Esperábamos
el verano para ir a la playa de los rusos, pero hemos pasado el tiempo libre
recorriendo bodegas entre la 150 y la 217 tratando de conseguir las mejores
ofertas de caraotas negras y harina de maíz. Mi amiga Marguerite, de la Hispanic
Society, que antes me citaba para contarme sus peripecias transportando el
ejemplar de 1490 del Libre apellat Tirant Lo Blanch hasta Europa o
California, ahora llama para ofrecerme cajas para embalar. Estuvo desencantada
cuando decidimos enviar paquetes de comida en lugar de presentarnos en Caracas.
Había
asistido a la sesión donde un amigo criado en Cuba me enseñaba a camuflar un
vestido de novia con su velo más el traje para la madrina, puestos en capas
debajo de mi conjunto de chaqueta de invierno, sin que se notara. Solamente él
entendía que no podía llevarlos en el equipaje porque me los desaparecerían
antes de pasar las aduanas. Su novio, otro cubano pero criado aquí, intentó
disuadirme mostrándome el catálogo virtual de unos trajes a la medida fletados
a muy buen precio desde China hacia cualquier parte del mundo. El único
inconveniente es que los modistos te hacían las pruebas vía Skype a las 3 de la
mañana y de dónde sacarían el encaje de Cluny.
– No sé
allá, pero en San Juan no se vería normal una bufanda tan pesada –dijo
Marguerite, pero era parte fundamental de mi atuendo de viaje. En la bufanda
iría escondido precisamente el velo de blonda, encima de las siete gargantillas
para las damas de honor. Nada raro en Caracas: te pones lo que sea, basta con
que parezca de diseñador. Pensé que en realidad allá se fijarían más en mi
gordura y en los zapatos de viaje, que eran los mismos del año pasado, o sea,
pasadísimos de moda.
Pero ahora
que no iba a viajar ya no me mortificaban los accesorios y paso por el museo de
la Hispanic buscando mi caja. Me siento rara. Miro hacia los lados como
si anduviera en cosas ilegales, como si me llevara el cuadro de la maja vestida
de negro de Goya, por cierto, más alto que yo, bajo las propias narices del
señor Guru, el vigilante que suele anunciarme.
La caja a
medio llenar ocupa casi toda nuestra sala. Han desfilado amigos y vecinos
solidarios.
– No metas
cebollas ni guineo verde, llegan podridos.Mejor mete malagueta, nos recomienda una
vecina dominicana. Ni cebollines, ni una manzana cripps pink con
auténtico sabor a ponsigué maduro que le había envuelto cuidadosamente a mi
madre que ahora le dio por hablar de las frutas que ya no consigue, ni mangos,
ni lechosas, ni mandarinas, ni mamones y claro, tampoco recuerda cómo eran las
ciruelas de huesito de la primera casa que tuvimos. Prefiere no saber.
Conseguir un puñado equivaldría a lo que imagina una lucha reñida en la subasta
de melones híbridos de Yūbari.
– Pero si
los remates de alimentos en las altas esferas son lo más cómodo del mundo,
trato de aclararle. En la playa de Brooklyn un ruso me contó el año pasado que
estuvo pujando por un melón desde su sala de baño que imita una terma de aguas
minerales. Pero mi madre no usa celular. Las cosas han cambiado tanto que ella, que antes le
hacía ascos al culantro porque era el alimento favorito de las culebras, ahora
me pide que le consiga.
– No metas
recaíto, ni ajo majado, llega negro. Que cocine la habichuela con malagueta–insiste la otra vecina dominicana
que ya está metiendo más bolsitas de aquellas guayabitas ligeramente anisadas
en el espacio vacío de los rollos de papel de baño que en realidad
aprovecharemos para rellenar con vitaminas y la pastilla de la tensión.
Las amigas
que regresan de sus vacaciones por España nos aportan hebras de azafrán y jabón
Magno porque ya tenemos todos los granos, el aceite y el azúcar, el café y las
latas de carnes, el bacalao seco y el Janumet, las cintas para medir la
glucemia, toallas sanitarias para incontinencia, pechuga enlatada y huevos en
polvo. Sin que mi vecina lo note voy sacando las malaguetas que corren como
metras por la sala, porque la colega del college, Ramona Haemalatha,
estuvo moliendo especias en la casa de su madre en Sri Lanka y preparándonos
dulces de leche con coco y cardamomo, y cuando hizo el transbordo en los
Emiratos Árabes adquirió dos botellas de vino y una enorme caja de dátiles para
nuestras madres. Las dominicanas no nos dejan meter el vino. Pienso que a la
madre de A. le hubiera hecho ilusión un merlot argentino comprado en Abu Dabi.
Tampoco podremos meter el Awamori añejo, obsequio del estudiante japonés,
porque era o eso o más champú.
El país
tiene su mapa particular de carencias. Cada mañana sales acorazado para una
guerra, con tus prendas de moda porque no sabes si regresarás. Casi siempre
funciona y te perdonan la vida a cambio de una prenda. Es la ilusión de los
padres cuando preparan a la familia de madrugada. Les sobrecargan los morrales
a los más pequeños, con botellas y harina que valen oro. Ya saben –insiste
la madre– en cuanto te apunten tú avisa que tengan cuidado, que llevas un 12
años encima, a la mayorcita que protesta por todo le recuerda que entregue
los zapatos y el bolso Prada sin poner mala cara ytú,
dirigiéndose al marido, apenas empiecen a disparar grita te la regalo, te
la regalo, y les lanzas las llaves de la camioneta o los guías a la casa
para que se lleven la caja que acaba de llegar con carburadores nuevos y el
Samsung Galaxy Note 7.
Los
servicios de paquetería se multiplican. Llevan desde una nevera y compresores
de aire acondicionado hasta un saco de arroz, pasta de dientes y leche en polvo
para un año entregados en puerta, siempre y cuando envuelvas todo muy bien con
papel burbuja. Para cada trinchera una necesidad particular. Pareciera que los
paquetes van a diferentes países. Dentro de casa las mayores andan vestidas y
arregladas, con la cédula a mano, esperando la llegada de las cajas o del
enemigo.
Los trajes
para la boda de la mejor amiga de la sobrina, regalos de Marguerite, tampoco
irán esta vez en la caja. Recuerdo a mi sobrina y a su amiguita de niñas,
olvidando el nombre de la dulcera conocida por todos por su sobrenombre.
Educadísimas, de pronto se quedan en blanco y le dicen: Señora Pulga, por
favor una docena de turrones. La dulcera decide no vendernos durante seis
meses. Los milk tofee de Colombo, idénticos a los turrones de leche de
aquella bodega de otros tiempos, cuando mi madre pensaba con horror que las
culebras se restregaban en las hierbas de olor del patio y prefería condimentar
con las importadas.
– En
lugar de la malagueta, preparen sofrito en envases de plástico sellado– nos
ilumina Marguerite, experta embalando incunables que atraviesan continentes
encima de sus piernas.
La madre de
A, más moderna que la mía, nos mostrará por Skype el cuadrito pegado de su
nevera con un imán, hecho con el estuche que protege al azafrán metido en un
medallón, como un relicario de cabellos de un santo pelirrojo, expoliado en la
última cruzada a Tierras Santas.
"Cualquier forma de amor que encuentres, vívelo. Libre o no libre, casado o soltero, heterosexual u homosexual, son aspectos que varían de cada persona. Hay quienes son más expansivos, capaces de varios amores. No creo que exista una única respuesta para todo el mundo", señala Anaïs Nin.
Anaïs Nin nació en Neuilly, cerca de París, Francia el 21 de febrero de 1903, su madre era franco-danesa llamada Rosa Culmell y su padre había nacido en Cuba de nombre Joaquín J. Nin. A los 11 años emigró a Estados Unidos con su madre y recibió la mayoría de su educación ahí. Novelista y escritora de historias cortas, Nin era virtuosa y dedicada, pero nadie lo supo sino hasta 1960 cuando mostró al mundo sus Diarios; éstos fueron tomados por las feministas contemporáneas como ejemplo de una mujer independiente que sobrevivió a los prejuicios de las décadas pasadas.
En 1914 se muda con su madre a la ciudad de Nueva York donde asiste a escuelas católicas. Deja la escuela a los 16 años, trabaja como modelo, estudia baile y regresa a Europa en 1923. Ese mismo año contrae matrimonio con un banquero neoyorquino, Hugh Guiler, quien más tarde ilustraría algunas de las novelas de Nin bajo el seudónimo Ian Hugo. Poco se conoce de esta relación.
Ella es mejor conocida por su lírica, a veces erótica, siempre de un estilo sensual. En algún momento escribió historias eróticas a pedido, movida por presiones financieras. Muchas de estas están en las colecciones Little Birds y Delta of Venus. Los eventos son sexuales, pero el tono es filosófico y de autoconocimiento.
"Me niego a vivir en el mundo ordinario como una mujer ordinaria. A establecer relaciones ordinarias. Necesito el éxtasis. Soy una neurótica, en el sentido de que vivo en mi mundo. No me adaptaré a el mundo. Me adapto a mí misma", decía Anaïs.
Anaïs tuvo un affair con Henry Miller y con su esposa June durante los años '30s. Una película basada en estos hechos fue realizada en 1990 por Philip Kaufman.
Anaïs estudió el psicoanálisis bajo la tutela de Otto Rank y por su cuenta en la ciudad de Nueva York de 1934 a 1935. Regresa a Francia en 1935, donde ayuda a establecer una casa editora, Ediciones Siana, en parte porque ninguna otra casa editora se atrevía a publicar sus obras dado su cargado contenido erótico.
En 1939 regresa a la ciudad de Nueva York, donde continúa escribiendo. Sin embargo, no sería descubierta hasta 1960 por el mundo literario en general.
Más adelante se dió a conocer por una serie de diarios extremadamente personales, redactados desde 1931: El Diario de Anais Nin (10 vols. 1966-83). Desde entonces se publicaron varios diarios adicionales. Anaïs murió en Los Angeles en 1977.
There were always in me, two women at least,
one woman desperate and bewildered,
who felt she was drowning and another who
would leap into a scene, as upon a stage,
conceal her true emotions because they
were weaknesses, helplessness, despair,
and present to the world only a smile,
an eagerness, curiosity, enthusiasm, interest.
Siempre hubo en mí, al menos, dos mujeres
una mujer desesperada y perpleja
que siente que se está ahogando y otra que
salta a la acción, como si fuera un escenario,
disimulando sus verdaderas emociones porque ellas
son la debilidad, la impotencia, la desesperación
y presenta al mundo sólo una sonrisa,
impetu, curiosidad, entusiasmo, interés.
"(el exilio) es como si me hubieran atado de pies y manos a 4 caballos y me hubieran descuartizado pero dejado viva, un tronco humano que anda por ahí como puede"
Caracas 1983. Foto Marta Mikulan-Martin
Imagínate
estar sentada en una sala de teatro, las luces están encendidas y todo brilla a
tu alrededor, hay una excitación y una conciencia en el aire. De pronto, todo
queda en silencio y las luces mueren lentamente. Todo es oscuridad y silencio.
Frente a ti, la cuarta pared, que ahora es el
pesado telón que de pronto se recoge con cansino movimiento animal y tus
ojos, tu mente, están conscientes que esa cuarta pared, es el escenario
iluminado. Entonces, en ese instante, entras en un mundo desconocido. Frente a
tus ojos se desarrollará una historia de vida y tú serás un testigo mudo. Todo
será como en un sueño. Y esta es la magia del teatro, en donde el escenario es
un lugar sagrado. Entramos a participar como espectador en una forma de arte en
apariencia común, que súbitamente se transforma en una extraordinaria realidad.
¡Magia! ¡Es el Teatro!
Julio Cortázar, Viviana Marcela Iriart, 1979. Foto Eduardo Gamondés
El palpitar de una
dramaturga
El
teatro es una pasión en la vida de Viviana Marcela Iriart, pasión que ella nos
develará a través de esta entrevista digital, puesto que ella está en Mar del
Plata, Argentina, y yo estoy en el Silicon Valley, California.
Mujer
de gran talento como dramaturga, así como periodista y cualquier género
literario que mencionemos, aunque nunca hemos visto un poema escrito por ella.
Quizá, porque este gran talento por las artes que posee nuestra entrevistada,
sea genético, pues tiene dos hermanas que como nuestra invitada, se destacan en
las artes. Una de ellas, es una brillante poeta, y la otra, una talentosa pintora y escenógrafa. Mas
es mejor dejar el protagonismo a nuestra dramaturga y a su teatro; y ella nos
contará cómo se dejó atrapar por esta magia de la escena.
Argentina 2016.
¿Cómo llegaste al teatro?
Tanto
en Argentina como en Venezuela por casualidad,
aunque realmente no puedo decir que “llegué” al teatro en Argentina
porque nunca tuve oportunidades aquí salvo la primera vez: Yo tenía 17 años y
con mi hermana Beatriz estábamos fascinadas con los textos de la escritora Rosa Dror Alacid. Y teníamos un amigo, Carlos Pacheco, que se enamoró también y
entonces decidimos hacer un unipersonal donde Bea actuaba, Carlos dirigía y yo
tocaba, ¡qué caradura!, la música en vivo (porque en esa época estudiaba guitarra
clásica). Teníamos una única función en el teatro de una escuela y el día de la
función no recuerdo que pasó pero la escuela no abrió y nos quedamos sin
estreno.
En Caracas fue todo muy profesional, alguien me recomendó a Nelly Garzón, la presidenta del ITI-Unesco Venezuela, que estaba produciendo una obra para el
Festival Internacional de Teatro de Caracas de 1981 y necesitaba una
secretaria. Los ensayos eran en el Teatro Nacional y la primera vez que fui a
uno quedé absolutamente fascinada con esas personas que parecían tan libres,
tan diferentes a las personas que venía conociendo hasta ese momento. Recuerdo
que en la obra, además de Nelly, trabajaba Virginia Urdaneta y yo me sentía muy
tímida frente a las actrices y los actores, me parecía que hacían algo fuera de
serie y que yo era una persona más del montón. Creo que la obra era de Brecht y
dirigía Temístocles López.
Allí también conocí a quien es una gran amiga desde
entonces, la francesa Bernadette Chaudé, que fue un poco mi guía en esos años
alocados del exilio, siempre que me quedaba sin trabajo ella me conseguía uno.
Fue por ella que conocí a Carlos Giménez y a su hermana Anita, con quien fuimos
grandes amigas. Tú sabes cómo es la gente en Venezuela, una vez que te abren la
puerta, y la abren bien rápido, ya estás adentro y eres parte de la familia.
Así que cuando la obra se acabó, y por ende mi trabajo, Bernadette me recomendó
para que fuera guía de Invitados Especiales del Festival Internacional y fue
una experiencia maravillosa. A partir de allí tuve muchos trabajos para poder
comer, porque del teatro no se podía, pero nunca más me desligué del teatro,
que se convirtió en mi casa, mi templo, mi religión, mi amor, “mi cómplice y
todo” como dice el poema de Benedetti.
¿Cuándo se inicia tu pasión por el teatro?
En
Caracas viendo los ensayos del ITI para el festival del que te hablé. Yo quería
ser tan libre como me parecían que lo eran las actrices y los actores que hacían teatro. Descubrí
un mundo desconocido que me fascinó. Hablando de edad, tenía yo 22 o 23 años,
no era tan joven. Porque en Argentina yo era absolutamente cinéfila, literaria
y musical. No iba al teatro.
¿Recuerdas cuál fue la primera obra de teatro que viste
escenificada?
No
sé si fue la primera pero sí la que hizo que descubriera al teatro: Arlequino Servidor de Dos Patrones, actuada por un gran elenco encabezado por China Zorrilla.
Yo tenía 16 años y nos llevó a Buenos Aires a verla la profesora de literatura,
Gladys Lopreto. Pero el teatro era caro y yo no tenía dinero, en cambio por un
módico y único precio veía 3 películas en el mismo día. Pasaba lo mismo que
ahora, el teatro no tiene cómo competir económicamente con el cine salvo que
tenga subsidio, como sucedía en Venezuela.
¿Cuándo leíste tu primera obra de teatro?
Supongo
que a la misma edad. No sé si fue la primera pero me importó tan poco que
cuando la profesora me preguntó dónde transcurría Romeo y Julieta de
Shakespeare, yo respondí: ¡Londres! Esa profesora fue fundamental en mi
educación cultural, porque me hizo conocer a Lorca y hasta llevó un disco con poemas grabados por
el propio Lorca. Pero yo era una joven de la narrativa, lo mío eran las
novelas, los cuentos, la poesía. Leer teatro… nunca tuvo buena prensa, ¿no
crees? Desde el exilio y mi “segundo encuentro” con el teatro leo mucho teatro, y agradezco que estén los
libros publicados porque si no me hubiera perdido textos maravillosos que nunca
fueron llevados a escena en Caracas. Los textos dramáticos tienen para mí el
mismo valor que la narrativa. ¿Viste que hay gente que dice que una obra de
teatro no está “completa” hasta que se la lleva a escena? Bueno, para mí eso es
una gran mentira.
¿Recuerdas el título de la pieza y el autor de las piezas
escenificadas o leídas?
No , (se ríe) son tantas, imposible.
¿A qué edad te diste cuenta que el teatro era tu camino
literario?
Ese
es un pequeño detalle a aclarar porque fíjate, querida amiga, que el teatro no
es mi camino literario. Yo soy una novelista, no una dramaturga. Dramaturga es
Griselda Gambaro, Elisa Lerner …yo no. Yo escribo teatro porque mis personajes
me lo piden, si no jamás elegiría la dramaturgia como forma de expresión
literaria porque, como llegué tarde al teatro, en cambio las novelas y libros
de cuentos estaban desparramadas en el suelo junto con las muñecas y las
pelotas de fútbol desde que era una niña, siento un respeto profundísimo por la
dramaturgia que no siento por la narrativa. Oh, claro que yo quería escribir
como Julio Cortázar y Anais Nin, como Simone de Beauvoir, Violette Leduc y
Marguerite Duras, ¡y Oriana Fallaci!, pero un día simplemente me di cuenta de que no podía, de que mi
talento era limitado pero ese talento me hacía feliz y eso fue lo único que me
importó desde ese momento. En cambio, gracias a Carlos Giménez, María Teresa Castillo y al Festival Internacional de Teatro de Caracas pude ver las mejores
piezas, los mejores grupos, textos absolutamente maravillosos. Entonces no me
siento cómoda escribiendo teatro; me considero una buena novelista, una más del
montón, pero no una buena dramaturga, ni siquiera una dramaturga sino alguien
que escribe teatro de vez en cuando porque no le queda más remedio.
¿Qué edad tenías cuando escribiste tu primera pieza
teatral?
Grande.
26 años. Y fue por casualidad. Yo tenía el tema de “Puerta Abierta al Mar” en
la cabeza, y comencé a escribirla como novela pero los personajes no se sentían
“cómodos”. Entonces me pasé al guión de cine y me pasó lo mismo, los personajes
no avanzaban. Hasta que se me ocurrió montarles en un escenario y allí la obra
corrió como río montaña abajo. Pero me costó horrores, tardé casi 10 años en
escribir “Puerta Abierta…” …¡y nadie puede decir que es una obra maestra! (se ríe)
¿Qué importancia tienen en tus piezas teatrales la
escenografía, la iluminación, el vestuario, la música y el baile?
Es
raro pero aunque a mí no me gustan, en general, las comedias musicales, todas
mis piezas tienen música y baile, pero es porque los personajes me lo piden, ya
ves tú. La iluminación para mí es fundamental al igual que la música. Puede que
el vestuario sea pobrecito, que no haya escenografía, pero si tienes una buena
iluminación y musicalización, listo, no necesitas nada más. Claro, dos actrices o actores
maravillosos por supuesto. Y una gran dirección. Me gusta el teatro
minimalista, de pocos objetos. Y sin embargo, fíjate las contradicciones, adoraba
las enormes puestas en escena de Carlos Giménez.
Es
mi obra favorita aunque la considero imperfecta. Me costó mucho escribirla,
mucho dolor y los personajes, sin proponérmelo, terminaron siendo los mismos de
mi novela Lejos de Casa.
¿Qué significó para ti escenificarla?
Oh,
fue maravilloso, algo que había soñado mucho y que se dio mejor que en mis
sueños porque el productor, Benjamín Cohen, hizo una producción “a lo Carlos
Giménez”, toda la ciudad estaba empapelada con los afiches. Además creó un
pequeño festival llamado “Tres dramaturgas del silencio al estallido”, así que
tuve la suerte de compartir cartel con dos dramaturgas venezolanas buenísimas,
Ana Teresa Sosa Llano y Carmen García Vilar. El festival era en homenaje a la
gran mecenas de la cultura venezolana, Esther Dita Kohn de Cohen. Benjamín, además eligió dos
actrices muy buenas y muy famosas porque hacían telenovelas, Rosalinda Serfaty y Fedra López, y además muy
hermosas, que no tenían nada que ver con los personajes aparentemente y sin embargo, gracias al talento de
ellas y la dirección de Aníbal Grunn,
terminaron convenciendo tanto que el público lloró durante todas las funciones.
¿Quién la dirigió y quienes fueron las actrices o
actores?
La
dirigió alguien que tú conoces muy bien,
Aníbal Grunn, y la interpretaron Rosalinda Serfaty y Fedra López, dos actrices
que amo porque son maravillosas como actrices y como personas y porque representaron a mis
personajes con infinito amor y verdad. Desde entonces somos amigas.
¿Fue impactante para ti ver a tus personajes sobre la
escena?
Mucho.
Y más me impactó cuando escuché al público llorar, porque Puerta Abierta es una
obra argentina, que transcurre en Argentina, sobre el drama de la dictadura y
el exilio. Aparentemente temas que no tenían que ver con Venezuela. Pero Puerta
Abierta habla de un pueblo que se ama separado por una dictadura, y creo que
eso fue lo que le llegó al público venezolano, porque en el 2007 Venezuela
estaba tan dividida como ahora.
¿Qué significa en tu teatro y para ti el exilio, el ser
forastera en este mundo pletórico de dictaduras y guerras?
Bueno,
yo fui extranjera 10 años, después me sentí en Venezuela como en casa,
sintiendo que era el lugar donde tenía que haber nacido. El problema de la
extranjería, en mi caso, pasa por el lenguaje: ¿cómo escribir? ¿en argentino o
en venezolano? Mientras fui extranjera escribí en argentino y desde que dejé de
serlo escribo como los personajes lo pidan, aunque no escribo en absoluto en un
venezolano típico… soy muy mala para los acentos, tú lo sabes, yo tengo un
acento que no es de ningún lado y es de mil partes, así que mis personajes
hablan como ellos quieren pero como me usan como intermediaria se tienen que
aguantar mis problemas lingüísticos.
¿Qué es la delación para la dramaturga y para la mujer
que eres tú?
¿Quién
soy yo para condenar a una persona que delató en una sesión de tortura? ¿Quién
sabe lo que fue estar detenida-desaparecida en un campo de concentración?
Nadie, salvo las personas que sobrevivieron. A mí me delataron, pero no siento
nada hacia esas personas, porque muy joven, a los 20 años, descubrí que el
miedo hace estragos con personas maravillosas.
¿Tuvo alguna importancia relevante en tu obra, la
delación?
Sí,
porque si no me hubieran delatado no
habría sido perseguida, no habría estado asilada ni exiliada y por lo tanto mi
escritura hubiera sido diferente. No obstante esto, el tema de la delación en
“Puerta Abierta al Mar” no viene de mí sino de tres amigas del exilio, que
fueron secuestradas porque sus maridos
las delataron bajo tortura, y ellas les siguieron amando. Esa capacidad de amor
a mí, que era bastante rencorosa (tal vez todavía lo sea) me sorprendió
enormemente, por eso el tema aparece brevemente en la obra. Es un homenaje a
esas amigas, una de las cuales ya murió; en ellas el amor le ganó al odio que
la dictadura quiso imponerles. Son mis
heroínas.
¿Cómo nació en ti el tema de Puerta Abierta al Mar?
De
la desilusión que sentí al regresar a Argentina después de casi 5 años de exilio
y encontrarme con un país que no reconocía y que no me reconocía; con mi gente que se había vuelto ajena y me
trataban como ajena. Nace del desencuentro entre el gran amor que guardé por mi
país y mi gente durante el exilio, que se tradujo en una activa militancia por
los derechos humanos, y la realidad. Habíamos crecido en sentidos opuestos y
por más que nos quisiéramos no podíamos encontrarnos.
¿Tú vuelta a la Argentina, tiene que ver con el retorno
de tu personaje?
¡¡¡¡Ojalá!!!!!!
No, tuvo que ver con mi rechazo al régimen chavista que en el 2007 estuvo muy
duro en sus ataques a la libertad de expresión. Tuve miedo de que la historia
se volviera a repetir y me autoexilié, aunque en mi país de origen lo que me da
muchas ventajas, como por ejemplo no
tener que pelear por una visa. Pero estoy autoexiliada porque después de vivir
28 años en Venezuela ésta se convirtió en mi casa y Argentina en la casa muy
querida de mi familia.
¿Mientras alguien dirigía tu obra, pudiste asistir a los
ensayos y ver cómo se desarrollaba en escena la historia que tú tejiste?
Oh,
sí, fue maravilloso. Ni Aníbal ni las
chicas tuvieron problemas en que yo estuviera ahí y cada día de ensayo fue un
día de gloria. Disfruté más los ensayos que las funciones porque, como te dije,
en las funciones la gente lloraba y eso me provocaba tal dolor que un día no
pude asistir más a las funciones, me quedaba afuera.
¿Las actrices dieron en sus personificaciones el
personaje que tú creaste?
Sí,
sí, fueron maravillosas. Aquí te dejo un video para que puedas, y
pueda la gente, verlo si lo desea.
Bueno, no sé qué pasa pero YouTube no me deja subir el video en donde Rosalinda Serfaty y Fedra López actúan sino éste, donde son entrevistadas. Pero en mi canal de YouTube pueden verlo: Puerta Abierta Al Mar
Marcel Marceau, Viviana Marcela Iriart
¿El director o directora, interpretó tu tema y tu
mensaje?
Inmediatamente.
No hubo ni un sí ni un no entre Aníbal y yo, y tampoco con las actrices. No se
cambió nada salvo la ambientación. Yo ubico la acción en una casa clase media
en la ciudad y Aníbal la ubicó en una casa en la playa, cosa que me gustó
muchísimo porque el sonido del mar y los
pájaros contribuían con la melancolía de la obra.
Háblanos de la Tana
y de sus tangos. Yo
estaba como en la décima corrección del manuscrito y no se me ocurría nada. Entonces
un día estaba pasando a máquina unos cuentos de una amiga y mientras lo hacía
escuchaba un cassette de la Tana, Susana Rinaldi. Y de repente…¡guau! Me di cuenta que una canción parecía escrita para "Puerta Abierta…” y seguí escuchando y me pasó lo mismo con otras canciones.
Entonces simplemente las incorporé como parte del texto dramático. Sin esas
canciones la obra no es la misma, pierde
mucho.
¿Por qué la Tana
y no otra cantante?
Porque
es la más grande intérprete de esos temas. ¡Es una genia! No por nada Julio Cortázar le
dedicó un poema.
¿ Por qué ese o esos tangos y no otros por el estilo?
Porque
sólo esos se relacionaban con mi obra y fíjate qué curioso, por pura casualidad
todas las canciones fueron compuestas por mujeres.
¿Bailas tango y milonga?
¡Me
encantaría! Ni salsa bailo. Adoro bailar y bailo todo el tiempo lo que yo llamo “estilo libre”, es decir… una porquería (se ríe). Pero me divierto mucho.
¿El tango está en tu pieza porque es un personaje más,
algo subliminal en la obra, o tiene otra función en el desarrollo del drama?
Como
te dije antes las canciones son parte de la trama.
¿Estás escribiendo otra pieza de teatro con otro tema, o
la política de la Guerra Sucia del Cono sur
aún está vigente en ti?
No,
no estoy escribiendo teatro. Estoy escribiendo una novela negra, de detectives,
y como yo no manejo el tema y soy muy floja para agarrar un taller, me la paso
tirando flechas, divirtiéndome mucho porque escribo con total libertad. Que
salga lo que tenga que salir. Ahora, lo que pasó en la dictadura siempre está
presente en mí, y de una manera u otra sale en casi todo lo que escribo,
simplemente porque la dictadura me partió por la mitad. Es más, es como si
me hubieran atado de pies y manos a 4
caballos y me hubieran descuartizado pero dejado viva, un tronco humano que
anda por ahí como puede. Me da rabia admitir que la dictadura me ganó, pero es
la verdad, nunca volví a ser la misma que era antes de que “ella” apareciera en
mi vida. Y negarlo sería una estupidez de mi parte. La dictadura me ganó, ¿y
qué?
¿Piensas que eres una generación actante de esta guerra sucia
y que por ello debes dejar tu propio testimonio sobre lo que pasó en tu país?
Bueno,
no es que piense, es que fui una víctima de la dictadura simplemente por ser
pacifista y oponerme a la guerra con Chile y al reclutamiento militar en una
pequeña revistita underground que editaba, Machu Picchu. A veces siento que
como ex exiliada tendría que dejar testimonio de lo terrible que fue el exilio,
porque de ese tema no se habla, ni siquiera hay una reparación económica ni
moral para las personas que fuimos condenadas al exilio. Pero ya tengo 58 años
y estoy cansada, que otra agarre la posta, yo ya escribí lo que tenía que
escribir. Si el tema vuelve a surgir naturalmente, entonces habrá otra novela u
otra obra de teatro. Pero escribir por obligación, no. Nunca escribí por
obligación. Los temas siempre aparecieron solos.
¿Existe en la Argentina y en sus artes la Memoria
Histórica y los Derechos Humanos como
tema siempre vivo?
Existe.
Lo único que no me gusta es que durante el gobierno kirchnerista convirtieron a
parte de los campos de exterminio en centros culturales… y yo no puedo ir a tomarme un café a un campo
donde desaparecieron y fueron torturadas miles de personas. Simplemente no
puedo. Quizá sea una manera de honrar la vida que encontraron las madres. Yo
hubiera preferido que los campos de
exterminio se convirtieran solamente en museos. Qué se yo. Es un tema doloroso
y difícil. Por lo menos no se convirtieron en centros comerciales, como se
pretendió alguna vez.
¿Hay alguna organización en tu país, que permita al
artista como tú y otros, dejar su obra para que sea testigo para otras
generaciones?
No
tengo idea. Existen las bibliotecas de
teatro adonde tú puedes ir a donar tu obra pero específicamente sobre ese tema,
no lo sé.
¿Te sientes forastera en tu país?
Sí, porque mi país es
Venezuela. Yo quería tanto a Argentina que cuando vivía acá uno de mis
sobrenombres, de adolescente, era “argentinita”, porque siempre que alguien
criticaba al país yo salía a defenderlo. Perder Argentina fue como perder lo
mejor de mí.
¿Cómo es el exilio?
Es
la muerte en vida. Pero comparado con estar detenida-desaparecida es un paraíso
lleno de muertos vivos.
En
mi caso fue horrible. Volví el 31 de diciembre de 1983, apenas la democracia
tenía unos días y todo el aparato dictatorial estaba en pie. Por otro lado
cuando volví me encontré con un país que no me reconocía y al que yo tampoco
reconocía, ni siquiera a mi familia, a mis amistades. La dictadura había hecho
una campaña muy fuerte en contra del exilio e incluso mentes brillantes como
las de algunas amigas mías cayeron en esa trampa y creyeron que el exilio
combatía a Argentina y no a la Dictadura, que era lo que hacíamos. Aunque era
muy joven, estaba por cumplir 26 años, mi intuición me dijo que era mejor
volver con pasaje de ida y vuelta. Y así
fue. Veinte días y regresé a Venezuela con 100 años más, estoy exagerando (se ríe): me había quedado apátrida. Durante el exilio tenía un país por el cual
luchar y al cual volver. Venezuela era un maravilloso país de paso, solidario
como pocos, pero no era mi país. Así que
estuve varios años sintiéndome apátrida hasta que hice psicoanálisis con una
profesional maravillosa, Doris Berlín, y sin darme cuenta después de 4 largos
años de terapia un día me desperté en Caracas sintiendo que estaba en
casa. Y así fue hasta el día de hoy,
cuando estoy autoexiliada de Venezuela desde el 2007. Simplemente no me gusta
que me quiten la libertad; aunque en todos los regímenes políticos la libertad
es relativa, en algunos es más que en otros.
¿Cómo es escribir sobre tu país, tus vivencias desde la
lejanía, desde el exilio, desde el desarraigo?
Mientras
estuve exiliada yo escribí mi novela “Lejos de Casa”, que es casi autobiográfica,
sin darme cuenta. Iba a escribir otra
cosa y para llegar a esa otra cosa primero tenía que empezar por contar cómo
había llegado a Venezuela. Fue una suerte que lo hiciera porque después me dio
amnesia parcial, todavía la sufro, y no recuerdo mucho de las cosas que viví en
esos años. Escribir sobre Argentina desde el exilio fue triste, claro, porque
yo quería estar allí, no veía la hora en que la dictadura se acabara para poder
volver. Y por supuesto idealicé un
montón de cosas, como suele suceder. Por eso después el desencuentro.
¿Viviana, volviste a ser la misma después de escribir Puerta Abierta al Mar. Volviste a ser la
misma después de escenificarla….?
Creo
que sí, eso habría que preguntárselo a mis amigas y mi familia.
Dinos quién eres ahora Viviana, que estás en casa. Todo
volvió a ser como antes, cuéntanos libremente cómo fue la huella que dejó en ti
este episodio del teatro, como parte de tu vida de ayer y de hoy.
Querida,
no te puedo responder porque no estoy en casa, estoy en casa prestada. Y en una
casa en donde a la gente le cuesta mucho abrirte la puerta, así que estos casi
9 años que llevo de autoexilio han sido muy duros. Pero si
sobreviví a la dictadura argentina, ¿por qué no voy a sobrevivir al chavismo?
Es la ventaja, ¿te das cuenta?, de haber
vivido mi primer exilio a los 21 años (se ríe). De todas maneras no todo es
dolor. Ahora estoy viviendo en un pueblito montañoso en el interior del país.
Alquilo una cabañita preciosa en una posada rural que tiene 3 hectáreas de
jardín, bosque, estanque. Es “zona libre de televisión” como dice su
propaganda, así que no me entero de lo que pasa en el mundo, aunque podría
porque hay Wi Fi. Pero estoy dedicada a escribir, publicar libros, leer... Todos
los días subo la montaña y eso me da una
energía tremenda. En estos momentos, querida amiga, me siento muy feliz de
estar donde estoy, haciendo lo que hago. Y muchísimas gracias, tesoro, por tu
hermosa entrevista y por interesarte por mi trabajo y mi persona.