CIERTO QUE...
Mi amigo recogió las cáscaras del plátano que habíamos comido, en el improvisado desayuno, las envolvió en un nylon, camino hacia el frízer y las guardó, en el fondo, bajo mi sorprendida mirada
No me atreví a decir nada para no pecar de indiscreta, pero me alarmaba su conducta. Aquello no tenía sentido, a menos que mi amigo estuviera perdiendo la razón
Cierto que a veces la comida no alcanzaba para saciar el hambre, pero, no era para tanto
Mientras nos tomábamos una taza de café recién colado y conversábamos sobre el vivir diario, mi cerebro buscaba una lógica para aquella actitud: ¿Tendría un pajarito? Miré con disimulo buscando una jaula, agucé el oído esperando algún trino, pero nada
Seguimos charlando y yo observaba buscando alguna anomalía en su forma de comportarse, pero el tiempo transcurría como siempre, sin nada que alterara la cotidianidad. Quise convencerme de lo que había descubierto y con la mayor naturalidad, le dije: ¡Que rico estaba el plátano Jhonso! ¿Me regalas uno? Claro, contestó mi amigo y me puso delante otro, le quité la cáscara con premeditación y alevosía como los asesinos y observé su reacción
Y se repitió el fenómeno: mi amigo con toda parsimonia recogió las cáscaras, se dirigió al frízer y abriendo el nylon las juntó con las otras
Yo no pude más, y le dije: ¿Vas a hacer una sopa de cáscaras de plátano? Mi amigo me miró sorprendido, miró las sobras y soltó una carcajada –No mujer, son para mi suegra. ¡Pero…! ¿No vive en el campo?
Sí por eso le voy a congelando las sobras y una vez al mes se las mando. Me quedé consternada, guardar sobras, congelar... Para enviarlas tan lejos, ¿por qué? Mi angustia comenzó a crecer, mi amigo no podía estar bien, detrás de su normalidad, había un desequilibrio. Claro, no era saludable tener un frízer en la casa, vacío y esto unido a lo demás, había minado la resistencia psíquica del pobre hombre
Discúlpame, Pepe. ¿Pero allá no hay sobras, esa gente no come? ¿Esa gente la está pasando peor que nosotros? Y ¿tu suegra come cáscaras?
¡Claro que no! Son para el puerco que están criando, eso es una ayuda. Respiré más aliviada y levantando la mano, juré que cuanta cascarita me caiga en las manos, la depositaré como gesto de solidaridad en tu frízer.
La Habana, Julio de 1998
DILUVIO
I
El tremendo diluvio nos obligo
A cerrarnos a cal y canto
Y a refugiarnos a la luz mortecina
De una vela
II
Los vecinos se sientan en los balcones
Al fresco
Y comienzan las conversaciones voladeras
De balcón a balcón
Y se puede oír los relatos
más disparatados
Te enteras de la vida y milagros
De las personas
III
La oscuridad crea una sensación de seguridad
O de impunidad en la gente
Como si estuviéramos solos en el universo
IV
Cuando estamos a oscuras
Y no llueve
La oscuridad es más llevadera
Natasha Hernández
Escritora y productora teatral cubana
1998 La Habana
Fuente: Armando Africano