la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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EL ARCA EN LOS OJOS DE DON PANCHO, por José Augusto Paradisi Rangel, 2 de agosto de 1994, León, Guanajuato, México

 

Cuando Papá habla de la montaña,
su mirada se enciende. 
Mi madre benéfica sonríe,
todos estamos presentes.
Una neblina instantánea nos envuelve
CATEDRAL DE NUBES No.1


a ese concepto inmaculado de Dios: Francisco José Paradisi Rangel (PAQUITO)
y a la legión de ángeles que le acompañan con profunda extrañeza.


 

¡CUANDO YO ME VAYA ESTA VAINA SE DESTRUYE! sentenció tajante el viejo. Por su cabeza, altiva por el recuerdo de una nobleza incierta que se perdía en los meandros de una historia familiar que remontaba hacía más de un siglo a la lejana Italia y cana a pesar de las constantes arremetidas del BIGUENE negro humo, asistieron uno a uno los días, las horas, los minutos y los segundos transcurridos a lo largo de treinta años derramando con tanto esfuerzo dosis enteras de amor a la famélica protección de una selva en el norte de un no menos olvidado estado del centro de Venezuela.

A esa selva había llegado muchos años antes un suizo "de esos locos que andan por ahí" quien, alucinado por la saga de un tal Barón Humboldt, se vino para América a estudiar dizque "las especies" del lugar. Al contemplar el espectro enorme de seres, animales y vegetales, inmersos en la eterna transparencia melancólica de la neblina, no pudo contener la emoción y de inmediato se sumergió en la vorágine verde para inventariar de nuevo al mundo.

El catálogo se expandía más allá de los números así como su pasión por querer preservarlo. Un día tomó todos sus ímpetus y se presentó ante el mismísimo benemérito Juan Vicente Gómez (el de los 27 años de letargo) cuyos aposentos gubernamentales veían siempre al infinito marasmo vegetal desde la ciudad de Maracay. Con respiración entrecortada propuso al dictador decretar a esos montes del norte de Aragua " Parque Nacional". El senil analfabeta con la desconfianza propia de los andinos tomándose de sus frondosos bigotes replicó: ¿Y con qué se come eso, amigo? Entonces el suizo habló de conservación  sabiendo de antemano que al Benemérito le gustaban las plantas además de vivir en una ciudad verde por su férrea voluntad y que era capaz de poner preso al más pintao si no regaba a diario sus jardines. Logró entusiasmarlo con la idea del Primer Parque Nacional de Venezuela como signo de la modernización del país por él pretendida hasta sacarle de sus parcos labios un "lo tomaremos en cuenta, señor Pittier". Pero, más rápida es la vida que las palabras y el " lo tomaremos en cuenta" se quedó rezagado más allá de la muerte del dictador.

Después de tanto bregar por oficinas ministeriales el suizo vio cristalizada su idea con el nuevo régimen del general Eleazar López Contreras quien el 13 de febrero de 1937 decretó a su selva como "Parque Nacional de Rancho Grande" por una hacienda cafetalera que con ese nombre y hasta ese día subsistió solitaria en la zona. El suizo continuó catalogando plantas y animales, batallando por presupuestos conservacionistas hasta su muerte anegado de tanto esplendor en sus ojos. Años después se le hacía un reconocimiento póstumo decretando al parque, el 24 de marzo de 1953, Parque Nacional Henri Pittier, el primero de su género en el país.

Cuando el viejo llegó al parque ya la cabeza de Pittier miraba impávida, con sus frías pupilas de mármol blanco, a los viajeros que persignándose ante la ermita de la virgen del Carmen situada a su costado izquierdo en lo que llamaban "Estación GUAMITA", proseguían por una estrecha carretera al límite norte del parque: el mismísimo mar Caribe. Ver a los ojos del Pittier pétreo era preconizar un reino en este mundo que se transfiguraba de tanto verde en el más diáfano de los azules en la costa donde los antiguos esclavos, con sus cantos llenos de nostalgia por la pérdida del África original, fincaron el paraíso.

Virgen del Carmen 
Catedral de la Epifanía de la Resurrección de Nuestro 
Señor Jesucristo de Villa de Cura


Inventario Mundi C.I. 313620



El viejo se apasionó instantáneamente del lugar que el Ministerio de Agricultura y Cría con cargo de Perito Forestal encargado del parque en la Estación GUAMITA, le había encargado. Todo allí le recordaba su infancia llena de verdor y animales en la bucólica placidez de los llanos, donde a las vacas se les canta para ordeñarlas y no hay más brújulas que las estrellas mismas en la inmensidad sin norte topográfico de la sabana. A esos llanos llegó un día como peón a trabajar a los nueve años, benjamín de todos los peones, cuando su padre hijo del rico hacendado italiano los había abandonado a él y sus hermanos en el regazo de su madre, una mujer de tez morena que también se llamaba Carmen y de cuyos ojos aprendió el coraje pa´ ganarse el pan sin robá tras abandonar la escuela elemental para leer en los textos mismos de la naturaleza.

Su prodigioso empirismo eliminaba todo término latino por desconocimiento pero, la vasta experiencia adquirida en los llanos había perfeccionado una personalísima taxidermia al llegar al parque donde, al igual que el sabio suizo, se dedicó de nuevo a inventariar el mundo. Así pues; no sabía que el rabipelao era un marsupial americano pero, sí que tiene una bolsa en la barriga pa´ cargá sus crías y sabía de sus hábitos y madrigueras y los apuntaba en sus ojos sin el tamiz chocante de las lentes de las cámaras fotográficas de los gringos de National Geographic. Sabía de las orquídeas y su carácter aéreo y sus esporas y de las culebras y de que pican, muerden. ¡No te metas muchacho bajo las matas de bambú que ahí se esconden esas bichas! Sabía de plantas cuyas hojas por el envés son venenosísimas y por el revés el antídoto mismo. Todos los pájaros del mundo se alimentaron muchas mañanas en sus manos, hasta aquellos de nombres tan singulares como tapaculos, tucusos y chiritos.

Hizo muchas cosas el viejo por su parque. Cada noche los cinco hijos que había procreado con una mujer clara de nombre Elisa, abandonada como él por su padre y maestra de primaria por el destino, lo esperaban ansiosos cuando regresaba de la montaña, previa escala en un bar y con unas polarcitas en la cabeza, para escuchar de su viva voz los sucesos del día. Contaba no solo hallazgos naturales emocionadísimo sino, historias de los seres humanos que por allá pululaban. Una, cuando en los pozos que había construido en GUAMITA para delicia de los acalorados turistas, se iba ahogando uno que al tirarse un clavado se enredó con las ramas de un árbol en el fondo y él sintiéndose Tarzán, se lanzó a salvarlo. Otra cuando sostuvo una discusión enorme con un senador del partido de gobierno que quería consumir a fuerza de su investidura alcohol en el parque y eso estaba prohibido y tuvo que echarlo por sus pistolas recriminándole al envilecido: Ustedes hacen las leyes sólo pa´ que los jodidos las cumplan. Pues, ¡Jódanse ustedes también y aprendan a respetar sus propios entuertos! De todas sus historias la más divertida era la de una enorme serpiente que haciendo digestión cuando dormía en el hueco de un tronco segado le pegó tamaño susto a un guardabosques a quien se le había antojado deponer los frutos de su digestión en privado en ese preciso lugar. Sentado en el rupestre trono sintió algo frío y baboso y corredizo en sus asentaderas,  se despertó con enorme sobresalto  al compás  de las pestilentes  dianas. Con un presentimiento terrible se irguió como rayo, ratificando con horror la presencia del temible leviatán y emitiendo un grito espantoso se fue cerro abajo superando el obstáculo que imponían los calzones a media rodilla. Evento éste, que provocó la carcajada más prolongada del público del lugar.

Los ojos del Pittier pétreo no sólo vieron muchos turistas pasar, diseccionaron además, con la meticulosidad del sabio botánico, sus actitudes traduciendo en ellas los cambios ocurridos en el país desde que la cabeza fuera colocada en el pedestal al lado de la ermita. A la nación campirana con sueños de hacienda y ganado y el aún perceptible perfume de la inocencia en su gente sucedió una nación perversa por la destrucción de la economía petrolera y la mascarada de líderes liliputenses que vociferaban consignas estrafalarias ¡Por una Venezuela libre y de los venezolanos! y el pato y la guacharaca. Cosas que jamás cumplieron sus políticos, escaladores inescrupulosos, cuyos fraudes eran aplaudidos en las arcas de Miami y legalizados hasta el cinismo en los artículos de la propia constitución.

El parque también pasó ante la mirada de los turistas de un paraíso real terrestre y bucólico, donde el hombre se unía a la inmensidad del cosmos, a ser una simple y chistosa postal, a venezuelan souvenir de nuestro venezuelan curious way of life. No importaba que aquel lugar fuera el nido del 7% de las especies de pájaros de todo el mundo una vez al año en su eterna migración del norte al sur y viceversa ni que sus ríos fueran los veneros de un gran lago; ni sus árboles endémicos de 60 metros de altura, ni sus orquídeas, jabalíes, tigres y helechos arbóreos. Nada, al fin y al cabo las oficinas del Ministerio estaban en Caracas y a los señores pulcrísimos y de corbata les interesaba más el escocés en las rocas y un buen camenbert que irse a ensuciar las manos al monte aquel. Sólo al viejo y su cuadrilla de miserables les importaba. ¡Vamos, a jalar escardilla. Hay que limpiá los cortafuegos. Afilá machetes pa´que cuando llegue el verano los incendios no devoren al parque y las lluvias no traigan después la desgracia!

El Corazón de don Pancho, un antiguo electrocardiograma
en época de incendios forestales



El viejo sabía, sin conocer las rimbombancias técnicas de ahora, la enorme fragilidad de aquel extraordinario ecosistema. Fue sistemático en sus cuidados con el indefenso gigante verde hasta el día aquel de su sentencia, a los 65 años, cuando a los de Caracas se les hizo poco el presupuesto para sus vanidades y quitando los fondos para los cortafuegos anuales y otras cosas, encontraron en su apasionada defensa del lugar un escollo; valiéndose de la constitución lo calificaron de obsoleto, ordenaron su jubilación a 70% de la miseria que mensualmente percibía y lo cambiaron por un catrincito ingeniero en parques Forestales graduado en Oregon que sabía mucho de las Rocallosas y del Mount McKinley en la creencia que la gran montaña aragüeña era una simple derivada de éste. Mandaron al carajo toda su fabulosa taxidermia del mundo. Pero el viejo como aquel Vicente Cochocho de Teresa de la Parra cuya alma desconocía el odio. Siendo casi del mundo de los vegetales aceptaba sin quejarse las iniquidades de los hombres...hundido en la acequia o adherido a las lajas, zahiriéranlo o no, seguía como buen vegetal dando impasible sus frutas y sus flores".

La tragedia no se hizo esperar. Al año siguiente de su sentencia, a fines de agosto de 1987, un alud rasgaba los telones del paraíso. La cabeza de Pittier con pedestal y todo, la ermita y su Virgen del Carmen, la floresta misma con sus animales sucumbieron y miles de personas estamparon con su muerte el sello de la desidia en los novísimos cañones que la furiosa naturaleza dejó como recuerdo. El gobierno como siempre censuró toda información y trajo especialistas de Japón a investigar las causas del siniestro. No hubo culpables. Sólo el silencio, sólo el olvido y el arca acumulando minuciosamente las especies en el recuerdo y en los ojos de don Pancho.

Hace un par de años, estando en Venezuela, fui a ver al viejo a quién conocía desde mi infancia en las deliciosas vacaciones de GUAMITA. Pará mi era una especie de Llanero solitario que ejercía la justicia de manera particular, siempre gallardo, siempre héroe. Más allá de mi admiración por él iba la fantasía que despertaba. Aquella noche, que por cierto era de Año Nuevo, lo vi llorar por primera vez. Pensé que era por la muerte de dos de sus hijos: Moravia y Francisco, la mayor y el menor su homónimo perfecto.  Y no era así. Balbuceante me dijo "No es por eso. Todo vuelve a la naturaleza. Todo vuelve a Dios". ¿Entonces?, increpé. ¡Es por no haberles dado mejores caminos en la vida, por eso de la honestidad y la decencia, por esa vaina! ¡He sido un pendejo toda mi vida! Yo no le creí. El héroe de mi infancia estaba intacto. No es pendejo aquél que está cargado de tanto amor y fantasía. Respetando su dolor en silencio, me marché.

Cuando Papá habla de la montaña,
su mirada se enciende.
Mi madre benéfica sonríe, 
todos estamos presentes.
Una neblina instantánea nos envuelve.
CATEDRAL DE NUBES No.2




Hoy me acuerdo de toda esa historia porque las llanuras de Guanajuato lucen hermosísimas con las lluvias, engalanadas de tanto verdor y mi tenor favorito César Ortega acompañado al piano de la diminuta genial Teté Cuevas está cantando con esa insólita sensibilidad mexicana Si nos dejan de José Alfredo Jiménez y el tequila HERRADURA Reposado se me subió al cogote. Hoy me acuerdo que el viejo cumple 73 años de bregar por la vida y la memoria de su sonrisa me estremece: porque es mi padre, la mujer clara mi madre y porque en mi casa diariamente, a pesar de todo," hacemos con las nubes terciopelo".

 


©José Augusto Paradisi Rangel
2 de agosto de 1994, León, Guanajato, México
Cuadros: ©José Augusto Paradisi Rangel