la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Marguerite Duras por Mercedes Monmany y Silvia Hopenhayn / ABC (Madrid) 7 abril / La Nación (Buenos Aires) 26 marzo 2014



Una de las más grandes escritoras del pasado siglo, la francesa Marguerite Duras (Saigón, hoy Ciudad Ho Chi Minh, 1914-París, 1996), fue al mismo tiempo un importante icono mediático de su época. Desde su debut en la inmediata posguerra, apasionada y rebelde, nunca dejó de estar presente en un primer plano de lujo, muchas veces controvertido, en todo aquello que emprendió, ya fueran obras literarias, guiones cinematográficos, puestas en escena, artículos, debates, militancias políticas, o cualquier tema menor o mayor del que se tratara en ese momento.
Una mujer que devoró la Historia de su tiempo, desde la Segunda Guerra Mundial y la ocupación hasta la llegada de la cultura más banal y de mercado. Una creadora a veces tachada de narcisista («escribo sobre las mujeres para escribir sobre mí misma, sobre yo sola a través de los siglos»), que en ocasiones se mostraba distante, sublime, majestuosa, difícil y feroz defensora de lo subjetivo en sus desoladas y en absoluto convencionales obras de creación, y en otras ocasiones, pegada a las formas de lo popular, llegando a escribir canciones para artistas de varietés.
Militante eterna de un sinfín de causas, y amante del «compromiso» (la palabra sartriana de moda en determinadas épocas), Marguerite Duras pasó de la Resistencia al enrolamiento durante un tiempo en el Partido Comunista, un paso casi obligado para muchos intelectuales europeos de la inmediata, y no tan inmediata, posguerra.
En su caso particular, se ha dicho muchas veces que había abusado de la política lo mismo que bebía: sin moderación. Y desde luego, atravesó muchas etapas de la política francesa en las que la moderación de los intelectuales no siempre fue de la mano con el buen tino que se esperaba de ellos: la Resistencia y el colaboracionismo durante la ocupación, más tarde la liberación, el comienzo de la Guerra Fría, los alegres días de mayo del 68 y la traumática descolonización de Argelia.
Nacida en Saigón, Duras pasó su infancia y adolescencia en la Indochina francesa (hoy Vietnam), experiencia que marcó muchas de sus obras, en especial la más popular, «El amante» (1984), que alcanzó un resonante éxito internacional y que fue traducida a 40 lenguas, ganando el premio Goncourt. Un tema en cierto modo obsesivo que también aparecía en la obra con la que se reveló como escritora, «Un dique contra el Pacífico», de 1950.
Publicada en nuestro país por la editorial Tusquets, otras de sus novelas más conocidas son «Moderato Cantabile» (1958), «El arrebato de Lol V. Stein» (1964), «El vicecónsul» (1966), «El amor» (1971),«El mal de la muerte» (1982), «El amante de la China del Norte» (1991) o «Yann Andréa Steiner» (1992), dedicada a su último y joven compañero, Yann Andréa, también escritor, que se convertiría en su albacea testamentario.
Asociada en un principio al Nouveau Roman, sus obras siempre tendrían un sello particular, compuestas por frases cortas, de tiempo y acciones desestructurados, de una gran potencia e intensidad. Unas historias que buceaban en el misterio de los seres y de las cosas, del amor, el abandono, el silencio, la soledad, la sensualidad femenina y la muerte.
Sus padres, de orígenes modestos, eran dos profesores franceses que se habían sentido atraídos por el sueño colonial. Pero cuando Marguerite tenía 7 años su padre muere, dejando tres niños pequeños. Bruscamente, la existencia de los Donnadieu -su verdadero apellido, abandonado luego por Duras- en Indochina se transforma en una vida mucho más azarosa y llena de dificultades. Se convierten de repente en unos «petits blancs», es decir, colonos despreciados y miserables, obligados a vivir como indígenas.
Aun así, a los ojos de los niños la jungla se convirtió en un lugar mágico para lo imaginario, que concitaba todos los terrores y fascinaciones. En 1932, Marguerite, con 17 años, se traslada a París para comenzar sus estudios de Ciencias Políticas. En 1939 se casa con Robert Antelme, escritor y militante como ella de la Resistencia, deportado aBuchenwald y Dachau y, sobre todo, autor de un célebre y espléndido clásico, «La especie humana» (1947), en el que narraba aquellas experiencias. El grupo al que ambos pertenecían había caído en una emboscada y Marguerite lograría salvarse, gracias a Jacques Morland (nombre de guerra de François Mitterrand). Posteriormente, Duras narraría el regreso de su marido en uno de sus mejores y más estremecedores textos, «La Douleur» (1985).
Inquieta y polifacética, desde el comienzo adaptó a menudo novelas suyas para la escena, como es el caso de «Le Square» (1957), o bien las escribió directamente para el teatro («Savannah Bay», 1982). También dirigió películas como «India Song» (1975) y «El camión»(1977), protagonizada por Depardieu. Pero con lo que se convertiría en una autora de culto indiscutible, a nivel mundial, sería escribiendo el guión y los diálogos de la mítica «Hiroshima mon amour» (1959) deAlain Resnais. Una película protagonizada por Emmanuelle Riva, la genial actriz que recientemente, ya en la vejez, sería rescatada para la gran pantalla, como inolvidable protagonista de «Amour», del alemánMichael Haneke.
Mercedes Monmany
ABC, Madrid
7 abril 2014
Fuente: ABC





La infancia interminable de Marguerite Duras



La  infancia puede no ser recuerdo. A veces es un estado de perduración. Un candor viviente que irradia los destellos de la primera vez. Para Marguerite Duras, la infancia es un estado. No sé si escribir "estado" con mayúsculas; cuando se trata de una escritora que prescindió de nombres para sus personajes amantes, la mayúscula también puede ser un fraude, un empeño por enaltecer lo que necesariamente corre por debajo. Su propio nombre le viene del llano. Ella se lo cambió en medio de la Segunda Guerra Mundial. En vez de Donnadieu, empezó a firmar Duras -así se llamaba su casa de campo-. Y fue como si de su nuevo nombre empezaran a surgir libros, guiones, películas, obras de teatro, diálogos, ensayos. El primero de todos, en 1943, con el significativo título Los imprudentes.
A cien años de su nacimiento, se preparan múltiples festejos y nuevas ediciones. En la Argentina, la editorial El Cuenco de Plata viene publicando parte de su obra de culto en nuevas traducciones (India Song, que incluye el guión de la película y la obra teatral La música; El cine EdénNathalie Granger, la mujer de Ganges, y la pequeña y bella novela, La lluvia de verano). A fines de abril, se realizará un homenaje en la Alianza Francesa y este mismo mes, la editorial Paidós publica un libro original y revelador, con traducción de César Aira y prólogo de Silvio Mattoni: Marguerite Duras, la pasión suspendida / Entrevistas con Leopoldina Pallota Della Torre.
El deseo es el tema central del libro y aparece bajo distintas formas. Hay capítulos que intentan apresarlo, darle un argumento, sobre todo el titulado "La pasión". Pero es en el primero cuando asoma por primera vez. En el capítulo "Una infancia", Della Torre le pregunta a Duras si ella considera que tuvo una infancia especial. "A veces creo que toda mi escritura nace de ahí, entre los arrozales, las selvas, la soledad. De esa niña flaca y despistada que era, pequeña blanca de paso, más vietnamita que francesa, siempre descalza, sin horarios, sin modales, habituada a contemplar el largo crepúsculo sobre el río, la cara quemada por el sol." Vale recordar que Marguerite Duras nació en los suburbios de Saigón y permaneció en Indochina hasta 1932. Luego se trasladó a París, donde estudió derecho, matemáticas y ciencias políticas. El segundo capítulo del libro se titula precisamente "Los años parisinos", al que sigue "Los caminos de una escritura", donde Duras expone ferozmente su entrega y el cambio en su escritura: "Durante años tuve una vida social y la facilidad con la que conocía gente o les hablaba se reflejaba en mis libros. Hasta que conocí a un hombre, y poco a poco toda esa mundanidad desapareció. Era un amor violento, muy erótico, más fuerte que yo, por primera vez. Hasta quise matarme, y eso cambió incluso mi modo de hacer literatura. La mujer de Moderato cantabile y la de Hiroshima, mon amour, era yo". Es cuando aparecen los huecos, silencios, tan bien dscriptos por Mattoni en el prólogo, "como si escribir no fuera componer una obra, sino vaciar, ahuecar, blanquear el flujo de las palabras".
El año 1914 dio una buena cosecha de letras: Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Octavio Paz y Marguerite Duras.
La Nación, Buenos Aires 
26 de Marzo de 2014

Fuente: La Nación