la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Adriana Calvo, ex desaparecida argentina: “Es todo el pueblo el que necesita justicia” / entrevista de Victoria Ginzberg, Buenos Aires, 15 de noviembre de 2004, Página 12




VEINTE AÑOS DE LA ASOCIACIÓN DE EX DETENIDOS DESAPARECIDOS




Adriana Calvo
repasa la historia del organismo de derechos humanos creado por los que pasaron por las prisiones clandestinas. Las leyes de impunidad, las dificultades para imponer la verdad, el costo personal de contar lo que pasó.


Por Victoria Ginzberg


Tener necesidad de hablar y dificultad para ser escuchados, soportar dos veces el “por algo habrá sido”, no poder evitar cruzarse con sus captores y torturadores en la calle, testimoniar hasta el cansancio, en el país y en el exterior y señalar a los represores. Los sobrevivientes de los campos clandestinos de la última dictadura militar atravesaron todas estas situaciones. Algunas fueron etapas, otras prácticas constantes e ininterrumpidas, como la de señalar a los represores. En 1984 muchos se nuclearon en la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, que la semana pasada cumplió veinte años. “Hubo muchos sentimientos encontrados. Felicidad de estar juntos y al mismo tiempo lo terrible que significa el origen de estar juntos”, resume Adriana Calvo, dirigente del organismo. Calvo, que pasó por varios campos bonaerenses, repasa las vivencias de los sobrevivientes y señala: “Seguimos luchando por lo mismo que luchábamos antes de desaparecer”.


–¿Cómo se formó la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos?


–El antecedente de la Asociación fueron los sobrevivientes de El Vesubio que no bien salieron de la cárcel iniciaron una causa judicial. Se dieron cuenta de que había una especificidad en los ex detenidos desaparecidos y convocaron a los sobrevivientes de otros campos. A mediados de 1984 empezamos a hacer las primeras reuniones y a discutir si tenía sentido. 


–¿Qué era lo que discutían? 


–Había ya ocho organismos de derechos humanos y discutíamos si valía la pena formar uno nuevo o si era mejor integrarnos a alguno de ellos. Nos dimos cuenta de que hacía falta un organismo de sobrevivientes por muchos motivos. Uno de ellos, no trivial, era que nosotros mismos necesitábamos un espacio para compartir experiencias. Era 1984, todavía había alguna esperanza de que los compañeros estuvieran vivos y era muy doloroso contar nuestra experiencia a los familiares. La inmensa mayoría había pasado los años de la dictadura guardando la experiencia para sí y sentíamos que tampoco teníamos derecho a contarles a los familiares cómo era un campo de concentración por dentro, cómo era esto de atravesar la muerte. Las primeras reuniones eran para contarnos, compartir experiencias, sentimientos, torturas, era donde nos sentíamos con libertad de hablar porque el otro era un par, podía impresionarse y llorar pero entendía. 


–También había desconfianza o reticencia hacia ustedes. 


–Ese es otro elemento importante. El doble “por algo habrá sido”: el “por algo habrá sido” que nos llevaron y el “por algo habrá sido” que nos liberaron. Fue algo muy duro que tuvimos que soportar pero que nos obligó a reflexionar. Pudimos elaborar que éste fue uno de los mandatos de los represores. Así como pudimos elaborar que nuestras libertades, si bien azarosas en cuanto a quién, no fueron azarosas en cuanto a que debía haber liberados que contaran el horror. El mandato para nosotros era “transmitan lo que es un campo, lo que es el horror, lo que son las torturas” y a la vez los represores transmitían a los familiares “desconfíen de estos que dejamos libres”. Creemos que pudimos zafar de ese mandato dando testimonio y desde la lucha, el recuerdo de la lucha y con voluntad de justicia.


–¿Cuándo se sintieron escuchados por primera vez?


–Durante la dictadura había miedo de enterarse, de saber. No bien me liberaron, quise contarle con detalles a mi hermano. Yo tenía mucha necesidad de hablar. El me dijo: “Adriana, no cuentes que te hace mal”. Sentí que me ponían una mordaza en la boca. A mí no me hacía mal, a él le hacía mal escuchar. Esa misma frase la habían sufrido casi todos los compañeros de parte de sus familias y amigos cercanos. Era una imposibilidad de escuchar, no por mala voluntad, por el terror. Eso se revirtió más rápido, cuando empezamos a dar testimonios en escuelas secundarias, en los barrios, sociedades de fomentos. Allí había gran avidez en escucharnos.


–¿El juicio a las Juntas no fue la primera gran posibilidad de hablar?


–Nosotros somos muy críticos del juicio en aspectos jurídicos. Pero es cierto que tuvo un gran valor en cuanto a poner a la luz lo que fue el terrorismo de Estado. Aunque en el juicio se vio que había testigos buenos y testigos malos, en el sentido de inocentes y culpables. Recordamos con mucho dolor la forma en que los jueces permitieron que trataran a los sobrevivientes los abogados defensores de los genocidas y los propios jueces eran terriblemente estrictos para que nos ciñéramos a los hechos y nos impedían hacer cualquier juicio de valor. Hay que acordarse del famoso “pregúntele al imputado”, cuando un defensor le dijo eso al tribunal refiriéndose a un testigo, a un sobreviviente. 


–¿Cuál fue el mayor desafío en estos veinte años? 


–Uno de los mayores desafíos fue el de permanecer unidos y organizados a pesar de que todos éramos militantes de distintas corrientes políticas. El poner por encima la necesidad de justicia, la memoria de los compañeros, lo terrible de la experiencia vivida frente a las diferencias. Otro es el que hablábamos antes: hacerle entender a nuestro pueblo que la teoría de los dos demonios era perversa y desterrar la idea de que había habido una guerra. Otro fue el transmitir que la impunidad sólo genera impunidad. Tuvimos muy claro que, que estos asesinos estuvieran sueltos impedía un futuro de libertad y de dignidad para la Argentina. Sabíamos en el cuerpo que esto no era pasado y que estos tipos no sólo sueltos, sino en actividad, con puestos de mando, no podían sino traer más muerte y más represión. Lamentablemente se confirmó en tantísimos casos, sin ir más lejos en el asesinato de Darío y Maxi, donde el segundo jefe de la Departamental de Lomas era Mario Mijin, torturador de Arana. 


–¿Cómo vivieron el período posterior a las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, el sentir que se podían cruzar con los represores?


–Nosotros decimos: “Cruzamos el desierto”. Fue una época terrible, donde muchos compañeros pensaron que no valía la pena seguir, que no había nada para hacer. Me acuerdo cuando me enteré que el médico policial Jorge Bergés lo primero que hizo cuando fue puesto en libertad fue entrar pateando la puerta al Colegio Médico de Avellaneda buscando a quien le había quitado la matrícula. Un médico me contó la escena y fue una sensación tan profunda de soledad e impotencia ante los poderosos y sus cómplices. Nuestra respuesta fue siempre la rebeldía y la lucha. Inmediatamente organizamos un juicio ético a Bergés en Quilmes y conseguimos que el Concejo Deliberante lo declarara persona no grata. El juicio fue realizado en plena calle con un enorme escenario. Siempre que tengo una imagen de un recuerdo muy terrible, tengo al lado la imagen de una lucha, de algo maravilloso como es miles de personas manifestando de un acto de protesta aun en esas condiciones. 


–¿Cuál considera el mayor logro en todos estos años?


–Sin duda la nulidad de las leyes. En eso nos atribuimos toda la responsabilidad y todos los méritos, hablando no sólo por nosotros sino por todos los organismos. Creemos que esto es un mérito de la lucha incansable de todos estos años. De ninguna manera le damos el crédito al Gobierno, sin desconocer que Néstor Kirchner puso una decisión política importante, estamos convencidos de que no hubiera tenido la fuerza de impulsar lo que quizá sentía personalmente si no hubiera habido la constancia en la lucha que hubo. Nos queda por delante un desafío tanto o más grande, que es conseguir que los genocidas vayan a la cárcel. 


–Y para eso van a tener que volver a testimoniar. 


–Para nosotros las causas no son nuestras, de las víctimas, ni de los familiares, ni de los abogados. Es todo el pueblo el que necesita justicia, justamente porque la impunidad genera impunidad y en la medida en que estos tipos no estén en la cárcel es imposible que no haya gatillo fácil, chicos que se mueren de hambre y viejos que no tienen jubilación.Tenemos una tarea muy importante en lo personal de dar testimonio, de identificar a los responsables y los lugares de detención. Pero nuestro mayor desafío hoy es que los jueces entiendan que esto fue un aparato armado del Estado. Que hay que castigar las responsabilidades de los ejecutores, de los cómplices y de los que permitieron y armaron esta estructura terrorista. Porque no es sólo que vayan todos a la cárcel, es que seguimos luchando por lo mismo que luchábamos antes de desaparecer.


–Cuando se conoció el testimonio de Adolfo Scilingo hubo un reclamo... 


–...de por qué no habíamos sido escuchados. Pero fue impresionante. Cuando habló Scilingo, Graciela Daleo estaba en Uruguay exiliada y llamó por teléfono. Ella misma dijo “los mataron a todos” y yo le dije: “Graciela, entonces era verdad”. Fue un minuto, un flash, porque ya lo sabíamos pero muestra que hasta a nosotros nos impactó la voz del represor. 


–Si a ustedes les impactó así, se entiende lo que implicó para el resto de la sociedad.


–Si para nosotros tuvo un efecto de confirmación, cómo no iba a serlo para la sociedad. Pero hubo bronca porque sentíamos que era como que no nos habían creído, que hacía falta la palabra del represor y que la nuestra no tenía valor. Pero todo eso es cierto, es cierto todo junto. Es increíble que no se tomara dimensión real de lo que pasó hasta que ellos lo reconocieron. 


–¿Cómo fue festejar estos veinte años?


–Hubo muchos sentimientos encontrados. Una gran emoción y una gran alegría. Felicidad de estar juntos y al mismo tiempo lo terrible que significa... 


–... estar juntos.


–Exactamente, el porqué estamos juntos, el origen de estar juntos. 


–Pero el origen no fue voluntad de ustedes y el permanecer juntos sí.


–Eso es totalmente cierto.




Buenos Aires, 15 de noviembre de 2004, Página 12
Fuente: Página 12


Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos: web



ADRIANA CALVO TESTIMONIO EN EL JUICIO A LA VERDAD DE LA PLATA
“Lo más parecido a un campo nazi”

En su declaración Adriana Calvo de Laborde detalló las torturas
 y traslados que sufrió.“Al espiar por una mirilla vi los cuerpos apilados y lastimados que despedían olor a miedo.”
En la primera audiencia del año del Juicio a la Verdad, la ex detenida desaparecida Adriana Calvo de Laborde narró su calvario durante el paso por cuatro centros clandestinos de detención.



Por Victoria Ginzberg


Se asomó por la mirilla de la puerta del baño. Le habían dicho que desde allí se podía ver la celda de los hombres y quería hablar con su esposo. Lo que observó, según dijo, era “lo más parecido a un campo de concentración nazi: cuerpos apilados y lastimados que despedían olor a miedo”. Adriana Calvo, quien tuvo a su hija mientras la policía la trasladaba hacia el Pozo de Bánfield, narró su estadía en cuatro centros clandestinos de la provincia de Buenos Aires ante la Cámara Federal de La Plata. Calvo también aportó, en la primera audiencia del año del juicio en el que se intenta averiguar lo ocurrido con más de dos mil desaparecidos, datos recopilados por la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos.

En 1977 Calvo era docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Exactas de La Plata y militaba en el gremio, que funcionaba en la semiclandestinidad. Fue secuestrada el 4 de febrero de ese año. Estaba embarazada de seis meses y medio.

Calvo relató ante los camaristas Leopoldo Schiffrin, Julio Revoredo, Alberto Durán, Carlos Nogueira y Antonio Pacilio su “recorrida” por el circuito represivo a cargo del COT (Comando de Operaciones Tácticas). Según pudo establecer Calvo posteriormente, la Brigada de Investigaciones de La Plata era la “central” del grupo de tareas conocido como “La Patota”. De allí se derivaban a los prisioneros. Este hecho fue corroborado por Graciela Liliana Mercioni, otra ex detenida, que declaró después.

Calvo fue conducida al destacamento de Arana, que funcionaba como un centro destinado a la tortura. Permaneció en ese lugar durante siete días y nunca le dieron de comer. Allí fue interrogada por un militar que aparentaba mucha autoridad. Calvo sólo pudo percibir su intenso perfume y vio, por debajo de la venda que tenía en los ojos, sus pantalones con estampado príncipe de Gales y sus zapatos prolijamente lustrados. El le dio datos de su familia que la estaba buscando y se había podido conectar con el comisario Alberto Rousse a través del relator deportivo José María Muñoz.

El siguiente destino de la mujer fue la Comisaría 5ª de La Plata. Allí estuvo en una celda en la que podía tener los ojos descubiertos. La habitación estaba separada del patio por una chapa que tenía pequeños agujeros por los que las prisioneras se asomaban cautelosamente. En esa comisaría Calvo estuvo con Elena de la Cuadra, que estaba embarazada de cinco meses, y supo que Inés Ortega dio a luz un varón. Allí también escuchó por primera vez la voz de Jorge Antonio Bergés. “Lo llamaron los guardias porque Inés tenía contracciones. Yo me tapaba la panza con las manos, pero el ojo clínico de Bergés me vio. Nos llevaron escaleras arriba a los empujones. Bergés nos tiró en el piso y nos hizo una revisión ginecológica.” Pocos días después, Ortega tuvo un varón al que llamó Leonardo. El parto fue en la cocina, mientras la mujer tenía las manos atadas a la mesada. Al otro día los guardias se llevaron al bebé. El y su madre están desaparecidos. La Comisaría 5ª estaba a cargo del comisario Osvaldo Sertorio, quien ya fue llamado por el tribunal pero se negó a declarar.

A mediados de abril, Calvo todavía estaba detenida aunque le habían anticipado que sería liberada. “Mi bebé no se movía. Yo hacía como que no estaba embarazada. Pero empezó el trabajo de parto. Los guardias hablaron por teléfono y se escuchó ‘dicen que la lleven para allá’”, manifestó. Allá era el Pozo de Bánfield. Los policías subieron a Calvo a un patrullero y Teresa nació en el viaje. “Estaba con las manos atadas y no la podía agarrar. No me habían cortado el cordón y en un pozo Teresa se cayó entre los asientos”, relató la testigo.

En Bánfield estaba el centro de operaciones de Bergés, quien le ordenó a Calvo que desnuda limpiara su placenta y el lugar donde luego la había “asistido” mientras él y otros policías se burlaban. “Era como estar en el infierno. Pero lo que más recuerdo fue la ayuda y la solidaridad de mis compañeros”, afirmó Calvo. La mujer estuvo en la celda con su hija recién nacida.

Un día los guardias decidieron desinfectar la celda con pastillas de gamexane. Un carcelero, entonces le pidió a Calvo que le entregara su bebé. Ella se negó; había visto varios casos en los que los niños no volvían. “Me puse en un rincón de la celda con Teresa y mis compañeras formaron una muralla humana para protegerme y empezaron a gritar. Y Teresa se quedó conmigo”, relató emocionada Calvo, cuando ya llevaba más de dos horas de hablar sin parar ante el Tribunal. El 28 de abril de 1977 fue liberada. “Esta es la verdad. La conocemos hace mucho y la dijimos muchas veces. Lo que necesitamos ahora es que se haga justicia”, finalizó.



Por juicios de verdad“La ausencia de Justicia continúa siendo el sustento de la pérdida de derechos laborales, económicos y sociales. Mientras tanto la Verdad de la lucha por los desaparecidos permanece oculta tras la arquitectura jurídico/política construida con las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final y los Indultos, por la claudicación y la complicidad ante las presiones golpistas de los asesinos y los poderosos”, dice la gacetilla que los organismos de derechos humanos repartieron antes de que comenzara la primera audiencia del año del “juicio por la Verdad” en La Plata. El comunicado llevaba la firma de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo de la Plata, de Familiares de Desaparecidos de La Plata, de la Asociación de Ex Detenidos, de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Plata y Neuquén y de la Comisión por la verdad y la Justicia de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). Pidieron que “los fiscales, jueces y cámaras decididos a investigar transformen los juicios por la Verdad en juicios de verdad”.

Fuente: Página 12




Derecho a todo




Por Martín Granovsky



Tenía derecho a todo. A buscar el bronce, a ser Juana de Arco, a verse a sí misma como el símbolo de la Argentina, a pelear por ser una figura de fama mundial en la lucha contra la impunidad.

Adriana Calvo tenía derecho a todo, pero murió el domingo sin haber usado jamás ninguno de esos derechos.

El derecho a todo se lo podría haber agenciado por una historia. El 4 de febrero de 1977 ella y su esposo de entonces, Miguel Laborde, fueron secuestrados en Tolosa, cerca de La Plata. Adriana ya era física y dirigente gremial docente. Estaba embarazada y a punto de dar a luz. “¡Ya nace mi beba!”, contó que había gritado cuando la llevaban en un Falcon de la patota de Ramón Camps de La Plata al campo de concentración Pozo de Banfield. Lo contó una vez en 1985, durante el Juicio a las Juntas, y ese grito dicho durante su testimonio de cuatro horas sigue gritando cada vez que la tele reproduce la filmación y muestra a esa mujer chiquitita narrando meticulosamente su historia a los jueces.

El testimonio llevó entonces a la condena de Jorge Rafael Videla. Luego aportaría pruebas para las condenas de Camps, de su sucesor Miguel Etchecolatz y del médico torturador Jorge Bergés.

Adriana animó los juicios de la verdad, antecedentes de la ola reciente de juicios por crímenes de lesa humanidad, y ayudó a armar las causas de los últimos años. En su caso, la palabra “armar” debe traducirse como la reconstrucción de cada trocito de realidad que pudiera ser sustentada y sirviera para que piezas aparentemente incomprensibles quedaran encastradas en un rompecabezas fácil de entender.

Cosa rara en la tradición de la izquierda argentina, Adriana Calvo discutía siempre de manera abierta, sin intrigas ni chicanas, pero a la vez tomaba con naturalidad dos cosas que van juntas con pocas frecuencia: decir lo que uno piensa de los más diversos temas (era crítica del gobierno nacional y de algunos organismos de derechos humanos, por ejemplo, sobre todo después de la desaparición de Jorge Julio López) y trabajar codo a codo sin sectarismo y aun con quienes criticaba para conseguir un objetivo concreto. Era inmune a cualquier manipulación por la simple razón de que ella, con su frontalidad natural, tan sencilla, jamás buscaba nada que se pareciera a la manipulación. Si veía un juez con voluntad de investigar no lo miraba desde arriba –con el estilo condescendiente del proletariado frente a los enemigos de clase que alguna vez se equivocan a favor–, sino que lo ayudaba a entender cómo funcionaban de verdad las cosas, quizá porque en ella la paciencia docente y la lógica implacable de los físicos eran tan poderosas como su vocación militante. Y “militante” era una palabra fuerte en su vida. Podía llamar a alguien por teléfono para comentar un tema y aclarar que “en la militancia no se dice gracias cuando uno hace lo que tiene que hacer”. El llamado era inentendible salvo que se supiera que, para ella, la comunicación en sí misma era una forma de decir gracias.

Dirigente de Encuentro, Verdad y Justicia, fue fundadora de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos. Su enorme capacidad de trabajo resultó clave para desentrañar lo que había ocurrido en los campos y para que, a comienzos de la democracia, los sobrevivientes fueran reconocidos en toda su dignidad. De otro modo, al sufrimiento original del secuestro y la tortura agregaban el padecimiento de la sospecha.

“Habían pasado tres minutos del parto”, dijo en el Juicio de 1985. “Mi beba lloraba en el piso del patrullero. Yo seguía con las manos atrás, seguía con los ojos tapados. No me la querían dar. Ese día hice la promesa de que si mi beba vivía y yo vivía, iba a luchar todo el resto de mis días para que se hiciera justicia.”

Adriana fue liberada en abril de 1977. Teresa, la beba que nació en el Falcon, es hoy una mujer mayor de lo que era ella entonces.

martin.granovsky@gmail.com
Buenos Aires, 14 de diciembre de 2010

Fuente: Página 12



Juicio a las Juntas, 29-04-1985 

Calvo de Laborde,Adriana


Dr. López: Se llama al estrado a la señora Adriana CALVO de LABORDE.
Dr. Ledesma: Usted no fue afectada personalmente por el accionar de las fuerzas cuya conducción tenían los imputados.

Laborde: Sí, señor.

Dr. Ledesma: Señora CALVO de LABORDE, ¿fue privada usted de su libertad?
Laborde: Sí, señor.

Dr. Ledesma: Relátele al Tribunal, breve y concisamente las circunstancias de tiempo, modo y lugar en que ello ocurrió.


Laborde: Sí, señor. Yo me recibí de licenciada en Física en la Universidad de La Plata, en el año 70. Hasta el año 77 trabajé en la Facultad de Ciencias Exactas como docente e investigadora de esa facultad. El día 4 de febrero de 1977, estando yo en mi casa, calle 528 número 1155 de la localidad de Tolosa, estaba con mi hijo menor, que en ese momento tenía un año y medio de edad, repentinamente me vi rodeada de personas armadas; digo repentinamente porque en mi casa normalmente estaban las puertas abiertas, sin llave, incluido el portón que daba a la calle, es decir que esta gente entró sin necesidad de violencia, yo estaba en ese momento lavando ropa y me vi rodeada por gente que entraba y salía de mi casa, portando armas de no sé qué tipo, armas largas, esta gente estaba vestida de civil con una indumentaria muy particular de muchos colores, con gorras en la cabeza, con gorras con visera, de tela de jean recuerdo algunas, bueno, empezaron a moverse por la casa, a revisar todo, no desordenaron en general, abrían y cerraban cajones, abrían placares, simultáneamente el que aparentemente comandaba el grupo me hacía preguntas, me preguntaba si mi nombre
era Adriana CALVO, si era esposa de Miguel LABORDE, los demás ya les digo se movían por toda la casa y yo no atinaba a decir ni hacer nada.

Dr. Ledesma: ¿Cuántas personas eran?


Laborde:  Eran aproximadamente 10 personas, no puedo calcular porque mi casa tenía una puerta al frente y otra al fondo y entraban y salían por las dos puertas. Después de un rato de estar allí, no sé, diez minutos habrán sido, me dicen que tengo que acompañarlos, que lleve el documento, me permitieron llevar un paquete de cigarrillos e inclusive cambiarme la ropa porque yo estaba de diario. Salimos por el pasillo, mi casa está en el pulmón de manzana, es un pasillo largo, cuando llegué afuera vi que estaban todos los vecinos observando el operativo, que había dos autos pienso, estacionados allí y a mí lo único que me preocupaba era mi hijo.

Dr. Ledesma: 
¿A qué vecinos vio?


Laborde: Yo vi especialmente a los vecinos que viven saliendo de mi casa, hacia la derecha, que es el matrimonio GONZALEZ LITARDO, y también vi al dueño del quiosco que estaba frente a casa, de apellido CONTINI, no puedo asegurar, pero creo que había más gente en ese momento. Mi preocupación era mirar hacia atrás para ver qué hacían con mi hijo, mi hijo venía con ellos, lo traía uno y lloraba, por supuesto, y vi que se lo entregaban a un vecino, justamente al matrimonio GONZALEZ LITARDO, creo que se lo entregaban, ellos estaban allí, inmediatamente me hicieron dar vuelta, me introdujeron en uno de los autos en el asiento trasero en el medio y a cada costado iba una persona, me dijeron que no me iba a pasar nada en ese momento, que era para averiguar antecedentes, que enseguida me iban a traer de vuelta. Ni bien el auto arrancó dio vuelta la esquina, inmediatamente me pusieron un pulóver en la cabeza, me tiraron en el piso del auto y me pusieron los pies encima, bueno, comenzaron las amenazas de que me iban a matar, etc., hicimos un recorrido corto, calculo que no habrán sido más de 10 minutos por la zona céntrica de la ciudad de La Plata, entramos en un lugar con un portón de hierro, un portón que hacía ruido, no puedo asegurar que fuera de hierro, y allí me bajaron ya, me sacaron el pulóver y me pusieron una venda de trapo en los ojos muy ajustada y me esposaron las manos atrás, yo para ese entonces estaba embarazada de seis meses y medio, es decir que ya era bastante avanzado. Me sentaron en una silla, en un lugar al cual no puedo describir, me pidieron el documento, tuve la impresión de que anotaban en algún lugar porque me hicieron parar primero frente a una especie de ventanilla donde me volvieron a tomar los datos, me sacaron el documento y el paquete de cigarrillos.

Dr. Ledesma: 
¿Identificó este lugar o las personas a las que se está refiriendo, alguna fuerza armada, de seguridad?


Laborde: No, yo en realidad no puedo asegurar que se trataba de algún lugar en particular, luego por los hechos que relataré a continuación digamos que tengo la sospecha fundada de que ese lugar se trataba de la Brigada de Investigaciones de la Policía de la provincia de Buenos Aires, porque por conversaciones con otros detenidos me describieron el lugar, el movimiento de autos, el portón y que además aparentemente todos los procedimientos en ese momento comenzaban por ese lugar, allí me sentaron en una silla.

Dr. Ledesma: 
¿Pero usted no identificó ese lugar, ni en ese momento ni con posterioridad?


Laborde: No, no, muy pocas horas estuve allí. Me sentaron en una silla y empecé a darme cuenta de que no estaba sola en ese lugar que había otra gente en mi condición, por los quejidos que escuchaba, comentarios en voz baja, en un momento yo pedí por favor que le avisaran a mi marido que yo estaba allí, les dije que mi marido estaba trabajando en la Universidad, que le avisaran para que fuera a recoger a mi hijo, una persona me dijo que cómo no, que le iban a avisar, que les diera el número de teléfono, entonces yo les di el número de teléfono del trabajo de mi marido del Departamento de Tecnología de la Universidad de La Plata; me dijeron que ya le habían avisado, claro, como yo en ese momento hablé en voz alta, siento que alguien me llama por mi nombre, me dice, Adriana, vos estás acá y reconocí inmediatamente su voz, se trataba de Mario FELIZ, un doctor en Química compañero de mi marido de estudios y que luego trabajaba también en la Universidad, yo no podía creer lo que estaba escuchando y mantuvimos un breve diálogo, hasta que nos amenazaron nuevamente y tuvimos que permanecer en silencio. Esto comenzó alrededor de las 10 de la mañana, pasó todo el día donde prácticamente lo único que se oía eran los ruidos de los autos que entraban y salían y que se incorporaba gente al grupo. Cuando se hizo de noche, no puedo asegurar qué hora era, comenzaron a trasladarnos, nos llevaban de a dos, de a tres personas, se oía que se levantaban y se iban, por fin me llevan a mí también en un auto. Realmente no recuerdo ni adónde fui, yo estaba absolutamente aterrorizada, no entendía nada viviendo. Ese segundo viaje ya fue más largo, yo calculo que debe haber durado media hora; también sé que fuimos por caminos de tierra o con muchos baches porque el auto se movía mucho.

Dr. Ledesma: ¿Usted estaba vendada?


Laborde: Yo seguía vendada y esposada atrás, con esposas, las manos se me habían hinchado muchísimo, las esposas me estaban cortando la piel, cuando llegamos al segundo lugar, nos bajaron y nos sentaron en el piso, uno al lado del otro, prácticamente estábamos codo con codo, me di cuenta de que estábamos todos en la misma condición, que todos estaban con las manos hacia atrás y vendados, eso era .en ese momento un silencio total, la primera Voz que oí fue la de una de estas personas que comandaban, que comenzó a pasar lista, nos llamaba evidentemente a los recién llegados, nos llamaban por nuestro nombres y apellidos y nosotros teníamos que decir presente. A mí me nombraron, dije presente, pero inmediatamente que me nombraron a mí lo nombraron a mi marido. Allí yo me enteré de que mi marido también estaba secuestrado, por supuesto que sufrí un ataque de nervios, empecé a gritar, a preguntar por mis hijos, con quién estaban, porque los había dejado solos y fue el primer cachetazo. Me hicieron callar, bueno, esa noche cuando ya era bastante de noche, llegó lo que tuve que aprender que se llamaba "la patota". Llegaron varios autos con su característica de abrir todas las puertas al mismo tiempo. Entraron todos juntos y comenzaron los interrogatorios. Señ
or presidente. ..

Dr. Ledesma: 
¿La patota a que usted aludió, era un grupo de personas?


Laborde: Era un grupo de personas que evidentemente comandaban este asunto hasta ese momento.

Ledesma: 
Llegaba del exterior o...


Laborde: Llegaba, del exterior, en ese momento llegaba del exterior, es decir, todo parecía como si los guardias o gente de menor jerarquía hubiera estado encargada de trasladamos hasta allí una vez que estuvo todo, digamos, ordenado, llegó "la patota".

Dr. Ledesma: 
Describa más a este grupo de personas que llegaban del exterior.


Laborde: Lamentablemente no puedo describirlo porque yo no los podía ver, pero eran gente con voz de mando, con, evidentemente, cargo superior. En esta oportunidad y en todas las otras que llegaron, que era todos los días, se notaba un clima de terror en ese lugar, aun los mismos guardias se ponían sumamente nerviosos y tenían mucho miedo, y bueno, daban órdenes, gritaban, les gritaban a los propios guardias también, como le decía inmediatamente que llegó la patota comenzaron los interrogatorios, yo quisiera tener palabras adecuadas para describir lo que fue eso. Nos iban llamando de a uno a los que estábamos en ese pasillo en esa especie de hall y se comenzaban a oír los gritos, los gritos desgarradores realmente, creo que nunca más voy a poder olvidar. Los métodos de tortura que se usaban eran muchos, esencialmente picana, yo hasta ese momento no sabía lo que era una picana, pero, bueno, ahora lo sé, pero también golpes, golpes en la cabeza, golpes en los pies, golpes en todo el cuerpo.

Dr. Ledesma: 
¿Usted sufrió tormentos?


Laborde: No, no personalmente, no éstos que estoy relatando ahora, sufrí otros. Allí aprendí lo que se llamaba...

Dr. Ledesma: 
¿Cómo sabe qué?


Laborde: Porque se oía señor presidente, era un lugar muy chico éste y la sala de torturas estaba exactamente al lado de donde estaba apoyada yo en la pared y oía las preguntas que les hacían a los que interrogaban; en algunos casos oía las respuestas también, oía los golpes también, no puedo asegurar que les estuvieran dando golpes, pero después yo vi a la gente, la vi sin venda cuando salía de esos lugares y bueno, el submarino fue algo que me llamó mucho la atención porque yo escuchaba esos ruidos y no sabía de qué se trataba, yo escuchaba ruido de agua, de que algo era sumergido en el agua y escuchaba después los estertores de una persona como ahogándose, era algo espantoso realmente, eso era el submarino mojado, le metían la cabeza dentro de un barril con agua, un tacho con agua, eso me lo han contado los que sufrieron esas torturas, yo escuchaba los ruidos, el submarino seco también, diafragma, por ahí se escuchaba el ruido de alguien que se ahogaba, pero no se escuchaba el ruido del agua, después me enteré de que era una goma, una cosa así, que le ponían en la cara. Esa primera noche eso duró horas, horas, toda la noche.

Dr. Ledesma: 
¿Sabe qué lugar era ése?


Laborde: Entiendo, yo tengo casi la certeza de que se trataba del Destacamento policial de Arana, podría describirlo, yo no he ido a reconocerlo pero he hablado con gente que ha ido a reconocerlo, y las características coinciden, tenía un pasillo central por donde entramos con dos ramas laterales, una hacia la derecha y otra hacia la izquierda.

Dr. Ledesma: 
¿Qué gente lo reconoció, por ejemplo?


Laborde: Yo no recuerdo en este momento, creo que en la CONADEP, creo que se hizo un reconocimiento, yo no recuerdo los nombres de la gente que lo reconoció porque fue posterior, este lugar tenía dos ramas, una hacia la izquierda, otra hacia la derecha; a la rama de la izquierda daban dos calabozos chicos sobre este lado, un baño al fondo, y del lado del frente había otra puerta donde había un calabozo grande. Eso lo puedo asegurar y más allá de ese pasillo era donde estaba la sala de torturas, sobre la derecha, sobre la rama derecha había, daba un baño grande en el cual yo estuve y sin venda, un baño grande con duchas, en cambio el de la izquierda era una letrina simplemente y muy chiquito. Bueno, esa noche siguió este tipo de tratamiento con los detenidos durante toda la noche, durante horas y horas, estábamos todos el tiempo sentados sin poder movemos, escuchando eso, con las manos atadas, esposadas, los ojos vendados, por fin llegó mi turno, me llamaron, me hicieron pasar, yo ya estaba casi a punto de desmayarme, empezaron a amenazarme, a zarandearme, a golpearme, me agarraban del brazo, me tiraban sobre una silla o no sé qué era eso, me insultaban.

Dr. Ledesma: 
¿De qué tipo eran las amenazas?


Laborde: Te vamos a reventar, no salís más de acá, te vamos a matar, a tus hijos no los ves más. Yo ni hablaba, ya no podía hablar.

Dr. Ledesma: 
¿Pedían alguna declaración?


Laborde: No, no, en ese momento no pedían nada, estaban simplemente preparando. Mi estado nervioso realmente era lamentable, tanto es así señor presidente, que a pesar de que había estado oyendo el ruido de la picana durante horas, durante horas había estado oyendo los alaridos de los detenidos, en un momento me agarraron del brazo y me pusieron algo en el oído y yo pensé realmente que estábamos en la cocina y que estaban por prender una cocina con un chispero eléctrico, era tal mi obnubilación que no entendía que eso era una picana, mucho tiempo después me di cuenta. Bueno, allí comenzaron las preguntas. La primera que me hicieron fue si conocía a DE FRANCESCO, a Carlos DE FRANCESCO, por supuesto que lo conocía. DE FRANCESCO fue también compañero de estudios de mi marido y luego trabajó en la facultad pero dos meses antes lo habían secuestrado, era muy amigo de mi marido, tanto es así que fue testigo de nuestro casamiento, les dije todo lo que yo sabía de él, que era una excelente persona, me preguntaban por su militancia, por un viaje a Chile que había hecho mi marido como siete u ocho años atrás, yo no entendía nada, les decía que DE FRANCESCO no militaba en nada, que su ideología política era absolutamente nula, y seguían insistiendo con eso, seguían insistiendo, seguían preguntando sobre el viaje a Chile, un hecho que había ocurrido mucho tiempo atrás, cuando yo no estaba ni casada siquiera. Bueno, esta gente estaba muy cansada, habían torturado toda la noche y por fin se cansaron de mí también, a mí en un momento me dio la impresión que ni ellos mismos sabían por qué estaba yo allá, se preguntaban entre ellos, yo no sé si eso era común, pero realmente a mí me dio esa impresión, que no tenían la menor idea de por qué estaba ahí. Por fin uno le dijo al otro, sacala, y me llevaron nuevamente al pasillo. En ese pasillo estuve lo que quedaba de esa noche y todo el día siguiente. Las torturas se repitieron a la noche siguiente y también durante los siete días que estuve en ese lugar. En un momento me levantaron y me llevaron a un calabozo, el calabozo más chico que mencioné recién, el que daba sobre el pasillo de la izquierda. Ese calabozo, si es que se le puede llamar así, era un lugar de aproximadamente dos metros por uno, la mitad del calabozo estaba ocupado por un camastro de cemento, en ese lugar me encontré con cuatro mujeres más que estaban en las mismas condiciones que yo, la puerta era de hierro y tenía una mirilla.

Dr. Ledesma: 
¿A qué mismas condiciones se refiere?


Laborde: A vendadas y atadas, vendados los ojos y atadas las manos, la guardia era muy estricta, pasaba cada diez minutos abriendo la mirilla, amenazando, gritando, no podíamos prácticamente hablar.

Dr. Ledesma: 
¿Usted todo esto cómo lo apreciaba, usted en ese momento tenía los ojos vendados?


Laborde: Sí, pero se oía el ruido de la mirilla cuando la abrían, cuando uno tiene los ojos vendados en esas condiciones el menor de los ruidos es importantísimo. Poco a poco cuando nos fuimos acostumbrando al lugar, creo que las primeras doce horas no pronuncié palabra en ese calabozo, no me atrevía ni a abrir la boca, me fui acostumbrando a ese lugar y fui estudiando la secuencia de que venía el guardia que era más o menos una secuencia regular y me atreví a preguntar qué era eso, por qué, era muy poco de todas maneras lo que hablábamos, allí me enteré, en realidad no recuerdo si fue allí o después, porque yo a esta gente que voy a nombrar ahora la vi después también en relativas mejores condiciones y me pudieron decir sus nombres. Allí estuvieron en esa fecha que era entre el 4 y 6 de febrero, María Delia GARIN de DE ANGELIS una médica pediatra operada del corazón, embarazada de tres meses, sé que estaba operada del corazón porque me mostró la herida y me comentó después que la había operado el Doctor FAVALORO y que cuando a ella la llevaron a torturar después de darle unos cuantos golpes cuando la desnudaron y le vieron la herida no se animaron a darle picana porque tenían miedo de que se muriera. Estaba también en ese calabozo Ana MOBILI de BONETO, también me enteré que estaba su marido Roberto BONETO, esta chica tenía, me enteré después en el otro lugar de detención en que estuve, un aneurisma cerebral y aún no la habían torturado tampoco, pero en un momento lo llevaron al marido a torturar, le aclaro que sé que era el marido porque le preguntaban el nombre y nosotros escuchábamos, Roberto BONETO, lo torturaron durante horas, durante horas, y aparentemente no consiguieron lo que buscaban porque la vinieron a buscar a ella para torturarla delante de él. Se la llevaron y volvió, volvió muy mal, nosotros pensamos que se moría, estaba también en este calabozo Nélida DIMOVICH de LEGUIZAMON, una obrera de Siap, y estaba una chica a quien no volví a ver más que se llamaba Rosa por eso no sé el apellido ni sé absolutamente nada de ella, con el correr de los días fue llegando más gente, todos los días llegaban nuevos detenidos y se reiteraban las torturas. Siempre era igual, durante el día había una calma relativa, salvo las amenazas de los guardias y de noche llegaba la patota, y ahí cundía el terror realmente.

Dr. Ledesma: 
¿Cuántos eran en el grupo que había de cautivos, de prisioneros que había en ese lugar aproximadamente?


Laborde: Yo no le puedo dar el número exacto, pero sé que el día del traslado se llevaron como a treinta personas, creo que pasaron, en esa semana que yo estuve, más de treinta personas por ese lugar. en los días siguientes, creo que fue el 8 de febrero, oí que traían a una persona que la voz me era muy conocida, se trataba de Jorge BONAFINI, había sido alumno mío en la facultad, durante cuatro años, alumno mío, alumno brillante, de diez absoluto de promedio; lo torturaron durante tres días seguidos, también llegó Patricia UCHANSKI de SIMON, oímos cuando la traían, oímos su nombre cuando la torturaban, oímos su tortura y luego la trajeron al calabozo nuestro, la vimos llegar destrozada, con la boca hinchada, con los senos lastimados, con la vagina sangrante. Patricia UCHANSKI desde ese momento se transformó casi en mi hermana, estuve con ella los casi tres meses de mi detención, nunca la había visto en mi vida, ni nunca más la vi, pero me ayudó mucho, y estaba también allí su marido Carlos SIMON; también oímos cuando lo torturaban y lo llevaron a otro calabozo.

Dr. Ledesma: 
¿Seguía usted vendada?


Laborde: Sí, yo estaba vendada, pero para ese momento habían pasado como cuatro o cinco días, durante el día entraba luz de una ventanita que había en el calabozo, las que estábamos en el camastro, sobre todo la que estaba de espalda a la puerta, que nos turnábamos, podíamos levantar la cabeza y podíamos ver algo por debajo de nuestra venda, teníamos la precaución de ponemos de espalda a la puerta, de tal manera que el guardia no nos viera, porque había como una pared detrás nuestro y la puerta comenzaba después, entonces el guardia por la mirilla no podía vernos, entonces nos inclinábamos así, bien por debajo, les podíamos ver las caras, yo en ese momento no le vi nada más que la cara a Patricia UCHANSKI, a las demás las conocí después, inclusive esta chica Rosa que menciono ni siquiera puedo describirla, apenas si a Rosa le vi las piernas todas ulceradas, me acuerdo de sus piernas, Sr. presidente, yo no voy a abundar en los detalles de las torturas, pero sí creo que hay algo que es importante que yo diga, y que yo cuente aunque es muy doloroso y pido disculpas a las madres que me estén escuchando pero, después de las cosas que he leído que se han dicho aquí, creo que es imprescindible que se haga justicia; el fin, la obligación de la patota era torturar. Lo hacían profesionalmente, en forma fría y calculada, no necesitaban de ninguna droga, de alcohol, de nada, estaban absolutamente conscientes de lo que hacían, pero Sr. presidente, voy a contar el caso de una persona a la que no conocía, a la que torturaron durante días enteros, la patota la torturó día y noche sin piedad, con todos los métodos que he relatado y muchos más, por fin lo dejaron en paz y se fueron. Lo dejaron tirado enfrente a nuestro pasillo, oíamos el jadeo de esa persona, cuando la patota se fue Sr. presidente, los guardias comenzaron a hacer un asado y a tomar vino y a emborracharse y a uno se le ocurrió torturar a este prisionero y comenzaron a torturarlo nuevamente, esta vez no querían ninguna información Sr. presidente, se divertían y gritaban, era una orgía y lo único que querían y discúlpeme Sr. lo que voy a decir, pero el único objeto de esta tortura que duró horas y horas era que este prisionero dijera "Me la como doblada y mi madre es una hija de puta", estuvieron horas torturandolo tratando de que lo diga y no lo dijo Sr. presidente, él no lo dijo, esto; lamento haberlo dicho pero creo que es importante porque aquí se ha hablado de excesos y supuestamente éstos son los excesos, lo otro, la tortura fría y cruel.

Dr. Ledesma: 
Le pido señora que relate hechos y no califique.


Laborde: Sr. esto fue un hecho.

Dr. Ledesma: 
Tomo en cuenta su emoción, el hecho no cabe duda que lo fue, estamos hablando de su calificación posterior.


Laborde: Le pido disculpas Sr. presidente, ya termino con esta parte, debo decir que en algunas de las torturas participaba una mujer, a la que nombraban con el nombre de Lucrecia, era aparentemente una colaboradora, a Patricia UCHANSKI la torturó ella y le preguntó sobre gente conocida, el viernes 11 de febrero por la noche, una semana después de que habíamos llegado hubo un traslado masivo, se llevaron a todas las mujeres, en el calabozo quedamos Rosa y yo, del calabozo de hombres que estaba enfrente del más grande, sacaron a todos incluido mi marido, en ese momento la puerta estaba abierta y yo lo pude ver pasar, le reconocí los zapatos, que era lo único que veía, se fueron todos, en el calabozo vecino, en uno de esos días intermedios hubo un intento de suicidio, uno de los prisioneros trató de colgarse de las rejas de la ventana con lo cual recibió más castigo todavía; a mí me dejaron allí toda esa noche sola y a la mañana siguiente, el sábado 12 de febrero me vinieron a buscar, me llevaron en lo que creo era un jeep, nuevamente de vuelta por el camino con pozos, me trasladaron a un lugar, detuvieron el auto, abrieron una puerta de rejas, me metieron adentro, me apoyaron contra una pared y me dejaron ahí, volvieron a cerrar la puerta de rejas, en ese momento se me acercó una persona y me sacó la venda, se trataba de Patricia UCHANSKI.

Dr. Ledesma: 
¿Se trataba de ... ?


Laborde: Patricia UCHANSKI, la persona que yo había visto torturar, me dijo:"Adriana no te preocupés. Miguel está acá, tu marido está acá, estamos todos juntos". Allí me empezó a contar dónde estábamos, de qué se trataba, yo estaba desesperada y empecé a ver las caras de las demás prisioneras, el aspecto era espantoso, era la primera vez que yo veía gente después de siete días, estaban sucias, lastimadas, casi sin ropa, recuerdo especialmente el caso de Susana AUCHE, le falta, Sr. presidente, toda esta parte del pelo, por los golpes que había recibido, allí estaban además de las personas que ya nombré Susana AUCHE, Silvia MUÑOZ, Inés MENESCARDI de ODORIZIO, Diana MARTINEZ, María Adela TRONCOSO de BOBADILLA, Inés ORTEGA DE FOSATTI, espero no olvidarme de nadie, aunque más no sea nombrarlas una vez en este Tribunal.

Dr. Ledesma: 
El Tribunal le pregunta si estaba la Sra. CARACOCHE de GATICA.


Laborde: No señor. A la Sra. CARACOCHE de GATICA la vi en mi tercer lugar de detención, estaba sí María Adela GARIN de ANGELI, que ya la nombré, estaba Ana MOBILLA de BONETO, creo que no me olvido de nadie, me empezaron a contar, lo primero que me dijeron es que estábamos en la Comisaría 51 de La Plata, no les cabía la menor duda de que estábamos allí y ahora voy a relatar por qué; había muchos datos, yo estuve dos meses en ese lugar, lo conozco perfectamente y estuve dos meses en mi calabozo sin la venda, porque este calabozo, Sr. presidente, era una especie de pasillo a donde daban cuatro calabozos y una letrina, cada calabozo tenía su puerta de hierro y este pasillo se comunicaba con el patio de la comisaría a partir de un portón de rejas, ese portón de rejas estaba tapado con una chapa, que no llegaba hasta el piso, por lo tanto nosotros veíamos cuando se acercaba alguien e inmediatamente nos subíamos el tabique, así se llamaba, y nos metíamos en los calabozos, pero no entraba nadie, nosotros teníamos las puertas de los calabozos abiertas y podíamos estar todas juntas, podíamos sacarnos el tabique, charlábamos, nos veíamos las caras y nos contábamos de nuestra vida anterior, los motivos por los cuales sabían que era la Comisaría 51 eran muchos, en particular Inés ORTEGA de FOSATTI vivía muy cerca, era vecina de ese barrio y uno de los guardias la conocía y ella conocía a ese guardia, inclusive llegó a decirle que había visto a su hermana o a la madre, no recuerdo bien, le daba noticias; ella conocía perfectamente el barrio. Conocía el seminario que estaba muy cerca de donde está la Comisaría 5a, yo viví en La Plata, desde que me casé hasta el 77, cinco años, pero no conocía La Plata, así que no recuerdo dónde está la Comisaría 51, creo que está sobre una diagonal, pero sí recuerdo las campanadas del seminario y ella decía que era el seminario que estaba ahí cerca, conocía a los guardias, inclusive a los guardias nosotros los veíamos, porque esta chapa que yo le menciono tenía agujeros muy pequeñitos por donde nosotros veíamos todo el patio de la Comisaría. Nosotros nos escondíamos detrás de la pared y mirábamos a través de los agujeros y podíamos ver todo el movimiento del patio de la comisaría, veíamos a los guardias, los guardias estaban uniformados, con uniforme de la Policía de la provincia, hacían la vida normal de la comisaría, se turnaban, se iban adelante decían ellos, para atender las oficinas, atender la guardia de la calle, en fin, oíamos todas las conversaciones, y muchas veces nombraron que estábamos en la Comisaría 51 en ese lugar, a ese lugar también llegaba la patota, evidentemente esta gente eran nuestros guardias, eran los que nos tenían, había oficiales, también el trato de los guardias era normalmente muy malo, salvo casos excepcionales, pero el trato que nos daban los oficiales era terrible, terrible, cuando entraban ellos era el terror, nos amenazaban, nos pegaban...

Dr. Ledesma: 
¿Se está refiriendo a los oficiales de la Comisaría...?


Laborde: A los de la comisaría, los oficiales de la comisaría 51; hacían requisas innecesariamente, recuerdo en una oportunidad que vinieron diciendo que se había perdido una cuchara. Ud. no se imagina las cosas que nos hicieron para encontrar esa cuchara, golpearon en el calabozo de al lado donde estaban los hombres, los golpearon a todos, les pegaban, a nosotros también nos insultaban, nos maltrataban, pero además de eso, del trato normal de los guardias, de los oficiales, una vez por semana llegaba la patota, ésta era gente de civil, los veíamos también por esos agujeritos, ahí sí el terror era general, no sólo nosotros teníamos miedo, los guardias también tenían miedo, inclusive había veces que ellos mismos nos avisaban que venía la patota para que nos quedáramos calladas y mudas.

Dr. Ledesma: 
¿Aquí puede caracterizar mejor a la patota?


Laborde: La patota era gente vestida de civil, con voz de mando, ellos mismos decían que eran del ejército; otro dato importante es que yo oí, ahí en la Comisaría 5°, en algún momento de los dos meses, que esta patota pertenecía al COT, yo no tenía la menor idea de lo que era el COT, y lo supe muchos años después, cuando alguna vez salió en los diarios, referente al COTI MARTINEZ, que yo no entendía si se trataba de lo mismo, ésa fue la primera vez que yo oí la palabra COT en ese lugar y por las conversaciones de los guardias, cuando venía la patota, venía el COT, no sé a qué se referían; la patota venía una vez a la semana y tomaban lista, entraban en el calabozo con unos papeles y nos tomaban lista uno por uno, por nuestro nombre y apellido, teníamos que decir presente, en el calabozo de mujeres era curioso pues había dos casos, en los primeros días, que no estaban en las listas; a ellas no les pasaban lista, era el caso de Diana MARTINEZ e Inés ORTEGA de FOSATTI, a Diana MARTINEZ, creo que no la nombré todavía, era un caso muy particular, cuando yo llegué, me explicaron las chicas que no tenía que hablar con ella, que teníamos prohibido hablar con ella, ella estaba en un calabozo, no podía salir de ahí y no podía hablar con nosotros, no podía decimos su nombre; a pesar de eso a medida que el tiempo fue pasando y yo fui entendiendo dónde estaba, fui hablando con ella, y hablé, al final nos quedamos casi solas, hablé mucho con esta chica, se trataba, Sr. presidente, de la esposa de la persona que había puesto una bomba en la jefatura de la Policía de la provincia de Buenos Aires, había sido detenida en diciembre del año '76 o noviembre, no recuerdo bien, había sido terriblemente torturada según ella me contó, no sé si es verdad, a los padres y a la hermana los habían secuestrado, al principio no la dejaban hablar con nosotras, estaba como con un régimen especial, inclusive tenía unas prebendas, tenía comida especial, tenía, recuerdo perfectamente, un cepillo de dientes, ése era un artículo de lujo, y después que salí, Sr. presidente, después que salí en libertad, leyendo una noticia periodística me entero por la noticia que habían matado en un enfrentamiento al marido de Diana MARTINEZ y la noticia, ya estoy hablando de mayo de ese año, recordaba que a Diana MARTINEZ la había matado en un enfrentamiento en diciembre del '76 y yo estuve con Diana MARTINEZ desde el 12 de febrero del '77 hasta mediados o fines de marzo de ese año, yo estuve un mes y medio con ella, cuando ya había salido en los diarios que estaba muerta y
que la habían matado en un enfrentamiento, recuerdo que ella me contó que la secuestraron cerca de Constitución en un bar, en un procedimiento público; qué voy a decir del régimen de higiene, comida, comíamos una vez al día y cuando venía la comida. Había muchos días en que no comíamos en todo el día, dos o tres días pasaban y no comíamos absolutamente nada, nada, por suerte teníamos una pileta dentro de ese pasillo y podíamos tomar agua, por suerte teníamos una letrina, y no teníamos que pedir permiso para ir al baño; la comida la traían, según ellos, del seminario, era siempre, siempre, lo dos meses, un caldo con algunas papas y algunos huesos adentro, nos decían qué esperábamos para comer, nos desesperábamos a tal punto de comer los huesos, realmente teníamos mucha hambre, pero mucho peor que nosotras estaban los hombres, de todas maneras, en ese lugar nosotras teníamos algunas consideraciones, como por ejemplo, a veces nos dejaban la olla, les servían a los hombres primero y nos dejaban la olla y nosotras podíamos, como además la teníamos que lavar, podíamos comer hasta el final; no teníamos ni colchón ni abrigo, ni cama, ni nada, dormíamos en el piso con frío, con calor, de a dos, de a tres, de a cuatro, de a cinco, según las que fuéramos, muchas noches tuvimos que dormir sentadas, porque no entrábamos en el calabozo acostadas, y de noche nos cerraban la puerta con candado; la higiene era nada, en dos meses nos llevaron al baño dos veces, ahora voy a relatar cómo; ya las chicas cuando llegué, me dijeron que cuando nos llevaran al baño a bañarnos iba a poder ver a mi marido, se comunicaba directamente con el calabozo donde estaban ellos, había chicas que estaban hacía tiempo ahí, Silvia MUÑOZ estaba desde diciembre, el 23 de diciembre, era la más antigua, siempre la felicitábamos por eso, y ella me decía que a ella la habían llevado a bañar y había podido ver a los hombres y ella me dijo que estaba DE FRANCESCO allí; efectivamente, en esos dos m eses nos llevaron dos veces al baño; íbamos vendadas, agarrándonos de la que iba adelante en fila, nos llevaban y de paso haciéndonos chocar contra las paredes, pegándonos, empujándonos, etc., y nos metían en el baño de a cuatro o cinco; este baño tenía una puerta que daba al patio, con mirilla, que daba al calabozo de los hombres, también con mirilla; mientras una se bañaba otra miraba hacia el patio y otra hablaba con su marido; ahí lo pude ver por primera vez a mi marido; ahí pude ver lo que era ese calabozo, Sr. presidente, le puedo asegurar que los campos de concentración nazi no tienen nada que envidiarle, era un cuarto muy grande, con gente tirada casi desnuda, con un olor nauseabundo, olor a sangre, a orina, a transpiración; la gente ni se movía, ni siquiera el hecho de que estuviéramos allí los llevaba a poder levantarse; mi marido se acercó, me dijo que estaba bien, que estaban allí DE FRANCESCO, que estaba FELIX; me contó que tenía mucha hambre, que tenía mucho frío, también allí pudo ver a su marido Patricia UCHANSKI, lo vio a Carlos, yo lo conocí también, lo conocí a Carlos SIMON, primera y última vez que lo vi, Ana MOBILI de BONETO vio a su marido, a Roberto BONETO, María Adela TRONCOSO vio a su marido, a BOBADILLA; Inés MENESCARDI vio a su marido, Roberto ODORIZIO y no recuerdo más nombres; eso se repitió en dos oportunidades, en la segunda vez que fuimos al baño ya estaban mucho peor, era realmente terrible...

Dr. Ledesma: 
Sra. en este cautiverio, ¿Ud. recibió tormentos?


Laborde: No, los que ya habíamos pasado por los tormentos en todo el tiempo que yo estuve allí, creo que no volvieron a torturar a nadie, sé que a algún hombre lo volvieron a llevar, no tengo muy claro si lo torturaron o no porque no teníamos contacto con ellos salvo estas dos veces que nos llevaron a bañarnos, pero de este grupo de personas que yo nombré hasta ahora ya habían pasado todas por Arana, así le decían; viniste de Arana, cómo si fuera tan conocido, ¿no?

Dr. Ledesma: 
Ud. dice ya habíamos pasado por tormentos, ¿Ud. sufrió tormentos en otro lado?


Laborde: No, en Arana lo que acabo de contarles, de empujones, de amenazas, de apretujones, de tirarme, yo, considere Sr. presidente que estaba embarazada de siete meses; me refería a que todas veníamos del mismo lugar, inclusive el primer lugar que nombré era muy conocido para todas y todas decían la brigada, aparentemente el lugar de distribución de prisioneros, así le decían allí; sin embargo en la Comisaría 51 también se torturaba, aparentemente este otro grupo de gente, que no era el COT, que tenía otros prisioneros entre los que estaban Inés ORTEGA de FOSATTI y Diana MARTINEZ, trajo otros prisioneros allí, pienso, si no recuerdo mal, que la primera que llegó fue Susana FALAVELA, en realidad su nombre yo lo conocí después, porque escuchábamos que llegaba gente, que llegaban autos; eso fue terrible, escuchamos, Sr. presidente, que bajaban a gente y escuchamos a dos chiquitos que lloraban, a dos bebés de muy corta edad; no entendíamos nada, no entendíamos por qué había chicos ahí; me acuerdo perfectamente de sus llantos, durante mucho tiempo no entendíamos por qué había chicos en ese lugar, después se fueron, es decir, se fueron, no oímos más los llantos...

Dr. Ledesma: 
¿A qué le llama mucho tiempo?


Laborde: Horas, no puedo precisar cuánto, creo que era de día cuando fueron, creo que se los llevaron cuando ya era de noche, pero sería la tarde, cuando no oímos más a los chicos, empezamos a oír gritos de tortura, nuevamente el lugar de tortura estaba muy cerca nuestro y escuchábamos todo, escuchábamos lo que se preguntaba... era una mujer a la que torturaban, era una mujer a la que torturaron durante mucho tiempo...

Dr. Ledesma: 
¿Procuraron obtener información?


Laborde: Sí, yo recuerdo que ella decía "Yo soy enfermera" o algo por el estilo, "yo soy enfermera, yo no sé nada, yo trabajo en el hospital", y preguntaba por el chiquito, "dónde está mi chico, dónde está mi hijo, qué hicieron con él", eso es lo único que recuerdo de ese interrogatorio; después que termina esa sesión de tortura, que duró toda la noche, la trajeron al calabozo con nosotras, y ahí nos enteramos de que se trataba de Susana FALAVELA de ABDALA; estaba muy lastimada, recuerdo que tenía una herida muy grande en un pie, y que se le infectó y estuvo durante mucho tiempo con mucha fiebre y recuerdo que uno de los guardias le traía hojas de tilo para que se curara; esta persona tampoco estaba en las listas en las que estábamos nosotras, cuando venían a pasar lista, ella tampoco integraba esas listas; también detuvieron al marido, no sé si el mismo día, al día siguiente, a los dos días, pero ella reconoció en las torturas la voz de su marido ABDALA, en cuanto a otras personas que estaban allí en ese momento, puedo decir que estaba el marido de Inés ORTEGA, FOSATTI de apellido, que a mí me llamó mucho la atención el apellido FOSATTI, porque un ordenanza de la Facultad era de apellido FOSATTI, un ordenanza de muchos años y justamente era el hijo de este ordenanza; yo alcancé a verlo pasar una vez que pasó por el patio, alcancé a verlo, fue la única vez que lo vi. Posteriormente llegaron al calabozo Elena DE LA CUADRA, embarazada de unos cinco meses; a ella no la torturaron, pero sí oímos las torturas a su marido y creo que a su hermano también; alguna otra persona había. Torturaron a mucha gente ese día, que eran nuevos, que recién habían sido detenidos, y esta gente tampoco estaba en las listas del COT, cuando volvieron a pasar lista tampoco la nombraron a Elena DE LA CUADRA.

Dr. Ledesma: 
¿Qué procedimiento de tortura había en ese lugar?


Laborde: Esencialmente allí era picana, el submarino y también conocí otro procedimiento que no había escuchado en Arana, que era el sapo, los tenían estaqueados en el patio, inclusive llegamos a verlos día y noche, en el sol, les tiraban agua. De otra gente que haya llegado, casi sobre el final llegó una chica...

Dr. Ledesma: 
¿El final a qué fecha se refiere?


Laborde: El final fue antes del traslado, es decir, últimos días de marzo, yo había llegado el 12 de febrero; llegaron dos chicas más, una era Elba ARTETA de CASTRO, una chica que era contadora, de mi edad, quizás un poco más grande, yo era la mayor, eran todas chicas muy jóvenes, y una chica de nombre Marta, que nunca pude recordar su apellido, delgadita, morocha, muy jovencita, habían sido terriblemente torturadas también; venían de otro lugar, no venían de ARANA; por las cosas que ellas contaban no era el mismo lugar; como experiencias terribles en este lugar tengo que contar el parto de Inés ORTEGA; Inés tenía en ese momento 16 o 17 años; era por supuesto su primer hijo, estaba muy asustada, unos días antes de su parto comenzó con contracciones y nosotras comenzamos a 11 al cabo de guardia, así se hacían llamar; después de horas conseguimos que nos atendieran y les explicamos que estaba con contracciones, y dijeron que iban a traer a un médico; varias horas después llegó una persona de barba, delgado, morocho, lo pude ver porque después tuve oportunidad de conocerlo en circunstancias muy particulares.. . y por otra parte sé que se trata del doctor BERGES, que está con prisión preventiva ordenada por el juez PIAGGIO, porque lo reconocí con posterioridad; ese doctor nos sacó de la celda a Inés y a mí, ya que estaba yo embarazada, aunque yo no tenía contracciones; nos llevaron prácticamente a la rastra, escaleras arriba, en una escalera de cemento, donde nos golpeábamos en todos los escalones; nos tiró en el piso y en menos de tres minutos nos hizo un tacto a cada una; era sin duda un médico obstetra; dijo que estábamos perfectamente bien y nos volvieron a tirar en la celda; unos días después, comenzó el trabajo de parto de Inés ORTEGA; yo, que era la mayor, que ya había tenidos dos hijos, me encargué de estar con ella mientras las demás pedían a los gritos ayuda; estuvimos todas gritando al cabo de guardia para que viniera; Inés tenía contracciones cada vez más seguidas, yo trataba de decirle que la respiración abdominal, que el jadeo; estaba tirada en el piso, desesperada; por fin, muchas horas después, comenzó su trabajo de parto por la mañana y vinieron a buscarla muy tarde a la noche, se la llevaron al cuarto de al lado, el mismo que usaban para torturar, la subieron a la mesa y vendada, oíamos sus gritos, oíamos las risas de los guardias, oíamos los gritos del médico y por fin oímos el llanto del bebé; había nacido un varón en perfectas condiciones aunque no lo crean; lo oímos durante un día que lo tuvieron en una celda chiquita, que había al lado de la nuestra; ella nos contó después que la dejaron con su bebé; después le dijeron que el coronel lo quería ver y que se lo iban a entregar a los abuelos; Inés no volvió con nosotras, nunca más aparecieron ni Inés ni su bebé, ella le puso Leonardo y nació el 12 de marzo de 1977, y estaba en perfectas condiciones y yo, después que salí, fui a la facultad y a través de la doctora MOCOROA, profesora titular de la facultad, le hice llegar a la familia esta noticia, le hice saber que habían tenido un nieto que se llamaba Leonardo; bien, por fin el 28 de marzo llgó la patota, entró en nuestro calabozo, pasó lista nuevamente y comenzó a decimos a las que nos íbamos en libertad; primero le dijo a Cristina VILLARREAL, a quien creo que todavía no nombré; era también una obrera de SIAP, amiga de Nelly LEGUIZAMON, que estaba allí desde el principio, desde que yo llegué; tenía mucho miedo, estaba muy atemorizada; le dijo que, se iba en libertad; a la segunda fue a mí, me dijo usted se va, yo le dije señor, yo ya estoy por tener familia. "y usted se cree, que me interesa tener otro bebé acá (no dijo bebé), usted se va". La siguiente fue Patricia UCHANSKI, ella le preguntó y él le dijo no... vos tenés para un rato más todavía; todavía no apareció; a las demás no les dijo nada, simplemente les pasó lista; al día siguiente o al otro día, el 30 de marzo, vinieron y se la llevaron a Cristina VILLARREAL en un auto, junto con unos hombres, con uno de los hombres que sacaron del calabozo; posteriormente me enteré de que efectivamente está en libertad; el 1 de abril hubo una gran requisa, un gran terror, nuevamente la patota, nuevamente los preparativos, se aproximaba un traslado, nos revisaron a todas nuevamente, entraron dos celulares en el patio de la Comisaría 51 y comenzaron a llevarse a todas, solamente quedamos en el calabozo Inés ORTEGA, Elena DE LA CUADRA, Susana FALAVELA, ARTETA de CASATRO, Marta, se llevaron a todas las demás; no sabíamos adónde, en algún momento intermedio, se habían llevado por unos días a Inés MENESCARDI de ODORIZ0, cuando volvió, volvió acompañada de Anahí FERNANDEZ, y de una chica que llamaban Chela, que creo que el apellido es PERDIGUE, el apellido de casada; ella volvía de la brigada, así decían, y nos contaban que por allí pasaba mucha gente, nos contaban que había otros lugares de detención, nos contaban que había un lugar mucho peor, que estaba en Banfield, que tenía piso rojo, también se la llevaron en el traslado del primero de abril, se llevaron a muchos hombres, a casi todos, debo decir también que los hombres estaban separados, en un calabozo, aparentemente estaban los de este grupo COT, y en el otro que estaba pegado al nuestro estaba el grupo donde estaba BONAFINI, DE LA CUADRA, FOSATTI, ABDALA, aparentemente, ésos eran del otro grupo.

Dr. Ledesma: 
¿Sobre qué base discrimina el grupo COT de ese segundo grupo?


Laborde: Sobre la base de las listas, fundamentalmente, que a los otros no les pasaban listas, ya a esta gente la habían torturado, allí en la quinta, en general salvo el caso de BONAFINI, no provenían de Arana.

Dr. Ledesma: 
Pero la designación grupo COT, ¿de dónde provenía?


Laborde: No, grupo COT, es porque yo, habíamos oído a los guardias, en los momentos previos a que llegaba la patota.

Dr. Ledesma: 
Pero ustedes, ¿por qué lo bautizaban grupo COT?


Laborde: Porque cuando llegaba el grupo, que nos tomaba lista a nosotros, era que hablaban del COT, y no cuando traían a los otros prisioneros, bueno, se produjo ese traslado, se llevaron a todos y yo quedé en la comisaría. Esos días fueron días de relativa tranquilidad, no hubo más ingreso de gente, no hubo más torturas, hasta el 15 de abril, en que comenzó mi trabajo de parto, mi trabajo de parto comenzó alrededor de las 7 de la noche, supongo era de tardecita ya, era mi tercer hijo, ya sabía que iba a nacer muy rápido. Inés se quedó conmigo, y las demás comenzaron a llamar nuevamente al cabo de guardia, pasaron horas, Inés supuso que yo me iba en libertad, que me iban a llevar a un hospital y me pidió mis sandalias porque ella estaba con unas ojotas, yo se las dejé después de muchas horas, yo ya estaba prácticamente con contracciones de parto, llegó un auto, un patrullero, me subieron al auto y salimos de la comisaría 51. Adelante iban dos personas de civil, el auto era un patrullero, yo lo vi y detrás iba una mujer que yo entiendo se trataba de Lucrecia, por la descripción que me habían hecho de ella las chicas, era una mujer de flequillo, de pelo muy negro, de pelo muy lacio y ojos muy grandes, iba detrás en el asiento, ella iba sentada junto a una ventanilla, yo iba acostada en el auto, ya no daba más.

Dr. Ledesma: 
¿A los otros que la trasladaban, puede individualizarlos?


Laborde: No, señor, supongo que eran policías, pero lo supongo yo, podían ser cualquier cosa, yo iba acostada en el auto, vendada, los ojos vendados y con las manos atadas atrás, me dediqué, absolutamente todo el tiempo que duró el viaje, a decirles que yo me iba en libertad, que ellos me habían dicho que me largaban, que me llevaran a un hospital; ellos me dijeron que me llevaban a un hospital, me decían que sí, me decían sí a todo, me insultaban, les decía que estaba por nacer mi criatura, que no podía aguantar más; que pararan, que no era mi primer hijo, yo sabía que estaba por nacer; Lucrecia no hacía nada, el que manejaba y el que lo acompañaba se reía, me decía que era lo mismo, que igual me iban a matar, iban a matar al chico, qué me importaba; por fin, yo no sé ni cómo alcancé a sacarme la ropa interior para que naciera, realmente no lo recuerdo; les grité, íbamos a toda velocidad por la ruta que une La Plata con Buenos Aires, iba el auto a toda velocidad, y yo les grité ya nace, no aguanto más, y efectivamente nació, nació mi beba, Lucrecia gritaba ya nació, paren; pararon en la banquina, estábamos exactamente frente al laboratorio Abbot, creo que es en el cruce de Alpargatas; mi beba nació bien, era muy chiquita, quedó colgando del cordón, se cayó del asiento, estaba en el piso, yo les pedía por favor que me la alcancen, que me la dejen tener conmigo, no me la alcanzaban, Lucrecia le pidió un trapo al de adelante, que cortó un trapo sucio y con eso ataron el cordón, y seguimos camino; habían pasado tres minutos; mi beba lloraba, yo seguía con las manos atrás, seguía con los ojos tapados, no me la querían dar, señor presidente, ese día hice la promesa de que si mi beba vivía y yo vivía, iba a luchar todo el resto de mis días porque se hiciera justicia; seguimos camino, inclusive se perdieron; yo viví toda mi vida en Temperley, y no conocían dónde estábamos, pararon el auto y le preguntaron a un señor que estaba esperando el colectivo dónde quedaba la calle Molina Arrotea, porque estaban perdidos, yo estaba detrás desnuda con mi beba colgando, llena de sangre, por fin encontraron el camino, y llegamos al "Pozo de Banfield", me dejaron en el auto, abrieron las cuatro puertas, como solían hacer; hacía mucho frío, era de noche, de madrugada, me tuvieron 2 horas, 3 horas allí con mi beba llorando en el piso y yo no podía hacer nada por recogerla; por fin, bajó o llegó el médico, el doctor BERGES, cortó el cordón y se fue inmediatamente; les pedí por favor que me entregaran la nena, ahora que habían cortado el cordón, y alguien me la dio y la pude poner sobre mi vientre; ordenó que me subieran y me subieron; quisieron subirme con una camilla hecha con una puerta, yo me caía, la beba se me caía, golpeaban contra la pared. Yo pedí por favor que me dejaran subir caminando; subimos un piso, el famoso piso de cerámica rojo del que me habían hablado; ya allí supe que estábamos en Banfield, justamente porque habían preguntado en el camino.


Dr. Ledesma: 
¿Por qué se llamaba el pozo de Banfield, señora?


Laborde: El pozo de Banfield es la brigada de investigaciones de Banfield; tuve oportunidad de reconocerla, primero con la CONADEP, y después con el doctor PIAGGIO; estuve dos veces en la celda donde me tuvieron; lo recorrimos todo y está exactamente igual, como estaba hace ocho años, la única diferencia que tiene es que en el segundo piso, al final del pasillo había un baño, que no se conectaba con el baño de al lado; ahora han derrumbado esa pared, y se nota perfectamente que está derrumbada; me subieron un piso, entré en un local muy grande que tenía mesadas de mármol, no de mármol, mesadas de azulejos blancos, había una camilla en el centro, me hicieron acostar; lo primero que hizo el doctor BERGES fue sacarme el tabique y me dijo: "ya no te hace falta---. Eso y una sentencia de muerte era lo mismo. De allí en adelante les vi las caras a todos, realmente pensé que no iba a salir nunca más de allí; el doctor BERGES me acostó en la camilla y de un solo apretón me sacó la placenta y la tiró al piso, mientras me insultaba; yo no hacía más, no escuchaba los insultos, yo lo único que decía era que a mí me habían dicho que me dejaban en libertad, que avisaran en La Plata, que yo me iba a perder, nadie me escuchaba; una vez que me sacó la placenta y la tiró al piso, mi beba la habían apoyado en la mesada, estaba sucia, lloraba, tenía frío, yo pedía por favor que me dejasen estar con ella; me hicieron pasar, me trajeron dos baldes y me hicieron baldear el piso y limpiar la camilla; me hicieron limpiar todo, tuve que hacer todo eso frente al oficial de guardia, frente a todos los guardias que se reían; cuando terminé de limpiar todo me dieron mi vestido para que lo lavara; lo lavé y pude recuperar mi ropa interior también; después me dejaron agarrar mi beba y lavarla con agua fría, y tuve esa noche la deferencia de dormir por primera vez en una cama, en un catre, en un calabozo grande que había allí cerca; me dormí, estaba agotada, me desperté muy pocas horas después temblando, mi beba se me había ahogado, casi se me muere; al día siguiente me vinieron a buscar y me hicieron subir otro piso; así llegamos a la zona de calabozos; me metieron al primer calabozo con mi nena, cerraron la puerta, inmediatamente empezaron a preguntar las demás detenidas, ¿quién llegó?; yo dije mi nombre y nuevamente oí la voz de Patricia UCHANSKI, que estaba ahí; me gritaba Adriana, no puede ser por qué estás acá; empezó a los gritos y logró que el guardia la pasara a mi calabozo; estuvo conmigo, me ayudó con la beba, yo tenía dolores muy grandes, y ella me ayudó; después fui conociendo a las demás, ese lugar era peor todavía; allí nadie pasaba lista, a nadie le interesaba quiénes éramos, allí estábamos todo el día encerradas en un calabozo, allí no nos dejaban salir ni siquiera para ir al baño, allí no escuché tortura, pero era una tortura; allí Patricia me contó que había asistido a un parto, pocos días antes, el de María Eloísa CASTELLINI; yo creí que no iba a volver a escuchar algo peor que mi parto, nunca en mi vida, sin embargo fue peor, fue en el piso del pasillo, tirada; Patricia la atendió, nació sola, era una nena, después que nació le alcanzaron un cuchillo de cocina; con eso Patricia cortó el cordón y se llevaron a la beba; cuando yo la conocí a Eloísa todavía tenía pérdidas, tenía leche, se sacaba la leche porque los pechos se le hinchaban mucho, también me enteré allí, y es una cosa muy curiosa, estaba entre las detenidas Manuela SANTUCHO, la hermana de SANTUCHO, el que mataron, había sido detenida ella, Cristina NAVAJAS de SANTUCHO y Alicia LAMBRA, las tres en julio del año '76, ya hacía 8, 9 meses que estaban secuestradas, estaban muy bien, muy enteras, a pesar de las torturas, estaba María Eloísa CASTELLINI y estaba una chica, la cual yo por muchos años no recordé su nombre, me acordaba el apodo, le decían "La Gata", era muy bonita, rubia y ella me contó su parto y yo realmente pensé, pensé que se había vuelto loca, porque después de haber visto el parto de Inés ORTEGA, de haberlo oído, después de haber vivido mi parto, después que me habían contado el parto de María Eloísa CASTELLINI, lo que esta chica me contaba me parecía increíble, y yo pensé realmente que de las torturas había quedado loca, tanto es así que no recordé esta historia durante mucho tiempo. Esta chica me contó que había estado secuestrada en el Pozo de Quilmes, así lo llamaba ella, que la habían llevado en el momento del parto al hospital de Quilmes, que la habían internado en el hospital de Quilmes, y que había tenido su criatura en una cama de un hospital municipal y que la había atendido una partera, y una enfermera, y que ella le había dado a la partera y a la enfermera su nombre y el teléfono, no sé si la dirección, la forma de comunicarse con su madre y que ella tenía la esperanza de que le hubieran avisado, me dijo que había tenido una mujer, y yo no le creí, no podía creer que fuera verdad y que después le habían quitado la nena y que la habían llevado allí. Muchos años después me enteré que "La Gata" era Silvia Mabel ISABELA VALENZI, y que toda esta historia era verdad. También llegaron en esos días, creo que fue un viernes, al viernes siguiente que yo llegué, dos chicas, Ana María CARACOCHE y Cristina MARROCO. Cristina MARROCO, muy golpeada, muchos moretones, había hecho un aborto porque estaba embarazada de dos meses, y por las torturas creo, había hecho un aborto, y Ana María CARACOCHE, con un brazo vendado, con un brazo enyesado, perdón, porque se lo había quebrado en el momento del secuestro o después, no me acuerdo, me contó, con Ana María estuvimos juntas en el calabozo y charlando encontramos que unas primas de mi marido eran conocidas de ellas, de ahí salió toda la relación familiar. Estuvimos charlando mucho y contándole yo de dónde provenían, y contándole que había oído en la 51 el llanto de dos chiquitos, contándole que uno de los chiquitos era de Susana FALAVELA y que Susana FALAVELA me había dicho que era de una vecina, ella me dijo: esa vecina soy yo. Ese chiquito que vos oíste en la 51 era mi hijo. A mí me llevaron mi hija con mi vecina, uno de los chiquitos que estaba en la 51 era el hijo de Susana FALAVELA, la otra era María Eugenia GATICA.

Dr. Ledesma: 
¿Cómo hace que esta unión, que uno de los chiquitos, la comprobación de que uno de los chiquitos era el hijo de GATICA?


Laborde: Yo sabía perfectamente que eran dos chicos los que lloraban, porque eran muy chiquitos, uno era más chico que el otro, se oían los dos llantos y los dos quejidos, se diferenciaba. Cuando Susana FALAVELA entra al calabozo, cuando logra reponerse de sus torturas, nos empieza a contar, preguntarnos por los chiquitos, quiénes eran porque habían sido traídos con ella, es decir, una vez que se fueron los chiquitos, comenzaron a torturarla a ella, entonces ella nos comentó el procedimiento en su casa, nos contó que estaba con ella su hijo, que realmente no recuerdo el nombre y que estaba con ella también una nena de una vecina, que no me dijo que era la nena de una vecina, y que la habían llevado, con ella allí a la comisaría 51 y que luego se los habían llevado diciendo que se les iba a entregar a los abuelos, inclusive me acuerdo que ella me contó que les había dado la dirección de los padres, que creo si no me equivoco que era en Mercedes, y creo recordar que el padre de FALAVELA era juez, creo, no estoy segura, nunca hablé con la familia FALAVELA, después de eso, bueno cuando yo llego a Banfield, y me encuentro con Ana María CARACOCHE de GATICA, y le cuento este episodio, ella me cuenta su secuestro, ella había salido de su casa circunstancialmente con su bebé, y que cuando vuelve se entera de que habían hecho un procedimiento en la casa de al lado y que se habían llevado también a su hija, entonces deducimos que se trataba, por la fecha, que se trataba de la misma chiquita, yo no la vi a la chiquita, no podría jurar que se tratara de la misma pero digamos que, absolutamente todo coincide, las fechas, el secuestro de Susana FALAVELA, etc., el 25 de abril, me acuerdo que era un lunes, nuevamente requisa, nuevamente gritos, nuevamente órdenes, se preparaba un nuevo traslado, efectivamente, nos hicieron preparar a todos, digo a todos porque en el ala de atrás quedaban pared de por medio, los calabozos, otro pasillo, estaba lleno de hombres. Allí estuvieron Roberto GONETO, Carlos SIMONS, Patricia, inclusive me contó, que unos días antes que yo llegara la habían hecho ver con el marido, que lo habían hecho bañar y afeitar a él, lo habían tratado en un calabozo, que ella estaba segura de que estaba en libertad, Anahí FERNANDEZ, también se fue antes que yo llegara, con Carlos SIMONS, se fueron el mismo día. Estaba lleno de hombres, la parte de atrás, y nos comunicábamos por intermedio de la pared, con golpes... Y cuando los hombres que estaban atrás se enteraron que había llegado yo por las chicas y que había una beba, me mandaron, a pesar de su condición, a pesar del hambre, porque la comida no había mejorado, mucho peor, había empeorado, comíamos menos que en la 51, me hicieron llegar a través de las chicas la poesía más dulce que he escuchado en mi vida, era, llegó Teresa, la que nació presa, Teresa es mi hija... el 25 de abril... se los llevaron a todos, nuevamente traslados, nuevamente preparativos, Patricia me dijo: Adriana, vos te vas... vos te vas en libertad, dejame tu vestido, yo estoy casi desnuda. Le dejé mi vestido, a mí me dieron un camisón que tenía Patricia en ese momento. No se por qué, estaba en camisón y en una casaca azul, bordada, se los llevaron. Nunca más se supo de ninguno de ellos, dos días después, el 27 de abril... por la tarde sube un oficial a los calabozos, casualmente era el mismo que estaba de guardia cuando yo llegué, me llama por mi nombre y apellido, cuando yo salgo del calabozo con mi beba, este hombre empezó a ponerse muy nervioso, transpiraba, se aflojó la corbata, dudaba. .. me decía, es Ud. sí Sr. soy yo, bueno, espéreme un minutito, bajó, subió, me llevó a otro calabozo, me empezó a decir... qué haría yo si me dejaran en libertad, que no tenía que decir nada, que no tenía que contar nada, que todo lo que había oído ahí eran mentiras, que eran discos que ponían para asustar a los prisioneros, que si no quería volver a ese lugar me callara la boca, que me fuera del país... El sabía Sr. presidente que mi familia había conseguido una beca para Alemania para nosotros, me lo dijo en ese momento. Me dijo, Uds. se van a Alemania, vos y tu marido, váyanse, ya tienen la beca, tienen los pasajes, váyanse mañana mismo. Los van a limpiar sino, él sabía, esta gente evidentemente tenía contactos con mi familia... Muchos años después me enteré que una de las personas que tenía contacto con mi familia era el oficial ROUSE, pero lo cierto es que estaban muy enterados, porque, efectivamente, mi familia había gestionado... no sé cómo, a través de un pastor de no sé qué... una beca para irnos a Alemania mi marido y yo, y tenían los pasajes para que viajáramos al día siguiente. Este señor...

Dr. Ledesma: 
Su destino... su grado...


Laborde: No sé absolutamente nada más... Leí su grado porque hasta un tiempo antes era su apellido... En la lista que publicó "El Periodista". Después del informe de la CONADEP. Este señor después de amenazarme me preguntó dónde vivía, yo sabía dónde estaba, yo sabía que estaba en el Pozo de Banfield. Había en el pasillo unas ventanas que cuando nos sacaban al pasillo a darnos de comer, cuando nos daban de comer.. . podíamos subirnos y mirar, y veíamos la calle. Yo vela el colectivo que pasaba por ahí y yo lo conocía. Yo viví 25 años en Temperley, entonces yo sabía dónde estaba y que estaba más cerca de la casa de mis padres que de La Plata. Y yo lo notaba que este señor estaba muy nervioso; este señor transpiraba, bajaba, subía... Evidentemente había recibido órdenes de liberarme, yo me di cuenta de que me liberaban, y entonces le dije que mis padres vivían en Temperley, le dije la calle, me preguntó la calle, me preguntó el número, me preguntó todas las manzanas, me preguntó todas las calles de Temperley, me preguntó el número de teléfono, me preguntó el nombre de mis padres, de mi madre, de mi abuela. Bajó... certificó todas esas informaciones que yo le estaba dando. No me cabe la menor duda, me volvió a preguntar de la estación Temperley de cuántas cuadras a Lomas, de cuántas cuadras a Banfield, de cuántas cuadras a Adrogué, le contesté todo y por fin me vendaron nuevamente, muy fuerte, me ataron las manos. Me dieron mi beba que me la habían sacado por unos minutos, a pesar de mis gritos... Mi beba, mi beba estaba llena de piojos, igual que yo, mi beba estaba desnuda. Estuvo todo el tiempo con un pañal.... que eso fue lo que conseguí que un guardia que se apiadó de mí me trajera un pañal, y en el momento en que me liberaban, me trajeron un enterito color celeste, con un pañal estuvo quince días. Tenía el privilegio de que me dejaban ir al baño una vez al día para lavar el pañal, y me trajeron un cajón de escritorio para poner a mi beba. Se llenó de pulgas. Yo pasaba el día sacándole las pulgas. Nunca había visto piojos, creo que eran piojos blancos, nunca los había visto. Después me dijeron que se llaman piojos de costura, yo estaba llena de piojos... y mi bebita también. Me dieron mi beba y la pude vestir. Este señor pedía desesperadamente que alguien me diera ropa. Yo estaba hecha una bruja, con un camisón con ojotas, me ataron las manos, me vendaron los ojos y uno de ellos llevaba mi nena. Cuando bajamos la escalera, escuché que uno de los guardias decía... Apagá la luz, o querés que nos vea todo el barrio. Hoy sé que esa escalera tiene vidrios que dan a la calle y que se ve desde afuera. La gente que baja y sube. Me metieron en un auto, me soltaron las manos, me dieron mi beba. Era un auto oscuro, creo que era un Renault, un Renault 12 negro o azul oscuro, iban dos personas adelante y una persona conmigo atrás; me amenazaron nuevamente de que no hablara, que no gritara, que no los mirara, que no me moviera, iba vendada. Hicimos un largo camino. Yo ya lo conocía; por fin estacionaron; unas cuadras antes me sacaron la venda. Me dijeron que si abría los ojos me mataban... Estacionaron, abrieron la puerta y me dijeron bajate, no mirés para atrás o te matamos. Me dejaron en la calle, en la calle Mitre entre Alcorta y creo que la otra se llama Correa, exactamente a una cuadra y media de donde vivo hoy, a tres cuadras o cuatro de donde vivían mis padres. Con mi beba, sin documentos, sucia, en camisón, con ojotas, caminé esas tres cuadras. Y toqué timbre en la casa de mi madre. Sr. presidente... ahí terminó mi infierno... El de miles continúa.  Yo debo decir, Sr. Presidente, porque sé que Ud. me lo va a preguntar... Yo no militaba en ningún partido político, yo trabajaba en la Asociación de Docentes e Investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas... Después del golpe la prohibieron, ni tampoco, ni eso, "ADIFSE" era la sigla. Yo, Sr. presidente, no militaba en ningún partido político... pero mis ideas eran públicas, yo era docente investigadora de la facultad. Mis compañeros me conocían, me querían. .. Todos sabían cuál era mi posición política, no era ningún secreto. Yo fui profundamente antigolpista, dentro de mis posibilidades, con mis compañeros de trabajo que algunos decían que esto no se aguanta más... Yo decía, un golpe va a ser peor para nuestra patria, va a sembrar hambre y destrucción. Durante la época de la dictadura, lo poco que viví adentro de la facultad, efectivamente, me opuse a ello, dentro de mi lugar de trabajo.

Dr. Ledesma: 
Está bien Sra. ¿alguna otra circunstancia de interés sobre los aspectos de su detención, o alguna otra cosa que haya quedado sin decir ... ?


Laborde: Sí... Pienso que es importante decir...

Dr. Ledesma: 
Lo más sintéticamente posible.


Laborde: Que al día siguiente de mi libertad, fuimos a la facultad con mi marido, hablamos con el decano, le contamos nuestra experiencia. Pedimos que se nos incorpore a nuestro lugar de trabajo, se nos había suspendido. Una suspensión recautelar, nos habían aplicado por abandono de cargo, ahí se inició, Sr. presidente, un trámite que duró 6 meses, pedíamos que se nos reincorporara, pedíamos que se nos pagaran los sueldos, ese expediente está en la Universidad de La Plata, nunca nos reincorporaron. Yo renuncié el 11 de agosto, agotada de tener que ir a las juntas médicas que me exigía la universidad que fuera, juntas médicas de psiquiatría para demostrar que no estaba en condiciones de hacerme cargo de los alumnos, Harta de eso, renuncié el 1 de agosto, y a mi marido lo echaron por abandono de cargo... Y aún no nos reincorporaron Sr. Presidente. Un año y medio después de haber pedido la reincorporación. Ese día que fuimos a La Plata aproveché para hablar con todos mis compañeros, con todos mis amigos, con todas las autoridades, aproveché para avisarles a la mayor cantidad posible de familias de La Plata, así le avisamos a la familia de FOSATTI, a la familia de ORTEGA, a la familia de LEGUIZAMON, a la familia de BONAFINI, no recuerdo a quién más, a la familia de LA CUADRA por teléfono, algunos avisos llegaron, otros no. Viajamos a Mar del Plata porque mi familia nos mandó a Mar del Plata, no queríamos irnos del país, rechazamos la beca, no queríamos irnos... pero nos tuvimos que ir de La Plata, nos aterrorizaron, tuvimos miedo. Perdimos nuestros trabajos, perdimos nuestra casa, perdimos nuestros amigos, nos quedamos sin trabajo, nos tuvimos que ir. A mí lograron aterrorizarme, Sr. presidente, por suerte no lograron aterrorizar a todo el pueblo, hubo madres, hubo abuelas, hubo familiares Sr. que los enfrentaron y hoy... Estoy aquí pidiendo justicia. Creo que no tengo nada más que decir...

Dr. Ledesma: 
Sr. fiscal, ¿alguna pregunta?


Dr. Strassera: Ninguna pregunta Sr. presidente.


Dr. Ledesma: ¿Las defensas quieren formular alguna pregunta? Muchas gracias. Sra. su testimonio ha terminado.


Testimonio respecto de Alicia Raquel D'Ambra

Buenos Aires, 26 de mayo de 1999



Adriana Calvo, de nacionalidad argentina, manifiesta que:

* Fue secuestrada el 4 de febrero de 1977 en la ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires.

* Permaneció en cautiverio hasta el 28 de abril del mismo año, siendo trasladada a distintos campos de concentración.

* El 15 de abril fue trasladada al denominado Pozo de Banfield, sito en la intersección de las calles Siciliano y Vernet de la localidad de Banfield, Provincia de Buenos Aires.

* El 16 de abril conoció a Alicia Raquel D’Ambra quien estaba también secuestrada en ese lugar.

* Compartió el cautiverio con ella hasta el 25 de abril, fecha en que Alicia fue trasladada con destino desconocido junto a un numeroso grupo de personas.


* De lo conversado con Alicia puede recordar:


que había sido secuestrada a mediados del año 1976, junto a Manuela Santucho y Cristina Navajas de Santucho.
que las tres fueron llevadas primero al campo de concentración conocido como Automotores Orletti y luego a Campo de Mayo.
que en Automotores Orletti fueron brutalmente torturadas.
que en Campo de Mayo fueron interrogadas por oficiales del Ejército Argentino de alta graduación.
que a fines de 1976 fueron trasladadas al Pozo de Banfield.

Autoriza a presentar este testimonio ante la justicia alemana y queda a su disposición para ampliarlo.

Buenos Aires, 26 de mayo de 1999.
Adriana Calvo

Fuente: Desaparecidos








La pesadilla del Papa: León Ferrari, el “artista blasfemo” que no se calla / Celina Chatruc, La Nación, Buenos Aires, 25 de febrero de 2018

Crédito: Gentileza PST LA/LA



Celina Chatruc


"Ojo por ojo, diente por diente”, dice una voz. “El que gana, gana; el que tiene, tiene”, afirma otra. “¿Tendremos otro Vietnam?”, pregunta una tercera. Así se suceden durante ocho horas corridas las frases que León Ferrari (1920-2013) seleccionó para Palabras ajenas, dramáticocollage creado con citas de decenas de personajes reales e imaginarios. Entre ellos, Adolf Hitler, Joseph Goebbels, Lyndon B. Johnson, Cristo y el papa Pablo VI.


A cinco décadas de su debut en el Arts Lab de Londres, comienza a tener eco internacional este laborioso trabajo del artista argentino contra el horror de la guerra, las dictaduras y todo tipo de abuso de poder. Días atrás se representó en el Pérez Art Museum Miami la pieza que se había montado hace unos meses –por primera vez en forma completa– en el centro Redcat de Los Ángeles, en el marco del ambicioso proyecto Pacific Standard Time LA/LA. Y pronto llegará al madrileño Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en un camino que también podría llevarla a México, San Francisco, Berlín y Buenos Aires, donde solo fue interpretada en 1972.


“Hoy es un día que cambiará la historia del arte”, aseguró la coleccionista Patricia Phelps de Cisneros el 12 de septiembre último en el auditorio del museo Getty, cuando un adelanto de esa puesta en escena acompañó el lanzamiento de PST LA/LA. Entre el público se contaban veinticinco periodistas de nueve países y Andrea Giunta, asesora clave en esta nueva conquista de Ferrari.


Tarde le llegó el reconocimiento al artista/ingeniero que llegó a ganar en 2007 el prestigioso León de Oro en la Bienal de Venecia. Tres años antes, al grito de “¡Viva Cristo Rey, carajo!”, un hombre había roto una de sus obras en el Centro Cultural Recoleta. Allí acababa de inaugurarse una retrospectiva curada por Giunta que combinaba símbolos religiosos y objetos eróticos; declarada “blasfema” por el entonces cardenal Jorge Bergoglio, fue visitada por más de 70.000 personas. “Nunca un artista tuvo tanta publicidad”, respondería más tarde con humor Ferrari, al rebautizar la obra con el título Gracias, Bergoglio.


Allí se exhibió La civilización occidental y cristiana, instalación que muestra a Cristo crucificado sobre un avión de combate estadounidense cayendo en picada, que había sido censurada antes de ser montada en 1965 en el Instituto Torcuato Di Tella. La misma que se convertiría décadas más tarde en una de las más fotografiadas de la Bienal de Venecia y que ilustra la tapa de Palabras ajenas (1967), libro reeditado y traducido el año pasado al inglés.


En un momento bisagra para la historia de Estados Unidos, este texto coral llega al corazón de la megapotencia dirigida por Donald Trump para hablar –con sus propias palabras– sobre el vínculo interminable entre el imperialismo, el fascismo y el autoritarismo en todas sus versiones.


“El espectáculo no tendrá principio ni fin: ya habrá empezado cuando el primer espectador entre en la sala, y solo se terminará cuando el último se haya ido”, escribió Ferrari en el prólogo de Palabras ajenas, donde señala su intención de que la puesta en escena altere “la relación espectador-actor, eliminando o reduciendo las diferencias que los separan”.


Diez años después desaparecería su hijo Ariel, secuestrado durante la dictadura militar, mientras él se encontraba exiliado con el resto de su familia en Brasil, donde vivió hasta 1984. En 1996 ilustró la reedición del Nunca más, publicada en fascículos por Página/12.

Hoy, a casi cinco años de la muerte de Ferrari, su legado sigue creciendo. El primer catálogo razonado de sus dibujos será publicado en agosto por el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, que le dedicó una gran exposición en 2014 y restauró junto a sus nietas el taller de la calle Pichincha al 800, en San Cristóbal. Se alojarán allí parte de las diez mil obras creadas durante más de sesenta años por un artista que aún no se calla.



Por: Celina Chatruc
La Nación, Buenos Aires, 25 de febrero de 2018

Fuente: La Nación



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Carlos Giménez y un galardón a su medida: Premio Nacional de Teatro de Venezuela /La voz del Interior, Córdoba, 21 de julio de 1990.


"Es un premio para María Teresa Castillo y Carmen Ramia, porque sin esas dos mujeres audaces, apasionadas por la cultura, nada de lo que  hoy vive el teatro venezolano hubiera sido posible". Y así Carlos Giménez, con su proverbial modestia, sigo compartiendo su premio con todos sus colaboradores actuales y pasados  en el teatro de Venezuela. "El premio que me han concedido -dijo a El Nacional -  es para toda la juventud que está buscando desesperadamente una vida mejor en el arte".

Fuente: Ana Lía Cassina. Archivo: Carmen Gallardo







Tenía 11 años, jugaba en la ESMA y vio una mujer encapuchada y con cadenas que nunca pudo olvidar / por Tali Goldman, Infobae, Buenos Aires, 26 de junio de 2019

LA NENA QUE JUGABA EN LA ESMA 

por Tali Goldman


En el Día Internacional en Apoyo de las Víctimas de la Tortura, vale recordar este texto publicado por Anfibia.

Andrea Krichmar

De niña, Andrea Krichmar fue a jugar adonde trabajaba el papá de su mejor amiga. Allí vio cómo dos hombres con armas apuntaban a esa mujer. Más tarde empezó a preguntarse quién había sido esa ella, si la habrían torturado, si la habrían matado. Su testimonio fue clave para demostrar que allí funcionó un centro clandestino de detención. 



En la primavera del 76 Andrea entró a la ESMA para jugar con su mejor amiga.
El padre de su compañerita era el vicealmirante Rubén Chamorro


Andrea Krichmar levanta la vista. Del otro lado de la ventana, a pocos metros, se acerca un Ford Falcon verde. Estaciona. De allí bajan dos señores armados. A los pocos segundos baja de ese mismo auto una mujer encapuchada y encadenada. El cuerpo, lánguido, y el pelo que sobresale por debajo de la capucha. Los señores le apuntan. Caminan. Y desaparecen de su vista.
—Berenice, ¿qué es eso?
—¿Viste como hacen en Swat, que persiguen a la gente en patrullas? Bueno, algo parecido.
"No te vas de esta casa si no te llevás un saquito", le había dicho su madre. Andrea le dijo que no hacía falta, que hacía calor. Pero su madre insistió. Tenía once años e hizo un berrinche: le dijo que no quería llevarlo en la mano, entonces la mamá le prestó una cartera y le dijo que lo pusiera ahí adentro. Luego, la alcanzó a la casa de Berenice, en la calle José de Bonifacio en el barrio de Caballito. Andrea y Berenice se abrazaron. Estaban muy excitadas.
Era la primavera del año 1976 y en un rato iban a ir al lugar en el que trabajaba el papá de su amiga. La mamá de Berenice les dijo que en un ratito las pasarían a buscar. Andrea y Berenice se subieron al auto. El chofer puso primera. La madre las saludó con la mano y vio marchar al Falcon verde con su hija y su amiguita.
Berenice le había contado que la casa en la que trabajaba y vivía su papá era muy, muy, muy grande. Que ocupaba muchas manzanas. Que había un jardín enorme y que en la casa podrían ver películas y jugar al billar.
El Falcon verde esperó la orden detrás de las rejas y entró.
Cuando Andrea entró a la ESMA quedó impactada- No era una casa normal como la que vivía ella.
Era un predio gigante, con muchos edificios y un jardín gigante


Andrea se quedó impactada. No se trataba de una casa normal como la que vivía ella. Era un predio gigante, con muchos edificios. El chofer del auto les hizo un recorrido. Les explicó que allí dormía y trabajaba más gente.
Estacionó en el lugar en el que trabajaba el papá de Berenice. Entraron. Él las estaba esperando en el comedor.
Al papá de Berenice le llamaba la atención la carterita que tenía Andrea.
—¿Qué tenés ahí adentro? —le preguntó.
Andrea se sintió intimidada:
—Un saquito, le respondió en voz baja.
—¿Un saquito? —volvió a insistir, como si la interrogara.
—Sí, me lo dio mi mamá por si tenía frío.
El papá de Berenice agarró la cartera de la amiga de su hija y la revisó.
Rubén Chamorro-alias Delfín-vicealmirante de la Armada, director de la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) y responsable directo del Grupo de tareas 3.3.2 comprobó que efectivamente había un saquito. La miró a los ojos y le devolvió su cartera.
En un ratito estaría servido el almuerzo, dijo.

Andrea y Berenice iban juntas a la Escuela Torcuato de Alvear en Caballito. Desde primer grado habían decidido ser mejores amigas. Después del colegio muchas veces jugaban juntas.
La directora, María Elena, tenía un esposo militar. Andrea y Berenice estaban en el B. Lo más divertido era cuando en los recreos Berenice salía del aula y entraba dando una patada a la puerta y rodando por el piso. Imitaba la presentación de la serie del momento, Swat, escuadrón policíaco. Todas tarareaban el jingle y aplaudían a su amiga mientras hacía su show.
Berenice tenía cuatro hermanos varones más grandes. Ella era la única mujer y la más chiquita. Un día, Andrea había ido a la casa de su amiga, una casa austera, fría. Mientras jugaban, uno de los hermanos empezó a cantar una canción que a ellas les dio risa, decía así: "Los muchachos Perón… no lo podemos decir". Ellas lo imitaban. Muchos años después, Andrea entendería que en la casa de su amiga Berenice había aprendido las estrofas de la marcha peronista, aunque versionada por el hijo de un militar.
Almuerzo en la ESMA
Rubén Chamorro, mano derecha del Almirante Emilio Eduardo Massera, se sentó en la punta. Andrea y Berenice a los costados. Varios mozos con guantes blancos les ofrecieron Coca Cola. Andrea aceptó y le trajeron una botella de vidrio chiquita. Ella nunca había visto algo así. En su casa, a lo sumo, compraban la bebida grande. Estaba fascinada.

La “huevera”. Así llamaban a la sala de torturas. El artefacto amarillo servía para destruir papeles;
los sobrevivientes lo habían bautizado “cocodrilo”

Cuando terminaron de comer, Berenice le preguntó si quería ver una película. Andrea le dijo que sí. En la pantalla grande se proyectó Drácula en Super 8. Cuando terminó la película de terror, Berenice le dijo que le quería mostrar algo y que para eso tenían que ir a la pieza del papá. Fueron rápido para que nadie las viera. Cuando estuvieron solas con la puerta cerrada Berenice abrió el placard. "Mirá", le dijo. Andrea se quedó dura. En el placard no había ropa, había más de una decena de armas. Conteniendo el aliento, Berenice la volvió a desafiar. "Y mirá lo que hay debajo de la almohada". Andrea se dio vuelta y vio que su amiga le mostraba un objeto que sólo había visto en su serie favorita: una granada. "Y mirá lo que hay acá", volvió a decirle a su amiga, ya por tercera vez. Berenice abrió el cajón de la mesita de luz, Andrea tomo aire y se acercó: había una pistola.
La inspección al Casino de Oficiales de la CONADEP


Antes de volverse, Berenice la invitó a jugar al billar. Era una sala enorme en la que podían estar solas sin que nadie las molestara. Pero en medio de la partida, Andrea levantó la vista y miró por la ventana y vio a la mujer encapuchada y encadenada. El cuerpo, lánguido, y el pelo que sobresale por debajo de la capucha. Volvieron en el mismo Falcon verde a la casa de la calle José de Bonifacio. La mamá de Andrea la fue a buscar y volvieron para su casa. Ninguna de las dos dijo nada.
La mujer encadenada y el testimonio del horror
Con el regreso de la democracia, en las primeras marchas organizadas por Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y organismos de Derechos Humanos, Andrea estaba siempre presente. Se escabullía entre las mujeres de pañuelos blancos que llevaban la foto de sus hijos. ¿La habrían torturado? ¿La habrían asesinado? ¿Habría tenido un hijo?¿Habría sido víctima de los vuelos de la muerte? Miraba las fotos en blanco y negro y pensaba cuál sería la mujer que había visto encapuchada siete años atrás. El cuerpo, lánguido, y el pelo que sobresale por debajo de la capucha. Nunca se lo había dicho a nadie.
Cuando cumplió veinte años se acercó a la CONADEP preguntando si su testimonio podía ayudar


En 1985. Andrea ya había cumplido veinte. La CONADEP comenzaba a gestarse y las publicidades para incentivar a que cualquier ciudadano que supiera, conociera o hubiera sido víctima o familiar de desaparecido se presentara a dar testimonio invadían las radios, los diarios y los canales de televisión. Andrea se sintió interpelada por esos spots ¿Era el momento de hablar?
Ese día de septiembre había paro docente. Andrea aprovechó que tenía que ultimar unos detalles administrativos en el centro. Estaba con su novio Alejandro, el único con quien había compartido su historia. Por esas casualidades del destino, antes de ir a las oficinas para hacer los trámites pasó por la puerta del Teatro San Martín, lugar en el que la CONADEP tenía sede para recabar los testimonios.
Sentía que lo que tenía para decir no tendría valor, que no iba a servir, pero tenía una deuda con esa mujer. Entró y sacó un número. Delante de ella había 24 personas. Empezó a sentirse mal, le bajó la presión. Se acercó a la chica que organizaba la fila.
—Mirá yo tengo algo muy corto para decir y quiero saber si sirve porque sino me voy. Yo era amiga de la hija de Chamorro, que era el jefe de la ESMA. Cuando yo era chiquita fui a pasar el día ahí y en un momento vi a una mujer que baja de un auto encapuchada y encadenada, decime si esto sirve o no porque sino me voy.

La chica de los numeritos le dijo que esperara ahí. En menos de cinco minutos, cuatro hombres de traje bajaron por las escaleras buscando a la chica de pelo rubio y ojos celestes que tenía un testimonio que podría servirles. Le dijeron que por favor los acompañara. Entraron a una oficina en la que había cuatro o cinco escritorios. Andrea estaba en el medio. Y contó lo que sabía.
—Usted no tiene idea de la dimensión que tiene su relato —dijo uno.
—Somos los abogados que nos ocupamos específicamente de la causa ESMA –le explicó otro—. Trabajamos mucho para demostrar que en la ESMA funcionó un centro clandestino de tortura y detención.
—Su testimonio va a ser clave en lo que estamos haciendo.
—Si tuviéramos una botella de Champagne la descorcharíamos.
En algunos meses, Andrea estaría sentada en un banquillo y juraría decir la verdad, y nada más que la verdad. Sentía alivio, pero sobre todo felicidad.
La última vez que las dos amigas de la infancia se vieron fue en un bar cerca de Acoyte y Rivadavia. Entre 1982 y 1983. Aún eran adolescentes. Frente a frente en una mesa, la charla no fue fluida. Atrás había quedado el juego de Swat y las películas de terror. Andrea sintió que algo había cambiado, su amiga ya no era la de antes. La sentía ida, vacía. Distinta a aquella vez en el acto escolar, Andrea en el medio, Berenice junto a ella.
Unos años más tarde, se enteró que Berenice Chamorro se había suicidado.
—Berenice fue una víctima, de eso no tengo dudas.
El Sitio de la Memoria
Es el segundo día consecutivo que visita el Sitio de Memoria de la ESMA, los ojos se le ponen vidriosos y la garganta a veces se le seca.
—Este era el living, ahí vimos Drácula, la mesa estaba acá. Él se sentaba allá y nosotras acá.
Después de aquella visita en 1976, Andrea recién volvió a pisar la Esma aquel 24 de marzo de 2004, cuando Néstor Kirchner decidió abrir las puertas de ese centro del terror .




Andrea nunca pudo olvidar a aquella mujer encapuchada que vio en su niñez, siente que le debe algo.
Y la sigue buscando


Mientras camina, Andrea recuerda.
—Esa es la ventana por la que yo la veo. Sí, y ahí estaciona el Falcon. Es ahí.
Andrea habla en presente. La recuerda en presente. Y siente que aún le debe algo.
—Esto es algo entre ella y yo —dice como si fuera el título de una película.
Lleva la marca de la historia más trágica de la Argentina casi de casualidad, sin querer.
Pero, aun así, quiere saber quién era esa mujer a la que vio. Qué le pasó después. Por eso sigue hablando, cuenta, testifica.

Original de esta entrevista: Revista Anfibia
Subtítulos, fotos y pie de fotos: Infobae




                                                                   Fuente: Infobae  

Scorsese’s New Dylan Documentary Is the Rebirth Myth America Needs, by Mike Hogan, June 10, 2019, Vanity Fair


Joan Baez & Bob Dylan. Photo: Netflix



Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story by Martin Scorsese tells a timely poetic truth, if not a journalistic one. Under the circumstances, that might be understandable.



BY
MIKE HOGANJUNE 10, 2019

There is a scene in Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story by Martin Scorsese in which Bob Dylan and Joan Baez talk with rare candor about their much-mythologized relationship. Dylan, who infamously dumped Baez during his 1965 tour of England, tells Baez they might have ended up together if she hadn’t gone off and gotten married. Baez points out that it was Dylan who got married first. Dylan, who seems a bit spaced out, pauses for a long time. Then the answer comes: “Yeah, but I married the woman I love.” Baez replies, “And I married the man I thought I loved.”

At that, Dylan goes from bashful to gloating in record time. Thought, he wants Baez to know, is what ails her. “Thought will fuck you up! See, it’s the heart; it’s not the head.”

The effort required to unpack this single scene tells us a lot about both the impossibility of ever getting a straight version of Dylan’s story and the way that challenge is met by Martin Scorsese, who first captured the singer-songwriter on film in 1978’s The Last Waltz, and later directed the seminal biographical documentary No Direction Home: Bob Dylan (2005). To begin with it’s not even clear if the Baez-Dylan encounter is real life or acting. The reason we have so much revelatory footage of 1975’s Rolling Thunder Revue tour is that Dylan hired two film crews to document it for what became the nearly four-hour art film Renaldo and Clara, in which Baez, Dylan, and his wife, Sara, form something like a doomed love triangle.


Rolling Thunder Revue barely acknowledges the existence of Sara, who would split from Dylan in a messy, expensive divorce just two years later. But according to his biographers, Dylan in 1975 was frantically trying to win her back—even as he was rumored to be sampling the many sexual opportunities available to him as perhaps the world’s most celebrated rock-and-roll genius. Baez, for her part, had amicably divorced her husband in 1973. Who loved whom, and who just thought they were in love? Hard to say.

One thing is for sure, though: Dylan really did believe that thought will fuck you up. How much of this was strategy, and how much was sheer perversity, is open to debate, but the effect was the same. The Rolling Thunder tour represented a breakthrough in Dylan’s understanding of how manufactured chaos and enforced spontaneity could enable him to pierce the bubble of wealth, power, and fame that had enveloped him over a decade earlier, so he could make some music with a genuine spark of life. And this documentary represents a new effort, by Dylan and Scorsese, to confound those seeking for anything as mundane as the objective truth.

Scorsese’s implied thesis is that this effort by a burned-out singer-songwriter to recapture his muse had a larger meaning. It was a quest on the eve of the Bicentennial to resuscitate the optimistic, can-do spirit of America, which had run aground on the twin shoals of Vietnam and Watergate.

I’m not convinced that’s what Dylan was really trying to do. After saying that “life isn’t about finding yourself, or finding anything,” he eventually cops to searching for “the holy grail.” But that strikes me as his usual wordplay-as-evasion tactics. It might even be pure, unadulterated bullshit. Nevertheless I think there are lessons for 2019 America in this very 1975 adventure. And so what if there aren’t, when we’re having so much fun, and listening to so much great music, with so many brilliant, talented, interesting, and/or attractive people?



Source: Vanity Fair








Joan Baez Steals Bob Dylan’s Rolling Thunder in New Netflix Documentary By Anna Menta, Decider, Jun 12, 2019


And that’s the story of how Joan Baez has been calling out celebrity worship 
culture since 1975. All hail the queen of shade.

Joan Baez & Bob Dylan. Photo: Netflix
“Joan Baez and me could sing anything,” commented a present-day Dylan, in a rare moment of sentimentality. “We could sing together in our sleep. As a matter of fact, 
lot of times when I was sleeping, I’d hear her voice.”



Joan Baez & Bob Dylan. Photo: Netflix



Bob Dylan is famously tight-lipped when comes to talking to the press—or indeed, talking to pretty much anyone. True story: When I was 14 years old, I went to a Bob Dylan concert with my family, and he didn’t say a word to the audience the entire time. (And the audience loved it.)
In Martin Scorsese‘s new Netflix documentary, Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story by Martin Scorsese, Scorsese does get Dylan to talk, I assume because he’s Martin Scorsese. (It also helps that this documentary, which follows Dylan’s 1975 Rolling Thunder Revue concert tour, is Scorsese’s second Dylan film, the first being No Direction Home in 2005.) But the real star of the film is, in my humble opinion, Joan Baez.
If you don’t know who Joan Baez is, you’ll want to know after this film. Baez may never have reached the superstardom of Dylan, but she’s a beloved figure in American music nonetheless. As a folk singer-songwriter in the 60s and 70s, she was known for writing and covering protest songs about social justice. In addition to touring with Dylan, she also dated him in the early 60s, a relationship which inspired her most famous song, 1975’s “Diamonds & Rust.” Two years ago, Baez was finally inducted into the Rock & Roll Hall of Fame, for which she delivered a spectacular speech.
Baez sparkles in Rolling Revue, both in her interviews from present-day (she and Dylan are both 78) and in the archival footage. In one scene from 1975, the two croon “I Shall Be Released,” and you can hear how perfectly their voices blend.
“Joan Baez and me could sing anything,” commented a present-day Dylan, in a rare moment of sentimentality. “We could sing together in our sleep. As a matter of fact, lot of times when I was sleeping, I’d hear her voice.
The present-day Baez had a slightly-less-rosy view of the Rolling Revue tour, and she had little patience for Scorsese’s attempts to dig up nostalgic anecdotes. (“Get to the point,” she implored, after one particularly leading question.) But one delightfully shady anecdote from Baez stands out—the time she dressed up as Dylan, to see if people might treat her differently. Spoiler alert: They did.
“I’d put these beard markings and mustache on”,  recalled Baez, “Then I’d put his hat on, and some white face”.  The disguise fooled several roadies, who, Baez discovered, tripped over themselves to give “Dylan” whatever he wanted.
I said, ‘Gimme some coffee,'” Baez said with a laugh, “and instantly, people got me some coffee. ‘Do you want this? Do you want this? Do want milk? Do you want sugar?'”
“They treated me the way they treated Bob,” marveled Baez. “It was amazing!”
And that’s the story of how Joan Baez has been calling out celebrity worship culture since 1975. All hail the queen of shade.
 Anna Menta, Decider, Jun 12, 2019


Carlos Giménez: "Casas Muertas es una obra conmovedora que trae a los jóvenes la visión de un país que no conocieron", entrevista de Mireya Mata, fotos Julio García (Canelo), diario 2001, Caracas, 13 de abril de 1987





"Yo no vi las casas, ni vi las ruinas. Yo sólo vi las llagas de los hombres y las mujeres.
Se están derrumbando como las casas, como el país en el que nacimos.
No es posible soportar más.
A este país se lo han cogido cuatro bárbaros, veinte bárbaros, a punta de lanza y látigo.
Se necesita no ser hombre, estar castrado como los bueyes, para quedarse callado, resignado y conforme, como si uno estuviera de acuerdo, como si uno fuera cómplice (...).
Los que mandan son cuatro, veinte, cien, diez mil.
Pero los otros, los que soportamos los planazos y bajamos la cabeza, somos tres millones.
Yo sí creo que se puede hacer algo.
Yo no soy un iluso, ni un poeta del pueblo, sino un llanero que se gana la vida con sus manos, que ha criado becerros, que ha domado caballos.
Y sé que se pueda hacer algo.
(...).

El civilismo de los estudiantes terminó en la cárcel.
Los hombres dignos que han osado escribir, protestar, pensar, también están en la cárcel, o en el destierro, o en el cementerio.
Se tortura, se roba, se mata, se exprime hasta la última gota de sangre del país.
Eso es peor que la guerra civil.
Y es también una guerra civil en la cual uno solo pega, mientras el otro, que somos casi todos los venezolanos, recibe los golpes".

Miguel Otero Silva

Casas Muertas


1955

Nota: la separación de los párrafos no es de MOS sino de este blog.


Fuente: 
Ana Lía Cassina. 
Archivo: Carmen Gallardo.