la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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¡Bravo, Carlos Giménez! Miguel Bazano, ex actor de El Juglar: “A Carlos no le perdonan su talento ni aunque está muerto”, entrevista de Viviana Marcela Iriart, Córdoba, 27 de junio de 2022

 



Miguel Bazano, de blanco, y José Luis Arce, actuando. Fuente: MB



“Carlos no figura en el libro aniversario de la Comedia Cordobesa como director, y él dirigió dos veces a la Comedia: primero con El Hueco de la Tristeza en 1968 y segundo con  El Reñidero en 1986. ¡Y no figura!”

 

 






¡Bravo, Carlos Giménez! Porque Carlos (Argentina 1946-Venezuela 1993) en apenas 30 años de carrera dirigió más de 80 obras de teatro en Argentina, Venezuela, México, Perú, Nicaragua, España y Estados Unidos, donde fue invitado por el mítico productor Joseph Papp, y creó  -entre otras - nueve instituciones culturales de gran importancia en Venezuela y Argentina.


¡Bravo, Carlos Giménez! Porqué creó  el Festival Internacional de Teatro de Caracas, junto a la entrañable y talentosa María Teresa Castillo;  el Instituto Universitario de Teatro  (IUDET), el Grupo Rajatabla, el Taller Nacional de Teatro (TNT), el Teatro Nacional Juvenil de Venezuela (TNJV), el Centro de Directores para el Nuevo Teatro (CDNT), ASITEJ (Asociación Internacional de Teatro para la Juventud, Capítulo Venezuela)  y, en Córdoba,  el Festival Latinoamericano de Teatro y el grupo El Juglar cuando todavía era adolescente.


¡Bravo, Carlos Giménez! Porque cuando Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura,  vio El Coronel no tiene quien le escriba adaptada y dirigida por ti, dijo de sus personajes: “No los reconozco, los conozco. No los había conocido, los conocí ahora. Yo me imaginaba cómo eran, pero nunca los había visto. Ahora los vi.”


¡Bravo, Carlos Giménez! Por haber llevado a Venezuela lo mejor del teatro del mundo, permitiendo que tomáramos talleres con los grandes Maestros y Maestras y ver sus espectáculos a precios populares: Tadeusz Kantor, Berliner EnsemblePeter Brook, Giorgio StrehlerPeter SteinLindsay KempPina BauschNorma AleandroVanessa RedgraveKazuo OhnoTomaz PandurEva BergmanEugenio BarbaYves LebretonPeter Schumann,   Antunes FilhoGilles MaheuSantiago GarcíaDarío FoEls JoglarsFranca RameEllen StewartJoseph Papp,  Andrezj WajdaDacia Mariani


¡Bravo, Carlos Giménez! Por hitos como Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias,  Bolívar La Muerte de García Lorca de José Antonio Rial, Martí, La Palabra de Ethel Dahbar, La Honesta Persona de Sechuan de Brecht, Tu país está feliz de Antonio Miranda, El Campo de Griselda Gambaro, La señorita Julia de Strindberg, Peer Gynt de Ibsen, El Coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez…  Porque sus obras fueron ovacionadas en Europa, Estados Unidos y América Latina.  Porque su talento como director y gerente cultural fue único, extraordinario, irrepetible en la escena latinoamericana.


¡Bravo, Carlos Giménez! Porque a los 19 años gana sus primeros premios internacionales en los festivales de teatro de Cracovia y Varsovia (Polonia), otorgados por el Instituto Internacional de Teatro-Unesco (ITI)  y participa en el Primer Festival de Teatro de Nancy (Francia).


¡Bravo, Carlos Giménez! Porque a los 22 años recorre América Latina por tierra haciendo teatro para las hijas y los hijos de los mineros, los pescadores, las campesinas, los olvidados y olvidadas de la tierra y nunca dejó de hacerlo.


¡Bravo, Carlos Giménez! Porque fue generoso, amable, humilde y agradecido, aunque a veces la leyenda diga lo contrario. Un ser humano con todas las virtudes, defectos y contradicciones de los seres humanos.


¡Bravo, Carlos Giménez! 

Porque fue un genio.

Y me haces mucha falta. 

 





“Después de regresar de Colombia tuve la satisfacción de montar Fuenteovejuna. Pero pasó que entró la policía y a los golpes me sacaron del teatro y me encerraron en el Cabildo por 48 horas. Fue mi padre a sacarme. Entonces no tenía más remedio que partir." Carlos Giménez, entrevista,  La Voz del Interior, Córdoba, 22 de octubre de 1990.

 

 

Carta de Carlos Giménez  a Gladys Reale, protagonista de Fuenteovejuna,
escrita en el aeropuerto momentos antes de partir de Argentina
 para siempre, 1970.
Fuente: Miguel Bazano



“Pero la gravitación de Anita sobre Carlos fue espectacular y fundamental, no se puede separar a Carlos de Anita (…) Y Anita era una productora formidable.”

 

Enrique Introini, Carlos y Anita Giménez en el campo de concentración nazi  Auschwitz.
Gira de El Juglar por Europa, 1965. Fuente: Jorge Arán


 

Miguel, ¿cuándo conociste a Carlos?


Yo conocí a Carlos a mediados de los años 60, 1963 o 64, cuando él ya tenía con su hermana Anita el grupo El Juglar. Yo no era parte del grupo El Juglar no porque no quisiera sino porque Anita militaba en el Reformismo Universitario y yo, cosa de chicos, militaba en el Integralismo, entonces estábamos un poco enfrentados, pero de todas maneras siempre me gustó la habilidad de Carlos para dirigir. Yo tenía 17 o 18 años y ya era actor.


¿Cómo te llevabas con él?


Chocábamos muchísimo porque él me decía la verdad y yo me enojaba. Mi señora en cambio se llevaba muy bien con él, porque ella era tan arbitraria como lo era Carlos. Porque te voy a decir: Carlos era arbitrario. Vos podías hacer el mejor trabajo del mundo pero si Carlos te tenía atravesado decía “es una porquería, no funciona”. Pero a pesar de eso yo sentía por él una gran admiración y respeto.


¿Dónde lo conociste?


En el Seminario, aunque yo no terminé los estudios, me fui con un chico alemán que tenía un grupo llamado Teatro Fénix y hacíamos sainetes criollos por los barrios. El Seminario lo habían cerrado pero en el año 68 la Dirección de Cultura dispone reabrirlo, para eso arman un cursillo de teatro que lo lleva adelante un director polaco, Boris, un hombre muy capaz intelectualmente que había estudiado teatro en Alemania y cine en Francia. Él inicia ese cursillo con la intención de que después continuara el Seminario. Y aquí sucede algo que va más allá de la política, y hago mal en decírtelo, pero a mi edad ya puedo decirlo. Carlos tenía mucho ímpetu, muchos compromisos, sociales e ideológicos, pero la contra acá en Córdoba era mezquina, de entrecasa. Carlos acá no estaba tan cómodo por el tema político específicamente sino más bien por la mezquindad y la envidia de mucha  gente, entre ellos una gran actriz que hoy le da su nombre al Seminario: Jolie Libois. Jolie no quería a Carlos y Carlos no quería a Jolie, había una especie de encontronazo entre ellos, esa enemistad perduró.


Y aquí viene lo interesante para mí, porque yo hago el cursillo y allí conozco a una niña que era del interior, separada, con un niño y la conocí demasiado, al punto que en 1968 yo ya convivía con ella y hace 60 años no era como ahora, una mujer separada con un hijo y un pavote como yo de 22 años no era tan potable, fue muy duro. Te puedo advertir: duró muy poco tiempo la relación, desde 1968 a 2018 que se me murió. No voy a hablar de eso porque me duele mucho.  Esa niña se llamaba Beba Rosales, quien luego se llamó Gladys Reale.  


Cuando se termina el cursillo el director hace una selección, porque ya le habían dicho que él no iba a formar parte del Seminario porque alguien, y ese alguien ya imaginas quién es, se iba a hacer cargo.  Cae Boris y arma el grupo Teatro de Cámara y se lleva a mi señora, a otros actores y a mí también. Y comenzamos a ensayar El Malentendido de Albert Camus. Mientras, Carlos había hecho la gira con El Otro Judas, montaje que a mí me deslumbró, y había regresado. Me deslumbró por dos razones: porque estaba Mario Mezzacapo que es un gran actor y porque era de Abelardo Castillo, un autor al que yo seguía más que como dramaturgo como pensador, era nuestro Sartre. Y Carlos hace ese montaje formidable y consigue, después de tener un gran   éxito en Cracovia y Varsovia, una invitación para el año siguiente actuar en Nancy, Francia, una invitación de Jack Lange, el organizador del festival, para llevar un elenco oficial de Argentina para participar del Festival de Teatro de Nancy.  Con esa invitación Carlos consigue que la Directora de Cultura le de la dirección de la Comedia Cordobesa para viajar a Nancy. Carlos versiona un cuento de Bradbury, El Hueco de la Tristeza, y  arma un elenco con Mezzacapo, con Introini, con Marlene, Esther Plaza, Miriam Perazzolo y el papel protagónico, el de La Preñada, era para Jolie. Pero Jolie no aceptó trabajar con Carlos e hizo lo imposible para que la Comedia no fuera a Nancy, y no fue.  Esto te lo digo porque conozco esta historia de cerca y a raíz de la decisión de Jolie, a Carlos  le recomiendan a mi señora, Gladys Reale, pero Carlos no la conocía y no quería, pero como necesitaba una actriz, la convocó y cuando la vio actuar se quedó fascinado y la integró al elenco.  Se ensayó la obra y vino Monsieur Dupevillon, el veedor de Nancy, vio la obra, ¡se estrenó en verano! ¡un calor infernal! y salvo algunas modificaciones que él propone, porque era arquitecto también y las modificaciones que propone eran de tipo físico-escenográfico, no es que corrigiera la obra,  la aceptó para que la Comedia viaje a Nancy. Y ahí se armó un revuelo, lo podés ver en los recortes de prensa, “la Comedia va a Nancy”, “la Comedia no va a Nancy”, una vergüenza, y la Comedia finalmente no fue a Nancy. A todas estas yo, que no estaba en la obra, me encuentro en la calle con Boris y él me dice: “Dile a Beba (mi señora)  que no se ponga en trabajo, ¡no viajan!”. Y yo, “¿cómo que no viajan?” Yo ya estaba a punto de comprar el pasaje, regalo de un primo mío,  para irme a Francia  junto con mi señora. Pero no se viajó a Francia y se armó un revuelo: renunció la Directora de Cultura, el director del teatro, unos renunciando, otros enojados. Y Carlos y mi señora se fueron al diablo.


¿Carlos se fue para Venezuela?


No, no, todavía no, renunció a la Comedia. Le habían propuesto dirigir otra obra, “Así es la vida” de Malfatti y Llanderas, una pieza argentina, un clásico del teatro bonaerense digamos, pero Carlos y mi señora renunciaron.  Esther e Introini se quedan en la Comedia, todos se quedan menos Carlos y mi señora. En eso estaban cuando Anita toma contacto con un señor que era visitador médico y había instalado un bar muy lindo en un subsuelo y tenía intención de hacer un café-concert, era la época en que empezaban los café-concert, estoy hablando de la época del Di Tella en Buenos Aires. Y Anita dice: “¿Vos te animás a hacer algo, Carlos?” Y Carlos dice sí y decide hacer una pieza de Lorca. Mi señora y yo nos encontramos con Carlos y nos dice: “Che, yo quiero hacer algo fuerte porque ya que no vamos a Nancy quiero ir a Manizales, Colombia”. García Márquez todavía no había escrito “Cien años de soledad” pero estaba en auge el latinoamericanismo, digamos.  Y Carlos dice: “mientras yo preparo esa pieza podemos hacer algo más liviano para el café-concert” y como mi señora hacía poquito había hecho un trabajo con poesías de Lorca y Carlos había hecho Federico en persona, también con textos de Lorca, Carlos decide hacer Don Perlimplín con Belisa en su jardín. Y en ese montaje paso yo a trabajar como actor.


¿Anita trabajaba en la obra?


No, no, Anita ya no estaba en el grupo. Como ya te dije, yo a Anita la conocí cuando ella militaba en el Reformismo y era novia de un personaje de Córdoba que era Abraham Kozak, un abogado. Abraham era simpático pero yo no me llevaba con él. No porque fuera judío ni porque fuera PC (comunista), sino porque era contradictorio, era comunista, tremendamente solidario, pero vivía yendo al Casino de Ojo de Agua. Sus inicios Abraham los hace en el estudio del Dr. Fernández Ordoñez, y a través de él es que El Juglar consigue el apoyo del presidente de la república, el Dr. Illia, para ir de gira a Francia y Polonia en 1965. Y como Anita era estudiante y militante universitaria, El Juglar viaja como “teatro universitario”, pero no era el  teatro de la universidad, era el grupo de teatro de la Federación Universitaria de Córdoba, la FUC. Y después de ese viaje Anita desaparece de la vida pública. Pero la gravitación de Anita sobre Carlos fue espectacular y fundamental, no se puede separar a Carlos de Anita, un poco era el hijo de Anita, Doña Carmen era la madre pero la forma en que Anita cuidaba e influenciaba a Carlos era enorme. Y Anita era una productora formidable.


Entonces hacen el espectáculo de Lorca mientras se preparaban para Medellín.


Sí, hacemos el espectáculo de Lorca mientras Carlos preparara al mismo tiempo la obra con la que iba a Manizales, La Orgía de Enrique Buenaventura, una obra que Carlos finalmente no pudo hacer aquí y que después se da el gusto de hacer en Venezuela. Durante todo 1969 giramos por el interior del país y de Córdoba con la pieza de Lorca, también hicimos un espectáculo que se llama El Golpe, con autoría y dirección de Carlos e hicimos el famoso Encuentro para una sola voz con Norma Aleandro, que hicimos en la Sala Grande de la Ciudad Universitaria. El espectáculo se hace para juntar fondos para que El Juglar pudiera viajar a Manizales y contactamos también a Alfredo Alcón, que se disculpó diciendo que no podía porque estaba leyendo el libreto de San Martín para hacer la película “El santo de la espada”, no sabíamos si era verdad pero creíamos que no. Norma en cambio vino, fue solidaria y tuvimos un gran éxito: el lugar se llenó. Y ella recitó tres poemas y al final cantó con todos nosotros, porque el espectáculo era organizado por El Juglar y el grupo Chocolate y participaron los dos elencos junto a Norma Aleandro. Ella no quiso cobrar nada y nosotros le pagamos un camarote en el tren, porque ella no viajaba en avión en esa época. La llevamos a Canal 12 y allí el que se encargó de estar con ella fui yo. La llevamos a un programa que se llamaba “Espectáculo Cero”, que era de un amigo nuestro, para promocionar el espectáculo y su venida, y mientras esperábamos que empezara el programa recuerdo que ella me contó que en Buenos Aires los actores y actrices estaban enojados, porque los futbolistas y boxeadores habían empezado a cobrar por las entrevistas y ellos no. Yo le dije: “acá es al revés, no es que no cobramos las entrevistas, pagamos para que nos hagan una entrevista, les tenemos que dar una cena para que nos hagan un reportaje”. Eso recuerdo de Norma Aleandro. Hicimos el espectáculo y ya estaba la plata para ir a Manizales, lo que no estaba era la obra. Y ahí es cuando Carlos me dice: “mirá, vamos a romper el compromiso”, que era que El Juglar se iba con La Orgía a Manizales y nosotros nos quedábamos con la obra de Lorca acá. Entonces en el 69 Carlos va a Manizales pero participa fuera del festival, no compitiendo, y lleva la obra de Lorca y nosotros nos quedamos sin la obra.


¿Tú no podías viajar?


No, porque en aquella época no había divorcio y mi señora no podía salir del país con su hijo y si ella no viajaba yo tampoco. A mí me hizo mucho mal el cambio de obra, a mi señora no le importó. Esther Plaza sustituyó a mi señora y Hugo Arneodo me sustituyó a mí. En Manizales le va muy bien a Carlos, a tal punto que, ya Carlos en Venezuela, se hizo un tape para televisión y se quedaron girando con gran éxito por allí. Pero a pesar del éxito y de que la puesta era muy linda, eso no era lo que ideológicamente quería Carlos. Cuando Carlos regresa de la gira, me busca y me dice: “Vos que querías Belisa y Perlimplín…andá a la terminal de ómnibus que allá está el vestuario de la obra, andá a buscarlo y háganla de nuevo”.  Después me dice que lo acompañe a ver al director del Rivera Indarte para pedirle la sala, nos juntamos en un bar y fuimos, hablamos con el director y nos dijo que sí pero que “La Orgía” allí no se podía presentar, que si hacíamos un clásico él nos abría las puertas. Entonces Carlos le dijo: “¿Lope o Calderón pueden ser?” “¡Por supuesto!”  Fuimos a ver el teatro y como estaba fuera de temporada, no tenía telones ni las patas, nada, se veía el fondo del escenario. Yo digo: “¡uy qué desastre!” y Carlos me contesta: “¡está divino!”. “Estás loco”, le digo, “parece un conventillo allá atrás” y Carlos: “eso es precisamente lo que me gusta. Vamos a hacer un clásico”. Y yo: “con la plata que tenemos no compramos ni un sombrero”. “Quedate tranquilo”, me dice él, “hablale a Beba y decíle que vamos a hacer Fuenteovejuna”.


Cuando nos estamos separando me pide que le consiga papel para máquina de escribir, la portátil, la Olivetti, ahí escribía Carlos, me pide que le consiga 200 hojas. Y cuando me estoy yendo me dice riéndose: “Aunque sea un sobre”. Yo lo dejo a él y por casualidad me encuentro con un compañero de Luz y Fuerza (un sindicato) que estaba repartiendo volantes y le digo: “deme un paquete compañero, que yo también voy a repartir” (risas) y ahí tomé el ómnibus y me fui al barrio  (urbanización) Jardín, donde vivía Carlos, y le dije: “tomá, ahí tenés el papel”. Y él escribió la versión de Fuenteovejuna en ese papel, que no era blanco sino celeste y era tamaño oficio pero no era papel de máquina de escribir sino papel de volante.


¡Qué linda anécdota! ¿Y qué pasó con Fuenteovejuna?


La empezamos a armar y él le dijo a mi señora que ella iba a ser Laurencia y que la obra iba a girar en torno a ella, el protagónico femenino de Fuenteovejuna lo hizo ella. Y Carlos y yo comenzamos a buscar gente para hacer la obra y armamos un elenco. Reyeros, el escenógrafo y vestuarista, nos dice que para la puesta que Carlos quería él tenía todo, todo lo que le sobraba del teatro lo puso en esa puesta en escena. Entonces había que resolver el tema del vestuario y a Carlos se le ocurrió que los hombres podían estar vestidos de overol y entonces se los pedimos a Agustín Tosco de Luz y Fuerza, y nos dio los overoles, overoles viejos que ya nadie usaba.


Carlos deja el escenario tal como estaba, con un alambrado que está abierto y después se cierra y atrapa a todo el pueblo detrás, una puerta vieja que se levanta y se convierte en un aparato de tortura. Y estaba el poder, que había que vestirlo. Y Carlos dice: “el poder tiene que ser la policía”. Como te dije, Carlos mandaba, tenía una gran capacidad de mando, y me mandó a mí a que fuera a la policía a pedir prestados los uniformes. Yo fui y me recibió el Jefe de la Policía y le expliqué lo que quería, le dije: “mire, cuando actores como Hugo del Carril necesitan uniformes de la policía, la policía va y se los presta”. Pero resulta que el policía no era tan tonto, conocía Fuenteovejuna, y le digo: “el poder lo va a hacer…”. No me dejó terminar y me dijo: “gringuito, tenés un minuto para desaparecer de acá. Si no te rompo el culo a patadas”. Y yo que era un “guerrillero fuerte”, tomé la advertencia en serio… ¡y desaparecí! (risas).


¡Qué fuerte, Miguel! ¿Y al final cómo resolvieron el tema de ese vestuario?


Un utilero que había en el teatro conocí a un militar que estaba en la parte de entregas de uniformes del ejército y en el ejército vos entregás la bota vieja y te dan la bota nueva. Y la bota vieja se inventarea y después se da de baja, se quema o se vende para trapos viejos. Entonces este utilero consiguió todas las bombachas de fajina de los soldados y los borceguís y la parte de arriba la hizo doña Carmen, la mamá de Carlos, que lo hizo con cuerina negra y al primer ensayo las chaquetas perdieron las mangas, y así quedaron, el poder tenía las chaquetas sin mangas. El tema es que al personaje del Comendador lo mataban en la platea, no en el escenario. Y segundo, al final, cuando el pueblo está matando al Comendador y lleva el cuerpo arrastrándolo hasta el escenario, llega la policía. Era un espectáculo magnífico. Estuvimos 10 días en función, con lleno completo todos los días y eso fue algo inaudito, porque nunca antes un grupo independiente había estado tanto tiempo en cartelera. Fue en Semana Santa en 1970. El primer día el teatro estaba lleno de monjas, como la obra se llamaba Fuenteovejuna, las monjitas venían y ¿sabés cómo salían corriendo cuando se daban cuenta lo que era la obra? Pobrecitas, ellas no tenían la culpa, porque las monjas nunca van al teatro.



Gladys Reale en "Fuenteovejuna". Fuente: Miguel Bazano



 ¿En Fuenteovejuna se acaba tu historia con Carlos?


Sí, porque él decide irse, antes de hacer Fuenteovejuna él ya estaba pensando en irse, hay un reportaje que le hacen en donde él habla de eso, ya te voy a pasar el recorte. Cuando terminamos la obra Carlos nos dice: “yo me voy, acá no da para más”. Y mi señora y yo íbamos a ir a despedirlo pero en ese interín mi señora tuvo un accidente, se cayó del ómnibus, entonces ella no pudo ir. Y Carlos en el aeropuerto me escribe una nota muy linda para ella. Después nos vimos cuando él regresó de visita, pero ya no hicimos más nada juntos porque cuando él se fue mi señora hizo el primer y único culebrón que se hizo en Córdoba.


No hubo persecución pero sí, perdonáme la palabra, puterío interno en el teatro. Y Carlos ya estaba cansado y tenía en vista irse del país. Y se fue. Pero se quería ir porque fundamentalmente el medio teatral cordobés lo ahogaba, no tanto la política como el medio teatral. Pero mucha gente que hoy se raja las vestiduras por Carlos le dio la espalda en ese momento. Carlos no figura en el libro aniversario de la Comedia Cordobesa como director, y él dirigió dos veces a la Comedia: primero con El Hueco de la Tristeza en 1968 y segundo con el El Reñidero en 1986. ¡Y no figura!


Hay mucha envidia todavía, ¿no?


¿Qué te parece? No le perdonan su talento ni aunque está muerto.




 ©Viviana Marcela Iriart

Córdoba, 27 de junio de 2022

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