Armando Reverón en el documental de Margot Benacerraf (Venezuela, 1952).

Armando Reverón en el documental de Margot Benacerraf (Venezuela, 1952).


la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


ETIQUETAS

Especial María Lejárraga, la escritora que volvió de las sombras: videos, textos de la autora, Rosa Montero y Vanesa Montfort





"Las mujeres callan porque, aleccionadas por la religión, creen firmemente que la resignación es virtud; 
callan por miedo a la violencia del hombre, callan por costumbre de sumisión; 
callan, en una palabra, porque en fuerza de siglos de esclavitud, 
han llegado a tener el alma de esclavas".
María Lejárraga




 "El amor brujo", "Canción de Cuna" y  "El sombrero de tres picos" 
fueron algunos de sus grandes éxitos, firmados por su marido
Gregorio Martínez Sierra






Fuente: Bermemar


María Lejárraga y su marido


MARÍA LEJÁRRAGA por ROSA MONTERO

La historia que voy a contar es asombrosa. Y lo es, no sólo por la fascinante peripecia vital de la protagonista, sino también porque lo ignoramos todo sobre ella. Estoy hablando de María Lejárraga, esposa de Gregorio Martínez Sierra, uno de los dramaturgos españoles más famosos de principios de siglo XX; Canción de cuna, la obra que Garci ha llevado al cine, es de él. O, mejor dicho, está firmada por él. Porque en realidad la escribió María, como todas las demás obras del marido; es un hecho comprobado (las investigaciones de Patricia O ´Connor, Alda Blanco y Antonina Rodrigo son irrefutables) que Gregorio colaboró muy poco, tal vez nada.

De modo que ella fue la autora de numerosos éxitos teatrales (sus obras fueron representadas en el extranjero y convertidas en películas en Hollywood) así como la inspiradora de Album de viaje del compositor Joaquín Turina, y de Noches en los jardines de España, de Manuel de Falla. Escribió además los libretos de El amor brujo y El sombrero de tres picos de Falla, y numerosas zarzuelas (como Las golondrinas de Usandizaga). Por si esto fuera poco, fue ensayista, feminista, socialista y diputada durante la República. Tras la guerra vivió el exilio, trabajando en periódicos y radios. Murió en Buenos Aires, lúcida y activa pocos meses antes de cumplir cien años. (...)

María nació en 1874, pero se crió en el pueblo de Carabanchel (hoy un barrio de Madrid) junto a un orfanato donde su padre trabajaba como médico. Vio, desde muy niña, el horror y el dolor de la miseria. Por entonces España era un país inmovilista y retrasado, cerrado a cal y canto al devenir de la historia. En el mundo occidental las cosas se movían y las sufragistas empezaban a reivindicar el voto y la voz para la mujer, pero aquí seguíamos anclados a un concepto retrógrado de la feminidad y la familia, impuesto por una jerarquía eclesiástica ultramontana. Tan tarde como en 1920, por ejemplo, se intentó celebrar en España algo tan normal e inocente como el VIII congreso internacional de la IWSA, la principal asociación mundial para el sufragio de la mujer, pero al final el evento fue suspendido y trasladado a Ginebra por la oposición frontal del gobierno y las asociaciones católicas.

En 1870 Fernando de Castro fundó la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, y en 1876 Francisco Giner de los Ríos creó la Institución Libre de Enseñanza; dos puntales básicos para la modernización de nuestro país. Y es que los progresistas sabían que no podía haber progreso sin cultura, sin una revolución básica que sacara a los ciudadanos de su miseria intelectual; a principios de siglo, el 70% de los españoles eran analfabetos. Este desesperado afán de modernidad cuajó en los grandes e inquietos intelectuales de la generación del 14: Gregorio Marañón, Fernando de los Ríos, Ramiro y María de Maeztu, Clara Campoamor, Azaña... y nuestra María Lejárraga, que además era maestra. Todos ellos y unos cuantos más hicieron dar a este país un par de saltos de siglos en la breve, fulgurante y desastrosa Segunda República.

Pero hasta llegar a eso, el ambiente, sobre todo para la mujer, era irrespirable. En 1908 el jesuita Alarcón decía en un libro que la emancipación de la mujer era aberrante y que "a esas Euménides hay que encerrarlas o en casas de corrección o en los manicomios inmediatamente". Y en 1927 la revista religiosa Iris de Paz aremetía contra las socias (Lejárraga entre ellas) del Lyceum, el modosísimo club femenino montado por María de Maeztu, en el cual lo único que se hacía era asistir a conferencias culturales, tomar el té y estudiar un poco. "La sociedad haría muy bien recluyéndolas como locas y criminales. El ambiente moral de la calle y de la familia ganaría mucho con la hospitalización o el confinamiento de esas féminas excéntricas y desequilibradas". (Y es que, lo de encerrar en los manicomios a las mujeres díscolas fue una práctica común en todo el mundo en los siglos XVIII y XIX).

En este entorno vivió María Lejárraga (...)

A los veintitrés años se echó su primer y último novio; Gregorio Martínez Sierra. (...)

Se casaron tres años después, en 1900, y cuando llegaron a su apartamento después de la boda, se abrazaron y exclamaron: " ¡Ya no nos manda nadie!". Ella llevaba cinco años trabajando como maestra, pero como mujer que era, sólo podía independizarse a través del matrimonio. En cuanto a él, a los veinte era un niño y tal vez no dejara nunca de serlo (...)

Empezaron a publicar antes de casarse. Ella sacó Cuentos breves, un volumen para niños, que firmó por primera y última vez con su nombre. Y después editaron cuatro libros de Gregorio ya escritos por ella, aunque probablemente él colaborara en alguno de los primeros; de joven tenía ínfulas de poeta. Tras la boda, todo siguió lo mismo. Vivían del exiguo sueldo de maestra que ganaba María, que se tenía que levantar a las cinco de la mañana para preparar las clases y arreglar la casa. A las ocho se iba al colegio, volvía a las doce, hacía la comida de ambos, reanudaba las clases y después cuando llegaba a casa al caer la noche, se ponía a escribir las novelas y obras teatrales que luego firmaba con el nombre de él. Estaba tan agotada que se quedó en los huesos. El médico le recetó que comiera carne sangrante, pero María se sentía incapaz de probar bocado. Juan Ramón Jiménez, íntimo amigo suyo, compraba sellos vacíos en la farmacia, y los rellenaba con carne picada, obligandola después a tragarlos como una medicina.

Mientras tanto, Gregorio zanganeaba en la cama hasta muy tarde. Aunque hay que decir, para ser justos, que no permanecía del todo inactivo. Al parecer siempre tuvo grandes dotes como organizador de empresas colectivas; era capaz de auto promocionarse de un modo formidable y de sacar dinero hasta de debajo de las piedras. Así, con esa habilidad y con notable brío, fue montando diversas revistas culturales y por último la importante editorial Renacimiento. Como gestor, fue una figura fundamental del Modernismo español; claro que era María quien escribía las revistas, quien corregía las pruebas, quien llevaba la contabilidad. (...)

En 1906, Gregorio se lió con la hermosa Catalina Bárcena, famosa actriz joven. Era tan típica la historia, y Gregorio parece tan insulso y feo, que una está tentada de creer  que su afición al teatro provenía del soterrado sueño de hacerse empresario para poder ligar con la primera actriz (que es exactamente lo que hizo). El caso es que Gregorio impuso a Catalina, pero no se atrevió a abandonar a María por motivos evidentes. Y lo increíble es que María aguantó. Sufrió mucho, e intentó suicidarse en 1909, pero aguantó. Escribía María en silencio para Gregorio, y le compartía en silencio con Catalina, y en silencio soportaba las zafias y mezquinas crueldades de la actriz, que estaba frenética con esa rival que era más vieja y más fea y que nunca decía nada, pero de la que era imposible librarse porque ella era parte de su amante, y además la parte que le era más atractiva; la que correspondía al talento, al dinero y al éxito.

Esta situación imposible se prolongó durante años, hasta que en 1922 Catalina tuvo una hija con Gregorio. Entonces María se separó por fin, y se marchó a vivir a Francia; pero siguió escribiendo para su marido y manteniendo el silencio hasta el final.

Las cartas de Gregorio a su mujer son patéticas; le pide textos y más textos, como si se tratara de una máquina. Y no sólo quiere obras de teatro, sino artículos de prensa (se los encarga de veinte en veinte), conferencias, incluso notas necrológicas (como una a la muerte de Luca de Tena). El apuntador de la compañía declararía años después que "todos en el teatro sabíamos que quien escribía las obras era doña María y que don Gregorio no escribía ni las cartas a la familia".

Sin embargo, Gregorio dice de sí: "Yo he pensado mucho y hablo con mucha gente. Y voy dejando en todas partes un prestigio personal tan grande y sólido, que sólo con esto nos bastaría para tener asegurada la prosperidad."

En la tragedia de nuestra guerra y del exilio posterior, Gregorio, que se había ido a Argentina con su amante, abandonó por completo a María y no se preocupó de enviarle el dinero de sus obras.

María vivió en Francia la Segunda Guerra Mundial, ocultándose de los nazis (perseguían a los republicanos españoles), muerta de hambre y miseria, casi ciega por una doble catarata. En 1945 algunos amigos consiguieron localizarla y se la llevaron a EEUU; también localizaron a Gregorio y le obligaron a cumplir con su deber. Gregorio envió algún dinero (poco) y unas cuantas cartas llenas de autoconmiseración y disculpas. En 1947 el hombre regresó a España y murió dos semanas después; el 50% de los derechos de las obras escritas por María pasaron a ser de la hija de Bárcena.

La parte más fascinante de esta historia es increíble: a partir de 1917, María empieza a escribir ensayos y conferencias y libros feministas. Todos con la firma de su marido. María, ya traicionada por Gregorio, maltratada por la Bárcena, aguantándolo todo desde el morboso encierro de su silencio, empieza a reflexionar sobre sus propias contradicciones y hace que su marido, como el muñeco de un ventrílocuo, vocee y defienda públicamente sus análisis; resultan más efectivos si los respalda un hombre. Llegamos así a la perversa paradoja de un Gregorio que da conferencias feministas y que denuncia públicamente el delirio en el que en realidad vive:

"Las mujeres callan porque, aleccionadas por la religión, creen firmemente que la resignación es virtud; callan por miedo a la violencia del hombre, callan por costumbre de sumisión; callan, en una palabra, porque en fuerza de siglos de esclavitud, han llegado a tener el alma de esclavas".

Rosa Montero

Historias de mujeres
Editorial Alfaguara, 2007

Fuente: Darthpitufina



Rosa Montero





ARTÍCULO DE MARÍA LEJÁRRAGA SOBRE
 EL VOTO FEMENINO, 1931

El año 1931 se acaba y desde la Revista Crónica solicitan a María Martínez Sierra su opinión sobre el acontecimiento más destacado en este año que acaba. Ella no lo duda: “la resolución de las constituyentes que nos asigna parte igual y responsabilidad análoga en el gobierno de la República”.

El voto femenino supuso en la España de esa época un gran debate, ¿votaría la mujer al dictado de su confesor, de su marido, de la moda?, María, defensora del derecho al voto femenino, reivindica que este no pone en peligro a la República, el peligro es que este voto no lleve a fortalecer conciencias, a fortalecer el papel de las mujeres en la sociedad, su capacidad para votar desde sus propias convicciones, desde su propio espíritu.






La gran escritora que borró su nombre

La editorial Renacimiento rescata la obra de María Lejárraga, la mujer que escribió las obras con las que su esposo, Gregorio Martínez Sierra, conoció el éxito. Novelista y dramaturga, murió pobre y exiliada


Escribió en silencio, en soledad entre cuatro paredes, lejos de los aplausos por las obras de teatro que salían de su pluma. Su nombre es una ausencia, una sombra, un vacío y una historia dolorosa. María de la O Lejárraga (San Millán de la Cogolla, 1874-Buenos Aires, 1974) atravesó todo un siglo y fue una de esas mujeres brillantes y pioneras de la Edad de Plata de la literatura española, que abarcó desde 1900 hasta la Guerra Civil. 

Novelista, dramaturga, ensayista, traductora, feminista y, sin embargo, ausente de las portadas de sus libros. El nombre que leemos es el de su marido: Gregorio Martínez Sierra, quien recibía elogios en los estrenos de Canción de Cuna o El amor brujo y El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla, mientras la autora y libretista esperaba en casa.

En estos tiempos en los que la historia de la creación parece estar curando olvidos y variando la brújula del canon oficial, la figura de María Lejárraga regresa con sed de justicia poética. La recuperación de su nombre en la portada de su obra supone el reconocimiento a una de las más destacadas autoras de su época.
Ahora la editorial Renacimiento rescata Viajes de una gota de agua, una colección de cuentos infantiles que la autora publicó en Argentina en 1954, cuando ya vivía en el exilio. Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizarraga Vizcarra, expertos de la Edad de Plata, son los responsables del estudio introductorio y de otros dos rescates editoriales: Cómo sueñan los hombres a las mujeres y Tragedia de la perra vida y otras diversiones. Teatro del exilio (1939-1974).

El reconocimiento, para el marido

Esta edición tiene un valor especial porque aparece con su nombre auténtico: María Lejárraga, tal como hizo la autora, por primera y única vez en su vida, con su debut, Cuentos breves, publicado en 1899. Precisamente, el enfado que provocó en su familia que su nombre apareciera en esta primera obra fue la razón por la que decidió borrarse.



La hija de la amante de su marido se quedó con los derechos de sus obras

Al casarse con Gregorio Martínez Sierra, ella decidió esconderse tras su nombre. Ambos formaron una de las más fructíferas parejas artísticas de la época. Gregorio era el responsable de la dirección de las obras y quien se llevaba la gloria en los estrenos. María aceptó ese papel de sombra, como tituló oportunamente Antonina Rodrigo su biografía de la autora: María Lejárraja, una mujer en la sombra
Gregorio llevaba la parte visible de la sociedad, pero ella era quien escribía. A veces, los ensayos se paraban porque María estaba escribiendo el último acto de la obra firmada por Gregorio Martínez Sierra. Todo el mundo sabía que Lejárraga era la "negra" de su exitoso marido. Hasta tal extremo llegó esta situación que Gregorio pronunciaba discursos feministas que escribía su mujer. Ahí está el libro Cartas a las mujeres de España donde ella anima a la libertad e independencia femenina, aunque su nombre no aparece por ninguna parte. A pesar de este silencio, Lejárraga llegó a ser diputada socialista en la Segunda República, experiencia que relató en su libro Una mujer por los caminos de España, escrito en el destierro.



La historia de Lejárraga tiene un momento especialmente doloroso. Su marido se enamoró de la famosa actriz Catalina Bárcena con quien tuvo una hija. El matrimonio se rompió, pero Lejárraga siguió colaborando con su marido y escribiendo los libros que él continuaba firmando.

El gran desengaño de Lejárraga llegará en 1947 con la muerte de Gregorio Martínez Sierra, cuando la hija de Catalina Bárcena exigió los derechos de autor de su padre. María vivía con escasos recursos en el exilio y fue entonces cuando reaccionó y comenzó a publicar con su nombre, pero aún refugiada en los apellidos de su marido: María Martínez Sierra. Y decidió escribir sus memorias — Gregorio y yo— donde desvela en qué consistió la colaboración. Una obra en la que por fin sale del silencio, aunque de forma muy tibia.

Viajes de una gota de agua es un libro de melancolías, el recuerdo dolorido de la exiliada: "Es un ejercicio de nostalgia alentada por la desazón de sentir que sus libros se prohibían en España y que tampoco hallaba modo de acceder a los escenarios españoles, donde solo de manera ocasional se reponía su producción anterior", explican Juan Aguilera e Isabel Lizarraga.

Con uno de estos cuentos, Lejárraga sufrió otra decepción. La autora, a través de su traductora Collice Portnoff, envió en 1951 a Walt Disney el manuscrito de Merlín y Viviana, donde contaba la historia de un perro que se enamora de una gata coqueta, por si le interesaba para alguna película. Sin embargo, a los dos meses Disney se lo devolvió. En 1955 se estrenó La dama y el vagabundo con la que se podrían encontrar ciertas similitudes. En una carta a su traductora habla del supuesto plagio: "La enviamos a Walt Disney, la tuvo un par de meses y la devolvió diciendo que no admitían más que las obras que habían encargado. Después, hizo una película, La dama y el vagabundo, que era la misma historia, sin más cambio que haber convertido la gata en perra elegante. Esta vez no quise protestar, ¿para qué?".

A pesar de que se ha hablado de plagio, "los parecidos son escasos aparte de que el proyecto de Disney comenzó a gestarse mucho antes de que María le enviase su original", según los autores del estudio. Sería así, pero para María Lejárraga fue otro nuevo episodio de apropiación de su obra. Ahora, por fin, aquellas historias escritas en soledad no olvidan quién fue la verdadera autora.


EVA DÍAZ PÉREZ
17 sep 2018
Fuente: El País


Vanesa Montfort, creadora de la obra de teatro sobre la dramaturga María Lejárraga: "Defendía un feminismo inteligente"/ La Vanguardia, Madrid, 22/04/2019 

María Martínez Sierra (María Lejárraga). Fuente: Bermemar





El Centro Dramático Nacional estrena este martes 'Firmado Lejárraga' para sacar del olvido a "una de las grandes del siglo XX"


MADRID, 22 (EUROPA PRESS)

La periodista Vanesa Montfort, creadora de la obra de teatro sobre la escritora, dramaturga y diputada María Lejárraga, ha defendido su figura como autora pero también como pionera de "un feminismo combativo" que "no ponía al hombre como enemigo". "Defendía un feminismo inteligente", ha declarado.

Durante la presentación de la obra en el Congreso, donde Lejárraga ocupó un escaño por el PSOE en 1933, Montfort ha recordado que la diputada escribió más de 90 obras bajo el pseudónimo de Gregorio Martínez Sierra, su marido. Esta situación la invisibilizó hasta el punto de que sólo pudo cobrar derechos de autor de sus obras en el extranjero y durante un periodo muy corto de su vida.

"En la época era un secreto a voces que era ella quien escribía las novelas y muchos periodistas ponían verde a Martínez Sierra", ha apuntado Montfort. Sin embargo, en aquel entonces no se permitía que Lejárraga hiciera ciertas cosas, como pisar una heladería. Así lo recoge un contrato que ella, como maestra, firmó en 1900.

Entonces, la mujer tampoco podía "alternar" en la sociedad sin su marido y, mucho menos, tratar con actores como debía hacer una dramaturga.

Han sido diferentes investigaciones las que han sacado del anonimato a Lejárraga. Expertos contrastaron sus textos con la influencia que ella misma tenía en autores con los que colaboró, como Manuel de Falla o Juan Ramón Jiménez. Además, se han hallado 144 cartas en las que Martínez Sierra hacía pedidos a su mujer. "Le pedía obras completas, actos, hasta un obituario por la muerte de Torcuato Luca de Tena", ha explicado Montfort. "Ese hombre no escribía absolutamente nada", ha reconocido Eduardo Noriega, encargado de darle vida en la obra.


UNA HISTORIA "PECULIAR"

'Firmado Lejárraga' recoge, precisamente, las diferentes investigaciones que se han llevado a cabo en los últimos años y que, además, no siempre coinciden. Unas dicen que la dramaturga es la autora, otras que los esposos colaboraban al 50% y también que ella sólo le ayudaba a él a perfilar los personajes femeninos.

El texto de Montfort, que se estrena este martes en el Teatro Valle-Inclán de Madrid, también recoge entrevistas en las que Martínez Sierra habla de su mujer como "colaboradora" y el contrato privado que ambos firmaron como socios al 50% de las creaciones. Este documento fue el que salvó la pequeña parte de los derechos que recibiría Lejárraga tras la muerte de su marido, que no la nombró en su testamento, y dejó todo su legado a su amante y a la hija que tenía con ella.


"El personaje de Lejárraga es una adicción", reconoce el director de la obra, Miguel Ángel Lamata, que habla de ella como "una de las grandes del siglo XX", con "un talento innegable" y "una historia peculiar". Dice que dirigir este texto ha sido como tener entre manos "una especie de 12 hombres sin piedad" y ha animado a los ciudadanos a acudir al teatro.


ANULADA POR SU MARIDO, POR FEMINISTA Y SOCIALISTA

Los actores también se han mostrado fascinados por la historia de la diputada. El 'alter ego' de Lejárraga en escena, Cristina Gallego, ha declarado sentirse "una privilegiada" por haber podido "vivir tantas cosas"; mientras que Jorge Usón, que interpreta a Manuel de Falla, ha definido el legado de la dramaturga como "exquisito".

Noriega, por su parte, ha animado a leer 'Gregorio y yo', las memorias de la escritora en las que, a su juicio, puede verse la vida de "una mujer anulada y ensombrecida" en el inicio de su carrera y cómo su marido se "aprovecha de la situación" para que Lejárraga acabe en el olvido de la creación y también "por feminista y socialista".

En este sentido, Montfort ha recordado que en sus 100 años de vida pasó por dos guerras mundiales, una civil y por el exilio, siendo, además, mujer en "una época difícil" para serlo.


Fuente: La Vanguardia

Vanesa Montfort: Página Oficial
















De su casa general* / Dinapiera Di Donato



 
Después he vuelto a la poesía del siglo
este ruido de excusatio de benevolencia
necesita otras cocciones tu zumo
de
ve al solar que sabemos
modales de  sube tus faldas y arroja
el perfil de vaso antiguo
acude al río de la calle a retirar
la escarcha
¿la ves?
Sorda
No oyes
No oíste
No oirás mi mejor serpiente
ni
las hierbas que van con su carne
marinados huesos editados por Basilea

letras capitulares miniadas a mano
la calle está siempre al otro lado del harén
de la vista turbada


casa con vista al ángel
sin salida

porque donde está el otoño te confundes

ahí no estés

no te acomodes en tu postal de siete leguas
confiésate tú, vamos,
capítulo general
arrodíllate



perturbada corista del ielili
ve con lo puercos
de fina trufa

no
sigas el rastro amarillo
la sombra que dejaron
en Caruachi
los cultivadores
de sarrapia
vamos a enterarte
cambia de ramo

 las fábulas de
aquella casa de poesía
de perfumería
puestas a curar
en las vigas maestras

tajos cortados salados
hueso del caldo
hierve
ocúpate

no volveré a ser
la preceptora de nadie
su agente viajera
revolvedora de  cocidos

no enseñaré en la corte
mi maleta turca

no es que no me gusta tu sangre

el japonés de uso no es mi campo
 y estoy vieja

los sonajeros estallan fugaces luces
el estadium repleto
el clamor
no oigo






Sumimasen
Sumimasen
Gomen nasai
será por mi culpa Owabi


harakiri
sería por demás conveniente
después de esta torpeza mía de escribana
cataplasmas de escobilla
de flor de taparo
para abrir la vía de voces
que recoja leche materna al alba
será que lluvia es
Ame

será que en la vida de actualizados
cartonistas
doblaría el espinazo
la cabeza
pegada a las rodillas


acepto el nombramiento
hembra de moda
que moldea estos fetiches
de la sobriedad de modales
de la vida colonial de ida y vuelta
que consuelan imaginaciones heridas
las transmigraciones de cortes

aquí estoy
tu perro me reconoce
olisquea mis bultos
como si hubiera guardado en un cuerpo de
partituras de abadesas
los cuentos bíblicos
nostálgicos renacidos
filólogos salvados
de holocaustos de las repeticiones
enseñando griego de emigrantes

el arte de irnos con la casa  a tiempo
acompasados hechos del infierno de mi padre

no hay sordos en las fundaciones
la ciega que me hace un amor bueno
hace también memoria
sabe las formas de morir
los rastros de la paideia
dime el sol
pide

el perro se quema la lengua
yo apenas distingo un asunto de agua y luces
poesía me reconoce desde el fondo de este plato
de presas que queremos

será que lluvia es
Ame

y no el gesto de guarecer
y cambiar la escritura por
esta maraca
de cascabel



© Dinapiera Di Donato



*del  libro La monja sorda, dedicado a António Salvador Tenreiro






Narradora y poeta venezolana (Upata, Bolívar, 1958). Cursó una licenciatura, maestría y DEA en estudios hispanoamericanos en la Université de Paris VIII (Francia). En Venezuela fue profesora agregada en la Universidad de Oriente. Cursa estudios doctorales en el Graduate Center de Cuny y enseña español y francés en universidades de Nueva York. Ha obtenido, entre otros, el Premio de Poesía Ateneo de Guayana (1986), el Premio de Narrativa Bienal Daniel Mendoza del Ateneo de Calabozo (1989), el Premio de Narrativa X Bienal José Antonio Ramos Sucre (1990), el Premio de Narrativa Alfredo Armas Alfonzo (1994) y el Premio de Narrativa Concurso Literario Universidad de Oriente (1997). Fue colaboradora de diarios y revistas venezolanas y de la revista Correo de la Unesco. Relatos y poemas suyos han aparecido en antologías como: Timor: do poder das armas a força do amor (Portugal, 2002), Las voces de la hidra, la poesía venezolana de los años 90 (Venezuela, 2002), El hilo de la voz (Venezuela, 2003) y Aquí me tocó escribir (España, 2006), entre otras. Ha publicado Noche con nieve y amantes (Fundarte, Caracas, 1991), La sonrisa de Bernardo Atxaga (Fondo Editorial Predios, Upata, 1995) y Desventuras del ocio (Fondo Editorial del Estado Sucre, Cumaná, 1996).





LAS CAJAS, por Dinapiera Di Donato.










Esperábamos el verano para ir a la playa de los rusos, pero hemos pasado el tiempo libre recorriendo bodegas entre la 150 y la 217 tratando de conseguir las mejores ofertas de caraotas negras y harina de maíz. Mi amiga Marguerite, de la Hispanic Society, que antes me citaba para contarme sus peripecias transportando el ejemplar de 1490 del Libre apellat Tirant Lo Blanch hasta Europa o California, ahora llama para ofrecerme cajas para embalar. Estuvo desencantada cuando decidimos enviar paquetes de comida en lugar de presentarnos en Caracas.

Había asistido a la sesión donde un amigo criado en Cuba me enseñaba a camuflar un vestido de novia con su velo más el traje para la madrina, puestos en capas debajo de mi conjunto de chaqueta de invierno, sin que se notara. Solamente él entendía que no podía llevarlos en el equipaje porque me los desaparecerían antes de pasar las aduanas. Su novio, otro cubano pero criado aquí, intentó disuadirme mostrándome el catálogo virtual de unos trajes a la medida fletados a muy buen precio desde China hacia cualquier parte del mundo. El único inconveniente es que los modistos te hacían las pruebas vía Skype a las 3 de la mañana y de dónde sacarían el encaje de Cluny.

No sé allá, pero en San Juan no se vería normal una bufanda tan pesada –dijo Marguerite, pero era parte fundamental de mi atuendo de viaje. En la bufanda iría escondido precisamente el velo de blonda, encima de las siete gargantillas para las damas de honor. Nada raro en Caracas: te pones lo que sea, basta con que parezca de diseñador. Pensé que en realidad allá se fijarían más en mi gordura y en los zapatos de viaje, que eran los mismos del año pasado, o sea, pasadísimos de moda.

Pero ahora que no iba a viajar ya no me mortificaban los accesorios y paso por el museo de la Hispanic buscando mi caja. Me siento rara. Miro hacia los lados como si anduviera en cosas ilegales, como si me llevara el cuadro de la maja vestida de negro de Goya, por cierto, más alto que yo, bajo las propias narices del señor Guru, el vigilante que suele anunciarme.

La caja a medio llenar ocupa casi toda nuestra sala. Han desfilado amigos y vecinos solidarios.

– No metas cebollas ni guineo verde, llegan podridos. Mejor mete malagueta, nos recomienda una vecina dominicana. Ni cebollines, ni una manzana cripps pink con auténtico sabor a ponsigué maduro que le había envuelto cuidadosamente a mi madre que ahora le dio por hablar de las frutas que ya no consigue, ni mangos, ni lechosas, ni mandarinas, ni mamones y claro, tampoco recuerda cómo eran las ciruelas de huesito de la primera casa que tuvimos. Prefiere no saber. Conseguir un puñado equivaldría a lo que imagina una lucha reñida en la subasta de melones híbridos de Yūbari.

– Pero si los remates de alimentos en las altas esferas son lo más cómodo del mundo, trato de aclararle. En la playa de Brooklyn un ruso me contó el año pasado que estuvo pujando por un melón desde su sala de baño que imita una terma de aguas minerales. Pero mi madre no usa celular. Las cosas han cambiado tanto que ella, que antes le hacía ascos al culantro porque era el alimento favorito de las culebras, ahora me pide que le consiga.

– No metas recaíto, ni ajo majado, llega negro. Que cocine la habichuela con malagueta–insiste la otra vecina dominicana que ya está metiendo más bolsitas de aquellas guayabitas ligeramente anisadas en el espacio vacío de los rollos de papel de baño que en realidad aprovecharemos para rellenar con vitaminas y la pastilla de la tensión.

Las amigas que regresan de sus vacaciones por España nos aportan hebras de azafrán y jabón Magno porque ya tenemos todos los granos, el aceite y el azúcar, el café y las latas de carnes, el bacalao seco y el Janumet, las cintas para medir la glucemia, toallas sanitarias para incontinencia, pechuga enlatada y huevos en polvo. Sin que mi vecina lo note voy sacando las malaguetas que corren como metras por la sala, porque la colega del college, Ramona Haemalatha, estuvo moliendo especias en la casa de su madre en Sri Lanka y preparándonos dulces de leche con coco y cardamomo, y cuando hizo el transbordo en los Emiratos Árabes adquirió dos botellas de vino y una enorme caja de dátiles para nuestras madres. Las dominicanas no nos dejan meter el vino. Pienso que a la madre de A. le hubiera hecho ilusión un merlot argentino comprado en Abu Dabi. Tampoco podremos meter el Awamori añejo, obsequio del estudiante japonés, porque era o eso o más champú.

El país tiene su mapa particular de carencias. Cada mañana sales acorazado para una guerra, con tus prendas de moda porque no sabes si regresarás. Casi siempre funciona y te perdonan la vida a cambio de una prenda. Es la ilusión de los padres cuando preparan a la familia de madrugada. Les sobrecargan los morrales a los más pequeños, con botellas y harina que valen oro. Ya saben –insiste la madre– en cuanto te apunten tú avisa que tengan cuidado, que llevas un 12 años encima, a la mayorcita que protesta por todo le recuerda que entregue los zapatos y el bolso Prada sin poner mala cara y tú, dirigiéndose al marido, apenas empiecen a disparar grita te la regalo, te la regalo, y les lanzas las llaves de la camioneta o los guías a la casa para que se lleven la caja que acaba de llegar con carburadores nuevos y el Samsung Galaxy Note 7.

Los servicios de paquetería se multiplican. Llevan desde una nevera y compresores de aire acondicionado hasta un saco de arroz, pasta de dientes y leche en polvo para un año entregados en puerta, siempre y cuando envuelvas todo muy bien con papel burbuja. Para cada trinchera una necesidad particular. Pareciera que los paquetes van a diferentes países. Dentro de casa las mayores andan vestidas y arregladas, con la cédula a mano, esperando la llegada de las cajas o del enemigo.

Los trajes para la boda de la mejor amiga de la sobrina, regalos de Marguerite, tampoco irán esta vez en la caja. Recuerdo a mi sobrina y a su amiguita de niñas, olvidando el nombre de la dulcera conocida por todos por su sobrenombre. Educadísimas, de pronto se quedan en blanco y le dicen: Señora Pulga, por favor una docena de turrones. La dulcera decide no vendernos durante seis meses. Los milk tofee de Colombo, idénticos a los turrones de leche de aquella bodega de otros tiempos, cuando mi madre pensaba con horror que las culebras se restregaban en las hierbas de olor del patio y prefería condimentar con las importadas.

En lugar de la malagueta, preparen sofrito en envases de plástico sellado– nos ilumina Marguerite, experta embalando incunables que atraviesan continentes encima de sus piernas.

La madre de A, más moderna que la mía, nos mostrará por Skype el cuadrito pegado de su nevera con un imán, hecho con el estuche que protege al azafrán metido en un medallón, como un relicario de cabellos de un santo pelirrojo, expoliado en la última cruzada a Tierras Santas.





Photo Credits: Daniel R. Blume