la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Juan Carlos Onetti: “A veces pienso que yo, como escritor, no existo, ni existí nunca” /entrevistas de María Esther Gilio






 “La única que existe es Carmen Balcells. 
Mi adorada Carmen Balcells, ella fue quien fabricó 
y extendió mi fama”.


Gilio: ¿Cómo le va? (Onetti carraspea). Vengo a hacerle un reportaje.

Onetti: (Paciente y cortés, pero categórico) Cuando termine de escuchar este tema con mucho gusto.

Gilio: No tiene por qué ser formal. Mientras vive, mientras ama...

Onetti: (susurra). Está bien, pero hablemos bajo. Esto es literatura, esto lo estoy escribiendo. No me desconcentre.

Gilio: Así alcanza; este grabador es un aparatito muy sensible. No sabía que había empezado otra novela ¿cómo se llama?

Onetti: A un dios desconocido o Mentir de amor. Deliciosas criaturas que mienten de amor.

Gilio: Mentir de amor.

Onetti: Sí, como en el foxtrop.

Gilio: Justamente como Gardel. ¿Reconoce su influencia?

Onetti: ¡Por favor! ¡Ojalá! Pero, sí, claro: El intento existe. Y ya lo dije por Faulkner: “Toda mi obra no es más que un largo e inexplicable plagio. Pero esa es otra de las formas del amor”. Gardel... Si vino a preguntarme por Gardel. No pregunte. Lea. Está en Juntacadáveres, es el Pibe del que cuenta Junta.

Sonido de cubitos de hielo al caer en un vaso.

Gilio: No para mí.

Onetti: También para usted. Quien le dice que con un poco de alcohol en lugar de esa esclava obstinada, obtengamos un ser capaz de hablar del tiempo o del amor, pero desinteresadamente.

Gilio: Bueno, tomo y le pregunto: ¿Por qué le gusta tanto Gardel? Dice Dolly que usted se ha pasado la vida escuchándolo y cuando le ponían otro cantor, mandaba apagar la música.

Onetti: Gardel fue lo más importante que ocurrió artísticamente en el Río de la Plata.

Gilio: Ya, pero ¿se identifica con él?

Onetti: No, no soy. Nunca fui Gardel (sonido de cristales que se entrechocan) Ni siquiera soy el alcoholista mujeriego de que habla el segundo acto de la leyenda. Lamento desilusionarla finalmente.

Gilio: Sin embargo se casó cuatro veces y eso que está tomando es whisky.

Onetti: Sólo con whisky puedo aguantar los reportajes.

Gilio: Gracias.

Onetti: Gardel tomaba champagne.

Gilio: Y desconfiaba del amor eterno... “Qué gran mentira es esa, al cabo de unos años de amores supletorios lo que realmente queda es la costumbre, las promesas incumplidas, todas las estupideces que se dicen en la cama y que sólo son verdad el tiempo que dura una erección”. ¿Las olvidaba, cada vez, antes incluso de meterse en la ducha?

Onetti: Pero eran ciertísimas durante ese rato como lo son todas las mentiras de amor... (suena El día que me quieras). ¿Sabe usted quién era Gardel? No llegaba a santo, naturalmente, pero sí llegaba a ser un artista, un hombre que sufría por su arte. Mire: Esto escribió en la revista Máscaras, monseñor Francesci, del Arzobispado de Buenos Aires, el día del entierro. “Gardel empleó toda su inteligencia, que jamás había sido cultivada, que era perseverante pero corrompida, para mejorar sus medios de expresión. No concebía cosa más alta que la que hizo. Nadie ha de recriminarle su escala de valores perennes; pero es insultar a la Argentina el presentarlo como símbolo acabado de su ideal artístico. Todo ello preparó la serie de espectáculos que tuvieron lugar con motivo de su sepelio, y que constituyeron una página bochornosa en la historia porteña. Eran de ver los alrededores del Luna Park, a las diez de la noche. Gandules de pañuelito al cuello dirigiendo piropos apestosos a las mujeres; féminas que se habían embadurnado la cara con harina y los labios con almagre; compadres de cintura quebrada y sonrisa "cachadora"; buenas madres, persuadidas de la grandeza del héroe, que llevaban (pude comprobarlo por fotografías) a sus hijos a besar el ataúd. Y según se me afirmó, diversas individuas llenas de compunción pretenden ocupar lugares especiales porque fueron "amigas", "compañeras" de él, a quien convierten de este modo en Tenorio de conventillo, en Pachá de arrabal. No se olvide que el amoralismo simbolizado por Gardel es anarquía en el sentido más estricto de la palabra. Téngase en cuenta que el desprecio al trabajo normal, al hogar honesto, a la vida pura, el himno a la mujer perdida, al juego, a la borrachera, a la pereza, a la puñalada, es destrucción del edificio social entero". Es cierto. Monseñor Franceschi dijo bien. No concebía cosa más alta que mejorar sus medios de expresión. Los contratos con la Paramount venían después y entre “las individuas” que lo velaron “embadurnadas de harina, de labios pintados con almagre” estaba Giovanna, Jeannette, Giovanna Ritana era su verdadero nombre. La Ritana llegó a ofrecerle a Gardel vender el telo de Viamonte entre Maipú y Esmeralda y todas las orquídeas del invernadero de la casa de un punto de Belgrano, para comprarle los derechos de Tango Bar, la trama que les pertenecía, la que Lepera escribió para la pareja. En la inmortalidad, diez años después del accidente, John Houston hizo un remake de Tango Bar con Bogart en el papel de Gardel e Ingrid Bergman en el de Rosita. El Dios Gardel estuvo en el set junto a Boggie. Pasaron buenos momentos navegando el Satana (el yate de Boggie) por las costas del Pacífico.




Gilio: ¿Se identifica entonces con Gardel?

Onetti: ¿Otra vez? ¿Tampoco le contaron que el arte es una eterna confesión? Sí. Decididamente, sí.

Gilio: ¿Se considera un solitario como él, aunque usted tuvo dos hijos y él fue el más cuidadoso de los inmortales?

Onetti: Como él y como todos. La diferencia está en que algunos se dan cuenta y otros se distraen.

Gilio: Entiendo. Ahora... hay algo que me gustaría saber: ¿Por qué ese tono funeral, ese aire de derrota en su voz, en sus canciones, esa lágrima en la garganta?

Onetti: ¿Por qué? Porque todos los personajes y todas las personas nacieron para la derrota. Claro, uno puede detener la trayectoria del personaje en un instante de triunfo, (canta) Leguisamo al trote, (dice) pero si continuamos, el final siempre es Waterloo, Martinelli o El Ocaso, (canta) poco a poco todo ha ido de cabeza pal empeño. (Dice) Y el mundo sigue andando...

Gilio: ¿Y por qué sus canciones están llenas de historias de mujeres con todos los méritos para la condenación eterna? Hace muchos años le preguntaron al Canario Luna que opinaba de Gardel y dijo que detesta la misoginia de muchas de las canciones que elegía, “ese tipo parece que no tuviera madre” dijo.

Onetti: Es que no la tuvo. Pero si quiere esa respuesta, cómprese un sillón de sicoanalista y entrevístelo a él.


 Onetti y Dorotea (Dolly) Muhr


…………………………



Juan Carlos Onetti, como casi todos saben, ha pasado gran parte de su vida en la cama. Allí leyó todos los libros que ha leído y también escribió todos los que hoy se venden en el mundo con su firma. Reclinado sobre el lado derecho, sosteniendo el infinito cigarrillo con la mano izquierda, llenó con la derecha cuartillas y cuartillas de letra clara y ligeramente cuadrada. “Se cumplió el sueño de tu vida. Pasar 24 horas en la cama”, le dije a modo de saludo. “No exageres, apenas 23”, dijo.

–No, no, cosas políticas no. Recibo diarios de allá. Sé tanto como vos. Sé más que vos. Gente. Hablame de gente.

Por un largo rato hablamos de gente, hasta que Onetti terminó el jugo de frutas y pidió un whisky.

–¡Cómo! ¿Whisky en el desayuno?

–La mejor educación inglesa permite tomar whisky más allá del atardecer.

Aprovechando la sonrisa que le provocaba la llegada de la bebida le pregunté si podía grabar, al tiempo que me ponía de pie para tomar el grabador. Ante este gesto, Beatrice, la perra, que resentía mi presencia rezongando interminablemente, comenzó a ladrar furiosa. “Ni siquiera Beatrice quiere que grabés –dijo Onetti con evidente satisfacción–. ¿Vos sabés qué dijo Gassman de los periodistas? ‘Voy a tener que inventarme preguntas porque ningún periodista me hace las que me interesan’.”

–Lo mismo dice Marguerite Yourcenar. Yo no tengo inconveniente en que tú te preguntes y te respondas. Sería un placer firmar un diálogo así. Todo hecho por ti. Pero, ya que hablas de Gassman, ¿no dijo él algo de ti en un libro que acaba de publicar?

–Dolly, buscá el libro de Gassman y mostrale lo que dice. Si es que aparece, porque esta biblioteca es el pozo de las Bermudas: lo que cae ahí, desaparece.
En la 208, Gassman se preguntaba a sí mismo qué personajes públicos admiraba y él mismo respondía: “Admiro a Saul Bellow y a Elsa Morante, a Ricardo Mutni, al novelista Onetti y al futbolista Platini. A mi jardinero setentón que se llama Armando, al Sai Baba, a Lucio Lombardo Radiccia, a Ella Fitzgerald, a todos los científicos y también a algunos periodistas”.

–Veo que esta declaración de Gassman te alegra.

–Sí, me gustó eso de estar junto al futbolista Platini. Me llena de ilusión la idea de que un día, cuando hasta vos estés muerta, seamos “el futbolista Onetti y el novelista Platini”. Porque con el correr del tiempo se van a entreverar los términos y no faltará alguno que diga: “Aquel gol de Onetti... ¡Inolvidable!”.

–Si puedo hacer algo en ese sentido yo trataré de colaborar en la confusión. Decís que esa media hora que te ofrezco en Uruguay la pasarías en el café Metro. ¿Con quién? ¿A quién querrías ver del otro lado de la mesa?

–Uhhh... Toda la barra vieja de la alegre caravana.

–¿Maggi?

–Sí, Maggi me gustaría, pero cuando decís café Metro... Mirá, un tipo me viene a la cabeza porque no hay más remedio.

–¿Por qué no hay más remedio?

–Yo qué sé, porque no hay. Se trata de Picatto. Picatto se llamaba, era jorobado y poeta. Publicó... publicó... A ver, Beatrice –dijo dirigiéndose a la perra que dejó de rezongar y fijó sus ojos en él mientras movía la cola–. Vos que tenés buena memoria, ¿cómo se llamaba aquel libro de poemas que publicó Picatto? Ya sé, ya sé, se llamaba Poema del ángel amargo. Picatto estaba enamorado, fue rechazado y se suicidó. Es una historia que te doy en síntesis –dijo, y quedó en silencio mirando a Beatrice, que seguía mirándolo con ojos enamorados.


 Onetti y Dorotea (Dolly) Muhr


Diez o más minutos más tarde dijo:

–Bueno, también estaba Cabrerita, Parrilla. Y yo trabajaba en Reuter, a unos pasos del Metro, lo cual me permitía atender las dos cosas: el café y la agencia. Si venía algún cable importante, me avisaban. Era tiempo de guerra.

–Tiempo de escribir Para esta noche.

–Claro –dijo Dolly. Y en voz muy baja–: Aprovechá a preguntarle ahora.

Pero Onetti la oyó y se revolvió en la cama:

–Cien entrevistas me hiciste ya en tu vida, cien por lo menos, ¿qué más querés que te diga?

–Si tuvieras que elegir una poesía de las que Idea te dedicó...

–Elegiría Ya no.

–Ahora me van a pedir que encuentre los poemas de Idea –dijo Dolly–. Yo en esta casa soy una archivista. Aquí están. (Onetti tomó los poemas y comenzó a ojearlos.)

–Qué cosas tiene, qué buenos. Lo único que no me gusta de esta edición es que ya no me los dedica.

–Bueno, ella añadió ahí poemas que no son para ti. Si quería publicar juntos todos sus poemas de amor, tú tenías que desaparecer de la dedicatoria. ¿O te parece que podía poner para fulano y fulano?

–No me interesan las explicaciones racionales. Me interesa que ya no estoy más allí.

–Tú sabes bien cuáles te corresponden y cuáles no. Ya no te corresponde; “No lavaré tu ropa, no te veré morir”, es a ti a quien lo dice.

–Sí, claro.

–¿Cómo supiste que ese poema era para ti?

–M’hijita, en ese período de nuestras relaciones todos los poemas de amor eran para mí. Y deje en paz mi vida privada. Dolly, poné el informativo.

El locutor decía: “La alocución de Saddam Hussein emitida a través de Radio Bagdad, en su línea habitual, ha afirmado que el triunfo de Irak significará el fin del imperialismo y el colonialismo en el Golfo Pérsico. Asimismo reiteró su deseo de liberar a los palestinos de la ocupación israelí, y ha calificado a Arabia Saudita como el hogar de los infieles desde que aceptó ser la base de la fuerza militar aliada”. Durante 10 minutos todos quedamos en silencio oyendo las noticias. Onetti dijo que aquellas eran noticias viejas y contó que Fidel había mandado a Perú 20 toneladas de medicinas hidratantes.

–Ya sé que no estás de acuerdo con Bush. ¿Tal vez estás con Saddam?

–Pero no. Para mí que se mueran los dos.

–¿No te parece extraño lo que pasa con Semprún, ministro de Educación de Felipe González, apoyando esta guerra con alma y vida?

–Y eso pasa con los conversos. Siempre se van para el otro extremo.

–¿E Yves Montand? –dijo Dolly–. Da vergüenza leer las cosas que declara.

–¿Qué les pasa? ¿Están viejos?

–No sé, m’hija. Porque yo estoy más viejo que ellos y sigo fiel a mis ideas de juventud –dijo Onetti añadiendo con gesto rápido más whisky a su whisky, como si esa fidelidad mereciera un premio especial.

–Vamos a suponer que estás escribiendo. ¿Qué es lo que te decide dejar?

–Es algo automático, no sé. Pero también hay razones físicas, a veces mis ojos no dan más. Tengo que dejar.

–¿No dejás, en general, cuando sabés perfectamente cómo vas a seguir?

–Sí, siempre. Eso aconsejaba Hemingway.

–Y esa angustia de la que hablan algunos escritores, la de la página en blanco, ¿la sentís?

Onetti soltó un no tan largo e indignado que la mejor posibilidad de una situación así se desvaneció.

–Jamás –dijo–. Jamás. Puede ser que muy al principio, cuando las cosas no están del todo claras. Pero sólo al principio –dijo, y me miró con los ojos entrecerrados–. ¿Vos no conocés un poema de Neruda que dice: “Me gusta cuando callas porque estás como ausente”?

–Esa indirecta carece totalmente de sutileza.

–No busqué sutileza sino claridad. Estoy cansado –dijo bajando la voz y cerrando los ojos. Y unos segundos más tarde, sin abrirlos–: Váyanse a hablar de pavadas al cuarto de al lado.
 
Nos fuimos, pero sólo Dolly y yo, porque Beatrice quedó ahí sola y triunfante. Reinando junto al dueño de su corazón.



  Julio Cortázar y Juan Carlos Onetti


Al día siguiente, cuando llegué a las 8 de la noche, estaba despierto y su rezongo me sonó a música celestial: “¿Por qué dijiste que venías a las 7? Hace una hora que te esperamos”. ¿Sería ése, tal vez, el día para preguntas concretas e incluso indiscretas?

–Contame sobre tu último libro.

–Se llamará algo así como Recuerdos Sanmarianos. Trata de cosas que suceden en una Santa María distinta, años después.

–¿Una Santa María resucitada?

–Creo que el único que resucita es el doctor Díaz Grey.

–¿Y las calles, los árboles y las casas?

–No, porque es un lugar casi desierto. Un lugar donde me contrataron para hacer una represa. Está el río ahí. Y hay también un boliche famoso llamado Chamamé, que ya mencioné en un libro anterior.

–Que existe.

–Sí, yo lo vi hace años en La Boca, instalado en un galpón, sujeto por unas vigas. Daba la impresión de que en cualquier momento se venía abajo. Tenía también un hermoso letrero que no se me olvida. Decía, sin ninguna falta de ortografía: “Prohibido el porte y uso de armas”.

–¿En qué año existía un boliche así, en los ’50?

–Andá a saber –dijo mientras hojeaba Poemas de amor, de Idea–. Aquí está el poema que buscábamos ayer. Leelo –me dijo.

–¿Por qué dice Idea que nunca sabrás quién es ella? “Nunca sabrás quién fui, porque me amaron otros.”

–No sé... Yo nunca sentí que ella estuviera enamorada de mí.

–No entiendo, ¿cómo que nunca estuvo enamorada? ¿y los poemas que te escribió?

–Yo no digo que no estuvo sino que nunca sentí que estuvo. Yo creo que lo suyo es algo muy cerebral, intelectual.

–¿Nada más?

–También es cama.

–Y la suma de todo eso, ¿no da amor o lo que los simples mortales llamamos amor? Pero supongamos que sea verdad, que ella no te amó. ¿Y tú a ella?

–Andá a saber. Sé que ahí hubo un alto porcentaje de cosa sexual.

–¿Fue Dolly la mujer que más te amó?

–Preguntale a ella.

–Cómo puedo saber. Yo sé lo que te quiero yo –dice Dolly–. Qué sé yo lo que te quisieron otras.

Y luego, mirándome con esa expresión directa e inocente que no la abandona: “Juan tuvo muchas mujeres”. Y cuando ya casi disparaba la otra pregunta, Onetti gritó: “Párenla, párenla”, con tal cara de “párenla” que paramos. Dolly se levantó y le sirvió más whisky y más hielo, una manera de aventar enojos. Y yo le conté una anécdota sobre Borges y su cuento La intrusa que era otra manera de aventarlos.

–¿Sabés que en Buenos Aires hicieron una película sobre La intrusa? Ahí, el guionista y el director insinuaron que hay una relación homosexual entre los dos hermanos. Borges se puso furioso, enojadísimo. ¿Tú qué pensás?

–Que había, sí, una atracción muy fuerte entre los dos hermanos. Para mí, es indudable. Pero no se puede pedir a Borges que vea eso. Recuerdo cuando Sur publicó su cuento Ema. Yo me encontré con Mallea por la calle y hablamos sobre el cuento. “Ese es el realismo al que puede llegar Borges”, dijo Mallea.

–¿Y tú qué dijiste?

–Que el error estaba en lo que doña Victoria había dicho en la propaganda: “Un cuento realista de Borges”. Y no. Es otro cuento fantástico de Borges.

–¿Por qué fantástico?

–Porque cuando un individuo es asesinado de un tiro, lo llevan derecho a la morgue a que le hagan la autopsia y ahí se descubre de inmediato que no hubo eyaculación previa al balazo. Y la revisación de ella habría demostrado que la violación había ocurrido hacía más de 48 horas.

–A él no le gustaba mucho ese cuento; yo oí decir que lo había escrito porque una amiga se lo contó y le pidió que lo escribiera.

–Cecilia Ingenieros, pero no se lo contó, le dio los hilos de la trama.

–Tú has dicho que “Hombre de la esquina rosada” es su cuento que más te gusta.

–Sí, es el que más me gusta. Yo siento ahí el amor de Borges por el hombre porteño. Su identificación o su deseo de identificación con ese hombre.

–¿No estuviste con Borges aquí en España?


 Juan Carlos Onetti y Borges


–Sí, estuvimos cenando juntos en Barcelona, invitados por Editorial Bruguera, una editorial tan buena que se fundió. El tenía a su lado a la japonesa que le daba la sopa en la boca.

–Y estaba ciego.

–Sí. Ciego pero con unas piernas de fierro. Se había roto el ascensor en el edificio donde debía dar su conferencia y subió sin chistar los 80 escalones. Yo me negué, a pesar de tener 10 años menos que él.

–A usted le encanta hacer drama, señor Onetti.

–No podía, ¡coño! –dijo, y quedó silencioso con expresión de fastidio que no duró mucho. Un estante de la biblioteca, que cubre la pared frente a su cama, comenzó a atraer toda su atención. Finalmente dijo–. ¿Ves esos libros? Son 100 que seleccionó Bruguera. ¿Sabés qué decía Borges? “Unos se enorgullecen por libros que han escrito. Yo me envanezco por los que he leído.”

–Y tú, ¿de qué te envanecés?

–¿Yo? De nada. De nada –dijo y masculló algunas palabras que parecían deshacerse y religarse y que, en definitiva, debían significar, aunque no puedo asegurarlo, ¿de qué me voy a envanecer yo? Todo eso con una expresión en que se mezclaban un fastidio grande y un leve pesar–. Eso me ha salvado en la vida o me ha retardado un camino hacia la literatura –dijo en tono irónico–. Pero sobre todo hay en mí una indiferencia tan grande. (Y esta vez su acento era melancólico y sincero.)

–¿Es verdad eso? ¿Finalmente habrá que creerte?

–Sí, hay que creerme. Me llegan de aquí y de allá cheques de mucho dinero. Y yo no me conmuevo.

–¿Alguna vez te conmovió el dinero?

–No. Pero esos cheques no son sólo dinero, son lectores. Miles de lectores. Pero es igual, no me conmuevo. A veces me viene un vago pensamiento: “¿Por qué no me ocurrió esto cuando tenía 20 años?”.

–¿Qué pensás que habría cambiado eso en tu vida?

Encendió un cigarrillo y quedó en silencio. Había fumado más de la mitad cuando dijo:

–A veces pienso que yo, como escritor, no existo, ni existí nunca.

–Dios mío, crisis de autoestima. ¿Cuánto tiempo te duran?

Dolly puso a un lado el té que tomaba y lo miró. Esperaba tan interesada como yo una respuesta que aventara aquella pesada nube de melancolía que de pronto oscurecía el cuarto. Pero Onetti se resistía. “No existo”, volvió a decir. Y apagó el cigarrillo. Al cabo de dos o tres minutos añadió: “La única que existe es Carmen Balcells. Mi adorada Carmen Balcells, ella fue quien fabricó y extendió mi fama”. La nube había pasado.

Dolly soltó una carcajada, Beatrice ladró y Onetti bebió un largo trago. “Por la catalana”, dijo.

–La recuerdo cuando vino a Montevideo a conocer a Juan –dijo Dolly–. Era en julio o junio y ella llegó a casa sin avisar. Juan y yo estábamos los dos con gripe. Los dos en la cama y toda la casa, allá en Gonzalo Ramírez, patas para arriba.

–El ascensor roto, el viento helado del mar colándose por las ventanas. Y ni una silla vacía para que la pobre Carmen, llegada desde más allá del océano, se sentara.

–Sí, es verdad, hubo que vaciar una silla para que se sentara. Recuerdo que yo, para curarme la gripe, tomaba crema de whisky.

Dolly se sirvió otro té y dijo: “Carmen entró y no sé qué pasaba, pero sé que estaba enojada. Decía: ‘Como pelillos al mar, como pelillos al mar’”.

–Decía eso porque yo, entre otras varias burradas, le había vendido mis obras completas a Aguilar por mil dólares. Se agarraba la cabeza. No podía creerlo. Es verdad que decía “Como pelillos al mar”. En esa época yo hacía cualquier cosa –dijo Onetti y pidió a Dolly que encendiera la televisión porque no quería perderse el informativo.

Durante 10 o 15 minutos el locutor habló del Scud que había caído en Tel Aviv. “Ningún muerto, sólo heridos”, decía. Onetti dijo: “No me asusta morirme”.

–¿Cuál fue la asociación que te trajo hasta aquí?

–Vos, que me preguntaste si tenía miedo a la muerte.

–¿Yo? Yo no.

–Entonces no sé. Lo que sé es que le tengo asco.

–¿A la muerte?

–No a la muerte. A la agonía. Le tengo repugnancia física. Todo es por haber visto agonizar a personas queridas.

–¿A quién viste?

–“No sabe, no contesta.”

–Sos un payaso.

–Me gustaría saber si estos hijos de puta, norteamericanos, ingleses y socios, van a soltar Kuwait después que lo hayan tomado. Quiero verlo –dijo, pero una fuerte tos interrumpió la frase–. Esta tos me llevará a la tumba. ¿No se nota?

–No. Tenés la cara tan fresca y sonrosada como si la expusieras durante varias horas diarias al sol del Mediterráneo.

–No te creo. Pero no pienso comprobarlo. Hace muchos años que no me miro al espejo –volvió a decir.

Pregunté a Onetti qué escritores nuevos había leído. “Cuando quiero leer cosas bellas, agarro a Proust”, dijo. Y luego: “Qué maravilla, qué inteligencia. Claro que el otro es Faulkner”.

–¿Volvés a leer a Faulkner?

–No, es curioso. El que tengo apartado ahí para leer es Absalon, Absalon, pero lo empiezo y lo tengo que largar.

–¿Por qué?, ¿qué te pasa?

–Qué bueno es... ¡Qué lo parió!

–¿Qué sentís?

–Admiración y envidia... todo mezclado. Leo la primera escena y ya... –dijo arrastrando las palabras con acento falsamente dramático. Tanto que Beatrice, asustada, apoyó las patas delanteras sobre la cama y comenzó a lloriquear–. Es así, Beatrice, aunque tú no lo creas –agregó Onetti dándole unos golpecitos en la cabeza.

Eran las doce de la noche, los ruidos que subían de la avenida habían amainado. “¿Puedo volver mañana?”, pregunté.

–Sí, volvé. A visitar a Dolly. Yo me reservo el derecho de admisión –dijo levantando la cara para que lo besara.


© María Esther Gilio





Carta manuscrita de Onetti
a Julio Cortázar


Oriana Fallaci: "Me averguenzo (del antisemitismo) y estoy con Israel, estoy con los judíos"


"Defiendo su derecho a existir, a defenderse,  a que no sean  exterminados 
por segunda vez"




“Europa, en el mejor de los casos, no es una comunidad de estados, 
sino un pozo de Poncio Pilatos.”


Me parece vergonzoso que en Italia se haga una manifestación en la que unos individuos, vestidos de kamikazes, corean injurias infames contra Israel, levantan fotos de líderes israelíes en cuyas frentes han  dibujado la  esvástica, incitan al pueblo a odiar a los judíos. Y que con tal de ver a los judíos en los campos de exterminio, en las cámaras de gas, en los hornos crematorios de Dachau y de Mathausen y de Buchenwald y de Bergen-Belsen, etcétera, venderían a su propia madre a un harem.
Me parece vergonzoso que la Iglesia Católica permita que un obispo que vive en el Vaticano, un hombre piadoso que fue encontrado  en Jerusalén  con  armas y explosivos escondidos en el compartimiento  secreto de su sagrado Mercedes Benz, participe en esa manifestación y se ponga delante de un micrófono para dar las gracias, en nombre de Dios, a los kamikazes que masacran judíos en las pizzerías y en los supermercados.  Llamándolos "mártires que van a la muerte como quien va a una fiesta".
Me parece vergonzoso que en Francia, la Francia de la Libertad- Igualdad- Fraternidad, quemen sinagogas, aterrorizan a los judíos,  profanen sus cementerios. Encuentro vergonzoso que en Holanda y en Alemania y en Dinamarca, etcétera,  los jóvenes hagan alarde del kaffiah igual que la avant gard de Mussolini lo hacía con la porra y su insignia fascista. Encuentro vergonzoso que, en casi todas las universidades europeas, los estudiantes palestinos patrocinen  y alimenten el antisemitismo. Que en Suecia pidieran que el  Premio Nobel de la Paz otorgado a Shimon Peres en 1994 le sea retirado y conferido a la  paloma de la paz con el ramo de olivo en el pico, es decir a Arafat.  Me parece vergonzoso que distinguidos miembros del Comité, un Comité que (al parecer ) premia el color político en lugar del mérito, hayan tomado en consideración la demanda y piensen llevarla a cabo. Al infierno el Premio Nobel y honor a quien no lo recibe.
Me parece vergonzoso (estamos otra vez en Italia) que los canales de televisión del estado  contribuyan al  resurgimiento del antisemitismo, llorando sólo a los muertos palestinos, silenciando los muertos israelíes, hablando de una forma veloz y muy a menudo con un tono distraído de ellos. Encuentro vergonzoso que en los debates acojan con mucho respeto a canallas con turbante o con el kaffiah  que ayer festejaban la matanza de Nueva York  y que hoy festejan las de Jerusalén, Haifa,  Netanya, Tel Aviv.

Me parece vergonzoso que la prensa haga lo mismo, que estén indignados porque en Belén los tanques israelíes rodeen la iglesia de la Natividad y que no estén indignados porque en la misma iglesia 200  terroristas palestinos bien armados con proyectiles y explosivos (y entre ellos varios jefes de Hamas y Al-Aqsa) sean indeseados huéspedes de los curas (que luego aceptan de los militares de los tanques botellas de agua mineral y  tarros de miel). Me parece vergonzoso que al dar el  número de muertos judíos desde el  inicio de la Segunda Intifada, (412), un conocido diario consideró apropiado poner en letras mayúsculas que habían muerto más personas  en accidentes de tránsito ( 600 por año).
Me parece vergonzoso que el "Osservatore Romano",  el diario  del Papa, un Papa que hace poco  dejó en el Muro de los Lamentos una carta de perdón a los judíos, acuse de extermino a un pueblo que fue exterminado por millones por cristianos. Por europeos. Me parece vergonzoso que este diario le niegue a los sobrevivientes de ese pueblo, sobrevivientes  que todavía  tienen tatuados los números en sus brazos, el derecho de reaccionar, de defenderse, de no ser nuevamente exterminados. Me parece vergonzoso que en nombre de Jesucristo (un judío sin el cual todos ellos estarían seguramente desempleados) los curas de nuestras parroquias o centros sociales, o lo que sean, estén de amores  con los asesinos de aquellos que, en Jerusalén, no puede ir a comer pizza o a comprar huevos sin ser víctimas de una explosión. Me parece vergonzoso  que estén del lado de los mismos que inauguraron el terrorismo matándonos en los aviones, en los aeropuertos, en las Olimpiadas y que hoy se divierten matando periodistas occidentales fusilándolos,  secuestrándolos, cortándoles la garganta,  decapitándolos. (Hay alguien en Italia que, después de la publicación de "La Rabia y el Orgullo",  quiere hacer lo mismo conmigo. Citando los versos del Corán anima a sus "hermanos"  en  las mezquitas y  en la Comunidad Islámica,  a castigarme en nombre de Alá. A matarme. O mejor, a morir conmigo. Y como es un tipo que  conoce muy bien el inglés, en inglés  le contesto:"Fuck you" ).

Me parece vergonzoso que casi toda la izquierda, esa izquierda que hace veinte años permitió que una de sus manifestaciones pusiera un ataúd (cual advertencia mafiosa) delante de la sinagoga de Roma, se olvida de la  contribución hecha por  los judíos en la lucha antifascista.   La contribución de Carlo y Nello Rosselli, por ejemplo; de Leone Ginzburg,  de Umberto Terracini,  de Leo Valiani,  de Emilio Sereni; de  mujeres como mi amiga Anna María Enriques Agnoletti, que fue  fusilada en Florencia el 12 de junio de 1944.  Se olvide de la contribución de 75  de las 335 personas asesinadas en la Fosas Ardeatinas; de  la cantidad infinita de muertos bajo  tortura, en combate o delante de los pelotones de fusilamiento.  (Mis compañeros, mis maestros de infancia y de mi  primera juventud).
Me parece vergonzoso que también por culpa de la izquierda, o mejor dicho sobretodo por culpa de la izquierda (piensen  en la izquierda que inaugura sus congresos aplaudiendo al representante de la OLP, líder en Italia  de los palestinos que quieren la destrucción de Israel) los judíos en  las ciudades italianas tengan, otra vez, miedo. Y en las ciudades francesas y holandesas y danesas y alemanas, etc., es lo mismo. Me parece vergonzoso que los judíos tiemblen de miedo cuando pasan los canallas vestidos de  kamikaze, igual que temblaban en Berlín  la Noche de los Cristales Rotos, es  decir, la noche en la que Hitler declaró  “temporada abierta” para la caza del judío.

Me parece vergonzoso que, obedeciendo a la estúpida, ruin, deshonesta y para ellos ventajosa moda de lo Políticamente Correcto, los oportunistas de siempre, mejor dicho los parásitos de siempre, exploten la palabra “paz”.  Que en el nombre de la palabra “paz”, ahora más pervertida  que las palabras "amor” y “humanidad", absuelvan a un sola parte del  odio y la bestialidad.  Que en nombre del pacifismo (léase conformismo) permitan a los grillos cantores  y a los bufones que antes lamían los pies de Pol Pot,  incitar a la gente ingenua, confundida o intimidada. Que la engañen, la corrompan, la lleven medio siglo atrás, a los tiempos de la estrella amarilla en el abrigo. Estos charlatanes que se preocupan por los  palestinos lo mismo que yo me preocupo por los charlatanes. Es decir, nada.
Me parece vergonzoso que tantos italianos y tantos europeos hayan elegido como su abanderado al señor (por decirlo cortésmente)  Arafat. Este don nadie  que gracias al dinero de la Familia Real Saudita  juega a ser Mussolini a perpetuidad  y que, en su megalomanía, cree que pasará a la historia como el George Washington de Palestina. Este inculto que cuando lo entrevisté ni siquiera fue capaz de armar una frase completa, de sostener una conversación articulada.  Al transcribir la entrevista para su publicación tuve que hacer un esfuerzo tan grande que llegué a la conclusión de que, comparado con él, hasta Gadafi sonaba como  Leonardo da Vinci. Este falso guerrero que anda  siempre en uniforme como Pinochet, que nunca se pone un traje civil,  y que en toda su vida nunca participó  en una batalla. La guerra  la manda a hacer, siempre la ha mandado a hacer, a los demás. A  los pobres idiotas que creen en él. Este pomposo incompetente  que, actuando  como si fuera  un jefe de estado, ha hecho naufragar los acuerdos de Camp David, la mediación de Clinton: “No- no- Jerusalén-la-quiero-toda-para-mí.”  Este eterno mentiroso que sólo tiene un destello  de sinceridad  cuando (en privado) niega siempre el derecho de  Israel a  existir, y que, como digo en mi libro, se contradice cada cinco segundos. Siempre está engañando, miente incluso cuando le preguntas qué hora es, así que nunca puedes confiar en él.  ¡Nunca! Con él acabas sistemáticamente traicionado. Este eterno terrorista que sólo sabe ser un  terrorista (eso sí, sin  arriesgar su pellejo) y que cuando tenía cerca de  setenta años, es decir cuando lo entrevisté, todavía entrenaba a los  terroristas de la Baader-Meinhof. Con ellos, niños de diez años de edad. Pobres niños. (Ahora los entrena para  convertirlos en atacantes suicidas.  Cien niños-kamikazes están entrenándose para morir: ¡cien!) Este canalla que mantiene a su  esposa en Paris, atendida  y reverenciada como una reina, y mantiene su pueblo en la mierda. Lo saca de la mierda sólo para mandarlo a morir, para  matar o para  morir.  Como las chicas de 18  años que,  para tener igualdad con los hombres,  tienen que amarrarse explosivos y desintegrarse con sus victimas. Este presunto revolucionario que, a su propio pueblo, nunca le ha dado una pizca de democracia. No hablo de la verdadera democracia que disfrutan los israelíes. Quiero decir ni una diminuta pizca de democracia. Y sin embargo muchos italianos lo aman, sí. Exactamente como amaban a Mussolini. Y muchos otros europeos también.
Me parece vergonzoso. ¡Sí!  Y  veo en todo esto el surgimiento de un nuevo fascismo, un nuevo nazismo. Un fascismo, un nazismo, más siniestro y despreciable porque está dirigido y alimentado por aquellos que, hipócritamente,  posan como  bienhechores, progresistas,  comunistas,  pacifistas, católicos, mejor dicho  cristianos, y que tienen el coraje de etiquetar como belicista a cualquiera que, como yo,  grita la verdad. Que como yo siempre gritaron contra la guerra. Tanto como ellos jamás podrían hacerlo. Veo  la aparición de un nuevo demonio. Sí. Y digo lo siguiente. 

Nunca he sido tierna con la  trágica y shakesperiana figura de  Sharon. “Se que ha venido a agregar un nuevo cuero cabelludo a su collar”,  murmuró  casi con tristeza cuando fui a entrevistarle en 1982.  Frecuentemente tuve desacuerdos con los israelíes, horribles, y en el pasado he  defendido mucho  a los palestinos. Tal vez  más de lo que se merecían.

Pero estoy con Israel, estoy con los judíos. Lo estoy como lo estuve cuando era joven, durante el tiempo que luché con ellos, cuando  Anna María murió fusilada  Defiendo su derecho a existir, a defenderse,  a que no sean  exterminados por segunda vez. Y disgustada por el antisemitismo de tantos italianos, de tantos europeos, me averguenzo de esta vergüenza que deshonra a mi país y a Europa. En el mejor de los casos, Europa no es una Comunidad de Estados, sino un pozo de Poncios Pilatos.

Y aunque todos  los habitantes de este planeta pensaran de otra manera, yo seguiré pensando así.


Panorama
12 April 2002








Oriana lee "Yo me averguenzo"



Original en italiano

Sull'antisemitismo

Io trovo vergognoso che in Italia si faccia un corteo di individui che vestiti da kamikaze berciano infami ingiurie a Israele, alzano fotografie di capi israeliani sulla cui fronte hanno disegnato una svastica, incitano il popolo a odiare gli ebrei. E che pur di rivedere gli ebrei nei campi di sterminio, nelle camere a gas, nei forni crematori, venderebbero ad un harem la propria madre.

Io trovo vergognoso che la Chiesa Cattolica permetta a un vescovo, peraltro alloggiato in Vaticano, uno stinco di santo che a Gerusalemme venne trovato con un arsenale di armi ed esplosivi nascosti in speciali scomparti della sua sacra Mercedes, di partecipare a quel corteo e piazzarsi a un microfono per ringraziare in nome di Dio i kamikaze che massacrano gli ebrei nelle pizzerie e nei supermarket. Chiamarli «martiri che vanno alla morte come a una festa».

Io trovo vergognoso che in Francia, la Francia del Liberté-Egalité-Franternité, si bruciano le sinagoghe, si terrorizzino gli ebrei, si profanino i loro cimiteri. Trovo vergognoso che in Olanda e in Germania e in Danimarca i giovani sfoggiano il keffiah come gli avanguardisti di Mussolini sfoggiavano il bastone e il distintivo fascista. Trovo vergognoso che in quasi tutte le università europee gli studenti palestinesi spadroneggino e alimentino l’antisemitismo. Che in Svezia abbiano chiesto di ritirare il Premio Nobel per la Pace concesso a Shimon Peres nel 1994, e concentrarlo sulla colomba col ramoscello d’olivo in bocca cioè su Arafat. Trovo vergognoso che gli esimi membri del Comitato, un Comitato che (a quanto pare) anziché il merito premia il colore politico, abbiano preso in considerazione la richiesta e pensino di esaudirla. All’inferno il Premio Nobel e onore a chi non lo riceve.

Io trovo oltraggioso (siamo di nuovo in Italia) che le Televisioni di Stato contribuiscano al risorto antisemitismo piangendo solo sui morti palestinesi, facendo la tara ai morti israeliani, parlando in modo sbrigativo e spesso in tono svogliato di loro. Trovo vergognoso che nei loro dibattiti ospitino con tanta deferenza i mascalzoni col turbante o col keffiah che ieri inneggiavano alla strage di New York e oggi inneggiano alle stragi di Gerusalemme, di Haifa, di Netanya, di Tel Aviv. Trovo vergognoso che la stampa scritta faccia lo stesso, che si indigni perché a Betlemme i carri armati israeliani circondano la Chiesa della Natività, che non si indigni perché nella medesima chiesa duecento terroristi palestinesi ben forniti di mitra e munizioni ed esplosivi (tra loro vari capi di Hamas e Al-Aqsa) siano non sgraditi ospiti dei frati (che poi dai militari dei carri armati accettano le bottiglie d’acqua minerale e il cestino di mele). Trovo vergognoso che dando il numero degli israeliani morti dall’inizio delle Seconda Intifada, (quattrocentododici), un noto quotidiano abbia ritenuto giusto sottolineare a gran lettere che nei loro incidenti stradali ne muoiono di più. (Seicento all’anno).

Io trovo vergognoso che l’Osservatore Romano cioè il giornale del Papa, un Papa che non molto tempo fa lasciò nel Muro del Pianto una lettera di scuse per gli ebrei, accusi di sterminio un popolo sterminato a milioni dai cristiani. Dagli europei. Trovo vergognoso che ai sopravvissuti di quel popolo (gente che ha ancora il numero tatuato sul braccio) quel giornale neghi il diritto di reagire, difendersi, non farsi sterminare di nuovo. Trovo vergognoso che in nome di Gesù Cristo (un ebreo senza il quale oggi sarebbero tutti disoccupati) i preti delle nostre parrocchie o Centri Sociali o quel che sono amoreggino con gli assassini di chi a Gerusalemme non può recarsi a mangiar la pizza o a comprar le uova senza saltare in aria. Trovo vergognoso che essi stiano dalla parte dei medesimi che inaugurano il terrorismo ammazzandoci sugli aerei, negli aeroporti, alle Olimpiadi, e che oggi si divertono ad ammazzare i giornalisti occidentali. A fucilarli, a rapirli, a tagliarli la gola, a decapitarli. (Dopo l’uscita de La Rabbia e l’Orgoglio qualcuno in Italia vorrebbe farlo anche a me. Citando versi dal Corano esorta i suoi «fratelli» delle moschee e delle Comunità Islamiche a castigarmi in nome di Allah. A uccidermi. Anzi a morire con me. Poiché è un tipo che conosce bene l’inglese, in inglese gli rispondo: «Fuck you»).

Io trovo vergognoso che quasi tutta la sinistra, quella sinistra che venti anni fa permise a un suo corteo di deporre una bara (quale mafioso avvertimento) dinanzi alla sinagoga di Roma, dimentichi il contributo dato dagli ebrei alla lotta antifascista. Da Carlo e Nello Rosselli, per esempio, da Leone Ginzburg, da Umberto Terracini, da Leo Valiani, da Emilio Sereni, dalle donne come la mia amica Anna Maria Enriques Agnoletti fucilata a Firenze il 12 giugno 1944, dai settantacinque dei trecentotrentacinque uccisi alle Fosse Ardeatine, dagli infinti altri morti sotto le torture o in combattimento o dinanzi ai plotoni d’esecuzione. (I compagni, i maestri, della mia infanzia e della mia prima giovinezza). Trovo vergognoso che anche per colpa della sinistra anzi soprattutto per colpa della sinistra (pensa alla sinistra che inaugura i suoi congressi applaudendo il rappresentante dell’OLP, in Italia il capo dei palestinesi che vogliono la distruzione di Israele) gli ebrei delle città italiane abbiano di nuovo paura. E nelle città francesi e olandesi e danesi e tedesche, lo stesso. Trovo vergognoso che al passaggio dei mascalzoni vestiti da kamikaze tremino come a Berlino tremavano la Notte dei Cristalli cioè la notte in cui Hitler avviò la Caccia all’Ebreo.

Io trovo vergognoso che obbedendo alla stupida, vile, disonesta, e per loro vantaggiosissima moda del Politically Correct i soliti opportunisti anzi i soliti parassiti sfruttino la parola Pace. Che in nome della parola Pace, ormai più sputtanata delle parole Amore e Umanità, assolvano da una parte sola l’odio e la bestialità. Che in nome d’un pacifismo (leggi conformismo) delegato ai grilli canterini e ai giullari che prima leccavano i piedi al Pol Pot aizzino la gente confusa o ingenua o intimidita. Che la imbroglino, la corrompano, la riportino indietro di mezzo secolo cioè alla stella gialla sul cappotto. Questi ciarlatani ai quali dei palestinesi importa quanto a me importa di loro. Cioè nulla.

Io trovo vergognoso che tanti italiani e tanti europei abbiano scelto come vessillo il signor (si fa così per dire) Arafat. Questa nullità che grazie ai soldi della Famiglia Reale Saudita fa il Mussolini ad perpetuum e che nella sua megalomania credi di passare alla Storia come il Gorge Washington della Palestina. Questo sgrammaticato che quando lo intervisti non riesce nemmeno a compilare una frase completa, un discorso articolato. Sicché per ricomporre il tutto, scriverlo, pubblicarlo, duri una fatica tremenda e concludi che paragonato a lui perfino Gheddafi diventa Leonardo da Vinci. Questo falso guerriero che va sempre in uniforme come Pinochet, mai che indossi un abito civile, e che tuttavia non ha mia partecipato ad una battaglia. La guerra la fa fare, l’ha sempre fatta fare, agli altri. Cioè ai poveracci che credono in lui. Questo pomposo incapace che recitando la parte del Capo di Stato ha fatto fallire i negoziati di Camp David, la mediazione di Clinton. No-no-Gerusalemme-la-voglio-tutta-per-me, Questo eterno bugiardo che ha uno sprazzo di sincerità soltanto quando (en privè) nega a Israele il diritto di esistere, e che come dico nel mio libro si smentisce ogni cinque secondi. Fa sempre il doppio gioco, mente perfino se gli chiedi che ora è, sicché di lui non puoi fidarti mai. Mai! Da lui finisci sistematicamente tradito. Questo eterno terrorista che sa fare solo il terrorista (stando al sicuro) e che negli Anni Settanta cioè quando lo intervistai addestrava pure i terroristi della Baader-Meinhof. Con loro, i bambini di dieci anni. Poveri bambini. (Ora li addestra per farne kamikaze. Cento baby-kamikaze sono in cantiere: cento!). Questa banderuola che la moglie la tiene a Parigi, servita e riverita come una regina, e che il suo popolo lo tiene nella merda. Dalla merda lo toglie soltanto per mandarlo a morire, a uccidere e a morire, come le diciottenni che per meritarsi l’uguaglianza con gli uomini devono imbottirsi d’esplosivo e disintegrarsi con le loro vittime. Eppure tanti italiani lo amano, si. Proprio come amavano Mussolini. Tanti altri europei, lo stesso.

Lo trovo vergognoso e vedo in tutto ciò il sorgere d’un nuovo fascismo, d’un nuovo nazismo. Un fascismo, un nazismo, tanto più bieco e ributtante in quanto condotto e nutrito da quelli che ipocritamente fanno i buonisti, i progressisti, i comunisti, i pacifisti, i cattolici anzi i cristiani, e che hanno la sfacciataggine di chiamare guerrafondaio chi come me grida la verità. Lo vedo, sì, e dico ciò che segue. Io col tragico e shakespeariano Sharon non sono mai stata tenera («Lo so che è venuta ad aggiungere uno scalpo alla sua collana» mormorò quasi con tristezza quando andai ad intervistarlo nel 1982). Con gli israeliani ho litigato spesso, di brutto, e in passato i palestinesi li ho difesi parecchio. Forse più di quanto meritassero. Però sto con Israele, con gli altri ebrei. Ci sto come ci stavo da ragazzina cioè al tempo in cui combattevo con loro, e le Anna Marie morivano fucilate. Difendo il loro diritto ad esistere, a difendersi, a non farsi sterminare una seconda volta. E disgustata dall’antisemitismo di tanti italiani, di tanti europei, mi vergogno di questa vergogna che disonora il mio Paese e l’Europa. Nel migliore dei casi, non una comunità di Stati ma un pozzo di Ponzi Pilato. Ed anche se tutti gli abitanti di questo pianeta la pensassero in modo diverso, io continuerò a pensarla così.

18 de abril de 2002
“Panorama”




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Galtieri a Oriana Fallaci: “¿Cree que quiero suicidarme? ”

 
 

Parialiteratura: textos y pretextos del re-exilio/ Sonia M. Martin, California 2004


Julio Cortázar, escritor argentino, exiliado. Foto: Sara Facio



La figura del intelectual o del artista latinoamericano exiliado constituye una presencia frecuente en el panorama político y social del continente en el siglo veinte, adquiriendo en muchos casos características verdaderamente dramáticas cuando las contingencias de una dictadura o circunstancias políticas adversas han arrojado, masivamente, a un numeroso grupo de gente a vivir fuera de las fronteras de su país de origen. La diseminación del talento intelectual y de su aporte desde esa exterioridad a la que ha sido obligado a replegarse no ha sido suficientemente estudiada, en parte porque no se considera su existencia o porque, como quehacer de parias, no es incorporado a los anales académicos o al canon del país al que pertenece en origen. 





Un doble ostracismo lo signa: el de su país y el de su voz individual. No es posible descartar un exilio interior, el de los intelectuales que permanecieron en el país y fueron —o son—silenciados por la censura, por la muerte o la cárcel. Pero aquí hablo de quienes se quedan fuera porque el tiempo no les ha dado la tregua del retorno o, quienes cuando vuelven, no pueden incorporarse —o reincorporarse— a su espacio porque las fronteras intelectuales se les cierran en las narices. Años de ausencia son castigados con silencio, resistencia interna, desconfianza. Los signa un nuevo exilio, vivido en el seno del territorio nacional. Algunos se vuelven a ir, resignados a un destierro irremediable, inevitable. Es el caso recurrente de quienes han realizado gran parte de su trabajo intelectual fuera de su país de origen y no han contado con la suerte de un éxito internacional que los respalde o de una institución que les brinde una oportunidad para hacerse escuchar. Escriben o crean desde el otro lado de las fronteras, teniendo como horizonte a un país desdibujado por la distancia y los años. 


 Cristina Peri Rossi, escritora uruguaya, exiliada. 
Esta pérdida, sin embargo, es compensada por la ganancia del contacto con otras culturas o lenguas que les permiten visualizar, desde una perspectiva diferente, a su país de origen. No obstante, esta ganancia no siempre se revierte en una plusvalía intelectual, por el contrario. Muchas veces constituye más bien una desventaja para el exiliado o retornado que intenta encaminarse hacia el interior de las fronteras nacionales. Esto no deja de ser una paradoja en momentos cuando el tema de la nación se ha erigido, junto a los de género y raza, en uno de los tres baluartes de las teorías culturales tan supuestamente abiertas a incorporar a su mirada crítica a aquellas voces tradicionalmente silenciadas por el canon. Sin embargo, en algunos casos quienes sostienen esas posiciones teóricas son los primeros en alzar una sólida muralla frente a los que consideran intrusos u “outsider”. Sus motivaciones bien podrían barajarse desde la sensación de amenaza a perder su espacio personal, hasta la sospecha de que el otro no comparte su posición política o intelectual, sólo para mencionar algunas de otras muchas posibilidades. En cualquier caso, el cierre de las fronteras intelectuales hacia quienes escriben “en los bordes” resulta, por demás, una condena. El ostracismo no es patrimonio exclusivo de las dictaduras puesto que no necesariamente concluye con ellas.


Augusto Roa Bastos, escritor paraguayo, exiliado.

La historia de los parias de la literatura y del arte aún está por escribirse. La ventana que ellos han abierto con su aporte es inmensa y su mirada abarca los más diversos y remotos confines del mundo. Chilenos que escriben en Marruecos, argentinos que pintan en Taiwán, colombianos que crean música en Polonia, ecuatorianos que danzan en Australia, venezolanos que hacen cerámica en Japón. Es su trabajo el que les puede brindar a sus respectivos países la posibilidad de una apertura intelectual y de un diálogo de fronteras a través de una experiencia directa, vivenciada de manera cotidiana en otros horizontes. Ellos conforman el potencial fundamental de un importante sector intelectual que, en algún momento será incorporado al estudio y a la crítica porque sin ellos la historia de la literatura y del arte de las naciones latinoamericanas jamás estará completa.


©
California, 2004
Manifiesto escrito por tres escritoras y periodistas chilenas de California, Estados Unidos. Las otras dos escritoras por diversos motivos personales, no desean que aparezcan sus nombres.
 
              The Press-La Prensa



Sonia M.Martin
breve biografía


Sonia M.Martin, escritora chilena-estadounidense, es periodista y profesora en varias asignaturas. Estudió en Francia y en Venezuela postgrados de teatro y literatura, así como Periodismo Cultural.
Ha vivido en Europa, Latinoamérica y Estados Unidos, país en donde reside.
Ha sido premiada por varios países como la mejor periodista cultural. Entre otros, Alemania, país que la invitó a Frankfurt del Main para conocer la vida cultural de esta zona. Se la distinguió, igualmente, en esa oportunidad, con una beca del Instituto Goethe, para estudiar alemán en la hermosa ciudad de Mannheim, que la baña el río Rin. El Canadá francés, por medio del Gobierno del Québec, le otorgó un premio similar para conocer y relacionarse con los más importantes artistas del Québec.
La investigación sobre literatura, teatro y arte, en relación a Latinoamérica, y en especial de la mujer, son parte del trabajo que viene desarrollando desde hace años.
Fundo SELC y CII (Sociedad de Escritores Latinoamericanos de California y Capítulo Internacional en Internet) en donde actualmente es parte de la mesa directiva.
Es Delegada y Directora de CELCIT Norte de California, “María Teresa Castillo” (Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral).
Fundó en California un centro de poesía bilingüe, CEPOINC Lapislázuli (Centro de Poesía Iberoamericana Norte de California). Con un pequeño grupo de actrices latinoamericanas bilingües y en colaboración con el periódico bilingüe, La Oferta Review, de San José de California y de su directora, la periodista, fotógrafa y escritora ecuatoriana, Mary J. Andrade. Igualmente, realiza conferencias y talleres de las materias arriba mencionadas.
Creó y dirigió, el Grupo Literario CELCIT, Casa de San Bernardino, en Caracas, Venezuela. Participó con este grupo y con el taller de literatura que monitoreaba, en el Primer Congreso Nacional de Talleres Literarios de Venezuela.
Es miembra de AICA Internacional y Capítulo Venezuela (Asociación de Críticos de Arte Internacionales), París, Francia; ITI (Instituto Internacional de Teatro), París, Francia; AEV ( Asociación de Escritores de Venezuela); SECh (Sociedad de Escritores de Chile) ; SPJ (Sociedad de Periodistas de los Estados Unidos) ; NUW (Escritores de los Estados Unidos).
Fue editora de la Editorial en Internet Jaca Negra y del magazín feminista, bilingüe, castellano-inglés, Daniela Web Press. Webzine pionero en este estilo en la Internet.
Ha publicado varios libros. Su novela Cena con un Perro Rojo, ganó en 1996, el Premio Letras de Oro de la Universidad de Miami y del Ministerio de Educación de España.
Actualmente es editora del periódico digital, La Prensa The Press, medio de comunicación bilingüe, de gran tendencia literaria y cultural.
Recientemente terminó de escribir un libro testimonio, Londres 38, Londres 2000, basado en ocho casos de detenidos-desaparecidos, bajo la dictadura de Augusto Pinochet Ugarte.
Ha incursionado en la poesía desde niña, aunque sólo tiene publicado un libro de poemas para niños, La Carroza de Cristal, dedicado a sus nietos.
Aunque hija de una poeta que le enseño a amar la poesía desde muy pequeña, la autora jamás se ha sentido poeta, pero continúa creando poesías y de esta manera es que le dio termino hace pocos tiempo a otro de sus poemarios, el que tituló Perdidamente Romántica. Este libro de poemas esta dedicado a su madre, Lola Martin Barrios, cuyo estilo romántico difiere totalmente con su propio estilo, razón por la cual ha querido homenajear a su madre, creando poemas al estilo de su progenitora…
En preparación tiene varios textos en los que trabaja. Textos de auto-ayuda, novela-histórica, teatro y ficción en genera; y aunque no se sienta poeta, ya tiene en preparación otro poemario, quizá sea otra vez romántico, quizá no. Veremos que sucede con su poesía…