la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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García Márquez dio el visto bueno a la versión teatral de El Coronel / A.G.B., El Diario de Caracas, 24 de agosto de 1989.

 La versión y dirección de la obra estarán a cargo de Carlos Giménez, el fundador de Rajatabla.

Televisa está realizando una miniserie sobre Rajatabla. 

Fuente: Ana Lía Cassina / Carmen Gallardo / Mariana Llanos

José Pulido entrevista a Gabriel García Márquez







Hay una elite intelectual
que considera imposible
popularizar la literatura
G.G.M.




En el epicentro de una ventolera de playa, se desarrollaba uno de los tantos congresos de escritores que organizaban en La Habana. Gabriel García Márquez era el imán que atraía a periodistas de varios continentes, pero ninguno había logrado entrevistarlo. Como vieron que yo andaba con Miguel Otero Silva y el Gabo se la pasaba hablando con él, un entreverado grupo de periodistas latinoamericanos, españoles y franceses me insistió: “¿por qué no le haces unas preguntas y las compartes con nosotros?”. Yo no cargaba grabador. Sólo una pequeña libreta. Un rato después me acerqué a Gabriel García Márquez y Miguel Otero, quienes tomaban café negro y hablaban de todo menos de literatura. Le dije al Gabo, tratando de no parecer irrespetuoso “Si usted no me permite aunque sea un entrevista pequeñita, el dueño de El Nacional, que usted conoce muy bien, me va a mandar de regreso a Caracas”. Miguel Otero asintió poniendo cara de jefe terrible, tornándose cómplice de mi planteamiento. Y así comenzó la primera entrevista que le hice a Gabriel García Márquez. Luego, gracias también a ese otro escritor fabuloso que era Otero Silva, sostuve otras emocionadas y desatinadas conversaciones con el autor de Cien años de soledad y todos los demás títulos que nadie ignora.

La entrevista

El primer lote de mil ejemplares de “Crónica de una muerte anunciada” puesta a la venta por Casa de las Américas, se vendió en La Habana en menos de dos horas.
Gabriel García Márquez firmó más de doscientos de esos ejemplares, mientras conversaba con viejos conocidos, de los que tuvieron el privilegio de ser sus amigos cuando era un pendejo que nadie quería entrevistar.

Eso ocurría en La Habana, durante los primeros días de septiembre de 1981. En una mesita apartada, García Márquez habla con Otero Silva sobre sus días de pesca con Fidel Castro y otros cubanos y se recrea explicando por qué es un furibundo admirador de Hemingway.

-Hemingway me dio los mejores consejos que me han dado para escribir –dice el Gabo.

-Me enseñó que la obra literaria es como un iceberg, del cual sólo se ve una octava parte de su volumen, pero lo que sustenta lo visible son las siete partes que están bajo el agua... Me enseñó que muchos escritores se rompen la cabeza tratando de hacer diálogos que se parezcan a la vida real, porque no saben que los diálogos en la literatura sólo son reales cuando son literarios.

Vestido con bragas de mecánico y con las canas cenicientas ganándole terreno a los cabellos negros, García Márquez trata de zafarse de la firma de libros y de las entrevistas: “¿Para El Nacional? ¿Por qué no le dices a Otero Silva que me pague la entrevista?, fíjate que en Moscú me las pagan”, bromea.

Insistiendo en que es un hemingwayano, García Márquez enfatiza: “Hemingway me enseñó también que se puede hacer una literatura revolucionaria sin necesidad de pregonarlo en la misma literatura”.

Se levanta con ganas de alejarse. Está reacio a cualquier entrevista, pero accede a responder porque es como una conversación y no aparece a la vista ningún grabador. Sin embargo, desconfía de la libreta y apunta:

-Tú no vas a entender nada de lo que estás escribiendo ahí...

-¿Exactamente cuántos ejemplares se han vendido de Crónica de una muerte anunciada hasta ahora? ¿es cierto que será llevada al cine?- (preguntas desesperadas).

-En español se han vendido dos millones de ejemplares... ¿Me preguntaste si la iban a llevar al cine? Esa es una manía de los cineastas, pero hasta ahora no hay nada en concreto... es una manía perfectamente válida, por lo demás.

-¿A qué se debe el éxito de su último libro? Se ha dicho que está “hinchado” con letras grandes, que no es en realidad una novela. (Pregunta de novato patán).

El Gabo despliega su bigote de taxista, también harto ceniciento, cuando sonríe ante lo que seguramente ha sido una crítica permanente, respecto a “Crónica de una muerte anunciada”. (Si la letra es chiquita la gente se queja. Si es grande, se queja igual).

-La Crónica… está en la calle, con los cigarrillos, frente a los cines, en los estadios y los quioscos, con un precio bajo. Y la letra es grande para que la lean personas que carecen del hábito de la lectura. Yo sostengo que la literatura sí le interesa a la gente... Hay quienes se inhiben de ir a las librerías, que son como templos y cuando ven un libro así en la calle lo compran.

-Si uno se echa a la calle y escribe para muchos lectores, entonces el resultado es ese: dos millones de ejemplares vendidos en español –añade García Márquez.

Está que se va, como si le hubieran soltado las amarras, pero continúa hablando:
-Esa es la eterna lucha entre la buena y la mala literatura: disputar el mercado.

El viento entra con fuerza por un ventanal abierto, da vueltas entre cortinas y se lleva varias servilletas de las mesas como bailando un vals de Strauss. Un segundo después se ha ido. El Gabo parece recordar que no desea ser entrevistado. Pero tiene ganas de decir algo y quizá el periodista que tiene por dentro le ha hecho una pregunta.

-Hay un pequeño grupo de intelectuales de élite que considera imposible popularizar la literatura. Yo creo que lo malo es hacer concesiones para ensanchar ese mercado, pero uno no debe renunciar a estar en la onda popular... Yo estoy en esa onda...

En el Encuentro de Intelectuales, García Márquez fue el escritor más asediado y besado por las damas. A cada rato interrumpían la entrevista para abrazarlo y mancharle la cara con boquitas y bocotas de rouge. Olía a varias y distintas fragancias femeninas.

-En Europa hubo una edición “pirata” de la Crónica… y dicen que se agotó. ¿Eso es cierto?

García Márquez se ríe verdaderamente divertido por eso: “Yo soy partidario de los editores piratas porque gano lectores, que es lo que más le interesa a un escritor cuando ya tiene dinero con qué comer. Quien pierde es el editor legítimo”.

Se le pregunta respecto al comité de los siete que respaldaría la proyección cultural francesa, en la búsqueda de una estrecha relación con los pueblos latinoamericanos, y responde que a su juicio este organismo funcionará con mayor agilidad que otros.

-No será oficial, se mantendrá autónomo. Se reunirá cada año y tendrá un secretario general. Yo espero quedar en ese comité: es el sueño de mi vida.

-¿Qué ha pasado con la demanda de los personajes de la Crónica…?

El Gabo parece estar a punto de decir “no me preguntes eso”, pero comenta, desganado, que la demanda es contra unos periodistas.

 - Yo no tengo nada que ver con eso –especifica.

Ahora sí se distancia, no hay posibilidad de tirarle el anzuelo de otra interrogante, pero, sin embargo, antes de alejarse con su paso rápido, se asoma a la libreta de apuntes como un niño que desea ver lo que hierve en una olla y repite su comentario inicial, aderezado ahora con unas cuantas obscenidades de Aracataca:

-A mí me parece que tú no vas a entender un coño de esa vaina.






Fuente: José Pulido



Foto de Gabriela Pulido


Nació en Venezuela, el 1° de noviembre de 1945.Vive en Génova, Italia.

En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado a creadores y artistas.

Ha fundado y dirigido varios suplementos y revistas de literatura. 
Si se requiere información detallada sobre estas publicaciones, favor solicitarla a este correo: jipulido777@gmail.com


Forma parte de la Antología Por ocho centurias, XXI Encuentro de Poetas iberoamericanos, Salamanca, España, entre otras.

Ha sido invitado a festivales en Irak, Colombia, Brasil, Chile, España y Génova. Participó, en 2012, como invitado de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en Salamanca. En el 2018 y en el 2019 invitado al Festival Internacional de Poesía de Génova.

Publicaciones más recientes:

El puente es la palabra. Antología de poetas venezolanos en la diáspora.

Compilación: Kira Kariakin y Eleonora Requena, para Caritas.

Poeti Uniti per il Venezuela, Parole di Libertà (Poetas Unidos por Venezuela, Palabras de Libertad) publicado por Borella Edizioni, evento respaldado por la Associazione culturale Orquidea de Venezuela, con sede en Milán.

Poemario Heridas espaciales y mermelada casera editado por Barralibro Editores




Gabriel García Márquez elogia la puesta de Carlos Giménez de "El Coronel no tiene quien le escriba: “Absolutamente emocionante, conmovedora...No se oyó volar una mosca, no se oía respirar": México, agosto 1989






Absolutamente emocionante pero de veras.de veras. Yo no leo ninguno de mis libros después de que se publican, no los leo por miedo, por miedo de  que algo no me guste y quisiera cambiarlo  (…) El Coronel no tiene quien le escriba no es la excepción. Yo no la leo  desde que se publicó sin embargo  hoy la viví completamente otra vez como cuando la escribí. De veras no esperaba que fuera tan emocionante, tan conmovedora para mí y tengo la impresión de que para el público también porque me di cuenta de que todo el mundo quedó en suspenso desde la primera palabra hasta la última. No se oyó volar una mosca, no se oía respirar. Es emocionante realmente”. 
Gabriel García Márquez
Premio Nobel de Literatura
México, agosto 1989




Pepe Tejera y Aura Rivas


Fuente: Gabriel García Márquez /  Carlos GiménezGlobovisión 







García Márquez elogia la puesta de Carlos Giménez de "El Coronel...": "Absolutamente emocionante, conmovedora...": video, México, agosto 1989









Absolutamente emocionante pero de veras. Yo no leo ninguno de mis libros después de que se publican, no los leo por miedo, por miedo de  que algo no me guste y quisiera cambiarlo (…) El Coronel no tiene quien le escriba no es la excepción. Yo no la leo  desde que se publicó sin embargo  hoy la viví completamente otra vez como cuando la escribí. De veras no esperaba que fuera tan emocionante, tan conmovedora para mí y tengo la impresión de que para el público también porque me di cuenta de que todo el mundo quedó en suspenso desde la primera palabra hasta la última. No se oyó volar una mosca, no se oía respirar. Es emocionante realmente”. 
Gabriel García Márquez
Premio Nobel de Literatura
Mexico, agosto 1989







Pepe Tejera y Aura Rivas


Fuente: Carlos Giménez/ Globovisión

Links
Carlos Giménez: Web
Libro homenaje, prólogo de José Pulido, 
textos de Carlos Giménez, entrevistas de Viviana Marcela Iriart






Gabriel García Marquez: “Hemingway me dio los mejores consejos que me han dado para escribir “ / entrevista de José Pulido, La Habana, septiembre 1981 / fotos Sara Facio







Porque lo admiraba como todas las personas que lo leyeron, les dejo aquí hoy la primera entrevista que le hice al Gabo. Ni siquiera se imaginaba que iba a ganar el Premio Nobel. Y yo, que me alegraba con sus novelas, no pensaba que un día me sentiría triste por él. Bueno: es muy del Gabo eso de morirse en Semana Santa.

Caracas 17 de abril de 2014

Hay una elite intelectual  que considera imposible  popularizar la literatura. “Crónica de una muerte anunciada”, tiene letras grandes para los que carecen del hábito de la lectura”, explicó. En español ha vendido dos millones de ejemplares
En el epicentro de una ventolera de playa, se desarrollaba uno de los tantos congresos de escritores que organizaban en La Habana. Gabriel García Márquez era el imán que atraía a periodistas de varios continentes, pero ninguno había logrado entrevistarlo. Como vieron que yo andaba con Miguel Otero Silva y el Gabo se la pasaba hablando con él, un entreverado grupo de periodistas latinoamericanos, españoles y franceses me insistió: “¿por qué no le haces unas preguntas y las compartes con nosotros?”. Yo no cargaba grabador. Sólo una pequeña libreta. Un rato después me acerqué a Gabriel García Márquez y Miguel Otero, quienes tomaban café negro y hablaban de todo menos de literatura. Le dije al Gabo, tratando de no parecer irrespetuoso “Si usted no me da aunque sea un entrevista pequeñita, el dueño de El Nacional, que usted conoce muy bien, me va a mandar de regreso a Caracas”. Miguel Otero asintió poniendo cara de jefe terrible, tornándose cómplice de mi planteamiento. Y así comenzó la primera entrevista que le hice a Gabriel García Márquez. Luego, gracias también a ese otro escritor fabuloso que era Otero Silva, sostuve otras emocionadas y desatinadas conversaciones con el autor de Cien años de soledad y todos los demás títulos que nadie ignora.


La entrevista
El primer lote de mil ejemplares de “Crónica de una muerte anunciada” puesta a la venta por Casa de las Américas, se vendió en La Habana en menos de dos horas.
Gabriel García Márquez firmó más de doscientos de esos ejemplares, mientras conversaba con viejos conocidos, de los que tuvieron el privilegio de ser sus amigos cuando era un pendejo que nadie quería entrevistar.
Eso ocurría en La Habana, durante los primeros días de septiembre de 1981. En una mesita apartada, García Márquez habla con Otero Silva sobre sus días de pesca con Fidel Castro y otros cubanos y se recrea explicando por qué es un furibundo admirador de Hemingway.

-Hemingway me dio los mejores consejos que me han dado para escribir –dice el Gabo.- Me enseñó que la obra literaria es como un icebreg, del cual sólo se ve una octava parte de su volumen, pero lo que sustenta lo visible son las siete partes que están bajo el agua... Me enseñó que muchos escritores se rompen la cabeza tratando de hacer diálogos que se parezcan a la vida real, porque no saben que los diálogos en la literatura sólo son reales cuando son literarios.

Vestido con bragas de mecánico y con la canas cenicientas ganándole terreno a los cabellos negros, García Márquez trata de zafarse de la firma de libros y de las entrevistas: “¿Para El Nacional? ¿Por qué no le dices a Otero Silva que me pague la entrevista?, fíjate que en Moscú me las pagan”, bromea.
Insistiendo en que es un hemingwayano, García Márquez enfatiza: “Hemingway me enseñó también que se puede hacer una literatura revolucionaria sin necesidad de pregonarlo en la misma literatura”.

Se levanta con ganas de alejarse. Está reacio a cualquier entrevista, pero accede a responder porque es como una conversación y no aparece a la vista ningún grabador. Sin embargo desconfía de la libreta y apunta:

-Tú no vas a entender nada de lo que estás escribiendo ahí...
-¿Exactamente cuántos ejemplares se han vendido de Crónica de una muerte anunciada hasta ahora? ¿es cierto que será llevada al cine?- (preguntas desesperadas).

-En español se han vendido dos millones de ejemplares... ¿Me preguntaste si la iban a llevar al cine?. Esa es una manía de los cineastas, pero hasta ahora no hay nada en concreto... es una manía perfectamente válida, por los demás.
-¿A qué se debe el éxito de su último libro?. Se ha dicho que está “hinchado” con letras grandes, que no es en realidad una novela. (Pregunta de novato patán).

El Gabo despliega su bigote de taxista, también harto ceniciento, cuando sonríe ante lo que seguramente ha sido una crítica permanente, respecto a “Crónica de una muerte anunciada”. (Si la letra es chiquita la gente se queja. Si es grande, se queja igual).

-La Crónica… está en la calle, con los cigarrillos, frente a los cines, en los estadios y los quioscos, con un precio bajo. Y la letra es grande para que la lean personas que carecen del hábito de la lectura. Yo sostengo que la literatura sí le interesa a la gente... Hay quienes se inhiben de ir a las librerías, que son como templos y cuando ven un libro así en la calle lo compran.
-Si uno se echa a la calle y escribe para muchos lectores, entonces el resultado es ese: dos millones de ejemplares vendidos en español –añade García Márquez.

Está que se va, como si le hubieran soltado las amarras, pero continúa hablando:

-Esa es la eterna lucha entre la buena y la mala literatura: disputar el mercado. 

El viento entra con fuerza por un ventanal abierto, da vueltas entre cortinas y se lleva varias servilletas de las mesas como bailando un vals de Strauss. Un segundo después se ha ido. El Gabo parece recordar que no desea ser entrevistado. Pero tiene ganas de decir algo y quizá el periodista que tiene por dentro le ha hecho una pregunta.

-Hay un pequeño grupo de intelectuales de élite que considera imposible popularizar la literatura. Yo creo que lo malo es hacer concesiones para ensanchar ese mercado, pero uno no debe renunciar a estar en la onda popular... Yo estoy en esa onda...

En el Encuentro de Intelectuales, García Márquez fue el escritor más asediado y besado por las damas. A cada rato interrumpían la entrevista para abrazarlo y mancharle la cara con boquitas y bocotas de rouge. Olía a varias y distintas fragancias femeninas.

-En Europa hubo una edición “pirata” de la Crónica… y dicen que se agotó. ¿Eso es cierto?

García Márquez se ríe verdaderamente divertido por eso: “Yo soy partidario de los editores piratas-, porque gano lectores, que es lo que más le interesa a un escritor cuando ya tiene dinero con qué comer. Quien pierde es el editor legítimo”.

Se le pregunta respecto al comité de los siete que respaldaría la proyección cultural francesa, en la búsqueda de una estrecha relación con los pueblos latinoamericanos, y responde que a su juicio este organismo funcionará con mayor agilidad que otros.

-No será oficial, se mantendrá autónomo. Se reunirá cada año y tendrá un secretario general. Yo espero quedar en ese comité: es el sueño de mi vida.

-¿Qué ha pasado con la demanda de los personajes de la Crónica…?

El Gabo parece estar a punto de decir “no me preguntes eso”, pero comenta, desganado, que la demanda es contra unos periodistas.
- Yo no tengo nada que ver con eso –especifica.

Ahora sí se distancia, no hay posibilidad de tirarle el anzuelo de otra interrogante, pero sin embargo, antes de alejarse con su paso rápido, se asoma a la libreta de apuntes como un niño que desea ver lo que hierve en una olla y repite su comentario inicial, aderezado ahora con unas cuantas obscenidades de Aracataca. 

-A mí me parece que tú no vas a entender un coño de esa vaina.



La Habana
Septiembre 1981  









Julio Cortázar por Gabriel García Márquez, Marzo 1984 / Fotos Sara Facio


El argentino que se hizo querer de todos







Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción.





 Cortázar, con máscara, y el Gabo. Foto: Sara Facio

 


Fui a Praga por última vez hace unos quince años, con Carlos Fuentes y Julio Cortázar. Viajábamos en tren desde París porque los tres éramos solidarios en nuestro miedo al avión y habíamos hablado de todo mientras atravesábamos la noche dividida de las Alemanias, sus océanos de remolacha, sus inmensas fábricas  de todo, sus estragos de guerras atroces y amores desaforados.

A la hora de dormir, a Carlos Fuentes se le ocurrió preguntarle a Cortázar cómo y  en qué momento y por iniciativa de quién se había introducido el piano en la  orquesta de jazz. La pregunta era casual y no pretendía conocer nada más que una fecha y un nombre, pero la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolongó hasta el amanecer, entre enormes vasos de cerveza y salchichas de perro con papas heladas. Cortázar, que sabía medir muy bien sus palabras, nos hizo una recomposición histórica y estética con una versación y una sencillez apenas creíbles, que culminó con las primeras luces en una apología homérica de Thelonius Monk.

No sólo hablaba con una profunda voz de órgano de erres arrastradas, sino también con sus manos de huesos grandes como no recuerdo otras más expresivas. Ni Carlos Fuentes ni yo olvidaríamos jamás el asombro de aquella noche irrepetible.

Doce años después vi a Julio Cortázar enfrentado a una muchedumbre en un parque de Managua, sin más armas que su voz hermosa y un cuento suyo de los más difíciles: La noche de Mantequilla Nápoles. Es la historia de un boxeador en desgracia contada por él mismo en lunfardo, el dialecto de los bajos fondos de Buenos Aires, cuya comprensión nos estaría vetada por completo al resto de los mortales si no la hubiéramos vislumbrado a través de tanto tango malevo; sin embargo, fue ese el cuento que el propio Cortázar escogía para leerlo en una tarima frente a la muchedumbre de un vasto jardín iluminado, entre la cual había de todo, desde poetas consagrados y albañiles cesantes, hasta comandantes de la revolución y sus contrarios. Fue otra experiencia deslumbrante. Aunque en rigor no era fácil seguir el sentido del relato, aún para los más entrenados en la jerga lunfarda, uno sentía y le dolían los golpes que recibía Mantequilla Nápoles en la soledad del cuadrilátero, y daban ganas de llorar por sus ilusiones y su miseria, pues Cortázar había logrado una comunicación tan entrañable con su auditorio que ya no le importaba a nadie lo que querían decir o no decir las palabras, sino que la muchedumbre sentada en la hierba parecía levitar en estado de gracia por el hechizo de una voz que no parecía de este mundo.

Estos dos recuerdos de Cortázar que tanto me afectaron me parecen también los que mejor lo definían. Eran los dos extremos de su personalidad. En privado, como en el tren de Praga, lograba seducir por su elocuencia, por su erudición viva, por su memoria milimétrica, por su humor peligroso, por todo lo que hizo de él un intelectual de los grandes en el buen sentido de otros tiempos. En público, a pesar de su reticencia a convertirse en un espectáculo, fascinaba al auditorio con una presencia ineludible que tenía algo de sobrenatural, al mismo tiempo tierna y extraña. En ambos casos fue el ser humano más importante que he tenido la suerte  de conocer. 

Desde el primer momento, a fines del otoño triste de 1956, en un café de París con nombre inglés, adonde él solía ir de vez en cuando a escribir en una mesa del rincón, como Jean-Paul Sartre lo hacía a trescientos metros de allí, en un cuaderno de escolar y con una pluma fuente de tinta legítima que manchaba los dedos. Yo había leído Bestiario, su primer libro de cuentos, en un hotel de lance de Barranquilla donde dormía por un peso con cincuenta, entre peloteros más mal pagados y putas felices, y desde la primera página me di cuenta de que aquél era un escritor como el que yo hubiera querido ser cuando fuera grande. Alguien me dijo en París que él escribía en el café Old Navy, del boulevard Saint Germain, y allí lo esperé varias semanas, hasta que lo vi entrar como una aparición. Era el hombre más alto que se  podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón.

 Años después, cuando ya éramos viejos amigos, creí volver a verlo como lo vi aquel día, pues me parece que se recreó a si mismo en uno de los cuentos mejor acabados - El otro cielo -, en el personaje de un latinoamericano sin nombre que asistía de puro curioso a las ejecuciones en la guillotina. Como si lo hubiera hecho frente a un espejo. Cortázar lo describió así:

"Tenía una expresión distante y a la vez curiosamente fija. La cara de alguien que se ha inmovilizado en un momento de su sueño y se rehúsa a dar el paso que lo devolverá a la vigilia.".

Su personaje andaba envuelto en una hopalanda negra y larga, como el abrigo del propio Cortázar cuando lo vi por primera vez, pero el narrador no se atrevía a acercársele para preguntarle su origen, por temor a la fría cólera con que él mismo hubiera percibido una interpelación semejante. Lo raro es que yo tampoco me había atrevido a acercarme a Cortázar aquella tarde del Old Navy, y por el mismo temor. Lo vi escribir durante más de una hora, sin una pausa para pensar, sin tomar nada más que medio vaso de agua mineral, hasta que empezó a oscurecer en la calle y guardó la pluma en el bolsillo y salió con el cuaderno debajo del brazo como el escolar más alto y más flaco del mundo. En las muchas veces que nos vimos años después, lo único que había  cambiado en él era la barba densa y oscura, pues hasta hace apenas dos semanas parecía cierta la leyenda de que era inmortal, porque nunca había dejado de crecer y se mantuvo siempre en la misma edad con la que había nacido. Nunca me atreví a preguntarle si era verdad, como tampoco le conté que en el otoño triste de 1956 lo había visto, sin atreverme a decirle nada, en su rincón del Old Navy, y sé que dondequiera que esté ahora estará mentándome la madre por mi timidez.

Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción. Fue, tal vez sin proponérselo, el argentino que se hizo querer de todo el mundo. Sin embargo, me atrevo a pensar que si los muertos se mueren, Cortázar debe estar muriéndose otra vez de vergüenza por la consternación mundial que ha causado su muerte. Nadie le temía más que él, ni en la vida real ni en los libros, a los honores póstumos y a los fastos funerarios. Más aún: siempre pensé que la muerte misma le parecía indecente. En alguna parte de La vuelta al día en ochenta mundos un grupo de amigos no puede soportar la risa ante la evidencia de que un amigo común ha incurrido en la ridiculez de morirse.

Por eso, porque lo conocí y lo quise tanto, me resisto a participar en los lamentos y elegías por Julio Cortázar. Prefiero seguir pensando en él como sin duda él lo quería, con el júbilo inmenso de que haya existido, con la alegría entrañable de haberlo conocido, y la gratitud de que nos haya dejado para el mundo una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indestructible como su recuerdo.


Marzo de 1984

Fotos: Sara Facio


Fuente Fotos: Unam

Fuente texto: Club Cultura




Homenaje a 100 años de su nacimiento y 30 de su partida: 
26 Agosto 1914 - 12 Febrero 1984 / 
Homenagem aos 100 anos de seu nascimento e 30 de sua partida:
 26 agosto 1914 - 12 fevereiro 1984