la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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RAPSODIA VI Coda ritual de un fugado musical llamado Tadeusz Kantor por José Augusto Paradisi Rangel, México, abril 2022/ Foto: Roland Streuli

 


 

Cortesía Roland Streuli




 

Es imposible dejar de enviar mensajes telepáticos de agradecimiento a Carlos Giménez desde hace 40 años. Recién llegado de la hambruna polaca de 1981, estrategia ultraísta que los regímenes comunistas imponen cuando perciben que Roma se levanta; sacan sus liras con cuerdas de ideologías y propagandas oxidadas a fuerza de tantas mentiras, nada que afine con las aspiraciones más justas de los pueblos, nada que mengüe su sed de justicia. Me presento ante Carlos y cree en mí, como lo he dicho en la rapsodia anterior, para ser el asistente y traductor de un genio como Kantor cuya obra actualmente se justiprecia a nivel universal: coloso perteneciente a la pléyade rutilante de los inmensos artistas de todos los tiempos. Carlos, no dejo de pensar agradecido cotidianamente, que me habías bautizado en las aguas del Jordán de tu sensibilidad y tatuado el compromiso inalterable con el “coraje de los persas”, es decir, la dignidad humana.

Hoy, mi querida Viviana Marcela Iriart me despierta con un Whatssap. Me comparte una fotografía del maestro suizo enamorado de Venezuela, Roland Streuli quien, en la efervescencia de los Festivales Internacionales de Teatro de Caracas, era omnipresente en todos los espectáculos cámara en mano y pasión testimonial. A mi derecha mi Maestro Tadeusz Kantor, de aquí a la eternidad y un día más, (usufructuando el bellísimo titulo de una obra maestra cinematográfica del inmenso griego Theo Angelopoulos), abrazándonos al centro nuestro querido Roland y yo a la izquierda con la melena leonina de un rebelde salido de una residencia del Opus Dei de Caracas en busca de su naturaleza cósmica, que no de pécora inseminada con los micro chips de los castigos celestiales, por intentar leer los códigos de su piel. Esa fotografía fue el detonante para esta rapsodia. Otra vez mi gauchita me puso en un cohete, en una órbita celeste.

Lo que aprendí del Maestro no cabe en una rapsodia, dentro de un anecdotario, es más un evangelio de altísimo compromiso místico y estético. Una frase me quedó desde el día de mi traducción simultánea en Los Espacios Cálidos de Ateneo de Caracas frente a un público de inconmensurables talentos y trayectorias artísticas: -La Crisis del hombre del siglo XX es su pérdida de capacidad ritual, dijo el genio. Y aquí jamás hubo punto y aparte. Esa sentencia, años después me llevó a abandonar los pinceles para escribir mi tesis de grado como Licenciado en Artes Visuales, Mención Pintura, de la E. N. P E. G. La Esmeralda, célebre escuela de artes de Ciudad de México que fundaron Frida Kahlo y Diego Rivera, titulada Armando Reverón, el pintor iniciado. Kantor hería  mis venas con sus agujas rituales desde Wielopole, Wielopole. 266 páginas donde me involucré con la Historia de la Magia y Chamanismo, con Frazer y su Rama Dorada, con Mircea Eliade, con Levi Strauss y sus Mitológicas, con San Juan de la Cruz, con Gombrich, Picón Salas, psiquiatras y anti-psiquiatras para descifrar en la pintura ritual de Armando Reverón ese vaso comunicante con mi maestro polaco, desnudo de todo anecdotario y juego de luces. Luz blanca más nada, sin las sombras de las ruinas psicológicas que supone la memoria. Sin ningún relato postal de cromatismos excedidos para satisfacer gringos acaecidos en La Guaira o, en el caso de Kantor, nada de guiones preconcebidos ni de puesta en escena llevada hasta sus últimas consecuencias. Sin el tamiz de melodramas de una cultura meaculpígena a fuerza de establecimientos políticos aburguesados en el Vaticano. Aquí todo es asombro, todo lo tenemos que inventar, mejor dicho, invocar mediante un ritual que supone una escena limpia, mínima que niega todo mecanismo de Deus et Machina. Buscar en lo raigal que en Kantor supone un escombro de memoria sobre su casa de la infancia en Wielopole, Wielopole, la vergüenza de una primera guerra mundial, la escisión de sangre entre judíos y católicos y que en el venezolano es tela de yute desnuda, la reducción al silencio, la erradicación de las sombras por el imperio de la luz blanca como en el teatro kantoriano y el rito que lo acercara a una comunicación mística extraviada el día del primer destello de soberbia en el hombre. Pido disculpas por la digresión pero en este Aleph de la vida, la fotografía de Reverón pintando desde el mar es encabezado del blog.spot de Escritoras Unidas de Argentina quienes me honran al editar mi catarsis literaria con mucha fe en el lunfardo desbocado de mi pluma.

Recientemente han subido en YouTube varias de las obras maestras de Kantor, una versión en blanco y negro en la misma sede del CRICOT, en un pasillo del foyer de La Clase Muerta; otra en color de la Televisión Francesa, otra de Andrzej Wajda; una versión de Wielopole, Wielopole desde el Teatro Reggionale de Firenze con casi el mismo staff con el que trabajé en Caracas, otras de un sinfín de análisis y monografías videadas, conferencias y conversatorios sobre su obra. Yo como testigo de cargo en la efervescencia de mis primeros 20´s solo presento testimonios espeluznantes, incandescentes como apóstol ante la resurrección de un auténtico Salvador de los mecanismos catárticos del arte teatral reducido por comercio de los mercaderes en el templo a un show business relamido, obtuso, caduco de estriadas aristas realistas y naturalistas y padeciendo la celulitis pavosa de Hollywood y del engendro sentimentaloide de los dramas televisivos.

Finalmente, un teatro sin dramaturgia como catarsis de nuestros traumas heredados, ¡Al carajo Freud! Teatro de la muerte más viva, que rescata el asombro liberándonos de un dictador: el texto. Nada de textos previos. Exploración arqueológica de las ruinas de la memoria para comprender que siempre hemos vivido en un cataclismo, ni mejor, ni peor. Aquí no hay fabulación ni moraleja, nada a representar, desnuda pintura liberada por la fotografía del grillo tedioso de la representación. Kantor por ser gran artista plástico lo sabía, como yo lo he ido descubriendo a lo largo de cuarenta largos años de trayectoria artística y lo afirma   Gilles Deleuze en el Arte de la Pintura: Todo es un caos desde el principio que uno pretende domesticar no con la razón sino el pincel mayor de tu música interna. Kantor dirigía en escena como un director de orquesta. No en balde el testimonio fotográfico de un happening de Kantor dirigiendo en ritual frac las olas del mar Báltico. ¡Ni las olas ni el teatro pueden codificarse! Es un acontecimiento vivo, una pulsión vital. Un acontecimiento ritual para extraer del olvido, en el caso de Wielopole, Wielopole, donde lo asistí en delirio cotidiano, algún jirón de su infancia, valiéndose para tal hallazgo de objects trouvés o ready made y de muñecos ( toda concordancia con la muñecas de Reverón no son coincidencias) aparentes realidades de rango inferior que ascienden de categoría ante nuestros asombrados ojos. Materia escénica viva.

Una luz blanca. Una recámara mustia de tablones vencidos. A la izquierda, al fondo un desvencijado armario sin fondo de dos puertas. Adelante una cama de fondo de madera bruscas y amarres con una manivela para girar y rostizar no a un pollo sino al tío sacerdote de sus padres Marian Kantor y Helena Berger quien los volverá a casar en escena: el padre Radoniewicz de su municipio de Wielopole Skrzynskie, suburbio de Cracovia, delante de éstos un muñeco similar al actor que encarna a sacerdote. Al fondo, al centro, una puerta de madera de hojas deslizables, a la derecha una mesa sobre la cual yace una valija, sillas, a la izquierda de éstas un dispositivo en forma de ventana, cerrando el círculo un montículo de arena quizás herencia de una trinchera, encima una cruz de madera.

Kantor en riguroso traje negro, camisa blanca, prognata de nariz desviada, parecido a Groucho Marx sin sus habituales moustaches y lentes circulares, una eterna bufanda negra envuelve su cuello. Recibe al público, distribuye algunos en las primeras filas como Merlín antes de oficiar su mágico ritual de muerte y transfiguración. Está el genial Maestro por desplegar en vivo su edición de rituales para exorcizar olvidos de una precisión inaudita de extrema relojería suiza, perfecta y manual, sin los tecnicismos actuales de edición cinematográfica y efectos especiales desorbitados, que lo aproximan al primigenio francés Georges Méliès y jamás lo apartan de su gran vocación por la pintura y su admiración rotunda por Francisco de Goya y Lucientes: sus Desastres de la Guerra y el horror de las víctimas de ojos desorbitados de su Fusilamientos del 3 de mayo.

Inunda la atmósfera la Marcha de la Infantería Gris Polaca. Kantor distribuye los objetos en la escena. Da la orden de entrada a los fantasmas que habitan las memorias de su infancia en medio de los fragores de la Primera Guerra Mundial cuando Polonia formaba parte del imperio austrohúngaro. Sepias y grises deslavados en congruencia con el daguerrotipo al cual concibió como la máquina de la muerte con todo y ametralladora incorporada en vez de lentes y disparador de halógeno. Cierra la puerta de hojas deslizables por donde entraron los protagonistas de esta escatología desbordada. Da la orden y comienza un martilleo incesante como música de la fragua de Vulcano. Los hermanos gemelos indiscernibles Waclaw y Leslaw Janicki, aquí los tíos Olek y Karol despiertan asombrados en una realidad fantasmal. En metáfora uno de ellos toma la maleta sobre la mesa y comienza el viaje ritual por el incierto hilo de Ariadne de la desmemoria ¿La ventana estaba aquí, Olek? No, la ventana estaba allá, Karol. ¿Yo estaba aquí o estaba allá?¡ No, tu estabas aquí y yo allá! Intentan recomponer la puesta en escena de una antigua fotografía familiar. El ritmo de la desilusión y el martilleo incesante se incrementan desde una esquina a una orden de Kantor. Salen de escena.

En la siguiente secuencia es claro el protagonismo de la muerte (aquí una viuda con su cámara de fotografía fija), y su mejor invención el daguerrotipo. Diría en total acuerdo con la célebre filósofa del arte norteamericana Susan Sonntag que la fotografía es una máscara mortuoria. Gran acierto. El instante fotográfico es la morgue más instantánea de todos los tiempos. En Kantor, la muerte entra a escena después de apostarse 9 actores representando reclutas de un batallón de la infantería gris al que pertenecía Marian Kantor su padre quien, al regresar de la guerra jamás volvió a casa. Sobre la cama rostizador acomodan al único actor profesional del elenco Stanislaw Rychlicki, encarnando al tío sacerdote aquí llamado Józef. Debajo de él su copia exacta en maniquí inerte.

 (Acotación al margen: Kantor no creía en las potestades de un histrión. Pensaba que se les encargaba representar a partir de un texto previo a un monstruo inerte que cada vez era más ciclópeo. Por eso siempre el elenco mayor de sus actores eran artesanos, orfebres, artistas plásticos y hasta una traductora de italiano al polaco Liudmila Ryba (a quien conocí en Caracas) comprometidos con su altísima y compleja estética teatral que jamás divorció de su pasión por la pintura a tal punto que no hizo castings para los actores de la coproducción con el Teatro Reggionale de Firenze, los seleccionó por fotografía).

La muerte como director de escena distribuye a los fantasmas. Cesa el martilleo y comienza una plegaria de beatas polacas genuflexas en off en contrapunto a los versos de la Marcha de la Infantería Gris que en mi particular traducción serían un caos sonoro de emociones encontradas en perfecta concordancia:

Arriba de las nubes el Hijo de Dios se eleva/ Ellos no portan oro ni plata, pero en primera línea van al combate / Nuestro Señor sobre su trono se eleva/ Para la infantería gris de nuestros jóvenes las orquestas no tocan/ Nos mira desde el cielo, nuestras voces lo llaman Salvador/ Pero la muerte se tiende a sus pies y ellos marchan en primera línea siempre/ Sus manos harán milagros. Tendremos un lugar al pie de su trono/ Las metralletas brillan, sus uniformes son grises/ Es el Señor de Señores. ¡Quien le obedece tendrá derecho a la Vida Eterna! /Los árboles les saludan al pasar, pero: ¡ellos van a combatir por nuestra Polonia!

La muerte coloca su daguerrotipo de cuyo lente se desprende en automático un fusil. Apunta a la tropa de la infantería gris apostada a la izquierda detrás del montículo de arena y la cruz de madera. La letal fotógrafa da órdenes de como mirar a la cámara. Apunta. De la parte inferior desplaza una charretera cargada de balas en su terrorífica orgía de gritos, orgasmos y metrallas. El ritual de muertes y nebulosas memorias se vierte ante nuestros ojos en ritmo delirante. Todos intentos fallidos, diría Gastón Bachelard: La memoria es un campo de ruinas psicológicas, toda nuestra infancia debe ser inventada de nuevo.  

Todo parece fallar. Se suceden una escatología de eventos en dodecafonismos libres del bajo continuo de la exactitud de la memoria: el padre Józef se yergue de las ataduras de su cama rostizador como recordando. Va a la tropa, recoge al Marian Kantor, padre de Tadeusz, al reconocerlo. Aparece desde las puertas corredizas un soldado portando una inmensa cruz. Conmina al residuo fantasmal   a marchar con el Cristo miliciano, apenas emite monosílabos desgarradores. Lo alienta el sacerdote cantando a plena voz la Marcha de la Infantería Gris antes citada. Józef busca a la oculta Helena Berger (Helka en vocativo diminutivo), madre de Kantor. Realiza los esponsales entre un desparpajo humano y una lívida novia:

-Marian Kantor, ¿es tu voluntad tomar a Helena Berger como esposa?

Sus mandíbulas tremulantes apenas emiten sonido, responde. El padre lo asume como afirmación.

-Helena Berger, ¡es tu voluntad tomar a Marian como esposo? Tímida desde su rostro asombrado, lívida: ¡Si, quiero!

Sigue el dueto entre Marian tartamudo y Józef elocuente, desgarramiento inaudible de un soldado en la voz taquicárdica de las atrocidades de la guerra versus claridad en el parlamento piadoso.

Helena en lágrimas, ojerosa replica. Józef concluye: ¡AMÉN!

Toma a su mujer. Se la lleva sobre sus hombros marchando como una cruz al Gólgota. La deposita como un bulto al fondo. Tadeusz Kantor cierra las puertas deslizables. El sacerdote se dirige a la tropa. Hacen Mutis. Aparecen de las puertas deslizables la fantasmagórica familia de la novia liderada por la tía Manka (Maria Kantor) Se sientan en la mesa de la derecha, los tíos Olek y Karol comienzan la fuga de las despedidas de la familia, se alternan el mismo parlamento:

_ Opuszkam was na zawsze! ¡Os dejo para siempre!.

Entran a escena Marian y Helka. Entra el Tío Stasio desde el fondo con su organillo de metal. Interpreta un lánguido vals de tiempos imperiales en decadencia. Marian Kantor marcha escupiendo a duras penas monosílabos. La familia de la novia judía descarga su ira contra el cónyuge católico. Lo discriminan por ser el más pobre de Wielopole. Marían Kantor gruñe: ¡Hijos de puta! La familia enardecida como buenos judíos realizan un inventario de sus escasos bienes. ¡Qué tiene él? Llegó con las manos vacías. Hacen mutis nuevamente, mentadas de madre en su marcha en el proscenio de Marian. Reaparecen los fantasmas judíos deslizando a Helena vestida de novia sobre una silla con ruedas en cuyo travesaño inferior se lee en mayúsculas: GOLGOTA. María Kantor crucifijo en manos a la novia: ¡Pobre tu no merecías que alguien te insultara de esta manera! Marian al organillero: ¡Sal de aquí plasta de mierda apolillado, sal de aquí cuanto antes! El conciliábulo de fantasmas judíos: ¡Debemos unirnos contra este bastardo! El verá cómo la defenderemos ¡La familia es primero! Él no tenía más que sus bigotes, le dijo a Helka que tenía trabajo para dotarla de todo. Ella: dos camas, sobrecamas, colchones de crines de caballos, un pequeño tapiz, vajilla de porcelana, una pequeña mesa de servicio, un frutero. ¿Qué tenía él? Unos zapatos negros, y ni se lo permitimos. No merecías que alguien te insultara, te deshonrara.

De nuevo la tía Manka elevando la cruz exclama: hubo un día en que le preguntaron:

-Czy ty jestes Królem Zydoskim? ¿Eres tu el Rey de los Judíos? ¡Blasfemia, blasfemia!¡ Pobre Helka, pobre Helka, nadie tendrá piedad de ti! Tu no eres inocente. ¿Tienes la conciencia tranquila? Tú has pecado también. La golpean en la cabeza Y repite del evangelio: Y hubo un día que tomando una corona de espinas…corona a la novia.

Los fantasmas familiares rodean a la novia y sigilosamente la sustituyen por su muñeca idéntica, hacen mutis al fondo. Entran los soldados, desgarran a la novia con sus bayonetas, la vejan, la violan, la usurpan. Al dejarla al centro de la escena, hacen mutis de nuevo. Entra el organillero y su vetusto vals como leimotiv. Entra Marian, la reconoce, la recompone y se la carga al hombro profiriendo insultos y marchando incesantemente. Se van. Kantor cierra las puertas deslizables. Entran de nuevo los familiares. Secuencia célebre de los tíos gemelos frente al armario de dos puertas. Se visten y desvisten enunciado el proceso en sentidos inversos, verdaderos clones de René Magritte. Contrapunto con María Kantor: Y hubo un día que todos exclamaron: ¡Crucifícalo, crucifícalo! Kantor dirige a los gemelos en escena de manera musical, asimétrica, en desvarío, pesadilla de tensión in crescendo. El sombrero sobre la cabeza, Olek. Y sobre la cabeza el sombrero, Karol. Todo es un caos. Reacomodan frustrados por el olvido la caótica escena.

Ahora se aproximan los tíos Olek y Karol a los dos sacerdotes sentados en paralelo. Se preguntan: uno es verdadero, otro es falso. Tratar de descubrir al auténtico. La distancia entre la vida y la muerte es infinitesimal. Finalmente lo logran. Lo llevan al centro de la escena. Sentados delante de el armario, al centro de un general déspota que Kantor llamó: Tú sabes quién es acribillan con matracas al anciano sacerdote. Entran los soldados repiten la acción con sus bayonetas. Mutis de espaldas de la tropa por la puerta central.

Entrada de Adas, el miembro más jovende la familia,  sobre una gran cruz, el más reciente cadáver de la guerra. Kantor ordena la entrada de un recluta dislocado de manos y pies desproporcionados a manera del Cristo de Lucas Cranach asaetado: (el actor ítalo francés Jean Marie Barotte) quien lo desciende cuidadosamente de la cruz. Adas corre asustado. Józef a los pies de la cruz se lamenta. Kantor se lo lleva compasivo. Retiran la enorme cruz del centro de la escena.

Entran de nuevo los fantasmas familiares, Se preguntan: ¿A dónde se fue Adas? Exclaman asombrados: Esto está lleno de cruces por todos lados. Adas es un héroe murmuran sentados a la mesa. Nuestro Adas, nuestra patria, nuestro emperador, nuestro Señor. Encontremos un truco para ver quien nos mira desde la ventana. ¡Nuestro Adas no debe morir! Debajo de los mantos en los libros de historia. Adas es un vencedor. Y los saltamontes tienen el poder de los escorpiones. ¡Quién se salva del tifus o de una amputación? ¿Amputar qué? La cabeza, las piernas. ¿Morir en la guerra nuestro Adas? ¡Adas triunfó! Debe simular una enfermedad en el hospital. Salvarse gracias al tifus o a una amputación. De la guerra, de las várices.

Entra el organillero cuando invocan a Adas. Entra el organillero, sale Józef maleta y fusil en mano. Los coloca sobre el montículo de tierra del proscenio a la derecha, a un costado de la cruz. Kantor medita asombrado hurgando en su memoria. Quizás el posible éxito de su ritual cintile en pequeñas dosis de asombro como las de un niño al descubrir un juguete, quizás. Józef se va al fondo ordena al recluta de manos y pies enormes traer al proscenio sobre una cruz inclinada sobre ruedas el cadáver de Adas. Lo desprende, carga como un descendimiento piadoso de Caravaggio. Lo deposita junto al fusil, la maleta, el montículo de tierra y la cruz. Segundos después lo deposita en un simulado purgatorio de víctimas, mitad actores, mitad muñecos desnudos limitados por una baranda de manera. Los muertos claman en sarcasmos. El recluta toma una pala y les echa tierra del diminuto cementerio citado. No existe ninguna forma de piedad. Los familiares en fila blandiendo pañuelos blancos se despiden de Adas y sus compañeros muertos. El recluta enorme retira la cruz también enorme. Se cierran las puertas deslizables que enmarcan el purgatorio. El organillero hace mutis de espaldas.  Entra la Viuda/ Muerte barre la tierra de enorme camposanto europeo. Friega los suelos del vetusto entablado.

La siguiente secuencia dramática se inicia cuando la muerta ordena a un escondido padre Józef acostarse sobre la cama rostizador de la izquierda. Junto a Kantor acomodan al actor. Aseguran sus ataduras. Entra la familia liderada por la tía Manka hasta el costado izquierdo de la cama rostizador. Kantor observa desde la derecha, da órdenes sutilmente. ¿Por qué lamentarnos? Este es otro, abandonado aquí, puesto en lugar de otro. Cantan: ¡Santo y todos los santos, que la tierra te sea ligera! Giran la manivela. El muñeco boca arriba. Vuelven a girar la manivela, encuentran al auténtico, el vivo. Dudan. Giran la manivela, exclaman: nos están engañando, giran otra vez confundidos la manivela, rezan. Otro giro y el auténtico aparece, exclaman: ¡Finalmente nuestro benefactor! Asustados huyen. Kantor lo rescata. Avanza torpemente asistido por su eterno bastón.

Se renueva el incesante martilleo de la fragua omnipresente de Vulcano. Entran los reclutas de la infantería gris. Ahora crucifican al falso tío Józef. El auténtico piadoso observa la terrible acción. Entran todos los actores a escena. Inician una circular danza macabra siguiendo al recluta enorme con la cruz y el muñeco a cuestas. El auténtico detrás del crucificado, la familia con sus aprestos, los soldados esgrimiendo sus bayonetas. Silencio entra el rabino (Maria Kantor). Canta en yiddish: Sha, sha, sha de rebisntein. Sha, sha, sha de Rebin gait (en leguaje figurado) Silencio ha llegado el rabino. Hagamos silencio en torno a él. Una ráfaga de ametralladoras lo fulmina. Continúa la danza macabra, se yergue el rabino. La operación se repite dos veces más. Más estruendosa la Marcha de la Infantería Gris. Kantor piadoso con el talit hebreo la levanta, se lo acomoda en sus hombros. Se retira junto a los familiares. Quedan los soldados. Entra al centro marchando el general déspota Tú sabes quién. Da órdenes en monosílabos de un alemán indiscernible en metáfora de campo de batalla, la tropa las realiza hasta desfallecer. Entran los gemelos Olek y Karol caminando sobre los muertos del campo de batalla. Se escucha el canto piadoso católico del principio. Ordenan la escena para la gran conclusión: La última cena.

Entran todos. Una hilera de sillas de madera al frente perfectamente alineadas y corregidas por el bastón de Marian Kantor escrupuloso. Detrás de las sillas se acomodan los soldados y los maniquíes del purgatorio bélico. Al centro la inmensa cruz con el tío muñeco. La familia se ubica en la sillería para un retrato final. Al centro el rabino y el sacerdote. Del fondo los tíos Olek y Karol traen las enormes tablas para configurar la vasta y angosta mesa. Kantor acomoda sus personajes, sus fantasmas para la foto final. Luego trae del extremo derecho un limpísimo mantel almidonado, planchado y doblado impecablemente. Los familiares lo extienden se apretujan. Cae el tío Józef a los pies del rabino. Se desprenden los soldados fallecidos al frente en marcha de despedida con las respectivas cruces de sus tumbas al compás de la marcha. Aparece la Muerte con su daguerrotipo. Los acribilla. Caen al proscenio. Los familiares se levantan asombrados. La escena se congela en terrible máscara mortuoria, es decir, fotografía. Inicia el tío Stasio, el organillero, su plañidero vals. Se reaniman, desmontan el dispositivo teatral. Hacen mutis, Quedan sólo el organillero, Tadeusz Kantor al centro como observando su gran lienzo teatral. Entra sigilosamente el rabino a buscar al padre Józef caído. Lo asiste, se lo lleva. Lentamente, de espaladas el organillero hace mutis. Kantor recoge minuciosamente el mantel de la última cena. Lo dobla con infinita ternura y paciencia. Al finalizar da una palmada al mantel y una orden al sonidista: un acorde suspendido, sin resolución harmónica. Sale de escena por el centro. Las hojas deslizables de la puerta del fondo se abren, lo devoran, cierran sus fauces de olvido. KONIEC/FIN. ¡La Polonesa Mayor de Muerte y Transfiguración se ha cumplido!

Todo parecía fallar. No es así, la emoción en los ojos de Kantor, su asombro me reveló que su esperpento teatral en cada función le devolvía el trineo Rosebud de su infancia, como aquel de El Ciudadano Kane de Orson Wells, oculto tras los abandonados retazos de su memoria. El sortilegio tuvo éxito. Sigue teniendo éxito para mi asombrada memoria, a más de cuarenta años de presenciar adjunto al mago de Cracovia, los milagrosos prodigios de su altísima concepción estética teatral.

 

©José Augusto Paradisi Rangel