Voces para Lilith nace
ante la necesidad de reunir, en un solo tomo a las voces representativas –hasta
la fecha dispersas- de temática lésbica en Sudamérica. Este ferviente propósito
tiene sus orígenes en el año 2000, con un despertar poético en torno a la
experiencia lésbica personal y a la intolerancia de la sociedad conservadora
limeña. Se hace más intenso en el año 2005, ante la búsqueda de referentes y la
escasez de publicaciones explícitas respecto a la temática. Dicho vacío, sumado
a un inmenso amor por la poesía, se ha configurado como el gran motor para
recopilar tales voces en al construcción de la antología.
Toda antología propone un corpus que se considera
esencial desde el punto de vista asumido por quienes realizan la compilación,
bajo determinados criterios que le otorgan validez e importancia. El criterio
estético ha sido el eje de nuestra selección, por lo que hemos incluido textos
que juzgamos valiosos por su calidad literaria. Para la convocatoria, nuestros
criterios fueron los siguientes: 1) reunir textos inéditos sobre temática
lésbica tanto de poesía como de narrativa, pertenecientes a autoras de origen
sudamericano; 2) además debían ser autoras que tuvieran al menos un libro ya
publicado anteriormente y que, de preferencia, hayan tratado la temática
lésbica en alguna de sus obras; y 3) las autoras convocadas debían continuar en
el ejercicio literario. Se trata entonces de una antología centrada en textos
contemporáneos que representan la pluralidad de la experiencia lésbica con
especial cuidado en el manejo de su escritura. Nuestra convocatoria nos ha
permitido reunir a las más diversas escritoras sudamericanas, entre las que se
pueden encontrar escritoras de renombre junto a autoras más jóvenes, a quienes
esta antología permitirá que sus escritos sean divulgados más allá de sus
fronteras nacionales.
Incisiones en los imaginarios. En Conversiones.com
Melissa Ghezzi, Claudia Salazar,( Mariela Dreyfus,
Nueva York, 12 de octubre de 2012. Foto Ana Ribeiro
Una antología como ésta contribuye grandemente al estudio de formas diferentes de disidencia y creación en una época en la que se recomponen las historiografías literarias, se reinventan los mercados y los escritores se relanzan temas. Las autoras reunidas allí piensan activamente, replantean, imaginan, renuevan, ayudan a ver las cosas desde otro ángulo o perspectiva, y contribuyen a legitimar o deslegitimar ciertas prácticas, estereotipos, categorías e instituciones.
Las edades de Lilith
Leo la selección, en la variedad y riqueza de sus
textos como un muestrario del mito clásico de las edades, pero no de los
primeros hombres sino de las rebeldes.
Representada en diversas escrituras, está en todas partes desde el
comienzo del mundo. En algunos textos se trata de la edad dorada de la
lesbiana, como en Ovidio y Hesíodo, cuando ellas vivían junto a los dioses,
confundidas en el líquido prenatal del mundo, eternas criaturas felices
descubriéndose y engendrándose en los cuerpos. Son pasajes donde se celebra la eclosión del deseo o la
página que trova, acuna y goza. O la que calma. En otros textos se vive la edad de plata. Establecidas en un orden, viviendo como jóvenes iniciadas al conflicto, la
confrontación ideológica y a la rebelión castigada. La edad de las ideologías comunitarias, la juventud con
su neo-romanticismo oscuro y las utopías. En otras páginas solamente viven para
la guerra y el trabajo del bronce, expuestas a la propia autodestrucción y al
cinismo. Y en los textos donde se
asienta el personaje como en una edad de hierro realiza sus hazañas de
cambiarse el mundo, perder o ganar miseria, traicionar o reconstruirse; es la
edad de la insumisa que conoce sus artes y, en última instancia,
pone en cuestión el discurso y el mundo que tal discurso verbaliza desde el
escepticismo, la experimentación o el humor.
La convocatoria
Sus autoras han traído hasta la antología que las
congrega un proceso cuidadoso. Tuvieron que asimilar primero la tensión entre
lo filial y el desarraigo, entre lo individual
y lo conocido, desde la mímesis que asimila primero, luego borra y más tarde revalora la exclusión o el desvío
casi como principio estético. La autora como sujeto literario al no verse
completamente reflejada en el canon necesita alterar su percepción. Vive en
medio de sensibilidades colectivas forjadas
por tradiciones, y si bien hace rato que lo sexo-diverso como tema ha salido de los
círculos herméticos cada espacio con momentos de estabilidad socio-económica
tiene lectores con su paradigma
del escenario lésbico, para ser consumido y recreado. Y es en medio de
ese tránsito de imágenes que se ejerce
la mirada creativa que necesita de una comunidad de comentario. Aún
no tenemos colecciones de libros de bolsillo[i] agotando
y desmontando la escena lésbica
venezolana por ejemplo, que en pleno siglo XXI continúa circulando con viejos clichés de la biografía disfuncional.
Había que intervenir y frecuentarnos.
Precisamente al momento de la
invitación que me hacen Claudia Salazar y Melissa Ghessi reaparecía en
Venezuela el personaje-monstruo que no me dejó indiferente. Un relato conocido
presentaba al personaje que comparte protagonismo, como a una preciosa adicta
cuya pareja es una persona descrita así:
Pude advertir la sombra pilosa de sus bigotes. Una suerte de
bozo que la malencaraba. Era tan tosca y hombruna, que imaginé que en el fondo
de su vagina ocultaba dos muelas cordales. Todo lo tenía corto. Manos, nariz,
cabello. En vez de cuello, céfalo-tórax. Era una auténtica nevera con escote…
…/
—¿Qué tienes tú que ver con Una? —me preguntó.
—¿Con quién?
—Con Una.
—Su nombre es Tamara.
—Ella es Una y yo soy Otra —chilló.
La mujer debía tener un problema serio en la próstata.[ii]
Me empezó a fallar el humor. Aquí,
mientras, leía yo a Sonia Rivera -Valdés, a Alina Galliano, a Carmen Ollé, a
Sonia Manzano, a Paquita Suárez-Coalla, a Margarita Drago, a Odette Alonso, a
María Isabel Amor, a Riolama Fernández, a Liliana Lara, a Adela Fernández, a Viviana Marcela Iriart, a Jacqueline Herranz-Brooks, que me
devolvían el gusto del juego y la ironía, y sobre todo el sentido del trabajo, de
la búsqueda de otra clase de personajes que ya son visibles en una cultura
femenina más cerca del imaginario femenino captado en la trilogía MIllenium. En
Venezuela había soñado con los libros de
otras latitudes con mi personaje favorito ausente, que no me llegaban porque es
sabido que las diferentes interpretaciones de las políticas estatales
acrecentaban la ignorancia mutua entre las autoras[iii].
La antología y las vecindades
Responder a la invitación me llevó a cerrar ese tránsito personal
en el que andaba y volví a divertirme. Tuve, con aquellas chicas de mi época
que hacer y deshacer, con éstas comparto que
la escritura es imperativa. Y si
el escritor es también el médico de su propia mente y atiende aquellas
lecciones antiguas que pasan de unos a otros, con el gesto de un domador, no
siempre sale ganando para su texto si vive tensiones adicionales como las de
género o cierta biografía periférica.
Las redes de sociabilidad han permitido esta renovada y saludable idea
de inclusión que la antología materializa.
New York, octubre 2012
[i] En realidad en el continente no
circula una producción de emblemáticas escritoras de quiosco que diseñen al personaje diverso ni siquiera según mandatos editoriales, como se hizo en Estados Unidos el siglo
pasado cuando Ann Bannon (1932), escribió de 1957 a 1962 una serie de libros conocidos como The Beebo Brinker Chronicles. En esos tiempos en que las editoriales todavía
imponían la regla internacional del
sacrificio del personaje de sexualidad
“rara” y la protagonista no heterosexual
debía cumplir un destino trágico o por
lo menos terminar con algunas pestañadas moradas a fuerza de golpes, Ann Bannon
trata de darle giros a sus personajes y rescata del estereotipo de la crueldad
a su andrógino ideal. Hasta entonces casi todas las conocidas como invertidas
debían lucir algo monstruosas, como las
varonas de la tradición audiovisual de principios del siglo veinte, recuérdese
la Missy de la francesa Colette o la condesa de Lulú en la película La caja de Pandora, o el personaje hombruno del Pozo de la soledad. Tanto la recreación
de Vita Sackville -West, de Virginia Woolf y de Violet Trefusis aparecían como criaturas ambiguas de castillo. La
lesbiana vampira y la biografía disfuncional merodeaban el relato que debía
recrear los estereotipos que solamente a fuerza de ser retomados y mostrados
pueden fisurarse. En Venezuela en los años 90 la escritora Manón Kübler hizo
sus propias ediciones de novelas de quiosco: Morfina, Truhanes,
Nido De Arañas, de MKF
EDITORES, contenían personajes de lesbianas. No tuvo difusión comercial y la
crítica literaria del país no se ocupó de este proyecto.
[ii] Otro texto conocido del momento que
se me hace la invitación era el de una
novelista joven; en su narración sobre el descubrimiento de la sexualidad el
personaje femenino se ocupa de aprender a gozar mientras juega a que es el
botín de una lesbiana tenebrosa que se la disputa a un cura. La tenebrosa
muere. Con esta lectura me volvió a fallar el humor.
[iii] En mi vida a ratos hubo algo parecido
al muestrario de la antología, mucho del nomadismo experimental, incluyendo momentos de la
prueba que mencionaba Kate Millett, la
del amor como el opio de las mujeres que en aquellos setenta tomaba yo al
pie de la letra, no lo que contaba en sus teorías coetáneas a las de Shulamith Firetone y a las de las chicas japonesas artistas de New York, sino el
fracaso que recreaba en su novela de mujeres enamoradas de otras, titulada Sita. Fue a partir de mis treinta años
que encontré una novela de Sylvia Molloy
en Caracas en un remate, llena de polvo,
que me hizo sentir menos sola en la exploración de mi propio residuo de individualidad,
silencio, y mímesis en la escritura. Esta antología me ha permitido descubrir a
mi personaje ausente en los textos de Marianela Cabrera y Ely Rosa Zamora,
también de origen venezolano y en autoras como María Ramírez, Gisela Kozak, y Eleonora Requena cuyos textos han circulado en los
últimos años en el país.