la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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La fascinante vida de Lili Elbe, la primera transexual de la historia, El Paìs, enero 2016





No pudo describir con palabras lo que sentía: no existía aún una de definición. Una novela desenterró su vida, pero han pasado 18 años hasta que un director se ha atrevido a llevarla al cine en 'La chica Danesa'.


Begoña Gómez Urzaiz | 2 enero, 2016 







Ese día la modelo no se presentó. Gerda Wegener, la joven ilustradora que se había hecho un hueco con sus estilizados retratos femeninos, quería acabar su esbozo y, a sugerencia de una amiga actriz que pasaba por allí, le pidió a su marido, Einar Mogens, quien siempre había sido delgado y esbelto, que se pusiese el vestido con falda plisada, los tacones y las medias. Un rato de posado sería suficiente.

Es imposible adivinar si Gerda, quien de tonta tenía poco y conocía y amaba a Einar como nadie, sabía dónde se estaban metiendo ambos cuando le pidió a su marido que se vistiese de mujer aquella tarde, en el apartamento que compartían en Copenhague. Pero para ninguno de los dos la vida volvería a ser la misma. Einar nunca se había sentido tan auténtico como cuando se puso esos tacones y, gradualmente, empezó a vestirse de mujer. No de una mujer cualquiera, sino de Lili, la persona que inventó y que cada vez fue pasando más tiempo con Gerda, quien la paseaba por los cafés y la presentaba como su hermana. Tras viajar por Italia y Francia, ambas acabarían instalándose en París en 1912, donde Lili vivía y vestía como una fémina, y Gerda tenía relaciones con otras mujeres.

Unos años más tarde, Lili se convertiría legalmente en Lili Elbe, la primera persona transexual, o por lo menos la primera registrada, en pasar por un procedimiento de reasignación de género. Primero se sometió a una castración quirúrgica bajo la supervisión de Magnus Hirchsfeld, el famoso doctor alemán que fundó la primera asociación de defensa de homosexuales y transexuales, y después pasó por varias operaciones a manos de Kurt Warnekros, el cirujano de Dresde al que Elbe se refería como su creador y salvador. En 1933, Warnekros planeaba completar el proceso implantando a Elbe un útero y creándole una vagina artificial, pero la pintora (que ya casi no lo era: Elbe pensaba que el arte pertenecía a Einar, a su pasado) no pudo superar la operación y murió días antes de cumplir los 50.









Lili Elbe en 1926








Una lucha en soledad



A pesar de su relevancia histórica, la historia de Lili, quien escogió para su apellido de mujer el nombre del río que pasa por la ciudad en la que volvió a nacer, el Elbe, tan solo era conocida entre académicos y activistas de la comunidad LGBTQ hasta que cayó en manos de David Ebershoff hace 18 años. Ebershoff, entonces editor en Random House, la noveló en lo que sería para él su debut literario, La chica danesa (Anagrama). Tras dar muchas vueltas por los despachos de Hollywood –durante un tiempo, Nicole Kidman estuvo asociada al proyecto– el libro ha llegado por fin al cine de la mano de Tom Hooper y con Eddie Redmayne y Alicia Vikander en los papeles de Lili y Gerda. Se estrenará el 15 de enero. El autor se siente orgulloso: «En septiembre, visité la tumba de Lili en Dresde y el director del cementerio me dijo que cada mes unas 10 personas acuden a presentar sus respetos. Le dejan flores y velas o pasan tiempo con ella. Imagino que el número ha crecido en los últimos años y que con el filme se entenderá todavía más quién fue y qué consiguió. Es por eso que necesitamos más historias y es por eso que el público ha escuchado y aceptado las de Caitlyn Jenner, Laverne Cox, Chaz Bono, Renée Richards y muchos otros. Cada vez que una persona transgénero cuenta su experiencia, nuestra comprensión colectiva crece».



Cuando Ebershoff habla de una «pionera» el término adquiere connotaciones heroicas, pero ser el primero, la primera en este caso, en llegar a cualquier sitio implica hacerlo en la más absoluta soledad. Por no tener, Elbe no tenía ni una palabra para referirse a lo suyo. El doctor Hirchsfeld, que trató durante toda su vida de honrar la investigación sobre sexualidad y género en una disciplina médica tan respetable como cualquier otra, hacía poco que había acuñado el término «transexualismus» para referirse a aquellos que querían convertirse en, y no solo parecerse al sexo opuesto. Nadie se la dijo a Einar. Los doctores a los que visitó durante su juventud en Dinamarca lo calificaron de histérico o pervertido. «Una de las cosas que encuentro más significativas sobre Lili Elbe es que ella no tuvo ejemplos o modelos, ningún mentor a quien admirar, ningún recurso, ningún medio que reflejara su vida y prácticamente ninguna información médica. No solo transitó por un camino inhóspito, sino que ella tuvo que ir poniendo los cimientos de ese camino. Estaba sola excepto por su esposa», dice Ebershoff.


 

 


Gerda Wegener, A Summer Day, 1927

 






Tras casi dos décadas viviendo como una mujer con una biografía inventada, la historia de Lili se hizo pública y causó en su país un ruido similar al que generó Christine Jorgensen en Estados Unidos en los años 50. Jorgensen, el soldado que combatió en la Segunda Guerra Mundial que pasó por una operación de reasignación de sexo, se convirtió en una celebridad menor y objeto de fascinación para los tabloides. «Cuando se filtró su historia, Lili no tuvo otra opción que salir del armario y contarla», relata su biógrafo. «Por un lado, disfrutó la oportunidad de contar su transición, pero por otro dudaba sobre cómo respondería el mundo. Una parte de Lili amaba la atención y otra tan solo quería ser una chica danesa con una vida normal». Convertirse en una figura pública la obligó a romper con su pasado y con Gerda. Dinamarca reconoció su nueva identidad con un pasaporte y anuló el matrimonio. Lili albergaba ilusiones fantasiosas, como concebir un hijo con su nueva pareja, pero tenía negras premoniciones. Antes de pasar por la operación que la mataría, escribió a un amigo: «He probado que tengo derecho a vivir existiendo como Lili durante 14 meses. Se podría decir que 14 meses no son mucho, pero para mí es una vida humana completa y feliz».



De candente actualidad



No es casualidad que la película se haya materializado ahora y no hace cinco o diez años y que haya conseguido un reparto envidiable –para Redmayne es su primer papel tras el Oscar y Vikander vive un momento estelar con Ex Machina y Testament of Youth–. Caitlyn Jenner, Transparent, Laverne Cox y Andrej Pejic entre otros han conseguido que las reivindicaciones de las personas transgénero se hagan más visibles. La chica danesa se proyectó en la Casa Blanca en una velada dedicada a los derechos de los transexuales. Que la dirija Hooper, un director de quien se puede decir que su género es «lo oscarizable» (suyas son El discurso del rey y Los miserables) es ya de por sí significativo, como él mismo admite en una entrevista en Time: «Ahora todo el mundo cree que es una opción obvia para mí; dice mucho de la revolución que ha habido en la aceptación de las historias trans». La elección de Redmayne, sin embargo, no estuvo exenta de polémica. Se señaló que debería ser una actriz transexual quien interpretase a Elbe. David Ebershoff, por lo menos, está satisfecho con el actor cisgénero (lo contrario de transgénero) y heterosexual que da vida a su Lili. «Cuando visité el plató, vi que Eddy derramaba cada gota de su talento interpretándola con profundidad, sutileza y una amplia gama de emociones. Como escritor, no me gusta la idea de que algunas historias están fuera de mi alcance». Aun así, reconoce que hay que tener en cuenta esas voces disidentes. «Lili es una parte importante de la historia de esa comunidad. Se sienten orgullosos de ella y su vida se tiene que contar con empatía y dignidad».
 


 
Eddie Redmayne en el papel de Lili
 




Fuente: El Paìs

















Gerda Wegener: La Transgresora - GALERÍA: Gerda Wegener. Pinturas e Ilustraciones
domingo, 3 de enero de 2016










Quizás sea en el ámbito de lo sexual, en relación al erotismo,
 donde se dé una de las mayores perplejidades del ser humano.
La naturaleza utiliza el sexo como medio para perpetuar las especies,
pero el hombre es, que sepamos, el único ser que lo utiliza para otro fin:
como medio para alcanzar una satisfacción física y psíquica
que es tanto más profunda e intensa cuanto más nos hurta de lo efímero,
tanto más eterna cuanto más la sentimos ajena a lo temporal.
Y es su eternidad la del que se ve arrojado fuera de sí,
derramado en el otro, liberado así por un momento
de lo que en uno es caduco —el cuerpo, la materia— para sentirse flotar
sólo en sentimiento satisfecho, más allá del cuerpo propio,
enajenado ahora en otro cuerpo, conquistador etéreo de sus límites.

Reflexiones desde la carne. Héctor Amado










Gerda Wegener
1885-1940







La Transgresora


.Cuando la conocí posiblemente
fuera una de las personas más amorales que un ser humano de bien pudiera imaginarse. Y digo amoral con todo el sentido y el significado que dicho término posee, pues en la naturaleza de Greta, como descubriría muy pronto, no había el menor atisbo de una consideración moral de la existencia. Actuaba siguiendo el impulso infalible de su deseo. En eso —solía decir ella con media sonrisa que helaba la sangre— consistía la lucha por la vida. Eso significaba estar vivo. Y quien no lo viera así estaba condenado a ser un súbdito o una víctima. Ella, obviamente, se consideraba una aristócrata, un miembro de lo más selecto de la especie, una elegida: alguien a quien había que servir, y a quien le era lícito servirse de los demás, de todo lo demás. Para su libertina conciencia, la moral no era sino una serie de normas que coartaban el natural desarrollo de la rica personalidad humana atesorada por eones de evolución. Si el hombre (o, más propiamente en su caso, la mujer) estaba en lo más alto del escalafón evolutivo, debía hacer honor a este logro conseguido a base miles de años de actuar con su entorno y sus congéneres sin compasión alguna.


.....La moral era debilitante. Aunque había servido —eso hasta ella misma lo reconocía— para lograr la  suficiente cohesión social como para hacer posible la cohabitación en grandes grupos sedentarios conformando núcleos urbanos y prósperas comunidades. Pero ella —eso también lo sabía— apuntaba que la moral era la argamasa con la que los poderosos, aquellos que perfectamente podían prescindir de toda norma, consolidaban los cimientos de su bienestar. Los poderosos —los verdaderos especímenes aristocráticos del género humano, a su parecer— habrían creado la moral para esclavizar la conciencia de sus súbditos, de sus servidores. Así no tenían que molestarse en aferrarlos con cadenas o usar el látigo para que les sirvieran, lo harían como consecuencia lógica de su imperativo moral: el bien común (que, al fin y a la postre, no desembocaba sino en el bien propio de los poderosos que tal estratagema habrían urdido). Oh, sí, éstos, los súbditos, los sirvientes, en definitiva los esclavos, recibían a cambio unas migajas de bienestar en forma bienes de consumo, de tranquilidad de espíritu, de obediencia debida y de servil satisfacción por el trabajo bien hecho. ¡Trabajo! ¡Ja! Un espíritu aristocrático, tal y como ella lo concebía, debía ser por naturaleza refractario al trabajo. Un buen aristócrata debía vivir del trabajo de los demás. Siendo la mayor maldición del ser humano, en esa moral taimadamente impuesta por los poderoso a los espíritus serviles, el trabajo ocupaba el centro de las bendiciones. El trabajo dignifica, solía decirse —solía subrayar la moral social—, y así se conseguía la adscripción voluntaria (e interna, como un imperativo categórico incrustado en la conciencia) del trabajador a su propio yugo. Pero el verdadero aristócrata, el dominador de los subyugados, no debía realizar más trabajo que el que se tomaba para llevar a cabo sus deseos y satisfacer sus ambiciones.


.....Quizás por todo ello Greta hacía llamarse La Baronesa. Aunque había quien apuntaba en este título una alusión a su evidente preferencia por el bello sexo. Tenida por bisexual, se le conocían numerosos y continuos affaires tanto con hombres como con mujeres, bien fuese por turno o a la vez. Las orgías llevadas a cabo en Villa Arcadia se hicieron célebres; quizás más célebres y morbosas de lo que en realidad demandaba lo que allí sucediera. Porque lo único cierto, relatado por los proveedores de la maison, era que en estas fiestas se comía y bebía lo más exclusivo: manjares, vinos y licores traídos desde cualquier punto del planeta. La espléndida bodega, que se extendía por diversas galerías de los sótanos de la Villa encaramada en lo alto de un boscoso cerro, era reconocida como una de las mejor aprovisionadas de Europa (podría decirse del mundo) por todos los marchantes de vinos y degustadores de los clubs más selectos. Allí dormían el sueño plácido del espíritu del sol y la llama los mejores Burdeos y Borgoñas, los más nobles Alsacias, los Nebbiolos más ensoñadores, las malvasías más delicadas, los más densos y licorosos Sauternes y Tockay, los más raros vinos del Rhin, allí donde la Riesling y la Gewurztraminer alcanzan toda su plenitud en comunión con el hielo, los mágicos Ribera del Duero y los concentrados Prioratos, y, cómo no, una envidiable colección de los más refinados —y caros— Champagnes, entre ellos los insuperables Clos de Krug (d'Ambonnay y du Mesnil).


.....Orquestinas de cámara animaban las veladas que transcurrían en ocasiones a lo largo de todo un largo fin de semana. Eran músicos con un alto grado de virtuosismo, pues mientras tocaban tema tras tema permanecían con los ojos vendados. La identidad de quienes acudían a tales bacanales no era secreta, pero sí lo era su comportamiento y actitudes allí dentro. Los lacayos y personal de servicio, al ser contratados, firmaban un acuerdo de confidencialidad que les obligaba a no comentar nada de lo que sucedía en la maison y jardines anexos. Por lo que los invitados actuaban con entera libertad a pesar de la presencia de los fámulos, pues éstos no tenían una condición distinta de la de serviciales estatuas vivientes. De lejos sólo era posible ver, por las noches, los grandes ventanales iluminados, unos velados por cortinas de encaje y otros policromados como si de las vidrieras de una catedral se tratase. Las altas tapias de piedra coronadas por cables electrificados que sellaban el recinto de diez hectáreas que ocupaba la finca, y las cámaras de videovigilancia instaladas cada veinticinco metros en las pilastras que dividían los paños de tapia, celaban la privacidad las veinticuatro horas del día.


.....Gustaba Greta vestirse a la moda de los años veinte, aquellos Locos Veinte que según ella eran el epítome de la despreocupación y la nonchalance consecuentes a un deseo exacerbado de vivir y disfrutar de todo lo placentero, incluido, claro está, el sexo. Se hacía adaptar, no obstante, los modelitos de su vestuario, boas inclusive, a los tiempos modernos, dándoles un ligero toque casual que evitaba la impresión de ridículo, o de intempestivo, que de otra forma hubiese causado. Amaba las transparencias —poseía un cuerpo Greta para podérselo permitir—, y allí cuando podía dejaba entrever partes de su anatomía no sólo sugerentes sino directamente excitantes. Formas rotundas, turgencia en estado puro, sensualidad felina, voluptuosidad irresistible, serían expresiones que no alcanzarían a transmitir lo que el cuerpo de Greta, ya estático ya en movimiento, expresaba. Era el suyo uno de esos cuerpos cenitales en los que la naturaleza parece haber logrado una de sus más excelsas obras maestras. Un cuerpo para gozar y gozarse, para disfrutar disfrutándose, y de ello Greta era no sólo consciente sino fervorosa practicante. Se regocijaba sintiendo en su anatomía todas las miradas, podría decirse que las experimentaba como verdaderas caricias, a las que respondía no con descaro sino con seguridad, como una Venus acostumbrada a hacer ostentación de su impresionante belleza sin recurrir a la soberbia, el engreimiento o la fatuidad. Gustaba de gustar, y lo agradecía mostrándose elegante y naturalmente provocadora.


.....Imbuida de cierto grado de sofisticación por mor de una estética sentida, buscada y recreada —Greta manejaba tan bien los pinceles sobre el lienzo, como sus dedos sobre el cuerpo en el ars amatoria—, era la suya una sofisticación tan connatural como la de una pantera negra o una mantis religiosa. Su sonrisa, sus gestos y ademanes, su mirada, estaban dotados de una gran carga erótica, quizás no pretendida (en absoluto forzada o interesada), pero sí aceptada y desplegada con satisfacción. Segura como una araña ante su tela, desplegaba sus muchos encantos como si de una viscosa trampa se tratase. Ella sólo debía elegir, entre las varias víctimas atrapadas en ella, aquellas que más colmaran su gusto; y no eran pocos los que, desairados, hubieran preferido ser directa y realmente devorados por aquella deseable boca que no dejados de lado.


.....Según el color del día, su pelo podía ser rubio, castaño o moreno; y sus ojos, verdiazules, gris-azulados o castaños claros. Poseía una increíble facultad para mimetizarse tanto con el entorno en que se moviese como, sobre todo, en relación a las compañías de que se rodeara en cada momento. Tan pronto llevaba el pelo largo y suelto, como media melena recortada, elegante moño o coleta trenzada cubierta con redecilla, corte corto a lo garçon o desenfadado peinado de mechas multicolores. Sólo permanecía inmutable en ella su personalidad voluptuosa y arrolladora. Según fuese su humor podía cambiarse varias veces al día de atuendo, pero, como ya apunté anteriormente, siempre éste mostraba, en detalles o casi en su totalidad, el estilo y glamour de los años veinte del siglo XX. No era extraño verla con diademas de tejidos naturales, lisas o bordadas con hilos de oro o plata, en las que en ocasiones prendía joyas auténticas (odiaba la bisutería, como odiaba todo lo que no fuese auténtico en su vida), largos collares de perlas del Mar del Japón, o de cuentas de azabache y marfil, y fumando cigarrettes engastados en largas y artísticas boquillas, de las que tenía una estimable colección. No solía utilizar ropa interior, y, cuando lo hacía, se limitaba a sugerentes bragas de raso; jamás utilizó sujetador (la turgencia y el proporcionado tamaño de sus pechos no lo necesitaba). Dormía inexcusablemente desnuda, arropada con ligeras sábanas de seda cruda en verano y edredones de plumón de ánade en invierno.


.....Su metabolismo basal era alto, lo que hacía que su piel se presentara siempre cálida; cálida y aromática. Uno se acercaba a ella y era como arrimarse a un acogedor hogar cebado con cisco de sándalo. A pesar de ello su epidermis no mostraba el lógico matiz sonrosado que cabría suponer a su temperatura. Sólo en las ocasiones en que se enfurecía, o, por el contrario, cuando se entregaba a los juegos eróticos —cosa que hacía asiduamente— parecía arder su piel en profusas llamaradas de un bello y excitante rosa encendido. Los extremos se tocan, repetía ella cuando se le hacía notar la opuesta relación de emociones que causaban el mismo efecto cromático en su cuerpo. Los causantes de su enfurecimiento recibían, por tanto, junto a la ira o el desprecio de Greta, una regalada dosis de excitación que les provocaba emociones encontradas y la perplejidad más absoluta. Mas no se crea que era fácil enfurecerla (vano hubiera sido pretenderlo intencionadamente). Poseía la suficiente perspicacia como para detectar las estratagemas, y la suficiente inteligencia como para no ofenderse sin motivo real. El gesto habitual de su rostro era el de una leve sonrisa subrayada por sus brillantes, vivos y dolorosamente bellos ojos (y preciso lo de "dolorosamente" porque era tal su encanto que podía llegar a hacerse insoportable).


.....Su fama la precedía, por ello no pude dejar de sentir un íntimo estremecimiento cuando me la presentaron en el Museo del Erotismo de París, en Pigalle. Estremecimiento que no sería sino el preámbulo de otros muchos, sentidos en las más diversas y placenteras circunstancias. Mi destino estaba a punto de cambiar y yo lo sabía, lo vi escrito en aquellos ojos que más que los de Medusa robaban el alma a sus víctimas.





.....En las notas biográficas de la pintora danesa Gerda Wegener se repite hasta la saciedad lo increíble y excepcional de su vida, una vida marcada por la libertad sin barreras y la tragedia jubilosa. Marcada, así mismo, por la transgresión como consecuencia inevitable de ese su deseo de vivir libérrimamente. Ubicada temporalmente en la esquina del siglo XIX con el XX, región donde convivieron un puritanismo exacerbado con un ansia irreprimible de vivir sin ataduras y sin encorsetamientos, en lo artístico es el momento en que tras la brecha abierta por el romanticismo penetró el impresionismo y el simbolismo, y, tras ellos, se colaron en la vieja Europa nuevos y rupturistas movimientos que acababan con siglos de evolución academicista, sujeta a reglas y cánones ya agotados que coartaban los nuevos aires de creatividad que surgían por todas partes (Alemania, Francia, Inglaterra, Italia).


.....Gerda Wegner es un producto de esta efervescencia creativa y de esta reacción antipuritana. Originaria de un país donde el cristianismo, en su versión luterana y calvinista, gobernaba las costumbres, ella se rebeló y decidió partir, junto a su esposo Einar, hacia allí donde se respiraba el aire más fresco (social y artísticamente hablando): París. En París se desarrolló toda su carrera artística con su marido convertido en su mejor modelo. Inútil e improcedente sería deslindar la vida privada de Gerda de su vida artística, tan profundamente imbricadas están. Einar, el hombre que quiso ser mujer muriendo en el intento, poseía una naturaleza ambigua, patentemente femenina en su actitud y sentimientos y masculina en lo anatómico. Fue precisamente su intención de transformar lo anatómico para que se correspondiera con lo psíquico lo que al final daría al traste con su anhelo. Tras la última de las tres operaciones para cambiar de sexo, en la que se pretendía implantar un útero fértil, Einar encontraría la muerte en su camino hacia la libertad y la identidad, transformada ya en Lili Elbe.

.....Gerda se casaría con un oficial italiano, inducida por el propio Einar en vida, tras ser anulado su matrimonio por el rey danés.


.....El erotismo y la ambigüedad sexual, o, mejor, la bisexualidad, están presentes en toda la obra de Gerda Wegener, tanto la meramente pictórica, en retratos y escenas de género, como en su faceta como ilustradora en las revistas más prestigiosas del ramo: La Vie Parisienne, Fantasio, Le Sourire, La Baionnette o Vogue.  Sería, no obstante, su colección de acuarelas para los Douze Sonnets Lascifs, del poeta Alexandre de Vérinau, la parte de su obra más reconocida; en ellas su marido Einar figura como modelo, y en ellas se expresa sin tapujos su naturaleza bisexual, o decididamente lesbiana. Hay que recordar que estamos en 1925, en plena Belle Epoque, Gerda cuenta cuarenta años y su vida en París es de todo menos convencional. La Capital del Vicio y la Joie de Vivre (como fue apodada ya entonces) recibió sin inmutarse una tal muestra de procacidad amoral (¿es necesario recordar que pese al momento y el lugar se trataba de "una mujer", por más que artista?), acogiendo la audacia artística de Gerda con absoluta "normalidad" (en lo que cabe para una ciudad en que lo amoral era la norma artística).


.....El estilo de Gerda sigue el espíritu de la época, embebido de Art Déco, expresionismo, futurismo y cierto matiz naif que impregnaron sus ilustraciones.



.....Aquí, seguidamente, se adjuntará una buena selección de sus obras, incluidas las doce acuarelas de Les Délassements d'Eros (nombre que recibió la colección) que acompañaron la edición de los sonetos de Vérinau. La he distribuido en dos partes: Pintura e Ilustraciones, cuya subdivisión final corresponde a Les Délassements...









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