la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Carlos Giménez y Héctor Clotet deportados injustamente de México en 1973: “Como creí que me iban a matar comencé a gritar” / artículo de Héctor Clotet, Córdoba, 16 de Abril de 2019.





Carlos Giménez y Héctor Clotet vivían juntos en Ciudad de México cuando fueron injustamente detenidos, torturados y finalmente deportados de México debido a sus actividades artísticas, en  Marzo de 1973.  Carlos acababa de estrenar con gran éxito Fantoche, de Peter Weiss, en la UNAM, y ensayaba Torquemada,  de Augusto Boal. Héctor daba clases de teatro en el INBA y presentaba sus espectáculos unipersonales.  

En el siguiente relato, Héctor nos cuenta parte de aquellos trágicos sucesos.



Héctor Clotet.  Fuente: Héctor Clotet 


Héctor Clotet (izquierda), Carlos Giménez , Daniel Farías y América Alonso.
Fuente: Héctor Clotet 






“Tres policías vestidos de civil  (…)  me paran  con una 
patada en el estómago…”
Fuente: Héctor Clotet 





"Fui maltratado, fui deportado del país como si fuera
 un criminal"
Revista Proceso, México, 15 octubre 1983


Carlos Giménez y Francisco Paco Rabal.  Fuente: Carlos Giménez








Viviana querida, te voy a contar lo vivido en México en 1973.

Estábamos en esa ciudad con Carlos, trabajando cada uno en lo suyo: él dirigiendo y yo con mis unipersonales y dando clases en la Escuela de teatro del INBA, cuando fuimos echados de México. Carlos acababa de tener mucho éxito con un montaje, no recuerdo de cual obra. Ese nefasto día yo salí a buscar unas fotos de promoción en la mañana. Carlos había salido antes del departamento donde vivíamos en Zona Rosa.

Ahí comenzó lo terrible, por lo menos para mí, que en este cuento paso a ser protagonista, porque de Carlos no supe más nada hasta mucho tiempo después. Antes de salir yo había tomado una purga bastante fuerte. Cuando vuelvo a casa salen de la misma tres policías vestidos de civil con mis documentos en sus manos, me paran con una patada en el estómago y me dicen que tengo que acompañarlos. Les dije que sí pero que me permitieran ir al baño antes. Me dijeron que no. La Sra. que limpiaba y nos cocinaba lloraba y les pidió que me permitieran ir al baño. Me acompaño un policía  y, aunque tenía muchos años trabajando con público, jamás un acto tan íntimo fue tan humillante.

Me sacaron del departamento, me hicieron acostar en el piso del automóvil y uno de ellos, sentado, iba pisándome. Tuve suerte porque, cuando me llevaban, un actor mexicano muy famoso en esa época vio todo (no logro recordar su nombre) y avisó inmediatamente a la Escuela o a Bellas Artes, no lo tengo claro. Allí comenzó todo un movimiento tratando de averiguar dónde me tenían. Me llevaron a un lugar de esos con espejos para reconocimientos. Yo veía desde allí a gente de cine, recuerdo sus rostros no sus nombres. Tenía a mi lado un policía armado que me decía que mucha gente venía a preguntar por mí, pero que ellos "no sabían”. Yo buscaba angustiado a Carlos detrás del espejo pero fui inútil; estuve como diez horas allí.

En ese tiempo entré a tres interrogatorios: en el primero me preguntaron si yo me creía "el Che" y me repetían frases que yo les había dicho  a mis alumnos con quienes trataba de analizar las expresiones culturales del país. Yo no podía soportar "las carpas" y "los burlesques". En el segundo interrogatorio me preguntaron qué opinaba de los países latinoamericanos: mis respuestas eran vagas y hasta imbéciles. El tercer interrogatorio empezó totalmente diferente: "pase maestro"..."siéntese maestro"..."una coca cola para el  maestro"... pensé que alguien había hecho algo por mí, pero..."maestro, ¿qué opina de Marx? ¿de Lenin?” Pregunté si esos eran actores mexicanos y ahí estallo la furia, los gritos..."¡¡¡me lo sacan ya del país!!!".

Como creí que me iban a matar comencé a gritar, y el único insulto que me salía era gritarles cucarachas y decirles que ellos no me echaban, que me iba yo de ese país de "m". Me preguntaron, gritando, si yo tenía dinero para el pasaje, grité que sí y que me iba a Venezuela donde residía. Siempre gritando me preguntaron donde tenía el dinero,  dije que en mi casa y de golpe hubo un silencio denso en donde los policías de ese entonces, acostumbrados a "la mordida" y al robo descarado, se miraban desconcertados. Me llevaron, otra vez acostado en el piso del automóvil, a buscar el dinero a mi casa (el escondite de lo ganado en Puerto Rico había resultado eficaz). De allí a una prisión para extranjeros. Una inmensa celda con muchas camas donde éramos tres: yo, un norteamericano apresado por drogas y un muchacho que lloraba debajo de una sábana. Su cuerpo impresionaba por su estado y los colores que tenía por la crueldad de las torturas que había sufrido. Lloraba y repetía "mi novia...mi novia...". Al otro día lo llevaban a la frontera, era de Guatemala. Ese día le habían dicho que hubo una denuncia contra él; estuvo varios meses preso y torturado.

Al otro día los tres presos dimos vueltas en el patio y luego me llevaron al aeropuerto. Allí, además de quedarse con dinero mío, querían quedarse con cosas mías, como mi guitarra. Resistí a los gritos. En el automóvil me llevaron a la escalerilla del avión y no se fueron hasta que el avión despegó. Llegado a Venezuela, el Sindicato de Actores pidió explicaciones al embajador mexicano, quien respondió que yo me había ido de México porque así lo había decidido.

En Caracas me enteré que un grupo de intelectuales y artistas se habían movido por mí en México, entre ellos mis queridas amigas Mercedes Sosa y Chabuca Granda. Entre tanto, en Argentina, salió en Clarín que yo estaba desaparecido y había sido torturado. Mis hermanas, desesperadas, fueron a la casa paterna de Carlos en Córdoba y allí se encontraron con Carlos. Él les sugirió el teléfono de amigos donde podía estar. Me enteré entonces que Carlos estaba bien, que lo de él fue menos complicado, lo agarraron y lo pusieron en el avión. Ni él ni yo teníamos en el pasaporte sellos de deportados, lo que nos ahorró problemas. A los pocos días nos encontramos los dos “subversivos".


16 de Abril de 2019



Lupita Ferrer y Héctor Clotet. Fuente: Héctor Clotet 

Actor, director, profesor, dramaturgo. Nació en Argentina y desarrolló la mayor parte de su carrera en Venezuela, en donde actuó, entre otras producciones, en la famosa película venezolana La Máxima Felicidad y en la exitosa telenovela Niña Bonita.

Héctor Clotet se formó como actor en la Universidad Nacional de Córdoba y con diferentes personalidades latinoamericanas y europeas. Como docente ha ejercido en el prestigioso  Instituto Nacional de Bellas Artes de México (INBA) y  las destacadas escuelas América Alonso y Juana Sujo de Caracas.
Fue director del Teatro Nacional Juvenil de Venezuela (T.N.J.).
Actor de radio, cine, televisión y teatro, actualmente reside en Argentina donde sigue ejerciendo sus actividades profesionales.




Daniel Farías, América Alonso y Héctor Clotet. Fuente: Héctor Clotet