la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Pancho Quilici: "Estoy regresando al dibujo", entrevista de Maritza Jiménez, El Universal, Caracas, 28 de noviembre de 2021

 

El artista venezolano que destacó en los 80 por sus paisajes oníricos, acaba de inaugurar un mural de nueve metros en la ciudad de Arcueil, Francia, donde reside desde 1988




Durante tres años trabajó el venezolano Pancho Quilici en Regiones de convergencias, el mural de nueve metros que acaba de inaugurar en la ciudad de Arcueil, Francia, donde reside desde 1988. La obra, realizada en la milenaria técnica del mosaico, lo obligó a aprender e idear tecnologías, para llevar a ese medio el mundo de los enigmáticos paisajes que le han dado fama internacional en el panorama del arte contemporáneo.

“Fue un proyecto que me encargó la ciudad para un nuevo complejo de edificios y oficinas de grandes empresas que se instalaron hace poco aquí. Esta ciudad ha cambiado enormemente, se está poblando muchísimo, y la alcaldía hace esfuerzos para invitar a los artistas a participar en ese crecimiento, ya que hay una especie de porcentaje que los empresarios dedican al arte y la cultura”, explica.

En el boom dibujístico de los años 80 en Venezuela, su nombre destacó como el autor de una obra en la que dos realidades se cruzan, arquitectura y paisaje, pensamiento y fantasía, dibujo y grabado, sin llegar a una síntesis, pregonando en su conjunción una tercera dimensión espiritual con imágenes en las que el crítico Roberto Guevara vio “afuera lo infinitamente expansivo, adentro el microcosmos igualmente vasto, y entre los dos la complejidad que fluye al infinito”.

Hijo de un arquitecto francés y una ceramista venezolana, en cuyos talleres se vinculó desde muy niño con formas, colores, lápices e instrumentos de medición, Pancho Quilici (Caracas, 1954) creció entre dos mundos. Pero Venezuela, Caracas, con sus paisajes y recuerdos, están siempre en su memoria y su imaginación.

Quilici egresa en 1978 del Instituto Neumann de Diseño y el Centro de Enseñanza Gráfica (Cegra), donde fue alumno de reconocidos artistas como Alirio Palacios, Luisa Palacios y Luisa Richter, entre otros. En esa década participa en las numerosas colectivas que se organizan en el país, y realiza ilustraciones para revistas literarias como El Falso Cuaderno y La Gaveta Ilustrada. Empezando los 80 presenta su primera individual en la galería Minotauro, dirigida por Cecilia Ayala, quien lo anima a marchar a Francia, donde fijó residencia desde entonces.

Sin embargo, nunca ha perdido vínculos con Venezuela. En 1991, año en que participa en la Exposición internacional de arte de Chicago, la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de París y ejecuta la escenografía de Idoménée para el Teatro de la Ópera de La Bastilla (París), expone en el Museo de Bellas Artes Un viaje al origen, con obras fechadas entre 1989 y 1991.

En Venezuela. Nuevas cartografías y cosmogonías, que tuvo lugar en la Galería de Arte Nacional ese mismo año, participó con El planeta se mira a sí mismo, instalación que mezcla acrílico, óleo, acuarela y grafito para llevar a la tela un templo imaginario en el que los cuatro elementos se erigen simbólicamente en representantes de la Naturaleza.

En 1998, Errancias, en la Sala Rómulo Gallegos, deja ver obras en gran formato como El gran vidrio (homenaje a Duchamp), realizada en aluminio, madera, cable y cristal, y El gran registro, una tela de siete metros.

Trascaracas, integrada por más de 50 pinturas, instalaciones y videos y presentada en 2009 en La Previsora, es su mirada al paisaje y la memoria de la ciudad custodiada por el Ávila.

Quilici ha incursionado igualmente en el ámbito teatral, creando propuestas escenográficas para obras como Idoménée, de Mozart, en la Ópera de la Bastilla (París, 1993) y Don Juan o El festín de piedra, de Moliére, en el Festival de Internacional de Teatro Clásico de Almagro y Teatro de la Comedia (Madrid, 1991).

Entre otros reconocimientos, su obra ha recibido el primer premio de pintura en el Festival International de la Peinture, Cagnes-sur-Mer (1994) y el Gran Premio Príncipe Rainiero, Mónaco (1984).

-El mosaico es una técnica muy antigua y difícil. ¿Cómo la lleva a su trabajo y qué retos supuso realizar su mural?

-Tuve que aprender solo. Nunca había hecho un mosaico, y me tomó mucho tiempo hacer en mi taller un mural de nueve metros de largo. No quería hacerlo in situ, porque eso significaba transportar todos los días todas tus cosas allá, y son muchas horas de trabajo. Entonces inventé un sistema, incluso me construí una mesa especial para eso, de 2x2 metros, y los paneles tienen 1,80x1,80, que me permitió llevarlo a cabo en el taller. La idea era hacer el ensamblaje de la imagen siguiendo una trama que había preparado anteriormente con la computadora, una trama espacial, que englobaba todo ese paisaje que había descompuesto en cinco partes.

“Luego -continúa- fui avanzando con el mosaico igual que si pintara. Los pedacitos de cerámica uno los tiene como en una paleta, y los va seleccionando y combinando, tratando de formar montañas, ríos, árboles, y todo eso es un proceso muy lento. Eso lo hice en mi taller y uno por uno los mosaicos los iba fijando sobre un soporte especial que conseguí, bastante nuevo, que me ayudó muchísimo a alivianar el panel para que no fuera tan pesado. Así terminé los cinco paneles y después se instalaron en el sitio.

-¿Cómo definiría sus búsquedas en casi más de cuatro décadas de trayectoria?

-Mi trabajo empezó con una especie de interrogación sobre el espacio interior, asociándolo al espacio de la psiquis, del interior de nuestro ser, y con una visión del mundo siempre como desde adentro hacia afuera. Hay una intención fuerte de construir, para mí es importante construir, elaborar estructuras que nos transportan y nos hacen viajar hacia lo lejano, lo que no conocemos, lo que tratamos de alcanzar.

-¿Ha influido el ser hijo de un arquitecto en esa presencia del espacio y la arquitectura en su obra?

-Soy hijo de arquitecto, pero también de una artista que es mi mamá. Ella era ceramista y docente, y trabajaba con la materia, con los colores, hizo varias obras, algunas comercializables, pero tenía una inquietud creativa muy fuerte, y yo estuve muy cerca de su espacio de trabajo en el taller donde encontraba colores, pinceles, cartones, y de pequeño metía las manos, experimentaba cosas para divertirme. Mi papá sí, era arquitecto, aunque al final fue más decorador que arquitecto, y tenía una mesa de trabajo con escuadras y otras herramientas. Lo que pasó fue que se divorciaron, y yo tenía esos dos espacios donde pasaba el tiempo inventando.

-Se fue de Venezuela en 1980, pero dice que sigue siendo muy venezolano.

-Creo que es algo que mucha gente de mi generación comparte. Los años que tuve de infancia y adolescencia fueron los más bellos de mi vida, eso nunca se olvida, tiene una carga muy fuerte. Me emociono cuando lo recuerdo.

-¿Guarda relación Caracas con el tratamiento de sus espacios?

-Sí y no. Ahí también hay una dualidad. Yo me fui de Caracas a los 27 años, y para mí fue la ciudad del mundo. Y eso que yo había viajado y visto otras, pero para mí no había otra ciudad que existiera, para mí era una ciudad completa, total. Caracas tenía todo lo que una gran ciudad puede tener y todo lo que el entorno, de manera muy generosa, me ofrecía. Hablo del Ávila, otra vez la dualidad, esa especie de muralla verde de fuerza natural sobre el caos de la ciudad. Esto me marcó de manera muy fuerte.

En esos momentos, insiste, no se interesaba en el paisaje. “Para mí el Ávila y Caracas eran la misma cosa. Me intereso en el paisaje es cuando me voy al interior de Venezuela, o en África, en búsqueda siempre de lo mismo, los grandes espacios, los horizontes. Pero en todas partes lo que conseguí fue más bien una apertura, una especie de campo abierto para soñar e imaginar cosas. En los paisajes interiores nunca he representado exactamente un paisaje conocido, existente, real. Siempre ha sido imaginario".

-Pero últimamente sí me he interesado por el Ávila –afirma-, quizás por una cuestión nostálgica. El Ávila, la arquitectura de los años 50, 60, de esta Caracas del modernismo, que es un tema muy interesante, están presentes en la muestra de La Previsora. Ahí sí tomo el documento Ávila y lo desarrollo, o el documento Aula Magna.

-Dice que continúa con su trabajo de búsqueda personal, sobre todo dibujando.

-El trabajo de ahora, de este momento, sigue siendo un poco el mismo tema, pero más abstracto, porque ya no estoy tanto en el mundo tierra, con paisaje, horizonte. Ahora me ubico en el espacio puro, el espacio caótico, de la materia, interviniendo manchas que hago con la intención de penetrarlas, de darles profundidad con las líneas. Son sobre todo construcciones espaciales que tienen que ver con formas geométricas, regulares, irregulares, utilizando estos modelos que son invenciones mías para interpretar algunos conceptos de la física y la astrofísica.

“Últimamente estoy muy dentro del dibujo, casi volviendo a lo que hice en mis principios. Tengo más ganas de dibujar, de meterme en el mundo de la línea y la estructura. Y hago de todo, dibujos pequeñitos, grandes, también me interesan las construcciones tridimensionales con elementos de plásticos, de hierro, estructuras espaciales que hago a veces sobre el papel", apunta.

-¿Nuevas exposiciones en agenda?

-Hay un proyecto con La Maison de l’Amérique Latine, que compartiré con otro venezolano, Milton Becerra. Estaba planificada para el próximo año, pero debido a la pandemia fue postergada para 2023. Es una propuesta de la curadora Christine Feraud, muy ligada al medio latinoamericano, y su idea, el tema que propone, es Línea y Espacio. Y está muy bien, porque Milton también tiene esa especie de preocupación por ocupar, por colonizar el espacio con elementos lineales. Yo también. Entonces sería uno tridimensional, tipo instalación en el espacio, y yo, quizás también, con pinturas y dibujos. Todavía no lo sé, porque todas van a ser obras nuevas, hechas especialmente para la exposición.

Maritza Jiménez
El Universal, Caracas, 28 de noviembre de 2021
@weykapu





TODOS LLORAMOS EN LA FOGOSA PRIMAVERA, poema de José Pulido


 Esto lo escribí cuando murieron tantos jóvenes nuestros en las protestas de Caracas y de todo el país. 





Después de temblar
rasguñando la cueva de las súplicas
y sus estacas de hielo
es bueno que enciendan la caldera de los días
con sus resplandores de topacio
y dejen que el viento se ocupe
de saludar y agasajar a las pequeñas flores

Siempre gustarán la playa y las peleas
en el coso poético de la primavera
broncearse o morir:
ella insistía en que su corazón escogiera

La rabia del frio te despelleja
a mucha gente le gusta pelear contra el sistema
los sistemas no escuchan,
finanzas, matemáticas, credos, ideologías

Hundiré mi espada en tu belleza
antes que llegue junio
murmuró el sol de abril

En el mayo francés murieron dos obreros:
Bernard Beylot y Henri Blanchet
En el mayo francés pereció un estudiante: Gilles Tautin
Lanzaron bombas de cloro
hacia la piscina del cielo
que estuvo por caer en un desmayo

Solo tres muertos y un costal de heridos,
pero el famoso mayo llenó el mundo de frases
que se siguen usando para matar el tiempo
¿cuántos aburrimientos han muerto hasta la fecha?

Los muertos de Tlatelolco
después que contaban miles
sumaron cuarenta y cuatro
treinta y cuatro con carnet
y diez que nadie conoce
tranquilo güey ya sabrán

Hubo tantos testigos observando el desangre
las astillas de huesos clavándose en el barro
¿Qué se hicieron los muertos, manito, qué se hicieron?
¿Quiénes retornaron a sus casas
y quienes no tocaron más la puerta?
ocurrió en la Plaza de las Tres Culturas
en 1968, segundo día de octubre por la tarde
¿Cuántos cuerpos se volvieron polvo en esa reunión?
Cuando las horas desaparecieron
todo reloj se convirtió en espanto

En Tiananmen hubo quinientos muertos
eso ocurrió en Pekín comenzando junio
en la primavera de 1989
los obreros que participaron en la protesta
fueron ejecutados y algunos estudiantes también
se salvaron los hijos del poder
menos el que se paró sin decir nada
frente a los tanques de morboso estruendo
ese fue fusilado por ser tan evidente

Desde 1948 hasta la fecha
han muerto en su guerra poco santa
más de cincuenta mil israelíes y palestinos,
con mayoría de árabes en el sepulcro
En 1947 las Naciones Unidas
con la resolución 181
otorgaron espacio al perseguido pueblo de Israel
y desde entonces han estado matándose ambas tribus
Lo que no pudo hacer ningún demonio con el 666

Entre el 1999 y el 2015, dieciséis años apenas,
Venezuela quintuplicó los muertos
Chinos, judíos, palestinos, franceses, mexicanos
y en el 2017 anotamos 26.616 asesinatos
ese mismo año entre abril y julio
las fuerzas armadas militares y civiles
causaron ciento veinte muertes
entre los jóvenes que gritaban
“queremos vida”

Diré sinceramente que aquello me dolió
con mucho desafuero varios meses después
una bala pasó destrozando la frase
de una franela azul

La multitud gritaba ante el ataque militar
humo encebollado, sangre y vómitos
aquella masacre representó el sacrificio absurdo
de vivir o morir ante los trajes verdes
y sus armaduras de la guerra de las galaxias

Perdigones en los párpados, en los ojos, en el pecho,
perdigones
no pichones
de perdices
ni perdidos
Granos de plomo en los muslos en el cuero cabelludo
así encontré a una muchacha que estudiaba medicina
se veía delicada y tan delgada
parecía una adolescente bondadosa
quería manifestar en contra de la violencia
lo dijo como quien pide helado de chocolate
habló de su descontento, de niños muriendo de hambre
¿cómo podía ser igual su bendito descontento
al de las demás mujeres que no tenían ni jabón?

Su descontento de niña propietaria de la luz
me hirió posteriormente
porque conocí a su madre abrazada de su padre
y me preguntaban tanto sobre lo que había ocurrido
que lo describí incompleto
porque el horror tiene muchas caras

gente que saltaba al río nuestra torrentosa cloaca
gente que retrocedía aplastándose y gritando
el humo envolviendo, ahogando,
perdigones y balazos
no perdices, no baladas
la sostuve en el espacio cuando la noté cayendo
Y me asustó tanto ver
que una bala reventaba
en su frente el alabastro
el pensamiento insumiso estrellado arremetido
y otra bala enrojecía
la frase color naranja que llevaba en su camisa
y entonces aquel mensaje se me grabó para siempre:
“Salvemos a las abejas” 


José Pulido

Fuente: José Pulido

EL ARCA EN LOS OJOS DE DON PANCHO, por José Augusto Paradisi Rangel, 2 de agosto de 1994, León, Guanajuato, México

 

Cuando Papá habla de la montaña,
su mirada se enciende. 
Mi madre benéfica sonríe,
todos estamos presentes.
Una neblina instantánea nos envuelve
CATEDRAL DE NUBES No.1


a ese concepto inmaculado de Dios: Francisco José Paradisi Rangel (PAQUITO)
y a la legión de ángeles que le acompañan con profunda extrañeza.


 

¡CUANDO YO ME VAYA ESTA VAINA SE DESTRUYE! sentenció tajante el viejo. Por su cabeza, altiva por el recuerdo de una nobleza incierta que se perdía en los meandros de una historia familiar que remontaba hacía más de un siglo a la lejana Italia y cana a pesar de las constantes arremetidas del BIGUENE negro humo, asistieron uno a uno los días, las horas, los minutos y los segundos transcurridos a lo largo de treinta años derramando con tanto esfuerzo dosis enteras de amor a la famélica protección de una selva en el norte de un no menos olvidado estado del centro de Venezuela.

A esa selva había llegado muchos años antes un suizo "de esos locos que andan por ahí" quien, alucinado por la saga de un tal Barón Humboldt, se vino para América a estudiar dizque "las especies" del lugar. Al contemplar el espectro enorme de seres, animales y vegetales, inmersos en la eterna transparencia melancólica de la neblina, no pudo contener la emoción y de inmediato se sumergió en la vorágine verde para inventariar de nuevo al mundo.

El catálogo se expandía más allá de los números así como su pasión por querer preservarlo. Un día tomó todos sus ímpetus y se presentó ante el mismísimo benemérito Juan Vicente Gómez (el de los 27 años de letargo) cuyos aposentos gubernamentales veían siempre al infinito marasmo vegetal desde la ciudad de Maracay. Con respiración entrecortada propuso al dictador decretar a esos montes del norte de Aragua " Parque Nacional". El senil analfabeta con la desconfianza propia de los andinos tomándose de sus frondosos bigotes replicó: ¿Y con qué se come eso, amigo? Entonces el suizo habló de conservación  sabiendo de antemano que al Benemérito le gustaban las plantas además de vivir en una ciudad verde por su férrea voluntad y que era capaz de poner preso al más pintao si no regaba a diario sus jardines. Logró entusiasmarlo con la idea del Primer Parque Nacional de Venezuela como signo de la modernización del país por él pretendida hasta sacarle de sus parcos labios un "lo tomaremos en cuenta, señor Pittier". Pero, más rápida es la vida que las palabras y el " lo tomaremos en cuenta" se quedó rezagado más allá de la muerte del dictador.

Después de tanto bregar por oficinas ministeriales el suizo vio cristalizada su idea con el nuevo régimen del general Eleazar López Contreras quien el 13 de febrero de 1937 decretó a su selva como "Parque Nacional de Rancho Grande" por una hacienda cafetalera que con ese nombre y hasta ese día subsistió solitaria en la zona. El suizo continuó catalogando plantas y animales, batallando por presupuestos conservacionistas hasta su muerte anegado de tanto esplendor en sus ojos. Años después se le hacía un reconocimiento póstumo decretando al parque, el 24 de marzo de 1953, Parque Nacional Henri Pittier, el primero de su género en el país.

Cuando el viejo llegó al parque ya la cabeza de Pittier miraba impávida, con sus frías pupilas de mármol blanco, a los viajeros que persignándose ante la ermita de la virgen del Carmen situada a su costado izquierdo en lo que llamaban "Estación GUAMITA", proseguían por una estrecha carretera al límite norte del parque: el mismísimo mar Caribe. Ver a los ojos del Pittier pétreo era preconizar un reino en este mundo que se transfiguraba de tanto verde en el más diáfano de los azules en la costa donde los antiguos esclavos, con sus cantos llenos de nostalgia por la pérdida del África original, fincaron el paraíso.

Virgen del Carmen 
Catedral de la Epifanía de la Resurrección de Nuestro 
Señor Jesucristo de Villa de Cura


Inventario Mundi C.I. 313620



El viejo se apasionó instantáneamente del lugar que el Ministerio de Agricultura y Cría con cargo de Perito Forestal encargado del parque en la Estación GUAMITA, le había encargado. Todo allí le recordaba su infancia llena de verdor y animales en la bucólica placidez de los llanos, donde a las vacas se les canta para ordeñarlas y no hay más brújulas que las estrellas mismas en la inmensidad sin norte topográfico de la sabana. A esos llanos llegó un día como peón a trabajar a los nueve años, benjamín de todos los peones, cuando su padre hijo del rico hacendado italiano los había abandonado a él y sus hermanos en el regazo de su madre, una mujer de tez morena que también se llamaba Carmen y de cuyos ojos aprendió el coraje pa´ ganarse el pan sin robá tras abandonar la escuela elemental para leer en los textos mismos de la naturaleza.

Su prodigioso empirismo eliminaba todo término latino por desconocimiento pero, la vasta experiencia adquirida en los llanos había perfeccionado una personalísima taxidermia al llegar al parque donde, al igual que el sabio suizo, se dedicó de nuevo a inventariar el mundo. Así pues; no sabía que el rabipelao era un marsupial americano pero, sí que tiene una bolsa en la barriga pa´ cargá sus crías y sabía de sus hábitos y madrigueras y los apuntaba en sus ojos sin el tamiz chocante de las lentes de las cámaras fotográficas de los gringos de National Geographic. Sabía de las orquídeas y su carácter aéreo y sus esporas y de las culebras y de que pican, muerden. ¡No te metas muchacho bajo las matas de bambú que ahí se esconden esas bichas! Sabía de plantas cuyas hojas por el envés son venenosísimas y por el revés el antídoto mismo. Todos los pájaros del mundo se alimentaron muchas mañanas en sus manos, hasta aquellos de nombres tan singulares como tapaculos, tucusos y chiritos.

Hizo muchas cosas el viejo por su parque. Cada noche los cinco hijos que había procreado con una mujer clara de nombre Elisa, abandonada como él por su padre y maestra de primaria por el destino, lo esperaban ansiosos cuando regresaba de la montaña, previa escala en un bar y con unas polarcitas en la cabeza, para escuchar de su viva voz los sucesos del día. Contaba no solo hallazgos naturales emocionadísimo sino, historias de los seres humanos que por allá pululaban. Una, cuando en los pozos que había construido en GUAMITA para delicia de los acalorados turistas, se iba ahogando uno que al tirarse un clavado se enredó con las ramas de un árbol en el fondo y él sintiéndose Tarzán, se lanzó a salvarlo. Otra cuando sostuvo una discusión enorme con un senador del partido de gobierno que quería consumir a fuerza de su investidura alcohol en el parque y eso estaba prohibido y tuvo que echarlo por sus pistolas recriminándole al envilecido: Ustedes hacen las leyes sólo pa´ que los jodidos las cumplan. Pues, ¡Jódanse ustedes también y aprendan a respetar sus propios entuertos! De todas sus historias la más divertida era la de una enorme serpiente que haciendo digestión cuando dormía en el hueco de un tronco segado le pegó tamaño susto a un guardabosques a quien se le había antojado deponer los frutos de su digestión en privado en ese preciso lugar. Sentado en el rupestre trono sintió algo frío y baboso y corredizo en sus asentaderas,  se despertó con enorme sobresalto  al compás  de las pestilentes  dianas. Con un presentimiento terrible se irguió como rayo, ratificando con horror la presencia del temible leviatán y emitiendo un grito espantoso se fue cerro abajo superando el obstáculo que imponían los calzones a media rodilla. Evento éste, que provocó la carcajada más prolongada del público del lugar.

Los ojos del Pittier pétreo no sólo vieron muchos turistas pasar, diseccionaron además, con la meticulosidad del sabio botánico, sus actitudes traduciendo en ellas los cambios ocurridos en el país desde que la cabeza fuera colocada en el pedestal al lado de la ermita. A la nación campirana con sueños de hacienda y ganado y el aún perceptible perfume de la inocencia en su gente sucedió una nación perversa por la destrucción de la economía petrolera y la mascarada de líderes liliputenses que vociferaban consignas estrafalarias ¡Por una Venezuela libre y de los venezolanos! y el pato y la guacharaca. Cosas que jamás cumplieron sus políticos, escaladores inescrupulosos, cuyos fraudes eran aplaudidos en las arcas de Miami y legalizados hasta el cinismo en los artículos de la propia constitución.

El parque también pasó ante la mirada de los turistas de un paraíso real terrestre y bucólico, donde el hombre se unía a la inmensidad del cosmos, a ser una simple y chistosa postal, a venezuelan souvenir de nuestro venezuelan curious way of life. No importaba que aquel lugar fuera el nido del 7% de las especies de pájaros de todo el mundo una vez al año en su eterna migración del norte al sur y viceversa ni que sus ríos fueran los veneros de un gran lago; ni sus árboles endémicos de 60 metros de altura, ni sus orquídeas, jabalíes, tigres y helechos arbóreos. Nada, al fin y al cabo las oficinas del Ministerio estaban en Caracas y a los señores pulcrísimos y de corbata les interesaba más el escocés en las rocas y un buen camenbert que irse a ensuciar las manos al monte aquel. Sólo al viejo y su cuadrilla de miserables les importaba. ¡Vamos, a jalar escardilla. Hay que limpiá los cortafuegos. Afilá machetes pa´que cuando llegue el verano los incendios no devoren al parque y las lluvias no traigan después la desgracia!

El Corazón de don Pancho, un antiguo electrocardiograma
en época de incendios forestales



El viejo sabía, sin conocer las rimbombancias técnicas de ahora, la enorme fragilidad de aquel extraordinario ecosistema. Fue sistemático en sus cuidados con el indefenso gigante verde hasta el día aquel de su sentencia, a los 65 años, cuando a los de Caracas se les hizo poco el presupuesto para sus vanidades y quitando los fondos para los cortafuegos anuales y otras cosas, encontraron en su apasionada defensa del lugar un escollo; valiéndose de la constitución lo calificaron de obsoleto, ordenaron su jubilación a 70% de la miseria que mensualmente percibía y lo cambiaron por un catrincito ingeniero en parques Forestales graduado en Oregon que sabía mucho de las Rocallosas y del Mount McKinley en la creencia que la gran montaña aragüeña era una simple derivada de éste. Mandaron al carajo toda su fabulosa taxidermia del mundo. Pero el viejo como aquel Vicente Cochocho de Teresa de la Parra cuya alma desconocía el odio. Siendo casi del mundo de los vegetales aceptaba sin quejarse las iniquidades de los hombres...hundido en la acequia o adherido a las lajas, zahiriéranlo o no, seguía como buen vegetal dando impasible sus frutas y sus flores".

La tragedia no se hizo esperar. Al año siguiente de su sentencia, a fines de agosto de 1987, un alud rasgaba los telones del paraíso. La cabeza de Pittier con pedestal y todo, la ermita y su Virgen del Carmen, la floresta misma con sus animales sucumbieron y miles de personas estamparon con su muerte el sello de la desidia en los novísimos cañones que la furiosa naturaleza dejó como recuerdo. El gobierno como siempre censuró toda información y trajo especialistas de Japón a investigar las causas del siniestro. No hubo culpables. Sólo el silencio, sólo el olvido y el arca acumulando minuciosamente las especies en el recuerdo y en los ojos de don Pancho.

Hace un par de años, estando en Venezuela, fui a ver al viejo a quién conocía desde mi infancia en las deliciosas vacaciones de GUAMITA. Pará mi era una especie de Llanero solitario que ejercía la justicia de manera particular, siempre gallardo, siempre héroe. Más allá de mi admiración por él iba la fantasía que despertaba. Aquella noche, que por cierto era de Año Nuevo, lo vi llorar por primera vez. Pensé que era por la muerte de dos de sus hijos: Moravia y Francisco, la mayor y el menor su homónimo perfecto.  Y no era así. Balbuceante me dijo "No es por eso. Todo vuelve a la naturaleza. Todo vuelve a Dios". ¿Entonces?, increpé. ¡Es por no haberles dado mejores caminos en la vida, por eso de la honestidad y la decencia, por esa vaina! ¡He sido un pendejo toda mi vida! Yo no le creí. El héroe de mi infancia estaba intacto. No es pendejo aquél que está cargado de tanto amor y fantasía. Respetando su dolor en silencio, me marché.

Cuando Papá habla de la montaña,
su mirada se enciende.
Mi madre benéfica sonríe, 
todos estamos presentes.
Una neblina instantánea nos envuelve.
CATEDRAL DE NUBES No.2




Hoy me acuerdo de toda esa historia porque las llanuras de Guanajuato lucen hermosísimas con las lluvias, engalanadas de tanto verdor y mi tenor favorito César Ortega acompañado al piano de la diminuta genial Teté Cuevas está cantando con esa insólita sensibilidad mexicana Si nos dejan de José Alfredo Jiménez y el tequila HERRADURA Reposado se me subió al cogote. Hoy me acuerdo que el viejo cumple 73 años de bregar por la vida y la memoria de su sonrisa me estremece: porque es mi padre, la mujer clara mi madre y porque en mi casa diariamente, a pesar de todo," hacemos con las nubes terciopelo".

 


©José Augusto Paradisi Rangel
2 de agosto de 1994, León, Guanajato, México
Cuadros: ©José Augusto Paradisi Rangel
 
 
 











DILUVIO, poema de Natasha Hernández, La Habana, 1988

 



I 

El tremendo diluvio nos obligo 

A cerrarnos a cal y canto 

Y a refugiarnos a la luz mortecina  

De una vela   

 

II 

Los vecinos se sientan en los balcones 

Al fresco 

Y comienzan las conversaciones voladeras 

De balcón a balcón 

Y se puede oír los relatos  

más disparatados 

Te enteras de la vida y milagros 

De las personas  

 

III 

La oscuridad crea una sensación de seguridad 

O de impunidad en la gente 

Como si estuviéramos solos en el universo    

 

IV 

Cuando estamos a oscuras  

Y no llueve 

La oscuridad es más llevadera 

 

 

 

Natasha Hernández

 Escritora y productora teatral cubana

1998 La Habana



Fuente: Armando Africano 

Foto: Internet





Caracas: terror en un teatro a oscuras / por Ibsen Martínez, El País, España, 8 de abril de 2019

 




A mediados de los años 70 del siglo pasado, el boom de precios que siguió al embargo de petróleo que los miembros árabes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) impusieron a las naciones de Occidente que apoyaron a Israel durante la llamada Guerra del Yom Kippur, tuvo como consecuencia no prevista que Caracas dejase de ser un campamento petrolero de mediano tamaño y se convirtiese al fin en una compleja capital latinoamericana que, bien o mal, entró al fin en conversación con el mundo.

Por el mismo tiempo, las bárbaras dictaduras militares que ensombrecieron por completo el cono sur de nuestro continente, aventaron al mundo a decenas de miles de perseguidos políticos. No exagero al decir que muchos de quienes vinieron a la Venezuela incipientemente democrática de entonces, armados de talento, experiencia y visión, cambiaron para siempre nuestras vidas.

La expresión que mejor describe el impacto cultural de recibir y acoger, masivamente y de golpe, a gente como Tomás Eloy Martínez, Isabel Allende, Juan Carlos Genéo, Ángel Rama, es espabilar. Los sureños nos espabilaron. Uno de ellos fue un visionario, un avasallante actor y director teatral que vino de Córdoba: Carlos Giménez, el hombre que logró que el teatro se convirtiese en alimento primordial de los venezolanos, y en especial, de los caraqueños. Giménez supo convertirse en un bienhechor cazador de renta petrolera al lograr que el Estado subvencionara generosamente un inteligentísimo festival internacional de teatro.

Cada año, en abril,y a partir de 1973, Caracas se veía visitada por grupos como el Piccolo Teatro di Milano, La Fura dels Baus, La Zaranda, el Odin Teatret de Copenhague, La Cuadra de Sevilla, la compañía de Tadeuz Kantor, figuras como Lindsay Kemp, Peter Brook, o Kazu Ohno.

En menos de una década, la confluencia que vengo comentando hizo masa crítica y moldeó la masiva adicción al teatro en todas sus formas que hoy define a los caraqueños y sorprende a los corresponsales de guerra que nos visitan.

Nuestra ciudad no ha renunciado al teatro. Actividad nocturna por excelencia, ni el toque de queda decretado desde hace años por el hampa y, últimamente, tampoco el apagón universal que la dictadura militar corrupta e inepta pretende imponer al país en todos los órdenes, han hecho decaer la afluencia del público a los teatros. 

(...)

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Fuente: El País

Nota: la foto de Carlos Giménez, los textos en negritas y los links son un agregado de este blog.