“Y cuando tus pezones se hinchan bajo la blusa negra que mojo con saliva, despuntan, erectos,bajo la tela, cuando tus pezones, pegados al tejido sobresalen, formes y erguidos, la palabra brota de mi deseo apocalíptico: clavijas, digo; entonces, con la delicadeza y la sabiduría del manipulador de violines, mis dedos, de lejos, comienzan la operación de acercarse; mis dedos, que antes he limpiado y frotado con crema, descienden y oprimiendo tus pezones los torneo, los ajusto, los ciño a la arandela de los pechos.
El sexo de Aída es como una cerradura. Intervengo en él como extranjero dotado de una llave que abre la puerta para explorar la casa extraña. Yo soy ese extranjero, ese explorador. El navegante perdido. El apátrida del tiempo y del espacio. Yo soy ese extraño. Hablo una lengua que no conoce, puesto que mi cuerpo es diferente al suyo y mi sexo es una llave, no una casa.… Y aun cuando mis labios carnosos se fijan como ventosas a la pulpa de su sexo, succionando el jugo marino de la concha.
La escucho, pasivo, y lentamente me voy contaminando. Bebo de ti las lágrimas, la bilis, el sudor, la sangre menstrual, la orina, la cólera, el jugo pancreático, la irritación, la saliva, la frustración, el orgullo herido, tus vómitos, el rencor y el hastío. La bilis rencorosa, las lágrimas hastiadas, el menstruo irritado, la orina agresiva, la saliva toxica, la leche envenenada.
Soy un hombre muy ocupado que no hace nada en todo el día. No tengo tiempo, pero mi empleo del tiempo no produce objetos, ni dinero, ni obras: es, por tanto, un tiempo imaginario, para la sociedad en que vivimos, una sociedad desamorada. Toda mi energía se consume en amar a Aída, en imaginar a Aída, en esperar a Aída.
El amor es una toxicomanía-dice Raúl. Me dejo intoxicar por Aída. Aída es mi droga y las dosis de Aída que necesito son cada vez mayores. Como el adicto (……) Hablo solo, bebo demasiado, fumo demasiado, pero estas otras drogas no reemplazan a la única droga que deseo. “
© Cristina Peri Rossi
Solitario de Amor
Solitario de amor (Ed. Lumen, Barcelona, 1995) es el relato de una pasión amorosa y erótica, narrada desde la soledad que crea la imposibilidad de fusión-posesión con el cuerpo amado. El centro de esa pasión absoluta es Aída, el eje de toda la obra, no sólo su persona, sino especialmente su cuerpo, sus gestos, sus olores, sus secreciones, sus vísceras, sus palabras. Cada capítulo es una instantánea de Aída, la poetización de la intensidad emocional padecida por el narrador casi anónimo ("me siento un hombre sin pasado, sin rencores, sin heridas viejas: he nacido de Aída, soy el hijo virgen") desde el desamparo y la adoración sin límites. El amante ha contraído una adicción: el cuerpo de Aída, y necesita dosis cada vez mayores para sobrevivir. Por eso llega a decir:"El amor es una droga dura". El mundo exterior es hostil al amor: ha sido creado por el desamor. El estilo sutil, cargado de sensualidad de la autora, dibuja lenta y amorosamente el cosmos y el paraíso del amor, y el desierto y la soledad de su falta. Solitario de amor es una de las mejores novelas sobre la pasión que se han escrito en los últimos años.