la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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El día que Hitler decidió dejar a Albert Einstein sin familia: Isabella Rosellini en Il Cielo Cade, película basada en la novela autobiográfica de Lorenza Mazzetti / Ingreso, poema de Beatriz Iriart en homenaje a la familia Einstein



Lorenza Mazzetti

 "Todos ellos reposan en el cementerio de la Badiuzza, en Florencia, 
entre San Donato, en la colina, y Rignano, a orillas del Arno. 
Sobre su tumba está escrito 
«masacrados por los alemanes el 3 de agosto de 1944".

 Ellos reposan en lo alto de la colina y yo los recuerdo. 
¡Si alguien pasa  por allí que deje una flor!» 












INGRESO

                      A la memoria de Robert, Nina,
                             Annamaria y Luce Einsten   



Los gestos de la muerte
no se parecen.
Los remusgos los esparcen por cuantiosos bosques
y Dríade lo transmite por milenios..
Hoy
sesgaron incontables árboles …
Extraviamos registros.
Los gestos de la muerte
no se parecen.
La sangre no se regenera, el pulso disminuye…
Hoy
EL UNIVERSO
entró en el olvido.



©Beatriz Iriart


Fotografía: Giovanni Gilli 



 


El Cielo se Cae 


















"Mi hermana y yo, que vivíamos en la Villa desde pequeñas (porque nuestra madre había muerto), fuimos perdonadas por las SS porque no nos llamábamos Einstein sino Mazzetti. 
De modo que durante años compartimos las alegrías de la vida y recibimos su cariño,  pero en el momento de la muerte nos separaron de ellos.  Esta vida me fue regalada sólo porque yo era «de otra raza».  Todos los supervivientes portan consigo el peso de este «privilegio»  y la necesidad de dar testimonio.  Este libro quiere describir la alegría y el gozo que aquella familia me proporcionó  en mi infancia, acogiéndome como una «igual»; 
aunque fui «igual» a ellos en la dicha y «diferente» en el momento de la muerte.»
 









Esta novela es, en realidad, la autobiografía de la infancia de la autora, que nació con su gemela Paola en Florencia en 1928 y pronto, huérfanas de madre, fueron acogidas por su familia judía, que habitaba una maravillosa mansión en la Toscana. Sus tíos, Nina y Robert Einstein, eran primos del famoso Albert Einstein, por lo que la familia fue masacrada por los nazis en agosto de  1944, con las dos gemelas por testigo.

Un tutor legal se hizo cargo de la herencia de las niñas, y las desposeyó a través de un turbio amaño financiero. Con el tiempo, Lorenza viajó a Londres para estudiar cine y allí filmó sus primeras películas, fundando el movimiento free cinema con Karel Reisz, Tony Richardson y Lindsay Anderson.

El cielo se cae se publicó en 1961 y recibió el Premio Viareggio en 1962 y se traduce ahora al castellano por primera vez. Por su contenido y por sus propósitos, la novela se relaciona con obras como El jardín de los Finzi Contini (la persecución de las familias judías italianas), Amarcord (la infancia y la juventud bajo el fascismo) o El diario de Anna Frank, con la que comparte la técnica de relatar un mundo abyecto desde una mirada infantil.

Penny, la niña narradora, vive en un entorno idílico, con su hermana y sus primas, protagonizando pequeñas travesuras en la escuela y en casa, jugando en el campo con los hijos de los campesinos, seducida por el mundo que la rodea. En la escuela, como otros niños, la narradora ha sido engullida por una educación convertida en adoctrinamiento lleno de consignas y dogmas fascistas, que la llevan a adorar a Mussolini y a Hitler. La Iglesia, por su parte, penetrará en la escuela con una religiosidad de intimidaciones y amenazas terroríficas que se traduce en un amplio repertorio de supersticiones infantiles.

Los niños viven en un mundo reglado, sumidos en sus problemas cotidianos (juegos, roces, travesuras, primeras manifestaciones eróticas...), sorprendidos únicamente por la distancia y displicencia con que los tíos, Wilhem y Katchen, tratan a las autoridades políticas y religiosas.
Las escasas referencias históricas permiten, sin embargo, informar al lector de que Mussolini ha sido destituido (julio de 1943), Italia es invadida por el ejército alemán y el cielo está a punto de caer sobre todos ellos.

De esta novela existe una versión cinematográfica del año 2000, dirigida por los hermanos Antonio y Andrea Frazzi y protagonizada por Isabella Rossellini.

Lorenza Mazzetti narró en esta novela, publicada por primera vez en 1961 y rescatada años después con gran éxito de crítica y público por la prestigiosa editorial Sellerio, su propia infancia. El punto de vista de Penny, la jovencísima narradora de la historia, es el punto de vista de Lorenza: la realidad a través de los ojos de una niña soñadora y traviesa que crece fascinada por la personalidad de su tío Robert, primo del conocido científico Albert Einstein y cabeza de una acomodada familia de origen judío que, en el verano de 1944, recibiría la trágica visita de las SS por orden personal del mismísimo Adolf Hitler, quien deseaba dejar sin parientes al padre de la física moderna.

Lorenza Mazzetti nació en Florencia, Italia, en 1928, y vive en Roma actualmente. A principios de los años 50 se instaló en Londres, donde estudió en la Slade School of Art. Comenzó su breve pero interesante carrera como directora de cine vinculada al movimiento Free Cinema, junto a sus amigos Karen Reisz, Tony Richardson y Lindsay Anderson. 

En 1959 regresó a Italia, donde trabajó para la Rai, colaboró con Cersare Zavattini, el conocido guionista de Ladrón de bicicletas o El jardín de los Finzi Contini, y creó el grupo teatral PuppettTheatr. Mazzetti es autora de libros como Con rabbia (1963) y Uccidi il padre e la madre (1969).


De El cielo se cae (1961) existe una versión cinematográfica del año 2000 dirigida por los hermanos Antonio y Andrea Frazzi y protagonizada por Isabella Rossellini. 



Album di famiglia
exposición de Lorenza Mazzetti
Roma 2010









  

Scrittrice e regista nata a Roma dove attualmente vive e gestisce il PuppettTheatre: teatro per bambini a Campo de' Fiori.

Nel 1956 a Londra ha contribuito alla nascita del movimento del Free Cinema firmandone insieme a Lindsay Anderson, Tony Richardson e Karel Reitz il manifesto, scritto come documento di presentazione della prima rassegna promossa dal gruppo: 

"Gli autori dei film preferiscono chiamare il loro lavoro "free" piuttosto che "experimental". Infatti non è autocontemplativo né esoterico. E la sua preoccupazione principale non è la tecnica. 

Questi filmsono liberi nel senso che le loro asserzioni sono del tutto personali. Anche se i loro umori e i loro soggetti sono diversi, ognuno è interessato a un qualche aspetto della vita, come è vissuta oggi, in questo paese. Un jazz club nell'area settentrionale di Londra, la strada principale della zona portuale dell' East End; un parco di divertimenti in un luogo di villeggiatura della costa meridionale… queste ambientazioni possono essere apparse già nel cinema britannico. Ma qui c'è lo sforzo di vederle e sentirle in una maniera nuova, con amore o con rabbia, ma mai freddamente, asetticamente, convenzionalmente. In realtà gli autori di questi film li pongono come una sfida all'ortodossia".

Dal programma del National Film Theatre, Londra, 1956
in Emanuela Martini. Storia del Cinema Inglese: 1930-1990. Marsilio ed.'91

"Indipendente, personale e poetico... il free cinema assunse rapidamente e volutamente il significato di un nuovo modo di fare film"
L. Anderson. Il free cinema vent'anni dopo.
in Alan Lovell, DavideFerrario: Free Cinema. Bergamo, Modena '81



    

Together è il mediometraggio di Lorenza Mazzetti, allora studentessa italiana di Belle arti allo Slade di Londra, presentato nel programma che diede avvio al movimento del Free Cinema Inglese: dal 3 all'8 febbraio '56 presso il National Film Theatre.
Il film seguiva due giovani sordomuti nelle strade povere nel quartiere del porto. Finanziato dal British Film Institut e montato con la collaborazione dello stesso Anderson, fu premiato al festival di Cannes dello stesso anno. Le storie del cinema convergono nel sottolinearne il valore e la peculiarità, anche nel confronto con le altre opere del movimento. 

Tornata in Italia Lorenza Mazzetti ha collaborato con Cesare Zavattini con cui condivideva la teoria "del pedinamento" (secondo lo sguardo già utilizzato nella realizzazione di Togheter) ed ha partecipato alla realizzazione di alcuni episodi nei film collettivi Le italiane e l'amore (1961) e I Misteri di Roma (1962).

Nel '62, a restituzione della sua storia d'infanzia, scrive in pochi mesi il romanzo autobiografico "Il cielo Cade" che vinse il premio Viareggio: raccontava la sua esperienza di bambina orfana accolta in una casa amata e messa di fronte all'insensato dell'orrore nazista/razzista. 

Leggiamo nel risvolto di copertina, edizione Sellerio 2000

"Dedico questo libro a mio zio Robert Einstein, cugino di Albert, a mia zia Nina Mazzetti Einstein, alle mie cugine Annamaria (Cicci) e Luce Einstein. Tutti dormono nel cimitero della Badiuzza sopra Firenze.

Sulla loro tomba c'è scritto "trucidate dai tedesci il 3 agosto 1944"

"Io e mia sorella che stavamo alla villa fin da piccole (perché la nostra mamma era morta) siamo state risparmiate dalle SS perché non ci chiamavamo Einstein ma Mazzetti. Così abbiamo diviso le gioie della vita e ricevuto il loro affetto per anni ma al momento della morte siamo state separate da loro. Questa vita mi è stata regalata solo perché ero di un'altra razza.

Tutti i sopravvissuti portano il peso di questo privilegio e il bisogno di testimoniare.
Questo libro vuole descrivere la gioia e l'allegria che quella famiglia mi ha dato nella mia infanzia, accogliendomi come uguale, mentre sono stata uguale a loro nella gioia e diversa al momento della morte.

Loro dormono lì sulla collina e io li ricordo. Se qualcuno passa di lì lasci un fiore"

Penny e Baby - le due bambine dal cui punto di vista e con le cui parole è narrato l'ultimo tempo del fascismo, con la guerra vicina alla grande villa e l'irrompere brutale della persecuzione antisemita contro lo zio che le ha adottate (o meglio che loro hanno adottato come padre ), non hanno una spiegazione generale del mondo. Posseggono però una mitologia, ricca di una miriade di figure prese dal catechismo, dalla propaganda fascista a scuola, dai giochi con i contadini, dalla vita con gli zii e gli ospiti … 

 Il Cielo cade contiene un'idea da raccogliere ancora: che sia bandito dall'agire umano tutto quello che una bambina o un bambino non può spiegare entro la sua mitologia. Vale per la civile Toscana del '45, e per i Balcani di turno, per l' Afganistan, la Palestina e le strade sotto casa!

Il romanzo pubblicato in Europa, Usa, America Latina e persino in Giappone è stato appena pubblicato in Germania, e amorevolmente tradotto peraltro da Victoria von Schirach (nipote di Baldur von Schirach, creatore della Hitler Jugend e tra i più zelanti esecutori delle idee naziste).


Il cielo cade


Ispirato al romanzo è il film omonimo dei fratelli Frazzi, sceneggiato dalla grande Suso Cecchi d'Amico, che entusiasta del libro ebbe l'idea di adattarlo per lo schermo subito dopo la sua prima uscita, ma il progetto non è andato in porto che ora

Regia: Andrea e Antonio Frazzi.
Sceneggiatura: Suso Cecchi d'Amico
Fotografia: Franco Di Giacomo
Scenografia: Mario Garbuglia
Musica: Luis Enriquez Bacalov
Interpreti: Isabella Rossellini (Katchen Einstein)
Elena Sofonova (Maya) Jeroen Krabbé (Wilhelm Einstein) Paul Brooke (Mr Pit)
Veronica Niccolai (Penny) Lara Campoli ( Baby)
Produzione: Silvia d'Amico Bendicò per Paris Film/Viva; Cinematografica; Istituto Luce; Rai.
Italia 2000. 102' Distribuzione: Istituto Luce
Miglior Opera prima Globo d'Oro 2000 - Premio Giffoni 2000
Presentato al Festival di Berlino 2001

L'intera vicenda è raccontata attraverso lo sguardo di una bambina orfana, Penny, ospite con la sorella minore nella bella villa degli zii nella campagna Toscana, tra il '43 e l'estate del '44.
La sceneggiatura recupera del romanzo la poesia delle immagini ed il teatro degli affetti e della memoria; l'infanzia presaga e insieme ignara in cui il cielo cade trascinato giù dagli angeli del male: guerra e nazismo. Penny cerca di dare un senso agli eventi, a partire dalle sue fantasticherie sul Duce buono (come impara a scuola) e il diavolo cattivo, trovando occasione di gioco nelle circostanze anche le più gravi e dando forma al suo teatro umano.

Andrea e Antonio Frazzi, fratelli nati a Firenze nel 44 e laureati in Filosofia, esordiscono come registi teatrali nel '72. Hanno realizzato numerosi documentari e dal 1975 hanno lavorato per la Rai/Tv, fino allo sceneggiato su Don Milani Il priore di Barbiana del '97.
Il Cielo cade è il loro primo film per grande schermo

"E' bello ogni tanto ritrovarsi sulla strada maestra del neorealismo", Tullio Kezic/Corriere 27-5-00

"E' un film dove si ride e ci si commuove, Il cielo cade, e già questo lo rende piuttosto raro nel panorama del cinema italiano. E' la fiaba di una famiglia ritrovata che volge in disperazione proprio alla vigilia della liberazione. Una storia forte, crudelissima che nessuno scrittore avrebbe avuto il coraggio di inventare. Ed è infatti vera, vissuta e raccontata in uno straordinario libro di Lorenza Mazzetti, una sorta di Diario di Anna Franck italiano scritto con gli occhi di una bambina non ebrea e per questo sopravvissuta, ma con lo stesso peso morale dei reduci dei lager: dover testimoniare a futura memoria l'orrore dell'Olocausto. 
Monicelli avrebbe voluto farne un film tanti anni fa, oggi il progetto, firmato da Suso Cecchi D'Amico, è stato realizzato dai fratelli Frazzi, artigiani della miglior fiction tv al debutto sullo schermo. Un film giustamente ambizioso, rispetto al minimalismo di altri e alla voglia di dimenticare di quasi tutti, ed è un peccato che arrivi nelle sale tardi e male. Sorprende l'interpretazione di Isabella Rossellini in una parte di parte di madre, che forse sente più delle precedenti di donna fatale, colpisce ed emoziona la rassomiglianza e forse l'omaggio a sua madre, Ingrid Bergman. Non sorprende invece la bravura di Jeroen Krabbe, nella parte dell'orgoglioso e tragico zio Wilhem. I bambini protagonisti, scelti fra mille, hanno miracolosamente facce antiche di chi non ha visto nemmeno uno spot. La storia è vissuta attraverso i loro occhi, lo sguardo di un'innocenza violata, allora come oggi, nell'Italia del '45 come nel Kosovo o nell'Eritrea del Duemila"


Filmografia di Lorenza Mazzetti
1954 K B/N 40'
1954 Metamorphosis
1956 Together B/N 60'
1961 L'educazione sessuale dei figli (episodio nel film collettivo Le italiane e l'amore organizzato da C. Zavattini dal libro di Gabriella Parca "Le italiane si confessano")
1962 I misteri di Roma (episodio nel film collettivo omonimo organizzato da C. Zavattini )

Indicazioni bibliografiche
Giorgio Betti," L'italiana che inventò il Free cinema inglese. Vita cinematografica di Lorenza Mazzetti", Vicolo del Pavone, 2002











Después de 66 años, quieren juzgar a los asesinos 

de la familia de Einstein

Clarín, 20/02/11 

La justicia alemana busca a los miembros de un comando nazi que los mató en Italia. 


EXILIO. EINSTEIN ERA ALEMAN, PERO SE FUE A EE.UU. POR ADOLF HITLER.



Debieron pasar 66 años para que la Oficina de Investigación Criminal (LKA) del estado alemán de Baden-Württemberg, por fin, abriera una investigación para identificar a los asesinos de la familia del Nobel de Física Albert Einstein.

Los asesinatos ocurrieron nueve meses antes del final de la Segunda Guerra Mundial y cuando las tropas alemanas se retiraban de Italia. Fue en ese momento en que un comando exterminador de la Wehrmacht, el ejército alemán, asaltó la vivienda de Robert Einstein, primo hermano del científico, y asesinó a su esposa y sus dos hijas.

El diario alemán Bild reveló ayer que la LKA en Stuttgart ha reabierto el caso para tratar de aclarar y, si es posible, detener a los militares alemanes que participaron en el crimen en la pequeña localidad de Rignano sull’ Arno, junto a la ciudad italiana de Florencia.
Al parecer, los nazis identificaron por su apellido como judío a Robert Einstein y decidieron su exterminio y el de su familia bajo la acusación de espionaje.

En ausencia del primo de Einstein, que se había escondido, el comando exterminador asaltó el 3 de agosto de 1944 la villa “Il Focardo” y asesinó a la esposa de éste, Nina, de 57 años, y sus hijas Luce y Anna Maria, de 26 y 17 años, respectivamente.

Robert Einstein no pudo superar el trauma y se suicidó casi un año después de perder a su familia , el 13 de julio de 1945, poco después del final de la Segunda Guerra Mundial. La historia fue un pesado trauma para su primo científico.

Bild destaca que la investigación es dirigida por el comisario superior Martin Länge, quien ya en 2007 visitó el lugar del crimen y que ha recurrido al programa de la televisión alemana “Aktenzeichen XY” de colaboración ciudadana con la policía para tratar de localizar a un testigo del triple asesinato.

Se trata al parecer de un soldado alemán de entre 18 a 20 años que acompañaba al comando exterminador, pero que se negó a participar en el múltiple crimen de la familia del padre de la Teoría de la Relatividad.

20 de febrero de 2011



"Objetos Perdidos" poema manuscrito de Julio Cortázar











Por veredas de sueño y habitaciones sordas
tus rendidos veranos me acechan con sus cantos
Una cifra vigilante y sigilosa
va por los arrabales llamándome y llamándome
pero qué falta, dime, en la tarjeta diminuta
Dónde están tu nombre y tu calle y tu desvelo
si la cifra se mezcla con las letras del sueño
si solamente estás donde ya no te busco


Mendoza,
Argentina, 1944













Homenaje a 100 años de su nacimiento y 30 de su partida: 
26 Agosto 1914 - 12 Febrero 1984 / 
Homenagem aos 100 anos de seu nascimento e 30 de sua partida:
 26 agosto 1914 - 12 fevereiro 1984






Arquivo N: Homenaje a María Bethania, TV Globo, noviembre 2011





Con la participación de Gal Costa, Caetano Veloso, 
Chico Buarque, Gilberto Gil, 
Fernanda Montenegro,  Antonio Fagundes, Glauber Rocha…











María Esther Gilio: “El exilio no es sólo el dolor de estar lejos de todo lo que amamos", Página 12, 2007


Escribe, memoria, por María Esther Gilio

 “El exilio no es sólo el dolor de estar lejos de todo lo que amamos
sino también de enfrentar este hecho con un interior desbaratado.”


Sola en Buenos Aires, recién llegada de París desde el exilio, María Esther Gilio buscaba en un diario empleo de secretaria: había perdido por completo la confianza en su oficio de periodista después de que Jacobo Timerman rechazara su entrevista a Pablo Neruda. Pero una analista, varios amigos y la escena de la manteca de Ultimo tango en París cambiaron la historia. Y ella misma la cuenta.




En el Río de la Plata se ha escrito poco sobre el exilio. Siento esto cada vez que hablando sobre el tema alguien dice: “¡Estar en París y extrañar Montevideo! Sólo un loco”.

El exilio no es sólo el dolor de estar lejos de todo lo que amamos sino también de enfrentar este hecho con un interior desbaratado. Las piezas que conformaban nuestro aparato psíquico están ahí, ¿pero dónde?, ¿qué hacer para encontrarlas? De esto quiero hablar. De la fuerza y la confianza que es necesario rescatar antes que nada, ya que sin ellas en esta maraña en que estamos hundidos no podremos hacer nada.

Esta pequeña historia que contaré habla de ese rescate.

Vengo caminando por Federico Lacroze, en Buenos Aires, en una mañana soleada pero fría, con la cara empapada en lágrimas. Tantas que no veo a la gente que se cruza conmigo.

–¡María Esther!
–Sí, ¿quién sos?
–Haroldo.
–¿Qué Haroldo?
–¿Cuántos Haroldos conocés? Haroldo Conti.
–Ay, Haroldo.

Haroldo abrió los brazos y yo me metí en ese espacio que me ofrecía. “Ay, Haroldo.”



–¿Qué pasa muchacha, qué pasa?
–Volví hace un mes de París, pero no a Montevideo.
–Pero vos sabías que no volvías a Uruguay.
–Sí, sabía. Pero pensaba que Buenos Aires era lo mismo.
–Escuchame, lo que te pasa es normal. Vas a salir, pero sería bueno que alguien te ayudara.
–¿Quién?
–Un profesional.
–¿Un psicólogo? No tengo plata.
–Llamame mañana que te doy el número de una psicoanalista que te va a atender. Ella verá la manera.


Dos días más tarde llamé a Elba, la psicoanalista que vería la manera.

–¿Quién dijiste que eras?
–María Esther Gilio.
–No, mirá, yo no puedo atenderte. Me gustaría, pero no puedo. Tenemos muchos amigos en común. Te doy el número de otra profesional que es tan buena como yo. Llamala.

Llamala vos, idiota, pensé. Estaba ofendida, disgustada, triste, desconfiada. “Amigos comunes.” Indiferente, egoísta. No llamaré a tu recomendada ni a ninguna psicoanalista que viva en este mundo. Habían pasado dos o tres días cuando al subir del subte, en la calle, me crucé con Aldo Guglielmone.
–¡Aldo!
–¡María Esther! No sabía que estabas acá. ¿Cuándo llegaste? Vení, vamos a tomar un café.

Sentados a una mesa de un café de Plaza Italia hablamos de mis sufrimientos y, sobre todo, de la analista que se había negado a atenderme. Fijate vos que esta cretina, que se llama Elba no sé qué, no quiere atenderme porque tenemos amigos comunes. Podía haber inventado otra excusa, algo más creíble.

Aldo miraba su café en silencio. Lentamente ponía azúcar, cuidando de no llenar la cucharita y revolvía con igual cuidado. Estaba distraído. “Aldo, no me estás escuchando.” Me miró, puso su mano sobre la mía y dijo: “Elba Azardui es muy amiga mía. Te digo más: fue mi mujer hasta hace unos cuantos años, en que nos separamos”.

Dos días después llamé a Ema, la recomendada de Elba, quien había dejado de ser indiferente y egoísta. Ema me citó para el día siguiente y en dos minutos resolvió el problema del pago. Cuando empezara a trabajar le pagaría. ¿Usted cree que rápidamente voy a encontrar trabajo?  Ema me miró en silencio.

–Bueno, si usted lo dice. Pero de periodista, no.
–¿Por qué no?
–Mi periodismo acá no funciona.
–¿En qué sentido?
–Jacobo Timerman, después de leer en su diario la entrevista a Neruda que había aceptado publicar su director de Cultura, Juan Gelman, me dijo que no sabía cómo “eso” había llegado al diario.
–¿Cómo se lo dijo?
–Me lo dijo al cruzarse conmigo en un corredor de La Opinión. “Che, qué cagada me encajaste, ¿cómo hiciste para convencer a Juan de que te publicara eso?”. Dése cuenta. Si hay algo que no puedo hacer es periodismo.
Ahí hubo dos opiniones. Una de Juan Gelman, otra de Jacobo Timerman.
–Confía más en Jacobo Timerman...
–No, no sé.
–Creo que sí.
–Sí, tal vez.

A partir de ese día, fundamentada mi decisión de no hacer periodismo, empecé realmente a buscar trabajo. Todos los días abría Clarín en “Trabajos se ofrece” y revisaba, con un bolígrafo en la mano, “secretaria se precisa”. Pero qué lejos estaba de ser una secretaria medianamente aceptable. Mala en la máquina, que escribía con alguna rapidez, pero con dos dedos; mala en idiomas, porque si bien podía revolverme en tres o cuatro, sólo español hablaba y escribía fluidamente.

Hacía casi un mes que buscaba cuando Tomás Eloy Martínez, que me conocía de tiempo atrás, me llamó desde La Opinión. “¿No querrías hacer unas entrevistas sobre El último tango en París, que acaba de ser prohibida?”

–No, no sé...
–¿Cómo que no sabés? Esta es una nota para vos.
–¿Puedo contestarte mañana?

Llamé a Ema, quien me citó para esa misma noche a las 9 y media. Fui serena. Es verdad que precisaba trabajo, pero no quería hacer periodismo y por más que Ema se lo propusiera, no me convencería.

–Vamos a suponer que acepta hacer la nota. ¿Qué puede pasar?
–Puede pasar que no sirva.
–En ese caso, ¿usted se daría cuenta?
–Apenas entrevistados el juez y el fiscal ya sabría si el material conseguido era el indicado.
–¿El indicado para qué?
–Para reflejar el espíritu provincial y reaccionario de estas dos personas que aprueban la prohibición del film.
–Es decir que tiene claro cuál es el objetivo de las entrevistas.
–No sé qué quiere Tomás. Yo aspiraría a eso.
–Tal vez él quiere conocer los argumentos que llevaron a esas personas a tomar la decisión.
–Pienso que si fuera sólo eso, habrían encargado el trabajo a cualquier chico o chica de “Vida cotidiana” o de “Espectáculos”.

Ema quedó en silencio mirándome.

–Usted no es cualquier chica de “Vida cotidiana”.
–No.
–¿No?
–Creo que no.
–¿Entonces?
–No sé –dije.

Por un largo rato ambas quedamos en silencio. Yo, mirando un bolígrafo que había hecho girar entre las manos durante toda la sesión. Ema, mirándome a mí.

–Bueno –dijo ella finalmente–. La espero el martes a las 3, como siempre.

¿Qué había pasado? ¿Yo le había prometido que haría el trabajo? ¿Ella pensaba que lo haría? ¿Debería hacerlo para complacerla? Bajé del ascensor y miré el reloj. Faltaba un rato para las 10 y veinte. La sesión había sido quince minutos más corta. Me senté en el escalón, contra la pared, un lugar oscuro desde donde veía la calle Córdoba, a esa hora todavía tapada de autos que se deslizaban veloces hacia el norte. ¿Qué fue lo que hablamos? ¿Qué fue? No sé. Yo dije que no era una aprendiza, o algo así. ¿Qué quise decir? ¿Que puedo hacer bien mi trabajo? ¿Eso quise decir? Sí, eso fue lo que quise decir. ¿Por qué, si no quiero volver al periodismo? Porque es verdad. Lo dije porque es verdad. Sin embargo, no siempre es verdad. En Uruguay es verdad. Aquí también, para Tomás Eloy y para Juan Gelman. ¿Qué pensé antes de la sesión, cuando todavía estaba en casa? “Ema no me convencerá.” Sin embargo, estoy dudando. ¿Qué dijo para hacerme dudar? Veamos. Debo repasar la conversación con calma. Prolijamente. En algún momento dijo: “Usted puede”. No sé cuándo, pero seguramente lo dijo. ¿O no? No, eso no lo dijo nunca. Y si lo dijo, no lo recuerdo. No recuerdo esas palabras. Algo tiene que haber dicho, sin embargo. Ya me voy a acordar. Tengo que esperar. Tranquilizarme y esperar.

Salí a la calle y empecé a caminar hacia el sur. Eran más de las 12 cuando metí la llave en la puerta del edificio donde vivía, en Cochabamba y Defensa. Había caminado más de cuatro kilómetros. Me sentía excitada, cansada, con la cabeza llena de niebla y confusión. Cuando abrí los ojos a las 8 del día siguiente, me levanté rápido pues debía preparar las preguntas para la entrevista. “Si fracaso, la culpa es de Ema”, me dije, y reí en voz alta sin saber por qué. A las 12 bajé al bar de los gallegos para telefonear a Tomás, quien se mostró contento de que hubiera aceptado. “Pensaba que ni siquiera te molestarías en llamar”, dijo y me pasó la dirección y la hora de las citas ya combinadas por el diario. Una sería esa tarde a las 5; la otra al día siguiente entre 12 y 2. Yo decidía. Pensé en la ropa. Pantalón beige, camisa blanca, y el blazer escocés, gris, beige y blanco. No debía mostrar a mis entrevistados que aceptaba la película ni que la rechazaba, pero de mi aspecto debía surgir que pertenecía al sector de los que se sentían agredidos por la grosería de las escenas en cuestión.

Mientras subía las escalinatas del edificio, donde encontraría al fiscal, recordé las palabras con que las leyes uruguayas aludían al acto sexual que había provocado el escándalo y decidido la prohibición: “Acto sexual que se realiza por vaso indebido”. ¿También las leyes argentinas lo designarían de esta manera?

Un portero me condujo al despacho del fiscal, un hombre de rostro afable y clase social tan definida que no era necesario recurrir a su apellido que daba nombre a una calle para saber que pertenecía al grupo de los privilegiados. No recuerdo qué dije, luego de presentarme, pero sí recuerdo que ante una pregunta mía sobre su apellido –Beruti– se metió con placer evidente, pero también con mesura, en el tema de sus antepasados. “Veo que esto le interesa”, dijo finalmente. “Sí, me interesa esto que cuenta”, dije con mi sonrisa más juiciosa mientras sacaba mi libreta de la cartera. Ya sabía, en ese momento, que mi entrevistado había bajado sus defensas y se disponía a hablar con su indudable honradez y sin tomar ningún cuidado por ocultar sus convicciones decimonónicas. Así lo escuché atacar con inesperada vehemencia esas escenas que “agredían de manera inexcusable al pudor público medio” y luego, cuando yo aludí a las dificultades que la elucidación de este concepto presentaba en la práctica, vi cómo trataba, con una sonrisa, de borrar el fastidio que dominaba su rostro. Siempre con ese fastidio en su cara y aquel proyecto de sonrisa, que procuraba ocultarlo, habló de los novios “que van a ver la vista, y después, vaya uno a saber a dónde van. Usted puede imaginarlo”, dijo mirándome a los ojos. Yo dije que no sabía, ante lo cual él abrió los brazos y miró hacia el techo en un gesto que tal vez significaba “¡Pero mi Dios, a quién me mandaron!”.

Después de unos diez o quince minutos di por terminada la entrevista, guardé mis cosas y saludé al fiscal, quien se empeñó en acompañarme hasta la escalera con actitud tan paternal que me llenó de culpa cuando más tarde me dispuse a escribir la nota.

El otro juez –Arnaldo Correa–, a quien entrevisté al día siguiente, se tiró a explicarme, sin esperar mis preguntas, el artículo 128 que prohíbe la “exhibición, publicación y reproducción de imágenes obscenas”. Respondió velozmente a alguna pregunta con apariencia inocente como: “¿Y por qué cree usted que va tanta gente a ver el film?”. Y pasó luego a atacar duramente a Bernardo Bertolucci, quien había colocado como protagonista a un pervertido, al tiempo que había exaltado hasta límites inaceptables el acto sexual. Pero además, me dijo, levantando la voz de manera inesperada, ¡los chicos del secundario!

–¿Qué pasa con los chicos del secundario?
–Dicen Dánica.
¿Qué es Dánica? –pregunté con inevitable aire de inocencia o bobería.
–¡Cómo qué es! ¡Manteca! Dánica para untar, dicen. ¡Señora! ¿Usted recuerda el uso que da el protagonista a la manteca en el film?

De pie con los brazos en alto era difícil saber si quería matarme por perversa o echarme a la calle por idiota.

–Soy uruguaya –dije simulando aire asustado–. No sabía.
–Sólo así se explica –dijo sentándose de un golpe y poniendo la cabeza entre las manos–. ¿Se da cuenta? Dánica, manteca para untar –repitió en voz inesperadamente baja y melancólica, abrumado tal vez por la dureza de la vida que no ofrecía las armas que harían posible la protección de la inocencia. Cuando salía, me saludó poniéndose apenas de pie. Era evidente que estaba cansado y un poco deprimido.

La entrevista que apareció en la contratapa de La Opinión movió a muchos lectores a preguntar al diario de quién era esa nota sin firma. Daniel Divinsky supuso que era mía y me llamó. “¿Qué pasó que no firmaste?”, dijo.

Dos días después, sentada frente a Ema, trataba de adivinar si sabía que ese trabajo era mío. Pero, claro, no podía esperar que ella lo dijera. Esas cosas razonables no son las que hacen los analistas. Callada, inescrutable, me miraba esperando que yo empezara. Finalmente empecé.

–¿Leyó mi nota?
–¿Dónde?
–En la contratapa de La Opinión.
–¿Se refiere a las entrevistas al fiscal y el juez? La leí.
–¿Le gust... –empecé a decir, pero quedé en silencio.
–¿Qué iba a decir?
–Nada, nada importante.
–¿Le costó mucho hacer el trabajo? –dijo ella.
–No.
–¿Quedó satisfecha? ¿Le parece bueno lo que hizo?
–Sí, me pareció bueno.
Sonrió.
–Quiere decir que ya no duda de su posibilidad de escribir.
–Yo no diría tanto.
–¿Qué diría?
–Que hay algunas cosas que puedo hacer bien –dije.

Ema, estoy segura, había leído la nota, sabía que era buena y tenía claro que haberla escrito significaba un éxito para ambas. Pero, por supuesto, nada dijo, ni sobre esta ni sobre lo idiota que había sido al dudar de mi capacidad para hacerla. Y aunque toda la sesión me miró con la seriedad concentrada que acostumbraba, sé que una sonrisa feliz pugnaba por aparecer en su rostro.

A partir de este momento empecé a ganar mi vida. Recorrí las redacciones donde era relativamente conocida por haber publicado, en la Argentina, La guerrilla tupamara, y en la mayoría me encargaban notas cuyo precio me abstenía de discutir. Decía sí a casi todo lo que me pedían, lo hacía lo mejor que podía y tomaba sin protestar el dinero que me pagaban, en general poco, como es la costumbre con los colaboradores en esta zona del mundo.

A partir de este momento sentí que podía mantenerme escribiendo. Es decir, sentí que el problema trabajo se había resuelto. Tenía otros, pero de la resolución de éste dependía la tranquilidad que me permitiría abordarlos.


©María Esther Gilio
Domingo, 7 de enero de 2007



Gabriela Mistral a Victoria Ocampo: “Gran bribona, camilluda, ñandú de la Patagonia" / La correspondencia entre Mistral y Ocampo por Jorgelina Núñez







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Dos fuertes personalidades. Dos pioneras: una, la primera mujer de América latina que recibió el Nobel; la otra, la primera que integró la Academia de Letras en la Argentina. Gabriela Mistral, poeta y docente chilena. Victoria Ocampo, creadora de un poderoso proyecto cultural continental: la revista y editorial Sur. Se escribieron durante 30 años. Se azuzaron, discutieron, se amaron. Y reflejaron en sus cartas, que hoy se publican y de las que aquí se anticipan algunas, a los personajes y al mundo de ideas de su época.


Gabriela Mistral y Victoria Ocampo

 

Niña fea, criollota, regalona, FUNDIDA, engreída, china alzada." Estos son los epítetos que la chilena Gabriela Mistral le dirige, en una carta fechada en 1939, a Victoria Ocampo, reprochándole su falta de respuesta. Y no se queda allí, unos párrafos más adelante, arremete otra vez: "Gran bribona, camilluda, ñandú de la Patagonia". Lo llamativo de ese trato marca, en cierto modo, el tono de la correspondencia entre ambas escritoras, que se inició mucho tiempo antes de que llegaran a conocerse personalmente y se extendió a lo largo de treinta años (1926-1956), durante los cuales se encontraron solamente en seis oportunidades. Un intercambio que fija posiciones entre ambas -a menudo encontradas-, establece los horizontes de referencia que cada una toma en cuenta, las define como pioneras en su labor y protagonistas no sólo de la cultura de sus países, ante las cuales se hallaban un paso más adelante, sino como partícipes fundamentales de los acontecimientos de su época. Un intercambio, en suma, entre dos mujeres de carácter extraordinario que consiguieron tender un puente de comunicación no exento de rispideces, a la vez sostenido por un afecto entrañable.

Elizabeth Horan y Doris Meyer, las dos biógrafas que se han dedicado casi con exclusividad al estudio de la vida y la obra de estas escritoras, han preparado una edición extremadamente cuidadosa de la correspondencia que por estos días da a conocer la editorial El Cuenco de Plata. Un material valiosísimo que repone los datos inherentes a la escritura original de las cartas, incluidas las tachaduras y anotaciones al margen, y un número importante de notas al pie indispensables para entender el contexto de las misivas, junto con apéndices biográficos y bibliográficos.


 


Un poco de historia


A Victoria Ocampo le gustaba sorprender. Mistral estaba de paso por Buenos Aires, camino a Europa, cuando recibió un ramo de flores de parte de aquella hija dilecta de la burguesía terrateniente, a quien no conocía sino de mentas. Era 1926 y Lucila Godoy ya había adoptado el nombre público de Gabriela Mistral tras haber forjado su imagen de gran maestra chilena y eminente poeta, y había trasladado su fama al México posrevolucionario, en donde colaboró con el Ministerio de Educación.


En esos meses, recibe una extraña visita: un joven que afirma ser su medio hermano le encomienda la crianza de su pequeño hijo, apodado Yin Yin. Por su parte, Victoria ya se había casado y separado, estaba terminando la relación con Julián Martínez, su primer amante, empezaba a emerger del ámbito privado luego de la publicación -en francés- de su primer libro, De Francesca a Beatrice y se estaba convirtiendo en la más célebre anfitriona cultural que el país hubiera conocido jamás. De modo que es probable que en carácter de tal no haya querido desperdiciar la oportunidad de agasajar a una mujer que ya había alcanzado un prestigio intelectual al que ella misma aspiraba. Es en respuesta a su gentileza que la correspondencia se inicia, aunque la primera parte de este volumen consigna sólo las cartas de Mistral, que Victoria supo conservar sin contar con la reciprocidad de la chilena.


Cuando el encuentro entre ambas se produce, en Madrid, casi nueve años más tarde de aquella primera esquela, Mistral manifiesta su sorpresa por haber encontrado a Ocampo "tan criolla como yo, aunque más fina". La seducción de clase que ejerce Victoria marcará una diferencia que permanecerá indeleble a lo largo de toda la relación. Mientras la poeta se define como "india rencorosa y vasca testaruda" o como salvaje a mucha honra, reserva para su interlocutora un tratamiento siempre hiperbólico que oscila entre el de semidiosa ("Diana") y el mencionado al principio de esta nota -cuando la ofuscación por sentirse olvidada la perturba-, y que deja percibir un rencor sordo. En cualquier caso, Victoria parece siempre inalcanzable, ya por fina, ya por indiferente.

¿Qué dirá V. O. sobre ese encuentro? En un ensayo escrito luego de la muerte de Gabriela, se queja del equívoco en que se vio envuelta: "Me reprochó a boca de jarro el ser hija de la menos americana de las capitales sudamericanas; ser afrancesada; no haber frecuentado a una escritora amiga suya" (en referencia a Alfonsina Storni). Mistral le reclama no haber buscado la amistad de Alfonsina, cuando lo cierto era que Victoria no tenía ojos más que para Virginia Woolf. Aunque décadas más tarde quiso justificarse ("Alfonsina era una escritora y yo una nada"), para V. O. la poeta de Mundo de siete pozos, nunca fue un espejo en el que deseara mirarse. Demasiado local y terrenal, y por qué no decirlo, también algo vulgar le resultaba Alfonsina a quien habría dado parte de su fortuna por participar del esnob grupo de Bloomsbury, que lideraba el matrimonio Woolf, en Londres. Pero si Victoria desdeñaba a Alfonsina, Woolf haría lo propio con Victoria, pues a pesar de los halagos que demostraban una adulación casi patética por parte de Ocampo, ella nunca dejó de ser considerada por la inglesa como una sudamericana excéntrica y hasta cargosa.

La diferencia de origen y de posición económica no es un dato menor, al menos no para Gabriela, cuyo nomadismo se explica en parte por la necesidad de mantenerse económicamente mediante su trabajo en los diferentes consulados chilenos en América y Europa, y que a duras penas podría haber subsistido con su jubilación de docente, aunque fuera célebre. Victoria, dueña por entonces de una riqueza que parecía inagotable, creía con bastante ingenuidad que la "aristocracia del espíritu" se imponía sobre cualquier otra. De diferentes maneras, Mistral le hará notar cuánto de ese origen le pesa e incluso resiente su capacidad literaria ("Mucho me temo, Vict., que, a pesar de ser Ud. el patrón de lo natural que yo he imaginado respecto de todas las mujeres (...) Ud. por veneno, ponzoñita y droga intelectual, sea la que achica su tesoro o cierra sus presas internas, o no es ya capaz de tirar como la culebra la piel vieja, la carroña esa de la educación de clase que le han dado.")



 Relaciones peligrosas

 
 

 
Ningún otro ámbito mejor que el de la correspondencia íntima para dar cuenta de los avatares sentimentales de los interlocutores. A fines de 1938, la revista y la editorial Sur, fundadas y dirigidas por Ocampo, pasaban por uno de sus mejores momentos. Durante la visita que comenzó en Mar del Plata y se extendió en Buenos Aires, Mistral fue puesta en el incómodo lugar del testigo de la tumultuosa relación entre Victoria y Eduardo Mallea, uno de los miembros más conspicuos de Sur. "Ayer fue el famoso encuentro de los nietos de los caciques", escribe Gabriela, en alusión al encumbrado origen de los amantes. "Tengo la impresión de que hablé para nada (...) Tengo, al lado de esa, la impresión de que Uds. dos son unos taimados (porfiados, tercos, horribles, feos, tontos y soberbios, ah, sobre todo soberbios, ¡Dios mío!) Allá se irán los dos al infierno, a su infierno, a su nada, a su piedra calva, a su pampa rasa de la soledad..."


Esa no será la única oportunidad en que la Ocampo busque su aprobación. En 1946, Victoria, que promedia los cincuenta, le encomienda a Roger Caillois, 22 años menor, que visite y acompañe a Mistral en su residencia de Brasil. El francés, quien estaba unido a Victoria por una amistad intelectual que se tradujo en años de colaboración mutua en sus respectivas empresas literarias, se había convertido en su nuevo amante y, a pesar de que ella ya había superado largamente los prejuicios en torno de su libertad sexual, es probable que esperara la anuencia de Gabriela sobre una relación en que la diferencia de edad era ostensible. Hay que agregar que en ese momento las circunstancias por las que atravesaba la chilena eran muy especiales. Su sobrino Yin Yin, de dieciocho años, acababa de suicidarse. "Es tiempo de sobra -escribe- de agradecerles sus cartas y su compañía de lejos y de contarles en detalle la mala muerte que entró por mi casa, tercera vez y peor que antes. Mi Yin, mi 'niñito', ahora más que nunca 'niñito' por la locura que me le llevó, no se fue por dolencia (...) se me mató". ¿A qué se refiere al decir tercera vez? Las cartas no lo mencionan, pero en algunas de sus biografías consta que su primer novio, un empleado ferroviario, se suicidó en 1909, después de que ella rompiera el noviazgo. Y al parecer, hubo otra boda frustrada, de la que Gabriela escapó mientras viajaba al lugar donde debía celebrarse. En materia amorosa, la poeta ha guardado profundo silencio, incluso en esa franja de lo privado que es la correspondencia. Durante su larga permanencia en el extranjero -Madrid, Barcelona, Lisboa, Oporto, Niza, Niteroi, Petrópolis, Los Ángeles, Santa Bárbara, Veracruz, Génova, Nápoles y Nueva York- que se prolongó hasta el momento de la muerte, siempre contó con la compañía de jóvenes mujeres que oficiaron de confidentes, secretarias, eventuales enfermeras. A fines del año pasado, tras el fallecimiento de la última de estas acompañantes, Doris Dana, se supo que esta mujer, heredera de Mistral, ocultó durante cincuenta años un extraordinario legado literario, que entre centenares de poemas y cartas duplica la obra conocida de quien recibiera el Premio Nobel de Literatura en 1945. Habrá que esperar, entonces, para ver hasta qué punto este descubrimiento confirma la imagen asexuada de la maestra de América o revela una homosexualidad encubierta.


¿Política? Yo nunca hice política


La primera parte de la correspondencia entre las dos escritoras (1926-1939) participa de un debate que por la misma época se planteaba en el interior de la revista Sur. Se trata de la cuestión del americanismo y de lo que cada una concibe como tal. Mistral no tiene al respecto sino certezas: lo americano es una suma de esencias, de raíces, que abrevan en el indigenismo mientras aspiran a conservar cierta pureza y a que se las conozca como tales. Su misión -y confía que también la de su amiga- es promover la difusión de esos bienes culturales, en su mayoría de carácter folclórico, y sacar al resto del mundo de su ignorancia sobre la riqueza americana. Que Victoria escriba en francés incluso parte de su correspondencia, no deja de parecerle un escándalo rayano en la provocación, una "bigamia lingüística" que siempre le reprochará.

Por el contrario, Ocampo entiende el americanismo de manera muy distinta. Para ella, una desesperante suma de carencias -de tradiciones, de referentes- debía impulsar a los intelectuales latinoamericanos a buscar el mejor modo de rellenar esos huecos con materiales provenientes de otras culturas, al tiempo que ellos mismos iban forjando su propia identidad y la daban a conocer. De allí la colosal política de traducción que emprendió Sur y que sin duda constituye su aporte más significativo y perdurable.


Con el tiempo, la discusión cederá lugar ante los fuertes acontecimientos políticos de la época y de los cuales ambas fueron, en mayor o menor medida, partícipes. La Guerra Civil española toca de cerca a Mistral ("Y ya están peleando, carabina al hombro, las mujeres en España, las falangistas disparatadas y las comunistas. Yo deseo que ganen las izquierdas, pero no entenderé nunca el que se lleve a mujeres a esa inmundicia de la guerrilla"), que tuvo que trasladarse de Madrid a Lisboa. Su preocupación no se limita a la suerte de sus amigos. En 1937, realiza gestiones en París a favor de la República Española y más tarde le pide a V. O. que publique su poemario Tala y ceda sus beneficios a los huérfanos de la guerra.


La actividad política de Ocampo se ejerce en el terreno interno y el externo, aunque ella nunca la reconocerá como tal. En 1936, funda la Unión de Mujeres Argentinas destinada a hacer valer los derechos civiles de las mujeres, entre ellos, el voto femenino. Y seis años después participa de una organización formada para contrarrestar la infiltración nazifascista en la Argentina. Con igual ahínco, desde las páginas de Sur, se pronuncia contra el comunismo y no es difícil imaginar hasta qué punto el peronismo encarna para ella la idea misma de abyección. La década de 1945 a 1955 la verá batallar como una de sus mayores opositoras, al punto que la revista celebrará la caída del régimen con un número especial. Las cartas de esa época constituyen lo más jugoso de este volumen pues narran en detalle su furia, la persecución de la que fue víctima ("el peronismo no me deja vivir"), la merma considerable de su fortuna y esa suerte de purificación espiritual con la que buscó sublimar su breve encarcelamiento, a cuyo término Mistral contribuyó. Un telegrama personal dirigido a Perón, en mayo de 1953, bregaba por la libertad de Victoria, junto con otros dirigidos a personalidades como Alfonso Reyes y Ernest Hemingway, que instaban a presionar en el mismo sentido. ("Querida, querida Gabriela: (...) En los diarios peronistas se dijo que a pesar de mis culpas me soltaban por tu cable.")

Ese gesto será uno de los últimos esfuerzos que Mistral emprenderá con plena lucidez. Los años han pasado y la ceguera provocada por una diabetes mal curada sumada a la profunda depresión que siguió a la muerte de Yin Yin, la aíslan dentro de su propio mundo plagado de obsesiones y delirios místicos. Victoria viaja para verla en Nueva York, en diciembre de 1956, días antes de su muerte. Y le escribe a su hermana Angélica Ocampo sobre esa visita: "Es realmente tristísimo que acabe así... un poco en la línea de sonambulismo de toda su vida, pero como en siniestra caricatura de sí misma". La argentina la sobrevivió más de veinte años. Por entonces, las dos eran, y siguen siendo, leyenda.



©Jorgelina Núñez
3 noviembre 2007