Hay tres Jacobo
Borges en el cuadro que ocupa medio apartamento. En los ojos azules o verdes de
Diana Carvallo se reflejan nítidamente. Uno de ellos pinta, el otro descascara
una mandarina que suelta un chorrito al aire, y el niño observa un paisaje.
Un tintineo
japonés o chino anuncia que entra viento por el ventanal abierto. El “anuncia
espíritus” se mueve y su sonido se une a Bach que fluye desde alguna parte del
apartamento, donde hay ajos colgando, frutas, cuadros, maniquíes, muñecos de
trapos desgonzados en los rincones, un molino de trigo, bustos de mirada blanca
y un permanente olor a óleo.
El Jacobo Borges
niño habla recordando cosas que le impresionaron y que hoy influyen en el
trabajo del artista.
“Recuerdo un caballo que se cayó en un pantano
y que no había nadie que lo sacara... es muy posible que fuera un caballo viejo
y lo hubiesen abandonado: lo cierto es que duró agonizando dos o tres días...
uno dormía y oía al caballo ¿Cómo es que se dice cuando el caballo? El perro
ladra, el caballo ¿qué es lo que hace? ajá, ajá, relincha... se oía increíble,
terrible, el caballo relinchando y su sonido atravesaba las paredes, el piso,
la paja, toda vaina. Esa fue una de las primeras veces que yo tuve ese
sentimiento de impotencia, un sentimiento que me ha acompañado toda la vida...
tú lo veías ahí y no podías hacer nada por él ni siquiera llegarte hasta donde
estaba. Yo hice algunas cosas, con un palito, todas esas cosas que no conducen
a nada, sino que son esfuerzos más bien cómicos o ingenuos, dramáticos".
Uno de los dos
Jacobo Borges adultos, dice que también se le grabó para siempre, cuando un muchachito
rubio que pedaleaba una bicicleta nueva le preguntó ¿qué te trajo el Niño
Jesús? y él, frustrado, con las alpargatas atascadas en el barro del camino, le
respondió al ciclista: “el Niño Jesús no existe”. Y en ese momento salía la
madre del muchacho gritándole a Jacobo: “eres un niño malo”.
“Yo creí que era malo, me sentí un muchacho
malo, pero me dieron ganas de reír, porque al niño aquel se le convirtió en
bicicleta lo que hasta ese momento pedaleaba como si fuese algo mágico. Desde
entonces repito esa maldad en mis cuadros... cuando los he terminado siento
deseos de agregar algo, algo que soy yo... a veces un enchufe detrás de los
pies de la novia”.
—Fundamentalmente,
a Jacobo Borges parece preocuparle el sistema, la ciudad, el ser humano ¿qué
buscas?
Uno de los dos
adultos va a responder, quizás el de la mandarina.
-Uno da
direcciones sobre cosas que no existen: yo vivo donde estaba aquella estación
de gasolina ¿Te acuerdas dónde estaba la casa de las telas? porque la ciudad
todos los días es derribada, está en movimiento, ríos que desaparecen, cerros
que están hoy y mañana ya no se ven... sólo el Ávila es la única cosa que te
hace sentir que todo es tiempo. Sólo hay fotos. Por eso es tan difícil atrapar
en la pintura esta realidad, la realidad nuestra es el movimiento... hay un
lenguaje hasta esotérico: Parque Central, Plaza las Américas: no son ni un
parque, ni una plaza.
Jacobo Borges
con el cabello como Einstein cuando lo tenía negro, busca de pronto palabras
¿cuál es la palabra? pregunta para continuar hablando.
El otro Jacobo
Borges interrumpe y dice:
— La gente anda
sin rumbo: los viernes parecen el último día de la tierra, la televisión es
como un bunker, ver televisión es la realidad, porque la realidad no existe, es
un decorado, como el desarrollo y todas esas cosas. La gente pone nombres como
Parque Central porque esas cosas ya no existen, sólo los nombres, el
decorado... por eso cuando me preguntan qué es lo más importante para mí, yo
digo que vivir, que vivir es lo más importante y pintar es parte de la vida. No
me siento un profesional de la pintura, no soy pintor por oficio.
Jacobo Borges
está encadenado a una dinámica que le exige no retroceder: cada día se plantean
cosas más difíciles, trabaja de seis de la mañana a una de la madrugada
haciendo de todo, pintando, creando, pensando, escribiendo, en la política,
pero todo en una sola cosa: vivir. Dice que solo siente que la vida sea tan
breve.
“En realidad, aunque parezca contradictorio
porque siempre estoy trabajando, soy un contemplativo, desde niño siempre he
preferido contemplar. Uno debería tener tiempo para hacer todas las cosas que
se propone y tiempo para no hacer nada”, expresa.
El Borges de la
mandarina descascara otra y le cede la palabra al Borges salpicado y manchado de pintura.
UN COLAPSO
“Todo el mundo sabe que este sistema
industrializado ha colapsado, pero no hay ninguna audiencia para cambiar el
rumbo de ese modelo. La izquierda proyecta una alternativa que no va más allá
de la estructura económica, pero no es un real modelo alternativo, no se coloca
frente a los problemas que forman parte de la crisis energética, por ejemplo,
que vive el mundo. La calidad de vida se deteriora, el futuro es que todos
tengan la bazofia de hoy, comida industrial que enferma y degenera”.
Voy a poner un
ejemplo —dice el otro Borges— hay más consumidores que productores, entonces la
industrialización le quita al trigo el alimento vital y la gente consume
almidón. Las proteínas vegetales son lanzadas a los animales. Con el maíz pasa
igual. La solución tendría que ser, en vez de grandes molinos y silos, molinos
pequeños para cada barrio, que permita a la población consumir el alimento que
necesita en el día, con poder alimenticio. El trigo y el maíz, al ser molidos,
mueren por un proceso de oxidación. Cuando el venezolano se enferma el médico
le recomienda que coma lo que la industrialización le ha quitado".
La calidad de la
vida sólo puede comenzar dando al ser humano una alimentación vital, en vez de
una alimentación residual. Cualquier sistema social se plantea el problema de
la producción masiva y cae en los terrenos de la industrialización, de esa
separación de lo vital y lo residual. Jacobo Borges se lo plantea así y también
dice que la ciudad es como el vientre materno, donde está todo centralizado,
donde el ser humano sólo tiene un sueño: comprar y es débil: no puede faltar la
energía eléctrica porque se queda dentro de un ascensor y cosas así.
El último cuadro
que Jacobo Borges retoca para su exposición en la GAN, denominada “La
Comunión”, ocupa mucho espacio en el apartamento. Desde ese cuadro hablan de
repente los tres Jacobo y sus conversaciones se ligan con el tintineo oriental
y Bach.
FRANKESTEIN
—Yo nací en el
Cementerio –comenta de improviso Jacobo, el niño,
queriendo decir
que nació cerca del Cementerio.
Las carrozas
fúnebres pasaban y eran muy lujosas... yo tenía la impresión de que vivía en un
barrio muy importante, la muerte era como una fiesta, —añade.
Jacobo Borges
compara lo que ha sucedido en el mundo, en el sistema socioeconómico, con lo
que pasó cuando el doctor Frankestein fabricó su monstruo y lo abandonó
irresponsablemente, horrorizado.
Hasta se han
separado el trabajo y el placer. El niño se acostumbra a que el afecto se le
brinde a determinada hora, las parejas tienen su relación sexual tal día o
tales días sin importar cuándo se necesite el afecto, el amor, la relación.
Todo este sentimiento lo pinta Jacobo. “Estamos en un vientre, si hay un apagón
se detiene todo y no puedes hacer nada: algo más allá de ti detiene las
cosas". Al sistema se la ha ido la tecnología de la mano, se actúa
fragmentariamente... “un Frankestein” murmura alguien.
—Volver cuadros
los cuadros es mi intención, como cuando volví bicicleta aquella bicicleta que
le trajo el Niño Jesús a un muchacho rubio... –habla el otro Jacobo.
Dice también que
se siente pintor cuando no piensa en nada, cuando está pintando y no se da
cuenta de lo que está haciendo, cuando todo es una sola cosa.
“Como en el acto del amor, cuando desaparecen
los dos seres y siguen siendo dos seres, uno solo, cada uno siendo el mismo,
pero en el otro”.
Diana refleja a
los tres Jacobo Borges, al niño y los dos adultos, pero un tanto extrañada.
Acaricia la hoja de un bambú y luego sopla suavemente una planta de hojas diminutas,
como deseando aclarar algo.
Jacobo Borges
señala que su lucha es la de cada quien y “quizás la única virtud que uno tiene
es que intenta abrirse paso en ese sentido”. Busca la naturalidad, el
reencuentro con el conocimiento y las verdades necesarias del ser humano.
En su
apartamento y su vida no hay cosas artificiales, no hay decorado, no hay
mandarinas de plástico, ni pinos con nieve, ni ideas inhumanas. De pronto la
cinta de Bach se termina y Diana dice que Jacobo Borges espera por la
entrevista.
La pregunta es
lógica:
—¿Uno de los que
ha estado hablando no es él? ¿todos no son él? Diana dice que no con la cabeza,
para luego expresar, en el mismo instante que Bach recomienza y el tintineo del
aire repite su función en la ventana abierta:
— Jacobo Borges
eres tú, tonto, y deja de estar bromeando con ese cuadro, que en la puerta
están ya los periodistas esperando por ti... ¿abres la puerta tú o lo hago yo?
©José Pulido
Foto de Gabriela Pulido |
Nació en Venezuela, el 1° de noviembre de 1945.Vive en Génova, Italia.
En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado a creadores y artistas.
Si se requiere información detallada sobre estas publicaciones, favor solicitarla a este correo: jipulido777@gmail.com
Forma parte de la Antología Por ocho centurias, XXI Encuentro de Poetas iberoamericanos, Salamanca, España, entre otras.
Ha sido invitado a festivales en Irak, Colombia, Brasil, Chile, España y Génova. Participó, en 2012, como invitado de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en Salamanca. En el 2018 y en el 2019 invitado al Festival Internacional de Poesía de Génova.
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