Los huesos exhumados están en la ex ESMA. Foto: Dani Yako |
Es clave que más familiares den muestras de sangre, para los cotejos de ADN.
Fue la mañana de un domingo, en el viento arremolinado de la primavera. Un peón se persignaba y dos científicos controlaban el inventario. Nada podía perderse y todo podía quebrarse, hacerse añicos. Nunca en la historia argentina se había producido un traslado de restos así.
El 22 de octubre de 2017, dos camiones con huesos de cientos de desaparecidos salieron de la avenida Rivadavia 2443, en el Once, hacia el predio donde funcionó la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Muy pocos sabían del desplazamiento, custodiado por tres fuerzas de seguridad. La televisión nunca se enteró y las redes sociales estaban distraídas en vanidades.
Fue un recorrido silencioso y arriesgado por las calles de una Buenos Aires fantasmal. Era la mudanza del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), con miles de costillas, vértebras y húmeros a cuestas, exhumados de tumbas sin nombre o hallados en la costa del mar o en la orilla de un río.
Los camiones marchaban entre tres patrulleros, uno adelante, otro en el medio y otro detrás. El celo obedecía a las órdenes de la Cámara Federal porteña y la de La Plata, que atienden causas de lesa humanidad y dan a los antropólogos la custodia de estos cuerpos.
La nueva sede –montada en diagonal y a la distancia más lejana del Casino de Oficiales de la ESMA, el epicentro de las torturas– tenía más espacio para el trabajo científico, bandejas para la reasociación de esqueletos, habitaciones para la toma de muestras de sangre a familiares.
Cuando la caravana dejó atrás la cancha de Defensores de Belgrano y llegó al final de la avenida Comodoro Martín Rivadavia, en el barrio de Núñez, el peón dejó de persignarse y empezó a bajar las cajas repletas de cráneos baleados. Pesaban tanto como el pasado que los estremecía.
Hoy, allí, a 43 años del último golpe militar, más de 600 cuerpos de desaparecidos siguen sin ser identificados. Están en un rincón arbolado de la ex ESMA, convertida en Espacio Memoria y Derechos Humanos. Son cuerpos que hace cuatro décadas fueron separados de sus almas. Y esperan un reencuentro, que tal vez jamás suceda.
Hasta aquí se identificaron 795 cuerpos, de los 1.400 que fueron recuperados.
Nuri Quinteiro integra la unidad de casos y deja ver una muestra de sangre, utilizada para los análisis genéticos que ayudan a identificar personas. Foto: Dani Yako |
Restos sin nombre
A punto de cumplir 35 años de labor, el Equipo Argentino de Antropología Forense lleva recuperados más de 1.400 cuerpos del período que va de 1974 a 1983, es decir que incluye a desaparecidos en operaciones represivas contra organizaciones guerrilleras y sectores sociales durante el gobierno de Isabel Perón, como el Operativo Independencia, y toda la dictadura. De esos, logró identificar a 795 y pudo restituir la mayoría a los familiares. Pero aún tiene a su resguardo más de 600 cuerpos que permanecen NN, sin Ningún Nombre.
Abruma caminar entre ellos, en el silencio envolvente que los trajo hasta aquí. Están por todo el alto y todo el ancho de una sala de resguardo de cinco pasillos, en contenedores de plástico azul y cajas de cartón con rótulos que indican la procedencia: cementerios del Gran Buenos Aires, fosas clandestinas o el Pozo de Vargas de Tucumán, donde fueron arrojados más de 100 perseguidos por la maquinaria comandada por Antonio Domingo Bussi.
Se avanza entre torres de hasta siete cajas de huesos. Hay carteles que dicen “frágil”, pero no hacen falta: todo es frágil en este osario que encierra los últimos enigmas de la dictadura.
En papelitos blancos o amarillos están las fechas de las exhumaciones. En el Pasillo 3 hay un cuerpo en una caja de “Manzanas Argentinas”. Los contenedores enviados por los antropólogos de Tucumán tienen tapa verde y un envase de plástico transparente, que dejan ver el tumulto de caderas y omóplatos. Se mantienen como llegaron del norte, para no alterar la cadena de custodia.
La Estantería 4 del Pasillo 4 está poblada por cajas de cartón y etiquetas irregulares, escritas a máquina o en birome. “AV” significa que el cuerpo fue hallado en el cementerio de Avellaneda, cuando recién salía a la luz la magnitud del genocidio.
Patricia Bernardi
ANTROPÓLOGA
La primera recorrida de Viva, en diciembre pasado, fue acompañada por la antropóloga Patricia Bernardi, pionera en la Argentina y miembro del equipo que prestó asistencia para la identificación de los restos de Ernesto “Che” Guevara, en Bolivia. “Cuando comenzamos en la fosa de Avellaneda, tuvimos dudas y miedo. ¿Qué pasaría con nosotros? Eran los primeros años del regreso de la democracia. Y nos pasaban cosas. Sentíamos amargura y dolor por las personas que exhumábamos, de las cuales muchas están todavía acá”, señala Bernardi, que se acaba de jubilar.
En una camilla hay una suerte de mosaico armado de pequeñas piezas, como las fichas con letras de los juegos de armar palabras. Antes era una persona. Y así quedó después de una explosión. Algo parecido ocurre con víctimas del Pozo de Vargas, que fueron aplastadas a 40 metros de profundidad.
La segunda recorrida, el mes pasado, es entre seis esqueletos tendidos, desplegados, completos dos, incompletos el resto, apenas un fémur y un cráneo uno de ellos. La investigadora Sofía Egaña y la coordinadora del laboratorio, Mariana Selva, los miden con instrumentos de precisión, los miran con lupa y los catalogan con colores.
“Este es un caso de Santa Fe, de lesa humanidad, una mujer que falleció en 1977. Lo sabemos porque hay un registro de entrada en el cementerio que dice la fecha exacta. Es un caso de enfrentamiento fraguado. Incluso como NN tiene fecha de muerte”, describe Selva, que no le teme a los huesos. Más le impresiona trabajar con cadáveres frescos, sus olores, a veces sus miradas.
“Acá tenemos una fractura en un brazo y otra en la cadera que se condicen con lesiones por proyectil, clásicas de arma de fuego”, reseña inconmovible ahora, mientras muestra esos huesos del derecho y del revés.
Luis Fondebrider
DIRECTOR EJECUTIVO DEL EAAF
Detectives de la historia
Además de exhumar y rearmar las osamentas, el Equipo reconstruye las biografías de los desaparecidos. Una oficina de investigación preliminar, la Unidad de Análisis, Contexto y Búsqueda Forense, indaga en las relaciones laborales, sindicales, familiares y de militancia política de las víctimas, para intentar saber por qué fueron blanco de la represión y generar hipótesis de identidad sobre los cuerpos encontrados.
“Investigar un caso de violencia política, de características masivas y donde el Estado es el principal responsable, es totalmente diferente a la pesquisa de un crimen común, no alcanza con los elementos tradicionales del derecho o la criminalística para resolverlo. Por eso, nosotros combinamos lo que hace un historiador con lo que hace un detective de homicidios”, relata Luis Fondebrider, director ejecutivo y miembro fundador del EAAF.
La tarea es compleja. La investigadora Virginia Urquizu visitó hogares donde el cuarto del ausente está intacto desde hace 40 años, igual que el día en que esa persona desapareció. “Hay madres que aún hoy ponen un plato más en la mesa, esperando que su hijo regrese”, asegura Urquizu, que tiene 45 años y el don de escuchar testimonios conmovedores y generar atmósferas donde secretos atragantados puedan salir de la esfera íntima y ayudar a mejorar los rastreos.
Ella prefiere ir al encuentro de los familiares más que entrevistarlos en una oficina, porque en sus casas puede apreciar mejor fisonomías, fotos de cuerpo entero, objetos preservados a lo largo del tiempo, retazos que pueden sumar a la confección de estas semblanzas.
De cajas planas de oficina, el investigador Daniel Bustamante saca órdenes militares escritas en código, documentos desclasificados y papeles amarillos que orientan las averiguaciones. “Generamos una base de datos dinámica, que denominamos Padrón del EAAF, buscando saber quién era la persona, el contexto de su desaparición forzada, sus datos médicos y odontológicos, pero también su historia, sus vínculos. Luego procesamos esos datos, que pueden resultar claves para una identificación”, considera Bustamante.
En los primeros años, pusieron foco en la extensión del fenómeno NN durante la represión. “Antiguamente, los NN eran ancianos o indigentes, y casi no había mujeres. Pero luego eso cambió. Relevamos a fondo las actas de defunción de las grandes ciudades, Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, y eso nos aportó información sobre un universo más joven”, recuerda Bustamante.
Lo escucha con atención su compañero Carlos “Maco” Somigliana, otro investigador histórico del EAAF, que hace tres meses entregó a una mujer los restos de su padre, que había sido identificado cuatro años atrás. En todo ese tiempo, ella estuvo esperando también la identificación de su mamá. Y por ahora no se le dio. El rompecabezas sigue incompleto.
Hay familiares o compañeros de personas desaparecidas que jamás hablaron: “A veces, al final de una conferencia o una charla escolar, se me acercan familiares de desaparecidos que todavía hoy me dicen ‘Yo no sabía nada’”.
0800 3453 ADN (236)
El Banco Genético del EAAF recolectó hasta hoy 11 mil muestras de sangre, que representan a unos 4.500 desaparecidos. En perspectiva histórica, el EAAF considera que la mitad de los familiares de los desaparecidos denunciados se presentó a ofrecer sus muestras para el cotejo de ADN con el que se extrae de los huesos recuperados. Pero la otra mitad, todavía no.
Las muestras fueron decisivas para las 795 identificaciones, de las cuales 496 se produjeron en la última década, junto al avance de la técnica genética.
El proceso se frenó: el año pasado sólo hubo 10 coincidencias y se necesitan ahora nuevas muestras de sangre para avanzar. En la línea telefónica gratuita 0800 3453 ADN (236) se explica el procedimiento, que es confidencial. Un simple pinchazo sirve para hacer el análisis en el laboratorio genético que el EAAF tiene en Córdoba y, con eso, se da a los familiares la certeza de saber si su desaparecido ya fue encontrado. Si no, la muestra sirve igual para identificaciones en el futuro.
Piezas dentales de un cráneo bajo análisis, desenterradoen los primeros años del retorno democrático. Foto: Dani Yako |
Los antropólogos citan el caso del atentado a las Torres Gemelas. “La forma de conservar los restos es muy parecida a lo que adoptamos acá: cientos de fragmentos de cuerpos no han sido aún identificados y están cuidados por las autoridades, también en condiciones controladas, porque aunque han pasado más de 17 años, se siguen produciendo identificaciones, por avances de la genética forense, que permiten recuperar material de cuerpos que antes no lo permitían, o porque hay familiares que se van acercando por primera vez para mejorar las perfiles que van a los cotejos. Esa posibilidad va a estar siempre presente también acá, por eso nos parece importante mantener este lugar, en este edificio que nos cedieron las Abuelas de Plaza de Mayo”, resaltó Fondebrider.
El desempeño del Equipo fue retratado en documentales y artículos en todo el mundo, pero hay una crónica de Leila Guerriero, titulada El rastro de los huesos (Gatopardo, 2008), y el libro de Jon Lee Anderson Che Guevara. Una vida revolucionaria (Anagrama, 1997), que relatan con maestría los esfuerzos de estos científicos.
Luis Fondebrider, director ejecutivo y miembro fundador del EAAF,destaca los 35 años de avances en las identificaciones. Foto: Dani Yako |
El reconocimiento social aún no desata un nudo: los mecanismos que tiene hoy el Estado argentino para buscar personas extraviadas en la actualidad siguen siendo lentos y descoordinados. Los datos no se cruzan y a veces ni se comparten entre oficinas públicas. En 2017, por caso, una adolescente perdida durante 15 años apareció muerta a solo 16 cuadras de su casa. Los organismos oficiales recién se movilizaron después de que Clarín publicara el testimonio desesperado de su madre.
Con los desaparecidos fue peor. Una parte del Estado ejecutó un plan sistemático de exterminio de personas y otra, cuando volvió la democracia, en 1983, tuvo que empezar a buscarlas. Los represores, además, quemaron documentación, ocultaron listados y dictaron una ley de autoamnistía en busca de impunidad. Nada podía comprometerlos. Nadie podía arrepentirse.
Las pesquisas del EAAF llevaron entonces a zonas inesperadas: varios desaparecidos habían sido identificados, pero los juzgados nunca lo comunicaron. Se supo por el hallazgo fortuito de microfilmes de la Policía Federal y la Policía de la Provincia de Buenos Aires. “La legislación establecía la toma de huellas dactilares a las personas sin identificar al momento de la muerte. Se tomaban cinco o seis juegos, que iban a distintas reparticiones.Antes del Juicio a las Juntas de 1985, muchas planillas fueron destruidas, pero algunas se salvaron”, rescata Bustamante. En otros casos, antes de los entierros, los cuerpos fueron fotografiados o sometidos a autopsias y generaron certificados de defunción, documentos esenciales después.
Ayudó también el Laboratorio de Necropapiloscopía de la Policía Científica del Ministerio de Seguridad Bonaerense. “Recibía las manos cortadas de los cuerpos en avanzado estado de descomposición y, con técnicas muy particulares, lograba recuperar dactilogramas comparables con los registrados en papel. También aquí hubo pericias positivas, que los familiares nunca llegaron a conocer en aquel entonces”, detalla el investigador. De los desaparecidos identificados, 126 fueron por huellas sin cuerpo.
Carlos Somigliana y Daniel Bustamante se dedican a reunirdocumentación y arman semblanzas de las personas buscadas.Foto: Dani Yako |
A partir de su experiencia en el pasado, el EAAF propone que se ordene el sistema de identificación de personas, con la creación de una base de datos única a la que puedan acceder los distintos actores de una investigación penal, que evite la repetición de pericias y permita el cruce más amplio de datos. Según Somigliana “falta una visión de conjunto, es una red con demasiados agujeros. Los organismos del Estado que se encargan de esta cuestión son muy celosos de mantener su partecita, cuando esto es una cadena: si no se unen todos los eslabones, las identificaciones se traban”.
El motor
Luis Fondebrider es un aguerrido jugador de pelota paleta, una diversión que tenían los gauchos argentinos dedicados a la lechería. Contra un frontón, hace un siglo, le pegaban a una pelotita de goma con el omóplato de las vacas. Hoy, Fondebrider corre por el laboratorio como si estuviera en el fondo de la cancha ante un tiro angulado.
Obsesivo de las buenas prácticas científicas, se enoja por Twitter cuando ve maltratada la escena de un crimen. Teme que los operadores de la justicia, jueces, fiscales, policías o abogados, crean que las ciencias forenses funcionan como en las series de televisión, de manera perfecta y con capacidad de resolver cualquier caso.
Fondebrider se reúne con donantes que financian esta organización no gubernamental y viaja a misiones en el exterior no menos de seis meses al año. Tenerlo unos minutos enfrente sirve para un par de preguntas agudas:
¿Quedan cuerpos por desenterrar?
Ya hemos relevado casi todos los lugares oficiales de la Argentina donde podía haberlos. Los cementerios están todos, además de sitios donde funcionaron centros clandestinos de detención, como el Pozo de Arana en La Plata, una fosa de ocho cuerpos en Santa Fe, la Compañía de Arsenales Miguel de Azcuénaga de Tucumán. Salvo que surja nueva información de lugares clandestinos, ya no tenemos dónde buscar.
¿Y acá, en la ex ESMA, donde hubo violaciones a los derechos humanos, partidas hacia vuelos de la muerte?
No toda la infraestructura de este espacio ha sido afectada por la represión. Por testimonios y a pedido de la Justicia, hemos investigado dentro de la Escuela de Mecánica y en lo que fue el campo de deportes, y no hemos encontrado nada.
Las investigadoras Mariana Selva y Sofía Egaña analizan huesosexhumados tras la represión ilegal. Foto: Dani Yako |
Urnas vacías
En el laboratorio del Equipo de Antropología Forense, los científicos miran por microscopio la enormidad de la violencia argentina. Todos están concentrados, en diálogos apenas murmurados o en un silencio que solo interrumpe el paso de un tren o el aterrizaje cercano de un avión.
Cuando esta organización fue creada, en 1984, sólo se dedicaba a los desaparecidos, pero con el tiempo amplió su accionar. Identificó los restos de 110 soldados enterrados en las islas Malvinas, colaboró en la investigación de femicidios y trata de personas, ayudó en la causa por el atentado a la AMIA y actuó en el caso de Santiago Maldonado.
Tiene una oficina en Nueva York, donde ocasionalmente se toman muestras de sangre y se reciben pedidos para actuar en países azotados por matanzas políticas, étnicas o religiosas. Allí se desempeña la antropóloga y miembro fundadora del EAAF Mercedes Doretti, hija de Magdalena Ruiz Guiñazú, la periodista que integró la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) y ayudó a redactar el informe Nunca Más.
Pero el Equipo tiene su mayor desafío en este rincón porteño poblado de sombras. Hay urnas de madera, jamás usadas, a un costado, que aguardan a que los cuerpos recuperen sus nombres.
“Estas 600/700 personas no deberían estar aquí, sino en sepulturas dignas. Es una espina que tenemos clavada. A veces pasamos por delante de estas cajas y nos preguntamos: ‘¿Qué más podemos hacer para que estos restos vuelvan a sus familiares?’. Ojalá algún día esto quede vacío, sin cuerpos esperando”, reflexiona Fondebrider, que prefiere completar las identificaciones a cualquier reconocimiento, por más que sea el Nobel.
Equipo Argentino de Antropología Forense: web