La
poetisa argentina Olga Orozco (1920-1999) fue dueña de un lenguaje poético
sutil, imaginativo y armonioso. Ubicada en la generación argentina del
cuarenta, conocida también como neorromántica, ganó el Premio de Literatura
Latinoamericana Juan Rulfo en 1998.
Ha publicado, entre otros, "Desde lejos",
"Las muertes", "Los juegos peligrosos", "La oscuridad
es otro sol", "Museo salvaje", "Mutaciones de la
realidad", "La noche a la deriva", "También luz es un
abismo" y "Relámpagos de lo invisible". En oportunidad de la
publicación de "Eclipses y fulgores", la periodista María Esther
Gilio (1928) la entrevistó para el diario "Página/12" de Buenos Aires
en su edición del 27 de julio de 1998.
Dice Alberto Girri: "Contra el silencio y el
bullicio invento la palabra". ¿Qué significa la palabra para usted? ¿Qué
busca en la palabra?
No quiero oponerme al
silencio: yo creo que la palabra también puede ser silencio. Inclusive puede
ser dos veces silencio. Es silencio algo que se le revela, pero que es
indecible. Y es silencio definitivo cuando se presenta la revelación, que tan
pocos alcanzan, y que hace inútil la palabra, porque allí el silencio es una
especie de bienaventuranza.
Que usted alcanzó alguna vez...
No, pensaba en los místicos.
Supongo que Santa Teresa, San Juan de la Cruz deben haber llegado a un momento tal en que
el silencio lo colmaba todo.
¿Quiere decir que jamás cayó en ese silencio que
sigue a la revelación?
Jamás alcancé lo inefable.
En cambio la dificultad sí me alcanzó y me alcanza. Muchas veces. Lo inefable
lo estoy esperando... Pero quién puede saber si llegará alguna vez.
Parece en una línea muy religiosa. Esa sensación
tiene uno leyéndola.
Si yo le dijera cómo
definiría la poesía... Aunque las definiciones siempre dejan partes afuera.
¿Cómo la definiría?
Yo elegiría las palabras de
Howard Nemeroff, el poeta norteamericano, quien dice que es "la tentativa
de apremiar a Dios para que hable".
Su poesía es casi una ilustración de esta frase.
Usted acucia a Dios para que hable, lo arrincona para que responda.
Sí, eso es verdad. Mi poesía
creo que siempre ha tendido a ir un poco más allá y otro, y otro, en el
conocimiento de las cosas. Su constante ha sido una interrogación que tenía
como respuesta otra interrogación que llevaba más allá, cada vez más allá,
hacía sucesivas interrogaciones.
En usted la poesía no es un nunca un canto a la vida,
a la alegría o al dolor. Uno siente que esa persona, profundamente conmovida
por el dolor o la belleza, se detuvo, y luego dio otro paso para preguntar
"por qué". Por qué el dolor, por qué la muerte, por qué la belleza.
Sí, es una respuesta final
la que uno espera. Es decir, uno busca una respuesta que las colme a todas. Hay
dos frases de Mauricio Blanchot que siempre me han impresionado: "La
pregunta es el deseo del pensamiento", dice. Y añade: "La respuesta
es la desgracia de la pregunta". Porque evidentemente la pregunta en sí
tiene miles de posibilidades, miles de solicitaciones, de palabras, de giros
que están buscando encarnarse en esa respuesta. Ahora, una vez que se elija una
respuesta, están eliminadas todas las otras posibilidades.
Siempre habla de otro mundo, otros mundos, tal vez
paralelos a éste. Uno siente que, en algún sentido, adhiere a creencias
orientales de reencarnación. Volver una y otra vez para pagar, para
perfeccionarnos.
Sí, es así. Mire, yo tengo
una mezcla de religiones que he ido acomodando a mi gusto y tal vez... Creo que
tengo un exceso de fe... De modo que a veces, inclusive, me encuentro con que
mis dudas nacen de ese exceso. De tener demasiados elementos de distintas
clases de fe.
Tal vez eso añade ingredientes de misterio a su
poesía. Usted misma tiene también un aire de misterio.
Sin embargo no soy más
misteriosa que usted. Como decía Raimundo Lulio, todos somos misteriosos porque
nadie es visible.
A la luz de esa mezcla de religiones, ¿qué son para
usted la vida y la muerte?
Dos estados indisolublemente
unidos que realizan recíprocamente sus misterios. No es posible, como decía
Henry Miller, alcanzar a una si la otra está ausente. Para mí lo contrario de
la vida no es la muerte, sino la nada.
¿Cuál es el origen de su apellido? ¿Hay árabes en sus
ancestros?
Mi apellido, el que uso como
poeta, Orozco, es de origen vasco. Mi padre, Guliotta, era italiano. De ahí
debe venir lo que usted supone árabe.
¿Cuándo empezó su contacto con la poesía? ¿De muy
niñita?
Sí, muy niñita. Yo empecé a
escribir antes de saber escribir. Interrogaba e interrogaba porque no me
complacían las respuestas que me daban. Era una niñita muy tímida, muy medrosa
y también muy meditativa y preguntaba cosas que ponían en apuro a las gentes
mayores.
¿Qué decían esas preguntas?
Y... "¿Por qué el
viento trae sólo viento?", o "¿Tú me ves porque yo te veo o me verías
aunque yo no te viera?". Es decir, una pregunta evidentemente berkleriana.
Y entonces como no me complacían las respuestas empecé yo a interrogar a las
cosas y a contestar mis dudas con ciertas imágenes.
Es decir que hacía algo totalmente insólito para su
edad. Las niñas hablan del amor, el cielo, las flores y la primavera.
No, yo no. Escribía sobre
las cosas que provocaban mis temores. Cosas que me llenaban de inquietudes.
¿Y qué decía su madre?
Mi madre me oía, sin duda, y
anotaba. Y cuando yo cumplí quince años me dio toda una pila de papeles en que
estaban esas imágenes que a ella debían parecerle extraordinarias. Pero a mí,
que ya me había vuelto muy rigurosa, y muy exigente...
¿Exigente con la palabra o con el pensamiento?
Con ambas cosas. Tenía una
terrible autocrítica. Leí todo aquello y me pareció tonto, pueril. Entonces
hice una gran pira y lo eliminé.
Quemó todo.
Ahora me arrepiento, porque
me habría gustado saber bien qué decía en aquellos años de la infancia. Cosas
interesantes, creo. Aunque tal vez me equivoco y mi memoria de hoy es
indulgente.
Decir: "Esto no sirve", era una manera de
confirmar su identidad. Su madre sería una mujer muy culta si valorizaba esas
cosas.
Sí, mamá era una mujer culta
y muy inteligente que aceptaba mis preferencias. Yo en casa nunca tuve estorbos
de escritura, sino más bien lo contrario. No sólo por el lado de mi madre.
También por el de mi padre, que me hizo conocer los clásicos italianos. Dante,
Leopardi, traduciéndolos del italiano y del latín a medida que leía. Hubo
confianza en mí y apertura sin trasponer los límites, en el sentido de hacerme
creer que yo era especialmente talentosa. Había una actitud natural de
aceptación, de estímulo. Me hacían sentir que yo era una criatura inteligente,
pero nada más allá.
Es evidente que nadie puede vivir de la poesía, ¿cuál
es su trabajo?
Siempre trabajé en
editoriales. Fui correctora, traductora y en algún momento también periodista.
Mucha gente dice "los poetas no trabajan". O también "que
trabajen los poetas, que trabajen". Los poetas somos gente que además de
trabajar escribimos poemas. Poemas que, aunque sean muy buenos, no podemos
convertir en dinero.
Resulta curioso, oscuro, algo que decía Keats y tal
vez usted puede aclarar: "El poeta carece de identidad".
Creo que intentó expresar
esa situación del poeta que va poniéndose en el lugar de los diversos
"yo" de las cosas que toma. Hasta en el "yo" de lo
inanimado trata uno de probarse, porque busca ver las cosas desde muy adentro.
Alberto Girri decía: "El poeta va despojándose de la realidad mientras el
poema progresa".
Algunos escritores frente a la pregunta "para
qué escribe" han dicho: "para entender". Recuerdo concretamente
a Daniel Moyano y a Clarice Lispector respondiendo así. ¿No es éste su caso?
Sí, claro. Como decía
Millot: "Para desarmar la realidad". Tan dura, tan áspera, tan
indócil.
Desarmarla y vencerla.
Sí, por supuesto, trasponer
las fronteras tan rígidas que me impone.
Una de esas realidades es la
muerte, presente en su poesía desde las primeras épocas.
Sí, la muerte y el tiempo
están en mi poesía. Y también la memoria. Bueno, éstas son preocupaciones que
nos alcanzan a todos, también a los que no son poetas.
Cree en la inmortalidad del alma, claro.
Sí, como creo que en algún
lugar hay agua para mi sed.
Olga Orozco y Alejandra Pizarnik
La poesía es algo tan vinculado a lo subjetivo, tan
relacionado con los cambios que el individuo va sufriendo en el transcurso de
su vida que yo me pregunto qué pasa cuando el poeta lee cosas que escribió hace
treinta o cuarenta años.
Cuando el tiempo ha pasado
-usted habla de treinta, cuarenta años-, ya se ha perdido la estructura rígida
con que se hizo el poema, suelen verse otras cosas. A través de los años en las
sucesivas lecturas se van viendo distintas cosas.
El poema ya no es el mismo porque usted ya no es la
misma. Hay algo de lo que ya nadie habla, me refiero a la inspiración. Sin
embargo, ¿cómo podría un poeta escribir sin inspiración, a horas fijas, como
García Márquez o Vargas Llosa?
Claro que es imposible. Para
escribir se necesita un estado especial, un estado de gracia, que algo ha
provocado. Después se puede hacer un duro y arduo trabajo. Pero el primer
momento es siempre especial.
Cuente de ese momento, el especial.
Tiene que producirse un
impulso feliz que puede provenir tanto de una frase como de una música, de una
sensación o de una sucesión de sonidos.
¿Nunca está relacionado con un hecho doloroso?
Claro que sí. Cuando hablo
de encuentro feliz me refiero al encuentro con el deseo de expresar como debe
ser expresada una situación o un sentimiento. Aún cuando lo que se exprese sea
la mayor desdicha.
Y esa posibilidad, que nace en usted, de expresar la
desdicha, ¿no la ayuda a apaciguarla?
En el momento ayuda porque
es una catarsis. Pero yo he escrito muchas cosas cuando ya había ido más allá
del alarido. Cuando éste había sido sobrepasado.
¿Se resiste a escribir el alarido?
Sí, al alarido ya lo dieron
muy bien los griegos.
Rilke, en "Briefe an einer jungen dichter"
(Cartas a un joven poeta), habla del camino hacia la poesía: "Ir bien
adentro de nosotros mismos y descubrir los caminos profundos que nos incitan a
escribir". ¿Qué diría si tuviera que hablar de ese camino?
Ah, eso es muy difícil,
¿cuál es ese camino? No hay explicación posible. Tendría que hacer un complejo
análisis psicológico del paso a paso en el proceso creador. Tal vez sería
posible decirlo poéticamente hablando de cómo va uno avanzando, escarbando,
subiendo.
Juarroz habla a menudo de la verticalidad en la
poesía.
Sí, eso viene de Bachelard,
el cual dice que la poesía es vertical porque busca por lo alto y por lo bajo,
es decir en la excavación y en la altura. La prosa en cambio es horizontal
porque remite a un tiempo coordinado, a un tiempo que se va hilando. La poesía,
es evidente, puede proceder, tranquilamente, fuera del tiempo, en grandes
saltos respecto al tiempo. Por accesos o por exploración en los mundos más
subterráneos.
¿Qué significó para usted escribir en sus comienzos y
qué significa hoy?
Creo que la significación es
la misma. Y la búsqueda también es la misma. Hay, sí, algún cambio en cuanto a
los recursos de que dispongo ahora. Alguna habilidad que da el oficio.
Tal vez menos pelea con la palabra.
La pelea sigue, uno no deja
de sentir que en lo que dice siempre hay algo que se escapa. Invariablemente
estamos aproximándonos a ese centro que es nuestro objetivo, sin conseguir
golpearlo.
¿Y si un día acertara en el blanco?
Es lo que decíamos al
comienzo. Eso sería la revelación y nos volvería mudos.
Página/12"
Buenos Aires
27 de julio de 1998
Blog de Olga Orozco
Pavana para una infanta
difunta
Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se degarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te adrementa el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se degarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te adrementa el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.
©Olga Orozco