Armando Reverón en el documental de Margot Benacerraf (Venezuela, 1952).

Armando Reverón en el documental de Margot Benacerraf (Venezuela, 1952).


la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Eugenia Unger, sobreviviente del gueto de Varsovia: "Ellos nos restituyeron toda la dignidad” / entrevista de Tamara Krell, La Nación, 19 de abril de 2003



Eugenia Unger tenía 13 años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Vivió en el gueto de Varsovia hasta que éste fue liquidado. Pero ese fue sólo el comienzo: luego la enviaron a los campos de concentración de Maidanek, Birkenau, Auschwitz y Ravensbruck


Camina apurada, llena de bolsas en las manos, entra al Museo del Holocausto, y empieza a saludar a todos con fuertes abrazos. Pide disculpas por la demora. "Es que tengo que dar otros tres testimonios hoy", dice Eugenia Unger, de 76 años, mientras se acomoda en una silla.

Las vivió todas. Nacida en Varsovia, Polonia, tenía 13 años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Vivía con sus padres y sus tres hermanos. "Tenía una familia como todos", afirma. Cuenta que vivía muy bien, que ella y sus hermanos estudiaban y que su padre tenía un puesto muy importante "hasta que llegaron los nazis y lo obligaron a renunciar".

Eugenia se propone recordarlo todo y habla con bronca e indignación: "En Polonia se sentía mucho antisemitismo, y apenas entraron los nazis, obligaron a todos los judíos a usar una banda con la estrella de David, y empezaron a cerrar las calles, para formar el gueto".

De familia polaca acomodada, cuenta que cuando los alemanes llegaron los hacían mudar de una casa a otra. En 1940 se vieron obligados, como todos los judíos, a desplazarse al gueto de Varsovia. "Teníamos que agarrar sólo una bolsa y llevar algunas cosas - narra, mientras estalla en lágrimas - y yo agarré mis muñecas; en aquel entonces era una niña".

Eugenia cierra los ojos y recuerda: "Vivir en el gueto era la miseria humana. A los judíos nos daban una ración de 150 calorías diarias. La gente se moría en las calles, había montañas de muertos, cada vez más enfermos de fiebre tifoidea, los chicos iban por la calle pidiendo y mostrando fotos: ´mi mamá era linda, mi mamá era hermosa, mirá que hicieron, no tengo mamá, ni tengo papá´".

"A mi me tocó de todo. Pero sobreviví. Los otros seis millones no sobrevivieron. Mataron a un millón y medio de niños", dice.

Eugenia parece revivir la pesadilla cuando habla. "Sabíamos que teníamos todo perdido. Ya no quedaba casi nadie en el gueto cuando estalló el levantamiento", asegura, mientras se seca las lágrimas.

"Estos chicos se tiraban sobre tanques, luchaban con bombas molotov y se prendían, se tiraban de la ventana, yo lo vi con mis propios ojos. No sé qué podría decir aparte de heroicos, ellos nos restituyeron toda la dignidad, porque sin ellos no hubiéramos podido estar hoy acá", afirma.

"Durante el levantamiento no entendíamos nada. En el día nos escondíamos en los bunkers y salíamos de noche como ratas. Muchos se presentaron ante los nazis, porque les ofrecían un kilo de pan o de mermelada. La gente estaba muy hambrienta", relata y reconoce con dolor: "Después nos dimos cuenta que de ahí iban a la muerte, que los llevaban a las cámaras de gas".

"Vendíamos todo lo que podíamos en la zona aria. Mi mamá tenía joyas y pieles. Mi hermano y yo nos turnábamos para canjearlo. Pasábamos por los pozos, o se hacía un agujero en los muros para salir. Con esto hacíamos contrabando y podíamos vivir. Pero quien no tenía joyas se moría", relata.

Eugenia fue una de las últimas que quedaron en el gueto. "Me sacaron con las manos en alto. Para entonces ya no estaban más ni mi papá ni mis hermanos".

No hay perdón que valga

"Yo nunca voy a perdonar lo que hicieron con nuestro pueblo. No hay palabras para definirlos. Mientras yo viva juré que no voy a olvidar lo que pasó. La transmisión es muy importante para que todo el mundo sepa lo que hicieron con nosotros", asegura.

Eugenia explota en furia: "Los nazis hicieron una industria de la muerte. Hacían jabón de grasa humana, con el pelo judío fabricaban colchones, con su piel, lámparas. Cuando entré a Birkenau me cortaron el pelo, me pusieron la ropa a rayas y unos suecos de madera, me tatuaron el brazo. Yo ya no era yo", dice Eugenia y se pregunta: "¿Cómo es posible denigrar así a un ser humano?".

Eugenia además, luego de liquidado el gueto estuvo en varios campos de concentración. "Cuando salí, ya estaba idiotizada, pesaba 25 kilos. Era puro hueso". Y admite: "No te imaginás lo que era la vida en los campos, la cantidad de veces que pensé en tirarme sobre el alambre de púa".

La pesadilla continúa

Los tormentos no terminaron para Eugenia. Dice: "La guerra es un monstruo que pisa fuerte, después de la guerra cada uno quiere violarte, cada uno quiere manosearte, no tenés donde entrar, no tenés familia, no tenés a nadie, es horrible". 

"Es increíble que esté viva. Después de la guerra, llegué a la Argentina ilegalmente, porque no dejaban entrar a los judíos acá. Yo quería ir a Israel, estuve esperando en Italia, pero los ingleses no me dejaron entrar. Tenía papeles para ir a los EE.UU., pero tampoco me dejaron pasar. Entonces, ¿Tenía que volver al campo de concentración?", pregunta desesperada.

Volver a vivir



Eugenia, casada con David Unger, uno de los combatientes del levantamiento, tiene dos hijos y seis nietos. A los 76 años, sigue siendo un torbellino. Está todo el día de un lado para el otro, cocina, recibe invitados, viaja, da conferencias, trabaja activamente dentro del Museo de la Shoá.

Sin embargo, la marca del Holocausto - indeleble desde su brazo - la conmina a hablar una y otra vez sobre sus experiencias reeditando su propia resistencia y convirtiéndola en legado.




Especial para La Nación Line
Buenos Aires
19 de abril de 2003
Fuente: La Nación





Entrevista radial a Eugenia Unger sobre su libro Después de Auschwitz. Renacer de las cenizas, Radio Jai. Fuente: Radio Jai





 




Testimoniar sobre los padecimientos del Holocausto

Artículo extraído de la publicación Número 27 de Nuestra Memoria, 
escrito por el sociólogo y periodista licenciado Eduardo Alberto Chernizki sobre el libro






Eugenia Unger es una sobreviviente de la Shoá que, en los últimos años, se ha dedicado a dar testimonio de lo que le tocó vivir bajo el nazismo: en el ghetto de Varsovia, en los campos de Lublin, Majdanek, Auschwitz-Birkenau, Ravensbrik, Resov y Malajov, y en la “Marcha de la muerte”. Esas vivencias fueron reflejadas en su primer libro: Holocausto. Lo que el viento no borró. Esta ímproba tarea la realizó tanto en Buenos Aires y en el interior de Argentina como en el exterior del país, y su relato fue elegido para integrar el mediometraje algunos que vivieron, dirigido por Luis Puenzo e integrante de la serie “Broken Silence”, de la Shoah Foundation.
Como bien dice el doctor José Edgardo Milmaniene en el prólogo, en este libro Eugenia Unger “relata el esfuerzo titánico para reconstituir su vida, la pasión por fundar su familia, su anhelo de integrarse a una nueva sociedad y, lo más importante, su constante e inclaudicable lucha por preservar la memoria de la Shoá”.

En el primer capítulo se resumen sus vivencias desde su niñez hasta la liberación, en 1945. Luego pasa a testimoniar su regreso a Polonia, la vida en los campos para desplazados en la Europa de posguerra, su casamiento en esas circunstancias y el nacimiento de su primer hijo. Después se dedica a narrar las peripecias que le permitieron arribar a Buenos Aires y como aquí, junto a su marido y su cuñado, fue organizando su vida, criando a sus hijos y trabajando denodadamente para asegurarse el porvenir. Finalmente aborda su integración a la asociación de sobrevivientes Sherit Hapleita y la Fundación Memoria del holocausto y su convencimiento de que debe dar testimonio de lo ocurrido en la Shoá, para que ello no vuelva a repetirse.
La profesora María Cristina Alonso escribe el epílogo de este libro. En él afirma que existe “una estrecha relación entre la voz femenina y la memoria” y que, por lo tanto, Eugenia Unger se convierte en “la voz femenina que narra”, pues “no puede vivir sin contar, y cuando cuenta, vuelve a revivir escena que no sólo le dejaron marcas en la piel, sino –lo que es peor- le dejaron el infierno de la repetición”.

La historia que nos narra esta voz femenina tiene un valor testimonial sustancial, pues se refiere a los sufrimientos de los sobrevivientes una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, cuando –apesadumbrados y ansiosos- buscaban un lugar en donde poder vivir y trabajar, mientras las naciones “civilizadas” se lo negaban.
Hace décadas, una película, El azote 81, afirmaba que mientras, en los campos, los nazis muchas veces castigaban a los judíos con ochenta azotes, muchos recibían después otro más, el 81, cuando no les creían lo que contaban que estaba sucediendo.
Hoy, eso ya no ocurre, pero son muchos los que todavía creen que, una vez vencido el nazismo, a los sobrevivientes de la Shoá se les terminaron los suplicios. Y no fue así. Eugenia Unger, en Después de Auchwitz. Renacer de las cenizas, nos explica claramente, a la vez que nos enseña como sobrellevaron esas penuerias.
En definitiva, tanto en Después de Auchwitz. Renacer de las cenizas como en Holocausto. Lo que el viento no borró, Eugenia Unger nos ayuda a mantener viva la memoria.



©Eduardo Alberto Chernizki







MEMORIA
Eugenia Unger
del libro  



Sin memoria no tenemos presente, futuro ni esperanza.
A todos nosotros, los sobrevivientes, se nos acerca el
tiempo de partir, unos antes, otros después. Quisiera
que cada uno de ustedes sean las otras voces que, a
partir de hoy, trasmitan nuestra historia, nuestro testimonio.
Quisiera que ustedes sean los que repitan, a través de
los mares, los ríos y las montañas, nuestro padecimiento.
Quisiera la promesa de vuestro compromiso con nuestra
causa y la lucha contra la discriminación. Quisiera que el
olvido no invada vuestras almas, así sabré que la memoria
de vuestros seis millones de hermanos será honrada por
siempre. Yo podré, recién entonces, descansar en paz.

©Eugenia Unger
















Irene Dab, sobreviviente del gueto de Varsovia: Compromiso para seguir dando testimonio / entrevista de Sonia Tessa, Página 12 Rosario, 8 de mayo de 2011


Entrevista con Irene Dab, sobreviviente del gueto de Varsovia que vive aquí desde 1948.

Estuvo en Rosario la semana pasada, para la conmemoración del 68 aniversario del gueto de Varsovia, una fecha que rememora además a todas las víctimas del holocausto. Escondida en una bolsa de arpillera, salvó su vida en medio del horror.


Irene Dab tenía sólo seis años cuando su padre la sacó escondida en una bolsa de arpillera, entre herramientas de trabajo, escondida entre las piernas de los obreros que salían del gueto de Varsovia para trabajar, y que eran privilegiados dentro del régimen perverso que impuso el nazismo. José Dab sabía hablar alemán y consiguió que algunas familias católicas polacas tuvieran a su hija, la escondieran para protegerla, aún a costa de sus vidas. Se convirtió en Teresa, una niña entrenada para responder que sus padres habían muertos, que cambió su color de pelo y no tenía juguetes. Irene pudo reencontrarse casi al final de la segunda guerra mundial, en una zona rural, con su padre y su madre, Bárbara Roseschtravch. Vivieron unos meses escondidos, en la miseria, pero lograron salvar su vida. Debieron pelearla para llegar a la Argentina, en 1948, decir que eran católicos para obtener la visa porque el país no aceptaba a personas perseguidas por razones religiosas en otros países. Irene tuvo que rezar el padrenuestro para que aceptaran su migración.

Aquí, en cambio, no encontró antisemitismo entre la gente, sí en las instituciones. Desde los 13 años vive en Buenos Aires, pero recién pudo comenzar a hablar de aquellos años que marcaron su vida cuando murió José. Quizás por eso sea psicóloga de niños y cada vez que va a una escuela primaria a contar cómo sobrevivió al holocausto los chicos se sienten identificados, la bombardean a preguntas. "¿Podías respirar en la bolsa?" ¿Tenías miedo? ¿Qué sentiste?", preguntas que ella responde con palabras que los acerquen a la memoria, sin dejarlos paralizados por el horror.

Irene Dab estuvo en Rosario la semana pasada, para la conmemoración del 68 aniversario del gueto de Varsovia, una fecha que rememora además a todas las víctimas del holocausto. Con naturalidad, sin poner tono grave, cuenta su historia. Su padre estuvo en el gueto y luego fue trasladado a la cárcel de máxima seguridad de Paviak, donde recibió torturas y debió trabajar como cloaquista. Allí también pudo escaparse. Su madre, en cambio, trabajó en el gueto, al lado de la estación EumschalgPlatz, desde donde salían los trenes con judíos para los campos de concentración. Bárbara estaba asignada a los depósitos donde quedaban los bolsos con las pertenencias de las víctimas. Irene salió del gueto por primera vez, escondida, en 1941, pero unos meses después debió volver porque ya no había familias dispuestas a tenerla en casa. En 1943, su papá volvió a ubicarla fuera del gueto, y ella se convirtió en otra niña, nuevamente, para salvar su vida. Irene subraya una y otra vez la actitud solidaria, y arriesgada, de muchas familias polacas para esconderla fuera del gueto. Poco antes de la liberación, los tres pudieron reencontrarse, en las afueras de Varsovia, y resistir hasta el final de la guerra. Vivieron dos años más en Polonia, y uno en Francia, pero querían llegar a la Argentina, donde vivía un hermano de su padre. José no quería llegar por otros países, no aceptaba la clandestinidad, así que declaró que su familia era católica para obtener la visa.

El 22 de febrero de 1948 llegaron a la Argentina. No fue fácil insertarse. El 1º de marzo Irene comenzó a ir a la escuela. Tenía 13 años pero la anotaron en tercer grado, porque no sabía hablar ni una palabra de español. Su maestra, Elsa, hablaba francés y ella pudo aprender. Incluso, rindió algunos años libres. "No puedo decir que hubiera antisemitismo. Al contrario, fuimos recibidos por la gente del barrio, por los almacenes, encontré mucha solidaridad. Mis compañeras querían saber qué me había pasado pero yo no quería hablar. Sí podía haber algún antisemitismo en las instituciones", rememoró Irene. Muchos años más tarde sería psicóloga de niños, trabajaría en hospitales y se casaría dos veces. La primera vez, enviudó joven, a los 30 años. Tuvo un hijo, que hoy es padre a la vez de una niña y un niño. Irene volvió a apostar a la vida, se casó y tuvo una hija, actualmente madre de un niño y una niña.

Cuando se le pregunta sobre los efectos de aquellas vivencias infantiles, Irene cuenta que hizo terapia durante años. "Sufro claustrofobia, no puedo estar en lugares cerrados, por la noche necesito dormir con al menos algo abierto", cuenta. Y el agujero negro de una infancia sin juegos ni juguetes, alejada de sus padres, también fue difícil de superar. "Después de los chicos, del trabajo y sobre todo a través de mis nietos, pude recuperar algo de la infancia. Con los hijos no tanto porque es tanta la responsabilidad pero sí con los nietos", dice tranquilamente.

¿Por qué Irene se trasladó hacia Rosario, en una fría tarde de mayo, para compartir su memoria? "Todo esto tiene que saberse, todavía somos unos cuantos los sobrevivientes que podemos dar testimonio personal, todavía hay muchos que no lo creen. Hay que repetirlo para que no se repita", dice Irene.

A Rosario también llegó Graciela Nabel de Jinich, directora del Museo del Holocausto, que apunta no sólo a las escuelas medias, sino también las universidades de todo el país, y por eso tiene convenio con la UNR y la UAI de Rosario, entre otras. "Hace muchos años, los que estuvieron escondidos no querían dar testimonio, los que fueron salvados consideraban que no les había pasado nada en relación a lo que habían sufrido otros. Llevó tiempo que se dieran cuenta de que es tremendo haber estado en estado de exterminio, que te cambien el nombre y te tiñan el pelo. Fue tan dramático que no se puede medir quién sufrió más, porque no existe ninguna medida", explicó Nabel de Jinich. En el Museo, todos los asistentes van acompañados por una docente que le da sentido a cada foto, a cada objeto expuesto. "Preferimos que vengan chicos a partir de los 14 años porque entendemos que antes no tienen madurez emocional y puede prevalecer el espanto. En cambio, nosotros apuntamos al compromiso", afirmó. 

La página web del museo -que funciona en Montevideo 919 de Buenos Aires es www.museodelholocausto.org.ar.

©Sonia Tessa
  Fuente: Página12, Rosario,
8 de Mayo de 2011


Irene Dab, sobreviviente del Holocausto: Rezar en el Consulado

 

París, finales de 1947, Consulado argentino. Un matrimonio polaco con su hija de doce años está terminando los trámites para una visa cuya tramitación inició un pariente en Buenos Aires. La pequeña Irene no abría la boca, acostumbrada por una guerra mundial a que lo mejor, a veces, es decir lo menos posible. Pero entonces un diplomático argentino se acerca y le ordena que lo siga a otra oficina, cierra la puerta y la mira fijo. 

“¿Así que vos sos católica?”, dice el argentino en francés.
“Sí”, miente la niña.
Entonces, recitame el Padrenuestro”, ordena el argentino. 

E Irene comienza, en mal francés, a recitarlo. Un minuto después está de vuelta con sus padres. Acaba de salvar el viaje a la Argentina.

¿Cómo sabía Irene la oración católica?
“Es que llevábamos años pasando por católicos, así nos salvamos de los nazis”, explica la señora Irene Dab, que todavía no se explica cómo se las arregló su padre para salvar a su familia y hasta para sacarla de la Polonia de posguerra, de fronteras selladas. En París, los Dab esperaron semanas que salieran los trámites, y hasta probaron suerte inútilmente en el Consulado argentino en Bélgica. Cuando desembarcaron en Buenos Aires, a principios de 1948, los Dab se enteraron de que sus parientes habían pagado una pequeña fortuna por sus visas. Los argentinos habían aceptado las coimas, pero igualmente habían tratado de dejar afuera del país a esta familia de perseguidos. E Irene Dab también figura en el manifiesto del vapor “Jamaique” como “católica”.


Fuente: Página 12, Buenos Aires, 10 julio 2005






Una sobreviviente, Irene Dab,  consideró "aberrante hacer humor" con el genocidio nazi / Infobae, 2012




La historieta difundida por el diario Página12 generó repercusiones entre los integrantes de la comunidad judía, aunque también en la sociedad en general. 

Es que la tira cómica se refería con sarcasmo al Holocausto y sus consecuencias.

Radio 10 habló con una sobreviviente del gueto de Varsovia, quien consideró "aberrante y doloroso" que se haga humor con lo que ellos (por los judíos) vivieron. 

"Es muy agresivo que se rían de lo que nos pasó. No existe humor negro para eso. Lo que nosotros vivimos no se presta para el humor, es una tragedia", resumió Irene Dab sus sensaciones ante la publicación. 

Para la mujer, "cuesta entender que banalicen lo ocurrido". Y opinó que "quizá el humorista (Gustavo Sala) simplemente es una persona antisemita y se largó a decir lo que siente". 
Luego de asegurar que "hay ciertos temas que no se pueden tomar de esa manera", Irene recordó lo que fue parte de su vida: "Toda mi infancia pasó en la guerra. Fui separada de mis padres y escondida en diferentes lugares gracias a gente que se jugaba su vida para ayudarme".

"Pasé 5 años escondida en roperos, sótanos, como pude…es un milagro haber sobrevivido", sintetizó la mujer, que finalmente se reencontró con su familia los últimos días de la guerra, una semana antes de ser liberada. 

Y analizó: "Este país nos recibió con los brazos abiertos, pero evidentemente sigue habiendo focos medio jorobados".



Fuente: Infobae