‘Nuestro
primer enemigo no es Bin Laden ni Al Zarqaui,
es el Corán, el libro que los ha
intoxicado’
Polémica
y beligerante, desgarradora y sincera, la periodista italiana Oriana Fallaci
aprovecha sus ensayos y artículos para manifestar su honda preocupación por la
amplia presencia en Europa de fieles musulmanes. En esta entrevista, realizada
por un sacerdote católico que trabaja además en la televisión pública polaca,
Fallaci insiste en la idea de que el Despertar del Islam es el fin de
Occidente.
Pregunta.- Los responsables de los atentados terroristas de
Londres eran musulmanes nacidos en Gran Bretaña o ciudadanos ingleses. Por lo
tanto, se podrían considerar ciudadanos europeos. ¿Cree que para defender
nuestro continente y la civilización europea tenemos que expulsar a todos los
musulmanes de Europa?
Respuesta.- Para comenzar, no son del todo europeos. No pueden
considerarse europeos. O no más de lo que nosotros podríamos ser considerados
islámicos, si viviésemos en Marruecos, en Arabia Saudí o en Pakistán, con el
oportuno permiso de residencia o con la ciudadanía. Porque esta última no tiene
nada que ver con la nacionalidad.
A
mi juicio, incluso los que tienen la ciudadanía son huéspedes y nada más. O
mejor dicho: invasores privilegiados. Además, una cosa es expulsar a los
aprendices de terroristas o a los aspirantes a terroristas, a los ilegales, a
los vagabundos que viven robando y trapicheando con droga o, incluso, a los imanes
que predican la guerra santa e incitan a sus fieles a masacrarnos, y otra cosa
es expulsar indiscriminadamente a toda una comunidad religiosa.
Naturalmente,
si quisiesen irse por su propio pie, no lloraría. Más aún, le pondría una vela
a la Madonna. De
hecho, ya lo sugería en el ensayo publicado recientemente en el Corriere
della Sera, titulado El enemigo que tratamos como amigo.:"¿Si somos
tan estúpidos, tan tontos, tan despreciables y pecaminosos -escribía-, si nos
odiáis y nos despreciáis tanto, ¿por qué no os volvéis a vuestra casa?"
Pero
deben estar bien aquí, porque no quieren irse. Ni siquiera lo piensan. Y aunque
lo pensasen, ¿cómo llevarían a la práctica algo así? ¿Por medio de un éxodo
parecido al de Moisés guiando a los judíos fuera de Egipto a través del Mar
Rojo? Ya son demasiados.
Calculando
sólo los que están en la
Unión Europea, cerca de 25 millones, según los datos más
recientes, calculando también los que están en los países que no forman parte
de la Unión y
en la ex Unión Soviética, cerca de 60 millones. Esta es su Tierra Prometida, ¿o
no? Respeto, tolerancia. Asistencia pública, libertad en abundancia. Sindicatos
y jamón, el despreciado jamón, vino y cerveza, el despreciado vino y la
despreciada cerveza. Vaqueros y licencia para ejercer su prepotencia por
doquier sin ser castigados ni recriminados ni llamados al orden (incluida la
licencia de tirar los crucifijos por las ventanas). Protectores o
colaboracionistas siempre dispuestos a defenderlos en los periódicos y a
impedir su expulsión, aunque venga dictada por los tribunales. Querido padre
Andrzej, es demasiado tarde ya para pedirles que vuelvan a su casa. Habríamos
tenido, habrían tenido que pedírselo hace 20 años. Pero en cambio, los hemos
dejado entrar, en nombre de la piedad y del pluriculturalismo, de la
civilización y del modernismo, aunque en realidad gracias a cínicos acuerdos
euro-árabes de los que hablo en mi libro La fuerza de la razón, peor aún; tras
haber descubierto que no les gustaba ya hacer de proletarios, recoger los
tomates, trabajar en las fábricas, limpiar nuestras casas y nuestros zapatos,
les llamamos. ‘Venid, queridos, venid, porque tenemos tanta necesidad de
vosotros…’, y ellos vinieron. A cientos, a miles.
Y
qué le vamos hacer si, muchas veces, en vez de personas deseosas de labrarse
una vida digna trabajando, nos encontramos a menudo con vagabundos. Vendedores
ambulantes de inutilidades, dispensadores de droga y futuros terroristas. O terroristas
ya entrenados y entrenándose. ¡Y qué le vamos a hacer si desde el momento en
que desembarcan nos cuestan un riñón! Comida y alojamiento. Escuelas y
hospitales. Subsidios mensuales. Y qué le vamos hacer si nos llenan de
mezquitas. Y qué le vamos a hacer si se adueñan de barrios enteros e, incluso,
de ciudades enteras. Y qué le vamos a hacer si, en vez de mostrar un poco de
gratitud y un poco de lealtad, pretenden incluso el derecho al voto que,
pasándose la Constitución
por el forro, le regalan los partidos de izquierdas. Y qué le vamos a hacer, si
para proteger la libertad, por culpa suya tenemos que renunciar a algunas
libertades. Y qué le vamos a hacer, si Europa se está convirtiendo o se ha
convertido ya en Eurabia.
Querido
padre Andrzej, no sé qué es lo que está pasando en Polonia. Pero en el resto de
Europa, comenzando por mi país, no está sucediendo lo que pasó en Viena hace
tres siglos. Cuando los 600.000 otomanos de Kara Mustafa pusieron sitio a la
capital, considerada el último baluarte del cristianismo, y junto a los demás
europeos (excepto Francia) el polaco Juan Sobieski los expulsó al grito de
«Soldados, combatid por la
Virgen de Czestochowa». No, no. Aquí está pasando lo que
pasó, hace más de 3.000 años, en Troya, cuando los troyanos abrieron las
puertas de la ciudad y condujeron dentro el caballo de Ulises. Despreciada como
una Casandra a la que nadie escucha, hace años que repito sin cesar la misma
canción: ‘Arde Troya, arde Troya’. Y hoy, todas nuestras ciudades y pueblos
arden de verdad. ¿Exiliar? ¿A quién quiere exiliar? Hoy, los exiliados somos
nosotros. Exiliados en nuestra propia casa.
P.- ¿Cómo cree que debería reaccionar el papa Benedicto XVI ante esta situación, siendo, como es, el jefe de la Iglesia Católica Apostólica Romana y líder de una religión que predica paz, no violencia y bondad?
R.- Mire, en mi ensayo El enemigo que tratamos como
amigo, en un momento determinado me dirijo directamente a Ratzinger
reprochándole lo que le reprochaba a Wojtyla. El diálogo con el Islam. ‘Santidad
-le digo-, ¿cree realmente que los musulmanes aceptan dialogar con los
cristianos, incluso con las demás religiones o con los ateos como yo? ¿Cree
realmente que pueden cambiar, revisarse y dejar de sembrar bombas?’. Y ahora
añado: El terrorismo islámico no es un fenómeno aislado, un hecho en sí mismo.
No es una iniquidad que se limita a una minoría exigua del Islam. (En cualquier
caso, una minoría nada exigua. Se calcula que, en Europa, dispone de 40.000
terroristas dispuestos a sacrificarse. Y no olvidemos que detrás de cada
terrorista hay una organización concreta, una excelente red de contactos, un
océano de dinero. Ergo, ese número de 40.000 hay que multiplicarlo al menos por
cinco o por 10).
La ofensiva global ideada por
Jomeini
El
terrorismo islámico -prosigue Fallaci- es sólo un rostro, un aspecto de la
estrategia adoptada en tiempos de Jomeini (en los días de los cínicos acuerdos
euro árabes) para poner en marcha la ofensiva global llamada el Despertar del Islam.
Un despertar que, una vez más, pretende acabar con Occidente, su cultura, sus
principios y sus valores. Su libertad y su democracia. Su cristianismo y su
laicismo. (Sí, señores, también con el laicismo. Quizás sobre todo con el
laicismo. ¿Todavía no se han dado cuenta de que el laicismo no puede cohabitar
con la teocracia?).
Un
despertar, en definitiva, que no se manifiesta sólo por medio de las matanzas,
sino también por medio del secular expansionismo del Islam. Un expansionismo
que, hasta el asedio de Viena, se producía con los ejércitos y las flotas de
los sultanes, los caballos, los camellos y las naves de los piratas, pero que
ahora se realiza por medio de los inmigrantes, decididos a imponernos su
religión. Su prepotencia, su enorme capacidad prolífica.
Pues
bien, el Papa lo sabe mejor que yo. Mejor que todos nosotros. El problema es
que se encuentra en una situación dificilísima desde un punto de vista político
y humano. Ante todo, por el hecho de estar al frente de una Iglesia que basa su
credo en el amor y en el perdón. Una Iglesia que, en términos ecuménicos,
predica el ‘ama a tu prójimo, por lo tanto también a tu enemigo como a ti
mismo’.
Después,
por el hecho de gobernar una inmensa comunidad que, respecto al Islam, incluso
en las filas de su jerarquía, está dividida, es decir, enrocada sobre
posiciones opuestas. Piense en Caritas que rescata a los ilegales e, incluso,
los esconde. Piense en los Combonianos que con la bandera arcoiris sobre la
sotana blanca les distribuyen simbólicos permisos de residencia. Piense en los
sacerdotes que, en los altares de sus iglesias, permiten a los imanes celebrar
el matrimonio mixto y gritar Alá akbar, Alá akbar, (como pasó, por ejemplo, en
Turín).
Y
por último, al Papa le pesa el hecho de ser el inmediato sucesor de otro Papa,
el papa Wojtyla, que fue el primero en hablar de diálogo. Que con el comunismo
y con la Unión
Soviética utilizaba el puño de hierro, pero con el Islam
utilizaba el guante de terciopelo. Que invitaba a los imanes a Asís. Que
recibía en el Vaticano al ex terrorista y magnate de terroristas, Yasir Arafat.
Y que nunca condenó directamente a Bin Laden.
Pues
bien, Ratzinger quería mucho a Wojtyla. ¿Cómo se puede pretender, ahora, que,
una vez vestido de blanco, emprenda otro camino y rechace el sueño del diálogo?
Y sin embargo, confío en Ratzinger, en Benedicto XVI. Es demasiado inteligente
para no darse cuenta de que el Despertar del Islam está en marcha como en la
época del Imperio Otomano, y que con su fundamentalismo ha asumido los
contornos de un nuevo nazismo. Que dialogar o ilusionarse con poder dialogar
con un nuevo nazismo equivale a cometer el mismo error que la Inglaterra de
Chamberlain y la Francia
de Daladier cometieron en 1938. Cuando, creyendo poder dialogar con Hitler,
Francia e Inglaterra firmaron el Pacto de Munich y, un año después, se
encontraron con Polonia invadida por los nazis.
Es
un hombre realmente razonable, Benedicto XVI. Mire cómo afronta, por ejemplo,
el irresoluble problema de conciliar la fe con la razón. Se da perfectamente
cuenta de que el laicismo ha perdido el tren en su relación con el Islam. Han
creado un vacío que alguien tiene que llenar. Por eso creo que, antes o
después, él lo llenará. Eso significa recordar a la intransigencia de la fe que
la autodefensa es legítima defensa. No un pecado. Significa sostener que,
cuando es necesario, incluso un santo puede dar un puñetazo en la mesa.
Comportarse como Jesucristo que pierde la paciencia en el Templo y tira los
puestos de los mercaderes y quizás les lanza también un puñetazo a la nariz. Y
a mi juicio, significa elegir bien a los aliados. Para mí, atea-cristiana
(devota no, pero cristiana sí), el cristianismo no es sólo una filosofía de
primera calidad, un pensamiento en el que inspirarme, una raíz de la que no
puedo, no debo y no quiero prescindir. Es también un aliado. Un compañero de
ruta. Por lo tanto, también lo es el que lo interpreta a su máximo nivel. El
que lo representa.
P.- ¿Qué opina de la guerra contra el terrorismo, capitaneada en estos
momentos por EEUU?
R.- Mire, padre Andrzej. Un mes antes de que estallase la guerra en Irak
escribí para el Wall Street Journal y para el Corriere della Sera un artículo
titulado La Rabia,
el Orgullo y la Duda
donde decía: ‘¿Y si Irak se convirtiese en un segundo Vietnam? ¿Y si de la
derrota de Sadam Husein naciese una República Islámica de Irak, es decir, una
copia de la
República Islámica del Irán jomeinista? La libertad y la
democracia no se pueden regalar como dos trozos de chocolate. Especialmente, en
un país y en una sociedad, que ignora el significado de esos conceptos. La
libertad hay que conquistarla. Quizás me equivoque, pero yo dejaría a los
iraquíes cocerse en su propia salsa’.
No sabe qué es la democracia
Entrevistando a Kadafi
¿Me
equivocaba? -se pregunta la veterana periodista-. Me temo que no. Es verdad que
me encanta ver a Sadam Husein caído de su trono junto a su banda. Me satisface
pensar, aunque sólo sea con una migaja de esperanza, que aunque ignoren lo que
es la democracia muchos iraquíes fueron a votar. Pero, visto el precio que
están pagando y que estamos pagando, vistos los muertos que a ambos nos cuesta,
sigo pensando que habría sido mejor dejarlos cocer en su propia salsa. En Irak,
Estados Unidos se ha empantanado, como se empantanó en Vietnam.
Y
por si eso no fuese suficiente, el Irán de Jomeini se ha quitado la máscara,
imponiendo sus centrales nucleares y eligiendo como presidente al torvo
individuo que en Teherán dirigió el secuestro de los americanos de la embajada
de EEUU. El petróleo aporta mucho dinero, y, con la ayuda de Irán, la República de Irak se
torna un fardo cada vez más pesado.
Dicho
esto, es decir admitiendo que ya se ha metido la pata, afirmo que atribuir el
terrorismo a la guerra de Irak es un error e, incluso, un fraude para engañar a
los tontos. El 11 de Septiembre no había estallado la guerra de Irak. La guerra
que declaró oficialmente el 11 de Septiembre Osama bin Laden ya estaba en
marcha. Desde hace décadas, los hijos de Alá venían atormentando a Europa, a
Norteamérica y a Israel con sus matanzas. ¿Recuerda las que, también en Italia,
sufrimos a manos de Habash y de Arafat?
Entiendo
hacia dónde apunta su pregunta. Apunta al asunto de la retirada de tropas de
Irak. Y le contesto: El terrorismo no cesará ni disminuirá imitando al
irresponsable e insoportable Zapatero. Al contrario. Cada vez que un
contingente se retira, Europa ofrece otra prueba de debilidad y de miedo.
P.- A su juicio, definir al Islam como «una religión de paz» y decir que el
Corán enseña la misericordia es una tontería. ¿Por qué?
R.- Porque, amén de 14 siglos de Historia (siglos durante los cuales el Islam
no hizo otra cosa que desencadenar guerras, es decir conquistar, someter y
masacrar), lo dice el Corán. Es el Corán, y no mi tía, el que llama a los no musulmanes
«perros infieles». Es el Corán, no mi tía, el que los acusa de oler como los
simios y los camellos. Es el Corán, no mi tía, el que invita a sus secuaces a
eliminarlos. A mutilarlos, a lapidarlos, a decapitarlos o, al menos, a
degollarlos. De tal forma que, si en Arabia Saudí, te pillan con una cruz en el
cuello, una estampita en la cartera o una Biblia en tu casa, terminas en la
cárcel y quizás en el cementerio.
Hay
que meterse en la cabeza esta sencilla, inequívoca e indiscutible verdad: todo
lo que los musulmanes hacen contra nosotros y contra sí mismos está escrito en
el Corán. Viene pedido y exigido por el Corán. La yihad o guerra santa. La
violencia, el rechazo de la democracia y de la libertad. La alucinante
servidumbre de la mujer. El culto a la muerte, el desprecio a la vida… Y no me
responda como los zorros del Islam moderado, no me diga que en el Corán hay
versiones distintas y diversas. Por mucho que cambien las versiones, en todas
ellas la esencia es la misma. No entiendo la deferencia con la que ustedes, los
católicos, se refieren al Corán. Alá no tiene nada que ver con el Dios del
cristianismo. Nada. No es un Dios bueno, no es un Dios padre. Es un Dios malo.
Un Dios dueño. No trata a los seres humanos como hijos. Los trata como súbditos,
como esclavos. Y no enseña a amar: enseña a odiar. No enseña a respetar: enseña
a despreciar. No enseña a ser libres: enseña a obedecer.
El enemigo al que tratamos como
amigo
Con el presidente de Irán, 1979
Basta
leer las suras sobre los «perros infieles» -apunta la periodista- para darse
cuenta de ello. No, no. Nuestro primer enemigo no es Bin Laden. No es Al
Zarqaui. No son los terroristas que cortan cabezas. Nuestro primer enemigo es
ese libro. El libro que los ha intoxicado. Por eso digo que el diálogo con el Islam
es imposible y rechazo el cuento del Islam moderado, es decir el Islam que, de
vez en cuando, se digna a condenar las matanzas, pero a la condena añade un
pero. Por eso, la convivencia con el enemigo que tratamos como amigo es una
quimera y la palabra «integración» es una mentira. Jurídicamente, de hecho,
muchos son realmente nuestros conciudadanos. Gente nacida en Inglaterra, en
Francia, en Italia, en España, en Alemania, en Holanda, en Polonia, etcétera.
Individuos crecidos como ingleses, franceses, italianos, españoles, alemanes,
holandeses, polacos… Que parecen realmente integrados en nuestra sociedad.
Pero, al mismo tiempo, siguen tratando a sus mujeres (y también a las nuestras)
como las tratan. Les pegan, las humillan y, a veces, las matan. Y cuando meten
sus pies en la mezquita, se dejan de nuevo crecer la barba. Escuchan al iman
que predica la yihad, estudian lo que es, aprenden de memoria el Corán y,
¡zas!, se convierten en aspirantes a terroristas y, después, en alumnos
terroristas y después en militantes terroristas. Mientras los que no lo hacen,
los llamados moderados, farfullan sus ambiguos "pero".
Entrevistando al dictador argentino Galtieri
Tras el 7-J de Londres
Padre
Andrzej, las estadísticas siempre me han resultado antipáticas -afirma
Fallaci-. Sin embargo, no se pueden ignorar y, según la encuesta realizada tras
las matanzas de Londres por el Daily
Telegraph, resulta que el 24% de los musulmanes ingleses admite ’sentir
simpatía por los sentimientos y los motivos que condujeron a la masacre del 7
de julio’. El 46% de los moderados comprende ‘por qué los terroristas se
comportan de esa forma’. Y el 32% considera que ‘los musulmanes tienen que
poner fin a la decadente civilización occidental’. El 14% confiesa ‘no sentir
el deber de advertir a la policía si saben que se está preparando un atentado
y, mucho menos, si un iman incita a la guerra santa». Por si no fuese
suficiente, en un informe gubernamental, titulado The Next London Bombing,
se deduce que en Gran Bretaña hay 16.000 musulmanes enrolados en actividades
terroristas, y que la mitad de los jóvenes musulmanes entrevistados se dicen
‘ansiosos por pasar a la violencia para eliminar nuestra inmoral sociedad’.
Padre
Andrzej, le fastidia oír ciertas cosas, ¿verdad? Le repugna ver en tantos
huéspedes nuestros una nueva juventud hitleriana que aplica su Mein Kampf, ¿verdad? Y le parece
excesivo que yo vea en ellos un peligro para Occidente y para el resto de la Humanidad, ¿verdad? Por
eso le recuerdo que quienes instalaron el nazismo en Alemania y en Europa no
fueron todos los alemanes. Fue la minoría de desalmados que miraba al profeta
Hitler como los terroristas de hoy miran al profeta Mahoma.
Y
si cree que es injusto echarle la culpa a una religión e, incluso, a un libro,
piense en el chico americano que los marines capturaron con los talibán durante
la Guerra de
Afganistán. Americano, repito. Californiano. De Los Ángeles, con la piel blanca
como la clara del huevo y de educación laico cristiana. No era marroquí ni
tunecino o saudí o senegalés o somalí. Pero un día ese chaval americano puso el
pie en una mezquita y dijo a sus padres: ‘Mummy, daddy, quiero estudiar el
Corán’. Después, se fue a Pakistán, aprendió el Corán de memoria, se hizo lavar
el cerebro por los imanes y terminó con los talibán en Kabul.
Padre
Andrzej, ésta es mi respuesta a su última pregunta. Sé muy bien que, al
dársela, refuerzo el riesgo de ir a la cárcel por delito de opinión enmascarado
bajo la acusación de ‘vilipendio al Islam’. Sé bien que, junto a la cárcel,
arriesgo la vida, es decir, desafío una vez más a la nueva Hitler-Jugend que
quiere matarme. También sé que tampoco nosotros podemos presumir de santos.
Que, en nuestra Historia, también nosotros hemos combinado las luces y las
sombras. Pero hoy, el peligro no somos nosotros. Son ellos. Es su libro. Y dado
que nadie lo dice, dado que alguien debe decirlo, lo digo yo.
©Andrzej Majewski
viernes, 15 de septiembre de 2006
Links:
Historias relacionadas