la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Cristina Peri Rossi: “No hay mejor marido que una mujer”, entrevista de Leonor Ruiz Martínez, Revista Vísperas, 2/05/ 2016






«Nada sabemos de los seres que amamos, salvo la necesidad de su presencia».





Barcelona, final del invierno, casa de la autora. Entro con patas de mosquito (y la sangre llena de sangre). Sé que estoy ante una escritora inmensa. Me reciben la naturalidad, la generosidad, el saber y el genio innato. Cuenta su amiga Lil que en el pasado Cristina utilizaba tres máquinas de escribir a la vez: en una escribía poesía, en otra novela, en otra cuentos, tal vez ensayos. Nació en Montevideo en 1942 y se exilió en 1972, sabiéndose objetivo marcado por la dictadura uruguaya. Su obra es inconmensurable y difícil de catalogar: el lirismo más profundo convive con lo irreverente, el humor con la melancolía, la ironía con lo grotesco, lo erótico con lo metafísico… Varias decenas de títulos, muchos de ellos sublimes, en los que prevalecen la experimentación y la demolición de líneas divisorias.


En el último año ha publicado el ensayo Julio Cortázar y Cris, el poemario La noche y su artificio (ambos en Cálamo) y la colección de relatos Los amores equivocados (Menoscuarto). En breve saldrá su próximo libro de poesía, Las replicantes; en otoño, una novela corta. Las obras de Peri Rossi llevan a amar — aunque sea adúltera o no convenidamente, aunque no se sepa qué—. A amar por un rato. Una serie de citas extraídas de Los amores equivocados  sumadas a algunas preguntas sirven de excusa para hablar del amor, ese polisémico término. Aun sabiendo que parcelar la realidad —separar lo que en la vida va junto— suponga falsearla.



PARTE 1: Las preguntas. 


¿Son predecibles tus fuentes de inspiración literaria?


No soy consciente de ellas. Y tampoco tengo muchas ganas de que sean conscientes. Cuando empiezo a escribir un libro, no sé qué va a ser todavía ese libro. Sé que en ese momento ese tema me ha interesado y es el momento en el que tengo ganas de escribir. Yo no me siento especialmente vinculada a ningún escritor. Incluso con los escritores que más me gustan no tengo siempre un vínculo literario estrecho. Pero en todo caso, no creo que sea fácil decir que tengo influencia de tal o de cual. Y en concreto en Los amores equivocados tampoco.


¿Qué bondades tiene para ti la vida?


Eso hay que preguntárselo a cada persona. Porque si yo hubiera nacido mujer en la Edad Media, y hubiera sido de clase no pudiente, habría tenido una vida tremendamente desgraciada. Si hubiera nacido en el siglo XIX, posiblemente hubiera sido histérica. En el XX, tuve la suerte de nacer en Uruguay en vez de ser judía en Alemania o en Austria. Entonces… A mí lo que me interesa de la vida es casi todo. Soy muy curiosa. Y aunque el saber con sangre entra y casi todo saber encierra un dolor, por ahora me sostiene la curiosidad. Es lo que hace que todavía tenga ganas de vivir. Porque hay cosas que no sabemos. Y todas las cosas que no sabemos, a mí me estimulan.


¿Tienes algún convencimiento profundo?


De que el deseo es lo que nos mantiene vivos. Y no estoy hablando del deseo erótico solamente: estoy hablando del deseo como actitud ante la vida. El poder ilusionarse, el tener proyectos, el tener curiosidad. Todo lo demás me parece relativo. Y además, sabemos muy poco. Pero a mí me puede entusiasmar estar estudiando —como estoy estudiando— el comportamiento de los bonobos, y mañana, de pronto, me entusiasma otra cosa de la ciencia, o me entusiasmo con jugar al Candy Crush. Hace muchísimos años, la revista que publicaba Libération (el órgano de la prensa francesa de izquierdas), eligió a los que consideraba los cien mejores escritores del mundo y les hizo la misma pregunta: ¿Por qué escribe usted? Y yo dije por deseo. Lo que me mantiene es el deseo. No necesariamente el deseo sexual, sino el deseo vinculado al conocimiento.


La ironía para retratar lo terrible aparece con frecuencia en tu escritura. ¿Es el amor uno de esos “asuntos terribles”?


Puede ser. Yo siento que estoy casi siempre en la órbita del romanticismo: lo sublime y lo grotesco. La ironía es un recurso para que lo terrible no te desborde, para que no te haga perder el sentido de la realidad. Es decir, el mundo es terrible y es maravilloso a la vez, y no creo que haya ninguna vida solamente terrible ni solamente maravillosa. Cuando yo me acerco a ciertos temas muy dolorosos, puedo ser lírica (y expresar la emoción: una emoción que es dolorosa), o puedo ser distanciadora, para poder mirarlo desde afuera. La ironía siempre sirve para crear un poco de distancia. Pero es una ironía llena de ternura, porque estamos todos en la nave de los locos, estamos todos en el mismo barco, y el destino de ese barco no sabemos cuál es. La cita que abre mi novela La nave de los locos es una cita de Pessoa maravillosa: «La vida es un viaje experimental hecho de manera involuntaria». Ahí está toda la filosofía para mí.


¿Qué da más, el amor o el desamor?


Ambos son muy intensos. Cuando yo escribí El amor es una droga dura, los científicos decían que el primer periodo del amor (lo que se llama el enamoramiento, la pasión) solamente se podía aguantar tres años. Ahora ya lo bajaron a dos. Supongo que es porque, como vivimos en este proceso de aceleración del capitalismo tardío, la pasión resulta improductiva, no produce más que dolor o placer, y eso no se puede contabilizar, no aparece en el “debe y haber”. El capitalismo no favorece el amor. La pasión es algo para clases pudientes: necesita tiempo, necesita entrega y olvidarte de todo lo demás. Uno no tiene tres pasiones en la vida. La pasión es excluyente. Yo creo que el capitalismo prefiere que la gente se apasione por un partido de fútbol, porque dura cuarenta y cinco minutos un tiempo, cuarenta y cinco otro, después se pelean un poco en la calle y ya está. Pero la pasión amorosa es muy absorbente. No produce. Y si no produce, no la podemos apoyar.


¿Recuerdas tu primer amor?


Sí. Mi madre. Creo que fue mi madre.


¿Cómo se sobrevive sin amor?


Ahí uno está muerto. Es decir, hay muertos en vida. Los consultorios de los psicoanalistas están llenos de clientes (yo no digo pacientes) víctimas del amor… y de víctimas de la falta de amor: que quisieran amar alguna vez, que les gustaría probar cómo es pero que nunca han sentido una cosa así. No se puede decir que sea un acto voluntario. El amor es una quemadura, el amor arde, es ardor. Y bueno, hay gente que después te dice: es que no podés eliminar el sufrimiento de la pasión —justamente pasión viene de padecer, se llama pasión al viacrucis de Jesús—. Amar es un padecimiento, pero glorioso padecimiento, nos hace sentir más vivos. Después, claro, hay que descansar… Hay cosas características de la pasión, como la intensidad de todo lo sensorial. No es lo mismo escuchar sola Je suis malade cantado por Lara Fabian, que escucharlo al lado de la persona que te gusta. A mí lo que me fascina de la pasión es que vulnera todo, traspasa todo, es un intensificador, es una droga, en realidad. Si la gente se droga con tonterías es porque no son capaces de tener las drogas interiores. Ahora, también es verdad que una pasión a dos, una pasión compartida, es de una extraordinaria violencia interior. No física, pero digo violencia porque no deja espacio para otras cosas, a veces.


¿Se suple la falta de amor con mucho amor a uno mismo?


Es al revés. Esto que suelen recomendar los conductistas, que hay amarse primero a uno para luego amar a los otros, eso es mentira. El que se ama mucho a sí mismo no tiene espacio para el otro. El amor al otro puede ser más fuerte que el amor a uno mismo. La prueba es el sufrimiento, que seas capaz de sufrir. Porque el objetivo del amor, de la pasión, no es la felicidad permanente: habrá momentos de éxtasis y momentos de expiación. Pero el narciso se ahoga. Porque hay que hacer siempre una precisión: el narciso está enamorado de su imagen, no de sí mismo. Las personas narcisas están enamoradas de la imagen que proyectan hacia los demás, no de su yo. Toda esa gente que se ama tanto a sí misma termina por no tener espacio para los otros. Por algo el cristianismo dice que ames al prójimo tanto como a ti mismo. Mirá si te amarás a ti mismo que la prueba de amor es que ames al prójimo tanto como te amas tú. Si en el siglo XIX la enfermedad social era la histeria, por la represión sexual, y en el XX la neurosis por las guerras, yo creo que el XXI ha empezado como el siglo del narcisismo. La gente prefiere estar en su casa —con un robot, o con juegos (y yo soy muy amante de los juegos mecánicos)— al riesgo. El amor siempre es un riesgo. Porque estás descubriendo tu fragilidad. Es lo que decía William Blake: ¿Cómo voy a ser amigo de la mujer a la que amo si una mirada suya me conduce al paraíso, pero si me falta estoy en el infierno? El amor nos descubre nuestra fragilidad, y hay que ser muy valiente para ser vulnerable. Pero el aburrimiento —la falta de amor— es feroz.


¿Amar se puede, se quiere o sucede?


Yo creo que no es voluntario. Lo que puede ser voluntario es dejar de amar, cuando por ejemplo consideras que te está haciendo un daño insoportable. Pero amar no es hacer el amor, es una construcción en el tiempo. Exige una capacidad de renuncia, de renuncia a los placeres solitarios: hay que hacer concesiones, hay que negociar, hay que estar dispuesto a amar hasta lo que no te gusta, a aceptarlo, por lo menos. Yo creo que amar es sobre todo salirse de la frontera del yo. Es decir, es desear la fusión con el otro, sin tener miedo a perder —nadie va a perder— la individualidad. No se pierde por amar nuestra famosa identidad. Eso no es posible. El momento de fusión en que parece que uno y otro son uno solo, un solo cuerpo, una sola manera de sentir, es algo que la eternidad nos está regalando. El amor es una experiencia que no se puede conseguir de ninguna otra manera. Y no hay problema, se vuelve de eso, desgraciadamente se vuelve. Hay mucha gente (yo lo he leído, lo he vivido) que tiene miedo de esa fusión, que piensa que va a perder su identidad, su sacrosanta identidad, lo que llamaba Freud el narcisismo de las pequeñas diferencias. Hay gente que le tiene miedo a la fusión del amor porque piensa que no van a volver a ser ellos. Cuando se vuelve siempre. ¡Desgraciadamente! Y estamos las que —estando tan hartas de nosotras mismas, de nuestro yo siempre encarcelado, siempre encerrado, siempre yo, yo— deseamos esa fusión para convertirnos un rato en otra cosa. Pero es una experiencia que exige valor, no tener ese fantasma de no volver.


¿Es posible el amor desde la desigualdad?


El amor parte de la fantasía de la semejanza o de la seducción de la diferencia. Yo creo que son las dos posibilidades que hay. Uno disfruta y goza porque comparte o tiene la ilusión de estar compartiendo o sintiendo lo mismo, o lo más parecido posible. Qué maravilloso ese momento, no sentirse solo, no estar solo sintiendo algo, y poder decir esta persona que está conmigo está sintiendo parecido, es decir, romper la soledad. Es una experiencia que a mí me parece maravillosa. Pero la diferencia también puede atraer justamente por curiosidad, por afán de conocimiento. Parecería que, en ese sentido, la heterosexualidad asegura una cierta diferencia casi irreconciliable: cuerpos diferentes no pueden sentir lo mismo.


¿Tiene algún sentido hablar del amor?


El amor hay que sentirlo. Es una cosa, por otra parte, muy reciente en la historia de la humanidad. El amor lo inventaron los trovadores. Y Dante.


¿No fue una crueldad, la invención del amor?


No, no lo fue. En primer lugar, fue civilizador, porque cuando aparece el amor, el amor de los trovadores, el señor lo único que quería era guerrear. Comía con los dedos, mataba jabalíes, y le ponía un cinturón de castidad a la mujer para que no follara con otro mientras él iba a guerrear, y se llevaba la llave. Cuando aparecen los trovadores y aparecen las cortes de amor (las cortes de amor fueron una maravilla inventada por las mujeres; los grandes movimientos civilizadores en la historia de la humanidad han sido protagonizados por mujeres, por grupos de mujeres), estas mujeres de la nobleza, totalmente hartas de sus brutos, empiezan a apoyar a los trovadores. El trovador elegía a una dama, que era su amada para siempre, pero la condición era no acostarse. A veces, ella le entregaba un pañuelo, una prenda íntima, y él, cuando tenía que ir a batallar, batallaba por ella. Pero ellas establecen unas normas, unas normas para el buen amor, y cuando un caballero dejaba de cumplir esas normas, hacían cortes de amor. Las cortes de amor eran como tribunales —de mujeres— que juzgaban al hombre (el trovador o el caballero) que había contravenido esa norma. Por ejemplo, la contravención podía ser que, en una batalla, el caballero no llevara la liga o el pañuelo que ella le hubiera dado, o que hubiera osado besar a otra. La condición era no llegar al coito, porque si no, venía el bruto y los mataba. Pero fueron tremendamente civilizadoras. Ellas pusieron la música, escribieron poemas (la mayoría de los poemas de trovadores eran escritos por las mujeres), traen la seda de Oriente, les enseñan a los brutos de los maridos a escribir, a comer con cubiertos. Fue un movimiento tremendamente civilizador. Imagínate, poder juzgar a alguien porque cometió una falta de amor. Precioso. Las normas yo antes me las sabía de memoria. La primera decía «Todo caballero debe palidecer ante la presencia de su amada». Bonito. Precioso.


¿Y dónde está documentado todo eso, de dónde viene?


De las cortes de amor. Yo tengo un libro francés traducido por mí hace muchos años, Leonor de Aquitania. Fue una de las mujeres más importantes de la historia de la humanidad. Uno de sus hijos era gay, Ricardo, lo capturaron los turcos. Cuando lo capturaron los turcos y pidieron un rescate, ella se montó a caballo y se fue a Turquía a por él. Pagó el rescate y volvió con él a Francia. Ricardo ya tenía treinta y pico de años. Leonor de Aquitania fue una de las creadoras de las cortes de amor. Tocaban instrumentos musicales, componían. Fue una época maravillosa. Es la única época bonita de la Edad Media. Sé que cuando traduje el libro leí un juicio de amor. Eso está documentado todo. Ahora, no llegaban al coito nunca. Era un amor ideal. Por eso que se considera un invento literario, el amor.






PARTE 2: Citas extraídas de Los amores equivocados (Menoscuarto, 2015).


«Vacío, ¿comprende? Es peor que el dolor».


Claro. El dolor tiene intensidad. Y además, las neuronas del placer y las neuronas del dolor son concomitantes, están unas al lado de las otras. Yo preferí toda la vida el dolor frente al aburrimiento o al vacío. El dolor te hace sentir vivo. Solo los que están vivos pueden sentir dolor. Los muertos ya no sienten dolor. Me parece que no tenemos por qué huir tanto del dolor. El dolor es una experiencia, una experiencia totalizadora. Se te muere tu madre y te duele el estómago, te pisa un auto y de noche no puedes dormir… Yo, desde la última separación, no he podido volver a escuchar música. Si me pongo a escuchar música, evoco, sufro como una descosida. Tendré que esperar.


«¿Cuándo el amor no era un asunto solitario?».


Si los protagonistas de ese relato escribieran juntos su historia de amor, podría dejar de ser solitario. Pero sería una historia mentirosa. Solamente quizás en el momento de éxtasis sexual puedes pensar que estás sintiendo lo mismo —¡Pero valga la pena la fantasía!: tampoco hay que pretender vivir solo en la realidad. Las fantasías son muy hermosas—. El amor es siempre solitario porque lo que busca es la compenetración con el otro, que es casi imposible.


«Cada cual es la medida de su dolor».


Eso es cierto. Por ejemplo, en los estudios que se hacen sobre el dolor físico, en la guerra, la misma lesión (suponte: un balazo en la clavícula) en cuerpos diferentes produce dolores diferentes. Pero además hay un elemento cultural. En la Segunda Guerra Mundial, un médico muy interesado por este tema observaba que los italianos se quejaban muchísimo más que los ingleses. ¿Por qué? Porque también cómo demostrás el dolor es una cuestión cultural. Yo tengo una amiga alemana que se ha venido a vivir a España porque dice no aguantar más la contención alemana. Claro, un italiano no se contiene. Ese médico que hizo esas observaciones en la guerra decía: seguramente los italianos se quejan más por la relación con la madre, porque son muy madreros, y los ingleses no. Pero yo creo que el dolor es individual, no solo cultural.


«La inteligencia sensual era un arte, algo tan sagrado como la música de Schubert o los naufragios de Turner».


La inteligencia, lo que en la Edad Media de los trovadores, en la escuela del Dolce stil novo de Dante se llamaba “el intelecto de amor”, la inteligencia del amor. Lo que pasa es que eso después se perdió. Y ahora yo diría que es muy difícil, porque generalmente el amor obnubila. No sé si el amor es una buena manera de conocer a alguien. Creo que no, porque cuando te enamorás de alguien proyectás un ideal, una imagen que tú tenés. Es decir, el otro es como un maniquí al que tú vestís o desvestís… Y no estoy hablando de sublimación. Porque uno de los errores es creer que la idealización es solamente ver las virtudes. De pronto también le ves unos defectos horribles que no tiene. Es decir: idealizar, lo que quiere decir, es que predomina la imagen que tú te hacés del otro sobre la realidad. Pero para lo bueno y para lo malo. Si la persona es celosa, por ejemplo, puede perfectamente imaginarse que el otro le está engañando cuando no le está engañando. Es una idealización también. Pero yo no sé si el amor es un buen instrumento para conocer. No estoy segura, porque existe toda esa etapa de proyección de lo que uno lleva dentro. Yo hay días que me despierto con ganas de decirle “amor mío, te amo” a alguien, y no sé quién es. ¿A quién se lo digo? ¡Y yo qué sé! Mi próximo libro, que ya está en la editorial, se llama Las replicantes, y hay un poema, que se llama ‘Las replicantes’, que empieza algo así como “me gustaría saber a quién le digo te amo cuando te digo que te amo”. Porque yo muchas veces que he dicho “te amo” tengo la sospecha de que no se lo estoy diciendo en realidad a esa persona, y me pregunto a quién se lo estoy diciendo. Y finalmente, claro, digo ah, me hace recordar a tal. Pero esa me hace recordar a otra, esa a otra, y a otra. Es una cadena de replicantes. Tú no sabés cuál fue la primera vez, ni siquiera si existió una primera vez, ni siquiera si son las mismas. Y a lo mejor la primera fue la madre.


Pero se identifica esa constante, el deseo de decir “te amo”.


Claro, porque ahí lo que importan son los perfiles psicológicos de la seducción. El deseo, por ejemplo, no sabés de qué es. Es deseo del otro, pero ¿de qué del otro? ¿De todo del otro? ¿De lo que tú pensás que es el otro, de lo que tú has deseado toda la vida? Por otra parte, tienes que dejarle espacio al deseo del otro también, que a su vez tiene todas sus proyecciones. Es realmente un deseo de fantasmas, en el que nunca sabrás si el momento para ti de mayor éxtasis ha sido el momento de mayor éxtasis para la otra persona. Ni siquiera sabés si el momento en que tú has gozado más es el que ha gozado el otro. Tolstoi, que era un déspota, le exigía a su mujer (tuvieron trece o catorce hijos juntos) que llevaran un diario cada uno, y cada día se lo leían a la noche, sobre la relación, sobre su vida. Y lo hicieron. Pero muchos años después se descubrió que en realidad Tolstoi escribía un diario para ella —porque sabía que lo iban a leer esa noche— y escribía un segundo, que era el que ella iba a encontrar —porque sospechaba que ella iba a desconfiar del primero, y que iba a buscar otro—. Pero en realidad había un tercero que era el verdadero.


[Risas]. Qué lío.


Claro. El hombre primitivo era más espontáneo en estas cosas, cuando amaba u odiaba a otros los quería incorporar: al enemigo porque querés incorporar su valor, sus virtudes, y al que amás porque lo querés tener contigo. Por eso la canción más famosa en los clubs de gais y lesbianas era Devórame otra vez. Y Homero, cuando presenta a dos héroes, dice «Te comeré el hígado». Hay un deseo de poseer al otro. En primer lugar, para que no incordie más, para que no demuestre todo el tiempo que es otro. Y en segundo lugar, porque hay un deseo de unidad, de fusión, muy importante, que creo que es lo único que explica la maternidad.


¿El deseo de ser madre sería el deseo de fusión y posesión llevado a la práctica?


Claro, llevado a la práctica. Porque si lo pensás, ¿cuánto amor tiene que haber en alguien que está dispuesto a sufrir nueve meses (vómitos, mareos, peso en los riñones…)? Tiene que tener una fantasía de fusión. Que tiene otra lectura posible: como el amor fracasa siempre, vos decís: por fin voy a tener algo mío.









Tú no explicarías la maternidad por el instinto reproductor.


Creo que el instinto tiene una parte importante, pero en eso soy muy freudiana. Creo que, cuando la mujer comprende el fracaso del deseo, se compensa con tener un hijo. Es verdad que ese hijo es lo único que ha podido incorporar. El pene entra y se va. Un hijo lo tiene dentro de verdad. Ahora, qué es lo que lleva a una mujer a desear tener algo adentro y guardarlo, te prometo que no lo sé. Porque el hombre no desea tener adentro algo de verdad. La mujer sí, desea tener algo, y yo creo que casi la compensa del fracaso (no absoluto) del deseo, de la relación, eso que le han dicho que es imposible. La relación sexual es imposible. Hay una relación, pero muy solitaria. En último término, posiblemente la masturbación es más estar con uno mismo —pero de verdad— que estar con el otro. Porque el otro, ¿está? ¿Estás con el otro? Nadie es capaz de decir de verdad cuando está haciendo el amor lo que le pasa por la cabeza al otro. Ni uno lo quiere saber, tampoco. No lo queremos saber. Porque además nos va a mentir.


«Ella ya se estaba enamorando. ¿De qué? Del cuerpo. De qué otra cosa se podía enamorar».


Es muy curioso esto porque yo siempre he creído que la gente se enamoraba del cuerpo, no de otra cosa, porque para otra cosa tenés amistades. Si yo me llevo muy bien con alguien, si me gusta mucho, físicamente puede ser que tenga una historia. Pero yo no me acuesto con mis amigas. ¿Qué es lo que tiene de específico el amor? Lo que tiene de específico es la relación sexual. Lo demás lo podemos compartir con mucha gente. Incluso las cosas más refinadas: escuchar un lied, o ver un cuadro, lo puedes hacer con otra persona. Lo que tiene de específico el amor es el deseo. Una vez, alguien me dijo: “¿Tú de qué te enamoras?”. Yo, del cuerpo, de qué me voy a enamorar. “¿Cómo quieres que te vaya bien en la vida, entonces?”. ¿Y de qué se enamoran los otros? “Mujer, no del cuerpo. De la persona”. Digo: la persona tiene un cuerpo. Sin cuerpo no hay persona. Claro, después pensé: ella es heterosexual. Seguramente, cuando está con un hombre a lo mejor piensa “es el papá de mis hijos”, o “a lo mejor puede ser el papá de mis hijos”. Y entonces se puede enamorar de otras cosas.


Es la última. «Las mujeres suelen ser excelentes maridos».


Ah, sí, son maravillosas. No hay mejor marido que una mujer. Porque comprende a la otra mujer. Por ejemplo, ¿qué hace la mayoría de los hombres cuando la mujer menstrúa y dejó, sin querer, la braga por ahí? Agarra y dice: “Qué es esto”. Le es ajeno. Si la mujer se queja, o tienen una discusión ese día, le dice “¿Ya estás con la regla?”. En todo momento está marcando que para él la cercanía es los diez minutos que hacen el amor y se acabó. En cambio una mujer entiende perfectamente las necesidades de otra mujer. Si le duele el vientre porque está con la regla, le pone la mano encima, le trae un analgésico, le trae la bolsa de agua caliente. Hay una intimidad en una relación de mujeres (o de hombres) que la da el hecho de que comparten fisiología. Saben lo que necesita una mujer porque ellas también son mujeres. No tengo que estar negociando las diferencias, se comparte muchísimo más. Esto de estar todo el día negociando, explicando, dando respuestas a cosas… Yo me acuerdo que estaba en un bar famoso de aquí de Barcelona, y había un chico gay con una mujer con una niña. Y ella le estaba explicando a él: “Sí, yo me separé hace tiempo, pero ahora estoy feliz, y estoy con una mujer: me va a buscar al trabajo, me lleva en moto a todos lados, me hace la compra, cuida a la nena, trabaja, me llama, me manda regalos, me manda rosas… Yo nunca me sentí tratada así por un hombre”. Entonces, yo creo que los maridos que buscan las mujeres (la mujer heterosexual que busca un marido ejemplar) es una mujer. El marido ejemplar es una mujer. Que es un tipo de marido que a lo mejor ya no existe, que es un modelo atrasado, pero es muy complaciente. Una relación entre mujeres suele ser muy complaciente porque saben lo que más o menos necesitan. No siempre lo que desean, pero sí lo que por lo menos necesitan. Que es ternura. Los hombres con la ternura tienen mucho problema. A mí me parece que, por más componentes pasionales que haya en una relación entre mujeres, siempre hay un elemento de ternura, de empatía, de entenderse muy fácilmente, ser cómplices. Y eso es más difícil de conquistar en una relación con alguien que tiene el cuerpo diferente, que se afeita, por ejemplo. Tú menstruas y él se afeita. Pero quienes son muy celosos de su yo —y no quieren nunca borrar esos límites— prefieren las relaciones diferentes, se sienten muy protegidos por la diferencia. Y yo eso también lo entiendo.



Otorga identidad.


Clarísimamente. Yo tengo algunas amigas que han pedido a veces a sus maridos que se vistan de mujer para carnaval. Si el tipo es muy seguro de sí mismo, lo hace. Entre dos mujeres es muy normal que las dos se disfracen para carnaval sin tener que forzar una identidad. Sin embargo, al hombre le da un poco de miedo esa confusión que puede haber en ciertos momentos entre un cuerpo y otro. Sobre todo entre un imaginario y otro. Eso siempre lo considera un poco homosexual, el hombre. Y la mujer no. La mujer lo está deseando. Generalmente lo está deseando.










Nació en España y vive en los Países Bajos, donde trabaja como profesora de español y literatura en una escuela internacional de secundaria. Estudió sociología, música y demografía. Tiene un máster en lengua y literatura españolas por la Universidad Internacional de Valencia y es correctora profesional. Desde octubre de 2012 publica microcríticas en su propio blog de reseñas literarias: MCL (Microcriticas Literarias).









Entrevista publicada con la autorización de su autora, Leonor Ruiz Martinez.
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