Una mirada a la escritura
diarística de Katherine
Mansfield (Nueva Zelanda, 1888 - Francia, 1923) por Virginia Woolf
(Londres, 1882 - Sussex, 1941), ambas escritoras modernistas fundamentales
del siglo XX
Dice el señor Murry que los
autores de relatos breves más valorados en Inglaterra están de acuerdo en
opinar que, como autora de narraciones cortas, Katherine Mansfield era fuera de
serie. Nadie la ha sucedido y ningún crítico ha sido capaz de nombrar su
calidad. Pero este asunto no le incumbe al lector del diario de Katherine
Mansfield. Lo que nos interesa de su libro no es ni la calidad de su escritura
ni el nivel de su popularidad, sino el espectáculo de su mente –una mente
terriblemente sensible– recibiendo una tras otra las impresiones fortuitas de ocho
años de vida. El diario fue un compañero místico de la autora. “Ven mi nunca
visto, mi desconocido, hablemos”, escribe cuando inicia un nuevo volumen. En el
diario anota hechos: el tiempo, un compromiso; esboza escenas; analiza su
carácter; describe a una paloma, un sueño o una conversación; nada podría ser
más fragmentado; nada más privado. Nos parece estar contemplando una mente a
solas consigo misma; una mente que piensa tan poco en el lector que incluso de
vez en cuando utiliza una taquigrafía propia o, como tiende a hacer la mente en
su soledad, se divide en dos para hablar consigo misma. Katherine Mansfield
sobre Katherine Mansfield.
Pero a medida que se
acumulan los fragmentos, nos vemos dándoles orden, o más probablemente,
recibiendo de Katherine Mansfield una dirección. ¿Desde qué perspectiva
contempla la vida, ahí sentada, con su terrible sensibilidad, mientras registra
impresiones tan diversas? Es una escritora; una escritora nata. Todo lo que
siente, oye y ve no es fragmentario ni desplazado; pertenece en conjunto a su
escritura. A veces apunta a comentarios pensados directamente para un relato.
“A ver si cuando escriba sobre aquel violín recuerdo cómo asciende y desciende
triste; cómo busca”, anota. O bien, “Lumbago. Es algo muy extraño. Tan repentino,
tan doloroso. Tengo que recordarlo cuando escriba sobre algún anciano. La
iniciativa de levantarse, el descanso; la mirada furiosa, y cómo, de noche,
echado en la cama, uno se percibe bloqueado...”.
De nuevo es el momento mismo
el que añade el verdadero significado, y la autora traza un esbozo para
conservarlo. “Está lloviendo, pero el aire es suave, brumoso, cálido. Grandes
gotas de lluvia repiquetean sobre las lánguidas hojas, las flores de tabaco se
inclinan. Ahora se oye un susurro en la hiedra. Ha aparecido Wingley del jardín
de al lado; salta desde la pared. Y con cuidado, levantando las patas,
estirando las orejas, muy asustado de que le alcance la gran ola, atraviesa el
lago de hierba verde”. La hermana de Nazareth “pide dinero mostrando sus encías
pálidas y sus dientes grandes y descoloridos”. El perro delgado. Tan delgado
que su cuerpo es como “una jaula sobre cuatro estacas de madera”, corre calle
abajo. De alguna manera la autora siente que el perro delgado es la calle. Todo
esto nos hace estar entre relatos inacabados; aquí un principio; aquí un final.
Solo necesitan un lazo de palabras que los recoja y complete.
Pero el diario es tan
privado y tan instintivo que incluso permite que otro yo se separe del yo que
escribe, que se separe y observe al primero cuando escribe. El yo que escribe
es su yo extraño; a veces nada le induce a escribir. “Hay tanto por hacer y
hago tan poco. La vida aquí sería casi perfecta si trabajara siempre que
pretendo estar haciéndolo. Mira los relatos que esperan y esperan justo en el
umbral…. Día siguiente. Pero pongamos esta mañana como ejemplo. No quiero
escribir nada. El día está gris; pesado y monótono. Y los relatos parecen
irreales, como si no mereciera la pena escribirlos. No quiero escribir, quiero
vivir. ¿A qué se refiere? No es fácil de escribir. ¡Pero ahí está!”.
¿A qué se refiere? Pocos han
sentido con mayor seriedad que ella la relevancia de escribir. Todas las
páginas de su diario, por instintivas y rápidas que sean, su actitud hacia su
trabajo es ejemplar, secreta, corrosiva y austera. No hay cotilleo literario;
nada de vanidad, ni celos. Aunque en los últimos años tuvo que estar informada
de su éxito, no lo menciona. Sus comentarios hacia su propio trabajo son agudos
y críticos. A sus relatos les faltaba riqueza y profundidad, dice; solo
conseguían “rozar la superficie, nada más”. Pero escribir solo la expresión
correcta y sensible de las cosas no basta. Se tiene que fundamentar en algo no
expresado; y este algo debe ser sólido y completo. Katherine Mansfield busca
algo curioso y difícil, sometida a la desesperada presión de su enfermedad cada
vez más grave. El rastro de su búsqueda aparece de forma esporádica, difícil de
interpretar tras la claridad cristalina que se necesita para escribir con veracidad.
“Nada valioso puede proceder de un ser desunido”, dice. Es imprescindible
poseer salud interior.
Tras cinco años, y sin
desespero, dejó de luchar por recuperar la salud de su cuerpo, porque creyó que
su enfermedad era anímica, y que su curación no dependía de ningún tratamiento
físico sino de una “hermandad espiritual” como la de Fontanebleau, el lugar en
el que pasó los últimos meses de su vida. Antes de irse escribió el resumen de
sus creencias, con el que concluye su diario.
Deseaba estar sana, escribe;
¿pero a qué se refiere con la palabra salud? “La salud”, escribe, “significa
para mí poder llevar una vida plena, adulta, viviendo, respirando vida, en
contacto estrecho con lo que amo: la tierra y sus maravillas, el mar, el sol…
Además, quiero trabajar. ¿En qué? Deseo intensamente vivir para trabajar con
las manos, con mis sentimientos y mi cerebro. Deseo un jardín, una casa
pequeña, hierba, animales, libros, cuadros, música. Deseo ponerme a escribir a
partir de esto, dando expresión a todo ello. (Aunque escriba sobre taxistas, no
tiene importancia)”.
El diario concluye con las palabras “Todo está bien”. Y
puesto que murió tres meses después de escribir estas palabras es tentador
pensar que representan cierta conclusión; una conclusión que la enfermedad y la
intensidad de su propia naturaleza le llevaron a una edad en la que la mayoría
de nosotros holgazaneamos entre apariencias e impresiones, entre diversiones y
sensaciones que nadie amó tanto como ella.
©Virginia Woolf
El Nacional, Caracas, 1 octubre de 2017
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Este artículo fue publicado en The New York Herald Tribune, en septiembre de 1927. También fue incluido como prólogo al Diario de Katherine Mansfield que editara Lumen (Barcelona, 2008). Fuente: El Nacional
Este artículo fue publicado en The New York Herald Tribune, en septiembre de 1927. También fue incluido como prólogo al Diario de Katherine Mansfield que editara Lumen (Barcelona, 2008). Fuente: El Nacional
Katherine
Mansfield: Página
oficial
Virginia
Woolf: Página
oficial
Carta de Virginia Woolf a Katherine Mansfield
"My dear Katherine
I wish you were here to enjoy your triumph – still
more that we might talk about your book – For what’s the point of telling you
how glad indeed proud I am? However I must to please myself send a line to
say just that.
Yours ever
V.W."
“Mi querida Katherine:
Ojalá estuvieras aquí para disfrutar
tu triunfo – y aún más, poder hablar sobre tu libro. Y poder decirte, ¿sabes cuánto
me alegro y lo orgullosa que estoy de ti?
Por eso me complace mucho enviarte
estas líneas para decírtelo.
Siempre tuya,
VW”
Fuente: Natlib