la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


ETIQUETAS

A TERESA SELMA LA ILUSIONISTA, por Alberto Estrella, ciudad de México, 20 de febrero de 2025

 


Teresa Selma y Alberto Estrella. Foto: Lía Rueda Miramón


 

Me pregunto por qué me cuesta tanto trabajo hablar de una mujer que la sentía tan cercana, tan plena, ejemplo vivo de amor a la vida, de amor a lo que tanto amo: actuar. Y en esta noche de desvelo, me doy cuenta que es una broma de esas que tú, Teresa, acostumbrabas hacer, broma irónica, sofisticada, con recovecos, trampas del pensamiento, Teresa sarcástica, inteligente has hecho que yo detenga la palabra exacta, que detenga el motivo perfecto, para obligarme a mirar el paisaje como cuando yo te pedía descansar en el auto en un largo viaje y me decías "no quiero cerrar los ojos, quiero ver lo más que pueda, quiero admirar cualquier paisaje", me detienes en mi pensamiento para no conformarme, para impulsarme a escarbar, a profundizar, a lograr entender una idea con infinitas aristas, andar por caminos diversos, no solo por el primero que se cruza, y de pronto en esta revelación, mi mente se abre, encuentro campo fértil para poder recordar cómo te conocí. Simplemente como debe conocerse a un ser creativo: en su medio, el tuyo, un escenario. Eras Sara Bernhardt, te vi perderte en la ficción y entre alucinaciones, deseos febriles, ésta tu Sara, se unía a tu naturaleza, Teresa y Sara o Sara y Teresa, una misma, te veo caer grácil del diván de la Diva, fluir, rodar por el piso encima de una alfombra, totalmente entregada, sudorosa, en un feliz desdoblamiento, en donde miro a la creadora plena y al personaje que somete al actor y a la lucha de la artista controlando con su técnica, su voz profunda al caballo brioso que es el personaje, una lección de actuación en una sola escena.

 

Y a partir de entonces nos reconocimos como dos seres insatisfechos de la vida, que no nos conformamos con vivir una sola, que queremos comernos la vida a bocanadas. No cómo se dio nuestra alianza, inició con una serie de elogios mutuos que desencadenó en otra alianza con mi madre. Un día yendo de visita con mi madre, Elena, ahí estabas, tomando café y galletas en el comedor de la calle de Naranjo, pensé ibas de visita, no, la visita ya era solo yo, ya eras la cómplice total de la otra Leo, las dos de agosto, me di cuenta que tenían más en común de lo que yo pensaba, además de haber nacido el mismo año, el mismo mes, y como decías a mi madre: "Tienes que respetarme, pues soy cinco días mayor que tú." Habías nacido el 13 de agosto siempre con una sonrisa preguntabas a todo mundo: "¿Sabes que se conmemora el 13 de agosto además de mi cumpleaños?" Yo, hijo de un historiador, por supuesto te contesté que era el día de la caída de Tenochtitn y con una media sonrisme dices: "eres la segunda persona que lo sabe" (nunca me dijiste quien era la otra) "los mexicanos inconscientemente han olvidado esta fecha por cruel y sangrienta", remataste.

 

Te vi triunfar como la Emperatriz Carlota en Noticias del Imperio, te vi sufrir en el teatro Coyoacán por la poca gente que asistía a ver tu obra, te vi repartir volantes de mano en mano, para que asistieran a ver la obra en donde eras la esposa de Marx. Te vi plena con un libreto bajo el brazo, procurando conseguir productor, alguien que tuviera visión para saber que esa obra de una periodista rusa en Chechenia era un texto magnífico, un monólogo complicadísimo con cerca de dos horas de duración, los actores sufrimos terriblemente a la hora de memorizar un texto, no, tenías ese privilegio, una extraordinaria memoria. Te vi llegar en un auto alquilado con la escenografía completa de una obra, ayudando al chófer a bajarla, mesas, un sillón, dos sillas, un baúl, vestuario, como si fueras una ilusionista. ¿Como habías logrado acomodar y acomodarte en ese pequeño auto? Eso eras, una ILUSIONISTA que eras capaz de hipnotizarnos, de hechizarnos, de convencernos de que un breve espacio como el foro de El Círculo Teatral, era el Castillo de Chapultepec, que un gran espacio como el teatro Coyoacán era un cuarto de tortura para esa periodista atormentada.

 

Vivimos muchas aventuras juntos, a veces siendo la maestra, la directora, la guía, la amiga, la madre, muchas otras siendo caprichosa adolescente que comía pasteles y soda italiana fría con mucho hielo, como le pedías al mesero. Golosa, impaciente, práctica, querías el control de todo, hasta del volante, nunca supe si sabias manjar, pero al chofer que llevaba su ruta en una aplicación, le insistías que el instrumento estaba equivocado, que sabías una mejor ruta.

 

En una de mis peores etapas de vida, preocupada, visitabas a mi madre preguntándole qué pasaba conmigo, yo a miles de kilómetros de distancia lo que menos quería era preocuparlas a ambas, mandaba mensajes escuetos de estoy bien, no pasa nada. En una de esas visitas en mi ausencia, me enteré y después de que habías visto leído algunas de mis obras escritas, que obligaste a mi madre a prometerle que yo escribiría una obra para ti, tu flecha tenía doble intención, doble blanco, mantenerme a cerca aun estando lejos, y obligarme a regresar mi mente, mi corazón, a algo que a los dos nos mantenía plenos, vivos: la creatividad. Al regresar lo primero que mi madre me preguntó es si ya te estaba escribiendo tu obra, por supuesto que en mi etapa de reconstruirme no había tenido tiempo para pensar en alguien más y menos en escribir una obra, para evitar alguna discusión le dije a mi madre que ya estaba escribiendo, rápidamente me preguntó que cuál era el tema, un par de días antes yo había visto un documental que me impresionó mucho, de una mujer que tenía personalidad múltiple y como si fuera una gran actriz esta mujer enferma, se desdoblaba cambiando su actitud, su voz, su forma física y su energía en segundos y solo dije que la obra trataba sobre una mujer que tenía personalidad múltiple y en cada visita o llamada, mi madre me preguntaba, "¿cómo va la obra de Teresa?" y me exigía que le contara mis avances, y fue así como fui armando una obra en donde me entregué con admiracn y amor a ti Teresa, que en cada encuentro me dabas una lección de sapiencia, de entender qué es amar la vida y la profesión.

 

Escribí pues El Consultorio de la doctora Spellman, sin saber que esta sería la última obra que representarías en vida, obra con larga vida y con un éxito arrollador, desde su estreno al terminar la función siempre ovaciones y aplausos de pie y llevaré por siempre la imagen de tu presentación en el Teatro de la Ciudad, a donde acudieron cientos de personas a ver a una psicoanalista con personalidad múltiple, gocé al escuchar al público carcajearse, llorar, suspirar junto contigo, en ese recinto donde me contaste iniciaste tu carrera artística como 70 años antes, me regalaste uno de los días más hermosos de mi vida. El día que te llevé el libreto, en la dedicatoria puse que eras inspiración para muchos, que en los cuartos más oscuros nos encontrabas para darnos, pabilo y cera y unos cerillos para encender nuestro corazón e imaginación.

 

Algún otro día Teresa contaré cómo te escapaste de la Casa del Actor, a dónde llegaste voluntariamente y en donde yo era tu tutor. Llegaste a los 90 años y casi en llanto, días después, me llamaste para decirme que habías llegado a destiempo, que la gente iba ahí a esperar la muerte y aún no estabas lista para partir y nuevamente en un acto de ilusionismo, te esfumaste.

 

Un día hablando de la muerte, me dijiste que envejecer era ver morir a los amigos y a la gente que uno ama, es verdad, he empezado a ver amigos y a gente que amo irse con mucha más frecuencia y ante el dolor, siempre nos queda una esperanza a nosotros los actores: vivir una vida más en un escenario, para compensar aquella del que ya se fue.

 

Con amor y agradecimiento para ti Teresa Selma.


Alberto Estrella

Ciudad de México, 20 de febrero de 2025

 

.

 

 

.