la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Adriano y la Escritura por José Pulido





 

 


 

 

Un día estaba con los labios apretados y los ojos entrecerrados por el resplandor de la calle y parecía un recién nacido, con su cara roja y sus párpados trasnochados. Su saco sport lo contenía como cargado por una madre.

 

Pensé que miraba el mundo a través del velo rojizo que uno fabrica cuando cierra los ojos ante la luz solar, pero luego me di cuenta de que Adriano González León percibía el universo como si su cuerpo y su ánima fueran un cauce por donde obligatoriamente tiene que pasar un torrente.

 

Pasan los olores, los sabores, los chivos y los peces, las cabras y los crisantemos, la mar y el perfume de algo sublime, la radioactividad y el cosmos, las casas y las máquinas, los establecimientos comerciales y los bosques, las mujeres y la luna; el rayo, la lluvia, un cementerio y una bandada de golondrinas. Todo lo existente y más, se le vienen encima, formando una avalancha que asimila y se traga, en un segundo, porque a finales de cuentas él respira la materia y la transforma en un suspiro.

 

En aquel momento yo intentaba descifrar lo que hacía Adriano con la boca apretada en una línea horizontal y leve de camaleón dormido. Era un silencio tan breve, pero que en él parecía un siglo de mudez, porque uno está acostumbrado a que las palabras broten de su persona, sin principio ni final, de manera inagotable y hermosa.

 

Mucho después fue que tuve conciencia de lo que ocurría: Adriano González León estaba escribiendo en sus cuartillas espirituales y siguió haciéndolo cuando abrió sus ojos trujillanos y raspó los techos con una mirada que se insertó en el azul clarito y calculó la hora. Siempre anda escribiendo. Sobre todo, cuando lo atrapan los silencios como si hubieran agarrado a un turpial. Por eso es que necesita tanto conversar: para que se detenga un rato la máquina interior, que teclea con pulsaciones sanguíneas, con pálpitos acelerados, con taquicardias mitológicas.

 

Yo lo entrevistaba a cada rato, pero ese día quería hablarle de País Portátil, conversar con él sobre la novela, como cuando uno habla de un viejo amigo. Meditaba la manera de pasar la tarde leyéndole párrafos de País Portátil para verlo reencontrarse con aquellos textos y escuchar lo que tenía que decir de ese viejo compinche, de ese libro que a lo mejor estuvo meditando desde la infancia.

 

Pero no resultaba cómodo porque en aquellos días, cuando aún no había escrito Viejo, su amigo más nuevo; hablarle de País Portátil era como acusarlo de que ¿y entonces? ¿cuándo vas a escribir otra novela? Y eso que con País Portátil es suficiente para vivir siete vidas escabulléndose de los lectores, aunque usualmente sean poquitos y constituyan una minoría, sobre todo los buenos lectores, a Dios gracias.

 

Claro: aquellos que se la pasaban acosando a su Juan Rulfo particular, que si un solo libro, que si se te acabó el carburo, que si el ratón no te deja pensar, ni siquiera atinaban a comprender y a entender que Adriano González León anda escribiendo desde que nació. Desde que amanece hasta que se acuesta, a la hora que sea que ese desaguisado ocurra.

 

Y yo lo seguía por la calle, con País Portátil en el bolsillo del saco, deseando meter el diente a unas interrogantes y ansioso por degustar con el autor, unos cuantos capítulos, unos párrafos, en la barra de un bar donde las botellas absorban la poca luz.

 

Quería leerle, por ejemplo: "Ahora están allí, delante, todas las aglomeraciones del rojo y el violeta. En alguna parte los edificios se han puesto a botar humo, pintura, un almagre débil, trozos de papel para decorar, encajes, fondos transparentes de las mujeres. También en alguna parte se produce esa especie de melaza celeste que cubre la ciudad".

 

Buscábamos un restaurante: qué duda cabe. Pero cuando estábamos cerca, Adriano fue retenido por un grupo de estudiantes. Ellos nunca renuncian a que se acaben las clases de Adriano. Entonces, sin mayores esfuerzos, sin más motivación que estar rodeado de muchachas y muchachos, él soltó sus conocimientos y su poesía, desbordándolo todo, llenando de literatura el aire caluroso; Mallarmé rebotaba en un capó; Rimbaud lamía las hojas de una acacia; una metáfora entró, cual moscardón, por el oído de una muchacha y nunca se le vio salir por el otro; un acomodador de carros que estaba uniformado con chaqueta vino tinto, miró desde el frente del restaurante y gritó "¡epa, Adriano!", como si lo conociera desde los comederos de Valera. Y los ruidos y sonidos —campanas, sirenas, alarmas, bocinazos, cucharillas, tenedores y platos— que anuncian el mediodía, inventaron una jitanjáfora que sirvió como timbre para que Adriano terminara su clase magistral.

 

Hay que comprender que perennemente está escribiendo. Que él, en sí mismo, es un libro interminable, cuajado de dolores y de alegrías. Los dolores de la vida y la alegría de saber. Adriano sabe. Adriano vive cada segundo herniado de novela, mancado de poesía, afiebrado de cuentos. Él persiste en sí mismo, escribiéndose por dentro todo lo que está allá afuera.

 

Él es el país. Un país portátil que es de todos y de nadie, cuyos confines sólo pueden ser contemplados en su inmensidad por el propio muchacho de Valera. Que en este momento cierra otra vez los ojos y desaparece por fracciones de segundo, yéndose a descansar a ese mundo interior suyo, que nunca nadie podrá conocer verdaderamente.

 

Porque Adriano González León llora sin saber que llora, sufre sin saber que sufre. Se ríe con la vibrante tenacidad del hombre herido. Él sabe que está condenado a escribir hasta el último aliento, inclusive durmiendo, inclusive dormido. Su esencia es la escritura. Escribe, aunque se hunda en un marasmo. Es un hombre que se vino de Trujillo, escondido tras unos lentes de concha de tortuga, que lo hicieron correr desaforadamente, porque él está poseído, irremediablemente, por todos los demonios del abecedario.

     

 



Fuente: José Pulido



Foto de Gabriela Pulido


Nació en Venezuela, el 1° de noviembre de 1945.Vive en Génova, Italia.

En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado a creadores y artistas.

Ha fundado y dirigido varios suplementos y revistas de literatura. 
Si se requiere información detallada sobre estas publicaciones, favor solicitarla a este correo: jipulido777@gmail.com


Forma parte de la Antología Por ocho centurias, XXI Encuentro de Poetas iberoamericanos, Salamanca, España, entre otras.

Ha sido invitado a festivales en Irak, Colombia, Brasil, Chile, España y Génova. Participó, en 2012, como invitado de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en Salamanca. En el 2018 y en el 2019 invitado al Festival Internacional de Poesía de Génova.

Publicaciones más recientes:

El puente es la palabra. Antología de poetas venezolanos en la diáspora.

Compilación: Kira Kariakin y Eleonora Requena, para Caritas.

Poeti Uniti per il Venezuela, Parole di Libertà (Poetas Unidos por Venezuela, Palabras de Libertad) publicado por Borella Edizioni, evento respaldado por la Associazione culturale Orquidea de Venezuela, con sede en Milán.

Poemario Heridas espaciales y mermelada casera editado por Barralibro Editores




 

 

 

 


José Pulido entrevista a Adriano González León: Las novelas no califican forzosamente a un escritor/ El Nacional, Caracas, 17- 07-1981










Un hombre de sombrero mojado, con un saco viejo que alguna vez fue verde y brillante, ubicaba -y asomaba- la cara sin afeitar al nivel de las ventanillas de los carros, que apenas avanzaban unos metros por la Solano; bajo el sudor de su rostro había una advertencia desesperada: “no me humille porque soy capaz de matar”. La cursilería no hacía mella en el hombre, aun cuando apretaba contra su pecho un paquete de rosas rojas y rosadas, envueltas en periódicos; envueltas en Reagan, el Papa, las inundaciones, y las amarguras emanadas del Fondo Monetario Internacional.

Otro hombre más joven, que estaba vendiendo cajitas de toallas suaves, saltaba poseído por la sonriente frustración que enferma a todos los habitantes de la ciudad. Todos sonríen al borde del crimen, del precipicio, de la desesperación. Es como lo único que recuerdan colectivamente de un curso por correspondencia: hay que sonreír para poder vender.

Ese congestionamiento de tránsito, hizo que Adriano González León entrara con retardo al restaurante, donde ipso facto le informaron que ya no había comida. Eso le pareció sin importancia, se quitó el saco y pidió cualquier cosa que quedase por allí. Le sirvieron un plato frío de espárragos, aceitunas negras y sardinas, que apartó para colocar un ejemplar del libro “Del rayo y de la Lluvia”, acabado de salir de la imprenta.

ESCRIBIR SIEMPRE

Del otro lado de la ventana del restaurante, por encima del lomo gris de un Mercedes Benz, se hace visible el hombre que vende rosas sin ofrecerlas. Tiene la vista fija en Adriano, como tratando de recordar dónde ha visto ese rostro rojo, con mandíbula de salamandra, que, sin lentes –acaba de quitárselos- parece desvalido y demasiado tímido.

-¿Qué estás escribiendo ahora? –surge por inercia la pregunta

-Uno siempre está escribiendo un cuento o una novela. Yo pienso que uno es escritor las 24 horas del día, aún sin realizar el fenómeno de la página, es decir, aún sin tapar los blancos... cuando uno mira la ciudad, percibe el ser, aspira y siente un olor, está escribiendo. La escritura, decía Henry Michaux, es reconocerse uno mismo y yo pienso que la escritura es un acto soberano de vida, no un falso profesionalismo para complacer la voracidad de los editores...

El hombre del paquete de rosas tiene la cara pegada al cristal de la ventana y mira detenidamente hacia Adriano, mientras la hilera de carros pasa con lentitud a su espalda.

El escritor enfatiza:

-¿Por qué uno tiene que escribir siempre un libro cada tres meses o cada cuatro años para estar en la actualidad literaria? Uno puede estar en el plano de la actualidad de los silencios... cuando hablo de estas cosas cierta gente pensará que son desplantes de uno, pero yo me arriesgo a asumir mi verdad creadora.

Adriano González León está poseído por una manera de inventar espontáneamente, que brota sin esfuerzo y sin control. A veces se descubre a sí mismo y escribe lo que se le ocurre en un instante. En otras ocasiones todo se queda en una mesa de cualquier lugar.

- Se dice que pierdes tiempo en charlas de café.

- No todos nuestros actos están destinados a la eternidad, puede que su eternidad consista en no durar sino una noche, al lado de los amigos que conversan o a la espera en cualquier aeropuerto de una mujer desconocida –responde.

-Te salió un poema.
          
-Fundamentalmente uno es poeta: ya Rubén Darío lo decía: “¿Quién que es no es romántico?”.

González León explica que los textos de su nuevo libro, publicados antes en El Nacional, son un esfuerzo del lenguaje por convertir en transcendentes muchos acontecimientos, aparentemente banales.

- Nada de los que se escribe es banal; yo he pensado siempre que no hay límites entre el ejercicio periodístico y el ejercicio académico. Una noticia puede construir un mundo y ser tan importante como “Las mil y una noches”.

- Pero este libro “Del rayo y de la Lluvia” no es poesía y no es novela ¿cómo lo calificarías? 

-Yo quise hacer y no sé si lo he logrado, un libro que contuviera todas las presencias, un libro donde fundamentalmente las palabras y las asociaciones construyeran el centro del discurso. No me importaron la anécdotas coherentes ni las tramas: ello es propio de los bestsellers y es lo que hace aborrecible aún a las novelas más serias.

El hombre de las rosas entra al restaurante y se recuesta de la puerta para observar mejor a Adriano González León. Una rosa se queda aplastada contra la cerradura de la puerta: parece a punto de gritar, pero el hombre no se da cuenta de ello.
-¿Por qué no has vuelto a publicar novelas?

-Las novelas no califican forzosamente a un escritor. Valery decía que él se negaba rotundamente a escribir “La condesa salió a las cinco y treinta”. Bretón se caracteriza por ser anti género por excelencia; sus libros no son poemas, ni relatos, ni ensayos, sino como él mismo decía: “un estallido, un sálvese quien pueda”. ¿Y Borges? el más grande escritor vivo de la lengua ¡no ha escrito jamás una novela!

Adriano González León se exalta por momentos pero se relaja y sonríe cuando surge una pregunta que debería alterarlo:

-Algunos críticos han dicho que usufructúas una novela, que tu nombre vive de una novela.

-Y soy abusivo -dice- Hay alguien como Jorge Manrique que usufructúa 400 años un solo poema... también critican mi vida con amigos en los bares y creo que todo eso ha sido mi más grande enseñanza y mi más grande afecto; cada vez que escribo, cada vez que se me ocurre alguna frase extraña, pienso ¿qué dirán mis amigos de Sabana Grande?

“Yo me nutro del permanente espectáculo que es existir, correr los riegos, provocar, recibir imágenes y transformarlas”, susurra recogiendo su saco dispuesto a irse en dirección a la Universidad.

Adriano pasa al lado del hombre que abraza al paquete de rosas y se interpone entre los vehículos que apenas avanzan por la Solano. El vendedor de las toallitas ha rematado su mercancía y va de aquí para allá agitando la única mano que tiene.

El vendedor de las rosas, con un raro desespero en la cara sudorosa, pregunta:

-¿Ese no es un artista de televisión?

Nadie responde, pero él con la boca abierta parece meditar algo, perseguir un frase en el laberinto de su mente, hasta que hace el comentario que tenía en la punta de la lengua:

-Yo creo que ese artista me debe unas rosas desde la otra madrugada... ¿o me las pagó?



El Nacional, 17- 07-1981






Foto de Gabriela Pulido

Nació en Venezuela, el 1° de noviembre de 1945.Vive en Génova, Italia.

En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Pre
mio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado a creadores y artistas.

Ha fundado y dirigido varios suplementos y revistas de literatura. 
Si se requiere información detallada sobre estas publicaciones, favor solicitarla a este correo: jipulido777@gmail.com


Forma parte de la Antología Por ocho centurias, XXI Encuentro de Poetas iberoamericanos, Salamanca, España, entre otras.

Ha sido invitado a festivales en Irak, Colombia, Brasil, Chile, España y Génova. Participó, en 2012, como invitado de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en Salamanca. En el 2018 y en el 2019 invitado al Festival Internacional de Poesía de Génova.

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Compilación: Kira Kariakin y Eleonora Requena, para Caritas.

Poeti Uniti per il Venezuela, Parole di Libertà (Poetas Unidos por Venezuela, Palabras de Libertad) publicado por Borella Edizioni, evento respaldado por la Associazione culturale Orquidea de Venezuela, con sede en Milán.

Poemario Heridas espaciales y mermelada casera editado por Barralibro Editores