan con profunda extrañeza.
¡CUANDO YO ME VAYA ESTA VAINA SE DESTRUYE!
sentenció tajante el viejo. Por su cabeza, altiva por el recuerdo de una
nobleza incierta que se perdía en los meandros de una historia familiar que
remontaba hacía más de un siglo a la lejana Italia y cana a pesar de las
constantes arremetidas del BIGUENE negro humo, asistieron uno a uno los días,
las horas, los minutos y los segundos transcurridos a lo largo de treinta años
derramando con tanto esfuerzo dosis enteras de amor a la famélica protección de
una selva en el norte de un no menos olvidado estado del centro de Venezuela.
A esa selva había llegado muchos años antes un
suizo "de esos locos que andan por ahí" quien, alucinado por la saga
de un tal Barón Humboldt, se vino para América a estudiar dizque "las especies"
del lugar. Al contemplar el espectro enorme de seres, animales y vegetales,
inmersos en la eterna transparencia melancólica de la neblina, no pudo contener
la emoción y de inmediato se sumergió en la vorágine verde para inventariar de
nuevo al mundo.
El catálogo se expandía más allá de los
números así como su pasión por querer preservarlo. Un día tomó todos sus
ímpetus y se presentó ante el mismísimo benemérito Juan Vicente Gómez (el de
los 27 años de letargo) cuyos aposentos gubernamentales veían siempre al
infinito marasmo vegetal desde la ciudad de Maracay. Con respiración
entrecortada propuso al dictador decretar a esos montes del norte de Aragua
" Parque Nacional". El senil analfabeta con la desconfianza propia de
los andinos tomándose de sus frondosos bigotes replicó: ¿Y con qué se come eso,
amigo? Entonces el suizo habló de conservación
sabiendo de antemano que al Benemérito le gustaban las plantas además de
vivir en una ciudad verde por su férrea voluntad y que era capaz de poner preso
al más pintao si no regaba a diario sus jardines. Logró entusiasmarlo
con la idea del Primer Parque Nacional de Venezuela como signo de la
modernización del país por él pretendida hasta sacarle de sus parcos labios un
"lo tomaremos en cuenta, señor Pittier". Pero, más rápida es la vida
que las palabras y el " lo tomaremos en cuenta" se quedó rezagado más
allá de la muerte del dictador.
Después de tanto bregar por oficinas
ministeriales el suizo vio cristalizada su idea con el nuevo régimen del
general Eleazar López Contreras quien el 13 de febrero de 1937 decretó a su
selva como "Parque Nacional de Rancho Grande" por una hacienda
cafetalera que con ese nombre y hasta ese día subsistió solitaria en la zona.
El suizo continuó catalogando plantas y animales, batallando por presupuestos
conservacionistas hasta su muerte anegado de tanto esplendor en sus ojos. Años
después se le hacía un reconocimiento póstumo decretando al parque, el 24 de
marzo de 1953, Parque Nacional Henri Pittier, el primero de su género en
el país.
Cuando el viejo llegó al parque ya la cabeza
de Pittier miraba impávida, con sus frías pupilas de mármol blanco, a los
viajeros que persignándose ante la ermita de la virgen del Carmen situada a su
costado izquierdo en lo que llamaban "Estación GUAMITA", proseguían
por una estrecha carretera al límite norte del parque: el mismísimo mar Caribe.
Ver a los ojos del Pittier pétreo era preconizar un reino en este mundo que se
transfiguraba de tanto verde en el más diáfano de los azules en la costa donde
los antiguos esclavos, con sus cantos llenos de nostalgia por la pérdida del
África original, fincaron el paraíso.
Virgen del Carmen
Catedral de la Epifanía de la Resurrección de Nuestro
Señor Jesucristo de Villa de Cura
Inventario Mundi C.I. 313620
El viejo se apasionó instantáneamente del
lugar que el Ministerio de Agricultura y Cría con cargo de Perito Forestal
encargado del parque en la Estación GUAMITA, le había encargado. Todo allí le
recordaba su infancia llena de verdor y animales en la bucólica placidez de los
llanos, donde a las vacas se les canta para ordeñarlas y no hay más brújulas
que las estrellas mismas en la inmensidad sin norte topográfico de la sabana. A
esos llanos llegó un día como peón a trabajar a los nueve años, benjamín de
todos los peones, cuando su padre hijo del rico hacendado italiano los había
abandonado a él y sus hermanos en el regazo de su madre, una mujer de tez
morena que también se llamaba Carmen y de cuyos ojos aprendió el coraje pa´
ganarse el pan sin robá tras abandonar la escuela elemental para leer en
los textos mismos de la naturaleza.
Su prodigioso empirismo eliminaba todo término
latino por desconocimiento pero, la vasta experiencia adquirida en los llanos
había perfeccionado una personalísima taxidermia al llegar al parque donde, al
igual que el sabio suizo, se dedicó de nuevo a inventariar el mundo. Así pues;
no sabía que el rabipelao era un marsupial americano pero, sí que tiene
una bolsa en la barriga pa´ cargá sus crías y sabía de sus hábitos y
madrigueras y los apuntaba en sus ojos sin el tamiz chocante de las lentes de
las cámaras fotográficas de los gringos de National Geographic.
Sabía de las orquídeas y su carácter aéreo y sus esporas y de las culebras y de
que pican, muerden. ¡No te metas muchacho bajo las matas de bambú que ahí se
esconden esas bichas! Sabía de plantas cuyas hojas por el envés son
venenosísimas y por el revés el antídoto mismo. Todos los pájaros del mundo se
alimentaron muchas mañanas en sus manos, hasta aquellos de nombres tan
singulares como tapaculos, tucusos y chiritos.
Hizo muchas cosas el viejo por su parque. Cada
noche los cinco hijos que había procreado con una mujer clara de nombre Elisa,
abandonada como él por su padre y maestra de primaria por el destino, lo
esperaban ansiosos cuando regresaba de la montaña, previa escala en un bar y
con unas polarcitas en la cabeza, para escuchar de su viva voz los
sucesos del día. Contaba no solo hallazgos naturales emocionadísimo sino,
historias de los seres humanos que por allá pululaban. Una, cuando en los pozos
que había construido en GUAMITA para delicia de los acalorados turistas, se iba
ahogando uno que al tirarse un clavado se enredó con las ramas de un árbol en
el fondo y él sintiéndose Tarzán, se lanzó a salvarlo. Otra cuando sostuvo una
discusión enorme con un senador del partido de gobierno que quería consumir a
fuerza de su investidura alcohol en el parque y eso estaba prohibido y
tuvo que echarlo por sus pistolas recriminándole al envilecido: Ustedes
hacen las leyes sólo pa´ que los jodidos las cumplan. Pues, ¡Jódanse ustedes
también y aprendan a respetar sus propios entuertos! De todas sus historias
la más divertida era la de una enorme serpiente que haciendo digestión cuando
dormía en el hueco de un tronco segado le pegó tamaño susto a un guardabosques
a quien se le había antojado deponer los frutos de su digestión en privado en
ese preciso lugar. Sentado en el rupestre trono sintió algo frío y baboso y
corredizo en sus asentaderas, se
despertó con enorme sobresalto al
compás de las pestilentes dianas. Con un presentimiento terrible se
irguió como rayo, ratificando con horror la presencia del temible leviatán y
emitiendo un grito espantoso se fue cerro abajo superando el obstáculo que
imponían los calzones a media rodilla. Evento éste, que provocó la carcajada
más prolongada del público del lugar.
Los ojos del Pittier pétreo no sólo vieron
muchos turistas pasar, diseccionaron además, con la meticulosidad del sabio
botánico, sus actitudes traduciendo en ellas los cambios ocurridos en el país
desde que la cabeza fuera colocada en el pedestal al lado de la ermita. A la
nación campirana con sueños de hacienda y ganado y el aún perceptible perfume
de la inocencia en su gente sucedió una nación perversa por la destrucción de
la economía petrolera y la mascarada de líderes liliputenses que
vociferaban consignas estrafalarias ¡Por una Venezuela libre y de los venezolanos!
y el pato y la guacharaca. Cosas que jamás cumplieron sus políticos,
escaladores inescrupulosos, cuyos fraudes eran aplaudidos en las arcas de Miami
y legalizados hasta el cinismo en los artículos de la propia constitución.
El parque también pasó ante la mirada de los
turistas de un paraíso real terrestre y bucólico, donde el hombre se unía a la
inmensidad del cosmos, a ser una simple y chistosa postal, a venezuelan
souvenir de nuestro venezuelan curious way of life. No importaba que
aquel lugar fuera el nido del 7% de las especies de pájaros de todo el mundo
una vez al año en su eterna migración del norte al sur y viceversa ni que sus
ríos fueran los veneros de un gran lago; ni sus árboles endémicos de 60 metros
de altura, ni sus orquídeas, jabalíes, tigres y helechos arbóreos. Nada, al fin
y al cabo las oficinas del Ministerio estaban en Caracas y a los señores
pulcrísimos y de corbata les interesaba más el escocés en las rocas y un buen
camenbert que irse a ensuciar las manos al monte aquel. Sólo al viejo y su
cuadrilla de miserables les importaba. ¡Vamos, a jalar escardilla. Hay que
limpiá los cortafuegos. Afilá machetes pa´que cuando llegue el verano los
incendios no devoren al parque y las lluvias no traigan después la desgracia!
El Corazón de don Pancho, un antiguo electrocardiograma en época de incendios forestales
El viejo sabía, sin conocer las rimbombancias
técnicas de ahora, la enorme fragilidad de aquel extraordinario ecosistema. Fue
sistemático en sus cuidados con el indefenso gigante verde hasta el día aquel
de su sentencia, a los 65 años, cuando a los de Caracas se les hizo poco el
presupuesto para sus vanidades y quitando los fondos para los cortafuegos
anuales y otras cosas, encontraron en su apasionada defensa del lugar un
escollo; valiéndose de la constitución lo calificaron de obsoleto, ordenaron su
jubilación a 70% de la miseria que mensualmente percibía y lo cambiaron por un catrincito
ingeniero en parques Forestales graduado en Oregon que sabía mucho de las
Rocallosas y del Mount McKinley en la creencia que la gran montaña aragüeña era
una simple derivada de éste. Mandaron al carajo toda su fabulosa taxidermia del
mundo. Pero el viejo como aquel Vicente Cochocho de Teresa de la Parra cuya
alma desconocía el odio. Siendo casi del mundo de los vegetales aceptaba sin
quejarse las iniquidades de los hombres...hundido en la acequia o adherido a
las lajas, zahiriéranlo o no, seguía como buen vegetal dando impasible sus
frutas y sus flores".
La tragedia no se hizo esperar. Al año
siguiente de su sentencia, a fines de agosto de 1987, un alud rasgaba los
telones del paraíso. La cabeza de Pittier con pedestal y todo, la ermita y su Virgen
del Carmen, la floresta misma con sus animales sucumbieron y miles de personas
estamparon con su muerte el sello de la desidia en los novísimos cañones que la
furiosa naturaleza dejó como recuerdo. El gobierno como siempre censuró toda
información y trajo especialistas de Japón a investigar las causas del
siniestro. No hubo culpables. Sólo el silencio, sólo el olvido y el arca
acumulando minuciosamente las especies en el recuerdo y en los ojos de don
Pancho.
Hace un par de años, estando en Venezuela, fui
a ver al viejo a quién conocía desde mi infancia en las deliciosas vacaciones
de GUAMITA. Pará mi era una especie de Llanero solitario que ejercía la
justicia de manera particular, siempre gallardo, siempre héroe. Más allá de mi
admiración por él iba la fantasía que despertaba. Aquella noche, que por cierto
era de Año Nuevo, lo vi llorar por primera vez. Pensé que era por la muerte de
dos de sus hijos: Moravia y Francisco, la mayor y el menor su homónimo
perfecto. Y no era así. Balbuceante me
dijo "No es por eso. Todo vuelve a la naturaleza. Todo vuelve a
Dios". ¿Entonces?, increpé. ¡Es por no haberles dado mejores
caminos en la vida, por eso de la honestidad y la decencia, por esa vaina! ¡He
sido un pendejo toda mi vida! Yo no le creí. El héroe de mi infancia estaba
intacto. No es pendejo aquél que está cargado de tanto amor y fantasía.
Respetando su dolor en silencio, me marché.
Cuando Papá habla de la montaña,
su mirada se enciende.
Mi madre benéfica sonríe,
todos estamos presentes.
Una neblina instantánea nos envuelve.
CATEDRAL DE NUBES No.2
Hoy me acuerdo de toda esa historia porque las
llanuras de Guanajuato lucen hermosísimas con las lluvias, engalanadas de tanto
verdor y mi tenor favorito César Ortega acompañado al piano de la diminuta
genial Teté Cuevas está cantando con esa insólita sensibilidad mexicana Si
nos dejan de José Alfredo Jiménez y el tequila HERRADURA Reposado se me
subió al cogote. Hoy me acuerdo que el viejo cumple 73 años de bregar por la
vida y la memoria de su sonrisa me estremece: porque es mi padre, la mujer
clara mi madre y porque en mi casa diariamente, a pesar de todo,"
hacemos con las nubes terciopelo".