Armando Reverón en el documental de Margot Benacerraf (Venezuela, 1952).

Armando Reverón en el documental de Margot Benacerraf (Venezuela, 1952).


la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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"Para leer al Pato Donald": Ariel Dorfman cuarenta años después "Entre sueños y traidores. Un striptease del exilio” / entrevista de Guido Carelli Lynch, Clarín, 21 de diciembre de 2012










“Relato experiencias que suelen callarse”

El destierro, la imposibilidad de regresar a Chile, su infancia, su lucha con el idioma 
y sus otras batallas personales, son algunos de los temas que analiza el escritor, 
a propósito de la publicación de sus memorias: 






 


Ariel Dorfman, a sus 70 años, hace lo que quiere, dice lo que piensa y con educación plantea sus exigencias. Por ejemplo: “Prefería que la entrevista fuera por mail. Mientras más relacionadas con el nuevo libro, mejor”. Y si hay repreguntas, nos avisa, sí tendríamos la chance del teléfono. Las entrevistas por mail son más frías y en apariencia controladas, pero se dejan llevar por el tono intimista a la que la correspondencia obliga. “En general, me gusta responder por escrito y luego podemos aclarar algunas cosas por fono, pero prefiero tener certeza de que mis palabras serán reproducidas en forma fidedigna; más tratándose de un libro tan controversial y posiblemente polémico y, creo, benditamente transgresivo”.
Quiere que la entrevista sea sobre su último libro Entre sueños y traidores. Un striptease del exilio; en el que relata sus años de exilio, la imposibilidad de regresar a Chile, aun con la democracia; pero al mismo tiempo es también una bitácora de su infancia, de sus viajes, de su intimidad y, claro, de su fe política. Porque en la vida y en las memorias de Dorfman hay tres patrias, varios exilios forzados que lo atraviesan, política nacional, política internacional, una relación de amor/odio con los Estados Unidos, Buenos Aires y la incógnita del peronismo. Hay muchos libros y entre ellos por supuesto Para leer al Pato Donald . También tiene fotografías del sueño socialista que terminó en la pesadilla de Pinochet. Y enseña el drama maravilloso del idioma. Porque Dorfman escribió sus memorias primero en inglés –el idioma al que había renunciado de una vez y para siempre en 1969, por ser la lengua del imperio– y luego en español. Tiene una historia de amor apasionada y en apariencia sin demasiados sobresaltos con Angélica a quien define como la “co–protagonista del libro”, pero también dos trágicos 11 de septiembre.
Sobre todo eso entonces podemos preguntar y entre tantas dudas incluir algunas más que lo entrometan con el presente. Sus respuestas son largas y vuelven con un nuevo pedido o advertencia. “Ruego que, habiéndome tomado tanto tiempo en responderlas, me las publiquen en forma íntegra”. Lo intentamos.


1973. Poco antes del golpe, con su mujer Angélica.


   



¿Por qué considera que éste es un libro controversial y transgresor?

Salí de Chile en 1973, después del golpe, creyendo muchas cosas, tanto acerca del mundo como acerca de mi persona y durante los casi veinte años que estuve afuera (con retornos intermitentes y frustrados) sufrí transformaciones radicales, tanto políticas como personales y lingüísticas. Aunque a la larga no me arrepiento de lo que viví ni de las decisiones que tomamos con la mujer de mi vida, Angélica, para lograr sobrevivir a esos trances tan duros, me doy cuenta de que gran parte de esa historia es la de alguien que se contaminó, quizás inevitablemente, durante el destierro, que de tanto combatir el mal perdió un poco la brújula. Mostrar ese proceso, paso a paso, para que los lectores lo comprendan junto conmigo, es lo que anima estas memorias. Se trata, sin embargo, de una narración que viene a ser, creo yo, descarnada, a la que no estamos acostumbrados en América Latina, donde seguimos enamorados de la biografía heroica, fruto tal vez de un resabio del honor que heredamos de España y, quizá más remotamente, de los moros. Puede chocar que cuente incidentes incómodos que no me honran. De ahí el subtítulo de “striptease”, alguien que se va sacando la ropa y, en mi caso, después de que cae toda la ropa, bueno, seguí con la piel y las tripas, despellejándome, destripándome, hasta que queda, así lo espero, algo de verdad. Pero transgresor, también, porque se atreve a una crítica cruda de la transición chilena y relata experiencias de exilio que suelen callarse.

¿Su mirada sobre esos años no disimula la culpa que sentía por su origen de clase y también por haber sobrevivido?

Al contrario, esa doble culpa –que no podía sacudirme los privilegios de clase, y que no morí en La Moneda junto a Allende pese a todos mis juramentos de lealtad– es el motor de mi existencia durante los primeros años del exilio, me llevan a todo tipo de decisiones que eran claramente contraproducentes y especialmente complicadas para mi pareja. Agradezco a Angélica que, pese a mis equivocaciones y a la vida difícil y errante (en muchos sentidos de la palabra) a la que la llevé, ella nunca dejó de acompañarme, de darme nacimiento una y otra vez con su confianza.

¿Si volviera el tiempo atrás, elegiría pedir asilo con los beneficios económicos que eso implicaba?

No me gustan las decisiones que tomé, pero no me arrepiento de ellas, porque entiendo (estas memorias me ayudaron a ello) las razones profundas (aunque a veces perversas) que me animaban. Lamento el sufrimiento que ocasioné a quienes amo, mi mujer, mis hijos, mis padres, mis amigos. Pero hace tiempo que me di cuenta de que la manera de reparar un pasado doloroso es tratar de que el futuro lo sea menos.

¿Por qué dice que “perdió” tres países y no que los ganó? ¿Qué fue lo “positivo” del exilio?

Digo que los perdí, pero finalmente digo que, en efecto, los gané, pero la verdadera ganancia es liberarse del nacionalismo provinciano y comprenderse como un ser humano donde se sobreponen muchas comunidades y muchas identidades, comprender y aceptar que no es un problema pertenecer a muchos lugares y deberse a muchas causas. De hecho, todos participamos de múltiples consonancias y tradiciones y es un error grave suponer que hay que elegir entre ellas en vez de intentar, como la historia lo demuestra, una síntesis que enriquezca. Creo que mi literatura se vio favorecida por los golpes hermosos de la distancia, el aprendizaje de un mundo vasto y contradictorio, pero, claro, hay veces en que echo de menos no vivir en el sitio donde crecimos, donde nos educamos, donde tuvimos las experiencias centrales y entrañables que todavía nos dan forma.

¿Por qué no pudo reestablecerse en Chile?

De veras que hay que leer el libro para comprenderlo, pero voy a decir, falseando las cosas al reducirlas a una fórmula, que el país había cambiado demasiado y que Angélica y yo también. Fundamentalmente, me di cuenta de que necesitaba la lejanía para poder escribir. Es probable, por ejemplo, que estas memorias no podría yo haberlas escrito de haberme quedado en Chile. Ni tampoco Konfidenz, ni Americanos , ni una obra teatral como Purgatorio o mis crónicas y comentarios periodísticos. Acabo de terminar un libreto para una ópera, Naciketa, basada en un cuento de los Upanishads. La vamos a estrenar en Mumbai el año que viene, y estoy seguro de que no podría haberla concebido sin haberme alejado geográficamente de América Latina. A la vez, está claro que esa ópera está inspirada por mis experiencias de latinoamericano.

¿Por qué le interesa tanto el género diario? No es su primer libro testimonial.

Parte del libro, por cierto, reproduce por primera vez –aunque con una reescritura posterior para darle una forma más compacta– el diario de nuestro retorno a Chile en 1990, donde examino cómo Angélica y yo nos desencantamos del país al que intentábamos ferozmente volver, contra viento y marea, durante tantos años de destierro. Esto permite al lector sobrellevar junto a nosotros el día a día del retorno, sus glorias y tristezas, y le da al libro mismo, espero, algo de suspenso, casi de “thriller”, género que me gusta mucho (de ahí La Muerte y la Doncella ). El género, además, tiene algo de voyeurístico, asomándonos a una intimidad que el autor quizás no previó que alguien iba a leer, aunque se me ocurre que cada persona que escribe un diario también desea que alguien compartirá esas palabras algún día.

¿Qué cambió en el proceso de reescritura de estas memorias, del inglés al español?

Lo escribí en inglés porque ese idioma me permite distanciarme de los traumas que viví, tratarme a mí mismo como otro, (Je est un autre es el título de un famoso libro francés sobre la autobiografía). Me permite exponerme como el castellano quizá no me lo hubiera permitido. Cuando lo reescribí, justamente, en castellano, temblaba a veces preguntándome cómo me había atrevido a revelar tantos secretos, tanta “deshonra” (por retomar una palabra de una respuesta anterior). Pero como ya estaba escrito en inglés, ya estaba expresado el pensamiento, resultó más manejable y llevadero enfrentar la legitimidad de lo que estaba ahí, desparramado en el papel o en la pantalla, y admitir que era necesario contar esa historia, con todas sus profanaciones. Durante tanto tiempo pensé que ser tan bilingüe como lo soy era una maldición. Ahora bendigo mi ser doble, mi bifurcada raíz.

También asegura que la izquierda norteamericana le permitió redescubrirse. ¿Es menos dogmática que la latinoamericana?

Me refiero, en un largo capítulo, a mi evolución política con todos sus vaivenes y búsquedas, cómo fui madurando, encontrando la manera de criticar las experiencias socialistas y a la vez reivindicar la necesidad de seguir luchando contra la injusticia. En esa evolución jugaron un rol importante mis vínculos con una izquierda norteamericana que, si bien débil en números, es rica en ideas y coraje moral. Relato en el libro cómo, gracias a un grupo en Estados Unidos que abogaba por la paz y la justicia, fui a la Embajada polaca y me enfrenté con el embajador, denunciando la forma en que se maltrataba y perseguía a los adherentes de Solidarnosc. Le dije que como seguidor de Salvador Allende sentía como una afrenta que el gobierno comunista polaco reprimiera a los trabajadores, nada menos, en nombre de un socialismo que no era tal. Me enaltece que me hayan expulsado de aquella Embajada esa fría mañana en Washington. En cuanto a comparaciones, hay enormes flaquezas e ingenuidad en sectores amplios de la izquierda norteamericana, así como hay mucho pluralismo y rechazo de los dogmas en nuestra América del Sur, a la vez que considerable confusión y retórica irresponsable. Pero no tenemos de qué avergonzarnos. Lo que subrayo en el libro es que si yo hubiera sido militante de un partido político (como lo fui durante tanto tiempo) habría pedido permiso antes de ir a esa Embajada o antes de entablar relaciones con Vaclav Havel y el club de jazz de Praga o antes de denunciar violaciones a los derechos humanos en Cuba. Liberarme de esa chaqueta de fuerza mental fue difícil para mí. Durante un tiempo me dejé convencer por el argumento de que no podemos “hacerle el juego al enemigo”, un argumento que tiene mucha fuerza cuando el enemigo mata y exilia y desaparece y atormenta a tu pueblo y a tus amigos. Pero llegué a la conclusión de que si no decía la verdad tal como la entendía, en ese caso sí que le estaba haciendo el juego al enemigo. Y, de paso sea dicho, no me gusta mucho eso de plantear el mundo como un enfrentamiento perpetuo con enemigos, dividiendo a los seres humanos entre un “nosotros”, los que tenemos toda la razón y un “ellos” que están totalmente equivocados. Ese camino deshumanizante es de perdición. Lo que no significa dejar de lidiar por aquello en que uno cree. Claro que no fue mi fuerte la tolerancia durante muchísimos años y espero que haya logrado desmenuzar en el libro con dolor y sinceridad cómo llegué a convertirme en la persona compasiva que ahora (creo que) soy.












                                 Argentina, Chile y el eterno (no) retorno

Fascista dice –escribe– era el régimen que expulsó a su padre de su país natal, la Argentina en 1944. Como contrapartida Dorfman ganó una nueva patria, los Estados Unidos, hasta que en 1954, tuvo que abandonar su nuevo hogar tras la persecución a la que el senador John McCarthy sometió a su padre. Y entonces llegó Chile. Y lo dicho: Allende, Pinochet, incertidumbre durante varios meses en la Embajada argentina hasta que llegó el exilio forzado. Otra vez, como si fuera el principio, Dorfman regresó a Buenos Aires, otra vez gobernaba Perón. Apenas aterrizó en Ezeiza, la Policía Federal se encargó de aniquilar la quimera que Dorfman había pergeñado durante su larga espera en la Embajada: “la fantasía de que iba a poder permanecer en mi país natal argentino el tiempo que me diera la gana”. Lo interrogaron durante horas hasta que por fin lo largaron con un consejo: “será mejor, hijo de puta, que te portes bien”. “Esperaba que el Gobierno peronista, por derechista que fuera, iba a facilitar mis actividades revolucionarias”, escribe. “Hacer el juego” en la Argentina, donde todavía gobierna el peronismo, es una frase que goza de sugerente actualidad. 


1964. A sus 22 años, Ariel Dorfman levanta el puño después de la derrota
presidencial  de Salvador Allende, de quien seis años después sería colaborador.


Usted dijo que nadie le había podido explicar razonablemente el peronismo. ¿Cómo se lo explicaría a un tercero?

Si lo pudiera explicar a un segundo, a un tercero, a un cuarto, hubiera escrito un libro que sería un best-séller.

También recuerda en sus memorias sus encuentros con Cortázar. ¿Cómo recuerda su compromiso político? El vivía en París y usted era un exiliado.

Tuve la inmensa suerte de tener como amigos y hermanos mayores a los dos escritores vivos que más me han influenciado: Harold Pinter y Julio Cortázar. Con este último (como con el primero) desarrollamos Angélica y yo una gran amistad. Parte de esa amistad (como lo indica la vasta correspondencia que tuve yo con él, de la que se acaba de publicar una pequeña muestra) consistió en conversaciones políticas. Cortázar siempre fue un hombre progresista, que se indignaba ante la mentira y el sufrimiento, y dispuesto a trabajar por otro tipo de mundo, pero a la vez era algo ingenuo, porque nunca había participado como militante (¡gracias a los dioses de la literatura y las musas!) en un movimiento de masas. Sus instintos, sin embargo, eran muy certeros y era bastante astuto –la represión en el Cono Sur y, después, la revolución sandinista– lo forzaron a dedicar muchas horas al trabajo cotidiano de solidaridad. Pero nunca se quejó, siempre estaba dispuesto a ayudar. Era un ser angelical. Y me duele usar el pasado imperfecto para él. Sigue vivo, merodeando por ahí, por aquí cerca, es –sí, ES– un ser angelical.

La dictadura argentina fue más sangrienta y la de Pinochet más larga. En Argentina está socialmente condenado apoyar a Videla y en Chile todos tienen un vecino que reivindica a Pinochet.

Es una de las razones por las que no vivimos en Chile. Pero como me gusta resaltar las contradicciones propias, vivimos en un país, Estados Unidos, donde hay vecinos (si bien cada vez menos) que reivindican a George W. Bush y sus invasiones idiotas e imperiales. Pero la malignidad ajena es siempre más fácil de sobrellevar que las del país de uno.

Se refiere a la muerte de Pinochet en 2006 y reflexiona sobre cómo será recordado. ¿Qué grado de legitimidad tiene hoy?

Hay demasiados que, en Chile y en el extranjero, todavía consideran a ese criminal de guerra y torturador como el que salvó a Chile del comunismo, y hay muchos que quisieran revivirlo y asustarnos con su retorno bajo otro nombre y encarnación. Pero por lo general, su imagen está debilitada, ojalá irremediablemente. La ironía es que lo que la derecha chilena no le perdona es que fuera ladrón. Sus violaciones de derechos humanos les importa mucho menos (aunque chillen lo contrario).

Algunos países han elegido leyes del perdón –información a cambio de conmutación de penas– y otros prefirieron otorgar duras penas a los represores. ¿Qué estrategia elegiría usted para lidiar con los crímenes de lesa humanidad?

Prefiero la verdad al castigo. La verdad, asumida a fondo por un pueblo, es el peor castigo, la mejor manera de superar el pasado. Ahora, si hay condiciones para castigar (siempre que no sea con pena de muerte), bienvenida sea esa sanción, para que no haya impunidad.

Se ventilan diferentes críticas al proceso socialista de Allende, desde el enfrentamiento de clases, la seguridad fallida de que el socialismo no tenía vuelta atrás, la falta de previsión...

Ventilar es una buena palabra, ya que hay mucho viento inútil que da vueltas por ahí. Por ejemplo, “por qué no armamos el pueblo”, una y otra vez me hacen la pregunta. Y la respuesta es simple: primero, porque era una revolución pacífica; y segundo, porque entonces el golpe hubiera venido antes. Las razones de nuestra derrota son múltiples y complejas, pero en esencia: fuimos incapaces, en un momento internacional increíblemente adverso, en que el mundo marchaba en la dirección opuesta (ahora podemos retrover la tendencia que culminó en Thatcher y Reagan, y cuyos horrores neoliberales todavía padecemos), fuimos incapaces, repito, de garantizar una coalición suficientemente amplia, en especial con sectores medios y con la Democracia Cristiana, que nos permitiera enfrentar a la derecha golpista y aislarla. Pero eso, claro, no explica mucho, porque si Allende hubiera propuesto esa alianza con la DC (y sectores de ese partido hubieran rechazado tal asociación), si el presidente hubiera sugerido desacelerar la revolución para asegurar la supervivencia de la democracia, yo mismo lo hubiera denunciado como traidor a la causa. Y yo no era para nada ultra. Y hablando de lo ultra: hay que destacar el papel nefasto que jugó la extrema izquierda ilusa durante los tres años de Allende, constantemente sobrepasando los límites de lo que ellos llamaban el “estado burgués’ (y lo hacían sabiendo que Allende no los iba a reprimir). Con todo, recuerdo los tres años de la Unidad Popular como los mejores de mi vida y de la vida de Chile, los más dignos, los más maravillosos, los de mayor humanidad que he conocido.

¿Cómo vivió el debate sobre el suicidio o asesinato de Allende?

Yo creí durante muchos años que a Allende lo habían asesinado. Los militares mentían en todo, ¿por qué no en eso también? Cabía, además, en un relato de heroicidad y simpleza que nos hacía falta en la lucha por recuperar la democracia y rescatarlo a él de la desaparición en que Pinochet lo tenía sumido. Pero me fui dando cuenta de que, en efecto, no sólo era verdad que se había suicidado, sino que aceptar que así había sido volvía más compleja la realidad, menos mítica; nos forzaba a no vivir de ilusiones, por reconfortantes que fueran. Humaniza a Allende.

¿Cómo compararía el socialismo que intentó instalar Allende con el denominado socialismo del siglo XXI en la región?

Son momentos tan diferentes de la historia que toda comparación resulta inoportuna, Hay, sí, bastante que los procesos sociales de hoy pueden aprender de nuestra revolución pacífica en Chile, sus logros y sus fracasos.


¿Por qué perdió la Concertación las últimas elecciones? ¿Cómo juzga el gobierno de Piñera?

Con ninguna modestia, digo que las razones de la pérdida de la Concertación se encuentran en mi libro. Nuestra minuciosa experiencia de una clase política que llegó a un pacto con los poderes fácticos de la dictadura (con la encomiable búsqueda de un consenso que nos ahorrara más conflicto y, posiblemente, otro golpe militar), mi descripción de cómo fueron postergados los jóvenes y las mujeres y se torció el lenguaje y el alma del país, explican mucho de lo que llegó a pasar veinte años más tarde. En cuanto a Piñera, una calamidad, un bochorno, una pena.

En 2008 votó a Obama. ¿A quién votó ahora?

Obama, de nuevo, aunque con los ojos más abiertos a sus posibilidades reales de llevar a cabo cambios profundos en una sociedad desoladoramente injusta. En el libro, hago un paralelo entre Obama y Allende, y menciona las lecciones que podría aprender de Chile el presidente norteamericano.

Por último, “Para leer al Pato Donald” es un libro icónico. ¿Qué vigencia tiene hoy, a 40 años de su publicación? ¿Era inocente o es que hoy somos cínicos?

En un sentido, ese libro no podría estar más vigente, ni podría ser más certero en sus análisis y profecías: el mundo entero es como un simulacro de Disneylandia (o así se lo sueñan grandes mayorías humanas). Tengo críticas, por cierto, que hacerle al texto, pero me enorgullezco de haberlo escrito, aunque no lo volvería a escribir de esa manera hoy. Por otra parte, me han contado que hay guerrilleros que murieron en Colombia y Centroamérica con ese libro en su mochila. Por lo que me toca, si acaso contribuí a esas muertes, pido perdón.



©Guido Carelli Lynch
 Clarín


21 de diciembre de 2012

Fuente: Clarín






 

La memoria es un arma: "Cena con un perro rojo" de Sonia M.Martin/ por Dra. María Angélica Hernández Mardones









En el contexto del posible enjuiciamiento a Augusto Pinochet, la novela Cena con un perro rojo de Sonia M.Martin, obra ganadora del Premio Literario Letras de Oro 1996, otorgado por la Universidad de Miami, constituye un antecedente literario fundamental acerca de la posición de un importante sector de intelectuales sobre el destino de los victimarios de una de las más crueles dictaduras que haya conocido la historia de América Latina. Años antes de iniciarse los procesos en contra de Pinochet, la escritora chilena Sonia M. Martin, en su novela Cena con un perro rojo, ponía en tela de juicio la propuesta de la “Reconciliación Nacional” que constituyó uno de los estandartes de un sector político chileno tras el retorno a la democracia en ese país. En parte, la reconciliación promovía, a través del lema del “perdón”, desestructurar los intentos de enjuiciamiento a quienes participaron en los crímenes de secuestros, torturas y asesinatos durante el régimen de facto. Pero, aún cuando la historia la escriben los vencedores, en Chile los vencidos han luchado por reivindicar la memoria colectiva de un período que muchos querían dejar en el olvido. En este sentido, Sonia M.Martin, narradora, periodista, poeta y dramaturga, expresa en su obra parte de ese sentimiento colectivo que, de manera persistente y especialmente impulsado por el protagónico papel de la mujer, ha logrado hacer de la memoria la mejor arma en la historia de un país donde la injusticia y la violación a los derechos humanos delineó la política interna durante dieciséis años. 

Cena con un perro rojo relata el retorno de dos exiliados chilenos, Bárbara y Simón, tras más de una década de ausencia de su país. Sus años de exilio, vividos en Venezuela, les han aportado un bagaje cultural distinto que les permite visualizar la realidad de Chile desde una perspectiva más amplia y más crítica que la de sus coterráneos, y desentumecida del miedo que parece propagarse como la niebla marina en esa larga faja fronteriza del Pacífico. Con una extraordinaria capacidad de crear atmósferas, la voz autorial se interna por diversos lugares que dan cuenta de un amplio registro social del país que en la novela aún se encuentra bajo el régimen dictatorial. A cada paso, Bárbara, el personaje central, comienza a vislumbrar que, tras la aparente resignación que reina en algunos hogares, la conciencia sigue despierta y entreteje en silencio su participación activa en contra del régimen, en particular a través de las mujeres quienes, en muchos casos, toman la iniciativa para confrontar a la dictadura llegando, inclusive, a inmolarse a fin de hacer justicia. En este sentido la obra de Martin apunta también hacia una crítica al patriarcado chileno que encuentra en la dictadura su mayor expresión, pero cuyas raíces pueden trazarse a lo largo de la historia de ese país tal y como lo demuestra la incansable labor de personajes como Pastorcita, quien se ha encargado de recopilar tesoneramente toda la información acerca de Echeverría, uno de los líderes militares del régimen cuyos atroces errores e injusticias personales en el pasado han delineado las desgracias de sus descendientes, entre ellas el incesto entre dos de sus hijos, Valeria y Josef. La irresponsabilidad paternal de Echeverría bien podría conformar una metáfora en torno a un Estado que no ha querido asumir el papel que le corresponde en la dirección del destino de un país. Desde antes del régimen militar, Echeverría ha sido una imagen persistente en el panorama nacional, violando en silencio y abandonando a sus hijos a la deriva. En esta perspectiva el incesto emerge como una metáfora de esa irresponsabilidad del Estado-masculino que, como consecuencia de su ineptitud y de su desidia, llevó a Valeria y a Yosef a cometer incesto. Se trata de una aguda crítica desde la perspectiva de género, en cuanto se le adjudica al hombre, principal protagonista de la historia política chilena, una insalvable cuota de responsabilidad en el destino al que llega ese país a partir del derrocamiento y asesinato de Salvador Allende en 1973. En este sentido, la novela revaloriza el papel protagónico de los sectores tradicionalmente marginados en la sociedad chilena, entre ellos las mujeres, las comunidades indígenas y los artistas e intelectuales en su lucha por revindicar tanto sus derechos como los de otros sectores tradicionalmente victimizados por los regímenes opresores o marginados por la cultura hegemónica patriarcal. La solidaridad entre ellos es crucial para contribuir al proceso de depuración del sistema. Es el caso de Lientur, un sabio anciano mapuche quien orienta a Bárbara en la definición del papel que desempeñará como intelectual en la lucha contra la dictadura al ayudar a denunciar las atrocidades del régimen. A través de Lientur y de su familia, Martin incorpora diversos elementos mágico--religiosos de la comunidad mapuche en la novela, los cuales son articulados como hilos invisibles gracias a la presencia femenina. Es la madre de Lientur, una machi —piache o chamana— quien le enseña a él los secretos y misterios del chamanismo mapuche, y es Lientur quien se los hereda a su nieta Rocío. El contacto con esta profundidad psíquica es también el que ayuda a Bárbara a encontrarse a sí misma para poder liberarse de sus traumas y realizar una labor concreta en el bando de la resistencia. Esta percepción implica ponerse en contacto con los misterios del inconsciente a fin de que emerjan a un nivel consciente, pero haciéndolo desde una perspectiva cultural propia, fundada en las raíces ancestrales de una comunidad que conoce, mejor que nadie, los avatares de la historia del país. En cuanto al papel de la mujer, la mayoría de los personajes femeninos en la novela son los que participan de manera activa contra el régimen. Entre ellos se destaca Consuelo, quien, tras sus refinados modales de dama de la clase alta y de sus caros gustos de coleccionista de arte, lleva a cabo una importante labor en contribuir a salvar la vida de los perseguidos políticos de la dictadura. Por su parte, Sandra, Manuelita y Lidja, tres artistas víctimas de Echeverría, se inmolan asesinando a su verdugo con el fin de ejercer una justicia que, de otro modo, no parece llegar. De esta manera la escritora Sonia M. Martin apunta hacia la participación activa de esos sectores que no deben dejarse entumecer por el miedo o por la pasividad a la que se les intenta arrojar tratando de marginarlos de los procesos sociales y políticos, liderizados tradicionalmente por la presencia masculina.

Otro importante rasgo de Cena con un perro rojo es la sostenida presencia del elemento poético que, al entrelazarse con las tradiciones y leyendas culturales chilenas, contribuye a transformar las abstracciones ideológicas en signos concretos dentro del contexto político de la novela. El mar, por ejemplo, conforma una fuente de purificación, de libertad y de reencuentro con las raíces. En sus aguas transita el Caleuche, barco fantasma que, según las leyendas aparece y desaparece como por arte de magia, y que está habitado por marineros y artistas quienes festejan con algarabía en alta mar atrayendo a otros que están por morir y que renacerán a otro plano de la existencia cuando suban a bordo, para sumarse a la festiva eternidad de la otra vida. Caleuche es una palabra de origen mapuche que significa “transformado en otro ser”, connotación que Martin recrea con gran agudeza y originalidad en su novela al otorgarle a este barco fantasma un papel fundamental como fuente de rescate de los perseguidos y desaparecidos del régimen militar, gracias a la labor ejercida por los intelectuales y artistas que lo conducen por el Pacífico. Para participar en ese proceso es necesario, en el caso específico de los artistas e intelectuales, “transformarse en otro ser”, renacer en la lucha política a fin de asumir una responsabilidad para navegar en las aguas de la libertad. En este contexto, los exiliados que suben al barco, como Bárbara, asumen un papel igualmente liberador al contribuir a denunciar las atrocidades del régimen en el exterior. Esta perspectiva revaloriza el papel de los exiliados a quienes, inclusive en algunos sectores de la izquierda chilena, se les ha visto con recelo. Es importante señalar que, gracias en parte a la labor desarrollada por muchos exiliados en diversos países del mundo, se facilitaron tanto las denuncias en torno a las violaciones a los derechos humanos y a los crímenes cometidos durante el régimen de Augusto Pinochet, como el trabajo de solidaridad internacional que permitió salvar vidas y liberar a muchos presos políticos. Cena con un perro rojo revaloriza la participación de quienes, en muchos casos, tuvieron que salir del país para poder salvar su vida y la de su familia. Asimismo, la obra de Sonia M.Martin expone y desarrolla, a través de un discurso literario de gran profundidad poética, una de las mayores preocupaciones de quienes fueron víctimas del régimen militar de Augusto Pinochet: la importancia de hacer justicia porque sin ella no es posible la reconciliación. Para Martin, la fuente primordial de la justicia es la memoria, sobre la cual se funda la voz de los vencidos que no se resignan al olvido.

©Dra. María Angélica Hernández Mardones
Licenciada en Comunicación Social, Universidad Central de Venezuela. 
Licenciada en Letras, Universidad Central de Venezuela. 
Master en Español y Portugués, Washington State University. 
Doctorado  de Español y Portugués, Universidad de Stanford, California.




"Una Huella en el Teatro Venezolano": EXHIBICION ITINERANTE Y PROYECTO DE INVESTIGACION TEATRAL EN CARACAS por Dra. Susana D. Castillo, Latin AmericanTheatre Review, Kansas University, Fall 2008









Esther Dita Kohn de Cohen, una de las fundadoras del
Espacio Anna Frank y gran promotora
de la cultura venezolana.









El desarraigo es un tema recurrente en el desarrollo del teatro latinoamericano ya que va íntimamente vinculado a su búsqueda de identidad. En la Venezuela de hoy, cuyo proceso histórico atraviesa inusitados cambios, la exploración de esta temática es aun más urgente. De a.C. que es digno de reconocimiento el hecho de que la institución Espacio Anna Frank se haya impuesto la tarea, de gran envergadura y sin precedentes, de rescatar las huellas de los hacedores del teatro venezolano a través de una muy documentada y singular exhibición.

UNA HUELLA EN EL TEATRO VENEZOLANO fue inaugurada en el Ateneo de Caracas en mayo del presente año. La Muestra tiene caracter itinerante con el objeto de llegar hasta otras instituciones culturales de la capital así como a ciudades del interior y países circunvecinos. La exposición se despliega en grandes baúles - aludiendo a los primeros comediantes que se desplazaban por pueblos con su carga lúdica - y representan cuatro periodos de la evolución histórica venezolana a partir de 1945 al mismo tiempo que se proyectan sus correspondientes hallazgos en el desarrollo teatral.

Durante tres años, de manera rigurosa, un equipo de profesionales del Espacio Anna Frank - bajo la coordinación general de Ilana Becker - se dio a la tarea de revisar y seleccionar la documentacion del acontecer escenico de mas de medio siglo en un afan de recrear y preservar la azarosa trayectoria del teatro en la memoria colectiva del habitante de hoy. El vasto proceso incluyo los textos de obras significativas así como estudios críticos, antologías, afiches, programas, vestuario y demás componentes de la farándula para la intelección panorámica y directa de la evolución teatral ante un público amplio. Es de anotar que estos recursos fueron atinadamente enriquecidos por la presencia de veintinueve entrevistas, disponibles en formato DVD, realizada a directores, actores, promotores, dramaturgos y productores. Maria Cristina Lozada, Miriam Dembo, Marta Candia, Omar Gonzalo, Viviana Marcela Iriart, Moises Kaufman (quien actualmente se destaca en New York y cuyas obras le han ganado un Tony), se incluyen en la variada selección de entrevistados. Vale añadir que la muestra subraya asimismo el aporte de notables figuras de origen judío - Elisa Lerner, Isaac Chocrón, Dita Cohen (fundadora del Centro Prisma), entre muchos más - quienes de una u otra forma han descollado en su tenaz esfuerzo por el devenir del teatro. Así, esta exhibición también logra resaltar las características de inclusión y diversidad coexistentes a lo largo de la historia de este teatro. De ahí también que su contenido abarque, a la par que las mas relevantes figuras de origen venezolano, a aquellos extranjeros -como Alberto de Paz y Mateos (España), López Obregón (México), Juana Sujo (Argentina), Horacio Peterson (Chile) y otros tantos, que determinaron los derroteros del acontecer escenico con sus perspectivas innovadoras.



                                                  Puerta Abierta al Mar: libro
                                                  Porta Aberta ao Mar: livro


Maria Clo Reina, integrante del equipo de investigación, indica que el texto central de la Muestra fue escrito por Javier Vidal quien acertadamente selecciono los títulos de cada periodo realizando un juego de palabras con los términos Libertad, Dictadura y Palabra para dejar entrever lo que la mencionada escritora interpreta como "el momento político del país y el compromiso del artista con su contexto y consigo mismo." La publicación del texto UNA HUELLA...esta ahora en imprenta y estará disponible al publico en general. Rebeca Lusgarten, encargada de las entrevistas, textos e investigación, es otro nombre digno de encomio así como el de museógrafo J. F. Canton que diseñó los dispositivos donde se despliega la Muestra. El diseño grafico estuvo en las manos hábiles de Alan da Costa y Kevin Wasiman.

Si la calidad de los componentes recopilados por este equipo es impresionante y novedoso, no es menos loable el énfasis del proyecto en su totalidad que conlleva el realzar la libertad de creación, la pluralidad y el respeto a las minorías, características presentes en las hondas huellas dejadas por los hacedores del teatro venezolano.


Dra. Susana D. Castillo
San Diego State University
Latin AmericanTheatre Review
Kansas University
Fall (otoño) 2008