la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Especial Victoria Santa Cruz: "Black & Woman" documental de Eugenio Barba-Odin Teatret, "Me gritaron negra" (poema), videos, música, entrevistas




ME GRITARON NEGRA

Victoria Santa Cruz

poema basado en una experiencia real de la poeta


Tenía siete años apenas,
apenas siete años,
¡Que siete años!
¡No llegaba a cinco siquiera!
De pronto unas voces en la calle,
me gritaron ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
«¿Soy acaso negra?»- me dije
¡SI!
«¿Qué cosa es ser negra?»
¡Negra!
Y yo no sabía la triste verdad que aquello escondía.
¡Negra!
Y me sentí negra.
¡Negra!
Como ellos decían.
¡Negra!
Y retrocedí.
¡Negra!
Como ellos querían.
¡Negra!
Y odie mis cabellos y mis labios gruesos
y mire apenada mi carne tostada.
Y retrocedí.
¡Negra!
Y retrocedí…
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Neeegra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
Y pasaba el tiempo,
y siempre amargada.
Seguía llevando a mi espalda,
mi pesada carga.
¡Y como pesaba!…
Me alacie el cabello,
me polve la cara,
y entre mis entrañas siempre resonaba la misma palabra.
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Neeegra!
Hasta que un día que retrocedía, retrocedía y que iba a caer.
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¿Y qué?
¿Y qué?
¡Negra!
¡Sí!
¡Negra!
¡Soy!
¡Negra!
¡Negra!
¡Negra!
¡Negra soy!
¡Negra!
¡Sí!
¡Negra!
¡Soy!
¡Negra!
¡Negra!
¡Negra!
¡Negra soy!
De hoy en adelante no quiero
laciar mi cabello.
¡No quiero!
Y voy a reírme de aquellos,
que por evitar -según ellos-
que por evitarnos algún sinsabor,
llaman a los negros gente de color.
¡Y de que color!
NEGRO
¡Y que lindo suena!
NEGRO
¡Y que ritmo tiene!
NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
NEGRO NEGRO NEGRO
Al fin…
Al fin comprendí.
AL FIN
Ya no retrocedo.
AL FIN
Y avanzo segura.
AL FIN
Avanzo y espero.
AL FIN
Y bendigo al cielo porque quiso Dios
que negro azabache fuese mi color.
Y ya comprendí.
AL FIN
¡Ya tengo la llave!
NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
NEGRO NEGRO
¡Negra soy!

Victoria Santa Cruz: Facebook



Victoria Eugenia Santa Cruz Gamarra nació en La Victoria, Perú, el de 27 de octubre de 1922 y murió a los 91 años el 30 Agosto 2014 en Lima.
Poeta, compositora, cantante, coreógrafa, música, gerente cultural, diseñadora de vestuario, fue la máxima exponente y difusora de la cultura afroperuana.
Realizó exitosas giras mundiales con sus diferentes agrupaciones, fue profesora invitada de prestigiosas universidades extranjeras y recibió numerosos premios. Dictó talleres en Perú, Rusia, Israel, Canadá, Dinamarca, España, Italia y Argentina.
El famoso teatrero Eugenio Barba realizó un documental sobre ella en los años 60.
Empezó su carrera teatral con el grupo Cumanana (1958), creado junto a su hermano menor, el poeta Nicomedes Santa Cruz.
En 1961, becada por el gobierno francés, viajó a París para estudiar en la Universidad del Teatro de las Naciones y en la Escuela Superior de Estudios Coreográficos.
De regreso a Perú, fundó la compañía Teatro y Danzas Negras del Perú, con la que realizó presentaciones en los mejores teatros del mundo y la televisión. En 1968 se presentó en los Juegos Olímpicos de México, donde fue premiada con medalla y diploma de honor.
En 1969 fue nombrada directora del Centro de Arte Folclórico ( actualmente llamada Escuela de Folclor).
En 1970 gana el premio como mejor folklorista en Chile, en el Festival y Seminario Latinoamericano de Televisión organizado por la Universidad Católica de ese país.
En 1971 fue invitada por el gobierno de Colombia para participar en el Festival de Cali.
Entre 1973 y 1982 fue directora del Conjunto Nacional de Folclore del Instituto Nacional de Cultura, realizando varias exitosas giras por Estados Unidos, Canadá, El Salvador,   Guatemala, Francia, Bélgica, Suiza y Mónaco.











Nicomedes Santa Cruz entrevista a 

su hermana Victoria (1969)


"En enero de 1969, Nicomedes Santa Cruz (1925-1992) entrevistó a su hermana mayor Victoria Santa Cruz (1922-2014). Ella acababa de tener un destacado paso por México, en las Olimpiadas de 1968, y ya llevaba más de un año de exitosas presentaciones con su grupo Teatro y Danzas Negras del Perú, conformado al regreso de su estada en París (1962-1966). Esta es la única entrevista de la que se tenga registro entre los dos hijos más populares de la familia Santa Cruz Gamarra". 

Click aquí para leer la entrevista






"El Coronel no tiene quien le escriba" de García Márquez-Carlos Giménez: video versión original de 1989-93












"Absolutamente emocionante, pero de veras (...) no esperaba que fuera tan emocionante, tan conmovedora para mí y tengo la impresión de que para el público también, porque me di cuenta de que todo el mundo quedó en suspenso desde la primera palabra hasta la última. No se oyó volar una mosca, no se oía respirar. Es emocionante realmente”.


Gabriel García Márquez
Premio Nobel de Literatura
Declaraciones dadas la noche del estreno en México, agosto 1989







"Fragmentar la realidad, descodificar una unidad que es falsa y se basa en la rutina de repetir que existe, que es sólo lo que vemos. Volver sobre el tiempo y reiterar que nos aferramos a él para hacer lógica la existencia.

Necesitamos del pasado para darle sentido al presente. Caso contrario, caemos en el vacío y los fantasmas que nos habitan salen a la calle, se instalan en nuestras casas, comen y beben de nosotros. Tomar un trozo de la realidad: el instante en que la mujer del coronel sale a patio, remienda y hace el milagro de las prendas nuevas, y no ve caer la tarde, ni escucha el pito de la cigarra. Congelar ese instante, hacerlo eterno en la memoria. Suspender el color y los sonidos, luchar contra la dictadura del tiempo que pasa sin hacer ruido.

El Coronel no tiene quien le escriba es el drama del hombre común de América Latina. La esperanza fallida, la ilusión rota en promesas no cumplidas, en asaltos a la honestidad y en pactos de muerte. Una mujer y un hombre unidos por el fracaso. El hijo muerto, la casa hipotecada, la pensión que no llega; la dignidad, como coraza, para negar el horror de que ya no hay futuro.

Poder, espacio y tiempo, temas que son una constante en la trayectoria de Rajatabla. Acercarse al texto de El Coronel es introducirse en el drama de la sociedad latinoamericana. Y hemos querido hacerlo con rigor, sin concesiones a los arquetipos revolucionarios de una fiebre perdida. 

Nunca más vigente que ahora, este canto a la desesperanza, este presagio que, partiendo del escenario, nos habla de uno y de todos. Desde la casa del coronel, vemos abrirse los muros, extenderse las ciénaga, ganar la lluvia,  saquear los muebles y objetos, crecer el vacío, imponerse la soledad como destino. Superposición de tiempos y modificación de espacios regulan esta puesta en escena que intenta aproximarse a la tragedia.  Tragedia de un hombre y unos pueblos sometidos a la expoliación de su riqueza y a la traición de la esperanza". 

Carlos Giménez, texto del programa de mano, 1989.




El actor Ángel Fernández Mateu realizó el papel de El Coronel
a partir de 1992, debido a la enfermedad y posterior fallecimiento
de José Tejera






Fuente: 
Ana Lía Cassina / Carmen Gallardo / Carlos Cassina /Viviana Marcela Iriart/





Gabriel García Márquez elogia la puesta de Carlos Giménez de "El Coronel no tiene quien le escriba: “Absolutamente emocionante, conmovedora...No se oyó volar una mosca, no se oía respirar": México, agosto 1989






Absolutamente emocionante pero de veras.de veras. Yo no leo ninguno de mis libros después de que se publican, no los leo por miedo, por miedo de  que algo no me guste y quisiera cambiarlo  (…) El Coronel no tiene quien le escriba no es la excepción. Yo no la leo  desde que se publicó sin embargo  hoy la viví completamente otra vez como cuando la escribí. De veras no esperaba que fuera tan emocionante, tan conmovedora para mí y tengo la impresión de que para el público también porque me di cuenta de que todo el mundo quedó en suspenso desde la primera palabra hasta la última. No se oyó volar una mosca, no se oía respirar. Es emocionante realmente”. 
Gabriel García Márquez
Premio Nobel de Literatura
México, agosto 1989




Pepe Tejera y Aura Rivas


Fuente: Gabriel García Márquez /  Carlos GiménezGlobovisión 







Carlos Giménez y su espectáculo "La Máscara frente al espejo": videos













"El teatro sirve sólo para la paz y la paz es el instrumento más alto de la creatividad del ser humano", Carlos Giménez, 1984.
Entrevista a Carlos Giménez sobre/y su espectáculo La Máscara frente al Espejo, basado en "Los grandes de la montaña" de Luigi Pirandello, escrito y dirigido por él. Esta obra fue presentada dentro del Festival Pirandello, también creado y dirigido por Carlos Giménez, en todas las salas y espacios del Ateneo de Caracas, junio de 1984.
Videos conservados y restaurados por Mario Salvato:
"Tuve el enorme privilegio de ser espectador de semejante y tamaña performance. Nunca antes ni después tuve noticias de algo semejante. Carlos me honró con el privilegio de incluirme en el grupo cuyo recorrido terminaba sorpresivamente en el escenario para asistir a la más hermosa de las escenas, Luigi Pirandello (Roberto Moll) y creo recordar que Pepe o tal vez Cosme pero no estoy seguro, a bordo de un bote se izaban, remando por el aire, hasta desaparecer en las oscuridades de lo alto. Inmediatamente, para nuestro asombro - pues después del largo recorrido de escenas que habíamos transitado, no estábamos en condiciones de afirmar en dónde nos encontrábamos- se levantó un gigantesco telón dejando ver la sala Anna Julia Rojas colmada e iluminada "a giorno". El público de pie ovacionaba y "nos" aplaudía a rabiar. Nosotros, con conciencia de público, sentíamos transformarnos en personajes. Experiencia profundamente pirandelliana. Inolvidable" .

Alejandro Ruiz, Córdoba, 9 de noviembre de 2019.

El espectáculo contó con la participación de los grupos Rajatabla, Nuestro Grupo, Espressarte, Pasajeros, Asociación Venezolana de Ilusionistas y la participación especial de Elba Escobar, Alma Ingianni, Patricia Toffoli y Manolo Manolo.

Videos dirigidos por Danny Guarenas para la División Audiovisual, Biblioteca Central de la UCV. Programa emitido en la Televisora Nacional (Venezuela).








LA TORRE BLANCA, relato de Arturo Mora-Morales



 La muerte conoce tus aficiones y 

sabe dónde encontrarte.

 


En ese punto, durante la noche y con la iluminación eléctrica, tiene la ciudad otro escenario de hechos llamativos.


A partir de las 10, casi siempre comienza la diversión; colisiones en las esquinas de las avenidas 2 y 3 con la calle 38 (Viaducto N° 2) o en las esquinas de la 38 con las calles  4 y 5.  Suelen escucharse impactos, voces alteradas, sirenas; ambulancias que se alejan hacia el hospital, clamando paso con luces intermitentes y sonidos de pato. Por lo general, transportan a un motociclista;  ocasionalmente a un transeúnte o a un sexagenario. Rara vez llevan al pasajero o conductor de un coche, y solo  una vez, ¡qué cosa tan peregrina!, un conductor de ambulancia, gravemente lesionado después de ser embestido por un camión, logró encender el motor y dirigirse a emergencias.

 

No hablaré más de colisiones porque no vienen a cuento. Lo que sí relataré, aunque parezca insólito, es la experiencia de uno de mis mejores amigos: Fito, quien jamás parece haber mostrado interés en agregarle a su vida otra ficción distinta a sus obras  y propuestas teatrales. No es uno de esos hombres que se sientan junto al fuego de otros para alimentarles su racionalidad con paja. A veces, cuando quiere cambiar de aires, toma acrílicos, pinceles, telas y se entrega a la pintura. O se le ve frente a su tablero, ya que Fito es un ajedrecista notable, solo con el rey, recordando la belleza de algún movimiento o pensando en el albur de esa soberbia pieza de pelea cuyo suerte  se debate entre la victoria, la pérdida de la esperanza, ser atrapado o quedar sin escapatoria. Una tarde, Fito me mostró el rey y dijo, «Este trebejo ¡jamás muere!». 

 

Creo que para darme una versión de su historia debió detenerse un largo rato, superar sus reproches autocríticos y  alejarse de la tentación de escribirla. Algo comprensible, desde luego, habida cuenta de que las experiencias propias, suelen ser inefables, en sí mismas problemáticas, absurdas, como las aporías.

 

Me contengo un momento para recordar el contexto de su cuento: los desvelos causados por las luces brillantes de ese lado de la urbe, que hasta hace unas cinco o seis décadas, fue la demarcación suroeste, el borde más flamante de la ciudad. Mérida es una de esas localidades que, al crecer, dejan en suspenso sus extremos; auténticos miradores del desarrollo paisajístico. Siempre abierta a nuevas perspectivas, sugiriendo que el progreso no se detiene.

 

Después de la construcción de Glorias Patrias en la cabecera de la calle 36 en los años 30, la ciudad experimentó una de sus más dramáticas expansiones y cambió su relación con el concepto original del centro.  La idea de equidistancia, que era transitoria, como las calles que se amplían y extienden, se transformó en avenidas despejadas gracias a la incorporación de viaductos. Estos puentes reparan las divisiones geográficas y unen las parroquias separadas por los profundos cauces de los ríos. Después de la calle 38, que es el eje central de esta narración, la ciudad de los caballeros creció y se volvió más cuidadosa en su concepción de la belleza.

 

Quedémonos, ahora, en este último centro de la ciudad, donde  las apagadas candilejas de los postes públicos y las emociones divertidas y aterradoras, tanto de día como de noche, fueron la causa de muchos insomnios para mi amigo.

 

Hace un tiempo me habló de la vida que discurre por esta avenida: la sorprendente singularidad que algunos señores exhiben, la inocultable miseria de otros, las infames revelaciones de gente insospechable cuyas voces soeces llegan hasta la almohada o la butaca donde se abrevian los descansos, o la omnisciente cacofonía musical con sus horribles letras que invade la intimidad con un volumen no menor de 60 decibelios; las simples sombras que pasan frente a los espejos de la calle, las personas que se prodigan y responden saludos mecánicamente, sin interés; aquellos que caminan sin aparente propósito, recorriendo 6 o 7 cuadras y sin otra fascinación que terminar la jornada, de forma personalísima, se lanzan desde el puente, convirtiéndose en bolsas de huesos rotos, cuentas del desencanto o de la depresión, y vísceras de contenida dispersión en el lecho de piedras, 30 metros abajo.

 

Reoriento el rumbo del relato para hablar de un extraño despertar de Fito. A esa hora, alrededor de las 3, solía levantarse impulsado por la apnea. Huía de la cama para refugiarse en la luz azul, enfrentar los desafíos del ordenador y dedicarse a revisar  su trabajo. En ocasiones, me llamaba para decirme: «Anoche tampoco pude dormir. Salí espantado del sueño con las garras de la pelona en el cuello».

 

Sin embargo, aquella vez las cosas ocurrieron de otra manera. En medio de un bloqueo desesperado de las vías respiratorias, Fito no despertó para  vislumbrar las razones del disgusto que solía confirmar demasiado tarde. Estas razones lo abatían a plena luz del día. Me refiero a las aventuras expedicionarias del ladrón conocido como el Tajadilla, el protagonista antagónico de las vecinas de la planta baja, el campeón en salto alto de esa calle, «el bastardo que se desliza por las paredes del edificio y, en los pisos inferiores de la torre, roba sin ser detectado, sin discriminación ni linderos concretos». Este ladrón, sin duda,  fue el responsable de la extracción de los neumáticos del Renault  Megane, de la batería del Renault Clio —mi amigo es fiel a esta marca de coches franceses, a su familia y a su estilográfica Waterman—, de la caja de herramientas, el tricket y los dos cilindros de gas de las hermanas Seijas…

 

Fito salió agitado y exhausto después de  evitar una de las situaciones más desconcertantes que alguien podría enfrentar. No supo si fue un bloqueo en la garganta —tan vívidas eran las imágenes, tan palpable la textura de las cosas, el montaraz viento de la calle, tan denso el olor de su cuerpo—, lo que lo salvó de morir literalmente de miedo;  o  tal vez fue un impulso involuntario e instintivo el que lo rescató del más absurdo percance en su historia personal. Durante esos minutos u horas —nada es más relativo e insoportable que la temporalidad de los sucesos en el universo de las revelaciones—, en el último instante de vida, algo diferente, esencial y básico ocurrió. Un alma ágil —no puede determinar si la suya o la del otro—, saltó por el cauce o grieta de la ensoñación y se puso a salvo.

Desde un punto de vista objetivo, le resultó sumamente complicado estructurar de forma coherente, según su lógica, las explicaciones necesarias. Quedó convencido de haber tenido una experiencia extracorporal, de haber presenciado lo que recuerda y de haber percibido lo sucedido en el momento preciso.

 

Me dijo: «Compadre, somos seres perdidos en un mundo donde solo hay lugar para abstraerse, apreciar, interpretar y conducirse de acuerdo con la aceptada visión de la realidad. Nuestra cabeza, conducida por las experiencias, es un órgano que funciona irreprochablemente cuando estamos despiertos y que comprende ideas obvias y evidentes sin cuestionarlas. Nos negamos a examinar lo nuevo, lo que está fuera del canon. Los paraderos ocultos o desconocidos han sido y serán descubrimientos de otros, temas de estudio científico o hazañas de la locura. Nos paraliza lo que no comprendemos, la falta de nombres para las cosas, los entornos y realidades rechazadas por la norma. Amamos de manera dogmática el misterio. Construimos templos en honor a ese conocimiento, pero nos mantenemos frente él en el límite, con sus puertas cerradas. La racionalidad, que no es imprudente ni perturbada, defiende la importancia del temor; el miedo es la conciencia estructurada de que algo está mal, el silencioso aviso de que se ha infringido una norma. Con el susto viene la parálisis, la prudencia; sin él, la temeridad, el disparate, el tiro en pie catastrófico, el fin. Si aquella noche, mi yo amenazado no hubiera reaccionado como lo hizo, al amanecer los forenses habrían constatado dos muertes: la primera violenta y la otra, natural».

 

Con el latiguillo «siempre que llovió, paró», que debe recordarle a su amigo de juventud Carlos Giménez, puso en claro que lo más importante fue salir sano del mal trance, sin importar las consecuencias ni la razón  exacta que lo sacó del sueño.

 

«A esas horas, cuando te ves atrapado por situaciones que están  en la clasificación de los delirios, cualquier momento y causa que te devuelve a la realidad sin un infarto o un fallecimiento inexplicable, merece bendiciones. Ni en los sueños hay lugar para el desánimo. Todo ayuda. Siempre que llovió, paró. Se valora cada pequeño detalle de la vida, desde la caída de un alfiler hasta la orden de los esfínteres, los cambios bruscos en los niveles de azúcar en sangre, el mandato prosopepéyico de la navaja o  incluso la amistad antojadiza del diablo, que es diestro en tocar las puertas de cualquier sueño de vecino para meter baza».

 

Está de más decir que aquella ensoñación fue abominable. Fito, en aislamiento, cuidándose de las amenazas pandémicas declaradas un año antes, vivía días de hastío. Salir representaba un temor monitoreado por sus hijas y vigilado por su mujer, compañera de reclusión. Desde la ventana, solía observar a los escasos viandantes y, por las noches, al indigente que solemnemente se reinstalaba bajo el soportal del edificio del otro lado de la calle. Era un comercio cerrado, como todo en la ciudad, apagado y bajo el signo de los tiempos de la plaga.

 

Recuerda aquella vez cuando llegó a admirar la audacia libre de aquel hombre que parecía no temerle a nada. «La inocencia corrige nuestras flaquezas naturales, nos hace valientes», se dijo. «Deberíamos ser como él: estoicos, temerarios, inmunes al miedo».

 

Aquel indigente parecía insensible a las preocupaciones de la época, a las cifras nacionales y mundiales de muertes. Su trajín tenía un aspecto enigmático y otro cercano. Una parte oculta, la que transcurría en otros lados de la ciudad, donde hurgaba en vertederos para comer; y esta, la arreglada, era la de ocupar su lugar para dormir alrededor de 6 y 30. De este tenor eran sus rutinas, hasta que Fito —no entiende por qué— se vio ubicado, durante impresionantes y resididos momentos, en la intemperie, en su esquina opuesta, acostado sobre la superficie de cartones y protegido únicamente por el raído y oscuro saco de lana merina y el montón de periódicos del mendigo. Sin conciencia de ser Fito, ni del pasado ni de ser alguien más, permanecía despierto, con su cabeza aislada de los sonidos por la tinnitus. Su ojo derecho estaba oscurecido por el edema macular. Observaba con el ojo bueno, el izquierdo, el cielo superpuesto al techo del único lugar del mundo donde hubiera anhelado estar en ese momento: la torre blanca.  Desde allí, contemplaba la pobre iluminación de las estrellas sobre el tejado y un cielo sin luna.

 

Sentía, con un olfato distinto, su propio desaire, el olor a grasa, a polvo de hierro y otras sustancias sucias propias de la trashumancia, adheridas a su cuerpo. El ojo derecho, el lusco, ocultaba la proximidad de su verdugo. El hombre se acercaba acompañado de tres perros de aliento glacial. Cree que el gruñido suave de uno de los canes lo alertó. Aquella persona exhibía una delgadez extrema, su cabello era blanco y espeso, llevaba unas gafas, con monturas de piel, estilo motorista o aviador de principios del siglo XX. Las sujetaba con correas de goma.  Además lucía un mostacho de gato, su voz era ronca y débil.  Mientras colocaba su índice verticalmente en la boca, advertía: «Shh, no digas nada, te estoy ofreciendo un pasaje directo desde esta esquina hasta el infierno».

 

Hace muchos años leí en algún impreso que a las 3 de la madrugada termina la vida de ciertas personas y comienza para alguien más un desdoblamiento temporal o un tipo de viaje sin retorno. Si no se revierte, oportuna y debidamente, deja al viajero atrapado en el cuerpo de un desconocido. Debido a esto, los hospitales psiquiátricos podrían tener a mucha gente inmovilizada, con diagnósticos y tratamientos de despersonalización.

 

Si los desaciertos de la memoria no han agregado o alterado nada en esta página, mi amigo Fito describe así su suerte:

 

«Cuando vi la daga en manos del ejecutor, un fuerte deseo me impulsó a estar en el cuerpo del hombre que solía asomarse a la ventana de la Torre blanca.  En primer lugar, busqué el aire necesario para evitar ahogarme y luego, durante el acto de escape, tuve aquella sensación de encogerme y desaparecer en un resplandeciente adminículo. Allí, mi alma indemne huyó del asesino quien quedó acribillando un cuerpo sin vida.

 

Después de recuperada la lucidez tras la sofocación, me di cuenta de que el desafortunado de la esquina de la calle 38 con avenida 5, mi menesteroso otro yo, ya no respiraba frente al flaco y sus tres perros. Observé cómo estos canes lo olfateaban con el esmero que ponen los labradores retriever sobre sus presas. En ese momento, descubrí que el otro ser había sido definitivamente desahuciado y se había alojado cabalmente en mi cuerpo».

 

En perfecta sincronía, sintió el clásico golpe en el estómago que provoca el susto. Celebró estar justo donde quería y se pellizcó para asegurarse de que aquello no era la última imagen de un sueño. Puso, sin temerle a las amenazas del frío, los pies en el piso helado. En lugar de dirigir la mirada, como otras veces, a «los círculos viciosos del lado Norte de la calle», enfocó su interés en la esquina Sur donde había sentido poco antes el extraño e íntimo estremecimiento del helado arpón de septiembre.

 

Fito intentó convencerse de que las circunstancias favorables que lo trajeron desde aquellas visiones a esta realidad, desde una posición precaria de observación hasta su cuerpo y hogar, se alinearon perfectamente: el amanecer demoraría, el apagón, como ocurre todas las noches, fue oportuno, muy oportuno.  En cuestión de segundos, como en una escena de película, revivió cada detalle: la dura suavidad de la improvisada cama, el lene tejido de su saco y la neutra sensación de las hojas de periódicos arrugadas, el techo del soportal de la tienda de electrodomésticos, el grillo de alguna carretilla y unos pestañeos después, el creciente ladrido de los perros envalentonados en la tiniebla de la calle trasera. Aquella desagradable sonoridad debería haberlo  prevenido, pero él seguía aletargado, pensando en la posibilidad de ser alguien más, de escapar de su mala salud y de la pobreza que lo había obligado durante mucho tiempo, a pasar la noche sin otra protección que un techo, sin barreras y a solo dos metros de la calle. Volvió  la cabeza hacia su derecha y notó la cercanía del hombre con su facha de perdulario, de gafas de piel que enmarcaban dos lentillas o filtros, una de color amarillo y la otra de un rojo brillante, con el saco hecho jirones y los pantalones anchos y rotos que dejaban al descubierto las rodillas y los muslo. ¿Vendría a quitarle la única valiosa posesión de su vida, su viejo y querido traje de casimir?  Se dio cuenta demasiado tarde de que, sin tiempo para escapar, el hombre solo había venido a cumplir el violento encargo de Ker, del destino y de la muerte.

 

Incapaz de evitar la acción de su inesperada Némesis, Fito cree que los gritos de alarma destinados a ahuyentar al asesino se vieron silenciados por su disfonía. A salvo y detrás del grueso vidrio de la ventana, cubierta por la cortina de gasa, está convencido de haber exclamado «¡No lo mates, flaco! ¿qué daño te causa ese pobre hombre?», pero su esposa afirma que, frente a la proyección de la luz de la vela, lo vio paralizado, en silencio, con los brazos levantados en un gesto desesperado de súplica.

 

En cuestión de segundos, el asesino llevó a cabo su tarea sin titubear y se dio la vuelta para dirigirse con tranquilidad excesiva hacia los lados de la avenida 16.  Mi amigo, a salvo, en pocos attosegundos, tuvo tiempo para retener, desde su apartamento, una vista privilegiada de lo ocurrido.  Sin embargo, entre el Fito racional y la escena, se interponían las sombras, las dos calzadas, el arcén y las aceras de la 38.

 

Sé que hablar de aquello implica sembrar dudas sobre la propia cordura y alimentar otros interrogantes, por lo que Fito se abstiene de hablar más del asunto.  Por eso le pregunté: «No crees que tu perspectiva sobre lo sucedido podría haber ayudado a la policía a esclarecer ese crimen?».

 

Él respondió: «Querido compadre, aquel que no comprende el valor del silencio, porta un bulto de inútiles palabras. ¿Quién querría declarar sobre algo que no comprende?»

 

Lo que sucedió después quizás no tiene relevancia: treinta minutos más tarde, presenció la llegada de las patrullas con sus luces azules y rojas intermitentes, la inútil ambulancia y el vehículo de medicina legal.

 

Una cosa está clara: aquel matón frío y oscuro volvía  con sus perros una y otra vez a la escena, despreocupado tanto por la oscuridad como por el resplandor del plenilunio en una ciudad sin luz eléctrica. El sujeto, un verdadero bribón frecuentaba el soportal, casi siempre a la misma hora; rara vez al amanecer, pues evitaba el cielo gobernado por el sol.

 

Fito, oculto tras el anonimato, solía observarlo sobre el mismo proscenio. El sujeto, en apariencia, fascinado con el lugar y el entorno de su siniestra obra, dirigía hacia la ventana de Fito su mirada audaz y cíclicamente, oculta por las antiparras bicolores. Lo hacía con los labios aguzados en posición de «shh», siempre llevando en la mano izquierda un tablero de ajedrez imantado. Parecía desafiante, mostrando unas pocas piezas negras, entre ellas un alfil dirigido hacia el campo del rey adversario. Sostenía el tablero en posición vertical,  con la mano diestra y la cabeza inclinada, transmitiendo  un par de metamensajes: «¡Es tu turno!  ¡Vamos, mueve tu pieza!».  Valentón, jactancioso, un pobre imitador de Paul Morphy, ansioso por darle jaque mate al rey junto a su torre blanca.

 

Así fue la situación vivida por este amigo, hasta que un día de marzo de 2022, compró los boletos aéreos y se fue a vivir a otra esquina y a otra torre en Córdoba. Seguramente, en ese lugar no faltarán los largos inviernos y los intensos veranos propios de los infiernos andaluces, pero al menos allí no trincha ni manda el arbitrario diablo de la 38.

 



©Arturo Mora-Morales

Cuentista, ensayista, articulista,  crítico literario y periodista venezolano (1955, Tovar, Estado Mérida).

Desde 1972 ha colaborado con periódicos y revistas de Venezuela y el extranjero, como El Nacional, Últimas Noticias, Diario Crítica, Diario Panorama, El Impulso, Antorcha, Diario La Nación, Diario Frontera, Revista Archipiélago (Unam, México), Suplemento Cultural de UN, Revista Brújula de América y País de Papel (de la AEM, Mérida).

Autor de Marzo (poesía), 1985; Ladera interior (poesía), 1995; Los espejos divergentes, (cuentos), 1997; Baladas del agua, (Relatos), 2003; Cortejos de la tarde, (Relatos) 2003; Sebastián (narrativa), 2006; Arcoiris lunar, narrativa del mar, la tierra y el viento. Coautoría. (2008). 


Preside la Asociación de Escritores de Mérida, Venezuela. Director de País de Papel desde 2012.


NIÑOS DE LAS BRISAS, por José Augusto Paradisi Rangel, Ciudad de México, 4 de noviembre de 2023

 




Toca el turno de esta maravillosa muestra de cine Venezcine de Ciudad de México a Los Niños de las Brisas, maravillosa panorámica documental en seguimiento de una década de 3 niños camino a su adolescencia cuya libertad ante las atroces circunstancias originales en un barrio llamado Las Brisas de Valencia la encuentran al integrarse al El Sistema de el maestro Abreu.  

La realidad venezolana brutal y el estoicismo de estos personajes y su entorno de carne y hueso es un fresco necesario y delator de como un magnífico sueño del que fui partícipe con la Coral Filarmónica de Aragua  en 1975; en su consolidación se transformó para las apetencias de la sucesión de dictadores Chávez y Maduro en campaña para promoción de los éxitos de la narcorevolución del Socialismo del Siglo XXI al mejor estilo del Ballet Bolshoi de Moscú.

Estuve ahí en esos momentos, en el Conservatorio de Música de Valencia donde tomaba clases de canto con mi maestro y amigo William Alvarado hasta en la muerte de Armando Cañizales, en el velatorio de un casi niño cuya arma más virulenta fue su voz y un morral con partituras; estuve con Wuilly el violinista que protestaba tocando el Diablo suelto en una actividad en Chacaíto donde recité Derrota y A un esbirro de nuestro patriarca Rafael Cadenas, estuve siempre presente, no me alcanzaron las balas y las bombas lacrimógenas, todavía tengo una misión que cumplir y la celebración de la caída de un régimen de horror y alevosías ya continentales.

Los Niños de las Brisas no es ficción es documento, la huella, la cicatriz de los que formamos parte de la auténtica revolución que es musical en Venezuela, la que llevamos en el alma y que exorcizamos en doliente exilio. 

OVACIÓN DE PIE PARA SUS REALIZADORES Marianela Maldonado, Robin Todd, Invento Films, Luisa de la Ville… Nuestra alma herida pulula de manera poética y diáfana en vuestro film. 

ROTUNDO Y UNIVERSAL.


José Augusto Paradisi Rangel

Artista multimedio.






ENSUEÑOS, por Rodolfo Molina, Córdoba, España, 3 de noviembre de 2023

 




Que maravilloso libro el tuyo Norka, quede delirando e impactado. Hay que ver el inmenso bagaje histórico, remembranzas, cuentos y tantas cosas vividas en ese Maracaibo de ensueño. Aun cuando no tuve la oportunidad de vivirlo, así directamente como lo cuentas, en esa tu tierra amada y en particular, la ciudad de tantos sucesos pues no tuve la feliz ocasión de visitarla y disfrutarla, por lo menos durante unos días. Pero si sé de su valioso aporte a nuestra cultura nacional y su grandeza como pueblo. Pero vamos a algo que considero igualmente importante. Norka, has hecho una recopilación memorable de información, divina y única. Aparte de tu narración tan  diáfana nos encontramos con un archivo fotográfico y carteles fascinantes. Que cantidad de recuerdos fantásticos, yo quedé, repito, alucinando, dándome vuelta la cabeza de tantas experiencias que me has hecho revivir.  

Como consecuencia de ello, tengo dos anécdotas muy particulares que hiciste regresaran a mi mente. Estando muy joven, vi parte de la filmación de una película en la bella plaza Bolívar de Petare titulada: "El cine soy yo". El protagonista era Asdrúbal Meléndez, y yo, como fanático del cine desde muy pequeñito, quedé muy tocado con las cosas que ocurrieron aquella noche tan bella, con sus calles empedradas que brillaban por la luz de la luna o serían quizás aquellas que rebotaban de los focos de la grabación. Mi emoción era tan grande que quería al menos cargar cables aunque fuera solo eso, no me lo permitieron, claro está.
 
Pasaron los años, muchos, y sucedió lo inesperado. Nos encontramos, por la fuerza del destino, Asdrúbal Meléndez y yo en Mérida, trabajando juntos en una película  titulada "Diles que no me maten" de Freddy Siso, donde él era mi padre y yo su hijo.

¡Que momento tan glorioso! Jamás puede uno imaginar que después de la lectura de algo tan singular y maravilloso como tu libro, logres revivir pasajes de tu vida de parecido extraordinario. 

Por último, la gráfica de la portada del libro. ¡Vaya!  me llevó a otro momento inolvidable y de gran parecido con situaciones anteriores. 

Recuerdo que una vez me encontraba en un terreno alto, pequeña colina, cercano a mi casa, desde allí podía ver algunas proyecciones de cine que realizaban para la comunidad, de vez en cuando, y esto justamente y paradójico por lo demás, era parte de la temática de la película: "El cine soy yo". Se trataba de un hombre que iba de pueblo en pueblo proyectando películas con la ayuda de un joven. Con el tiempo vi la pelicula y me encontré con la sorpresa y me dije: "coño, ese soy yo". Bueno, era lo que hubiera querido ser. Pues estuve muy cerca de la historia.

¡¡¡Bravo!!! Norka, gracias por hacerme vivir momentos tan maravillosos con tu brillante libro.

Un fuerte abrazo, 
Rodolfo Molina

Venezolano residenciado en España. Director, productor, actor, diseñador de vestuario y escenografía, docente, gerente cultural, pedagogo teatral, dramaturgo, guionista cine. Fundador del Festival Internacional de Teatro de Los Andes, Teatro Móvil Campesino y El Theatrón Centro Dramático (Mérida). Ex Presidente del Consejo Regional de Teatro del Estado Mérida. Ganador de varios premios nacionales e internacionales. Participó en más de 20 festivales internacionales de teatro. Trabajó con César Rengifo, Márquez Páez, Gilberto Pinto, Rodolfo Santana. Tomó talleres con Augusto Boal (Brasil), Enrique Buenaventura (Colombia) y Ruggiero Jacobi (Italia). Ha dirigido más de 45 obras de teatro y realizado giras por varios países, entre ellos España, Francia, Colombia, Portugal y México.


CUENTOS DE LA GAVETA: LOS OTROS JODEDORES, por Armando Africano, Caracas, 1 de diciembre de 2021/ Ilustración: Lisardo Rico Rattia

 




Aunque ya son como de la familia, pero de la parte de los miembros que joden…

Desde que me enteré que existían, me han estado haciendo acoso psicológico, sobre todo cuando se instalan cómodamente en mi habitación y se toman su tiempo haciendo una especie de danza contemporánea para desubicarte y, después que seleccionan el lugar más apetecible, que siempre son las peores partes léase, los pies, manos, el cuello, la parte de la espalda que se salió de la sabana, adonde por supuesto no llego para rascarme, los zancudos me pican exactamente cuando ya estoy colocado en pose para dormir, y al sentir la picazón viene la arrech… que va seguida inmediatamente de un intento —por lo general fallido— de acabar con ellos a manotazos y entonces comienza mi danza mata zancudos, hasta que me convierto en bailarín de plamenco (palmero con flamenco).

Me da la sensación que se burlan de mí y comienzo a planificar la gran venganza -como buen escorpión. Vienen a mi mente los muchísimos insecticidas que cada día son menos efectivos y por consejos de los amigos ya picados, me unto menjurjes que me regalan o me dan la receta. He llegado a incendiar cartones de huevos como si estuviera esparciendo incienso por todos lados y he terminado totalmente ahogado y tosiendo como carro sin tubo de escape; he probado con las pastillas anti zancudos llamadas plagatox, raid, etc… son muchísimas. Me he inyectado y tomado pastillas de vitamina B… según dicen los ahuyentan porque -ique- detestan el olor de la vitamina: me imagino a los zancudos escupiendo la vitamina B,  sacándome la lengua mientras continúan alimentándose de mí, de mi sangre… pero igual creo que instalaré una ducha con vitamina B diluida en agua para ver si logro ahuyentarlos y que me dejen en paz.

Menos mal que hay algo a favor de mis zancudos visitantes, ninguno está infectado, gracias a Dios son zancudos sanos. 

Detalle asqueroso: los muy cochinos nos inyectan saliva con agentes anticoagulantes  mientras se alimentan,  te inyectan saliva en la piel porque les facilita la succión de la sangre y pueden bebérsela como refresco y no como atol, y para joder aún más, la saliva es la que ocasiona la comezón. Además,  a medida que van succionando la sangre, eliminan el exceso de sangre por detrás y cuando te escogen, ¡los hijos de la gran zancuda!, te rondan y te cantan algo conocido como zumbido, lanzándose una serenata desesperante completa y exactamente en el oído. Como si fuera poco, no zumban para avisar a sus víctimas sino para llamar la atención de otros compañeros dispuestos a aparearse, ósea, toda una gran rumba alrededor de tu cabeza y la música montada en tu oído, porque están eufóricos reunidos en el hotel seleccionado y en su restaurant favorito con la comida servida. Pienso que están siempre celebrando que existen cerca de 3500 especies de estos pequeños vampiros, picando a todo el mundo, y que  cuando hay luna llena pueden incrementar su actividad en un 500 por ciento. 

Son unos insectos clasistas, porque no todos los pertenecientes a esta plaga voladora nos ven como a una comida deliciosa. Ellos son selectivos, nos escogen, son atraídos más por la química corporal de unas personas que por las de otras. Ciertas sustancias químicas como el dióxido de carbono, que se emite al exhalar, y el ácido láctico, un elemento presente en el sudor, nos hace muy apetitosos, y nuestro problema comienza cuando el animalito te elige como objetivo prioritario de su alimentación.  

Tu vida se complica después de que te pican porque las recomendaciones son: ponerte hielo en la picada, muy difícil porque lo simpáticos animalitos no cenan en el mismo lugar, debe ser que tenemos distribuidos nuestros sabores y les gusta hacer un tour por todo tu cuerpo (quedó muy sexy este comentario) o sea, pegarnos el hielo en donde te llame la picazón; también puedes untarte con aloe vera, miel o alguna crema, pomada o medicamento, distribuirte el menjurje, aquí sí, aquí no, aquí también o tal vez optar por la recomendación -tipo regaño- ¡la próxima vez evitar vestirnos de negro, porque a los mosquitos les encanta ese color, vístase con ropa clara porque los chupasangre enanos detestan la ropa oscura! (sabio consejo).  

Los muy asquerosos hacen la diferencia en la cantidad de picadas porque les apetecen más las personas sudadas, hedionditas, que contienen una mayor diversidad de microbios y de olores en la piel, que las que tiene la costumbre de oler bien. 

Esta especie de engendros tiene sus trapos sucios, sólo las hembras pican y se alimentan de sangre porque necesitan inmunoglobulina para terminar la fecundación de sus huevos; los machos, por su lado, degustan flores y sacan néctar para tener energía y así reproducirse con la mayor cantidad posible de hembras.  

Son unos indeseables, pero aman nuestro olor, nuestra transpiración, nuestra respiración y llevan nuestra sangre… “son mi familia”.  

 ©Armando Africano

Ilustración Lisardo Rico Rattia

 

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