"Defiendo su derecho a existir, a defenderse, a que no sean
exterminados
por segunda vez"
“Europa, en el mejor de los
casos, no es una comunidad de estados,
sino un pozo de Poncio Pilatos.”
Me
parece vergonzoso que en Italia se haga una manifestación en la que unos
individuos, vestidos de kamikazes, corean injurias infames contra Israel, levantan
fotos de líderes israelíes en cuyas
frentes han dibujado la esvástica, incitan al pueblo a odiar a los
judíos. Y que con tal de ver a los judíos en los campos de exterminio, en las
cámaras de gas, en los hornos crematorios de Dachau y de Mathausen y de
Buchenwald y de Bergen-Belsen, etcétera, venderían a su propia madre a un
harem.
Me
parece vergonzoso que la
Iglesia Católica permita que un obispo que vive en el
Vaticano, un hombre piadoso que fue encontrado en Jerusalén con armas y explosivos escondidos en el
compartimiento secreto de su sagrado
Mercedes Benz, participe en esa manifestación y se ponga delante de un
micrófono para dar las gracias, en nombre de Dios, a los kamikazes que masacran judíos en las pizzerías y en los
supermercados. Llamándolos "mártires que van a la muerte como quien va
a una fiesta".
Me
parece vergonzoso que en Francia, la
Francia de la Libertad- Igualdad- Fraternidad, quemen sinagogas,
aterrorizan a los judíos, profanen sus
cementerios. Encuentro vergonzoso que en Holanda y en Alemania y en Dinamarca,
etcétera, los jóvenes hagan alarde del kaffiah igual que la avant gard de Mussolini lo hacía con la
porra y su insignia fascista. Encuentro vergonzoso que, en casi todas las
universidades europeas, los estudiantes palestinos patrocinen y alimenten el antisemitismo. Que en Suecia pidieran
que el Premio Nobel de la Paz otorgado a Shimon Peres en
1994 le sea retirado y conferido a la paloma
de la paz con el ramo de olivo en el pico, es decir a Arafat. Me parece vergonzoso que distinguidos miembros
del Comité, un Comité que (al parecer ) premia el color político en lugar del mérito,
hayan tomado en consideración la demanda y piensen llevarla a cabo. Al infierno
el Premio Nobel y honor a quien no lo recibe.
Me
parece vergonzoso (estamos otra vez en Italia) que los canales de televisión
del estado contribuyan al resurgimiento del antisemitismo, llorando sólo a los muertos palestinos,
silenciando los muertos israelíes, hablando de una forma veloz y muy a
menudo con un tono distraído de ellos. Encuentro vergonzoso que en los debates
acojan con mucho respeto a canallas con turbante o con el kaffiah que ayer festejaban
la matanza de Nueva York y que hoy
festejan las de Jerusalén, Haifa,
Netanya, Tel Aviv.
Me
parece vergonzoso que la prensa haga lo mismo, que estén indignados porque en
Belén los tanques israelíes rodeen la iglesia de la Natividad y que no estén
indignados porque en la misma iglesia 200 terroristas palestinos bien armados con
proyectiles y explosivos (y entre ellos varios jefes de Hamas y Al-Aqsa) sean
indeseados huéspedes de los curas (que luego aceptan de los militares de los
tanques botellas de agua mineral y tarros de miel). Me parece vergonzoso que al dar el número de muertos judíos desde el inicio de la Segunda Intifada,
(412), un conocido diario consideró
apropiado poner en letras mayúsculas que habían muerto más personas en accidentes de tránsito ( 600 por año).
Me
parece vergonzoso que el "Osservatore Romano", el diario del Papa, un Papa que hace poco dejó en el Muro de los Lamentos una carta de
perdón a los judíos, acuse de extermino
a un pueblo que fue exterminado por millones por cristianos. Por europeos. Me
parece vergonzoso que este diario le
niegue a los sobrevivientes de ese pueblo, sobrevivientes que todavía tienen tatuados los números en sus brazos, el derecho de reaccionar, de defenderse, de
no ser nuevamente exterminados. Me parece vergonzoso que en nombre de Jesucristo
(un judío sin el cual todos ellos
estarían seguramente desempleados) los curas de nuestras parroquias o centros
sociales, o lo que sean, estén de amores con los asesinos de aquellos que, en
Jerusalén, no puede ir a comer pizza o a comprar huevos sin ser víctimas de una
explosión. Me parece vergonzoso que
estén del lado de los mismos que inauguraron el terrorismo matándonos en
los aviones, en los aeropuertos, en las Olimpiadas y que hoy se divierten matando periodistas
occidentales fusilándolos, secuestrándolos, cortándoles la
garganta, decapitándolos. (Hay
alguien en Italia que, después de la publicación de "La Rabia y el Orgullo", quiere hacer lo mismo conmigo. Citando los
versos del Corán anima a sus "hermanos" en las mezquitas y en la Comunidad Islámica, a castigarme en nombre de Alá. A matarme. O
mejor, a morir conmigo. Y como es un tipo que conoce muy bien el inglés, en inglés le contesto:"Fuck you" ).
Me parece vergonzoso que casi toda la
izquierda, esa izquierda que hace
veinte años permitió que una de sus manifestaciones pusiera un ataúd (cual
advertencia mafiosa) delante de la sinagoga de Roma, se olvida de la contribución hecha
por los judíos en la lucha antifascista.
La
contribución de Carlo y Nello Rosselli, por ejemplo; de Leone Ginzburg, de Umberto
Terracini, de Leo Valiani, de Emilio Sereni; de mujeres como mi amiga Anna María Enriques
Agnoletti, que fue fusilada en Florencia
el 12 de junio de 1944. Se olvide de la
contribución de 75 de las 335 personas
asesinadas en la Fosas Ardeatinas;
de la cantidad infinita de muertos bajo tortura, en combate o delante de los pelotones
de fusilamiento. (Mis compañeros, mis
maestros de infancia y de mi primera juventud).
Me parece vergonzoso que también por
culpa de la izquierda, o mejor dicho
sobretodo por culpa de la izquierda (piensen en la izquierda que inaugura sus congresos
aplaudiendo al representante de la
OLP, líder en Italia de los palestinos que quieren la destrucción
de Israel) los judíos en las ciudades italianas tengan, otra vez, miedo.
Y en las ciudades francesas y holandesas y danesas y alemanas, etc., es lo
mismo. Me parece vergonzoso que los judíos tiemblen de miedo cuando pasan los
canallas vestidos de kamikaze, igual que
temblaban en Berlín la Noche de
los Cristales Rotos, es decir,
la noche en la que Hitler declaró
“temporada abierta” para la caza del judío.
Me
parece vergonzoso que, obedeciendo a la estúpida, ruin, deshonesta y para ellos
ventajosa moda de lo Políticamente
Correcto, los oportunistas de siempre, mejor dicho los parásitos de
siempre, exploten la palabra “paz”. Que
en el nombre de la palabra “paz”, ahora más pervertida que las palabras "amor” y “humanidad",
absuelvan a un sola parte del odio y la bestialidad. Que en nombre del pacifismo (léase
conformismo) permitan a los grillos cantores y a los bufones que antes lamían los pies de
Pol Pot, incitar a la gente ingenua, confundida o intimidada. Que la engañen, la corrompan, la lleven medio siglo atrás, a los tiempos de la estrella
amarilla en el abrigo. Estos charlatanes
que se preocupan por los palestinos lo
mismo que yo me preocupo por los charlatanes. Es decir, nada.
Me parece vergonzoso que tantos
italianos y tantos europeos hayan elegido como su abanderado al señor (por
decirlo cortésmente) Arafat. Este don nadie
que gracias al dinero de la Familia
Real Saudita juega a
ser Mussolini a perpetuidad y que, en su
megalomanía, cree que pasará a la historia como el George Washington de
Palestina. Este inculto que cuando lo entrevisté ni siquiera fue capaz de armar
una frase completa, de sostener una conversación articulada. Al transcribir la entrevista para su
publicación tuve que hacer un esfuerzo tan grande que llegué a la conclusión de
que, comparado con él, hasta Gadafi sonaba
como Leonardo da Vinci. Este falso
guerrero que anda siempre en uniforme como Pinochet, que nunca se pone un traje
civil, y que en toda su vida nunca participó en una batalla. La guerra la manda a hacer, siempre la ha mandado a hacer, a los demás. A los pobres idiotas que creen en él. Este pomposo
incompetente que, actuando como si fuera un jefe de estado, ha hecho naufragar los
acuerdos de Camp David, la mediación de Clinton: “No- no- Jerusalén-la-quiero-toda-para-mí.” Este eterno mentiroso que sólo tiene un destello de sinceridad cuando (en privado) niega siempre el derecho
de Israel a existir, y que, como digo en mi libro, se contradice
cada cinco segundos. Siempre está engañando, miente incluso cuando le preguntas
qué hora es, así que nunca puedes confiar en él. ¡Nunca! Con él acabas sistemáticamente
traicionado. Este eterno terrorista que sólo sabe ser un terrorista (eso sí, sin arriesgar su pellejo) y que cuando tenía
cerca de setenta años, es decir cuando
lo entrevisté, todavía entrenaba a
los terroristas de la Baader-Meinhof. Con ellos, niños de diez
años de edad. Pobres niños. (Ahora los entrena para convertirlos en atacantes suicidas. Cien niños-kamikazes
están entrenándose para morir: ¡cien!) Este canalla que mantiene a su esposa en Paris, atendida y reverenciada como una reina, y mantiene su pueblo en la mierda. Lo
saca de la mierda sólo para mandarlo a morir, para matar o para
morir. Como las chicas de 18 años que, para tener igualdad con los hombres, tienen que amarrarse explosivos y
desintegrarse con sus victimas. Este
presunto revolucionario que, a su propio pueblo, nunca le ha dado una pizca de
democracia. No hablo de la verdadera democracia que disfrutan los
israelíes. Quiero decir ni una diminuta pizca de democracia. Y sin embargo
muchos italianos lo aman, sí. Exactamente como amaban a Mussolini. Y muchos otros
europeos también.
Me
parece vergonzoso. ¡Sí! Y
veo en todo esto el surgimiento de un nuevo fascismo, un nuevo nazismo.
Un fascismo, un nazismo, más siniestro y
despreciable porque está dirigido y
alimentado por aquellos que, hipócritamente, posan como bienhechores, progresistas, comunistas, pacifistas, católicos, mejor dicho cristianos, y que tienen el coraje de
etiquetar como belicista a cualquiera que, como yo, grita la verdad. Que como yo siempre gritaron
contra la guerra. Tanto como ellos jamás podrían hacerlo. Veo la aparición de un nuevo
demonio. Sí. Y digo lo siguiente.
Nunca
he sido tierna con la trágica y shakesperiana
figura de Sharon. “Se que ha venido a agregar
un nuevo cuero cabelludo a su collar”, murmuró
casi con tristeza cuando fui a
entrevistarle en 1982. Frecuentemente tuve desacuerdos con los
israelíes, horribles, y en el pasado he defendido
mucho a los palestinos. Tal vez más de lo que se merecían.
Pero estoy con Israel, estoy con los
judíos. Lo estoy como lo estuve
cuando era joven, durante el tiempo que luché con ellos, cuando Anna María murió fusilada Defiendo su derecho a existir, a defenderse, a que no sean
exterminados por segunda vez. Y disgustada por el antisemitismo de
tantos italianos, de tantos europeos, me averguenzo de esta vergüenza que
deshonra a mi país y a Europa. En el mejor de los casos, Europa no es una
Comunidad de Estados, sino un pozo de Poncios Pilatos.
Y
aunque todos los habitantes de este
planeta pensaran de otra manera, yo seguiré pensando así.
Panorama
12 April 2002
Oriana lee "Yo me averguenzo"
Original
en italiano
Sull'antisemitismo
Io
trovo vergognoso che in Italia si faccia un corteo di individui che vestiti da
kamikaze berciano infami ingiurie a Israele, alzano fotografie di capi
israeliani sulla cui fronte hanno disegnato una svastica, incitano il popolo a
odiare gli ebrei. E che pur di rivedere gli ebrei nei campi di sterminio, nelle
camere a gas, nei forni crematori, venderebbero ad un harem la propria madre.
Io trovo vergognoso che la Chiesa Cattolica permetta a un vescovo, peraltro alloggiato in Vaticano, uno stinco di santo che a Gerusalemme venne trovato con un arsenale di armi ed esplosivi nascosti in speciali scomparti della sua sacra Mercedes, di partecipare a quel corteo e piazzarsi a un microfono per ringraziare in nome di Dio i kamikaze che massacrano gli ebrei nelle pizzerie e nei supermarket. Chiamarli «martiri che vanno alla morte come a una festa».
Io trovo vergognoso che in Francia, la Francia del Liberté-Egalité-Franternité, si bruciano le sinagoghe, si terrorizzino gli ebrei, si profanino i loro cimiteri. Trovo vergognoso che in Olanda e in Germania e in Danimarca i giovani sfoggiano il keffiah come gli avanguardisti di Mussolini sfoggiavano il bastone e il distintivo fascista. Trovo vergognoso che in quasi tutte le università europee gli studenti palestinesi spadroneggino e alimentino l’antisemitismo. Che in Svezia abbiano chiesto di ritirare il Premio Nobel per la Pace concesso a Shimon Peres nel 1994, e concentrarlo sulla colomba col ramoscello d’olivo in bocca cioè su Arafat. Trovo vergognoso che gli esimi membri del Comitato, un Comitato che (a quanto pare) anziché il merito premia il colore politico, abbiano preso in considerazione la richiesta e pensino di esaudirla. All’inferno il Premio Nobel e onore a chi non lo riceve.
Io trovo oltraggioso (siamo di nuovo in Italia) che le Televisioni di Stato contribuiscano al risorto antisemitismo piangendo solo sui morti palestinesi, facendo la tara ai morti israeliani, parlando in modo sbrigativo e spesso in tono svogliato di loro. Trovo vergognoso che nei loro dibattiti ospitino con tanta deferenza i mascalzoni col turbante o col keffiah che ieri inneggiavano alla strage di New York e oggi inneggiano alle stragi di Gerusalemme, di Haifa, di Netanya, di Tel Aviv. Trovo vergognoso che la stampa scritta faccia lo stesso, che si indigni perché a Betlemme i carri armati israeliani circondano la Chiesa della Natività, che non si indigni perché nella medesima chiesa duecento terroristi palestinesi ben forniti di mitra e munizioni ed esplosivi (tra loro vari capi di Hamas e Al-Aqsa) siano non sgraditi ospiti dei frati (che poi dai militari dei carri armati accettano le bottiglie d’acqua minerale e il cestino di mele). Trovo vergognoso che dando il numero degli israeliani morti dall’inizio delle Seconda Intifada, (quattrocentododici), un noto quotidiano abbia ritenuto giusto sottolineare a gran lettere che nei loro incidenti stradali ne muoiono di più. (Seicento all’anno).
Io trovo vergognoso che l’Osservatore Romano cioè il giornale del Papa, un Papa che non molto tempo fa lasciò nel Muro del Pianto una lettera di scuse per gli ebrei, accusi di sterminio un popolo sterminato a milioni dai cristiani. Dagli europei. Trovo vergognoso che ai sopravvissuti di quel popolo (gente che ha ancora il numero tatuato sul braccio) quel giornale neghi il diritto di reagire, difendersi, non farsi sterminare di nuovo. Trovo vergognoso che in nome di Gesù Cristo (un ebreo senza il quale oggi sarebbero tutti disoccupati) i preti delle nostre parrocchie o Centri Sociali o quel che sono amoreggino con gli assassini di chi a Gerusalemme non può recarsi a mangiar la pizza o a comprar le uova senza saltare in aria. Trovo vergognoso che essi stiano dalla parte dei medesimi che inaugurano il terrorismo ammazzandoci sugli aerei, negli aeroporti, alle Olimpiadi, e che oggi si divertono ad ammazzare i giornalisti occidentali. A fucilarli, a rapirli, a tagliarli la gola, a decapitarli. (Dopo l’uscita de La Rabbia e l’Orgoglio qualcuno in Italia vorrebbe farlo anche a me. Citando versi dal Corano esorta i suoi «fratelli» delle moschee e delle Comunità Islamiche a castigarmi in nome di Allah. A uccidermi. Anzi a morire con me. Poiché è un tipo che conosce bene l’inglese, in inglese gli rispondo: «Fuck you»).
Io trovo vergognoso che quasi tutta la sinistra, quella sinistra che venti anni fa permise a un suo corteo di deporre una bara (quale mafioso avvertimento) dinanzi alla sinagoga di Roma, dimentichi il contributo dato dagli ebrei alla lotta antifascista. Da Carlo e Nello Rosselli, per esempio, da Leone Ginzburg, da Umberto Terracini, da Leo Valiani, da Emilio Sereni, dalle donne come la mia amica Anna Maria Enriques Agnoletti fucilata a Firenze il 12 giugno 1944, dai settantacinque dei trecentotrentacinque uccisi alle Fosse Ardeatine, dagli infinti altri morti sotto le torture o in combattimento o dinanzi ai plotoni d’esecuzione. (I compagni, i maestri, della mia infanzia e della mia prima giovinezza). Trovo vergognoso che anche per colpa della sinistra anzi soprattutto per colpa della sinistra (pensa alla sinistra che inaugura i suoi congressi applaudendo il rappresentante dell’OLP, in Italia il capo dei palestinesi che vogliono la distruzione di Israele) gli ebrei delle città italiane abbiano di nuovo paura. E nelle città francesi e olandesi e danesi e tedesche, lo stesso. Trovo vergognoso che al passaggio dei mascalzoni vestiti da kamikaze tremino come a Berlino tremavano la Notte dei Cristalli cioè la notte in cui Hitler avviò la Caccia all’Ebreo.
Io trovo vergognoso che obbedendo alla stupida, vile, disonesta, e per loro vantaggiosissima moda del Politically Correct i soliti opportunisti anzi i soliti parassiti sfruttino la parola Pace. Che in nome della parola Pace, ormai più sputtanata delle parole Amore e Umanità, assolvano da una parte sola l’odio e la bestialità. Che in nome d’un pacifismo (leggi conformismo) delegato ai grilli canterini e ai giullari che prima leccavano i piedi al Pol Pot aizzino la gente confusa o ingenua o intimidita. Che la imbroglino, la corrompano, la riportino indietro di mezzo secolo cioè alla stella gialla sul cappotto. Questi ciarlatani ai quali dei palestinesi importa quanto a me importa di loro. Cioè nulla.
Io trovo vergognoso che tanti italiani e tanti europei abbiano scelto come vessillo il signor (si fa così per dire) Arafat. Questa nullità che grazie ai soldi della Famiglia Reale Saudita fa il Mussolini ad perpetuum e che nella sua megalomania credi di passare alla Storia come il Gorge Washington della Palestina. Questo sgrammaticato che quando lo intervisti non riesce nemmeno a compilare una frase completa, un discorso articolato. Sicché per ricomporre il tutto, scriverlo, pubblicarlo, duri una fatica tremenda e concludi che paragonato a lui perfino Gheddafi diventa Leonardo da Vinci. Questo falso guerriero che va sempre in uniforme come Pinochet, mai che indossi un abito civile, e che tuttavia non ha mia partecipato ad una battaglia. La guerra la fa fare, l’ha sempre fatta fare, agli altri. Cioè ai poveracci che credono in lui. Questo pomposo incapace che recitando la parte del Capo di Stato ha fatto fallire i negoziati di Camp David, la mediazione di Clinton. No-no-Gerusalemme-la-voglio-tutta-per-me, Questo eterno bugiardo che ha uno sprazzo di sincerità soltanto quando (en privè) nega a Israele il diritto di esistere, e che come dico nel mio libro si smentisce ogni cinque secondi. Fa sempre il doppio gioco, mente perfino se gli chiedi che ora è, sicché di lui non puoi fidarti mai. Mai! Da lui finisci sistematicamente tradito. Questo eterno terrorista che sa fare solo il terrorista (stando al sicuro) e che negli Anni Settanta cioè quando lo intervistai addestrava pure i terroristi della Baader-Meinhof. Con loro, i bambini di dieci anni. Poveri bambini. (Ora li addestra per farne kamikaze. Cento baby-kamikaze sono in cantiere: cento!). Questa banderuola che la moglie la tiene a Parigi, servita e riverita come una regina, e che il suo popolo lo tiene nella merda. Dalla merda lo toglie soltanto per mandarlo a morire, a uccidere e a morire, come le diciottenni che per meritarsi l’uguaglianza con gli uomini devono imbottirsi d’esplosivo e disintegrarsi con le loro vittime. Eppure tanti italiani lo amano, si. Proprio come amavano Mussolini. Tanti altri europei, lo stesso.
Lo trovo vergognoso e vedo in tutto ciò il sorgere d’un nuovo fascismo, d’un nuovo nazismo. Un fascismo, un nazismo, tanto più bieco e ributtante in quanto condotto e nutrito da quelli che ipocritamente fanno i buonisti, i progressisti, i comunisti, i pacifisti, i cattolici anzi i cristiani, e che hanno la sfacciataggine di chiamare guerrafondaio chi come me grida la verità. Lo vedo, sì, e dico ciò che segue. Io col tragico e shakespeariano Sharon non sono mai stata tenera («Lo so che è venuta ad aggiungere uno scalpo alla sua collana» mormorò quasi con tristezza quando andai ad intervistarlo nel 1982). Con gli israeliani ho litigato spesso, di brutto, e in passato i palestinesi li ho difesi parecchio. Forse più di quanto meritassero. Però sto con Israele, con gli altri ebrei. Ci sto come ci stavo da ragazzina cioè al tempo in cui combattevo con loro, e le Anna Marie morivano fucilate. Difendo il loro diritto ad esistere, a difendersi, a non farsi sterminare una seconda volta. E disgustata dall’antisemitismo di tanti italiani, di tanti europei, mi vergogno di questa vergogna che disonora il mio Paese e l’Europa. Nel migliore dei casi, non una comunità di Stati ma un pozzo di Ponzi Pilato. Ed anche se tutti gli abitanti di questo pianeta la pensassero in modo diverso, io continuerò a pensarla così.
Io trovo vergognoso che la Chiesa Cattolica permetta a un vescovo, peraltro alloggiato in Vaticano, uno stinco di santo che a Gerusalemme venne trovato con un arsenale di armi ed esplosivi nascosti in speciali scomparti della sua sacra Mercedes, di partecipare a quel corteo e piazzarsi a un microfono per ringraziare in nome di Dio i kamikaze che massacrano gli ebrei nelle pizzerie e nei supermarket. Chiamarli «martiri che vanno alla morte come a una festa».
Io trovo vergognoso che in Francia, la Francia del Liberté-Egalité-Franternité, si bruciano le sinagoghe, si terrorizzino gli ebrei, si profanino i loro cimiteri. Trovo vergognoso che in Olanda e in Germania e in Danimarca i giovani sfoggiano il keffiah come gli avanguardisti di Mussolini sfoggiavano il bastone e il distintivo fascista. Trovo vergognoso che in quasi tutte le università europee gli studenti palestinesi spadroneggino e alimentino l’antisemitismo. Che in Svezia abbiano chiesto di ritirare il Premio Nobel per la Pace concesso a Shimon Peres nel 1994, e concentrarlo sulla colomba col ramoscello d’olivo in bocca cioè su Arafat. Trovo vergognoso che gli esimi membri del Comitato, un Comitato che (a quanto pare) anziché il merito premia il colore politico, abbiano preso in considerazione la richiesta e pensino di esaudirla. All’inferno il Premio Nobel e onore a chi non lo riceve.
Io trovo oltraggioso (siamo di nuovo in Italia) che le Televisioni di Stato contribuiscano al risorto antisemitismo piangendo solo sui morti palestinesi, facendo la tara ai morti israeliani, parlando in modo sbrigativo e spesso in tono svogliato di loro. Trovo vergognoso che nei loro dibattiti ospitino con tanta deferenza i mascalzoni col turbante o col keffiah che ieri inneggiavano alla strage di New York e oggi inneggiano alle stragi di Gerusalemme, di Haifa, di Netanya, di Tel Aviv. Trovo vergognoso che la stampa scritta faccia lo stesso, che si indigni perché a Betlemme i carri armati israeliani circondano la Chiesa della Natività, che non si indigni perché nella medesima chiesa duecento terroristi palestinesi ben forniti di mitra e munizioni ed esplosivi (tra loro vari capi di Hamas e Al-Aqsa) siano non sgraditi ospiti dei frati (che poi dai militari dei carri armati accettano le bottiglie d’acqua minerale e il cestino di mele). Trovo vergognoso che dando il numero degli israeliani morti dall’inizio delle Seconda Intifada, (quattrocentododici), un noto quotidiano abbia ritenuto giusto sottolineare a gran lettere che nei loro incidenti stradali ne muoiono di più. (Seicento all’anno).
Io trovo vergognoso che l’Osservatore Romano cioè il giornale del Papa, un Papa che non molto tempo fa lasciò nel Muro del Pianto una lettera di scuse per gli ebrei, accusi di sterminio un popolo sterminato a milioni dai cristiani. Dagli europei. Trovo vergognoso che ai sopravvissuti di quel popolo (gente che ha ancora il numero tatuato sul braccio) quel giornale neghi il diritto di reagire, difendersi, non farsi sterminare di nuovo. Trovo vergognoso che in nome di Gesù Cristo (un ebreo senza il quale oggi sarebbero tutti disoccupati) i preti delle nostre parrocchie o Centri Sociali o quel che sono amoreggino con gli assassini di chi a Gerusalemme non può recarsi a mangiar la pizza o a comprar le uova senza saltare in aria. Trovo vergognoso che essi stiano dalla parte dei medesimi che inaugurano il terrorismo ammazzandoci sugli aerei, negli aeroporti, alle Olimpiadi, e che oggi si divertono ad ammazzare i giornalisti occidentali. A fucilarli, a rapirli, a tagliarli la gola, a decapitarli. (Dopo l’uscita de La Rabbia e l’Orgoglio qualcuno in Italia vorrebbe farlo anche a me. Citando versi dal Corano esorta i suoi «fratelli» delle moschee e delle Comunità Islamiche a castigarmi in nome di Allah. A uccidermi. Anzi a morire con me. Poiché è un tipo che conosce bene l’inglese, in inglese gli rispondo: «Fuck you»).
Io trovo vergognoso che quasi tutta la sinistra, quella sinistra che venti anni fa permise a un suo corteo di deporre una bara (quale mafioso avvertimento) dinanzi alla sinagoga di Roma, dimentichi il contributo dato dagli ebrei alla lotta antifascista. Da Carlo e Nello Rosselli, per esempio, da Leone Ginzburg, da Umberto Terracini, da Leo Valiani, da Emilio Sereni, dalle donne come la mia amica Anna Maria Enriques Agnoletti fucilata a Firenze il 12 giugno 1944, dai settantacinque dei trecentotrentacinque uccisi alle Fosse Ardeatine, dagli infinti altri morti sotto le torture o in combattimento o dinanzi ai plotoni d’esecuzione. (I compagni, i maestri, della mia infanzia e della mia prima giovinezza). Trovo vergognoso che anche per colpa della sinistra anzi soprattutto per colpa della sinistra (pensa alla sinistra che inaugura i suoi congressi applaudendo il rappresentante dell’OLP, in Italia il capo dei palestinesi che vogliono la distruzione di Israele) gli ebrei delle città italiane abbiano di nuovo paura. E nelle città francesi e olandesi e danesi e tedesche, lo stesso. Trovo vergognoso che al passaggio dei mascalzoni vestiti da kamikaze tremino come a Berlino tremavano la Notte dei Cristalli cioè la notte in cui Hitler avviò la Caccia all’Ebreo.
Io trovo vergognoso che obbedendo alla stupida, vile, disonesta, e per loro vantaggiosissima moda del Politically Correct i soliti opportunisti anzi i soliti parassiti sfruttino la parola Pace. Che in nome della parola Pace, ormai più sputtanata delle parole Amore e Umanità, assolvano da una parte sola l’odio e la bestialità. Che in nome d’un pacifismo (leggi conformismo) delegato ai grilli canterini e ai giullari che prima leccavano i piedi al Pol Pot aizzino la gente confusa o ingenua o intimidita. Che la imbroglino, la corrompano, la riportino indietro di mezzo secolo cioè alla stella gialla sul cappotto. Questi ciarlatani ai quali dei palestinesi importa quanto a me importa di loro. Cioè nulla.
Io trovo vergognoso che tanti italiani e tanti europei abbiano scelto come vessillo il signor (si fa così per dire) Arafat. Questa nullità che grazie ai soldi della Famiglia Reale Saudita fa il Mussolini ad perpetuum e che nella sua megalomania credi di passare alla Storia come il Gorge Washington della Palestina. Questo sgrammaticato che quando lo intervisti non riesce nemmeno a compilare una frase completa, un discorso articolato. Sicché per ricomporre il tutto, scriverlo, pubblicarlo, duri una fatica tremenda e concludi che paragonato a lui perfino Gheddafi diventa Leonardo da Vinci. Questo falso guerriero che va sempre in uniforme come Pinochet, mai che indossi un abito civile, e che tuttavia non ha mia partecipato ad una battaglia. La guerra la fa fare, l’ha sempre fatta fare, agli altri. Cioè ai poveracci che credono in lui. Questo pomposo incapace che recitando la parte del Capo di Stato ha fatto fallire i negoziati di Camp David, la mediazione di Clinton. No-no-Gerusalemme-la-voglio-tutta-per-me, Questo eterno bugiardo che ha uno sprazzo di sincerità soltanto quando (en privè) nega a Israele il diritto di esistere, e che come dico nel mio libro si smentisce ogni cinque secondi. Fa sempre il doppio gioco, mente perfino se gli chiedi che ora è, sicché di lui non puoi fidarti mai. Mai! Da lui finisci sistematicamente tradito. Questo eterno terrorista che sa fare solo il terrorista (stando al sicuro) e che negli Anni Settanta cioè quando lo intervistai addestrava pure i terroristi della Baader-Meinhof. Con loro, i bambini di dieci anni. Poveri bambini. (Ora li addestra per farne kamikaze. Cento baby-kamikaze sono in cantiere: cento!). Questa banderuola che la moglie la tiene a Parigi, servita e riverita come una regina, e che il suo popolo lo tiene nella merda. Dalla merda lo toglie soltanto per mandarlo a morire, a uccidere e a morire, come le diciottenni che per meritarsi l’uguaglianza con gli uomini devono imbottirsi d’esplosivo e disintegrarsi con le loro vittime. Eppure tanti italiani lo amano, si. Proprio come amavano Mussolini. Tanti altri europei, lo stesso.
Lo trovo vergognoso e vedo in tutto ciò il sorgere d’un nuovo fascismo, d’un nuovo nazismo. Un fascismo, un nazismo, tanto più bieco e ributtante in quanto condotto e nutrito da quelli che ipocritamente fanno i buonisti, i progressisti, i comunisti, i pacifisti, i cattolici anzi i cristiani, e che hanno la sfacciataggine di chiamare guerrafondaio chi come me grida la verità. Lo vedo, sì, e dico ciò che segue. Io col tragico e shakespeariano Sharon non sono mai stata tenera («Lo so che è venuta ad aggiungere uno scalpo alla sua collana» mormorò quasi con tristezza quando andai ad intervistarlo nel 1982). Con gli israeliani ho litigato spesso, di brutto, e in passato i palestinesi li ho difesi parecchio. Forse più di quanto meritassero. Però sto con Israele, con gli altri ebrei. Ci sto come ci stavo da ragazzina cioè al tempo in cui combattevo con loro, e le Anna Marie morivano fucilate. Difendo il loro diritto ad esistere, a difendersi, a non farsi sterminare una seconda volta. E disgustata dall’antisemitismo di tanti italiani, di tanti europei, mi vergogno di questa vergogna che disonora il mio Paese e l’Europa. Nel migliore dei casi, non una comunità di Stati ma un pozzo di Ponzi Pilato. Ed anche se tutti gli abitanti di questo pianeta la pensassero in modo diverso, io continuerò a pensarla così.
18
de abril de 2002
“Panorama”
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