la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Olga Orozco: “lo contrario de la vida no es la muerte, sino la nada” /entrevista de María Esther Gilio, 1998





La poetisa argentina Olga Orozco (1920-1999) fue dueña de un lenguaje poético sutil, imaginativo y armonioso. Ubicada en la generación argentina del cuarenta, conocida también como neorromántica, ganó el Premio de Literatura Latinoamericana Juan Rulfo en 1998. Ha publicado, entre otros, "Desde lejos", "Las muertes", "Los juegos peligrosos", "La oscuridad es otro sol", "Museo salvaje", "Mutaciones de la realidad", "La noche a la deriva", "También luz es un abismo" y "Relámpagos de lo invisible". En oportunidad de la publicación de "Eclipses y fulgores", la periodista María Esther Gilio (1928) la entrevistó para el diario "Página/12" de Buenos Aires en su edición del 27 de julio de 1998.


 
Dice Alberto Girri: "Contra el silencio y el bullicio invento la palabra". ¿Qué significa la palabra para usted? ¿Qué busca en la palabra?

No quiero oponerme al silencio: yo creo que la palabra también puede ser silencio. Inclusive puede ser dos veces silencio. Es silencio algo que se le revela, pero que es indecible. Y es silencio definitivo cuando se presenta la revelación, que tan pocos alcanzan, y que hace inútil la palabra, porque allí el silencio es una especie de bienaventuranza.

Que usted alcanzó alguna vez...

No, pensaba en los místicos. Supongo que Santa Teresa, San Juan de la Cruz deben haber llegado a un momento tal en que el silencio lo colmaba todo.

¿Quiere decir que jamás cayó en ese silencio que sigue a la revelación?

Jamás alcancé lo inefable. En cambio la dificultad sí me alcanzó y me alcanza. Muchas veces. Lo inefable lo estoy esperando... Pero quién puede saber si llegará alguna vez.

Parece en una línea muy religiosa. Esa sensación tiene uno leyéndola.

Si yo le dijera cómo definiría la poesía... Aunque las definiciones siempre dejan partes afuera.

¿Cómo la definiría?

Yo elegiría las palabras de Howard Nemeroff, el poeta norteamericano, quien dice que es "la tentativa de apremiar a Dios para que hable".

Su poesía es casi una ilustración de esta frase. Usted acucia a Dios para que hable, lo arrincona para que responda.

Sí, eso es verdad. Mi poesía creo que siempre ha tendido a ir un poco más allá y otro, y otro, en el conocimiento de las cosas. Su constante ha sido una interrogación que tenía como respuesta otra interrogación que llevaba más allá, cada vez más allá, hacía sucesivas interrogaciones.

En usted la poesía no es un nunca un canto a la vida, a la alegría o al dolor. Uno siente que esa persona, profundamente conmovida por el dolor o la belleza, se detuvo, y luego dio otro paso para preguntar "por qué". Por qué el dolor, por qué la muerte, por qué la belleza.

Sí, es una respuesta final la que uno espera. Es decir, uno busca una respuesta que las colme a todas. Hay dos frases de Mauricio Blanchot que siempre me han impresionado: "La pregunta es el deseo del pensamiento", dice. Y añade: "La respuesta es la desgracia de la pregunta". Porque evidentemente la pregunta en sí tiene miles de posibilidades, miles de solicitaciones, de palabras, de giros que están buscando encarnarse en esa respuesta. Ahora, una vez que se elija una respuesta, están eliminadas todas las otras posibilidades.

Siempre habla de otro mundo, otros mundos, tal vez paralelos a éste. Uno siente que, en algún sentido, adhiere a creencias orientales de reencarnación. Volver una y otra vez para pagar, para perfeccionarnos.

Sí, es así. Mire, yo tengo una mezcla de religiones que he ido acomodando a mi gusto y tal vez... Creo que tengo un exceso de fe... De modo que a veces, inclusive, me encuentro con que mis dudas nacen de ese exceso. De tener demasiados elementos de distintas clases de fe.

Tal vez eso añade ingredientes de misterio a su poesía. Usted misma tiene también un aire de misterio.

Sin embargo no soy más misteriosa que usted. Como decía Raimundo Lulio, todos somos misteriosos porque nadie es visible.

A la luz de esa mezcla de religiones, ¿qué son para usted la vida y la muerte?

Dos estados indisolublemente unidos que realizan recíprocamente sus misterios. No es posible, como decía Henry Miller, alcanzar a una si la otra está ausente. Para mí lo contrario de la vida no es la muerte, sino la nada.

¿Cuál es el origen de su apellido? ¿Hay árabes en sus ancestros?

Mi apellido, el que uso como poeta, Orozco, es de origen vasco. Mi padre, Guliotta, era italiano. De ahí debe venir lo que usted supone árabe.

¿Cuándo empezó su contacto con la poesía? ¿De muy niñita?

Sí, muy niñita. Yo empecé a escribir antes de saber escribir. Interrogaba e interrogaba porque no me complacían las respuestas que me daban. Era una niñita muy tímida, muy medrosa y también muy meditativa y preguntaba cosas que ponían en apuro a las gentes mayores.

¿Qué decían esas preguntas?

Y... "¿Por qué el viento trae sólo viento?", o "¿Tú me ves porque yo te veo o me verías aunque yo no te viera?". Es decir, una pregunta evidentemente berkleriana. Y entonces como no me complacían las respuestas empecé yo a interrogar a las cosas y a contestar mis dudas con ciertas imágenes.

Es decir que hacía algo totalmente insólito para su edad. Las niñas hablan del amor, el cielo, las flores y la primavera.

No, yo no. Escribía sobre las cosas que provocaban mis temores. Cosas que me llenaban de inquietudes.

¿Y qué decía su madre?

Mi madre me oía, sin duda, y anotaba. Y cuando yo cumplí quince años me dio toda una pila de papeles en que estaban esas imágenes que a ella debían parecerle extraordinarias. Pero a mí, que ya me había vuelto muy rigurosa, y muy exigente...

¿Exigente con la palabra o con el pensamiento?

Con ambas cosas. Tenía una terrible autocrítica. Leí todo aquello y me pareció tonto, pueril. Entonces hice una gran pira y lo eliminé.

Quemó todo.

Ahora me arrepiento, porque me habría gustado saber bien qué decía en aquellos años de la infancia. Cosas interesantes, creo. Aunque tal vez me equivoco y mi memoria de hoy es indulgente.

Decir: "Esto no sirve", era una manera de confirmar su identidad. Su madre sería una mujer muy culta si valorizaba esas cosas.

Sí, mamá era una mujer culta y muy inteligente que aceptaba mis preferencias. Yo en casa nunca tuve estorbos de escritura, sino más bien lo contrario. No sólo por el lado de mi madre. También por el de mi padre, que me hizo conocer los clásicos italianos. Dante, Leopardi, traduciéndolos del italiano y del latín a medida que leía. Hubo confianza en mí y apertura sin trasponer los límites, en el sentido de hacerme creer que yo era especialmente talentosa. Había una actitud natural de aceptación, de estímulo. Me hacían sentir que yo era una criatura inteligente, pero nada más allá.

Es evidente que nadie puede vivir de la poesía, ¿cuál es su trabajo?

Siempre trabajé en editoriales. Fui correctora, traductora y en algún momento también periodista. Mucha gente dice "los poetas no trabajan". O también "que trabajen los poetas, que trabajen". Los poetas somos gente que además de trabajar escribimos poemas. Poemas que, aunque sean muy buenos, no podemos convertir en dinero.

Resulta curioso, oscuro, algo que decía Keats y tal vez usted puede aclarar: "El poeta carece de identidad".

Creo que intentó expresar esa situación del poeta que va poniéndose en el lugar de los diversos "yo" de las cosas que toma. Hasta en el "yo" de lo inanimado trata uno de probarse, porque busca ver las cosas desde muy adentro. Alberto Girri decía: "El poeta va despojándose de la realidad mientras el poema progresa".

Algunos escritores frente a la pregunta "para qué escribe" han dicho: "para entender". Recuerdo concretamente a Daniel Moyano y a Clarice Lispector respondiendo así. ¿No es éste su caso?

Sí, claro. Como decía Millot: "Para desarmar la realidad". Tan dura, tan áspera, tan indócil.

Desarmarla y vencerla.

Sí, por supuesto, trasponer las fronteras tan rígidas que me impone.
Una de esas realidades es la muerte, presente en su poesía desde las primeras épocas.

Sí, la muerte y el tiempo están en mi poesía. Y también la memoria. Bueno, éstas son preocupaciones que nos alcanzan a todos, también a los que no son poetas.

Cree en la inmortalidad del alma, claro.

Sí, como creo que en algún lugar hay agua para mi sed.


 Olga Orozco y Alejandra Pizarnik



La poesía es algo tan vinculado a lo subjetivo, tan relacionado con los cambios que el individuo va sufriendo en el transcurso de su vida que yo me pregunto qué pasa cuando el poeta lee cosas que escribió hace treinta o cuarenta años.

Cuando el tiempo ha pasado -usted habla de treinta, cuarenta años-, ya se ha perdido la estructura rígida con que se hizo el poema, suelen verse otras cosas. A través de los años en las sucesivas lecturas se van viendo distintas cosas.

El poema ya no es el mismo porque usted ya no es la misma. Hay algo de lo que ya nadie habla, me refiero a la inspiración. Sin embargo, ¿cómo podría un poeta escribir sin inspiración, a horas fijas, como García Márquez o Vargas Llosa?

Claro que es imposible. Para escribir se necesita un estado especial, un estado de gracia, que algo ha provocado. Después se puede hacer un duro y arduo trabajo. Pero el primer momento es siempre especial.

Cuente de ese momento, el especial.

Tiene que producirse un impulso feliz que puede provenir tanto de una frase como de una música, de una sensación o de una sucesión de sonidos.

¿Nunca está relacionado con un hecho doloroso?

Claro que sí. Cuando hablo de encuentro feliz me refiero al encuentro con el deseo de expresar como debe ser expresada una situación o un sentimiento. Aún cuando lo que se exprese sea la mayor desdicha.

Y esa posibilidad, que nace en usted, de expresar la desdicha, ¿no la ayuda a apaciguarla?

En el momento ayuda porque es una catarsis. Pero yo he escrito muchas cosas cuando ya había ido más allá del alarido. Cuando éste había sido sobrepasado.

¿Se resiste a escribir el alarido?

Sí, al alarido ya lo dieron muy bien los griegos.

Rilke, en "Briefe an einer jungen dichter" (Cartas a un joven poeta), habla del camino hacia la poesía: "Ir bien adentro de nosotros mismos y descubrir los caminos profundos que nos incitan a escribir". ¿Qué diría si tuviera que hablar de ese camino?

Ah, eso es muy difícil, ¿cuál es ese camino? No hay explicación posible. Tendría que hacer un complejo análisis psicológico del paso a paso en el proceso creador. Tal vez sería posible decirlo poéticamente hablando de cómo va uno avanzando, escarbando, subiendo.

Juarroz habla a menudo de la verticalidad en la poesía.

Sí, eso viene de Bachelard, el cual dice que la poesía es vertical porque busca por lo alto y por lo bajo, es decir en la excavación y en la altura. La prosa en cambio es horizontal porque remite a un tiempo coordinado, a un tiempo que se va hilando. La poesía, es evidente, puede proceder, tranquilamente, fuera del tiempo, en grandes saltos respecto al tiempo. Por accesos o por exploración en los mundos más subterráneos.

¿Qué significó para usted escribir en sus comienzos y qué significa hoy?

Creo que la significación es la misma. Y la búsqueda también es la misma. Hay, sí, algún cambio en cuanto a los recursos de que dispongo ahora. Alguna habilidad que da el oficio.

Tal vez menos pelea con la palabra.

La pelea sigue, uno no deja de sentir que en lo que dice siempre hay algo que se escapa. Invariablemente estamos aproximándonos a ese centro que es nuestro objetivo, sin conseguir golpearlo.

¿Y si un día acertara en el blanco?

Es lo que decíamos al comienzo. Eso sería la revelación y nos volvería mudos.


Página/12"
Buenos Aires
27 de julio de 1998



Blog de Olga Orozco


 

Pavana para una infanta difunta



Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se degarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te adrementa el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.

©Olga Orozco



Poesía en primera persona / Eliahu Toker, Caracas, noviembre 2005





En cualquier lugar, siempre que sea aquí.
En cualquier momento,
siempre que sea ahora.
De cualquier color, siempre que sea azul.
En cualquier lengua, siempre que sea en ídish.

"Escrito en sueños", Eliahu Toker



La poesía es como un sueño, es un texto con huecos, que nos incluye y que sigue creciendo dentro de nosotros. Y su materia prima es una palabra cargada de emoción. Esa palabra conmovida, intimida a veces y parecería que hace falta ser también poeta o un estudioso de la literatura para disfrutar de la poesía. Pero la poesía, como toda obra de arte está hecha para que cada uno, absolutamente todos la disfruten.

En la entrada del Museo de Bellas Artes de Boston existe un cartel que dice:

Relájese. El arte está hecho para inspirar. No para intimidar.
No existe una manera correcta de mirar una obra de arte.
No existe una manera incorrecta.
Sólo existe su propia manera.
Relájese. Este es un museo, no un test.

Esto puede aplicarse también a la poesía. Escuchen este sencillo texto del poeta francés Jacques Prevert:

Echó café
en la taza.
Echó leche
en la taza de café.
Echó azúcar
en el café con leche.
Con la cucharilla
lo revolvió.
Bebió el café con leche.
Dejó la taza
sin hablarme.
Encendió un cigarrillo.
Hizo anillos de humo.
Volcó la ceniza
en el cenicero.
Sin hablarme
sin mirarme.
Se puso de pié.
Se puso el sombrero.
Se puso el impermeable
porque llovía.
Se marchó
bajo la lluvia
sin decir palabra
sin mirarme.
Y me cubrí
la cara con las manos.
Y lloré.

El tema de la palabra poética resuena en mí desde la experiencia poética misma, por dos caminos que se alimentan mutuamente: El de escribir poesía y el de traducir poesía. Dos experiencias signadas por un violento y amoroso forcejeo con el propio idioma para que diga lo indecible, un forcejeo como el del patriarca Jacob con el ángel para que me bendiga.
Desde hace muchos años y muchos libros vengo haciendo eso de escribir poesía; sin embargo me resisto a presentarme como poeta. Alguna vez estudié arquitectura y la ejercí durante veinte años. Y aunque hace otros veinticinco que abandoné esa profesión no tengo empacho en reconocerme arquitecto. Un título universitario me avala. ¿Pero poeta? La poesía me sucede, escribe a través de mí, y no siempre me encuentra permeable para atravesarme y hacerse palabra. Tengo iluminaciones pero no soy un iluminado. Alguna vez lo dije así:

No soy el gran poeta del salto planetario
o la palabra oceánica.
soy el pequeño artesano
que sigue, alumbrado por su verso,
el calor de su propia angustia
o el recorrido pluvial de la ternura
sobre el reverso de su piel.

Soy el oído desplegado sobre sí mismo
desde el paladar hasta la planta de sus pies
descifrando pausada, tensamente,
la oscura línea de fractura
entre sueño y piel.

Borges decía que “La poesía no se elige, no es una profesión. Simplemente sucede que a veces habla en uno.” Otro autor, menos prestigioso que Borges pero más gráfico, decía que escribir poesía es una cosa muy sencilla. Todo lo que hay que hacer es sentarse ante una hoja de papel en blanco y abrirse una vena.

Partiendo de la confesada ignorancia de los poetas acerca de la fuente de su propia inspiración, Freud equiparaba la tarea poética al juego infantil, sosteniendo que ambas, al igual que el humor y la fantasía adultas, procurarían hacerle pase de magia, hacerle como los toreros al toro, una verónica a la realidad, para escapar de ella y procurarse placer. No sé si es exactamente eso. Para mí, lo que hace la poesía es tratar de expresar, forzando el lenguaje, algunas sensaciones, emociones, imágenes, que se nos imponen y para las que no nos alcanzan las palabras comunes, las palabras transitadas. Y el desafío consiste, precisamente en decir eso indecible, con las palabras comunes a todos, transitadas por todos.

Yo diría que la relación entre el poeta, la realidad y el placer o entre el humor y la realidad, admite muchísimos matices y se me ocurre bastante complejo y diverso. Finalmente la menor mirada, el menor contacto, la mínima entonación, todo es máscara y transparencia, todo es texto y traducción, interpretación. Exorcismo de miedos y fantasmas mediante la sutil materia de la palabra, en el límite del misterio que somos. Y la tarea del poeta es la de andar delicadamente sobre el filo de la transparencia sin caer en ella; sosteniendo el escándalo de la ambigüedad, de la intuición, del deseo, de la ternura, de lo que verdaderamente nos preocupa, nos conmueve, este enigma que nos constituye, un espanto y una belleza insoportables.

Para decirlo con las palabras del gran arquitecto americano Louis H. Sullivan:

Uno no ve nada, en cuyo caso está satisfecho.
Pero una vez que uno ha penetrado bajo la superficie
uno ve tanto que se asombra;
luego ve un poco más y se desconcierta;
otro poco aún, y se asusta,
otro poco más y se enamora apasionadamente;
otro poco más y se llega a un estado morboso.
Más allá no sé qué sucede,
no he ido más lejos.

Yo creo que la facultad poética se conjuga en la primera persona del singular, y su punto de partida es abrirse a la conciencia de ser parte del misterio, aprendiendo a desconocerse, a mirarse como a un otro, a saber que uno es diferente de todos los demás, del mismo modo que lo son todos los demás. El arte poético comienza estando al acecho de las propias emociones y cazándolas vivas, con una red de palabras antes de que se enfríen,. Al menos ésta es mi experiencia. Mis poemas nacen cuando ellos quieren. Salvo cuando una conmoción extraordinaria da a luz de un tirón un poema que no permite que le corrijan una coma, --me sucedió alguna vez bajo impacto de cierta muerte imposible-- salvo ese caso, mis poemas se construyen por oleadas, a partir de una suerte de iluminación, que rescata de las tinieblas un resquicio en el misterio que me constituye, o brinda volumen a una inesperada relación conmovedora con algo que me rodea o me sucede. Entonces, en una especie de sueño a ojo abierto, en una sobria borrachera de imágenes y palabras, la pluma se vuelve una prolongación del brazo, del cuerpo y comienza a balbucear sobre el papel un texto, a menudo informe, mientras uno, inclinado sobre sí mismo, se observa escribir, en un extraño desdoblamiento. Uno escribe a veces gozosa, torrencialmente, y a veces con la oscura sensación de andar territorios peligrosos, arrancándose palabras del silencio y las tinieblas, haciendo equilibrio sobre el borde mismo de lo absoluto y la locura.

Cuando ese momento concluye uno encuentra sobre el papel un material recién nacido, palpitante, retazos palabreros de un sueño, demasiado empapados todavía de uno mismo como para juzgarlo, como para corregirlo. Aprendí a olvidar prolijamente ese sedimento rico e informe hasta que se enfría. Recién entonces lo puedo retomar, y puedo discriminar con sentido crítico qué palabras, qué imágenes no perdieron la conmoción original y siguen vivas. Allí comienza una otra manera de la creatividad, la verdadera aventura de construir el poema, suerte de montaje poético con algo de sueño conducido, teniendo por herramientas la intuición en una mano y el oficio en la otra. Ahí comienza el oficio del poeta, pulir, corregir, escuchar y sentir cada palabra como nueva, como ajena. Oscar Wilde solía decir que a un poema hay que trabajarlo tanto, hasta que parezca no haber costado ningún trabajo. El objetivo a lograr es un poema que provoque, por resonancia una conmoción similar a la de aquella iluminación primera.

Para lograrlo uno vuelve y vuelve a pulir el texto, afinando la sonoridad y desbrozando el follaje palabrero para que, con las palabras más sencillas resplandezca al trasluz la idea poética, el descubrimiento a compartir. Vaya como ejemplo que yo quiero:

La pesada plancha y la tijera de sastre
tenían la forma de las manos de mi padre.

El día y la noche, el dinero y la miseria
tenían la forma de las manos de mi padre.

La bronca y la dicha, el poder y la vergüenza
tenían la forma de las manos de mi padre.

El frío y la sombra, el llanto y la esperanza
tenían la forma de las manos de mi padre.

La mesa y la casa, la risa y la tristeza
tenían la forma de las manos de mi padre.

Cuando salí a la calle y me mire las manos
tenían la forma de las manos de mi padre.

Mi padre tenía unas hermosas manos y este poema nació como una simple evocación poética de su mundo, a partir de un verso que se me fue imponiendo por su propia cadencia:

TENIAN LA FORMA DE LAS MANOS DE MI PADRE

Al ir construyendo el poema se me impuso por su propio peso y para mi propia sorpresa ese último par de versos que resignifican a todos los demás y sin los cuales el poema no existe:

CUANDO SALI A LA CALLE Y ME MIRE LAS MANOS
TENIAN LA FORMA DE LAS MANOS DE MI PADRE

Yo que tanto quería diferenciarme de él, que creía haberlo logrado, era puesto por ese verso frente a un espejo desde el que yo me miraba con su rostro; un espejo al que no podía desmentir.

En el caso particular de mi poesía, los temas familiares ocupan un lugar importante, movido por las conmociones más viscerales. Dediqué a la muerte de mi madre un largo Kadish que abría un poemario que titulé, consciente y paradójicamente, LEJAIM, por la vida. Por otra parte, a la muerte de mi padre –a mi edad estamos hechos también a la medida de estas experiencias—a la muerte de mi padre, le dediqué un largo capítulo en el penúltimo libro de poemas mío, titulado PADRETIERRA. Allí escribí, entre otras cosas:

Frente a su ataúd me rasgaron la ropa
dejando mi orfandad a la intemperie.

Convoqué a papá, el sastre,
y él se incorporó en su caja
a zurcirme el desgarrón
con puntada prolija y menuda.

Sin hilo
tiraba una y otra vez de la aguja
y la herida iba haciéndose
más ancha y más profunda.

Y también:

En cuanto llego a casa telefoneo a mi padre
distraído de que acaba de estrenar ausencia.
De pronto me acuerdo y corto de inmediato,
no sea que papá atienda.

Pero no sólo de muerte están hechos los poemas íntimos, familiares. De mi mujer escribí:

Clara lava la vajilla

Toma afectuosamente un plato
y como si le enjabonara
el pecho y la espalda a un chico,
lo enjabona cuidadosamente
del revés y del derecho.
Acariciándolo luego con toda la mano
de ambos lados
lo enjuaga bajo el grifo
para dejarlo
de pie en la rejilla de madera,
recién bañado,
chorreando agua como un chiquito.

Después toma otro plato y otro y otro,
y luego los vasos, las tazas, los cubiertos
uno a uno
y trata a todos con idéntica ternura
con una dedicación pareja,
con ese afecto
que alienta en cada uno de sus gestos.

Como ven, en mi poesía, sobre todo en la familiar, privilegio la imagen sencilla, expresiva. De mis hijos, siendo chicos, escribí:

Una ardilla y una paloma
se apropiaron la geografía de nuestra casa.

Mi hijo la ardilla, dispara pies y manos
con la velocidad de la mirada.
Sólo se detiene ante las cosas que se mueven,
arma barcos enormes con sillas y almohadas
y desarma argumentos con unos ojos negros
listos para la fantasía y para la humorada.

Mi hija la paloma, anda con paso afectuoso por la casa.
Dándose tiempo acuna sus muñecas,
arropa la tortuga y sonríe con toda la cara.
Su paso se demora frente al espejo
descubriendo su cuerpito
perfumado por la gracia.

Cuando la ardilla y la paloma duermen
toda la casa, solemne de pronto, calla.

Y mis poemas más recientes, como supondrán, tienen por personajes a mis nietos. Algunos textitos cortos:

PASEO: Vamos, su manito en mi mano,
¿pero quién conduce a quién?
Yo lo llevo a la plaza, él, a mi niñez.
A la mano de mi padre,
--grande, nerviosa, callada--
a las manos de mis hijos,
la alegre y vivaz de su madre,
la inquieta de su tío...

Pero llegamos a la plaza:
Abro mi mano
y las suyas se hacen alas.

EXTRAÑO PÁJARO: Desde hace años está prohibido
circular por Buenos Aires a caballo.
Pero Martín, trasgresor nato,
no tiene empacho en andar por la avenida
a cara descubierta, cabalgando.
Montado sobre mis hombros va al trote
y para peor, cantando.
Sus piernitas en mis manos, sus brazos extendidos
somos una extraña suerte de pájaro.
Y así, entre vuelo y canto
se nos va la tarde, galopando. (marzo 2001)

El MIEDO de los BUENOS: Martín es Tarzán, Batman y El Zorro,
un Power-Ranger, un pirata y Superman.
Fuerte y valiente, a espada o puño limpio
lucha casi siempre del lado de los buenos.
De pronto se detiene y pregunta:
“¿Los malos también tienen miedo?” (febrero 2002)

ZOOLÓGICO: En su primera visita al Zoológico
Martín observó a los animales:
El león y el “hipopota”
le dieron miedo y le resultaron malos
por sus rugidos uno, por su bocaza el otro.
En cambio el elefante, la jirafa y los monos
eran, a sus ojos, buenos “mostros”.

También así, a su manera, observa a la gente:
Uno lo presenta orgulloso a un amigo
y Martín, tras echarle un vistazo,
le descerraja tajante un “no guta”
y se abraza fuerte a uno
o simpatiza con el amigo a primera vista
y le sonríe con todo el rostro.
Temprano descubrió Martín
que el mundo todo es un zoológico. (abril 2001)

Espero no haber aburrido demasiado a quienes no tienen nietos. Además, no sólo de temas familiares está hecha mi poesía. Allá por 1980 publiqué un libro de poemas que titulé HOMENAJE a ABRAXAS. Abraxas es una divinidad que aparecía en el Demián de Herman Hesse, una divinidad que reunía en sí al mismo tiempo lo angélico y lo demoníaco, y esa imagen me interesó, fue un descubrimiento de mi madurez, quebrando lo esquemático, la mirada rígida de buenos y malos como entes separados. Los héroes bíblicos son todos humanos, multifacéticos. Y ese poemario mío comenzaba precisamente con un poema que decía así:

Exagero
como las pesadillas y los cuentos
para no mentir ni que me crean.

Soy la doble imagen del espejo,
judaísmo diestro: mano sonrisa y sueño;
judaísmo siniestro: ojo, cerebro y culpa.
Uno me ata a la vida, el otro a la palabra yerta;
uno me nutre, el otro me atormenta;
uno me enorgullece, el otro me avergüenza;
uno me rejuvenece, el otro me avejenta.
Soy simultáneamente la gran ciudad y la pequeña aldea;
el vuelo loco y la piedra;
la superstición, la sutileza, la aristocracia y la miseria.

Como las pesadillas y los cuentos
exagero
para no mentir ni que me crean.

A esta misma línea pertenece mi poema “Los dueños de las dudas” que dice así:

En la vereda de enfrente
están los dueños de la verdad escriturada,
los propietarios de la seguridad
del ignorante;
de este lado estamos nosotros,
los dueños de las dudas
sentados a una larga mesa en llamas.

Somos
los que sabemos que no sabemos.
Los que sabemos que no es luz esta claridad,
que este permiso no es la libertad,
que este mendrugo no es le pan
y que no existen una sola realidad
ni una única verdad.

Somos
los hijos de los profetas
pero también hijos de aquellos
a quienes los profetas maldecían; somos
los que desafinan en los coros de los istas.

Somos
los que confían en la marcha de la historia
sin darla por sobreentendida.
Escépticos y optimistas,
compartimos el pan de la duda,
sentados a una larga mesa en carne viva.

También hay poemas míos producto de algunos viajes a sitios que me conmovieron, como Masada:

Aferradas como manos a la roca judía,
las ruinas siguen de pie, prestando testimonio.
Trescientos metros más abajo
los romanos, hechos polvo,
son fantasmas que amenazan todavía la memoria.

Sin territorio bajo su tierra,
con una Biblia en su pasado
y un futuro de profetas,
Israel sigue cercada en el recuerdo
por hordas nazis que queman el ghetto de Masada,
mientras las fortalezas de Vilna y de Varsovia
caen en manos de las legiones romanas.

Y el siguiente está escrito tras andar Jerusalén antigua:

Rodeada de murallas
cuya caída vuelve a estallar en la memoria
con las copas quebradas
bajo los palios nupciales,
Jerusalén antigua,
anclada en Israel tras todos los exilios,
yergue su muro judío
palpado y hendido por manos familiares
que deslizan mensajes en sus brechas
para que el muro intervenga en su destino.

Bueno, creo que ya es tiempo de detenerme. Termino con un poemita cuyo epígrafe es un refrán ídish: “Vivir vale la pena aunque sólo sea por curiosidad”. Este textito se titula “Escrito en sueños” y dice:

En cualquier lugar, siempre que sea aquí.
En cualquier momento,
siempre que sea ahora.
De cualquier color, siempre que sea azul.
En cualquier lengua, siempre que sea en ídish.


Muchas gracias.


Caracas, Noviembre 2005





Viviana Marcela Iriart: “La Casa Lila”. Dos Fragmentos de Recuerdos aún no olvidados... de una desesperación/ artículo de Félix Esteves, Caracas noviembre 2011


El Rosedal, Buenos Aires octubre 2011



Una Impresión muy personal sobre "Vivi"


 Viviana Marcela Iriart nace en La Plata, a mediados del siglo pasado, cuando Argentina crecia vertiginosamente y se deslumbraba como una de las grandes naciones del mundo, pero Vivi como le decimos los amigos, poco disfruto de esa riqueza, como mucho de los argentinos, que vieron quebrantados sus sueños de libertad por las duras y demoníacas dictaduras que ensombrecieron la pampa, el esterero, el majestuoso Aconcagua, los suelos de hielo de la Antártida albiceleste.

Buscada y encarcelada en su tierra por mostrar manos al cielo, por gritar libertad, y escribir con mordacidad e inteligencia los hechos erróneos y horrores de la dictadura, tiene que exiliarse a otros mundos: abandona tristemente el cielo sureño y su vista se dirige al norte, a un poco más de la línea ecuatorial, pisando tierras venezolanas, aunque dejo su pensamiento y su corazón – como diría Eladia Blazquez- … “mirando al Sur”.

Poco a poco se abre camino en el mundo cultural en Venezuela ejerciendo diferentes cargos en el mundo teatral y periodístico. Viviana se adapta rápidamente al mundo de una Venezuela pujante y saudita, sin olvidar sus raíces, sin desmemoriar su pasado. Todavía en sus letras se oyen altos ecos de aquella rebeldía de su juventud, Viviana cambia su exterior como los arboles en el tiempo, pero que aún sin hojas, que aún sin flores, que aún sedientos en verano, siguen dando frutos: sus frutos son sus cuentos, sus novelas, su esplendida prosa.

La sombra de un gobierno dictatorial y los viejos temores regresan a ella cuando se monta al poder un militar en Venezuela, la escritora y periodista vuelve su mirada al Sur, y sin casi avisar, como hacen las aves migratorias retorna su viaje al frio… a la aciaga tierra de Storni, Cortázar y Gardel. Desde City Bell nos llegan sus trabajos, sus letras bañadas de “Oro y Plata”.

Me imagino a Vivi, como la María de Aníbal Troilo y Cátulo Castillo “como el paisaje de la Melancolía, que llovía...llovía, sobre la calle gris”... escribiendo ahora con sus pies y su mente en su tierra azul, con su cabello negro ahora teñido de blancos y grises pensamientos y recuerdos, pero de seguro con su corazón mirando al azul venezolano de un Mar Caribe.

©FélixEsteves
Caracas, 21 de noviembre de 2011





La Casa Lila  de viviana marcela iriart  (fragmento)



 




Capítulo VII

(...) Me alejo y me siento en un sillón. Qué placer poder mirar sin consecuencias. Me gusta observar a la gente, adivinar sus vidas por sus gestos, un gesto dice más que mil palabras.
En este país las personas, en general, tienen la mala costumbre de vivir no como quieren sino como deben, siguiendo normas que nadie sabe quién ni cuándo creó. El uso de la libertad es un derecho duramente castigado. Es como si dijeran: si yo me someto, todos deben someterse. 

Siempre que regreso siento que me colocan un corsé, y encima de una talla más pequeña del que me corresponde. 

No encajo, nunca encajé. 

Quizá por eso me fui. 

Porque a una extranjera se le tolera que no conozca las reglas, simplemente está fuera de ellas. 

Una extranjera, además, nunca encaja, desde el exacto momento en que abre la boca y un acento extraño golpea los oídos nacionales, molestando. 

Pero duele menos ser extranjera en país ajeno que ser tratada como extranjera en tu propio país.
Ninguna diferencia se perdona, racial, sexual, religiosa, pero la diferencia que menos se perdona es el ejercicio de la libertad. Por ella supuestamente matamos pero por sobre todo, nos matan.(...)



Capítulo XI

Pasan tres niños pequeños montados en un viejo caballo grande. 

Pasa la niña que fui yendo a la escuela en sulky. 

Los niños ríen, son felices. 

También yo lo era, entonces. 

Se paran delante de una mora rozagante de frutos y las manitas revolotean en el aire, desesperadas. 

El caballo pasta, tranquilo, indiferente a sus brincos. 

La mora baja sus ramas para amamantar a los niños con su leche negra.



©Viviana Marcela Iriart
La Casa Lila

Fotomontaje:  ©Félix Esteves






Lesbianas de Papel en Caracas: Lectura y discusión de “Noche con Nieve y Amantes” de Dinapiera Di Donato, miércoles 30 de noviembre de 2011





El próximo miércoles 30 de noviembre a las 7 p.m se hará  lectura y  discusión de la novela “Noche con Nieve y Amantes” de la escritora Dinapiera Di Donato, moderado por Cecilia Torres.  Para mayor información comunicarse con el teléfono  632.52.91

Dinapiera Di Donato: Narradora y poeta venezolana, nació en Upata, Bolívar en 1958. Cursó una licenciatura, maestría y DEA en estudios hispanoamericanos en la Université de Paris VIII (Francia). En Venezuela fue profesora agregada en la Universidad de Oriente. Cursa estudios doctorales en el Graduate Center de Cuny y enseña español y francés en universidades de Nueva York. Ha obtenido, entre otros, el Premio de Poesía Ateneo de Guayana (1986), el Premio de Narrativa Bienal Daniel Mendoza del Ateneo de Calabozo (1989), el Premio de Narrativa X Bienal José Antonio Ramos Sucre (1990), el Premio de Narrativa Alfredo Armas Alfonzo (1994) y el Premio de Narrativa Concurso Literario Universidad de Oriente (1997). Fue colaboradora de diarios y revistas venezolanas y de la revista Correo de la Unesco. Relatos y poemas suyos han aparecido en antologías como: Timor: do poder das armas a força do amor (Portugal, 2002), Las voces de la hidra, la poesía venezolana de los años 90 (Venezuela, 2002), El hilo de la voz (Venezuela, 2003) y Aquí me tocó escribir (España, 2006), entre otras. Ha publicado Noche con nieve y amantes (Fundarte, Caracas, 1991), La sonrisa de Bernardo Atxaga (Fondo Editorial Predios, Upata, 1995) y Desventuras del ocio (Fondo Editorial del Estado Sucre, Cumaná, 1996).


 
Programación completa

Miércoles 02 de Noviembre de 2011, 7pm
I. Sexo, sexualidad y poder
II. Feminidad, feminismo y lesbianismo: Aproximación al lenguaje público
de la lesbiana dentro de la sociedad

Miércoles 09 de Noviembre de 2011, 7pm
III. Erotismo y lesbianismo
IV. Literatura lesbiana, performatividad y personaje

Miércoles 16 de Noviembre de 2011, 7pm
V. Representación
Heteronormatividad y experiencia sexual lésbica / Lectura y discusión de
fragmentos de “La Flor Escrita” de Carlos Noguera.

Miércoles 23 de Noviembre de 2011, 7pm
VI. Representación de la lesbiana en la lógica de la novela erótica: Erotismo
y lesbianismo / Lectura y discusión de fragmentos de “La Favorita del Señor” de
Ana Teresa Torres.

Miércoles 30 de Noviembre de 2011, 7pm
VIII. Representación de la lesbiana desde la mirada del lesbianismo: El
lesbianismo entre líneas / Lectura y discusión de narraciones de “Noche con Nieve y Amantes” de Dinapiera Di Donato.


Arquivo N: Homenaje a Elis Regina, Tv Globo, 2002



















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Participación especial: Fernanda Montenegro