la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Cristina Peri Rossi: “No hay mejor marido que una mujer”, entrevista de Leonor Ruiz Martínez, Revista Vísperas, 2/05/ 2016






«Nada sabemos de los seres que amamos, salvo la necesidad de su presencia».





Barcelona, final del invierno, casa de la autora. Entro con patas de mosquito (y la sangre llena de sangre). Sé que estoy ante una escritora inmensa. Me reciben la naturalidad, la generosidad, el saber y el genio innato. Cuenta su amiga Lil que en el pasado Cristina utilizaba tres máquinas de escribir a la vez: en una escribía poesía, en otra novela, en otra cuentos, tal vez ensayos. Nació en Montevideo en 1942 y se exilió en 1972, sabiéndose objetivo marcado por la dictadura uruguaya. Su obra es inconmensurable y difícil de catalogar: el lirismo más profundo convive con lo irreverente, el humor con la melancolía, la ironía con lo grotesco, lo erótico con lo metafísico… Varias decenas de títulos, muchos de ellos sublimes, en los que prevalecen la experimentación y la demolición de líneas divisorias.


En el último año ha publicado el ensayo Julio Cortázar y Cris, el poemario La noche y su artificio (ambos en Cálamo) y la colección de relatos Los amores equivocados (Menoscuarto). En breve saldrá su próximo libro de poesía, Las replicantes; en otoño, una novela corta. Las obras de Peri Rossi llevan a amar — aunque sea adúltera o no convenidamente, aunque no se sepa qué—. A amar por un rato. Una serie de citas extraídas de Los amores equivocados  sumadas a algunas preguntas sirven de excusa para hablar del amor, ese polisémico término. Aun sabiendo que parcelar la realidad —separar lo que en la vida va junto— suponga falsearla.



PARTE 1: Las preguntas. 


¿Son predecibles tus fuentes de inspiración literaria?


No soy consciente de ellas. Y tampoco tengo muchas ganas de que sean conscientes. Cuando empiezo a escribir un libro, no sé qué va a ser todavía ese libro. Sé que en ese momento ese tema me ha interesado y es el momento en el que tengo ganas de escribir. Yo no me siento especialmente vinculada a ningún escritor. Incluso con los escritores que más me gustan no tengo siempre un vínculo literario estrecho. Pero en todo caso, no creo que sea fácil decir que tengo influencia de tal o de cual. Y en concreto en Los amores equivocados tampoco.


¿Qué bondades tiene para ti la vida?


Eso hay que preguntárselo a cada persona. Porque si yo hubiera nacido mujer en la Edad Media, y hubiera sido de clase no pudiente, habría tenido una vida tremendamente desgraciada. Si hubiera nacido en el siglo XIX, posiblemente hubiera sido histérica. En el XX, tuve la suerte de nacer en Uruguay en vez de ser judía en Alemania o en Austria. Entonces… A mí lo que me interesa de la vida es casi todo. Soy muy curiosa. Y aunque el saber con sangre entra y casi todo saber encierra un dolor, por ahora me sostiene la curiosidad. Es lo que hace que todavía tenga ganas de vivir. Porque hay cosas que no sabemos. Y todas las cosas que no sabemos, a mí me estimulan.


¿Tienes algún convencimiento profundo?


De que el deseo es lo que nos mantiene vivos. Y no estoy hablando del deseo erótico solamente: estoy hablando del deseo como actitud ante la vida. El poder ilusionarse, el tener proyectos, el tener curiosidad. Todo lo demás me parece relativo. Y además, sabemos muy poco. Pero a mí me puede entusiasmar estar estudiando —como estoy estudiando— el comportamiento de los bonobos, y mañana, de pronto, me entusiasma otra cosa de la ciencia, o me entusiasmo con jugar al Candy Crush. Hace muchísimos años, la revista que publicaba Libération (el órgano de la prensa francesa de izquierdas), eligió a los que consideraba los cien mejores escritores del mundo y les hizo la misma pregunta: ¿Por qué escribe usted? Y yo dije por deseo. Lo que me mantiene es el deseo. No necesariamente el deseo sexual, sino el deseo vinculado al conocimiento.


La ironía para retratar lo terrible aparece con frecuencia en tu escritura. ¿Es el amor uno de esos “asuntos terribles”?


Puede ser. Yo siento que estoy casi siempre en la órbita del romanticismo: lo sublime y lo grotesco. La ironía es un recurso para que lo terrible no te desborde, para que no te haga perder el sentido de la realidad. Es decir, el mundo es terrible y es maravilloso a la vez, y no creo que haya ninguna vida solamente terrible ni solamente maravillosa. Cuando yo me acerco a ciertos temas muy dolorosos, puedo ser lírica (y expresar la emoción: una emoción que es dolorosa), o puedo ser distanciadora, para poder mirarlo desde afuera. La ironía siempre sirve para crear un poco de distancia. Pero es una ironía llena de ternura, porque estamos todos en la nave de los locos, estamos todos en el mismo barco, y el destino de ese barco no sabemos cuál es. La cita que abre mi novela La nave de los locos es una cita de Pessoa maravillosa: «La vida es un viaje experimental hecho de manera involuntaria». Ahí está toda la filosofía para mí.


¿Qué da más, el amor o el desamor?


Ambos son muy intensos. Cuando yo escribí El amor es una droga dura, los científicos decían que el primer periodo del amor (lo que se llama el enamoramiento, la pasión) solamente se podía aguantar tres años. Ahora ya lo bajaron a dos. Supongo que es porque, como vivimos en este proceso de aceleración del capitalismo tardío, la pasión resulta improductiva, no produce más que dolor o placer, y eso no se puede contabilizar, no aparece en el “debe y haber”. El capitalismo no favorece el amor. La pasión es algo para clases pudientes: necesita tiempo, necesita entrega y olvidarte de todo lo demás. Uno no tiene tres pasiones en la vida. La pasión es excluyente. Yo creo que el capitalismo prefiere que la gente se apasione por un partido de fútbol, porque dura cuarenta y cinco minutos un tiempo, cuarenta y cinco otro, después se pelean un poco en la calle y ya está. Pero la pasión amorosa es muy absorbente. No produce. Y si no produce, no la podemos apoyar.


¿Recuerdas tu primer amor?


Sí. Mi madre. Creo que fue mi madre.


¿Cómo se sobrevive sin amor?


Ahí uno está muerto. Es decir, hay muertos en vida. Los consultorios de los psicoanalistas están llenos de clientes (yo no digo pacientes) víctimas del amor… y de víctimas de la falta de amor: que quisieran amar alguna vez, que les gustaría probar cómo es pero que nunca han sentido una cosa así. No se puede decir que sea un acto voluntario. El amor es una quemadura, el amor arde, es ardor. Y bueno, hay gente que después te dice: es que no podés eliminar el sufrimiento de la pasión —justamente pasión viene de padecer, se llama pasión al viacrucis de Jesús—. Amar es un padecimiento, pero glorioso padecimiento, nos hace sentir más vivos. Después, claro, hay que descansar… Hay cosas características de la pasión, como la intensidad de todo lo sensorial. No es lo mismo escuchar sola Je suis malade cantado por Lara Fabian, que escucharlo al lado de la persona que te gusta. A mí lo que me fascina de la pasión es que vulnera todo, traspasa todo, es un intensificador, es una droga, en realidad. Si la gente se droga con tonterías es porque no son capaces de tener las drogas interiores. Ahora, también es verdad que una pasión a dos, una pasión compartida, es de una extraordinaria violencia interior. No física, pero digo violencia porque no deja espacio para otras cosas, a veces.


¿Se suple la falta de amor con mucho amor a uno mismo?


Es al revés. Esto que suelen recomendar los conductistas, que hay amarse primero a uno para luego amar a los otros, eso es mentira. El que se ama mucho a sí mismo no tiene espacio para el otro. El amor al otro puede ser más fuerte que el amor a uno mismo. La prueba es el sufrimiento, que seas capaz de sufrir. Porque el objetivo del amor, de la pasión, no es la felicidad permanente: habrá momentos de éxtasis y momentos de expiación. Pero el narciso se ahoga. Porque hay que hacer siempre una precisión: el narciso está enamorado de su imagen, no de sí mismo. Las personas narcisas están enamoradas de la imagen que proyectan hacia los demás, no de su yo. Toda esa gente que se ama tanto a sí misma termina por no tener espacio para los otros. Por algo el cristianismo dice que ames al prójimo tanto como a ti mismo. Mirá si te amarás a ti mismo que la prueba de amor es que ames al prójimo tanto como te amas tú. Si en el siglo XIX la enfermedad social era la histeria, por la represión sexual, y en el XX la neurosis por las guerras, yo creo que el XXI ha empezado como el siglo del narcisismo. La gente prefiere estar en su casa —con un robot, o con juegos (y yo soy muy amante de los juegos mecánicos)— al riesgo. El amor siempre es un riesgo. Porque estás descubriendo tu fragilidad. Es lo que decía William Blake: ¿Cómo voy a ser amigo de la mujer a la que amo si una mirada suya me conduce al paraíso, pero si me falta estoy en el infierno? El amor nos descubre nuestra fragilidad, y hay que ser muy valiente para ser vulnerable. Pero el aburrimiento —la falta de amor— es feroz.


¿Amar se puede, se quiere o sucede?


Yo creo que no es voluntario. Lo que puede ser voluntario es dejar de amar, cuando por ejemplo consideras que te está haciendo un daño insoportable. Pero amar no es hacer el amor, es una construcción en el tiempo. Exige una capacidad de renuncia, de renuncia a los placeres solitarios: hay que hacer concesiones, hay que negociar, hay que estar dispuesto a amar hasta lo que no te gusta, a aceptarlo, por lo menos. Yo creo que amar es sobre todo salirse de la frontera del yo. Es decir, es desear la fusión con el otro, sin tener miedo a perder —nadie va a perder— la individualidad. No se pierde por amar nuestra famosa identidad. Eso no es posible. El momento de fusión en que parece que uno y otro son uno solo, un solo cuerpo, una sola manera de sentir, es algo que la eternidad nos está regalando. El amor es una experiencia que no se puede conseguir de ninguna otra manera. Y no hay problema, se vuelve de eso, desgraciadamente se vuelve. Hay mucha gente (yo lo he leído, lo he vivido) que tiene miedo de esa fusión, que piensa que va a perder su identidad, su sacrosanta identidad, lo que llamaba Freud el narcisismo de las pequeñas diferencias. Hay gente que le tiene miedo a la fusión del amor porque piensa que no van a volver a ser ellos. Cuando se vuelve siempre. ¡Desgraciadamente! Y estamos las que —estando tan hartas de nosotras mismas, de nuestro yo siempre encarcelado, siempre encerrado, siempre yo, yo— deseamos esa fusión para convertirnos un rato en otra cosa. Pero es una experiencia que exige valor, no tener ese fantasma de no volver.


¿Es posible el amor desde la desigualdad?


El amor parte de la fantasía de la semejanza o de la seducción de la diferencia. Yo creo que son las dos posibilidades que hay. Uno disfruta y goza porque comparte o tiene la ilusión de estar compartiendo o sintiendo lo mismo, o lo más parecido posible. Qué maravilloso ese momento, no sentirse solo, no estar solo sintiendo algo, y poder decir esta persona que está conmigo está sintiendo parecido, es decir, romper la soledad. Es una experiencia que a mí me parece maravillosa. Pero la diferencia también puede atraer justamente por curiosidad, por afán de conocimiento. Parecería que, en ese sentido, la heterosexualidad asegura una cierta diferencia casi irreconciliable: cuerpos diferentes no pueden sentir lo mismo.


¿Tiene algún sentido hablar del amor?


El amor hay que sentirlo. Es una cosa, por otra parte, muy reciente en la historia de la humanidad. El amor lo inventaron los trovadores. Y Dante.


¿No fue una crueldad, la invención del amor?


No, no lo fue. En primer lugar, fue civilizador, porque cuando aparece el amor, el amor de los trovadores, el señor lo único que quería era guerrear. Comía con los dedos, mataba jabalíes, y le ponía un cinturón de castidad a la mujer para que no follara con otro mientras él iba a guerrear, y se llevaba la llave. Cuando aparecen los trovadores y aparecen las cortes de amor (las cortes de amor fueron una maravilla inventada por las mujeres; los grandes movimientos civilizadores en la historia de la humanidad han sido protagonizados por mujeres, por grupos de mujeres), estas mujeres de la nobleza, totalmente hartas de sus brutos, empiezan a apoyar a los trovadores. El trovador elegía a una dama, que era su amada para siempre, pero la condición era no acostarse. A veces, ella le entregaba un pañuelo, una prenda íntima, y él, cuando tenía que ir a batallar, batallaba por ella. Pero ellas establecen unas normas, unas normas para el buen amor, y cuando un caballero dejaba de cumplir esas normas, hacían cortes de amor. Las cortes de amor eran como tribunales —de mujeres— que juzgaban al hombre (el trovador o el caballero) que había contravenido esa norma. Por ejemplo, la contravención podía ser que, en una batalla, el caballero no llevara la liga o el pañuelo que ella le hubiera dado, o que hubiera osado besar a otra. La condición era no llegar al coito, porque si no, venía el bruto y los mataba. Pero fueron tremendamente civilizadoras. Ellas pusieron la música, escribieron poemas (la mayoría de los poemas de trovadores eran escritos por las mujeres), traen la seda de Oriente, les enseñan a los brutos de los maridos a escribir, a comer con cubiertos. Fue un movimiento tremendamente civilizador. Imagínate, poder juzgar a alguien porque cometió una falta de amor. Precioso. Las normas yo antes me las sabía de memoria. La primera decía «Todo caballero debe palidecer ante la presencia de su amada». Bonito. Precioso.


¿Y dónde está documentado todo eso, de dónde viene?


De las cortes de amor. Yo tengo un libro francés traducido por mí hace muchos años, Leonor de Aquitania. Fue una de las mujeres más importantes de la historia de la humanidad. Uno de sus hijos era gay, Ricardo, lo capturaron los turcos. Cuando lo capturaron los turcos y pidieron un rescate, ella se montó a caballo y se fue a Turquía a por él. Pagó el rescate y volvió con él a Francia. Ricardo ya tenía treinta y pico de años. Leonor de Aquitania fue una de las creadoras de las cortes de amor. Tocaban instrumentos musicales, componían. Fue una época maravillosa. Es la única época bonita de la Edad Media. Sé que cuando traduje el libro leí un juicio de amor. Eso está documentado todo. Ahora, no llegaban al coito nunca. Era un amor ideal. Por eso que se considera un invento literario, el amor.






PARTE 2: Citas extraídas de Los amores equivocados (Menoscuarto, 2015).


«Vacío, ¿comprende? Es peor que el dolor».


Claro. El dolor tiene intensidad. Y además, las neuronas del placer y las neuronas del dolor son concomitantes, están unas al lado de las otras. Yo preferí toda la vida el dolor frente al aburrimiento o al vacío. El dolor te hace sentir vivo. Solo los que están vivos pueden sentir dolor. Los muertos ya no sienten dolor. Me parece que no tenemos por qué huir tanto del dolor. El dolor es una experiencia, una experiencia totalizadora. Se te muere tu madre y te duele el estómago, te pisa un auto y de noche no puedes dormir… Yo, desde la última separación, no he podido volver a escuchar música. Si me pongo a escuchar música, evoco, sufro como una descosida. Tendré que esperar.


«¿Cuándo el amor no era un asunto solitario?».


Si los protagonistas de ese relato escribieran juntos su historia de amor, podría dejar de ser solitario. Pero sería una historia mentirosa. Solamente quizás en el momento de éxtasis sexual puedes pensar que estás sintiendo lo mismo —¡Pero valga la pena la fantasía!: tampoco hay que pretender vivir solo en la realidad. Las fantasías son muy hermosas—. El amor es siempre solitario porque lo que busca es la compenetración con el otro, que es casi imposible.


«Cada cual es la medida de su dolor».


Eso es cierto. Por ejemplo, en los estudios que se hacen sobre el dolor físico, en la guerra, la misma lesión (suponte: un balazo en la clavícula) en cuerpos diferentes produce dolores diferentes. Pero además hay un elemento cultural. En la Segunda Guerra Mundial, un médico muy interesado por este tema observaba que los italianos se quejaban muchísimo más que los ingleses. ¿Por qué? Porque también cómo demostrás el dolor es una cuestión cultural. Yo tengo una amiga alemana que se ha venido a vivir a España porque dice no aguantar más la contención alemana. Claro, un italiano no se contiene. Ese médico que hizo esas observaciones en la guerra decía: seguramente los italianos se quejan más por la relación con la madre, porque son muy madreros, y los ingleses no. Pero yo creo que el dolor es individual, no solo cultural.


«La inteligencia sensual era un arte, algo tan sagrado como la música de Schubert o los naufragios de Turner».


La inteligencia, lo que en la Edad Media de los trovadores, en la escuela del Dolce stil novo de Dante se llamaba “el intelecto de amor”, la inteligencia del amor. Lo que pasa es que eso después se perdió. Y ahora yo diría que es muy difícil, porque generalmente el amor obnubila. No sé si el amor es una buena manera de conocer a alguien. Creo que no, porque cuando te enamorás de alguien proyectás un ideal, una imagen que tú tenés. Es decir, el otro es como un maniquí al que tú vestís o desvestís… Y no estoy hablando de sublimación. Porque uno de los errores es creer que la idealización es solamente ver las virtudes. De pronto también le ves unos defectos horribles que no tiene. Es decir: idealizar, lo que quiere decir, es que predomina la imagen que tú te hacés del otro sobre la realidad. Pero para lo bueno y para lo malo. Si la persona es celosa, por ejemplo, puede perfectamente imaginarse que el otro le está engañando cuando no le está engañando. Es una idealización también. Pero yo no sé si el amor es un buen instrumento para conocer. No estoy segura, porque existe toda esa etapa de proyección de lo que uno lleva dentro. Yo hay días que me despierto con ganas de decirle “amor mío, te amo” a alguien, y no sé quién es. ¿A quién se lo digo? ¡Y yo qué sé! Mi próximo libro, que ya está en la editorial, se llama Las replicantes, y hay un poema, que se llama ‘Las replicantes’, que empieza algo así como “me gustaría saber a quién le digo te amo cuando te digo que te amo”. Porque yo muchas veces que he dicho “te amo” tengo la sospecha de que no se lo estoy diciendo en realidad a esa persona, y me pregunto a quién se lo estoy diciendo. Y finalmente, claro, digo ah, me hace recordar a tal. Pero esa me hace recordar a otra, esa a otra, y a otra. Es una cadena de replicantes. Tú no sabés cuál fue la primera vez, ni siquiera si existió una primera vez, ni siquiera si son las mismas. Y a lo mejor la primera fue la madre.


Pero se identifica esa constante, el deseo de decir “te amo”.


Claro, porque ahí lo que importan son los perfiles psicológicos de la seducción. El deseo, por ejemplo, no sabés de qué es. Es deseo del otro, pero ¿de qué del otro? ¿De todo del otro? ¿De lo que tú pensás que es el otro, de lo que tú has deseado toda la vida? Por otra parte, tienes que dejarle espacio al deseo del otro también, que a su vez tiene todas sus proyecciones. Es realmente un deseo de fantasmas, en el que nunca sabrás si el momento para ti de mayor éxtasis ha sido el momento de mayor éxtasis para la otra persona. Ni siquiera sabés si el momento en que tú has gozado más es el que ha gozado el otro. Tolstoi, que era un déspota, le exigía a su mujer (tuvieron trece o catorce hijos juntos) que llevaran un diario cada uno, y cada día se lo leían a la noche, sobre la relación, sobre su vida. Y lo hicieron. Pero muchos años después se descubrió que en realidad Tolstoi escribía un diario para ella —porque sabía que lo iban a leer esa noche— y escribía un segundo, que era el que ella iba a encontrar —porque sospechaba que ella iba a desconfiar del primero, y que iba a buscar otro—. Pero en realidad había un tercero que era el verdadero.


[Risas]. Qué lío.


Claro. El hombre primitivo era más espontáneo en estas cosas, cuando amaba u odiaba a otros los quería incorporar: al enemigo porque querés incorporar su valor, sus virtudes, y al que amás porque lo querés tener contigo. Por eso la canción más famosa en los clubs de gais y lesbianas era Devórame otra vez. Y Homero, cuando presenta a dos héroes, dice «Te comeré el hígado». Hay un deseo de poseer al otro. En primer lugar, para que no incordie más, para que no demuestre todo el tiempo que es otro. Y en segundo lugar, porque hay un deseo de unidad, de fusión, muy importante, que creo que es lo único que explica la maternidad.


¿El deseo de ser madre sería el deseo de fusión y posesión llevado a la práctica?


Claro, llevado a la práctica. Porque si lo pensás, ¿cuánto amor tiene que haber en alguien que está dispuesto a sufrir nueve meses (vómitos, mareos, peso en los riñones…)? Tiene que tener una fantasía de fusión. Que tiene otra lectura posible: como el amor fracasa siempre, vos decís: por fin voy a tener algo mío.









Tú no explicarías la maternidad por el instinto reproductor.


Creo que el instinto tiene una parte importante, pero en eso soy muy freudiana. Creo que, cuando la mujer comprende el fracaso del deseo, se compensa con tener un hijo. Es verdad que ese hijo es lo único que ha podido incorporar. El pene entra y se va. Un hijo lo tiene dentro de verdad. Ahora, qué es lo que lleva a una mujer a desear tener algo adentro y guardarlo, te prometo que no lo sé. Porque el hombre no desea tener adentro algo de verdad. La mujer sí, desea tener algo, y yo creo que casi la compensa del fracaso (no absoluto) del deseo, de la relación, eso que le han dicho que es imposible. La relación sexual es imposible. Hay una relación, pero muy solitaria. En último término, posiblemente la masturbación es más estar con uno mismo —pero de verdad— que estar con el otro. Porque el otro, ¿está? ¿Estás con el otro? Nadie es capaz de decir de verdad cuando está haciendo el amor lo que le pasa por la cabeza al otro. Ni uno lo quiere saber, tampoco. No lo queremos saber. Porque además nos va a mentir.


«Ella ya se estaba enamorando. ¿De qué? Del cuerpo. De qué otra cosa se podía enamorar».


Es muy curioso esto porque yo siempre he creído que la gente se enamoraba del cuerpo, no de otra cosa, porque para otra cosa tenés amistades. Si yo me llevo muy bien con alguien, si me gusta mucho, físicamente puede ser que tenga una historia. Pero yo no me acuesto con mis amigas. ¿Qué es lo que tiene de específico el amor? Lo que tiene de específico es la relación sexual. Lo demás lo podemos compartir con mucha gente. Incluso las cosas más refinadas: escuchar un lied, o ver un cuadro, lo puedes hacer con otra persona. Lo que tiene de específico el amor es el deseo. Una vez, alguien me dijo: “¿Tú de qué te enamoras?”. Yo, del cuerpo, de qué me voy a enamorar. “¿Cómo quieres que te vaya bien en la vida, entonces?”. ¿Y de qué se enamoran los otros? “Mujer, no del cuerpo. De la persona”. Digo: la persona tiene un cuerpo. Sin cuerpo no hay persona. Claro, después pensé: ella es heterosexual. Seguramente, cuando está con un hombre a lo mejor piensa “es el papá de mis hijos”, o “a lo mejor puede ser el papá de mis hijos”. Y entonces se puede enamorar de otras cosas.


Es la última. «Las mujeres suelen ser excelentes maridos».


Ah, sí, son maravillosas. No hay mejor marido que una mujer. Porque comprende a la otra mujer. Por ejemplo, ¿qué hace la mayoría de los hombres cuando la mujer menstrúa y dejó, sin querer, la braga por ahí? Agarra y dice: “Qué es esto”. Le es ajeno. Si la mujer se queja, o tienen una discusión ese día, le dice “¿Ya estás con la regla?”. En todo momento está marcando que para él la cercanía es los diez minutos que hacen el amor y se acabó. En cambio una mujer entiende perfectamente las necesidades de otra mujer. Si le duele el vientre porque está con la regla, le pone la mano encima, le trae un analgésico, le trae la bolsa de agua caliente. Hay una intimidad en una relación de mujeres (o de hombres) que la da el hecho de que comparten fisiología. Saben lo que necesita una mujer porque ellas también son mujeres. No tengo que estar negociando las diferencias, se comparte muchísimo más. Esto de estar todo el día negociando, explicando, dando respuestas a cosas… Yo me acuerdo que estaba en un bar famoso de aquí de Barcelona, y había un chico gay con una mujer con una niña. Y ella le estaba explicando a él: “Sí, yo me separé hace tiempo, pero ahora estoy feliz, y estoy con una mujer: me va a buscar al trabajo, me lleva en moto a todos lados, me hace la compra, cuida a la nena, trabaja, me llama, me manda regalos, me manda rosas… Yo nunca me sentí tratada así por un hombre”. Entonces, yo creo que los maridos que buscan las mujeres (la mujer heterosexual que busca un marido ejemplar) es una mujer. El marido ejemplar es una mujer. Que es un tipo de marido que a lo mejor ya no existe, que es un modelo atrasado, pero es muy complaciente. Una relación entre mujeres suele ser muy complaciente porque saben lo que más o menos necesitan. No siempre lo que desean, pero sí lo que por lo menos necesitan. Que es ternura. Los hombres con la ternura tienen mucho problema. A mí me parece que, por más componentes pasionales que haya en una relación entre mujeres, siempre hay un elemento de ternura, de empatía, de entenderse muy fácilmente, ser cómplices. Y eso es más difícil de conquistar en una relación con alguien que tiene el cuerpo diferente, que se afeita, por ejemplo. Tú menstruas y él se afeita. Pero quienes son muy celosos de su yo —y no quieren nunca borrar esos límites— prefieren las relaciones diferentes, se sienten muy protegidos por la diferencia. Y yo eso también lo entiendo.



Otorga identidad.


Clarísimamente. Yo tengo algunas amigas que han pedido a veces a sus maridos que se vistan de mujer para carnaval. Si el tipo es muy seguro de sí mismo, lo hace. Entre dos mujeres es muy normal que las dos se disfracen para carnaval sin tener que forzar una identidad. Sin embargo, al hombre le da un poco de miedo esa confusión que puede haber en ciertos momentos entre un cuerpo y otro. Sobre todo entre un imaginario y otro. Eso siempre lo considera un poco homosexual, el hombre. Y la mujer no. La mujer lo está deseando. Generalmente lo está deseando.










Nació en España y vive en los Países Bajos, donde trabaja como profesora de español y literatura en una escuela internacional de secundaria. Estudió sociología, música y demografía. Tiene un máster en lengua y literatura españolas por la Universidad Internacional de Valencia y es correctora profesional. Desde octubre de 2012 publica microcríticas en su propio blog de reseñas literarias: MCL (Microcriticas Literarias).









Entrevista publicada con la autorización de su autora, Leonor Ruiz Martinez.
Links agregados por este blog. 




Cristina Peri Rossi: Página Oficial






Entrevista a Cristina Peri Rossi, por Ulrike Prinz






LITERATURA ES LIBERTAD



“El lugar al que se regresa ya no es el mismo,
 el tiempo y una misma han cambiado,
y entonces ya no se puede regresar.”


Cristina Peri Rossi me recibe en su apartamento, con vistas a los edificios y terrazas de Barcelona. Desde allí, algunos días incluso se divisa el mar. En diciembre de 2008, la escritora fue galardonada con el prestigioso Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, otra distinción más en su carrera de poeta y narradora. Nacida en Montevideo, Uruguay, el 12 de noviembre de 1941, participó en las revueltas de los años sesenta. Su nombre y su obra fueron prohibidos en su país, y tuvo que exiliarse a España en 1972. Debido a sus actividades políticas, dos años más tarde tuvo que emigrar de nuevo, esta vez a París. Regresó a Barcelona en 1974, donde obtuvo la nacionalidad española. Es una de las escritoras más reconocidas en el mundo hispanoparlante, asociada al boom de la literatura latinoamericana de los años setenta y ochenta. Como escritora, Peri Rossi ha sido muchas veces pionera, abriendo camino a las escritoras que la siguieron. Su obra abarca todos los géneros: poesía, relato, novela, ensayo, artículos, y ha sido traducida a más de quince lenguas. Peri Rossi ha creado su propio estilo, su propio lenguaje. Su poesía es audaz, apasionada, corpórea, expresiva, moderna, despiadada. Es el lenguaje seductor del deseo.

Ulrike Prinz: ¿Cristina, te consideras una persona “libre”?

Cristina Peri Rossi: Sí, aunque la libertad absoluta es imposible. Yo me comprometo mucho con las situaciones emocionales, afectivas; la emoción siempre es un compromiso para mí. Por ejemplo, este año la Organización de las Naciones Unidas me invitó a dar una conferencia sobre los sesenta años de los derechos humanos, en reconocimiento a mi labor en la lucha por la justicia, la libertad, la democracia y la igualdad. En este sentido, no soy libre, en la medida en que tengo compromisos éticos, que a su vez implican unos deberes. Esos deberes yo los transformo en deseos, ya que la libertad se logra cuando uno consigue convertir los deberes en deseos. En mi caso, el deseo está tan superpuesto al deber que soy muy feliz haciendo las cosas que debo hacer éticamente, y me sentiría muy mal si no las hiciera. 
 Lo que sí siento es una gran libertad para pensar, y para hacerlo con respecto a los prejuicios y las cosas que uno hereda o las ideas propias de una época; además, me interesa mucho ponerlos en tela de juicio. Quizás esto me viene de la infancia, porque los niños suelen ser bastante lógicos. Freud dice que hay un sentido innato de la igualdad y de la justicia muy arraigado en los niños. Yo lo he sentido desde muy pequeña y lo he desarrollado. Eso me ha ayudado mucho, porque el debate interior se produce cuando la lucha por la libertad perjudica a los intereses particulares o subjetivos. Conozco a escritores y escritoras que no se han comprometido en la lucha contra las dictaduras porque temían que sus obras fueran prohibidas, como ocurrió con las mías. Mi nombre estuvo prohibido en Uruguay durante quince años; una emisora de radio fue cerrada sólo por nombrarme. Durante los trece años de dictadura, mis amistades tuvieron que quemar mis libros porque corrían el riesgo de ser arrestados. 
Sí tengo la conciencia tranquila, soy feliz, y no se me plantea ese debate entre los logros y objetivos personales y la conciencia. En Brasil, durante la dictadura quedaron muchos escritores y escritoras –hoy con premios importantes– porque ni se exiliaron ni criticaron la dictadura. Ahora, cada cual tiene que resolver eso a su manera. Creo que lo más que le puedo pedir a un artista o intelectual es que esté a la altura de su obra, que su vida esté en consonancia con sus principios. A mí, por lo menos, me da cierta tranquilidad.

UP: ¿Y hay mucha diferencia entre la libertad política, y la libertad literaria y personal? 

CPR: La literatura tiene que tener libertad porque es justamente en el arte donde podemos poner las fantasías; incluso las cosas que están prohibidas podemos volcarlas en la literatura... 

UP: ¿Y puede ser una guía? 

CPR: Exacto. Hasta las cosas que permanecen fijas a lo largo de la vida, como el sexo. Yo cuando escribo puedo ser, por ejemplo, un perro. Puedo utilizar la primera persona y trasladarme a otra manera de ser. Suelo hacerlo con frecuencia en la narrativa, donde utilizo mucho la primera persona como instrumento literario para lograr la cercanía con el lector, la identificación. Es una gran libertad para mí poder ponerme, llegado el caso, en el lugar de un hombre. Tengo un relato muy famoso, titulado “Conversación con el ángel”, sobre un hombre casado al cual su mujer abandona por una mujer. Intento meterme en la cabeza de un hombre heterosexual que no entiende nada, que se desespera porque quiere entender y que se siente excluido. El personaje está desesperado, recorre la ciudad de noche, se emborracha. De pronto, sin darse cuenta, entra en un bar gay, lo que hace que se sienta más confundido, más violento, más agresivo; se acerca a una mujer, que en realidad es un travestido, le empieza a hablar y al final le agarra del cuello y le pide que le explique qué hacen dos mujeres. Y la explicación que este personaje le da permite que se abra la puerta de su entendimiento a lo que hasta entonces le provocaba ira y esa sensación de traición.
Esta libertad es, a su vez, también un riesgo de la escritura. Una juega permanentemente a sentir lo que otros sienten, sobre todo en las novelas. Y, a veces, me cuesta volver, separarme del personaje. Yo siempre digo que los escritores no debemos vivir solos. Hay momentos en los que necesito que alguien me diga, por ejemplo: “No fuiste a la tintorería” o “Anda a comprar el pan”; eso me obliga a volver a la realidad. La frontera entre lo real y lo imaginario es muy frágil, y cuando estoy involucrada en ese mundo imaginado me cuesta salir, porque es muy estimulante: ahí uno es casi Dios. Yo soy atea, pero inventar un personaje, que se siente casi como algo propio, acerca un poco a la idea de la creación divina. Por eso, cuando termino un libro, sobre todo de narrativa, paso una semana de depresión. La llamo “la depresión postparto". Ya no está dentro, está fuera..., deja de ser mío.

UP: La cuestión de la identidad del autor y del personaje es un tema interesante. Siri Hustvedt en su ensayo Being a Man confiesa que en sus sueños es un hombre y que ella escribe desde la perspectiva de un hombre.

CPR: A veces eso es más fácil, porque escribiendo como mujer se corre el riesgo de hablar sobre una misma. En mi última novela, El amor es una droga dura, el personaje masculino está escrito en primera persona. Manuel Vázquez Montalbán la presentó en Barcelona y Vicente Verdú en Madrid, y recuerdo que luego los dos me preguntaron: “¿Cómo es que te metes tan bien en la cabeza de un hombre?”. Es una facilidad que hay que aprovechar –porque si no toda la literatura sería biográfica (aunque siempre hay elementos biográficos)–, y también la posibilidad de trasladarse a otra época..., al siglo XVIII o al XXV. Eso a mí me ensancha muchísimo mi libertad.

UP: Volviendo al tema de la libertad. Hace exactamente cuarenta años que el mundo se movilizó y emprendió una lucha por la libertad. Tú, que perteneces a la generación del 68, ¿cómo viviste –como testigo y protagonista– la revolución estudiantil en Uruguay? 




“Lo mejor es no nacer. Pero en el caso de nacer,
lo mejor es no ser exiliado”.



CPR: Me gustó mucho el análisis sobre el 68 de la revista Humboldt. Es el mejor que he visto, porque el 68 no fue tan importante en Europa como en EE.UU. y en América Latina. La Revolución Cubana del 59 es quizás lo que contribuye a su importancia en América Latina, pues le da una perspectiva de futuro a la revolución y la hace posible, también para Europa. Aunque Europa, después de dos guerras mundiales, estaba totalmente deprimida, y tuvo que colocar lejos la utopía y la revolución. Régis Debray, un intelectual francés que fue a luchar a Cuba, es un ejemplo de la admiración que se sentía en Europa por estos movimientos revolucionarios, que después tuvieron que pagar el precio de la realidad. Las revoluciones tienen que enfrentarse en algún momento con las condiciones reales, y ahí empiezan a demostrar que no siempre son capaces de sostener sus ideales, que, en último término, no son más que una guía, es muy difícil traducirlos. 
 Para mí, el 68 es un movimiento antiautoritario. En los lugares de Uruguay donde se consiguieron algunos logros, la universidad empezó a ser un órgano representativo, donde los representantes de los estudiantes eran tan numerosos como los de los burócratas, los funcionarios. Y también supuso la libertad sexual.

UP: A eso voy... 

CPR: Aunque yo, que tengo buena edad y experiencia en izquierdas, te puedo decir que la izquierda es tan reaccionaria en este punto de vista como la derecha. 

UP: Sí, libertad sexual sí…, para los hombres... 

CPR: ... pero no para las mujeres. Quizás lo más terrible es que las mujeres se confundieron. Al permitirles formar parte de la guerrilla uruguaya, pensaron que estaban en pie de igualdad con los hombres, pero no tuvieron acceso a puestos dirigentes del aparato político. Podían participar fusil en mano, pero a la hora de tomar decisiones, ellas no contaban. Fueron usadas como carne de cañón. Además, hay otra cuestión de la que no se ha hablado, y en la que yo insisto mucho, que demuestra hasta qué punto siguen funcionando las jerarquías patriarcales en el enfrentamiento con el poder: todas la mujeres guerrilleras, al ser arrestadas, fueron violadas. ¡Todas! No se perdonó a ninguna. Y, después, les dieron las mismas palizas, y las mataron igual. O sea, la violación sigue siendo utilizada como instrumento de dominación y sobre ello no ha reflexionado la izquierda. Porque las mujeres estaban en calidad de compañeras de los guerrilleros. También por eso, pocas mujeres se exiliaron solas. Se exiliaron porque se exiliaba su compañero.
Otra cosa importantísima del 68 es el movimiento antipsiquiatría; se comprendió que el electroshock no era la solución. Y, además, el movimiento sesentayochista permitió la apertura de pensamiento. ¡Fue la última vez que una generación creyó que podía cambiar el mundo!

UP: Hablando del exilio, ¿cómo ha influido en el escenario de la narrativa contemporánea? 

CPR: Hay toda una corriente de literatura del exilio desde Virgilio, que fue un exiliado. En la Antigüedad era el principal castigo. La corriente de los filósofos pesimistas griegos tiene este aforismo tremendo: “Lo mejor es no nacer. Pero en el caso de nacer, lo mejor es no ser exiliado”. 

UP: ¿Tú también lo vives con tanta dureza? 

CPR: Mientras duren las dictaduras, es una situación muy dolorosa. El emigrante económico, que sale de su país con la ilusión de hacer dinero para volver, va a conocer un lugar donde se vive mejor. En cambio, el exiliado es echado a patadas del lugar donde nació. Por lo tanto, vive el exilio como un castigo y una gran pérdida. Los exiliados, tanto los de la guerra mundial como los de la guerra española o como nosotros mismos, hemos perdido una guerra. Consecuentemente, somos los derrotados.  
Es muy confuso, porque, por un lado, se tiene un sentimiento de culpa muy fuerte, muy duro. Se siente que se ha traicionado a la gente que ha luchado y, en último extremo, se siente culpa por haber salvado la vida. Por otra parte, se idealiza lo que se ha perdido, porque se ha perdido involuntariamente, como cuando se nos muere alguien.
Yo sufrí, sufrí muchísimo, pero no publiqué el libro que escribí en el exilio, los poemas. No quise publicarlos hasta que no cayera la dictadura. Me parecía que cultivar el dolor era una manera de hacerlo más fuerte. Mientras, lloraba porque no estaba en Uruguay. Participaba en la vida española, diciéndome a mí misma –haciendo honor al internacionalismo socialista– que era lo mismo combatir a Franco que a Videla o a Pinochet, o al dictador de mi país. Y que era lo mismo luchar por el socialismo en España que en Uruguay. Pero lo que sí se pierde es la historia personal, los nombres y los recuerdos que no se pueden compartir. Por eso, todos los exiliados tienden a formar guetos. Nos juntamos, aunque no haya otra afinidad, para compartir al menos un pasado, o las referencias exteriores. Pero no conviene cultivarlo mucho, porque hay que tratar de integrarse en el lugar. Es más fácil hacerlo cuando ya la dictadura ha caído, porque, entretanto, estás viviendo en dos lugares a la vez y no sabe qué vas a hacer. Las únicas dos personas que conozco que nunca se plantearon el tema fuimos mi compañera, la que se exilió conmigo, y yo. Cayó la dictadura y ninguna de las dos se planteó en ningún momento qué hacer. Ella compró un billete y yo compré un billete, ni siquiera volvimos juntas, pero ni en un momento pensamos en quedarnos... no, no..., sobre todo porque una no regresa nunca. El lugar al que se regresa ya no es, el tiempo y una misma han cambiado, y entonces ya no se puede regresar.

UP: Hay un lema que dice: “Vengo de lejos y escribo en Europa”. ¿Te aplicarías ese lema?

CPR: Yo practico una literatura muy universal. 

UP: … más bien cosmopolita. 

CPR: Muy cosmopolita. Y soy consciente de que algunos de mis libros, cuando se publicaron en España, estaban muy adelantados a lo que era el lector español o la lectora española, pero yo los publiqué igual. Mi novela La nave de los locos, por ejemplo, es una gran alegoría sobre el exilio, y cuando la edité en 1984, en España la gente no estaba preparada para ese libro. En América Latina quizás tampoco. Eso es algo con lo que se tiene que vivir. La sensación de precocidad o de estar adelantado. Kafka tiene un aforismo precioso que dice que la literatura es un reloj que adelanta. A veces atrasa, pero en mi caso adelanta. 

UP: En tu libro Habitación de hotel, gran parte de los poemas tratan de la ciudad, de los espacios transitorios. ¿Qué influencia ejerce la ciudad de Barcelona en tu poesía? 

CPR: La primera vez que escribí sobre Barcelona, hace muchos años –en un libro llamado Barce-donas, en el que participamos sólo mujeres–, yo hablaba de que las ciudades tienen sexo. Y a mí me parece que Barcelona es una ciudad bisexual, con elementos masculinos y femeninos. Es una ciudad en la que me siento cómoda, fundamentalmente por el mar. Yo me crié en Montevideo; pasé allí treinta años y no puedo estar mucho tiempo en un lugar que no tenga mar. Me basta con saber que está, me basta con olerlo a veces. Me ahogo, me asfixio, donde no hay mar. 
 Por otra parte, me tocó vivir una etapa bonita de Barcelona. La de la muerte de Franco, esos años de la transición, en los que estuve vinculada a los poetas, escritores y artistas de esta ciudad. Fue una época interesante, con cierto parecido a lo que yo viví en Uruguay. Allí con más intensidad, porque eran más revolucionarios. Por eso digo que la gauche divine fue siempre más divina que gauche, ¡mucho más divina que gauche! Fue un desperdicio porque no tuvieron suficiente.. Había un grupo de mujeres, Esther Tusquets, Ana María Moix, Beatriz de Moura, que hubieran podido ser el Bloomsbury de Virginia Woolf. Se podría haber dado algo parecido a los salones de mujeres aquí en Barcelona. Pero no cuajó, un poco por pereza y porque el hecho de haber vivido tantos años con la dictadura nos había dejado con un enorme complejo de inferioridad. Digamos que teníamos la autoestima muy baja. Aunque había editoriales, había artistas, había muchos artistas latinoamericanos en este momento...

UP: ¿… a fines de la década de 1970 y principios de los ochenta? 

CPR: Sí, cuando empieza la movida en Madrid. Había en Barcelona dos o tres lugares de encuentro: el Boccaccio, Els Quatre Gats y el Bauma, pero eso no prosperó, porque, por un lado, los artistas somos muy individualistas. Y los que se habían quedado, creo que se sentían bastante culpables por no haber resistido lo suficiente a Franco. Además, en esa etapa hubo muchos latinoamericanos, y se creó una especie de rivalidad entre los exiliados y los artistas de aquí. Pero fueron unos años de mucha libertad, de mucha experimentación, que a mí me devolvieron lo que había perdido. 

UP: En tu poema “Mi casa es la escritura”, y en otros, defines la escritura al mismo tiempo como punto de partida y también como meta. Las palabras como ultima ratio, como refugio. ¿Cuál es el poder de la poesía? 

CPR: Yo creo que es donde las palabras recuperan su fuerza primitiva, porque en el lenguaje coloquial lo que prima es la necesidad inmediata de comunicación; la palabra, lo que tiene de frescura e incluso de erotismo. La palabra es algo que tiene su gusanillo, su musicalidad. Incluso hay palabras que me caen mejor que otras. Esa necesidad de la comunicación inmediata que tiene la novela y también el lenguaje coloquial no cuenta en la poesía. Cuando leo un poema en público siempre digo: “La primera vez lo leo para que se enteren un poco de qué va”. La segunda, vuelvo a repetir el poema y digo: “Ahora ya es lo que quiero decir”. Y la tercera agrego: “Ahora, para que sientan emociones”. En la poesía, las palabras recuperan la fuerza primordial, porque en el tráfico normal la palabra se desgasta. Como en la poesía está suspendido el tiempo y el espacio –las dos coordenadas habituales–, estamos en un espacio de nadie, y en ningún tiempo –en la eternidad, o como se le quiera llamar–. Se parece a la religión, sin tiempo ni espacio. Ahí las palabras recuperan todo su vigor y toda su fuerza. Además, una palabra al lado de otra puede ganar o puede perder; se contaminan, entran en relación entre sí, y eso es un juego. 

UP: Como en la música... 


CPR: Es que la poesía es música. Tú te das cuenta si un poeta es bueno o malo fundamentalmente por cómo suena. El tema puede ser importante, pero si no suena bien, si no sale la música, no hay nada que hacer.

Esto lo estuve hablando con mi traductora de EE.UU. Le había enviado un poema, titulado “Una experiencia espiritual”, que empieza: “Ella andaba buscando una experiencia espiritual...”, y yo le explicaba que no tenía que poner “estaba”, porque “estar” da sensación de quietud y lo que yo quiero expresar es justamente que esa mujer estaba andando. 
 
En la poesía, cada palabra tiene que tener su justificación. La poesía, cuando es buena, no permite que le quites ni le pongas un vocablo. Es como cuando compones una pieza musical, no puedes poner ni un compás de más... Ese rigor, esa economía se dan en la poesía, y en el relato breve también. El relato y la poesía tienen esa exigencia. Esto lo estudió bien Edgar Allan Poe, que era poeta y narrador, ya que la estructura de la poesía y la del cuento son muy similares.

En la poesía, el primer verso es fundamental; y en un relato, la primera frase. El proceso y La metamorfosis, de Kafka, están escritos como si fueran poesía. En un poema, tienes que acertar con el primer verso y también con el último. En el relato, el final tiene que ser un golpe para el lector. Yo lo hacía al principio de modo instintivo, pero ahora ya llevo una larga experiencia. La primera frase la sé antes; a veces voy en el metro, y tengo una primera frase, y me la tengo que apuntar en un papel.

UP: Has publicado cerca de treinta y siete libros... 

CPR: Casi cuarenta libros... y a veces estoy durmiendo, y me sale una primera frase. Y entonces no tengo ganas de encender la luz y apuntarla, y trato de memorizarla, pero no hay manera, aunque sé que va a volver. Puedo tener el tema, pero, mientras no tengo la primera frase, no escribo, porque la primera frase siempre la comparo con la seducción. Si tú de pronto estás en el vestíbulo del cine y pasa alguien que te gusta, si no das con la sonrisa o la mirada adecuadas, se te va. O te sale o no te sale, pero, si no te sale, se va a ir, así que mejor que se te ocurra, ¿no? (Se ríe.) 






UP: Te acaban de otorgar el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe por tu libro Playstation. ¿Cuál es el mensaje de este libro? ¿Cuál es su aventura? 

CPR: Es un libro muy, muy duro, un libro completamente urbano, de una gran soledad. Este libro sí que es completamente autobiográfico. Eso quiere decir que cada poema cuenta una historia pequeña que me ha pasado a mí. Por ejemplo, un poema que habla de cuando yo estaba recién exiliada, vivía en un barrio obrero, aquí en Barcelona, por San Andrés –un barrio de emigrantes pobres–, y un día salí en la televisión. La televisión era Dios. Y, entonces, cuando fui al mercado, me empezaron a mirar mal, porque pensaban que, si yo salía en la televisión, tenía que ser rica y famosa. ¿Y qué hace un rico y famoso viviendo ahí? Y yo me daba cuenta del malestar, me daba cuenta de que me estaban mirando de reojo, gente que normalmente me saludaba como si yo fuera la vecina de toda la vida..., hasta que un vecino me dijo: “¿Qué está haciendo usted, rica y famosa, entre nosotros, que somos pobres?”. Cuenta sobre todo cosas que tienen que ver con el mundo literario, con la experiencia de tener que vivir de la literatura. Uno de los poemas que tiene más éxito se titula “Punto de encuentro”, y en él hablo de una experiencia que me pasó. Entro en un sex shop muy grande, cerca de mi casa. Me gusta mucho ir a los sex shop de vez en cuando. Estaba vacío, estaba lleno de cosas –enorme, una superficie inmensa–, y me encuentro con un colega de la universidad, era la única persona que había, un profesor de filosofía. Y, cómo no, los dos nos sentimos un poco turbados, y nos ponemos a hablar de filosofía, de la polémica entre Locke y Hobbes. Y mientras él empieza a hablar de mis libros, yo estoy pensando que él está deseando meterse en la cabina para masturbarse y yo estoy deseando comprar una película porno. O el poema “Formar una familia”, que empieza diciendo que una mujer me gustaba mucho pero me propuso formar una familia. Y yo le pregunto que para qué quiere otra familia, si ya tiene una, tiene padre, madre, hijos, primos... Y ella me dice: “¿Ésa es tu idea de la familia?”, y yo le respondo que no, que tengo muchas más.


FORMAR UNA FAMILIA 
Aquella mujer me gustaba mucho
pero me propuso que formáramos una familia
ella ya tenía un hijo
de su primer marido
tenía padre madre hermanos y primos
Otra familia me parecía una redundancia.

¿Para qué quieres otra familia? –le contesté
¿Para que vea cómo tu hijo no baja la tapa
del retrete por miedo oculto a la castración
y cómo tu hermana no cierra la puerta del baño
para no perderse nada de lo que ocurre en el salón?

¿Ésa es tu idea de una familia? –me preguntó.
No, además tenía otras ideas:
gente con la cual yo no me tomaría un café
si no mediara un parentesco
gente que discute por dinero
propiedades cuentas bancarias
gente que no se habla por un asunto
de reparto de sillas o de sofás

y que se reúnen una vez al año
–por Navidad–
sin tener ganas
y se pasan la noche anterior
y el veinticinco de diciembre
comiendo y bebiendo
y haciendo mucho ruido.

¿Tú qué haces por Navidad? –me preguntó, entonces.

Busco una emisora de música clásica
–le dije–
y juego a la playstation.


Trata un poco sobre lo que todos sentimos pero no decimos. Es la desmitificación de todos los rituales de la vida urbana. Y cuento una noche en el hospital de Sant Pau de Barcelona... Es un libro con el que todo el mundo se ríe, yo creo que por nerviosismo. Cuando leo algo de él, siempre salta la carcajada, pero es porque estoy diciendo lo que todo el mundo piensa y no es correcto decir. Es un libro muy, muy incorrecto. 

UP: Con eso volvemos a la cuestión de la generación del 68. 

CPR: Claro, sí, sí, exactamente. Pero, por otro lado, estoy segura de que es bueno que en un libro esté lo que pensamos muchos y no nos conviene decir. No hay ningún poema de amor, hay una profunda soledad en el libro, pero es la soledad del individuo contemporáneo en las grandes ciudades, en la que terminamos jugando con la playstation. La que crea menos problemas, ¿no?

UP: Claro, siempre se puede ganar...

CPR: Además, cuento anécdotas reales, por ejemplo, que tuve una editora muchos años que es una gran jugadora. Los escritores somos todos muy jugadores. Pero también la literatura es un juego en algún lugar. Cuento que mi editora siempre me invitaba a sus reuniones de póker. Yo le digo que no, porque voy a perder (ella juega con su psicoanalista, con otra mujer y, claro, yo voy a perder), y ella me dice: “Tú juegas con las máquinas al póker”. Yo le contesto que sí, pero que la máquina no tiene nada contra mí, ni yo contra ella. Soy una jugadora solitaria, a todo juego sola, porque luego no soporto la agresividad que hay cuando la gente pierde. Por eso, siempre prefiero jugar con máquinas. El poema termina diciendo que, al no irme con la editora a jugar al póker, es la primera vez que pierdo una oportunidad de perder. (Se ríe.) 

UP: Bueno, la última pregunta: algunas veces hablas de la catástrofe del amor. ¿Se puede aprender a amar a la medida justa?

CPR: Mira, yo pienso que a amar no se aprende. Amar es una cosa que una tiene en el corazón. Porque, en último término, si uno no tiene capacidad de amar es difícil que encuentre un objeto para amar, qué sé yo: el perrito, el gatito, el vecino de la esquina. Además, el amar te coloca en una situación de fragilidad y de vulnerabilidad (siempre me acuerdo del poema de William Blake que dice que la sonrisa de la mujer que ama le lleva al paraíso, pero si no lo mira se hunde en el infierno). Sí, nos coloca en una situación de dependencia emocional muy grande, en una situación muy frágil. Pero ¡bendita sea esa fragilidad, porque lo contrario sería ser robot! 

UP: Tiene que ver con la libertad también, la libertad interior...

CPR: Sí, sí, lo que ocurre es que algo tenemos que obtener. Todos los seres humanos somos narcisos. ¿Cómo es que nos colocamos en esa situación de dependencia? Algo importante tenemos que obtener. Yo creo que es, por una parte, la intensidad emocional y, por otra, la ilusión. Asumimos esa fragilidad y esa vulnerabilidad en la medida en que va unida a una cuota de intensidad que no tienen otras cosas... Lo comparo con la creación. Lo que ocurre, lo que noto, es que la gente cada vez está menos dispuesta a colocarse en esta situación de fragilidad. Por todos lados, los libros de autoayuda te dicen que hay que evitar la dependencia. A ver, ¿qué están diciendo? Evitar el contacto, el amor… Al contrario, lo que tenemos que hacer es reforzar esos lazos de dependencia. Lo tremendo es depender de una sola persona, pero no los lazos de dependencia. Yo dependo de que me vendan el pan, de que el médico esté cuando le llamo... Sí, vivimos en situaciones de dependencia. Y la interdependencia, por otra parte, es cuando la dependencia es mutua.
A mí me gusta mucho que me interrumpa mi novia a cada rato para decirme “Te quiero”, me parece maravilloso. ¿Para qué quiero yo que no me interrumpa? Estoy rodeada de gente que no quiere que nadie le interrumpa con un mensaje así. Y me parece que el amor hace aflorar con esa fragilidad nuestra parte más sensible. 
Normalmente, los libros de autoayuda te dicen: primero hay que amarse a sí mismo y después a los demás. Si te lo tomas en serio, muy en serio, nunca amas a nadie. Porque en el amor hay una entrega, y así te vuelves menos egoísta. Justamente, para mí amar implica renunciar a una cantidad de objetivos. Uno no ama para hacer lo que le da la gana, sino para renunciar en parte a lo que nos da la gana y hacer a veces lo que el otro quiere. Uno tiene que tener en cuenta la satisfacción del otro, porque no somos distintas personas. Pero, en todo caso, creo que el amor no es solamente el amor interpersonal, sino también el amor a la gente, a ciertas ideas, a ciertos objetos y, sobre todo, un amor a la vida, que implica renunciar a ciertos placeres... Yo no tengo ninguna duda de que, de pronto, el sadomasoquismo es muy intenso, pero estoy dispuesta a renunciar siempre al sadomasoquismo, porque creo que el respeto a la vida me lleva renunciar a ciertos placeres que son dolorosos.

UP: Muchísimas gracias, Cristina.

©Ulrike Prinz
Diciembre de 2008,
Barcelona, España.
Revista Matices
Junio 2010
Alemania.




 Fuente: Página oficial de Cristina Peri Rossi





Nota: Las citas y fotografías no están en la entrevista original, son un agregado de este blog.

Solitario de amor, novela de Cristina Peri Rossi (fragmento)


“Y cuando tus pezones se hinchan bajo la blusa negra que mojo con saliva, despuntan, erectos,bajo la tela, cuando tus pezones, pegados al tejido sobresalen, formes y erguidos, la palabra brota de mi deseo apocalíptico: clavijas, digo; entonces, con la delicadeza y la sabiduría del manipulador de violines, mis dedos, de lejos, comienzan la operación de acercarse; mis dedos, que antes he limpiado y frotado con crema, descienden y oprimiendo tus pezones los torneo, los ajusto, los ciño a la arandela de los pechos.



El sexo de Aída es como una cerradura. Intervengo en él como extranjero dotado de una llave que abre la puerta para explorar la casa extraña. Yo soy ese extranjero, ese explorador. El navegante perdido. El apátrida del tiempo y del espacio. Yo soy ese extraño. Hablo una lengua que no conoce, puesto que mi cuerpo es diferente al suyo y mi sexo es una llave, no una casa. Y aun cuando mis labios carnosos se fijan como ventosas a la pulpa de su sexo, succionando el jugo marino de la concha.



La escucho, pasivo, y lentamente me voy contaminando. Bebo de ti las lágrimas, la bilis, el sudor, la sangre menstrual, la orina, la cólera, el jugo pancreático, la irritación, la saliva, la frustración, el orgullo herido, tus vómitos, el rencor y el hastío. La bilis rencorosa, las lágrimas hastiadas, el menstruo irritado, la orina agresiva, la saliva toxica, la leche envenenada.

Soy un hombre muy ocupado que no hace nada en todo el día. No tengo tiempo, pero mi empleo del tiempo no produce objetos, ni dinero, ni obras: es, por tanto, un tiempo imaginario, para la sociedad en que vivimos, una sociedad desamorada. Toda mi energía se consume en amar a Aída, en imaginar a Aída, en esperar a Aída.


El amor es una toxicomanía-dice Raúl. Me dejo intoxicar por Aída. Aída es mi droga y las dosis de Aída que necesito son cada vez mayores. Como el adicto (…) Hablo solo, bebo demasiado, fumo demasiado, pero estas otras drogas no reemplazan a la única droga que deseo. “



© Cristina Peri Rossi
Solitario de Amor






Solitario de amor (Ed. Lumen, Barcelona, 1995) es el relato de una pasión amorosa y erótica, narrada desde la soledad que crea la imposibilidad de fusión-posesión con el cuerpo amado. El centro de esa pasión absoluta es Aída, el eje de toda la obra, no sólo su persona, sino especialmente su cuerpo, sus gestos, sus olores, sus secreciones, sus vísceras, sus palabras. Cada capítulo es una instantánea de Aída, la poetización de la intensidad emocional padecida por el narrador casi anónimo ("me siento un hombre sin pasado, sin rencores, sin heridas viejas: he nacido de Aída, soy el hijo virgen") desde el desamparo y la adoración sin límites. El amante ha contraído una adicción: el cuerpo de Aída, y necesita dosis cada vez mayores para sobrevivir. Por eso llega a decir:"El amor es una droga dura". El mundo exterior es hostil al amor: ha sido creado por el desamor. El estilo sutil, cargado de sensualidad de la autora, dibuja lenta y amorosamente el cosmos y el paraíso del amor, y el desierto y la soledad de su falta. Solitario de amor es una de las mejores novelas sobre la pasión que se han escrito en los últimos años.