Armando Reverón en el documental de Margot Benacerraf (Venezuela, 1952).

Armando Reverón en el documental de Margot Benacerraf (Venezuela, 1952).


la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Ana Teresa Sosa Llano: ¡Violento", fragmento y video




  



ESCENA 1
CIUDADANO 1:
Se cierran puertas y ventanas, se engrapan bocas, se atan manos, se sellan corazones. Ya no existe la noche oscura para ninguno de nosotros. Es decreto de estado, firmado y sellado por todas sus partes. Es la muerte quien alimenta todas estas noches; allí sus quejidos, su sangre dolorosa, andando por todas las calles de las ciudades, que antes eran de los hombres.

CIUDADANO 3:
El mundo desaparece de mis pupilas. Tranco las puertas con llave, las ventanas las sello para siempre. Tranco todas las rejas para que no entre la noche, que lo que trae es el crimen. Yo no quiero morir. Ellos disparan contra todo. Dicen que el hampa tomó la ciudad para siempre y que sobrepasa al estado.

CIUDADANO 5
De día es diferente, debemos ir a trabajar para ganar sueldos. No quiero oír lamentos. Escucho sus gritos y callo lleno de miedo. Algún día se les ocurrirá entrar a mi casa; hay que colocar todos los cerrojos; que la ciudad fue enteramente tomada por el crimen y los hombres que mandan, dicen que no pueden hacer nada por nosotros.

CIUDADANO 1:
Hay que guardarse los gritos dentro de la garganta y pasar la noche dormido, porque podrían sospechar. ¡Cierro puertas y ventanas, paso todos los seguros y callo mi llanto hasta el amanecer!

CIUDADANO 2:
Violento. Shiii... Violentísimo. Una mano rompe un rostro; los dientes estallan contra el labio, lo revientan. Miro en una dirección, apunto con mi arma directo al corazón de un hombre medianamente bueno, lo enfrío en un  segundo.

CIUDADANO 4
Desde lo alto, a un lado veo ejecutar su crimen; ahogo el grito, me aparto, cierro los ojos, espero la descarga. Cae la víctima, lo asesiné; fríamente me llevé su vida. El crimen me horroriza; mañana compro el periódico de la tarde, allí aparecerá la foto y su historia... Me la voy a leer completiiiica...

CIUDADANO 5
Violento tu grito. Violentos todos tus silencios. Violento el golpe, todos los caminos cerrados. Unos labios sellados a mi boca abierta. 

CIUDADANO 3:
Ese ministro no mira de cerca el dolor amargo de la gente que muere de hambre y de crimen. No acaricia a esa madre que llora a su hijo asesinado anoche. Alguien mata, alguien muere.

CIUDADANO 6:
¡Tengo tanta rabia guardada adentro! Las rabias, las iras, los sobresaltos. ¡Este deseo de matar!

CIUDADANO 5:
Un hombre en su discurso nos cuenta que moriremos de hambre; violento su discurso; violenta su mano deslizándose por un lado agarrando lo que es nuestro. Un hombre grita, nos llama a todos, su consigna es la muerte; la gente sale de sus casas a saquear bodegas, a saquear depósitos.

CIUDADANO 2:
Voy a romper huesos, desgarraré vestidos, gritaré palabras obscenas. Inventaré sacrilegios, repartiré golpes a diestra y a siniestra, callaré palabras amorosas salidas de labios que desean, escupiré las palabras sagradas, pisotearé las buenas palabras, patearé las esperanzas de los hombres.

CIUDADANO 5:
¡Que velocidad! Todos andan desesperados; todos corren; un grito. Se escucha un disparo. Un zapato atrae el crimen. El horror. Mueren como si hubieran ido a pelear en una guerra. ¡Se roba y se mata por tener unos zapatos puestos!

CIUDADANO 6:
Sal de aquí, te robas mi espacio, tu voz revienta mis oídos, tus manos tocan mis pertenencias, revisas mis ideas; aún las que llevo dentro de mis adentros; las condenas todas. Voy a asesinarte, sin ninguna duda; fríamente voy a poner la punta de la bala, con su pólvora y su peso, donde mi ojo frío se instale. Escogeré tu órgano frágil, en el medio del pecho; allí no habrá duda de tu muerte.

CIUDADANO 4:
¿Qué te pasa? Yo no te he hecho nada...

CIUDADANO 2:
Quiero golpear un corazón, quiero romper mi puño contra alguien débil. No quiero estos ruidos dentro de mí. Vete de aquí, antes de que te aniquile...

CIUDADANO 3:
¡Las calles están tomadas por los ladrones, por los asesinos y ni siquiera nos podemos defender! ¿Escuchas las alarmas? Son los avisos del encierro. La muerte pasa por las casas y no encuentra los sellos que no la dejarán entrar…


CIUDADANO 5:
Tengo días lleno de malos pensamientos, de rumores malos. Ayer leí el diario de la tarde; demasiados crímenes, demasiada muerte… Un hombre grita allá enfrente, es joven, siempre son jóvenes los gritos. Violentos tus pasos en el pasillo de mi casa, violentos tus ojos velando mi vida. Reviento con mis voces, grito agudo, no me calmo un instante. Quisiera romper el mundo; nada calma esta desesperación.

CIUDADANO 1:
Violentas son todas esas voces destruyendo mis sonrisas; mis esperanzas. Los párpados no me protegen. Golpear, apalear, pelear siempre. Violento que me mires a los ojos. Violento mi rostro marcado por tu grito.


© Ana Teresa Sosa Llano

Violento fue estrenada en Caracas en septiembre de 2005, protagonizada por Flor Elena González y Saúl Marín, dirección Aníbal Grunn, producción Benjamín Cohen.
Contra todas las predicciones, por tratarse de  una obra de teatro dramática en un momento en que el público estaba volcado hacia la comedia,   fue una de las obras más exitosas del año: el teatro estuvo a sala llena las 5 semanas que estuvo en cartelera (plazo máximo de permanencia en Caracas y símbolo de éxito total).

Video Promocional de la obra Violento.




Escritora, dramaturga, guionista de cine y televisión, nacida en Caracas, Venezuela. Estudió Dirección de Cine en Nueva York e Historia y Geografía en Caracas. Estudios de dramaturgia y guiones con Osvaldo Dragún, Juan Carlos Gené, Mauricio Kartún, Mauricio Walerstein, entre otros. En 2008 fue Jurado del Premio Nacional de Literatura de Panamá.

PREMIOS
Premio de Dramaturgia de la Revista Tramoya, Universidad de Veracruz, México, 2002. Obra: “Maldita de Todos”.

Premio de Dramaturgia “José Ignacio Cabrujas”, Venezuela, 2000. Obra: Gritos, Crímenes y Sortilegios.

Premio Nacional de Dramaturgia Santiago Magariños, Ministerio de la Cultura, Venezuela, 1995. Obra: “Con los Demonios Adentro”.

Premio Municipal de la Alcaldía de Caracas, 1994. Guión de cine de ficción.

OBRAS ESCRITAS Y/O PUBLICADAS
“Dirigido a Eva.” 1988.

“Corazón de Fuego” 1989. Edición Fundarte, Caracas.

“Maldita de Todos.” 1996. Revista Tramoya, México.

Escritura del Catálogo de la Exposición de los Pintores Norteamericanos León Golub y Nancy Spiro. Museo Jacobo Borges, Caracas, 1998.

“Con los Demonios Adentro” .1993. Celcit y Monte Ávila Editores.

“Violento”, 1999.

“Dolor de Madre”, 1996. Lectura dramatizada, Maracay, 2009.

“Sortilegios, Gritos y Crímenes”, 1997. Publicada en febrero del 2002.

“Casa en Orden”, 1999. Revista Tramoya, México. 2003.

La Malquerida”, 2005.

“Macho- Macho”, 2009.


OBRAS ESTRENADAS
Casa en orden, tragicomedia: Sala de Conciertos del Ateneo de Caracas, en el marco del ciclo Tres Dramaturgas Del Silencio al Estallido y Remontaje en el Teatro Escena 8, Caracas, 2007.

Violento: Sala Rajatabla, año 2005, Caracas.


NARRATIVA
“Casa de Varones”, novela.

“Las hay malas y yo…”, cuentos.

“La malquerida”, novela.


GUIONES DE CINE
“Giros de Sangre”, coautora con David Suárez.

“Jesús Alias Mandingo”. Cortometraje. 1996.

“¿Quien mató a Lucas?” Largometraje patrocinado por IBERMEDIA.


TELEVISIÓN
Asesora y escritora de telenovela de BCC Producciones “¡Qué Clase de Amor!”, Venevisión, 2009.
Autora de la telenovela “Te Tengo en Salsa”, RCTV, 2006.
Autora del proyecto de Teleserie para CTV Galicia, España. Título: “Bayharí La Meiga”


GUIONISTA Y/O DIAGRAMADORA DE LAS TELENOVELAS:
“Por Estas Calles”, “Angélica Pecado”, “La Mujer de Judas”, “La Cuaima”, “Muñeca de Trapo”, “Mujer con Pantalones”, “A Todo Corazón”, “Mujercitas”


VIDEOS



CONTACTO
anasosaluna@hotmail.com
anatesosa@yahoo.com.mx




“Lejos de casa” de Viviana Marcela Iriart por Araceli Otamendi

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La autora de “Lejos de casa” editó en una computadora una tirada mínima de su novela y me hizo llegar un ejemplar. Esta particular forma de difundir una obra ante el difícil acceso a las editoriales masivas despertó enseguida mi interés en leerla. 

Dice Carlos Fuentes en “Geografía de la novela” que, como Jano, el lector de novelas tiene dos caras, una mira hacia el futuro, la otra hacia el pasado. Obviamente, sigue diciendo Fuentes, el lector mira hacia el futuro. La novela tiene como materia lo incompleto, es la búsqueda de un nuevo mundo en el proceso de hacerse. Pero a través de la novela, el lector encarna también el pasado, y es invitado a descubrir la novedad del mismo. 

Construida como un diario, la novela “Lejos de casa” transcurre durante los años setenta en ámbitos distintos. Por un lado está el “Diario de lamentaciones” en Venezuela. Por el otro, la ciudad de La Plata, en la Provincia de Buenos Aires. El texto discurre entre esos dos escenarios donde con habilidad un narrador en primera persona va relatando las vivencias del personaje, una mujer argentina que se exilia en Venezuela. 

Es en realidad la historia de un exilio donde el personaje principal nunca deja de estar presente con su memoria en el lugar de origen. Los sentimientos de extrañeza, desarraigo y desamparo van apareciendo a medida que la narración avanza. El carácter novedoso del relato que fluye entre estos dos escenarios tan distantes y disímiles entre sí, hace que se intensifique el efecto de la narración y es ése uno de los principales méritos de la novela. 

Viviana Marcela Iriart es periodista y escritora. Ha escrito además varias obras de teatro.
Edición Escritoras unidas y Compañía, 146 páginas, 2003


© 2003 Araceli Otamendi
Escritora argentina
Directora de la revista Archivos del Sur. 

El puñal en la garganta, cuento de Rosa Montero





Tengo una foto en mis manos. Somos nosotros, Diego y yo, antes de que todo comenzara. Es una imagen del principio, primordial. Tengo un polvillo blanquecino en mis dedos. Son los restos del veneno que le sirvo todas las tardes en el vaso de sake: en cada toma un miligramo más. Es una evidencia del deterioro, terminal. El polvillo ha manchado la foto, de la misma manera que el sórdido presente mancha los recuerdos hermosos del pasado. Están contaminados esos recuerdos, tan envenenados como la copa de aguardiente. Miro ahora la foto y no le reconozco. Es el rostro de un hombre que se sabe amado: resplandece. Y era yo quién le amaba, aunque ahora no atino a saber cómo ni por qué.
Hace seis meses que nos hicimos este retrato, apretujados en un fotomatón de la estación de Atocha, cuando llegamos a Madrid. Hace seis días que empecé a echarle los polvos en la copa. Las mujeres somos buenas
envenenadoras: es un arte final que nos es propio. A los hombres les gusta matar con grandes exhibiciones de violencia, como si se sirvieran del asesinato no sólo para librarse de un enemigo, sino también para hacer una demostración de poderío. Y así, estrangulan, apalean, descoyuntan y degüellan. Sobre todo aman las navajas, los cuchillos, las hojas afiladas. Los temibles hierros penetrantes. Si me oyera el psiquiatra diría que estoy obsesionada con los símbolos fálicos. En realidad era un psiquiatra muy malo. Gratis, de la Comunidad. Sólo fui un par de veces, cuando empezaron a sucedernos cosas raras.
Pero decía que los hombres gustan de matar violentando los cuerpos desde fuera, mientras que las mujeres preferimos la destrucción interior, que es más sutil. Somos especialistas en este tipo de asesinatos y gozamos de una larga tradición intoxicadora: desde la madrastra de Blancanieves a Lucrecia Borgia. A fin de cuentas, preparar una pócima letal es muy parecido a preparar una sopa de gallinas, por ejemplo. Quiero decir que es una cosa de nutrición, que todo se queda entre pucheros. El envenenamiento como parte de la gastronomía.
A mí siempre me gustó cocinar. Y a Diego tirar dardos. En eso, y sólo en eso, se nos anunciaba de algún modo el destino. Nos conocimos precisamente así: yo cocinaba en un bar de la playa, en La Carihuela, en Torremolinos, y él ganó el concurso de dardos del local. Era muy bueno, yo nunca había visto nada semejante. Era capaza de clavar una flecha en el culo de otra. Llevaba unos dardos especiales, de madera y plumas, en un estuche de cuero despellejado. Había vivido en Londres durante mucho tiempo, una vida
nocturna de pubs, dianas de corcho y ocupaciones imprecisas y tal vez inconfesables. A mí me gustaba que fuera así, aventurero, cosmopolita y enigmático. Tampoco mi vida había sido lo que se dice ejemplar. Soy de la generación del 68, he rodado mucho y no siempre por los sitios más adecuados. Viví un par de años en la India, he sido yonqui, me detuvieron una vez en Heatrow con unos gramos de opio. Cuando encontré a Diego hacía mucho que estaba limpia, pero el mundo me parecía un lugar bastante triste. Él me dijo: “Te
puedo hacer daño, no te enamores demí”. Y esome bastó para quedar prendida. Tengo cuarenta y cuatro años. Diego catorce menos. Pero hace seis meses apenas si se notaba la diferencia de edad: yo todavía conservaba un buen aspecto. Lo que siempre me ha fallado ha sido la sensatez, no el físico. Cuando nos vinimos a Madrid llevábamos un mes viviendo en la gloria. Nuestra pasión era insaciable: llegamos a la estación de Atocha y nos instalamos en el hotel Mediodía, justo al otro lado de la plaza, porque cualquier
otro sitio parecía demasiado lejos para nuestra urgencia. Le prendíamos fuego a la cama varias veces al día. Y no era sólo el sexo: a través de tanta carne yo creía recuperar mi espíritu. Queríamos querernos y empezar juntos una nueva vida. A veces se me saltaban las lágrimas y pensaba que era de felicidad. Tenía que haber aprendido para entonces que llorar siempre es malo.
El dinero se nos iba demasiado deprisa y necesitábamos buscar algún trabajo. Pero pasaban los días y no hacíamos nada. Una mañana de domingo, Diego llegó al hotel muy tarde y muy excitado. Venía con un transportista y traían entre los dos un enorme baúl. “Lo he comprado en el Rastro, en una tienda de antigüedades”, dijo mientras lo abría. “Es auténtico y me ha costado baratísimo.” Dentro había tres vestidos chinos de mujer, entallados, muy bellos, de satén bordado, y tres opulentos p’ao, el traje chino de hombre en el que luego se inspiró el quimono japonés (¿y por qué sé yo esto?, los tres negros y con el forro color fuego. Nunca había visto antes una seda como aquella, tan densa, tan pesada. En el baúl estaban además todos los complementos necesarios: pantalones, zapatos, flores artificiales y agujas para el pelo, barras de maquillaje
y joyas falsas. Había también una gruesa plancha de madera revestida de corcho, compuesta de tres paneles articulados; una vez montada sobre unos caballetes quedaba perfectamente vertical y del tamaño de una puerta más bien ancha.
“Y ahora viene lomejor”, dijo entonces Diego. Y sacó una caja lacada color musgo. Cuchillos. Estaba llena de cuchillos. Finos, delicados, de doble filo, la hoja larga y punzante, el mango de plata labrada con incrustaciones de nácar. Relampagueaban como joyas en su lecho de terciopelo verde oscuro. Recuerdo
haberme extrañado de que la plata no estuviera ennegrecida, pero no dije nada. “Uno solo de estos puñales debe de costar lo que me han cobrado por todo el baúl, ha sido una ganga”. Nos probamos la ropa: nos quedaba perfecta. Empecé a sentirme yo también feliz. Era una felicidad extraña, un poco intoxicante, como el burbujeo que te sube por la nariz cuando tomas champán. “Ya verás, montaremos un número de variedades, seremos un éxito”, dijo Diego. El aliento le olía un poco a alcohol. Eso hubiera debido hacerme sospechar algo malo, o al menos algo raro, porque él jamás bebía ni una sóla gota. Pero me sentía tan
contenta y tan poderosa dentro de mi bello traje de china que ignoré los avisos. Suave suave el satén sobre mi piel, una caricia. Despojé a Diego de su quimono e hicimos el amor ahí mismo, en el suelo, entre cuchillos.
Los primeros cambios fueron tan sutiles que fui incapaz de percibirlos.
Pensando ahora, desde el conocimiento de lo que después vino, me doy cuenta de que, tras la entrada del baúl en nuestras vidas, nada volvió a ser igual. Diego empezó a entrenarse: montó el panel de corcho en un rincón del cuarto, chinchetó en él una silueta de papel y se puso a lanzar los cuchillos. Al principio, hasta que cogió el pulso de la forma y el peso de las armas, las puntas de acero rasgaron alguna vez el borde del patrón. Pero enseguida, y para mi sorpresa, porque los puñales exigían una técnica muy distinta a la de los
dardos, adquirió una precisión y una seguridad admirables. “Dentro de poco empezaremos los ensayos de verdad”, dijo una tarde. “¿Cómo de verdad?”, le pregunté, aunque sabía. “Contigo. Los ensayos contigo, en el panel”. Me dejé caer sobre una silla. “Ni lo sueñes. No lo voy a hacer. No pienso hacerlo”. Diego se
volvió bruscamente hacia mí: tenía un cuchillo en cada mano y por primera vez le tuve miedo. Pero fue un sentimiento tan fugaz como un escalofrío. Sonrió. “No seas tonta: eso es lo que nos va a hacer famosos, eso es lo que dará a nuestro número su categoría. Sin eso no nos contrataría nadie. No tendrás miedo, ¿verdad? Si no estuviera seguro de que no te va a pasar nada no te pediría que lo hicieras, cariño. Ya ves que no fallo nunca”.
Era cierto, no fallaba jamás. Me estremecí. Me acababa de dar cuenta de que hacía mucho que no me llamaba “cariño” y que no me trataba tan dulcemente. Hacía varios días que no nos amábamos. Cada vez empleaba más horas en sus entrenamientos: incluso se vestía desde por la mañana con el p’ao, decía que necesitaba acostumbrarse a las amplias mangas para que no le estorbasen en la tirada. El panel había ido saliendo de su rincón del cuarto y ahora estaba en mitad de la habitación. Me ponía nerviosa la visión omnipresente y protagonista de esa estúpida plancha de corcho y madera. O quizá me ponía nerviosa el progresivo ensimismamiento de Diego. En cualquier caso, yo salía cada día más. Me levantaba temprano y me iba del hotel, paseaba por el Retiro, tomaba limón granizado en los chiringuitos, me sentaba en los bancos de Recoletos a leer un libro, me metía en un cine. Incluso fui una vez al Museo del Prado. Y cuando regresaba al hotel, Diego seguía clavando puñales en el corcho. En la penumbra, porque la habitación estaba cada día más a oscuras. Empezó corriendo las cortinas, luego bajando las persianas más y más. “No soporto este sol, el verano en Madrid es inaguantable.” Ahora estaba casi siempre de mal humor. Le había cambiado el carácter. Lo cual no era extraño, porque bebía. Bebía cada vez más y desde más temprano. Comenzó con
cervezas, luego se pasó al whisky. Esos días fueron mi última oportunidad, ahora lo veo: hubiera debido marcharme entonces, pero no me sentía capaza de abandonarle. No ya por no poder vivir sin él, sino por no poder vivir sin mi propia pasión. Sin la ilusión de que la existencia podía ser un lugar mejor, sin ese centelleo entre las tinieblas.
Una tarde regresé al hotel y me encontré con que Diego me estaba esperando. Me arrojó uno de los vestidos chinos. “Póntelo. Vamos a empezar los ensayos.” “Te dije que no pensaba hacerlo”, contesté cruzándome de brazos. Fue un desafío que duró muy poco: de inmediato, sin un solo gesto, sin una palabra, Diego me dio dos bofetadas. Nunca me había pegado. “Póntelo.” No estaba en absoluto furioso: su fría determinación era lo que le hacía más terrible. Aturdida, me quité los vaqueros, la camisa. Tantas veces antes me había desnudado ante sus ojos, tantas veces había disfrutado de la dulce y turbia sensualidad de ofrecerme al amante. Pero ahora su mirada me quemaba la piel, me hacía daño. Me puse el traje; algo se revolvió en mi estómago: era un espasmo de odio. Me dirigí hacia el panel con resolución: en ese momento no me importaba hacer de blanco, no me importaba lo más mínimo. El odio crecía dentro de mi vientre, mezclado con la furia, el deseo de venganza, la necesidad de humillarle y vencerle. Apoyé la espalda contra el corcho, extendí los brazos y me agarré al marco de madera labrada. Diego comenzó a arrojar los cuchillos: los puñales silbaban en el aire estancado, en la penumbra tibia. Los dos primeros se clavaron a ambos lados de las caderas, los segundos junto a los hombros. Después las afiladas hojas se apretaron en el hueco de las axilas, en la cintura, en la línea de las piernas. Las dos últimas se hincaron junto al cuello; cerca, muy cerca, como besos de acero. No quedaban más cuchillos y yo seguía viva.
Diego se acercó y me apartó del corcho. De nuevo sin un gesto, de nuevo sin palabras, empezó a hacerme el amor con rudeza, incluso con violencia. Y a mí me gustaba. Le necesitaba de una manera feroz, absoluta, distinta. Había algo desesperado en la manera en que nos aferrábamos el uno al otro, en el modo de combatirnos por medio de la carne. Entonces es cierto que el odio se parece tanto al amor, pensé. Desde el suelo veía, en el panel, la silueta de mi cuerpo hacha con cuchillos, el perfil vacío de mi otro yo.
Nada más terminar me puse en pie: quería ducharme, hubiera deseado meterme en el mar, librarme de algo interior que me manchaba. Entonces fue cuando lo vi. Estaba todo extendido sobre la cama, ordenadamente dispuesto, como si fuera un bodegón. El gran sobre de papel marrón a un lado, luego los recortes de periódico haciendo un cuadrado, en el centro el folio mecanografiado. “¿Qué es esto?”, pregunté. Diego se encogió de hombros: “Un sobre que me han dejado en recepción”. Cogí los papeles. Los recortes estaban
muy amarillos y eran todos del año 1921. Trágico accidente en el circo Price. La muerte visitó la pista. Horror en el circo... Miré el folio: era una hoja nueva, sin arrugar, escrita a no dudar recientemente. Decía así:

“El 17 de febrero de 1921, durante la función de noche del circo Price de Madrid, hoy desaparecido, Lin-Tsé, artista estrella de la velada y lanzador de cuchillos de gran fama, atravesó la garganta de su compañera en mitad de la actuación, causándole la muerte de manera instantánea. Era época de carnavales y el circo estaba lleno, de manera que dos mil personas pudieron contemplar, espantadas, el fallo irremediable, la sangre que inundó de inmediato la pista y el dolor de Lin-Tsé que, en su desesperación, se arrancaba
los cabellos de su larga coleta y hubo de ser sacado de escena medio desvanecido. Y no era para menos, porque la víctima, la pobre Yen-Zhou, no sólo era su ayudante, sino también su esposa.
“Pero si alguno de esos dos mil horrorizados y conmovidos espectadores hubiera podido ver a Lin-Tsé pocos días después, sin duda se habría admirado ante la asombrosa recuperación del artista. Una vez secas las lágrimas de la primera noche, el hombre, inescrutable, no volvió a mostrar inclinación alguna a llorar a su muerta. En la compañía se rumoreaba desde hacía tiempo que Lin-Tsé mantenía una relación clandestina con Paquita, una de las muchachas del coro; la relación se hizo oficial apenas el artista quedó viudo, y cuatro o cinco meses más tarde se casaron. Paquita tenía quince años por entonces; Lin-Tsé, unos cuarenta, y Yen-Zhou, según los recortes de la época, había cumplido los sesenta y uno. La policía interrogó al artista varias veces, pero nunca consiguió probarle nada. Todos en el circo estaban convencidos de que Tsé, un gran profesional que jamás fallaba en su rutina, había asesinado a su esposa en medio de la función de gala, bajo la mirada de todo el mundo, en un crimen espectacular ejecutado dentro de un espectáculo, el crimen más evidente y menos disimulado, el crimen perfecto”.
Los folios no tenían firma, el sobre carecía de remite. “¿Qué es esto?”, pregunté de nuevo: mi voz sonaba chillona, extraña en mis oídos. “No sé. Supongo que me lo ha mandado el anticuario”, respondió Diego. Volvió a encogerse de hombros y se sirvió una copa de una botella tripuda que yo antes no había visto. “¿Quieres? Es sake. Un aguardiente de arroz japonés. Muy rico. Creo que de ahora en adelante no voy a beber más que esto”, dijo con un guiño. Y tenía razón. No ha vuelto a beber más que sake. Últimamente, sake envenenado.
A partir de ese momento las cosas no hicieron sino deteriorarse. Aunque, a decir verdad, lo sucedido, más que un deterioro, era y es un cumplimiento, la llegada inexorable de nuestros destinos, de un final extraño y sin embargo lógico para el que parecería que hemos nacido, de modo que nuestras existencias anteriores, todas las peripecias y avatares vividos, no habrían sido sino el tiempo de espera hasta llegar a esto. Y esto es el furor y la violencia, el odio que hoy nos une con más fuerza de lo que une la pasión amorosa más intensa. Nunca he dependido tanto de un hombre como dependo hoy de Diego. Por eso quiero matarle.
Durante un tiempo seguimos ensayando: todos los días, empleando en ello muchas horas. Ya no salíamos de la habitación del hotel: mi vida era un lugar angosto y el universo se acababa en el pasillo. Vestíamos las ropas chinas, dormíamos de madrugada, comíamos desganadamente las bandejas que nos subían, a deshora, camareras estúpidas a las que yo detestaba inmediatamente, porque creía ver en ellas a mis rivales, chicas jóvenes con las que Diego coqueteaba. Yo me había descuidado mucho: podían pasar varios días sin que me lavara, llevaba las uñas rotas y sucias, el pelo grasiento. Me miraba de refilón en los espejos (no soportaba, ya no soporto más mi visión directa) y me veía vieja. He envejecido tanto en unas pocas semanas que casi parezco otra persona.
Un día Diego se quitó el p’ao, se vistió con sus antiguos vaqueros y una camisa y se fue del hotel sin decir palabra. Yo me quedé temblando. Temblaba tanto que me tuve que sentar en la cama, ya que las rodillas no me sostenían. Tenía miedo porque pensaba que Diego se había ido para siempre. Pero también tenía miedo porque pensaba que iba a regresar. Me asusté tanto de mi propio susto que me eché a la calle y acabé, no sé cómo, en un centro de mujeres del barrio. Fue entonces cuando me enviaron a la consulta del psiquiatra. Creo que aquél fue mi último intento de escapar.
Durante algunos días repetimos los dos la misma rutina: Diego se marchaba por las mañanas y yo poco después. Por la noche regresábamos a nuestro estrecho encierro. El día de mi tercera cita con el médico no acudí. En vea de ir a la consulta fui andando a la Biblioteca Nacional y convencí a uno de los empleados para que me buscara el significado de la palabra sipabiyao. Tardó bastante, pero al cabo regresó con la respuesta: era un arbusto parecido al zumaque, de la familia de las terebintáceas, pero en una variedad que sólo se daba en China. Era además, mucho más intoxicante que su pariente europeo. De hecho, la ralladura de sus raíces constituía un veneno poderoso; administrado en ínfimas cantidades, pero de forma continuada, alteraba al poco tiempo el proceso de coagulación de la sangre, de modo que la víctima fallecía a causa de derrames cerebrales o hemorragias que parecían naturales. Como se trataba de un veneno limpio, que no dejaba huella, había sido abundantemente usado, según decían las crónicas, en las épocas más turbulentas de la China de
los mandarines, hasta el punto de que el último emperador de la dinastía Ming mandó arrancar, en 1640, todos los sipabiyaos del país, y prohibió su plantación y tenencia bajo pena de muerte. Eso, ralladura del arbusto letal, era lo que yo tenía en una minúscula botellita que estaba en el baúl, revuelta con los demás pomos de los maquillajes.
 Cuando Diego regresó aquella noche me comunicó que había firmado un contrato para que actuáramos en Carambola, un local a medias cabaré y a medias discoteca que está en la plaza del Ángel. Allí seguimos todavía; he de decir que tenemos mucho éxito y que hemos contribuido a que el lugar se haya puesto de moda. Todas las noches hay dos pases: a las doce y a las dos. Cerramos el espectáculo, que aparte de nuestro número es bastante vulgar: un travestido que imita a Rocío Jurado, un humorista muy triste, unas chicas ni demasiado jóvenes ni demasiado guapas con plumas en las caderas y los pechos pintados de purpurina. Luego salimos nosotros. Diego revienta globos y parte manzanas por la mitad con sus cuchillos, lanza armas desde el suelo, de espaldas o con los ojos vendados. Pero todo eso no son sino adornos, porque el número fuerte, lo que viene a ver la gente, es lo que me hace a mí. Al final redobla un tambor y yo me arrimo a la plancha de corcho y madera. Lo hago lentamente, mientras van acallándose las voces de la sala. Porque siempre se callan. Guardan un silencio absorto y casi litúrgico mientras Diego dispone sus cuchillos en hilera en la mesita auxiliar a su derecha. Y cuando coge el primero, cuando sujeta el puñal por la afilada punta y lo alza en el aire, centelleante, entonces el silencio es tan completo que resulta ensordecedor: es como un fragor en los oídos, un viento entre hojarasca, el rugido del agua espumeante. Aunque tal vez ese sonido que oigo no sea más que mi miedo, que me agolpa remolinos de sangre en la cabeza. Siempre estoy esperando que el próximo cuchillo sea el último.
 Pero hasta ahora no lo ha sido, así que la vida continúa. Trabajamos, dormimos, comemos. Como cualquier persona. Y nos maltratamos: mucho más que cualquiera. Diego a veces es violento: cuando está muy borracho. Y yo le digo palabras espantosas, las frases más terribles que he dicho jamás. Siempre fui buena hablando; ahora soy buena hiriendo, haciéndole sentirse despreciable. Sé que le vuelvo loco cuando le hablo con todo mi odio. Es como si ahora Diego y yo sólo supiéramos vivir para hacernos daño.
Hace unos días empecé a echarle los polvos de sipabiyao en la copa de sake. No es muy distinto de echar levadura en un bizcocho. Diego me quiere matar. Si yo no consigo terminar antes con él, él me asesinará una de estas noches, en mitad de la actuación, frente a todo el mundo. Me clavará un cuchillo en la garganta, como hizo Lin-Tsé con Yen-Zhou en el circo Price. A veces me pregunto qué nos ha sucedido. Me produce vértigo pensar en todos esos detalles inquietantes que rodean nuestra historia. Resulta extraño, por ejemplo, que Lin-Tsé, según explica uno de los recortes, muriera dos días después de su boda de un derrame cerebral. Y que yo intuyera, que supiera de algún modo, aun antes de ir a la Biblioteca Nacional, que el diminuto frasco en el que se leía esa única palabra, sipabiyao, era una sustancia letal: mi arma secreta. O que la piel de Diego se esté poniendo oscura, un poco amarillenta: como de chino. Oh, sí, claro, el hígado, el sake, bebe tanto. Ahora sé que Diego había sido un alcohólico antes de conocerme. Y eso, su recaída, puede ser la causa de este infierno. Eso y mi masoquismo, eso y mis deseos autodestructivos, como decía ese estúpido psiquiatra. La pasión como dolor, la pasión como peligro. Sí, podría ser. Pero ¿por qué no dudo a la hora de escoger
la dosis adecuada del veneno? ¿Por qué mi cuerpo ha envejecido tanto en tan poco tiempo? ¿Por qué ahora parezco estar más cerca de los sesenta años que de los cuarenta?
 De modo que seguimos. Esto es, yo sigo empozoñando su bebida y él sigue arrojándome los cuchillos cada noche, mientras yo espero, arrimada al papel, que me suba a la boca el sabor final del acero y la sangre. A veces, cuando está a punto de tirar el arma, creo adivinar (tarda un poco más de lo debido, hay un asomo de duda en su movimiento) que la trayectoria va a resultar fatal. Pero entonces algo cruza sus ojos fugazmente: un brillo de reconocimiento, un estremecimiento de la memoria. Y por una milésima de segundo somos capaces de vernos como fuimos, tal y como estábamos en la foto de la estación de Atocha, abrasados de amor y de deseo, ciegos de ganas de querernos: la pasión como vida, la pasión como belleza. Mueve entonces el brazo Diego imperceptiblemente, rectifica en último momento la dirección del tiro, y el cuchillo se clava una vez más junto a mi cuello con un sonido seco, borrando el dulce espejismo que nos unía al pasado y anegándonos nuevamente de odio. Así son nuestras noches, así pasan los días. No sé quién conseguirá esta vez acabar antes.

Alfaguara 1994, incluido en el volumen colectivo "Relatos Urbanos"

Cuando Joan Baez se enfrentó a las dictaduras de Argentina, Chile y Brasil: "There but For Fortune" y carta de "Humanitas International Human Rights Commitee"/ viviana marcela iriart














En 1981, después de ser prohibida y perseguida en Argentina, Chile y Brasil, Joan Baez, mi idola y gurú,  fue a cantar a Venezuela. Yo trabajaba ad honorem en Amnistía Internacional, estaba exiliada,  y en nombre de la organización  le escribí una carta manifestándole nuestra solidaridad y nuestro deseo de realizarle una recepción de bienvenida. 

Le envié la carta y contra todos los pronósticos ("¡Es Joan Baez! ¡Una estrella! ¡No te va a contestar!"), inmediatamente recibí  respuesta: Joan Baez agradecía nuestra carta, lamentaba no tener tiempo para asistir a una recepción (se iba después del concierto) pero nos invitaba a que la vieramos en su camerino del Poliedro  antes del inicio de su recital.  ¡Joan Baez no me había defraudado!

La carta estaba firmada por su amiga Jeanne Murphy,  que era la directora ejecutiva de Humanitas International, la organización de derechos humanos que Joan Baez había fundado y con la que estaba realizando la gira para apoyar a las víctimas de las dictaduras del Cono Sur.  Y por supuesto, nos invitaba a que nos quedaramos a ver su concierto. 

Profundamente emocionada partí al encuentro de mi ídola junto con  un pequeño grupo de A.I. y de representantes de varios organismos del exilio latinoamericano. Joan Baez nos recibió con la generosidad y humildad que solamente tienen las grandes personas; fue amorosa y encantadora y se interesó por la realización de la Semana del Detenido-Desaparecido de América Latina que estábamos organizando.  Regaló sonrisas, besos y fotos, que no se cansaba de firmar mientras  yo, discretamente sentada en la mesa donde ella estaba, la miraba enamorada y en estado de shock. 

No sé cuántos  minutos duró ese encuentro, pero para mí, fue toda la vida. 

La gira fue registrada en el documental "There but for Fortune: Joan Baez in Latin America", que puede comprarse en su página web:   Joan Baez

En Chile dio un concierto clandestino en el auditorio Santa Gemita,  cantando canciones como  "Gracias a la vida" de Violeta Parra,  "Te recuerdo Amanda" del cantautor  chileno, asesinado por Pinochet, Víctor Jara y "No llores por mí Argentina": canciones prohibidas.




Joan Baez en Venezuela



Poco tiempo después de su partida recibí esta carta  donde Joan Baez y Jeanne Murphy me agradecían mi bienvenida y mi ayuda en su estadía en Venezuela.  

Comprobé entonces, una vez más, que  Joan Baez era alguien fuera de serie, un ser humano excepcional. Porque realmente mi aporte había sido mínimo.

Guardo esta carta como lo que es: un tesoro.




28 de enero de 2010 



Nota: La foto autografiada de Joan Baez me fue enviada en 1975 por su madre. Yo le había escrito una carta a Joan, en español, pidiéndole su conferencia “Under the bombs” donde contaba su experiencia en Hanoi en las navidades de 1972. Joan y su madre, que no hablaban español, entendieron que quería una foto autografiada y  su madre me la mandó con esta linda carta:






Después mi amable profesora de inglés tradujo al inglés mi carta de agradecimiento por la foto y mi solicitud de “Under the bombs”, que me llegó al poco tiempo. Pero ese es otro artículo y otra muestra de que Joan Baez, como pocas personas, hacía lo que cantaba y predicaba. 







Joan Baez en Latinoamérica:There But For Fortune



There but for Fortune

Show me the prison, show me the jail
Show me the prisoner, whose life has gone stale
And I'll show you, young man,
With so many reasons why
there but for fortun, go you or I......

Show me the alley, show me the train
Show me the hobo, who sleeps out in the rain
And I'll show you, young man,
With so many reasons why
there but for fortune, go you or I…

Show me the whiskey, stains on the floor
Show me the drunkard, as he stumbles out the door
And I'll show you, young man
with so many reasons why
there but for fortune go you or I…

Show me the country, where the bombs had to fall
Show me the ruins of the buildings, once so tall
And I'll show you, young land
with so many reasons why
there but for fortune go you and I, you and I.

Letra y música: Phil Ochs











Joan Baez, concierto clandestino en  Chile





 Gracias a la vida











Víctor Basterra, el hombre que retrató a los represores argentinos / entrevista de Ramy Wurgaft, El Mundo 2010

Fotos de los represores tomadas por Basterra.


Nuestro anfitrión llega con más de una hora de retraso pero aunque hubiera tardado el doble, no hubiésemos notado su demora. Así de absortos estábamos en la contemplación del afiche en que aparecen las fotos de los oficiales que estuvieron al mando de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) en la época en que alojaba al mayor centro de detención y tortura del régimen militar, entre los años 1976 y 1982.
Han pasado seis años desde que el edificio de muros almenados, fue convertido en Museo de la Memoria. Pero los ojos fríos que nos observan desde la pared, todavía tienen la capacidad de infundir miedo.
Víctor Basterra, la persona a la que aguardábamos, los mira como si se fuesen viejos conocidos suyos y de cierta forma lo son. Pero conviene relatar su historia desde el principio.




Víctor Basterra

Diciembre de 1979. El guardia le quitó el capuchón de un manotazo y Víctor Basterra sintió que el sol le quemaba las pupilas como si lo fuera a enceguecer. El prisionero había permanecido varios meses con la cabeza cubierta y tumbado en el piso de la Capucha, como llamaban a la sala maloliente, húmeda y llena de lamentos, donde los represores de la ESMA arrojaban a los hombres, mujeres y niños que secuestraban.

Lo primero que vio Basterra, cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, fue una mesa repleta de comida y sentado a la cabecera, a Luís D’Imperio, el capitán que solía aplicarle la picana eléctrica. Pero en esta ocasión, el torturador a quien los presos apodaban Abdala, lo miraba con una chispa jovial. “Es tu día de suerte”, le dijo con ironía el oficial. “Pensamos que aún siendo un rojo de m…nos podés ser útil”.


SER FOTÓGRAFO LO SALVÓ
El expediente de Víctor decía que era un obrero gráfico con amplia experiencia en su oficio. Justo lo que necesitaban Abdala y sus secuaces para confeccionar documentos falsos a los militares y civiles que intervenían en la maquinaría que había puesto en marcha el régimen para liquidar a los insurgentes.

Al ser secuestrado, en agosto de 1979, Basterra trabajaba en la oficina de Valores Bancarios, donde había aprendido los procedimientos para evitar la falsificación de cheques y de bonos del Estado. Ahora, convertido en mano de obra esclava, debía aplicar esos conocimientos pero a la inversa. La idea era proporcionar a los esbirros una identidad postiza: la de respetables agentes de la Policía Federal, encargados de velar por la seguridad de los ciudadanos.

“Yo tenía un buen manejo del pulso para falsificar firmas y como fotógrafo también me las arreglaba. Merced de esas habilidades me asignaron un trabajo mucho más complejo: la falsificación de pasaportes”, cuenta Basterra.

A Becerra y a su compañero Carlos Gregorio Lorquipanitze, otro prisionero, les llevó meses producir un “prototipo” en todo semejante a un pasaporte auténtico. Lo más difícil era reproducir la marca de agua que llevan impresos los documentos oficiales.

Después de probar con diferentes aditivos y las tintas más variadas, obtuvieron una marca que sólo el ojo entrenado de un experto hubiera diferenciado de la real. “Le enseñamos el pasaporte en blanco a Horacio Pedro Estrada, el número dos de la ESMA y él frunció la boca en señal de aprobación”.

SOLICITUD SALVADORA

La fama que involuntariamente se hicieron Víctor y Carlos Gregorio, se difundió por todo el estamento militar. En mayo del 1982, cuando la dictadura se desmoronaba por su derrota en la Guerra de las Malvinas, un tipo demacrado y tembloroso apareció en el taller de falsificaciones de la ESMA. Era Alfredo Astiz, el tenebroso jefe del grupo de tareas que secuestró y dio muerte a las monjas francesas Alice Dumon y Léonie Duquet y a la adolescente argentino-sueca Dagmar Hagelin.

El famoso verdugo había perdido su aplomo de antaño. Le urgía que le confeccionaran un pasaporte para huir del país, antes de que se restaurase la democracia y los juzgaran por sus crímenes. “Para encubrir su identidad eligió el apellido judío de…!Abramovich!”, cuenta Víctor, estrujándose de la risa.

De baja estatura pero de complexión fuerte, Víctor había sido boxeador e integrante de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Era un hombre hecho para resistir las más duras pruebas. No se habría prestado a la tarea que le impusieron si de esa tarea no hubiese dependido la liberación de Lorquipanitze, quien llevaba más tiempo que él soportando la peor de las torturas: no saber si un día cualquiera sus captores decidirían ejecutarlo.

PLANEANDO LA VENGANZA
Pero a los jerifaltes del campo de concentración les costaría caro haberse valido de la pericia de Basterra para sus oscuros planes. Poniendo en riesgo su vida, el obrero gráfico guardó en un escondite los negativos de las fotografías que les tomaba a los militares. “Hacía con los rollos un canuto y cuando comenzaron a darme licencia para salir por unas horas a visitar a mi familia, ocultaba los film entre el pene y los testículos y los llevaba conmigo”, cuenta el superviviente.

En su afán por reunir evidencias contra sus captores, Víctor rescató de la hoguera a la que las habían arrojado, las fotos que los represores les tomaban a los hombres y mujeres que atrapaban en sus cacerías y que luego hacían desaparecer. El material que sustrajo fue la piedra angular del histórico juicio al que fueron sometidos los integrantes de la Junta Militar en 1985, así como del procesamiento de decenas de sus subalternos y cómplices.

CAPTURA
Al obrero gráfico y activista político lo secuestraron de su casa junto con su esposa Dora Laura Seoane y su hija María Eva, que entonces tenía dos meses.

“El puñetazo que me dieron fue tan fuerte que me arrancó una muela y me dislocó la mandíbula. Tan pronto como me llevaron a la ESMA, comenzaron a darme máquina (choques eléctricos). Dora Laura también fue torturada, pero a ella y a mi hija las liberaron. Les convenía mantenerlas como rehenes para que yo cumpliera con la tarea que me tenían reservada”, cuenta nuestro interlocutor.

Víctor Melchor Basterra fue liberado a finales de 1982 y actualmente es uno de los directores del Museo de la Memoria que funciona en la antigua sede de la ESMA.

Ramy Wurgaft
 Buenos Aires

Fuente: El Mundo

Nota del blog: Muchísimas gracias a la periodista venezolana Edén Valera por enviarme este artículo.

La Pasarela de las Vanidades, por viviana marcela iriart, City Bell 31 de mayo de 2009


Heme aquí otra vez, en la Pasarela de las Vanidades de Facebook en donde, con maravillosas excepciones, gente pequeña desfila sus Egos Enormes con la mirada fija en el espejo que les devuelve su imagen, mejorada.
Yo, sentada en una silla, me divierto viéndoles pasar. Como no pueden voltear la cabeza porque su Ego Enorme les impide cualquier movimiento, no saben que la sala está vacía. Hablan al mismo tiempo, con palabras rimbombantes que se amontonan unas sobre otras creando un cadaver de letras ideal para hacer... una deliciosa sopa de letras. ¿Deliciosa? Pero... ¿qué-me-sucede? me-siento-extraña, me-cuesta-girar-la-cabeza... ¡AUXILIO! ¡MI EGO ESTÁ CRECIENDO!

viviana marcela iriart
City Bell, 31 de mayo de 2009

Redondillas, por Sor Juana Inés de la Cruz

Hombres necios que acusáis
a la mujer, sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis
para prentendida,
Thais, y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende?,
¿si la que es ingrata ofende,
y la que es fácil enfada?

Más, entre el enfado y la pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es de más culpar,
aunque cualquiera mal haga;
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

¿Pues, para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

Sor Juana Inés de la Cruz

El Diario de Anna Frank, parte 12





Viernes 14 de agosto de 1942.


Querida Kitty:


Ha pasado un mes desde que te deje, pero no había suficientes novedades para contarte cada día algo divertido. Los Van Daan llegaron el 13 de julio. Los esperábamos para el 14, pero como los alemanes empezaron a asustar a mucha gente entre el 13 y el 16 con citaciones a diestra y siniestra, los Van Daan prefirieron adelantar un día para mayor seguridad. El primero en aparecer a las nueve y media de la mañana, cuando estábamos tomando desayuno fue Meter, el hijo de los Van Daan. Meter acaba de cumplir dieciséis años, es un demonio bastante fastidioso y tímido, que llegó con su gato, Mouschi. No espero gran cosas de él como compañero.
El señor y la señora llegaron media hora mas tarde. La señora nos provocó un ataque de risa cuando saco de su sombrero un gran orinal.

-Sin ésto, en ninguna parte siento que estoy en mi propia casa
-declaró.

Fue el primer objeto que tuvo sitio fijo, debajo del diván-cama. El señor no había traído orinal, sino una mesa plegable para el té. Durante los tres primeros días comimos juntos en un ambiente de cordialidad. Después de estos tres días, todos sentíamos que nos habíamos transformado en una gran familia. Era evidente que los Van Daan, que habían tenido contacto con el exterior durante toda la semana, tuvieran más cosas que contarnos. Entre otras, lo que nos interesaba profundamente era saber qué había pasado con nuestra casa y con el señor Goudsmit.

Esto fue lo que nos contó el señor Van Daan:

-“El lunes por la mañana, el señor Goudsmit me telefoneó para preguntarme si podía pasar a su casa, lo que hice inmediatamente. Estaba muy preocupado. Me mostró una cartita que habían dejado los Frank, y me preguntó si había que llevar al gato donde los vecinos. Yo le dije que pensaba que sí. El señor Goudsmit temía una investigación, lo que nos hizo examinar a grosso modo todas las habitaciones poniendo en ellas un poco de orden. También despejamos la mesa.
De repente vi sobre el escritorio de la señora Frank un block de notas en el cual estaba escrita una dirección en Maestricht. Aunque sabía que la había dejado intencionalmente, simulé sorpresa, rogando al señor Goudsmit que quemara aquel comprometedor papel lo antes posible. Fingí ignorar todo el tiempo cualquier cosas relacionada con la desaparición de ustedes, y cuando hube visto aquel trozo de papel se me ocurrió una cosa.
- Señor Goudsmit – le dije- , creo recordar algo que podría tener relación con esta dirección. Ahora me acuerdo de que un alto oficial se presentó un día en la oficina, hace uno seis meses. Aquel oficial estaba adscrito a la región de Maestricht, y parecía ser una migo de juventud del señor Frank, a quien había prometido protección si llegara a necesitarla.
Exprese que era muy probable que aquel oficial hubiera mantenido su palabra, facilitando de una u otra manera el paso de la familia Frank a Suiza, a través de Bélgica. Le pedí que contara eso a los amigos de los Frank que pidieran noticias acerca de ellos, aunque sin hablar necesariamente de Maestricht.
Luego me marché. La mayoría de sus amigos han sido puestos al corriente. Lo he sabido por diversos conductos”.

A nosotros nos divirtió esta historia y nos reímos de la poderosa imaginación de la gente, según nos demostraban otros relatos del señor Van Daan. Así hubo quien nos vio al amanecer, a los cuatro en bicicleta. Una señora pretendía estar segura de que habíamos sido introducidos en una auto militar en plena noche.
Tuya,
Anna.

Anna Frank
El Diario de Anna Frank



Carta de Noa al pueblo palestino, marzo 2009






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Es con el corazón apesadumbrado que les escribo hoy. Gaza está ardiendo. La frontera con Israel está bajo fuego. Niños en ambos lados de la frontera están aterrorizados, traumatizados, heridos en cuerpo y alma. ¡Valiosas vidas se pierden a cada instante! ¡Corre la sangre! ¡Abundan el dolor y las lágrimas!

Lamentablemente eso nos es familiar, demasiado. Estoy sentada en mitad de la noche en mi hogar junto al mar. Ese mar que es nuestro, el Mediterráneo, nuestra cultura, el de nuestro pueblo andariego, el de los sin hogar, los nostálgicos, los constructores, los sobrevivientes. Nuestros sueños son como las olas, y dialogan con la luna y las estrellas sobre la eternidad.

Desde ese fatídico día de 1994 cuando asesinaron a Rabin a pocos pasos de donde yo estaba, dediqué gran parte de mi vida pública a cantar y a hablar por la paz. Vi el proceso de paz levantarse y caer como los senos de una mujer respirando durante la noche. Vi muchas oportunidades desperdiciadas. Lamentablemente mucha obstinación, ignorancia y estrechez de miradas se cruzaron por el camino. Un absurdo orgullo pisoteó numerosas esperanzas. Canté y hablé. A veces discutí y abracé a extraños. Muchas veces me conmoví hasta las lágrimas e hice los amigos más inesperados. Amigos por quienes cruzaría fronteras bajo fuego para darles protección. Y hoy yo digo esto: tenemos un enemigo común, un enemigo terrible, y tenemos que unirnos para vencerlo. Ese enemigo es el fanatismo, amigos míos. Ese enemigo es el extremismo en todas sus grotescas manifestaciones. Ese enemigo está encarnado por todos aquellos que colocan a Dios por encima de la vida, que pretenden que Dios es su espada y su escudo y que combaten por él. Todos ellos son víctimas de un horrible fanatismo. Yo a menudo hablé contra el fanatismo en mi país, porque lo considero detestable. En el gobierno, en las colonias en Cisjordania, en las sinagogas. Muchas veces arriesgué mi carrera y mi bienestar en esa lucha. Ahora veo el horrible rostro del fanatismo, veo sangre en sus manos y conozco uno de sus muchos nombres: Hamas. Ustedes conocen a este terrible monstruo. Saben que viola a vuestras mujeres y envilece a las inocentes mentes infantiles. Ustedes saben que educa para el odio y la muerte. Ustedes saben que es chauvinista y violento, codicioso y egoísta, y que se nutre de vuestra sangre mientras evoca el nombre de Alá en vano, se oculta como un ladrón y utiliza a inocentes como escudos humanos, utiliza mezquitas como arsenales, miente y estafa, y los usa a ustedes como rehenes. ¡Yo sé que eso es verdad y que ustedes lo saben! Pero no pueden hablar por miedo. Pero yo sí puedo hablar.

Tengo el privilegio de vivir en una democracia donde las mujeres no son objetos, sino presidentes, donde una cantante puede decir lo que se le antoja. Yo sé que ustedes no tienen ese privilegio (pero estoy segura de que algún día lo alcanzarán, inshalla).


Yo sé que ustedes están hartos de ser mantenidos como rehenes por ese demonio, esa terrible bestia, que está en Gaza, pero también está en Irak, en Afganistán y en todas partes. ¡Pero ustedes son un pueblo destinado a florecer en paz! ¡Su majestuosa historia ofrece abundantes testimonios de creatividad en la literatura, la ciencia, la música!

A veces los veo en las calles, haciendo manifestaciones de apoyo a los monstruos, gritando muerte a los judíos, muerte a Israel. Pero yo no les creo. ¡Sé dónde está vuestro corazón! Está donde está el mío, con mis hijos, con la tierra, con el cielo, con la música, con la esperanza. Yo sé que en el fondo de vuestros corazones ustedes desean la derrota de la bestia llamada Hamas que los ha aterrorizado y asesinado, que ha convertido a Gaza en un estercolero de pobreza, enfermedad y miseria, y los ha sacrificado en su sangrienta locura de orgullo y codicia. Mis hermanos, lloro por ustedes y también por nosotros. Lloro por mis compatriotas que sufren por las bombas arrojadas en el Sur, en el Norte y en todas partes. Lloro por los soldados secuestrados y muertos, por las familias enlutadas, por la inocencia perdida para siempre. Pero lloro especialmente por ustedes porque conozco vuestro sufrimiento. Sólo espero que Israel pueda hacer la tarea que debe ser hecha y finalmente logre librarlos de este cáncer de fanatismo llamado Hamas. Y espero que un resto de compasión aún exista en sus corazones para que dejen de usarlos a ustedes y sus hijos como escudos humanos.

Y quizás tengamos una oportunidad de caminar despacio el uno hacia el otro y darnos tímidamente las manos, mirarnos en los ojos llenos de lágrimas y decir con voz ahogada: "Shalom, salam. Ya basta. Ya basta, hermano mío".

¿Quieres un café? Quédate un poco, hablemos, conocemos las palabras y las canciones y sabemos cuál es el camino.

Shalom. Salam. Con un corazón quebrado que aún añora el amor. Vuestra amiga,






Marzo 2009
 

Cuando Moshe Dayan fue corresponsal en Vietnam en 1966, por Joan Lledo




Hace tiempo leí un interesante artículo, que sigue manteniendo su actualidad, a pesar de haber sido publicado en el 2004, titulado “Por qué Irak terminará como lo hizo Vietnam”, del profesor Martin van Creveld, quien ha publicado numerosos libros sobre temas bélicos. En el artículo se analiza Vietnam tal como la vio Moshe Dayan en el año 1966, cuando el periódico israelí “Maarev” le propuso ir como corresponsal a Vietnam.

Dayan, después de sus victorias en 1948 y 1956, estaba semi retirado estudiando orientalismo y ciencias políticas cuando recibió la oferta, la cual aceptó de inmediato.

Como Dayan no tenía antecedentes de Vietnam, se preparó cuidadosamente. Su primera visita fue a Francia, donde conocía a mucha gente. Los franceses habían perdido Indochina, por lo cual los generales con los que habló no simpatizaban con Vietnam, y uno de ellos incluso le dijo que debían bombardear el norte hasta reducirlo a la Edad de Piedra. Otro general le dijo que los norteamericanos estaban usando las fuerzas equivocadas contra los objetivos equivocados, que su inteligencia no era la adecuada y que muchas de sus bombas se perdían en la selva.

Luego fue a Inglaterra y habló con el Mariscal Montgomery, quien le dijo que el objetivo norteamericano no era claro e incluso le manifestó que cuando habló con el presidente Nixon -y después de una conversación de 20 minutos- quedó con las mismas dudas que al principio.

Desde Inglaterra fue a los Estados Unidos, país que había visitado hacía 18 años y su impresión fue la de una sociedad entrando al siglo XXI y todo el resto del mundo siguiéndola como podía.

Su primera visita fue al Pentágono, donde lo llamaron “El glorioso General Dayan”, y le dieron charlas que no le aclararon el por qué si la superioridad de los norteamericanos sobre los sudvietnamitas era de uno a cuatro sobre el Viet Cong, cómo no concentraban las tropas y aplastaban al enemigo, y la explicación fue que el general Westmoreland lo encontraba muy peligroso. Durante los siguientes días su sentimiento de que los norteamericanos no sabían adónde iban se agudizó. Donde llegaba se encontraba con gente muy amable y trabajadora, patriótica, orgullosa de lo que estaban haciendo y que no admitían errores. Le mostraron gran cantidad de estadísticas que indicaban el control que tenían del país y de los enemigos que habían matado. Posteriormente descubrió que en Vietnam del Sur no había un solo camino que fuera realmente seguro del Viet Cong.

En su reunión con el economista y director del Consejo Nacional de Seguridad, éste fue el primer norteamericano que admitió que el objetivo de la guerra no era sólo para ayudar a Vietnam, sino además mantener una fuerza política y militar para contrapesar el poder de China en la zona.
Después se reunió con otros generales y el Ministro de Defensa MacNamara. El general Taylor fue el único en mostrarle un plan estratégico para ganar la guerra, el cual consistía de cuatro elementos:

A.- mejorar las operaciones del ejército en tierra.
B.- hacer uso total de la Fuerza Aérea para bombardear el Norte.
C.-mejorar la economía de Vietnam del sur.
D.- lograr una paz honorable con Ho Chi Minh. Las bajas del VietCong se estimaban en 1.000 a la semana.

El Ministro MacNamara reconoció que tenía dudas respecto a la marcha de la guerra y esto lo llevó a renunciar al año siguiente. Además, manifestó que la guerra no estaba afectando a la economía de los Estados Unidos y que se podía seguir así hasta que un lado terminara la guerra.

Volando hacia Vietnam, Dayan resumió sus impresiones. Ninguno de sus interlocutores le pudo decir cómo iban a ganar la guerra, y no le pudieron dar una razón convincente de por qué los EE.UU. estaban en Vietnam. Uno de ellos dijo que si le presentaran al Presidente Johnson una manera honrosa de salir de Vietnam, éste retiraría las tropas.

En general, estaban confundidos con la actitud de los europeos, los que supuestamente compartían los valores democráticos de Norte América, pero no estaban de acuerdo con la guerra. Dayan pensó que ignorando a los europeos, los norteamericanos estaban cometiendo un grave error.
Dayan llegó a Vietnam el 25 de julio, donde estuvo dos días mientras le daban un uniforme, mochila, botellas de agua, casco, y comentó que poco faltó para que le dieran fusil y granadas. Usó su tiempo libre en conversar con un profesor vietnamita, quien le dijo que el Viet Cong era mucho más fuerte de lo que los norteamericanos creían.

El 27 de julio estaba en una lancha de la patrulla fluvial, la cual revisaba los botes que transportaban provisiones, en busca de armas, lo que en su opinión servía de poco, tal como su experiencia con los ingleses en Israel le recordaba.

El 28 de julio estuvo a bordo del portaaviones USS Constellation, el cual le produjo una gran impresión. El buque era como 2,5 hectáreas de suelo norte-americano, aislado en el mar, la tripulación no tenía problema de seguridad y todo el mundo trabajaba duro. El barco estaba protegido “desde el aire, el mar, la tierra, el espacio y bajo el agua” y Dayan pensó irónicamente: “para defenderse de unos hombrecitos con sombreros de paja” (sic). El producto de esta fábrica flotante era su gran poder de fuego. Cada noventa minutos salían aviones a bombardear objetivos, pero cuando preguntó la naturaleza de esos objetivos no le contestaron. Como siempre, Dayan estaba impresionado por el orgullo en ellos mismos, su país y su misión, como queriendo mostrar a los británicos, los franceses, los rusos y al mundo que donde los norteamericanos van, son irresistibles.
El mes siguiente, ya que estuvo hasta el 27 de agosto, salió con una patrulla de marines que prevenía la infiltración desde el norte. Durante tres días caminaron por la selva y cruzando ríos, sin ver a nadie. Dayan le preguntó al teniente qué estaban haciendo, porque deberían ir donde estaba la gente y no tratando de cazarlos donde no estaban.

Una visita muy interesante fue a la primera división de caballería aérea, que era lo más actualizado en el mundo, con una increíble movilidad y poder de fuego, operando con total superioridad aérea, ya que el VietCong no tenía aviones. No se necesitaban más de cuatro horas para mover un batallón donde se necesitara.

Con ellos vio la oportunidad de visitar el frente, pero como se trataba de un visitante ilustre, lo llevaron a una zona supuestamente libre de Viet Congs. Como suele suceder, la información era errada y fueron atacados con intenso fuego. El capitán a cargo descubrió que Dayan había desaparecido, pero lo localizaron en una pequeña loma viendo el combate. Con gran esfuerzo el capitán se arrastró hasta donde estaba Dayan y le preguntó que qué estaba haciendo, a lo que Dayan le contestó que subiera a la loma y viera cómo se desarrollaba el combate.

En pocos minutos los norteamericanos sufrieron muchas bajas y de inmediato llamaron a los bombarderos B-52, no siendo claro para qué en estas condiciones.

Quedó impresionado por la capacidad de despliegue de fuerzas, como movilizar 1.700 helicópteros en un frente, o que una compañía de infantería fuera apoyada por 21.000 rondas de artillería en un combate y notó que era más que lo disparado en las dos guerras de Israel en 1948 y 1956 combinadas.
Pasando al presente, específicamente a la guerra con Irak, tres de las más importantes similitudes entre la guerra de Vietnam e Irak, tomando en cuenta las observaciones de Dayan serían:

1.- Inteligencia, o en otras palabras, la imposibilidad de distinguir entre la población a los amigos de los enemigos. Con inteligencia y la gran superioridad que tienen, deberían ganar. En su ausencia, muchos de los golpes se pierden en el aire, incluyendo seis millones de toneladas de bombas arrojadas en Vietnam. Además, la falta de inteligencia provocó que se matara a civiles por error, arrojando más personas en brazos del VietCong.
2.- Tal como Dayan lo vio claramente, la campaña para ganar los corazones del pueblo fue un fracaso, sobre todo, la americanización del pueblo fue una ilusión, ya que la gran mayoría sólo deseaba que los dejaran tranquilos.
3.- La razón más importante que Vietnam es relevante a la situación en Irak es que se está golpeando al más débil. Por un lado estaba el ejército norteamericano con helicópteros, comunicaciones, artillería, municiones, combustible, repuestos y equipos de todo tipo, y por otro lado, estaban las tropas de Vietnam del Norte, que habían estado caminando durante cuatro meses, llevando algo de artillería y algunas municiones en su espalda, y sólo comiendo arroz.

En el plano internacional, una fuerza armada que está golpeando a un enemigo más débil se ve como si cometiera una serie de crímenes y termina perdiendo el apoyo de sus aliados y de su pueblo. Esto puede tardar más o menos tiempo, pero el resultado es siempre el mismo. Los que no entienden esto no saben nada de guerra o de la naturaleza humana.
En otras palabras, el que lucha contra el débil y pierde, pierde. El que lucha contra el débil y gana, también pierde. Esto ha sucedido siempre y nadie es inmune a este dilema. El resultado final es la desintegración y la derrota. Se ve en la alta tasa de suicidios de las tropas. “Por esto pienso”, dice el profesor van Creveld, “que esta aventura en Irak terminará como Vietnam”.




© Joan Lledo

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