Un “spin off” del Martín Fierro
Gabriela Cabezón Cámara /Ale López/ Prensa |
Su novela “Las aventuras de la China Iron” está entre los seis finalistas al Booker Prize, una distinción inglesa a autores del mundo.
Ya sabíamos por estas pampas que Las aventuras de la China Iron era un gran libro. Toma un personaje apenas mencionado en el Martín Fierro -su mujer, que ni nombre tiene en el poema de José Hernández- y le sigue, le inventa un recorrido que lo hace vibrar en el presente. Eso hace la escritora Gabriela Cabezón Cámara en su trabajo de 2016. Ahora, Las aventuras de la China Iron está entre los seis nominados al premio International Booker Prize, que reconoce las mejores obras literarias traducidas al inglés.
En años anteriores ganaron este premio -dotado con 50.000 libras, unos
62.000 dólares al cambio actual- escritores como el estadounidense
Philip Roth, el israelí David Grossman y la Premio Nobel polaca Olga Tocarczuk.
Antes de la "lista corta" que se anuncio este jueves, el International
Booker Prize había lanzado su "lista larga", en la que figuraba otra
argentina, Samanta Schweblin, que también había estado entre los seis candidatos en 2017, cuando ganó Grossman.
El jurado del Booker Prize lo definió con precisión: "maravillosa reelaboración feminista y queer de
un mito fundacional americano (…) con una lenguaje y una perspectiva
tan frescos que cambian 180 grados la idea de lo que una nueva nación
americana podría ser”.
El libro de Cabezón Cámara
-San Isidro, 1968) arranca cuando el ejército se lleva a Fierro y ella
queda atrás con dos hijos. "Cuando se lo llevaron, y se llevaron a casi
todos lo hombres de ese pobre caserío que no tenía ni iglesia me quedé
tan sola como habré estado de recién parida, sola de una soledad animal
porque sólo entre las fieras pueden salvar ciertas distancias en la
pampa (...)", dice.
La China es huérfana y fue criada por una pareja de negros, que la
entrega a Fierro a los 14 años: "Yo creo que el Negro me perdió en un
truco con caña", dice. Cuando Fierro parte, deja los chicos: "Me sentí
libre, sentí como cedía lo que me ataba y les dejé las criaturas al
matrimonio de peones viejos que había quedado en la estancia", cuenta.
Después encontrará a Elizabeth, la mujer de otro hombre con el mismo
destino que Fierro. Elizabeth es inglesa y le enseñará las delicias de
la civilización occidental y de su cuerpo: en medio de un romance fogoso
las dos atravesarán la pampa detrás de los hombres, porque Elizabeth
quiere rescatar al suyo. Pararán en la estancia de un tal José
Hernández, que ha publicado un libro de versos que, en realidad,
escribió un gaucho... No vale contar el final ni el modo en que
encuentran a Fierro, pero hay que decir que es la utopía de una
Argentina feliz, de convivencia, inclusión y goce.
"Cuando se me ocurrió la idea sentí mucha alegría, en el cuerpo, inmediatamente", dice Cabezón Cámara a Clarín. Quería escribir el paisaje de la pampa y el paisaje de la pampa es, en gran parte, el cielo, así que quise que fuera también una novela que contara la luz, como esas aventuras de la luz en la planicie. También la pensé alrededor de Martín Fierro y Fierro, a mi humilde criterio y el de tanta gente, es una forma del relato en que se consolidó el Estado nacional, ¿no?
Fierro es un pequeño arrendatario de tierras, dice que tiene hacienda,
alquilaría un campito. El Estado nacional se consolida en manos de
grandes latifundistas que deciden acabar con los pequeños arrendatarios,
concentrar ellos toda la renta diferencial de la tierra, esclavizar a
los gauchos, exterminar a los indios y hacer este país espantoso
en el que todavía seguimos viviendo porque no pudimos cambiar la
estructura económica. Entonces, yo quería pensar esa consolidación y tratar de imaginar otra manera, otro país, otra manera de construirlo. Y ahí donde Fierro tuvo sólo esclavitud y miseria y saqueo, la China encuentra una belleza y una felicidad y una alegría. Quería mucho que la China fuera inmensamente plena y alegre. En un sentido liberador".
Basado en un libro nacional y en este paisaje, se podría pensar que Las
aventuras.. no era un libro ideal para ser traducido ni para aspirar a
un premio en otros países. Carolina Orloff, responsable de la editorial
inglesa Charco Press, que lo editó en ese idioma, aporta: "La nominación
al Booker Prize no solo es una maravilla en términos de reconocimiento
de todo lo que el libro de Cabezón Cámara representa y que llega al
lector independientemente del Martín Fierro sino que también es signo de que las cosas en el mundo anglosajón poco a poco empiezan a abrirse a lo latinoamericano,
a lo distinto, a lo osado. Eso en sí, ya es un premio para todos los
que creímos en la universalidad de esta obra revolucionaria".
Contenta y un poco incrédula, Cabezón Cámara -de
cuarentena a pocos kilómetros de La Plata- dice que "Es rarísimo recibir
esta buena noticia en este momento rarísimo, en esta pandemia que
espero sea un reset del mundo y que sabemos que vamos a tener que pelear
mucho porque van a querer hacer lo mismo de antes".
Cabezón Cámara fue periodista de Clarín. Debutó en la escena literaria con la notable La virgen cabeza -donde la Virgen se le aparece a una travesti en una villa miseria- y escribió luego Le viste la cara a Dios y Romance de la Negra Rubia. Es una de las voces más originales de la literatura contemporánea argentina y, ahora, del mundo.
Fuente: Clarín
"Las aventuras de la China Iron"
Así empieza el spin off del Martín Fierro nominado para un premio internacional
Fue el brillo Fue el brillo. El cachorro saltaba luminoso entre las
patas polvorientas y ajadas de los pocos que quedaban por allá: la
miseria alienta la grieta, la talla; va arañando lenta, a la intemperie,
la piel de sus nacidos; la hace cuero seco, la cuartea, les impone una
morfología a sus criaturas. Al cachorro todavía no, irradiaba alegría de
estar vivo, una luz no alcanzada por la triste opacidad de una pobreza
que era, estoy convencida, más falta de ideas que de ninguna otra cosa.
Hambre no teníamos, pero todo era gris y polvoroso, tan turbio era todo que cuando vi al cachorro supe lo que quería para mí: algo radiante. No era la primera vez que veía uno, incluso había parido a mis criaturas, y no es que no destellara nunca la llanura. Refulgía con el agua, revivía aunque se ahogara, toda ella perdía la chatura, corcoveaba de granos, tolderías, indios dados vueltas, cautivas desatadas y caballos que nadaban con sus gauchos en el lomo, mientras
cerca los dorados les brincaban veloces como rayos y caían para lo
hondo, para el centro del cauce desbordado. Y en cada fragmento de ese
río que se comía las orillas se espejaba algo de cielo y no parecía
cierto ver todo eso, cómo el mundo entero era arrastrado a un vértigo
barroso que caía lentamente y girando sus cientos de leguas rumbo al
mar.
Primero luchaban hombres, perros, caballos y terneros huyéndole a lo que
asfixia, a lo que chupa, a lo fuerte del agua que nos mata. Unas horas
después ya no había guerra, era larga y era ancha la manada, cimarrón
como el río mismo ese ganado ya perdido, arrastrado más que arriado,
dando vueltas carnero los carneros y todo lo demás; las patas para
arriba, para adelante, para abajo, para atrás, como trompos con eje
horizontal; avanzaban veloces y apretados, entraban vivos y salían
kilogramos de carne putrefacta. Era un cauce de vacas en veloz caída
horizontal: así caen los ríos en mi tierra, con una velocidad que a la
vez es un ahondarse, y así vuelvo al polvo que todo lo opacaba del
principio y al fulgor del cachorro que vi como si nunca hubiera visto
otro y como si no hubiera visto nunca las vacas nadadoras, ni sus cueros
relumbrantes, ni toda la llanura echando luz como una piedra mojada al
sol del mediodía.
Lo vi al perro y desde entonces no hice más que buscar ese brillo para
mí. Para empezar, me quedé con el cachorro. Le puse Estreya y así se
sigue llamando y eso que yo misma cambié de nombre. Me llamo China,
Josephine Star Iron y Tararira ahora. De entonces conservo sólo, y
traducido, el Fierro, que ni siquiera era mío, y el Star, que elegí
cuando elegí a Estreya. Llamar, no me llamaba: nací huérfana, ¿es eso
posible?, como si me hubieran dado a luz los pastitos de flores violetas
que suavizaban la ferocidad de esa pampa, pensaba yo cuando escuchaba
el “como si te hubieran parido los yuyos” que decía la que me crió, una
negra enviudada más luego por el filo del cuchillo de la bestia de Fierro,
mi marido, que quizás no veía de borracho y lo mató por negro nomás,
porque podía, o quizás, y me gusta pensar esto aun de ese que era él, lo
mató para enviudarla a la Negra que me maltrató media infancia como si
yo hubiera sido su negra.
Fui su negra: la negra de una Negra media infancia y después, que fue muy
pronto, fui entregada al gaucho cantor en sagrado matrimonio. Yo creo
que el Negro me perdió en un truco con caña en la tapera que llamaban
pulpería, y el cantor me quería ya, y de tan niña que me vio, quiso
contar con el permiso divino, un sacramento para tirarse encima mío con
la bendición de Dios. Me pesó Fierro, antes de cumplir 14 ya le había
dado dos hijos. Cuando se lo llevaron, y se llevaron a casi todos los
hombres de ese pobre caserío que no tenía ni iglesia, me quedé tan sola
como habré estado de recién parida, sola de una soledad animal porque
sólo entre las fieras pueden salvar ciertas distancias en la pampa: una
bebé rubia no caía así nomás en manos de una negra.
Fuente: Clarín
Gabriela Cabezón Cámara: "El capitalismo es cada vez más perverso" por Gabriela Borrelli Azara, Página 12, Buenos Aires, 19 de octubre de 2019
Una
imagen desgarradora terminó siendo el germen de la nouvelle que se
reedita este domingo. "Me gustan las historias de transformación, esa
posibilidad de haber estado en un lugar muy duro, muy oscuro, y no solo
resistir sino transformarse", dice.
“Digo quién lo hubiera dicho: lo hubiera dicho cualquiera es la respuesta coral, pero están equivocados el coro y el corifeo; no lo hubiera dicho nadie y menos que nadie yo. Es que cualquier perspectiva es un lugar conseguido, yo no creo que haya lugar totalmente regalado: se llega a la perspectiva, lo que organiza el relato, y si se puede contar es que algo de bueno habrá ahí donde estás parado y si se quiere contar es que algo se está buscando”.
La perspectiva de una foto quizás, la de una foto que se quedó en la memoria y armó sus propios recorridos. De una foto publicada en un diario, de una noticia que Gabriela Cabezón Cámara siguió y recordó y no olvidó y la hizo pensar en otras cosas. De la lectura del diario pasando por la escritura y después de vuelta al kiosco, al canillita para que se codee con los mismos que la hizo nacer. Así llega esta nueva edición del Romance de la negra rubia gracias a la Colección Soy de Página/12, este domingo junto al diario. En esta charla la autora cuenta cómo surgió la idea de este nouvelle escrita casi en verso. Homenaje, relectura y reescritura del romance argentino en clave de ficción contemporánea que une la figura de los sin techo con el amor de dos mujeres: una poeta y una artista que cabalgan el fangoso terreno del mercado del arte y ponen en jaque la misma noción de obra de arte.
La brisa del recuerdo de esos edificios que más que “tomados” eran llenados de vida por personas-obra que los gobiernos destruyen pero que se han emplazado en la literatura nacional. Cabezón Cámara es una de las escritoras más novedosas de la literatura argentina porque se apropia de una tradición y la renueva en sus obsesiones. Ahora se abre a nuevos lectores que descubrirán la potencia tierna que despliega en ficciones que son también la posibilidad de mirar la realidad con los binoculares que solo la literatura puede dar.
-Hay una imagen primera o una frase que fue el germen de tu escritura. La imagen de una toma. La frase de un hombre. Y desde esa toma-frase la escritura. ¿Cuál fue?
-La imagen que desencadenó la escritura de esta novela fue una foto: eran los diarios en blanco y negro todavía. Salió en 2000 y la foto tenía en el centro un pibe prendido fuego, con llamas en el medio del cuadro y saliéndose de la imagen las botas de dos milicos como huyendo. Lo que había pasado era que unas familias habían tomado unas viviendas sociales en Neuquén y cuando habían entrado a la casa de este chico (que se llamaba Rubén Arias, tenía 31 años, siete hijos y trabajaba de canillita) él le dijo a la cana: "Si entran me prendo fuego" y se prendió nomás. De ahí la foto, de ahí la historia, una historia que me dejó pensando muchos años acerca del sacrificio humano como forma de funcionamiento social aun en el siglo 21. Porque a los 15 días de agonizar, Rubén murió y aunque los medios dijeran que hubo una batalla campal entre la policía y los ocupantes, lo que hubo fue una represión y esos mismos jueces que habían ordenado el desalojo, los mismos funcionarios, decidieron darle las casas a esas personas. Rubén había muerto, siete chiquitos se habían quedado sin papá, su mujer sin compañero. Y esto no es todo, el gobierno había puesto como condición que los ocupantes se casaran, entonces la foto siguiente eran lluvia de arroz sobre tablones por todos lados. Y yo cuando vi eso sentí como si los dioses del Olimpo hubiesen aceptado un sacrificio.
-En todas las grandes ciudades hay problemas habitacionales. Mucha gente sin vivienda y muchas viviendas vacías. Muchas casas tapiadas por el miedo a la ocupación y en su forma más perversa en Buenos Aires también desalojos ilegales entre gallos y medianoche. Pasaron algunos años, pero los temas que trae la Negra rubia ahí están.
-Y sí, están porque lo que sigue estando es el capitalismo, esta forma de vida y de organización social cada vez más cruel y más perversa que permite que la riqueza se acumule en cada vez menos personas de una manera desaforada que está acabando con el planeta entero, con los otros seres que no son objetos creados para nosotros. El capitalismo tiene esa ligazón con cierta forma del judeocristianismo, con lo bíblico tan antropocéntrico y patriarcal, y mientras siga este sistema van a seguir estos problemas.
-Muchos vieron el Romance como parte de una trilogía junto a la La Virgen cabeza y Le viste la cara a Dios. ¿Es así?
-En cierto sentido podría ser pensado como una trilogía porque son novelas que tratan de aspectos oscuros de la vida misma. En ese sentido forman una trilogía; no lo pensé así, en algún momento lo dije en una nota y prendió, lo que me hace suponer que ciertas personas lo leen así.
-El trabajo y la rescritura de un género clásico de la lengua española no es una tarea extraña en tu literatura desde el caso de la gauchesca y La Virgen cabeza. ¿Cuáles fueron los desafíos particulares del romance y cual era tu relación con el genero antes de escribir este texto? ¿Cómo la trabajaste?
-El romancero siempre me resultó fascinante. Me encantan las narrativas en verso, me gustan esas historias que se narran o que se dejan narrar como subidas a un caballito, como si fuera un trotecito musical y he tenido una relación de fascinación. Y el romance está escrito en parte en octosílabos, en parte en endecasílabos, y disfruté mucho escribiendo con metro. A mí el metro me gusta. Soy una persona con bastantes problemas para la mesura, y sin embargo me encanta el metro. La contradicción es así.
-Existe en el Romance de la Negra Rubia la posibilidad de pensar que es una obra de arte. ¿Que cosa la convierte en tal? Y también a través de la historia de la protagonista ver los manejos para que eso sea así. Bienales, coleccionistas...
-La cuestión del arte, la cuestión del mercado del arte la vi de cerca durante algunos años y me pareció de una crueldad muy grande para con los artistas, de una crueldad espantosa. Al artista no sólo se le exige la hechura de la obra sino de además describir el statement para explicarla, como si alguien además de por ejemplo pintar o pensar obras conceptuales tuviera que ser capaz de construir un discurso teórico alrededor de esa obra. ¿Por qué? Como si la obra no alcanzara. Está la obra, el statement, y hay que conseguir que algún teórico escriba algo al respecto. Después en las bienales es también un poco el producto como su obra y tiene que estar ahí y ser simpático con los coleccionistas. Y poner el cuerpo de una manera muy exigente. Esa relación directa con el comprador, esa dependencia de que ese te compre la obra. Y vos tenés que ser un producto y eso me parece muy cruel, y a su vez son esos mismos mecanismos los que hacen que algo sea arte. Al mismo tiempo me pregunto qué sucedía antes. ¿La Iglesia en el Renacimiento? ¿Los grandes señores? No es tan distinto. Es curioso cómo pensamos el arte, por un lado como un artefacto de liberación y lo es en el sentido en que una persona puede llegar a realizarse con mucha plenitud haciendo y a la vez es algo tiene que integrarse a los grandes poderes.
-¿Qué te pasa con las reediciones? Se reeditó La virgen cabeza, y ahora el Romance.
-Las reediciones me encantan y me encanta este formato de alcance popular, me encanta el libro en el kiosco, el libro con el diario, me encanta pensar que entonces probablemente me lea gente que antes no me había leído porque no le da por ir a librerías. Para mí es una fiesta. Ojalá mis libros se reediten for ever.
-Igual que en otras de tus novelas, hay un proceso de transformación, tal vez en esta muy radical. El devenir del personaje. ¿Avanzamos hacia algún lugar?
-No, no avanzamos, la verdad que no. Es más, en algún momento retrocedemos y nos acabamos. Pero hasta ahora me han gustado las historias de transformación, esa posibilidad de haber estado en un lugar muy duro, muy oscuro, no solo resistir sino transformarse. Salir de ese lugar de víctima y hacer con ese dolor incluso, un motor para ser fuerte y no solo sobrevivir sino vivir, me gustan esas historias y me gustan su resolución en general más colectiva, más comunitaria.
Fuente: Página 12
Fragmento de
Romance de la Negra rubia (novela)
Buenos Aires, Eterna Cadencia, marzo 2014
Gabriela Cabezón Cámara
Plano
La negra sombra
Inminencia
Cómo me hice santa
La voz de los sin voz
Dedicatoria
Para mis padres,
Alfredo Cabezón
y Mirta Cámara
La negra sombra
Inminencia
1 Un azul de brillo poliestirénico y tenso, con el extremo más alto un poco abultado y punzante : el tejido basto de los pantalones milicos apretando las rodillas que quiebran veloces la gravedad, inflándole el bombo a un instante que, se sabía, explotaría en las cosas, haría esquirlas del dominio ajeno del territorio pisado y de los cuerpos mismos de los enemigos que suelen estar, para empezar, enfrente, dominados al final o en el transcurso de la avanzada, es decir cuando la inminencia que brillaba en la tela tensa de las rodillas ya no era más que restos estallados y los que estaban enfrente ya se habían resignado a ser alfombra de milico, pero antes, cuando la tela azul se tensaba abultada y punzante, cuando lo porvenir se hinchaba de sí mismo, antes y atrás, la cuerina negra de los borceguíes, más adivinada que vista : esa fue la primera imagen que tomaron con teléfonos y tabletas y cámaras la mañana de diciembre en que empezó esta historia.
2 Porque hay que comenzar a contar por algún punto y podría ser
cualquiera : el mismo Génesis con árbol, prohibición, serpiente, mordida
y hombre y mujer en pelotas, avergonzados y sollozantes huyendo de la
ira de Dios a ganarse el pan con el sudor de su frente y a parir con
dolor, o incluso antes del Génesis se podría empezar porque el
judeocristianismo será el principio de algo pero no de todo y para
cuando empezó ya habían expulsado de otro edén al primer hombre de los
brahmanes por comer de otro árbol y, en la Persia de Zoroastro, a otro
primero, por mentir y así, cada pueblito con su paraisito perdido y su
principio de principios. Las rodillas antes que las gorras y que las
armas y que las caras, por ponerle algún punto de inicio también a la
cronología del desalojo que se superpone, en parte, con la cronología de
una santidad, la mía, porque de eso se trata esta historia que podría
haber empezado en otra parte, por ejemplo en los espejos de los baños de
las casas más o menos vecinas de cualquiera de los canas del pelotón de
infantería allí presentes que seguramente se habrán afeitado y peinado y
maquillado, las canas también se pintan, en su mayor parte con base y
rimmel y sombra celeste sobre los ojos marrones y se atan el pelo que
les queda tirante siempre, ha de tener algo de marcial lo tirante. Lo
primero, porque sí, es que se acercaron a negociar o, con más precisión,
a ordenar el desalojo, unos diez policías con un par de tipos de traje y
papeles judiciales en mano, de esos que se pretenden, y a veces son,
más elocuentes que las armas porque se sabe que de esas tienen tantas, atrás de las palabras, que
nunca se acaban y entonces cuando dijeron : “Empaqueten sus cosas y
salgan. Así no les va a pasar nada y les vamos a dar otras casas. Pero
si no salen los sacamos nosotros y se van a vivir a una zanja” se
entendía que el nosotros no era tanto por ellos como por los cien canas
que estaban formados atrás de ellos en un semicírculo en el que los
vecinos se veían reflejados a sí mismos junto con las espaldas de los
judiciales sobre las superficies combadas de los escudos de acrílico o
de vaya a saber qué pero bruñidos como espejos negros que los
uniformados llevaban con su coreografía tan viril como embarazada de
desastre.
3 Era
casi de noche todavía, las seis y media de la mañana : en casi todos los
videos y las fotos se ven las caras blancas y sin relieve de los
judiciales y las fugacísimas supernovas de los flashes fisuradas por las
estrías de la superficie convexa de los escudos policiales, llenos de
rayas como todo relato de tanta batalla. Muertos de frío, con las
camperas arriba de los pijamas, algunos en pantuflas, los delegados de
los vecinos pidieron un rato para deliberar. Se los dieron. Se juntó una
pequeña multitud, una asamblea en el Salón de Usos Múltiples del hall
de entrada, que llamaban y siguen llamando Asamblea, se pusieron de
acuerdo en pedir unos días para embalar y no pudieron terminar de
discutir la tesis del grupo más aguerrido, que calculaba las
posibilidades de una resistencia exitosa : desde los pisos más altos,
con las balas que tenían, las molotovs que podrían armar y sin olvidar el aceite y el agua hirviendo que habían derrotado al
ejército de la pérfida Albión unos 230 años antes. No terminaron de
discutir por el estruendo del helicóptero de la Ley, un arma cuya
modernidad indiscutible explicaba en parte la victoria antigua de los
porteños sobre los ingleses en 1806 y 1807 pero que ahora anunciaba la
inutilidad de una resistencia desde las alturas y que no permitió
discutir ni la alternativa de tirar lo mismo pero desde las ventanas
para aprovechar las dificultades de disparar desde helicópteros en medio
de Buenos Aires. No lograron discutir ninguna otra estrategia porque
además del dominio del espacio, otra de las armas de los helicópteros es
llenar de ruido ese mismo espacio que miran desde su celestial
posición. Salieron y pidieron, a los gritos, un día para embalar sus
cositas. Les dijeron que no. Unas horas, sí, cinco les otorgaron los
judiciales y señalaron hacia los camiones jaula que empezaban a llegar y
que oficiarían de empresa mudadora, como muestra de la buena voluntad
del gobierno hacia los vecinos, explicaron. Yo estuve ahí, pero todo esto me lo contaron después.
Cómo me hice santa
4 Cuando llevaba apenas minutos en coma farmacológico, con diagnóstico de pronto deceso, y horas de clínica agonía, tuvieron los míos el indicio o la señal, y digo los míos porque me hicieron suya con certeros reflejos en segundos, los que le tomó a la tele llegar a las puertas de la Comuna. Llegaron por el fuego, bonza, antorcha humana, titulaban calientes, hinchados de placer, casi chamusqueados también ellos, pero apenas pudieron filmar la ambulancia que se iba en medio del caos y describir el olor a asado raro que quedaba : “como cualquier asado, pero más dulce” explicó uno.
6 Se sabe : las cosas se caen para abajo, el agua moja y la luz viaja más rápido que el ruido : con esa fuerza, la de la naturaleza, los muertos,
porque todo concluye al fin y los casos de represión conllevan muchas
veces el más definitivo de los finales para una parte o todos los
reprimidos, llaman a los medios como si tuvieran voz. En las horas
siguientes, atraídas así, como un satélite por la Tierra, como un oso
por la miel, como un cuervo por las entrañas de otro bicho recién
muerto, las cámaras, carroñeras y caranchas, fueron derecho a esos
restos, los que suelen terminar siendo la voz de los muertos : los
deudos. Hasta la palabra, que deriva de otra que en latín significa
“debido”, carga con la fuerza de lo inevitable a los que toman la posta
de los sin voz de verdad, los que ya no, los que tienen un relato
redondo de sus propias vidas justamente porque no pueden contarlo, los
que ya tuvieron fin. Así que rodeados de organizaciones populares,
centros de estudiantes, punteros políticos y diversos grupos de artistas
más o menos insurgentes y emergentes, los míos llamaron instalación a
su campamento y performance a la vida que tuvieron que llevar ahí.
Juntaban las balas de goma y se las pegaban a un maniquí que tenía un
cartel que decía pueblo y sangraba con la misma elocuencia que cualquier
virgen de las más expresivas en catedrales mexicanas, italianas y
españolas, que no he sabido de ninguna que sangre en Suiza, y
serigrafiaban remeras con los serigrafistas populares y pintaban paredes
con los stencileros y cortaban la calle con un espectáculo de circo y
recitaban poemas que escribían ahí mismo, abajo del techo floreado plástico y navideño. Y el reciente viudo y la reciente viuda eran
apuntados por cámaras y micrófonos como si estuviera por atacarlos una
especie de mosca extraterreste de cien ojos y cien púas. Lloraba él y
ella lloraba y lloraban los cuatro nenes que sumaban entre los dos
abrazados a sus piernas. Y lloraban los que estaban atrás. Ella, las
mujeres estamos educadas para asumir deudas de toda índole, tomó la voz
de su muerto y de la muerta del otro y habló. Habló de lo maravillosos
que habían sido esos muertos cuando vivos, de su pelea, de su dolor, de
cómo se habían conocido con su amor, de cómo habían decidido dejar todo
por su vocación y vivir en ese edificio tomado por artistas, de cuánto
tuvieron que esperar a que hubiera un departamento vacío, de cómo habían
decidido traer hijos al mundo para hacer también de su vida puro arte,
de cómo funcionaba su comunidad, de cómo resistieron varias órdenes de
desalojo, de cómo y hasta qué punto eran una comunidad artie, de cómo se
suponía que vivirían ella y sus hijos ahora medio huérfanos.
7 Todo con la fuerza de un dolor nuevo al que los cuerpos se le resistían
soltando lágrimas con caudal intermitente, como si pensaran los órganos y
confundieran el duelo con una inundación y quisiera achicarla a los
baldazos : se sacudían los cuerpos de los deudos, gritaban los más
chicos de los míos asustados por esa fuerza desconocida que les estaba
tomando el cuerpo y la vida y que en unos días los tendría dominados y
casi reducidos al silencio. Primero se le resiste, pero el dolor gana y
reina como una triple gravedad sobre el dolorido : le pesa, le gasta la
energía, lo abate hasta la horizontalidad y la voz casi inaudible cuando
las pocas palabras.
8 Por mí habló, empalidecida más por la
resaca que por el dolor, la artista de la basura, la que me hospedaba la
madrugada del desalojo. Nos habíamos conocido, esto no lo recuerdo pero
me lo contaron tantas veces que terminó siendo un cuento tan mío como
los de mi propia infancia, en la inauguración de su muestra, que además
de sus complejas obras incluyó lecturas. Yo fui una de las poetas. Dijo
que yo estaba ahí porque quería integrarme a la comunidad y ella pensaba
cederme una de las habitaciones de su departamento. Mintió : estaba
porque uno de los invitados asistentes a la muestra tenía una roca de
merca y terminamos los tres en su casa con seis botellas de whisky y
parece que nos tomamos todo en dos días. Yo no me acuerdo de nada. Fue
la resaca más negra de mi vida, la que marcó el antes y el después más
fuerte de toda mi adultez.
Para citar este artículo
Referencia electrónica
Gabriela Cabezón Cámara, « Fragmento de Romance de la Negra rubia (novela) », Cuadernos LIRICO [En línea], 10 | 2014, Publicado el 15 marzo 2014, consultado el 02 abril 2020. URL: http://journals.openedition.org/lirico/1696; DOI: https://doi.org/10.4000/lirico.1696
Autora
Gabriela Cabezón Cámara
Derechos de autor
Fuente: OpenEdition