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TERESA POR SIEMPRE
Irene Arcila
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Irene, Teresa y su perrita Fedra
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Mi querida Teresa Selma:
Hoy te escribo con el corazón
lleno de amor y nostalgia, recordándote en cada palabra, en cada escena de la
vida. No fue una despedida, porque sigues viva en mis recuerdos, en mi alma y
en el eco de tu voz que aún resuena en mí.
Estuvimos juntas en las
alegrías y en tus momentos de soledad. Extraño nuestras conversaciones, tus
anécdotas llenas de vida, tus historias tristes que reflejaban tu profunda
humanidad, tu vulnerabilidad sincera y, a la vez, esa fuerza inquebrantable que
te definía. Extraño tu voz, esa que llenaba cada espacio con pasión, con
verdad, con el arte que llevabas en la piel.
Extraño verte en el escenario,
donde la gran actriz Teresa Selma se transformaba y nos dejaba sin aliento.
Siempre me impresionó tu memoria fantástica, tu capacidad para encarnar cada
personaje con una intensidad única. Eras un torrente de emociones, una artista
en toda la extensión de la palabra, una presencia imposible de ignorar.
Tus cenizas volaron en el mar
junto a las de Fedra, viajando hasta Puerto Píritu el lugar que tanto amaste, desde
Veracruz. Fue un momento hermoso, un homenaje lleno de amor desde México hasta
Venezuela. Y en medio de todo, sentí que tus cenizas golpeaban mi cara, como si
jugaras conmigo una vez más. No pude evitar reír, y estoy segura de que tú
también lo hiciste. Sé que, donde estés, ya estarás escribiendo la historia de
ese instante, dándole tu toque inigualable.
Ahora tienes un cielo lleno de
teatro, con escenarios infinitos y personajes nuevos por interpretar. Mientras
tanto, aquí sigo llevándote conmigo, en cada recuerdo, en cada emoción, en cada
lección que me dejaste.
Te amo por siempre, Teresa.
Hasta siempre.
Mi historia con Teresa Selma
Conocí a Teresa Selma en Caracas en 1983, aunque ella no me conoció a
mí en ese momento. Yo estaba sentada en el teatro, viendo Bolívar,
y su voz me atravesó como un relámpago. Nunca había escuchado una voz así:
profunda, envolvente, llena de matices. Su presencia en el escenario era
magnética, y desde ese día, supe que era una actriz fuera de lo común. No
imaginaba entonces que, años después, nuestras vidas se cruzarían de una manera
tan intensa.
El destino nos une en México
Muchos años después, la volví
a ver en México, en la capilla del Teatro Helénico, interpretando a la
emperatriz Carlota en La loca de Bouchout.
Me impactó igual que la primera vez. Luego vino Mujer no
reeducable, donde encarnó a la periodista rusa Anna Politkóvskaya, y
nuevamente me dejó sin aliento. Pero fue en El
consultorio de la doctora Spellman donde me terminó de deslumbrar.
Interpretó ocho personajes distintos en un mismo escenario, transformándose
ante nuestros ojos con una maestría increíble.
Después del estreno, fuimos a
cenar. Teresa disfrutaba la comida con la alegría de quien sabe vivir el
momento, aunque siempre decía que los tamales engordan. Pero cuando los
probaba, su expresión de placer la delataba.
Nuestra amistad y la
convivencia

Con el tiempo, nuestra
relación pasó de la admiración al cariño. Nos volvimos cercanas, compartíamos
conversaciones llenas de historia, arte y risas. Teresa tenía una memoria
prodigiosa: recordaba cada calle, cada rincón de la ciudad, cada detalle de una
obra que había leído hace décadas.
Durante la pandemia, su vida
dio un giro difícil. Su relación con su hija era complicada y tuvo que dejar su
casa, llevándose solo a su inseparable perrita, Fedra. Pasó un tiempo en la
Casa del Actor, pero ahí no la dejaban salir ni estar con Fedra. No podía
permitir que Teresa se apagara en un encierro, así que la traje a vivir
conmigo. Fueron cuatro meses intensos, de convivencia, de risas, de cuidar
juntas a Fedra y de aprender aún más de ella.
A pesar de su edad, Teresa
seguía con su disciplina intacta: evitaba el azúcar, controlaba lo que comía, y
siempre se arreglaba con esmero. Amaba ir al podólogo y nunca dejaba de
maquillarse con precisión. Decía que no cocinaba porque “si hay cocineros profesionales,
¿para qué quitarles el trabajo?”. Y tenía una debilidad: el pan dulce de
chinos. Cada vez que le llevaba uno, lo mordía con una expresión de niña
traviesa.
El adiós
El tiempo pasó y, cuando
encontró un pequeño espacio donde podía estar con Fedra, la visitaba
constantemente. Le llevaba despensa, yogurt, gelatina light… y, claro, su pan
dulce favorito. Nos reíamos mucho, siempre con ese humor suyo tan particular.
Un día, se cayó en su casa y
no podía levantarse. Cuando logré entrar usando una varilla y un poco de
ingenio, me miró sorprendida y me preguntó: “¿Cómo entraste?” “Me acabo de
graduar de ladrona”, le respondí, y las dos estallamos en carcajadas.
Teresa también era médica de
profesión. Cuando se enfermó, entendía perfectamente lo que pasaba en su
cuerpo. Un día, le hice un escaneo con frecuencias para aliviar su malestar, y
ella, fascinada, me dijo: “¡Woow! Si hubiéramos tenido esto en mis clases, no
habríamos tenido que dibujar hasta la mitocondria”.
En febrero de 2024, tenía un
viaje programado a Tailandia para un retiro de meditación. Antes de irme, pasé
a verla. Le llevé su pan de chinos recién horneado. Lo mordió con placer y
dijo: “¡Rico! Ay, me ensucié”. No sabía que esa sería la última vez que la
vería.
Desde Tailandia, recibí la
noticia de su muerte. Pedí que acercaran el teléfono a su cuerpo y le dije: “Te
amé mucho”. Sabía que el oído es lo último que se apaga, y quería que, en ese
umbral, supiera que estaba con ella.
Fedra, su fiel compañera, no
tardó en seguirla. Con 19 años, sin ver ni oír, lloró cada noche hasta que, un
mes después, decidió irse también.
Llevamos sus cenizas y las de
Fedra hasta Veracruz y sé que desde allí
viajaron a Puerto Píritu, en Venezuela, un lugar que ella amó. Cuando
esparcimos sus restos en el mar, una ráfaga me golpeó el rostro. Sonreí. Supe
que era ella, dándome un último guiño.
El legado de Teresa
Teresa Selma dejó un vacío
inmenso, pero su legado sigue vivo. Su pasión, su voz, su manera de vivir con
intensidad… todo eso permanece en quienes tuvimos la fortuna de conocerla.
Yo la sigo sintiendo. A veces,
en una brisa, en un recuerdo, en una carcajada que me sorprende de repente. Y
sé que, donde sea que esté, sigue actuando, sigue riendo, sigue viviendo con
esa fuerza suya tan única.
Hasta siempre, Teresa.
LA SIEMPRE VIVA
María Carolina Rodríguez Guillén
Teresa, como todos los que la
conocimos sabemos, fue un ser humano excepcional. Fue un verdadero privilegio
tenerla en nuestras vidas. ¿Quién junto a ella se atrevía a pensar que no se
podía? ¿Quién con ella se permitía un segundo de aburrimiento? En su presencia
la vida se tornaba como por arte de magia en una aventura llena de disfrute,
picardías y risas.
En ella nada era “lo normal”
todo era extraordinario. Y lo más sorprendente es que recordarla no entristece,
sino que quién sabe cómo, regresa a tomarte por la vida, y sin pedirte permiso,
te la envuelve con girones de la suya propia
para devolvértela enriquecida por tantos y tantos momentos únicos que
pasamos juntas.
Teresa, mi querida Teresa, no
estás en quién sabe dónde; quien te busque que te encuentre donde hiciste tu
morada eterna: en el corazón de todos tus amigos, qué digo amigos! de tu
numerosa, diversa y orgullosa familia.
MI ABUELA TERESA SELMA
Diego Flores Arcila y Ximena Juárez
Hoy, en el aniversario
luctuoso de Teresa, quiero rendirle homenaje a una persona que marcó mi vida de
una manera tan especial. Teresa rápidamente se ganó un lugar en mi corazón. Era
como una abuela para mí, siempre nos recibía con una sonrisa y nos hacía sentir
como en casa. Su alegría al vernos era algo que iluminaba cualquier día gris y
qué gusto me daba compartir con una mujer tan increíble como lo era Teresa.
Me tocó convivir un poco más
de cerca con ella cuando, debido a un accidente, tuve la oportunidad de
cuidarla durante un par de días. Durante ese tiempo, Teresa compartió conmigo
hermosas anécdotas de su vida, pero lo que más atesoro y llevo siempre en el
corazón es cuando me pidió que pusiera música, me encantó ver como disfrutaba y
cantaba las canciones a pesar de que no se sentía bien.
Recuerdo el último día que la
vi, fuimos a verla a su casa, Fedra y ella ya estaban listas para dormir, las
acostamos a las dos, nos despedimos de ella con un beso en la frente y como
siempre, Teresa nos devolvía una linda sonrisa.
Gracias, Teresa, por todas las
enseñanzas y el amor que nos diste, siempre te llevo en el corazón. Les mando
un beso muy grande a ti y a Fedra, las recuerdo con mucho amor siempre.
TERESA SELMA EN MI CORAZÓN Y EN MI CÁMARA
Roland Streuli
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Teresa Selma en El Coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez, versión y dirección de Carlos Giménez. Foto: Roland Streuli |
Hablar de Teresa Selma es como nombrar el principio
del teatro hermoso y bello que yo viví cuando era casi un adolescente, a partir
del año 1979 o 1980. Creo que fue la época más hermosa del teatro venezolano
tanto para nosotros, espectadores, como para las actrices y los actores, toda
la gente que hacía teatro pues. Fue una época de florecimiento.
Teresa era muy versátil. Hacía teatro, televisión,
cine, doblaje, y todo lo hacía muy bien. Tenía una calidad actoral
impresionante y una calidad humana más grande aún. Era un ser de luz. Un ser
humano excepcional.
Conocí a Teresa en 1982 viendola actuar en la obra “A
2.50 la cuba libre” escrita y dirigida por un amigo muy querido de ella, Ibrahim Guerra, que se presentaba en la Sala
Rajatabla, en la que ella hacía el personaje de Blanca Rosa. Su actuación me
impresionó mucho.
Y la obra era un aliento fresco, una nueva manera de
desarrollar el teatro, la sala de teatro fue convertida en un bar de mala muerte pero excepcionalmente hermoso y
contaba siempre con el auspicio de los mejores rones venezolanos. Inclusive
cuando tú ibas a ver la obra te ponían encima de la mesa ron en vasitos. Blanca
Rosa era la llorona de la rockola con su vasito de plástico todo mordido, se la
pasaba lamentandose de esto, de lo otro. María Elena Dávila, la hermana del
famoso cantante Guillermo Dávila, y Juan Manuel Montesinos, ella era la barman
y él el guardaespaldas; Carlota Sosa era La Sabrosa, Nacki Guttman La Caimana
y Viriginia Urdaneta La Enrollada.
Ibrahim me dijo que mientras escribía la obra sentía
que el personaje de Blanca Rosa sólo lo podía interpretar Teresa Selma y la
verdad que Teresa rompió los moldes, su actuación fue memorable y era un show
verla noche tras noche actuando, era fabulosa. Y por Ibrahim conocí a Teresa, porque él era un gran
amigo mío.
Ahora, ella también fue una de las estrellas del gran
éxito de la televisión venezolana, la telenovela “Por estas calles” (1992) de Ibsen Martínez donde
hacía el personaje de Doña
Cefora Aristibuño De Orellana, y otra vez brindó una actuación
impresionante. Todo el elenco, toda la
telenovela, incluida su hermosa música, era de una exquisitez impresionante,
fue una de las grandes telenovelas venezolanas y allí estaba Teresa entre
tantos brillantes, brillando como sólo ella sabía hacerlo.
En teatro también me impresionó mucho en “El
Coronel no tiene quien le escriba”, versión y dirección de Carlos Giménez,
cuando Rajatabla hizo un remontaje después de la muerte de Carlos, en el Ateneo
de Caracas y ella hacía el personaje de La Mujer del Coronel y Germán Mendieta
era El Coronel. Allí tomé las fotos que te mandé para tu libro, aunque en
realidad no es un libro lo que le tienes que dedicar a Teresa sino una enciclopedia, porque esa mujer
hizo tanto por el teatro venezolano que un libro es muy poco. Y también hizo un gran aporte al teatro,
cine, televisión y doblaje de México.
En doblajes la recuerdo en la serie “Mi bella genio” y en la película
“El Bebé de Rosamary”.
Tengo miles de anécdotas con Teresa. Yo era
fotógrafo, como ahora, y a ella le gustaban mis fotografías, la forma en cómo
yo captaba los momentos icónicos de cada obra.
Teresa era un ser humano maravilloso, tenía una dulzura enorme y como actriz era un monstruo.
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Puerto Píritu, Venezuela, 13 de agosto de 1930/ Ciudad de México, 20 de febrero de 2024 |