la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Marguerite Duras: "El Amante" (fragmento), Tusquets Editores






Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo: «La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado».


Pienso con frecuencia en esta imagen que sólo yo sigo viendo y de la que nunca he hablado. Siempre está ahí en el mismo silencio, deslumbrante. Es la que más me gusta de mí misma, aquélla en la que me reconozco, en la que me fascino.

Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al trasponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con grietas profundas. En lugar de horrorizarme seguí la evolución de ese envejecimiento con el interés que me hubiera tomado, por ejemplo, por el desarrollo de una lectura. Sabía, también, que no me equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal. Quienes me conocieron a los diecisiete años, en la época de mi viaje a Francia, quedaron impresionados al volver a verme, dos años después, a los diecinueve. He conservado aquel nuevo rostro. Ha sido mi rostro. Ha envejecido más, por supuesto, pero relativamente menos de lo que hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha deshecho como algunos rostros de rasgos finos, ha conservado los mismos contornos, pero la materia está destruida. Tengo un rostro destruido.
Diré más, tengo quince años y medio. El paso de un transbordador por el Mekong. La imagen persiste durante toda la travesía del río. 
Tengo quince años y medio, en ese país las estaciones no existen, vivimos en una estación única, cá- lida, monótona, nos hallamos en la larga zona cálida de la tierra, no hay primavera, no hay renovación.

Estoy en un pensionado estatal, en Saigón. Duermo y como ahí, en ese pensionado, pero voy a clase fuera, a la escuela francesa. Mi madre, maestra, desea enseñanza secundaria para su niña. Para ti necesitaremos la enseñanza secundaria. Lo que era suficiente para ella ya no lo es para la pequeña. Enseñanza secundaria y después unas buenas oposiciones de matemáticas. Desde mis primeros años escolares siempre oí esa cantinela. Nunca imaginé que pudiera escapar de las oposiciones de matemáticas, me contentaba relegándolas a la espera. Siempre vi a mi madre planear cada día el futuro de sus hijos y el suyo. Un día ya no fue capaz de planear grandezas para sus hijos y planeó miserias, futuros de mendrugos de pan, pero lo hizo de manera que también tales planes siguieron cumpliendo su función, llenaban el tiempo que tenía por delante. Recuerdo las clases de contabilidad de mi hermano menor. De la escuela Universal, cada año, en todos los niveles. Hay que ponerse al corriente, decía mi madre. Duraba tres días, nunca cuatro, nunca. Nunca. Cuando cambiábamos de destino abandonábamos la escuela Universal. Volvíamos a empezar en el nuevo. Mi madre aguantó diez años. Todo era inútil. El hermano menor se convirtió en un simple contable en Saigón. Al hecho de que la escuela Violet no existiera en la colonia debemos la marcha de mi hermano mayor a Francia. Durante algunos años permaneció en Francia para estudiar en la escuela Violet. No terminó. Mi madre no debió hacerse ilusiones. Pero no podía elegir, era necesario separar a aquel hijo de los otros dos hermanos. Durante algunos años no formó parte de la familia. En su ausencia, la madre compró la concesión. Terrible aventura, pero para nosotros, los niños que nos quedamos, menos terrible de lo que hubiera sido la presencia del asesino de los niños de la noche, de la noche del cazador.

Con frecuencia me han dicho que la causa era el sol demasiado intenso durante toda la infancia. Pero no lo he creído. También me han dicho que era el ensimismamiento en el que la miseria sume a los ni- ños. Pero no, no es eso. Los niños-viejos del hambre endémica, sí, pero nosotros, no, no teníamos hambre, nosotros éramos niños blancos, nosotros teníamos vergüenza, nosotros vendíamos nuestros muebles, pero no teníamos hambre, nosotros teníamos un criado y comíamos, a veces, es cierto, porquerías, zancudas, caimanes, pero tales porquerías estaban cocinadas por un criado y servidas por él y a veces incluso no las queríamos, nos permitíamos el lujo de no querer comer. No, algo sucedió cuando tenía dieciocho años que motivó que ese rostro fuera como es. Debió de suceder por la noche. Tenía miedo de mí, tenía miedo de Dios. Cuando amanecía, tenía menos miedo y menos grave parecía la muerte. Pero el miedo no me abandonaba. Quería matar, a mi hermano mayor, quería matarle, llegar a vencerle una vez, una sola vez y verle morir. Para quitar de delante de mi madre el objeto de su amor, ese hijo, castigarla por quererle tanto, tan mal, y sobre todo para salvar a mi hermano pequeño, mi niño, de la vida llena de vida de ese hermano mayor plantada encima de la suya, de ese velo negro ocultando el día, de la ley por él representada, por él dictada, un ser humano, y que era una ley animal, y que a cada instante de cada día de la vida de ese hermano menor sembraba el miedo en esa vida, miedo que una vez alcanzó su corazón y lo mató.


He escrito mucho acerca de los miembros de mi familia, pero mientras lo hacía aún vivían, la madre y los hermanos, y he escrito sobre ellos, sobre esas cosas sin ir hasta ellas.

(...)


Marguerite Duras
El Amante
Tusquets Editores
Traducción de Ana M.ª Moix

Puedes comprar el libro en: Tusquets Editores
Fuente: Tusquets Editores



Marguerite Duras en la web : 
Association Marguerite Duras
Societé Internationale Marguerite Duras


Escritora, dramaturga, cineasta, guionista, periodista. Nació en la Indochina francesa en 1914 y murió en París en 1996. En 1932 se trasladó a París, donde estudió derecho, matemáticas y ciencias políticas. 
En 1943 publicó su primera obra, La impudicia, a la que seguirían más de veinte novelas, guiones cinematográficos y obras de teatro:  El Amante,célebre novela que inspiró una película homónima de Jean-Jacques Annaud;  Moderato cantabile, El vicecónsul, El arrebato de Lol V. Stein, Los ojos azules pelo negro, Emily L., Los caballitos de Tarquinia, El amor, Destruir, dice;  El amante de la China del Norte, Un dique contra el Pacífico, El hombre sentado en el pasilloEl mal de la muerte,  La amante inglesaHiroshima Mon Amour (cine), India-song (cine) Savannah Bay (teatro)...

Marguerite Duras por Mercedes Monmany y Silvia Hopenhayn / ABC (Madrid) 7 abril / La Nación (Buenos Aires) 26 marzo 2014



Una de las más grandes escritoras del pasado siglo, la francesa Marguerite Duras (Saigón, hoy Ciudad Ho Chi Minh, 1914-París, 1996), fue al mismo tiempo un importante icono mediático de su época. Desde su debut en la inmediata posguerra, apasionada y rebelde, nunca dejó de estar presente en un primer plano de lujo, muchas veces controvertido, en todo aquello que emprendió, ya fueran obras literarias, guiones cinematográficos, puestas en escena, artículos, debates, militancias políticas, o cualquier tema menor o mayor del que se tratara en ese momento.
Una mujer que devoró la Historia de su tiempo, desde la Segunda Guerra Mundial y la ocupación hasta la llegada de la cultura más banal y de mercado. Una creadora a veces tachada de narcisista («escribo sobre las mujeres para escribir sobre mí misma, sobre yo sola a través de los siglos»), que en ocasiones se mostraba distante, sublime, majestuosa, difícil y feroz defensora de lo subjetivo en sus desoladas y en absoluto convencionales obras de creación, y en otras ocasiones, pegada a las formas de lo popular, llegando a escribir canciones para artistas de varietés.
Militante eterna de un sinfín de causas, y amante del «compromiso» (la palabra sartriana de moda en determinadas épocas), Marguerite Duras pasó de la Resistencia al enrolamiento durante un tiempo en el Partido Comunista, un paso casi obligado para muchos intelectuales europeos de la inmediata, y no tan inmediata, posguerra.
En su caso particular, se ha dicho muchas veces que había abusado de la política lo mismo que bebía: sin moderación. Y desde luego, atravesó muchas etapas de la política francesa en las que la moderación de los intelectuales no siempre fue de la mano con el buen tino que se esperaba de ellos: la Resistencia y el colaboracionismo durante la ocupación, más tarde la liberación, el comienzo de la Guerra Fría, los alegres días de mayo del 68 y la traumática descolonización de Argelia.
Nacida en Saigón, Duras pasó su infancia y adolescencia en la Indochina francesa (hoy Vietnam), experiencia que marcó muchas de sus obras, en especial la más popular, «El amante» (1984), que alcanzó un resonante éxito internacional y que fue traducida a 40 lenguas, ganando el premio Goncourt. Un tema en cierto modo obsesivo que también aparecía en la obra con la que se reveló como escritora, «Un dique contra el Pacífico», de 1950.
Publicada en nuestro país por la editorial Tusquets, otras de sus novelas más conocidas son «Moderato Cantabile» (1958), «El arrebato de Lol V. Stein» (1964), «El vicecónsul» (1966), «El amor» (1971),«El mal de la muerte» (1982), «El amante de la China del Norte» (1991) o «Yann Andréa Steiner» (1992), dedicada a su último y joven compañero, Yann Andréa, también escritor, que se convertiría en su albacea testamentario.
Asociada en un principio al Nouveau Roman, sus obras siempre tendrían un sello particular, compuestas por frases cortas, de tiempo y acciones desestructurados, de una gran potencia e intensidad. Unas historias que buceaban en el misterio de los seres y de las cosas, del amor, el abandono, el silencio, la soledad, la sensualidad femenina y la muerte.
Sus padres, de orígenes modestos, eran dos profesores franceses que se habían sentido atraídos por el sueño colonial. Pero cuando Marguerite tenía 7 años su padre muere, dejando tres niños pequeños. Bruscamente, la existencia de los Donnadieu -su verdadero apellido, abandonado luego por Duras- en Indochina se transforma en una vida mucho más azarosa y llena de dificultades. Se convierten de repente en unos «petits blancs», es decir, colonos despreciados y miserables, obligados a vivir como indígenas.
Aun así, a los ojos de los niños la jungla se convirtió en un lugar mágico para lo imaginario, que concitaba todos los terrores y fascinaciones. En 1932, Marguerite, con 17 años, se traslada a París para comenzar sus estudios de Ciencias Políticas. En 1939 se casa con Robert Antelme, escritor y militante como ella de la Resistencia, deportado aBuchenwald y Dachau y, sobre todo, autor de un célebre y espléndido clásico, «La especie humana» (1947), en el que narraba aquellas experiencias. El grupo al que ambos pertenecían había caído en una emboscada y Marguerite lograría salvarse, gracias a Jacques Morland (nombre de guerra de François Mitterrand). Posteriormente, Duras narraría el regreso de su marido en uno de sus mejores y más estremecedores textos, «La Douleur» (1985).
Inquieta y polifacética, desde el comienzo adaptó a menudo novelas suyas para la escena, como es el caso de «Le Square» (1957), o bien las escribió directamente para el teatro («Savannah Bay», 1982). También dirigió películas como «India Song» (1975) y «El camión»(1977), protagonizada por Depardieu. Pero con lo que se convertiría en una autora de culto indiscutible, a nivel mundial, sería escribiendo el guión y los diálogos de la mítica «Hiroshima mon amour» (1959) deAlain Resnais. Una película protagonizada por Emmanuelle Riva, la genial actriz que recientemente, ya en la vejez, sería rescatada para la gran pantalla, como inolvidable protagonista de «Amour», del alemánMichael Haneke.
Mercedes Monmany
ABC, Madrid
7 abril 2014
Fuente: ABC





La infancia interminable de Marguerite Duras



La  infancia puede no ser recuerdo. A veces es un estado de perduración. Un candor viviente que irradia los destellos de la primera vez. Para Marguerite Duras, la infancia es un estado. No sé si escribir "estado" con mayúsculas; cuando se trata de una escritora que prescindió de nombres para sus personajes amantes, la mayúscula también puede ser un fraude, un empeño por enaltecer lo que necesariamente corre por debajo. Su propio nombre le viene del llano. Ella se lo cambió en medio de la Segunda Guerra Mundial. En vez de Donnadieu, empezó a firmar Duras -así se llamaba su casa de campo-. Y fue como si de su nuevo nombre empezaran a surgir libros, guiones, películas, obras de teatro, diálogos, ensayos. El primero de todos, en 1943, con el significativo título Los imprudentes.
A cien años de su nacimiento, se preparan múltiples festejos y nuevas ediciones. En la Argentina, la editorial El Cuenco de Plata viene publicando parte de su obra de culto en nuevas traducciones (India Song, que incluye el guión de la película y la obra teatral La música; El cine EdénNathalie Granger, la mujer de Ganges, y la pequeña y bella novela, La lluvia de verano). A fines de abril, se realizará un homenaje en la Alianza Francesa y este mismo mes, la editorial Paidós publica un libro original y revelador, con traducción de César Aira y prólogo de Silvio Mattoni: Marguerite Duras, la pasión suspendida / Entrevistas con Leopoldina Pallota Della Torre.
El deseo es el tema central del libro y aparece bajo distintas formas. Hay capítulos que intentan apresarlo, darle un argumento, sobre todo el titulado "La pasión". Pero es en el primero cuando asoma por primera vez. En el capítulo "Una infancia", Della Torre le pregunta a Duras si ella considera que tuvo una infancia especial. "A veces creo que toda mi escritura nace de ahí, entre los arrozales, las selvas, la soledad. De esa niña flaca y despistada que era, pequeña blanca de paso, más vietnamita que francesa, siempre descalza, sin horarios, sin modales, habituada a contemplar el largo crepúsculo sobre el río, la cara quemada por el sol." Vale recordar que Marguerite Duras nació en los suburbios de Saigón y permaneció en Indochina hasta 1932. Luego se trasladó a París, donde estudió derecho, matemáticas y ciencias políticas. El segundo capítulo del libro se titula precisamente "Los años parisinos", al que sigue "Los caminos de una escritura", donde Duras expone ferozmente su entrega y el cambio en su escritura: "Durante años tuve una vida social y la facilidad con la que conocía gente o les hablaba se reflejaba en mis libros. Hasta que conocí a un hombre, y poco a poco toda esa mundanidad desapareció. Era un amor violento, muy erótico, más fuerte que yo, por primera vez. Hasta quise matarme, y eso cambió incluso mi modo de hacer literatura. La mujer de Moderato cantabile y la de Hiroshima, mon amour, era yo". Es cuando aparecen los huecos, silencios, tan bien dscriptos por Mattoni en el prólogo, "como si escribir no fuera componer una obra, sino vaciar, ahuecar, blanquear el flujo de las palabras".
El año 1914 dio una buena cosecha de letras: Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Octavio Paz y Marguerite Duras.
La Nación, Buenos Aires 
26 de Marzo de 2014

Fuente: La Nación

Entrevista al pintor Francis Bacon, por Marguerite Duras, París 1971



La Quizaine Literaire, 1971

“No dibujo. Empiezo haciendo todo tipo de manchas. Espero lo que llamo “el accidente”: la mancha desde la cual saldrá el cuadro. La mancha es el accidente. Pero si uno se para en el accidente, si uno cree que comprende el accidente, hará una vez más ilustración, pues la mancha se parece siempre a algo.

No se puede comprender el accidente. Si se pudiera comprender, se comprendería también el modo en que se va a actuar. Ahora bien, este modo en el que se va a actuar, es lo imprevisto, no se lo puede comprender jamás: It's basically the technical imagination: “la imaginación técnica.”

Entiende usted, el tema es siempre el mismo. Es el cambio de la imaginación técnica lo que puede “dar la vuelta al tema”, el sistema nervioso personal.
Imagine escenas extraordinarias, esto carece de todo interés, desde el punto de vista de la pintura, esto no es imaginación. La verdadera imaginación está construida por la imaginación técnica. El resto es la imaginación imaginaria, y esto no lleva a ninguna parte.

No puedo leer a Sade por este motivo. No me asquea del todo, pero me aburre. También hay escritores mundialmente conocidos que tampoco puedo leer. Escriben cosas que son historias sensacionales, sólo esto. But they have not technical sensation.

Es siempre por medio de los técnicos, como se encuentran las verdaderas aperturas. La imaginación técnica es el instinto que trabaja fuera de las leyes, para volver al tema sobre el sistema nervioso con la fuerza de la naturaleza.

Hay jóvenes pintores que excavan la tierra, tomar la tierra y luego exponen esta tierra en una galería de pintura. Es tonto, y prueba la falta de imaginación técnica. Es interesante que tengan ganas de cambiar de tema, hasta el punto de llegar a esto: arrancar un pedazo de tierra, y ponerla sobre un pedestal. Pero, lo importante sería que la “fuerza”, con la cual arrancan la tierra, “regresara”. Que el pedazo de tierra sea arrancado, sí, pero que sea arrancado a su sistema personal y hecho con su imaginación técnica.”



 - La noción de progreso en la pintura, ¿es una falsa noción?

- Es una falsa noción. Tome la pintura paleolítica del Norte de España, no me acuerdo del nombre de la gruta. Ahí se encuentran, en las figuras, movimientos que nunca han sido mejor captados. El futurismo está “completamente” allí. Es la escenografía perfecta del movimiento.

- La noción del progreso personal, ¿es falsa también?

- Menos falsa. Se trabaja sobre uno mismo para obligarse a desarrollar las cosas de forma cada vez más aguda.

- ¿Qué es el peligro?

- La sistematización. Y la creencia en la importancia del tema. El tema no tiene ninguna importancia. El talento puede regresar, marcharse. Las excepciones de la historia son Miguel Ángel, Ticiano, Velásquez, Goya, Rembrandt: nunca regresión.

- Se progresa ¿cómo? - Work. Work makes work . ¿Está usted de acuerdo?

- No. Es necesario un punto de partida. Sin esto, es inútil trabajar. Cuando leo ciertos libros, encuentro que escribir de un determinado modo es aún escribir menos, que no escribir en absoluto. Que leer de determinada manera es aún leer menos que no leer en absoluto, etc.
En pintura es parecido. Pero no se sabe nunca con la imaginación técnica, ésta puede dormir y un buen día despertarse. Lo principal es que esté allí.

- Volvamos a las manchas de color.

Sí. Espero siempre que llegue una mancha sobre la que construiré “la apariencia”.

- ¿Siempre son las manchas las primeras en salir?

- Casi siempre. Son los “acontecimientos que me suceden”, pero que suceden a merced de mí, por mi sistema nervioso que ha sido creado en el momento de mi concepción.

- ¿La “felicidad de pintar” es acaso una noción tan tonta como la de “la felicidad de escribir”?

- Igual de tonta.

-  ¿ Se siente usted en peligro de muerte cuando pinta?

- Me pongo muy nervioso. Sabe usted, Ingres lloraba durante horas antes de empezar un cuadro. Sobre todo un retrato.

- Goya es sobrenatural.

- Quizá no. Pero es fabuloso. Conjugó las formas con el aire. Parece que sus pinturas están hechas de la materia del aire. Es extraordinario, fabuloso. El mayor Goya, para mí, está en el museo de Castres y es La Junta de Filipinas.

- A qué ha llegado la pintura en el mundo?

- A un momento muy malo. Debido a que el tema era tan difícil, fuimos hacia lo abstracto. Y, lógicamente, éste parecía ser el medio hacia el que tenía que ir la pintura. Pero, como en el arte abstracto se puede hacer cualquier cosa, se llega simplemente a la decoración. Entonces, parece que el tema vuelve a ser necesario, pues sólo el tema hace trabajar a todos los instintos y buscar y encontrar los medios de expresarlo a él, el tema. Ve usted, volvemos a la técnica.

- ¿No había pintado nunca antes de los treinta años?

- No. Antes yo era un drifter, ¿cómo lo traduce usted?

-El que va a la deriva.

- Siempre miré la pintura. Y en un momento dado me dije: quizá yo mismo.. Tardé quince años en llegar a algo. Empecé a hacer algo a los cuarenta y cinco años. La suerte que tuve fue no aprender nunca la pintura con profesores.

-¿La crítica respecto a su trabajo?

- Siempre estuvo contra mí. “Siempre” y “todos”. Desde hace algún tiempo los hay que dicen que soy un genio, y otras cosas así. Pero, esto no cuenta. Me habré muerto antes de saber quién soy, porque para saberlo, el tiempo tiene que pasar. Sólo con el tiempo se empieza a ver el valor.

- Con frecuencia hemos hablado juntos del “accidente”.

- No puedo definirlo. Sólo se puede hablar “en torno”. En sus cartas, Van Gogh tampoco ha hecho otra cosa que hablar “en torno” a la pintura. Sus ¡toques”, al final de su vida, la fuerza de sus toques, no requieren de ninguna explicación.

- Inténtelo, desde el exterior.

-Pues si tomáramos materia y la lanzáramos contra un muro o sobre una tela, se hallarían enseguida rasgos del personaje que quisiéramos retener. Esto se habría hecho sin voluntad. Se llegaría a un estado inmediato del personaje, y fuera de la ilustración del sujeto. Cuando los pintores pintan un piso hacen manchas en la pared, antes de empezar su trabajo, se trata del mismo modo de conseguir un estado inmediato de la materia. Los expresionistas abstractos americanos han intentado pintar de esta manera, pero con la fuerza de la materia.
No es suficiente. Sigue siendo decoración.
La fuerza no debe ser, no está en la fuerza de lanzar la materia. La fuerza debe estar completamente congelada en el tema. La materia lanzada sobre el muro, quizás el accidente, sabe. Lo que sucede después es la imaginación técnica.

- ¿Duchamp?

- Se ha cargado la pintura americana para cien años. Todo viene de él, y todos. Lo que es curioso, muy curioso, es que él hacía la pintura más estética del siglo XX. Pero su trazo era muy firme, y su inteligencia era muy firme.




- Podemos llamar al accidente, la suerte o el azar?

-Sí, estas palabras son todas las mismas.

- Cómo es el momento privilegiado, cómo se define?

-Es cuando los “músculos” trabajan bien. Entonces las manchas parecen tener más sentido, más fuerza.

- Todo es concreto.

-Todo. Yo no entiendo mis cuadros mejor que los demás. Los veo como válvulas de mi imaginación técnica en distintos niveles. No hay nadie a quién se pueda enseñar un cuadro, y que sea capaz de ver qué hay de nuevo en este cuadro.

- Dice usted no comprender, y sus cuadros estallan de inteligencia.

- ¿Es posible esto?

- Lo creo. Conocí a una niña que preguntaba: ¿qué es el calor, cuando no hay nadie que tenga calor? Yo le pregunto:¿qué es la inteligencia cuando el pensamiento está ausente de ella? ¿Qué es la inteligencia cuando nadie experimenta o nadie utiliza esta inteligencia con fines críticos, juicios, etc.? ¿No estamos muy cerca de lo que usted llama instinto?

- Estoy de acuerdo. Quisiera hacer retratos, y todas mis pinturas, con el mismo choque que usted recibe en la vida ante la “naturaleza”.

- Y, por esto, cree en este trabajo dentro de la imbecilidad?

- Absolutamente, completamente. A veces el sentido crítico aparece, el cuadro se hace visible durante un instante, luego se va.

- Cuando trabaja usted?

-  Por la mañana, con la luz. Por la tarde, voy a los bares o a las salas de juego. A veces, veo amigos. Para trabajar tengo que estar completamente solo. Nadie en la casa. Mi instinto no puede trabajar si los demás están ahí, y cuando uno los ama es peor- sólo puede trabajar con la libertad.


© Marguerite Duras
La Quizaine literaire, 1971

Traducción: Zona Erógena, Nº 12 (1992)

  

Entrevista a Marguerite Duras, por Pierre Dumayet


Marguerite Duras

Desde su balcón de rocas negras Marguerite Duras puede ver el continuo juego del mar, de los cielos y los ademanes de los transeúntes que, con o sin perro, prefieren la arena al asfalto para dar sus paseos en otoño.

No había visto a Marguerite Duras desde hacía mucho tiempo, y sin embargo tenía la impresión de retomar una conversación, como si nos hubiesen interrumpido una larga llamada telefónica durante veinte años.


Pierre Dumayet: Como normalmente siempre se empieza hablando, si le parece bien, podríamos empezar callándonos unos segundos, lo justo para habituarnos. Estamos en Trouville y no lo parece. Es preciso ir al balcón. Si vamos al balcón nos damos cuenta de que estamos en Trouville. No hay nadie, el mar, casi nadie, el mar, una silueta, el perro.

Marguerite Duras: ¡Está el bosque!

P.D.: ¿Detrás?

M.D.: Sí. El bosque todavía está allí. No estará, pero ahora está allí. Todavía está allí. Uno se acostumbra frecuentemente a ver ese bosque ante el mar.

P.D.: Pero el mar, dice usted. Trouville, y punto. "Ahora es mi casa". Ha suplantado a Neauphie y a París.

M.D.: Pero eso no lo he escrito ahora.

P.D.: ¡No! Hace algún tiempo. En La vida material.

M.D.: Sí, es más importante para mí. Incluso más que Neauphie. No se, al decirlo tengo la sensación de traicionar, pero me gusta esto, sí.

P.D.: Usted dice que Trouville es su casa ahora, sin embargo se trata de un piso no una casa y en Neauphie tiene una casa.

M.D.: Aquí es como si todo me perteneciese.

P.D.: ¿Incluso la casa de al lado?

M.D.: Incluso la casa de al lado.

P.D.: ¿Hasta el mar, la playa?

M.D.: El mar también, sí. Es una forma de apropiación, pero es normal. Creo que todo el mundo es así. Es una especie de posesión ilimitada. Como el mar.

P.D.: Me gustaría que hablásemos sobre si el pasado tiene algo del presente. Leo una frase: "El arrebato de Lol V. Stein constituye un libro aparte. Un libro único".

M.D.: ¿Yo he escrito eso?

P.D.: Sí, usted lo escribió.

M.D.: Muy bien dicho.

P.D.: ¿Cómo hay que entender un sólo libro?

M.D.: Yo no lo entiendo. Si lo leo ya no lo entiendo.

P.D.: ¿Hace mucho tiempo que no lo lee?

M.D.: Bueno, como sabía que usted iba a venir lo he leído un poco por encima, el primer capítulo.

P.D.: ¿Le parece extraño?

M.D.: Único. Un libro siempre sobrepasa al anterior.



En 1.964, tras la aparición de Lola V. Stein, Paúl Seban filmó una entrevista a la escritora. Marguerite Duras deseaba volver a ver esa entrevista. [Pierre Dumayet y Marguerite Duras miran una televisión pequeña, en blanco y negro, en la que se reproduce la citada entrevista llevada a cabo en 1.964 por Paúl Seban].

Pierre Dumayet: ¿En qué estado se encontraba cuando empezó a escribir este libro?

Marguerite Duras: Había estado muy enferma y hacía mucho que no escribía.

P.D.: ¿Enferma de qué?

M.D.: Sobre todo, por no beber nada de alcohol. Mi enfermedad estaba relacionada con eso, y era la primera vez que escribía sin nada de alcohol.

P.D.: ¿Fue muy diferente?

M.D.: Sí, fue muy duro.

P.D.: ¿Muy duro?

M.D.: Muy duro.

P.D.: ¿Se sentía usted diferente?

M.D.: Bueno, siempre es duro escribir, pero entonces tenía más miedo. Mucho más miedo que de costumbre.

P.D.: ¿Tenía miedo de escribir mal?

M.D.: Tenía miedo de escribir cualquier cosa.

P.D.: ¿No tenía ningún otro temor?

M.D.: No.

P.D.: ¿Cuando se imaginó o se encontró por primera vez al personaje de Lol V. Stein?

M.D.: La vi en un baile. En un baile de Navidad. En un manicomio de los alrededores de París.

P.D.: ¿Un baile organizado por el mismo manicomio?

M.D.: Sí, en el manicomio. Después pedí permiso para verla y así lo hice una vez, durante mucho tiempo.

P.D.: ¿Como estuvo ella durante el baile?

M.D.: Como un autómata. Me llamó la atención porque era hermosa e intacta, físicamente. Normalmente los enfermos están muy marcados, pero ella no.

P.D.: ¿Qué edad tenía?

M.D.: Treinta años. Pero parecía muy joven.

P.D.: ¿Y ese baile le inspiró la historia?

M.D.: El baile y el encuentro con ella. Intenté hacerle hablar durante mucho tiempo, casi todo un día. Nunca habló. Mejor dicho, habló como todo el mundo. Con una extraordinaria y notable banalidad. Ella pensó que yo era médico y habló para que creyese que era como todos los demás. Y si me lo permite, cuanto más lo hacía, más singular me parecía. Fue impresionante.

P.D.: ¿Y ese tema que empezaba por la locura, en aquel momento, en el que usted se veía privada del alcohol, no le originó otros miedos además del que ha comentado? Es decir, el de escribir mal o de otra manera.

M.D.: Un poco. Un poco.

P.D.: ¿Qué quiere decir?

M.D.: De hecho, sin el alcohol, la locura me era cada vez más familiar. Esa locura me era más familiar de lo que había sido antes.

P.D.: ¿No tuvo miedo de identificarse demasiado con ella?

M.D.: No.

P.D.: ¿No? La historia comienza así: "Lol conoció a Michael Richardson a los 19 años, durante unas vacaciones, una mañana, en el tenis. Él tenía 25 años. Era el único hijo de unos terratenientes de T. Beach". ¿Eso está en Francia?

M.D.: No, está en Inglaterra.

P.D.: "Él no hacía nada. Los padres aceptaron la boda. El noviazgo tendría que durar seis meses. La boda tendría que celebrarse en otoño. Lol acababa de dejar el colegio, estaba de vacaciones en T. Beach cuando se celebró el gran baile de la temporada en el Casino". ¿Qué es lo que pasó en ese baile? Me refiero al baile del libro, no al suyo.

M.D.: En ese baile, el prometido de Lol se enamoró de una mujer, la última en llegar.

P.D.: ¿Cómo ocurrió? ¿El baile estaba en pleno apogeo?

M.D.: Sí, era la una de la madrugada, el baile estaba a tope y llegaron las últimas. El flechazo entre Michael Richardson y esa mujer fue inmediato.

P.D.: ¿Anne-Marie Stretter?

M.D.: Anne-Marie Stretter.

P.D.: Anne-Marie Stretter era una mujer madura, ¿no?

M.D.: Sí. Lol fue testigo de ese amor naciente. Vio todo el asunto. Presenció el suceso hasta tal punto que se perdió de vista a ella misma. Se olvidó de que era a ella a la que ya no querían. Ella estaba a favor de ese nuevo amor. Eso pasó en el baile. Y fue tan maravillosa esa desposesión, esa destrucción de Lol. Es admirable poder ver como tu propio amor se enamora de otra. Se quedó tan maravillada que la marcó para toda la vida.

P.D.: Diez años más tarde ella dice que en ese momento dejó de amar a Michael Richardson.

M.D.: Sí. Y así lo entendió, en el fulgor, porque no hay otra palabra, que esa mujer iba a ser el amor de su prometido.

P.D.: Entonces, no sufrió por amor porque ya no le amaba, ¿por qué sufrió?

M.D.: Ella no sufrió por amor. Sufrió al separarse de ellos. Le habría gustado llevar una especie de vida de parásito.

P.D.: ¿Le habría gustado verlos?

M.D.: Le habría gustado.

P.D.: ¿Vivir, amarse?

M.D.: Sí, olvidándose absolutamente de si misma. Le habría gustado verlo todo. Hasta sus relaciones más íntimas.

P.D.: Y diez años después, ¿ocurre algo? Cuénteselo a los espectadores que no hayan leído su libro. Cuénteselo a Paúl.

M.D.: Un día...

P.D.: Mire a Paúl.

M.D.: Un día una pareja pasa por delante de su casa. Un hombre y una mujer. Reconoce a la mujer, mal, pero al final, su rostro le dice algo, es Tatiana Karl, la amiga del colegio que estaba con ella en el baile. Y un buen día, cuando iba paseando por una avenida de la ciudad, reconoce al hombre que había pasado por delante de su casa. Sale de un cine y ella le sigue. Sabe que se va a reunir con esa mujer, con Tatiana Karl. Le sigue por toda la ciudad, le sigue hasta un hotel, donde él se reúne con esa mujer que ahora ve con toda claridad. La reconoce claramente, es Tatiana Karl. Se tumba en un campo de centeno, detrás del hotel, y espera ante la ventana iluminada de la habitación a que se marchen los amantes.

P.D.: ¿Qué es lo profundo, lo real, que hay en Lol? ¿La necesidad de ver? ¿La necesidad de ser una mirona?

M.D.: Es la búsqueda de la felicidad. Su felicidad está ahí, viendo a los demás.

P.D.: ¿No puede encontrar la felicidad sola?

M.D.: Realmente no puede vivir por su cuenta. Además, eso es lo que le provocará su última crisis. Al final del libro va a un hotel con Jacques Hold y se llama de muchas maneras. Ya no sabe quién es. Y la crisis es muy grave. Creo que, seguramente, está enferma.

P.D.: ¿Una mujer que no está loca puede llegar a ser así?

M.D.: Un poco. Creo.

P.D.: ¿Cree que alguien que no está loco puede llegar a ser así?

M.D.: Puede lamentar ser así. Es decir, puede actuar por su cuenta y al mismo tiempo lamentarse.

P.D.: La forma de ser de Lol, ¿le parece envidiable?

M.D.: Sí.

P.D.: ¿Sí?

M.D.: Sí. Totalmente.

P.D.: ¿Incluso deseable?

M.D.: Casi.

P.D.: ¿De qué trata la novela? No es la novela de la locura. ¿Es la novela de la incertidumbre?

M.D.: De la "despersona", si me apura. De la personalidad. Quizás sea eso.

P.D.: ¿Le parece que es una enfermedad muy extendida o se trata de un caso particular?

M.D.: Eso no es una enfermedad. Es un estado que acarician muchas personas. Que aparece en raras ocasiones de una manera total. En el caso de Lol, se ha manifestado totalmente.

P.D.: Pero, por ejemplo, el que Lol dejara de amar a su prometido a partir del momento en el que vio a aquella mujer, ¿le parece normal, natural, o más bien es algo insólito, algo imaginario?

M.D.: Creo que en las penas del amor siempre estamos cegados por algo, por una especie de vanidad un poco estúpida. Lol comprendió que se estaban desprendiendo de ella. Lo entendió perfectamente.

P.D.: Y a usted como escritora, como novelista, ¿qué es lo que más le interesa saber de este personaje? ¿No es el momento en el que los sentimientos dejan de existir?

M.D.: La abolición del sentimiento, sí, es lo que más me interesa.

P.D.: ¿Cree que se pueden frenar los sentimientos así?

M.D.: En un determinado estado de vacío, de vacuidad, sí. Creo que en las penas del amor entran en juego muchos recuerdos.

P.D.: ¿Que molestan?

M.D.: Que molestan. Creo que es muy fácil de entender.

P.D.: ¿Ha tenido alguna vez la impresión de escribir un libro más lúcido que éste?

M.D.: Rotundamente no, nunca he tenido esa impresión con otros libros. Y al mismo tiempo, este es un libro oscuro para mí, pero es una oscuridad limitada. Mientras que con los otros libros hacía algunas trampillas.

P.D.: ¿Tiene algo que añadir?

M.D.: No.

P.D.: Gracias.



© Pierre Dumayet





Entrevista Jeanne Moreau por Octavi Martí, París 2006


Duras y Moreau

"Marguerite Duras era imparable"

Jeanne Moreau viaja hoy a Madrid para inaugurar en el Instituto Francés los actos de homenaje a su gran amiga la escritora y cineasta Marguerite Duras en el décimo aniversario de su muerte. "Hay gente que escoge escribir como oficio. Para ella, era su modo de vivir", dice la actriz francesa. Mesas redondas, conferencias, exposiciones y encuentros, en los que participarán escritores franceses y españoles, cineastas y estudiantes, celebran la memoria de la gran creadora.


Marguerite Duras y Jeanne Moreau durante la filmación de “Nathalie Granger”

La actriz y ocasional directora Jeanne Moreau (París, 1928) conoció a la escritora Marguerite Duras y trabajó con ella en diversas oportunidades. Cuando se cumplen 10 años de la desaparición de Duras (Gia Dinh, Indochina, en la actualidad Vietnam, 1914-París, 3 de marzo de 1996), la actriz francesa recuerda a la autora.

Pregunta. ¿Cómo se conocieron?

Respuesta. Fue en 1957. Fui a verla a su casa. Quería comprarle los derechos de uno de sus libros, Los caballitos de Tarquinia (1953), para llevar el libro al cine. En esa época yo hacía sobre todo teatro, pero ese día era lunes y no había función. En su casa me encontré con el escritor René Louis de Forets, con su marido Robert Antelme, con el padre de su hijo, Dionys Mascolo, con Florence Malraux -después hemos sido inseparables- y con mucha otra gente. Abrimos varias botellas de vino. Marguerite aún tenía la máquina de escribir en la cocina. Bajamos a una charcutería vecina, a comprar ensaladas y salchichón. Hoy, la charcutería es la boutique de Sonia Rykiel. Acabamos la noche en una sala de fiestas en la que bailaban flamenco. Los caballitos de Tarquinia nunca se hizo, ni cuando más tarde Romy Schneider retomó los derechos, pero Marguerite y yo nos convertimos en grandes amigas.

P. Su relación con el mundo del teatro influyó en el destino profesional de Duras.

R. Cuando nos encontramos yo estaba interpretando La gata sobre el tejado de zinc caliente, de Tennessee Williams, en una puesta en escena de Peter Brook. Hice que Marguerite y Peter se conociesen; de ahí nació el filme Moderato cantabile, escrito por ella, dirigido por él y conmigo como protagonista. Años más tarde, convencí a Tony Richardson para que adaptase otra novela de Duras, El marino de Gibraltar. Cuando ella se puso a hacer cine, me propuso que interviniese junto a Lucía Bosé en Nathalie Granger. Yo le presenté a Gérard Depardieu, con el que entonces estaba haciendo una pieza de Handke en el teatro. Luego hubo unos años en que nos vimos muy poco, en que intercambiábamos mensajes, pero Marguerite estaba como raptada por un círculo de admiradores que parecía tener celos de los viejos amigos, de Alain Resnais, de Florence Malraux, o de mí misma.

P. ¿El alcoholismo de Marguerite Duras era ya manifiesto a finales de los cincuenta?

R. No. Entonces bebía, como yo bebía también, pero sólo cuando queríamos. No había dependencia. A veces salíamos juntas, de noche, en coche, y nos recorríamos todas las entradas de París, parando en bistrots muy populares, conociendo hombres increíbles. Nos lo pasábamos bien. En esa época también conocimos a Lacan y nos íbamos de juerga con él. Aún recuerdo que tomábamos notas para futuras novelas u obras de teatro, escribíamos en medio del campo, de noche, cerca del puente de Suresnes, en una zona hoy edificada, viendo cómo se apagaban las luces de París y se levantaba el día. Era magnífico.

P. En Cet amour-là, usted encarna a Marguerite Duras.

R. Supe de la existencia del texto de Yan Andrea sobre Marguerite y tras leerlo le dije enseguida a Josée Dayan que había que convertir aquello en película. No se podía utilizar ni una sola palabra escrita por Marguerite, pues hay un litigio entre su hijo y heredero y su ejecutor testamentario que hace que ahora sea difícil encontrar muchas de sus obras, pendientes de reedición. En Cet amour-là no intento imitar a Duras, que nunca iba con pantalones. Estaba muy orgullosa de sus piernas, las tenía muy bonitas. Y llevaba siempre jerséis de cuello alto. Mi personaje es una suerte de destilado de todas las heroínas durasianas. Espero que las celebraciones del décimo aniversario de su muerte servirán para resolver el litigio entre herederos y todo el mundo pueda descubrir que Duras es la mejor escritora de los últimos años del siglo XX.

P. Cuando conoce a Marguerite Duras es también cuando entra en relación con Louis Malle.

R. ¡Ella me acompañaba mientras yo le buscaba por todo París! Estaba enamoradísima de él. Louis era un tipo formidable. Ha hecho películas que parecen muy distintas, pero hay una corriente de fondo que las atraviesa todas, la obsesión por la primera vez, por la primera mujer, por la revelación de la sexualidad. Era el opuesto perfecto de François Truffaut. Recuerdo que, en 1963, fuimos juntos a Osaka y yo salía cada día a descubrir la ciudad y él se quedaba en el hotel, leyendo libros sobre el Japón. Luego, cuando yo regresaba de mis paseos, François me interrogaba, quería saber si se parecía lo que él había leído. A Louis le faltaba tiempo para perderse por la ciudad. François escribía muy bien. Era muy posesivo. Todos sus amigos hemos recibido una vez una carta de François devastadora. Cuando dirigí mi primera película -Lumière- no soportó que pasase al otro lado de la cámara. Poco antes de morir, me dijo: "Jeanne, tenías razón, hay más rivalidad entre los cineastas que entre las actrices".

P. ¿La obra cinematográfica de Duras le parece de igual valor que su obra literaria?

R. Como cineasta tuvo audacia, la audacia de la libertad. Supo hacer películas con presupuestos minúsculos. Supo ir hasta el final en la prosecución de sus deseos. Es como una piedra que cae, la fuerza de la inercia, era imparable. Hay gente que escoge escribir como oficio. Para ella era su modo de vivir. Toda su obra está marcada por ese hálito de sensualidad que es misterioso, húmedo, que viene de lejos, de la Indochina natal, sin duda. Ella resumía todo eso de una manera muy simple y magnífica: "Un tipo al que no le apetece acostarse conmigo no me interesa".

París - 06/03/2006

© Octavi Martí