Josef Szajna ama el mañana, pero le teme al
porvenir
Mónica traduce. En sus ojos se han metido
como dentro de un estanque las hojas flotantes de los árboles, la columna de
concreto que ahora es oblicua, y un hombre blanco, desarreglado, que habla y se
va convirtiendo en un joven vestido con uniforme gris.
Se llama Josef Szajna, unos soldados nazis lo empujan a lo largo de los tenebrosos pasillos de Auschwitz, como si quisieran limpiar con él las paredes. Mónica traduce. En sus ojos oceánicos Josef Szajna tiene una cifra tatuada en el antebrazo izquierdo y le encierran aparte como "peligroso representante de la resistencia polaca". Es el número 19729, tatuado con tinta azul desvaída.
Réplika es teatro que avisa sobre una situación, es la presencia de una mentalidad que ha conocido los terrores de la guerra y de la injusticia del hombre contra el hombre.
"Me gusta cargar la llave de mi casa en el bolsillo", dice Szajna, refiriéndose a la intromisión de otros países en la vida de Polonia. Él habla, encerrado como un genio en una botella, dentro de los ojos de la traductora, quien suaviza las k y atenúa las doble v, "por la libertad sólo se puede morir. Independencia puede ser sólo una palabra".
— ¿Usted cree en el resurgimiento del fascismo? —le preguntamos, porque antes había dicho, con mucho énfasis, "soy antifascista".
—Sí creo, pero tiene otros nombres —dijo.
— ¿Qué es Solidaridad para usted?
—Significa todo, pero no se oye hoy en día
esa palabra… puede ser sólo eso: una palabra. Hay que recordar que en la
Revolución Francesa sonaba mucho y ¿qué pasó con esa revolución?
Josef Szajna se queda un instante en silencio
y luego comenta que nunca haría nada que le impidiera regresar a su país. Ama
Polonia más que a su existencia.
"Emigrar es muy fácil, pero trabajar en el hogar es otra cuestión", apunta. Otra vez regresa el recuerdo del campo de concentración. Alrededor de un iris, de dos iris, unos soldados le pegan con una cachiporra. Un oficial de la Gestapo entra a los ojos y levanta la cara golpeada de Szajna. "Es peligroso, enciérrenlo", dice el oficial nazi.
La traductora parpadea y sonríe. El reflejo de su sonrisa se esfuma en la camisa blanca del director teatral, quien ha dicho algo evidentemente gracioso.
— ¿Qué ha dicho?
Szajna responde: "En el mundo hay muchas groserías como política y burdel… la palabra burdel es más bonita. Creo que la política no es lo suficientemente digna para hablar de ella. Mandar es una debilidad de los hombres, la más grande barbarie que existe. El hombre crece y aprende cómo ganarse el pan para mantener a la familia, pero después se siente insaciable y no sólo quiere mandar a su familia sino también a los demás, ir más allá, mandar a otros. El poder está en manos, la mayoría de las veces, de personas que no tienen una interioridad grande, ni nada qué decir…".
Mónica traduce. Ha tomado aliento. El hombre
de teatro sigue hablando, cada vez con más apasionamiento.
— ¿Qué dice ahora Szajna, señorita Mónica?
—Ya ve usted, señor, que tengo rabia. Vivimos en un mundo de tecnocracia y todos los elementos humanistas se están alejando de nosotros. No hablo de mi arte: primero soy hombre y después un artista y no al revés.
— ¿Cuándo comenzó verdaderamente a ser artista?
—Yo creí que en el campo de concentración
acabaron con la inteligencia que tenía, con la creatividad, y allí mismo traté
de reconstruirme, de enseñarme a mí mismo. Creí que nunca podría ser un artista
plástico o escenógrafo, o que no podría pasar de allí, pero pude seguir después
mis estudios. Era que me sentía sólo un número en el campo de concentración. Yo
sabía que a las muchachas bonitas les gustan los muchachos inteligentes y a mí
me agradan las muchachas bonitas… así es que aprendí mucho y jamás veo hacia el
pasado, sólo hacia el mañana, pero creo que mi primera escuela fue aquel campo
de concentración. Hoy yo vivo y el oficial que dirigía Auschwitz no existe.
Josef Szajna se calla. Va desapareciendo de
los ojos de Mónica. Ahora aparece afuera, y es de tamaño normal.
En sus ojos castaños la muchacha espera por otras palabras para traducir. Ella cruza los brazos por encima de los iris de Szajna.
Cuando mueve su brazo, allí está, bien
visible, el número 19729, en tinta azul.
El Nacional, 8 de mayo de 1983
Foto de Gabriela Pulido |
En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado a creadores y artistas.