Entrevista a la autora en vísperas del 44 aniversario de un hito del horror de la dictadura
Emilce Moler y su nieta Juanita |
Decidió escribir
porque las entrevistas no le daban el tiempo para responder con profundidad,
porque necesitaba contar ella su propia su historia, por la necesidad de desmitificar
el rol de "sobreviviente" heroica en el que quedó cristalizada y
agregarle dudas, inseguridades y dolores. Y por la "obligación" de no
olvidar que se impuso desde que salió de Devoto.
Por Ailín Bullentini
¿Cuántas
veces habrá contado Emilce
Moler que fue secuestrada el 17 de septiembre de 1976?
¿Cuántas detalló que pasó un tiempo en diversos centros clandestinos del Circuito Camps antes de ser “blanqueada” a
cargo del Poder Ejecutivo Nacional en la cárcel de Devoto, de donde salió bajo
libertad vigilada en 1979? ¿Cuántas veces se la presentó, en entrevistas o
charlas, de ésas que da año tras año a estudiantes secundarios y
universitarios, como “sobreviviente” de
las Noche de los Lápices? Ella se identifica más como “ex detenida desaparecida”, dice en esta entrevista con PáginaI12. En esta ocasión, una
entrevista que no tiene por objeto el recordatorio de uno de los hechos que se
convirtieron en hito del horror del genocidio de la
última dictadura cívico militar, sino más bien revisar las razones que la llevaron a
escribir, en primera persona, su versión de la historia. Y surgió un libro: “La larga noche de los
lápices” (lo presentó a través de una charla vía zoom, pero
circula desde hace algunas semanas). Algo que ella calificó como “un acto de reparación personal muy
fuerte”
“Desde
el momento que me
identifiqué, más que sobreviviente, como ex detenida desaparecida y decidí contar lo que viví
para que se sepa, transité mi vida con el dilema de avanzar en lo cotidiano, de construir mi futuro, pero también de no olvidar. Como todos los
ex detenidos desaparecidos que eligieron contar. Un equilibrio que hemos
tratado de sostener, por momentos más fáciles y otros más complejos”, dice
Moler sobre la “responsabilidad del
no olvidar” y del “contar”
que sintió el momento en el que salió de Devoto y miró
hacia arriba y vio los árboles y el cielo y las nubes. Durante muchos años,
todos hasta ahora, contó lo que le ocurrió a ella, a sus compañeros, a toda una
generación, desde la oralidad: “Es decir, otros escribían lo que yo hablaba. Y fui sintiendo, con el
tiempo, que había que
explicar muchas cosas más de las que salían impresas para que hubiera una
comprensión total de los hechos. Por otro lado sentía, que cada vez en las
entrevistas había menos tiempo para explicar. Sentía que se iba simplificando la
historia cuando en
realidad había que complejizarla, profundizarla, para que hubiera una
comprensión, un verdadero
legado”.
--¿Entonces ahí decidió sentarse a escribir?
--Siempre
le di mucho valor a la palabra escrita. Lo que nunca pensé es que sería yo
quien escribiera mi historia. Siempre imaginé contarle a alguien y que otro escribiera.
Tuve intentos, pero no
lo sentía propio. Durante el macrismo, un tiempo de introspección que a todos nos replegó
un poco, decidí hacer un taller
de letras con el objetivo de bajar lo que me pasó a un escrito. Primero fue con la idea de generar relatos
para mi familia y
amigos. Después devino en libro.
--¿Qué necesitaba explicar más en profundidad para que se entendiera su
secuestro y el secuestro y desaparición de sus compañeros de militancia?
--Cada relato del libro responde a preguntas que
me hicieron en entrevistas a lo largo del tiempo y que me
resultaba imposible responder brevemente. ¿Cómo era la
militancia de los ‘70?, por ejemplo ¿Qué sentiste cuando te
detuvieron? ¿Cómo era la relación con tu familia? ¿Vos sabías lo
que te iba a pasar? Si tirás del piolín de esa pregunta, uf… Por otro
lado, me pasaba que a partir de una construcción que fue realizándose de los
hechos, los jóvenes con los que elegí compartir mi historia (suelo dar charlas
en secundarios, participar de movilizaciones y actos vinculados a la juventud),
tenían una imagen preconcebida de mí en tanto militante secundaria de
aquellos años, en tanto ex detenida desaparecida de La Noche de los
Lápices, como si yo hubiera nacido envuelta en una bandera
revolucionaria o que era la que iba al frente de todos. No tenía nada
que ver con mi historia y no quería que me recordaran con
características que no eran las mías. Los relatos que
integran el libro intentan desarmar todos los argumentos
que sirven para dar una respuesta completa y no simplificada a esas preguntas,
pero también desandan las verdaderas características de mi vida,
que no era rebelde, que venía de una familia antiperonista en la que no se
discutía de política, y las aristas que completan a una persona que a lo largo
de tantos años fue sosteniendo esta memoria y que insistió en transmitirla.
¿Qué me pasó durante todo ese tiempo? Hay un capítulo que se
titula “Emilce Moler y yo”... ¿Quién fue Emilce Moler, quién es
hoy? En el libro cuento cosas heroicas, que celebro, pero también
todas las dudas, las inseguridades, las contradicciones,
los miedos. Las broncas y las disculpas.
Los dolores. Todas cosas que ayudan a comprender a los
protagonistas de los procesos históricos para comprender en profundidad esos
procesos.
Entre respuestas a preguntas públicas también hay respuestas a inquietudes
íntimas, de sus hijos, como por ejemplo lo vinculado con su tiempo encerrada en
Devoto, algo que en general le preguntaron muy poco en entrevistas o charlas.
Va y viene entre el pasado y el presente. “Quisiera que se entienda que todos
tienen la posibilidad de construir un camino de militancia, de hacer. No se
necesitan determinadas cualidades”, sostiene.
--¿Qué significó la responsablidad de no olvidar y cuánto le costó ese
equilibrio que mencionó anteriormente?
--Fue muy fuerte. No bien salí de Devoto, todavía con libertad
vigilada, escribí detalles: nombres de personas que había visto, sobrenombres,
cosas que había visto. No sabía bien cuándo lo iba a usar porque todavía era
dictadura, pero los escribí. Sabía que servirían, de eso no podía olvidarme.
Pero recién tuve la noción de cuán importante era, de para qué servirían,
cuando tuve la entrevista con el Equipo Argentino de Antropología Forense, en
1985. A partir de las preguntas que me hicieron: me consultaban por la ropa de
algunas personas, si recordaba… es que la ropa es una de las últimas cosas que
se degradaba y podía llegar a ser un elemento de identificación. Ahí tomé
conciencia de que lo que yo sabía era un legado valioso para otros, ahí me dí cuenta
de que no podía olvidar. A partir de ahí empecé un ejercicio de memoria de
forma permanente.... Ya habían dejado de vigilarme, ya vivía en Mar del Plata,
ya tenía una hija, mi hija más grande es del ‘83.
--Era muy joven…
--Sí, pero no me sentí así nunca. Nunca fui joven. Declaré
contra Camps (Ramón Camps, el jefe de la Policía Bonaerense durante la
dictadura y quien tuvo a cargo los centros clandestinos que funcionaron en la
provincia de Buenos Aires, entre ellos los que transitó Emilce) cuando
tenía 25, 26 años, pero nadie tituló “declaró una joven de 26 años…”
Nuestra militancia la llevamos adelante con menos de 30 años, algunos menos de
20. Y nadie nos identificaba como “jóvenes”. Así que nunca fui joven: primero
fui “imberbe”, luego “subversiva”, después “presa política”. Y después ya fui
“vieja”.
--¿Qué le pasó cuando empezó a compartir su historia con chicos que son tan
chicos como lo eras usted entonces?
--Fue arrasador. Yo tenía 17 años cuando me secuestraron.
Y cuando salí en libertad me sentía muy vieja. Al poco tiempo tuve
que empezar a declarar en juicios y después nos convertimos en luchadores por
los derechos humanos, nunca jóvenes. El concepto de joven nunca lo experimenté.
Cuando irrumpió la juventud en mi vida, a modo de espectadora, digamos, fue un
quiebre. Porque yo veía las caras de esos chicos y en cada cara podía reconocer
a la de mis compañeros de militancia. Y al verlos y verme, no podía creer cómo
nos hicieron lo que nos hicieron. Más de una vez me quebré en esas
charlas. Ahora que les jóvenes tienen su espacio, su
alegría su libertad para militar, me da mucha satisfacción. Es
como que pone las cosas en su lugar. Así debería haber sido, así deberíamos
haberlo vivido, no como la represión y el terrorismo de Estado quiso. Nada
justificó el horror que pasamos, nada justificó el horror de negarles de
disfrutar la vida a mis compañeros, a mí.
--¿Cree que el libro fue un acto de justicia para consigo misma?
--Siento por un lado la satisfacción de la tarea cumplida.
Me da mucha satisfacción y curiosidad la recepción. En estos días me pasó
que participé de charlas con estudiantes en relación con el libro, chicos
y chicas que habían lo habían leído y que me devolvieron
interpretaciones bellísimas. Me dijeron que el libro se siente contado
desde una voz adolescente, intimista, se ven identificados. Ayer, por ejemplo,
estudiantes del Bellas Artes, un espacio que yo describo mucho en el libro, me
contaban que era como si nos estuvieran viendo por los pasillos. Haber logrado
esa voz creo que ayuda a comprender que era como ellos. Una piba más, en una
circunstancia política por la que llegó a la militancia y a la que le pasó la
dictadura. Por otro, creo que escribir el libro también fue un acto de
reparación personal muy fuerte. Fue un “acá hablo yo, ésta es mi historia con
todas las complejidades, ésta es la historia que yo siento que viví. Dejarla
escrita fue sumamente importante.