Un hombre de
sombrero mojado, con un saco viejo que alguna vez fue verde y brillante,
ubicaba -y asomaba- la cara sin afeitar al nivel de las ventanillas de los
carros, que apenas avanzaban unos metros por la Solano; bajo el sudor de su
rostro había una advertencia desesperada: “no me humille porque soy capaz de
matar”. La cursilería no hacía mella en el hombre, aun cuando apretaba contra
su pecho un paquete de rosas rojas y rosadas, envueltas en periódicos;
envueltas en Reagan, el Papa, las inundaciones, y las amarguras emanadas del
Fondo Monetario Internacional.
Otro hombre más
joven, que estaba vendiendo cajitas de toallas suaves, saltaba poseído por la
sonriente frustración que enferma a todos los habitantes de la ciudad. Todos
sonríen al borde del crimen, del precipicio, de la desesperación. Es como lo
único que recuerdan colectivamente de un curso por correspondencia: hay que
sonreír para poder vender.
Ese
congestionamiento de tránsito, hizo que Adriano González León entrara con
retardo al restaurante, donde ipso facto
le informaron que ya no había comida. Eso le pareció sin importancia, se quitó
el saco y pidió cualquier cosa que quedase por allí. Le sirvieron un plato frío
de espárragos, aceitunas negras y sardinas, que apartó para colocar un ejemplar
del libro “Del rayo y de la Lluvia”,
acabado de salir de la imprenta.
ESCRIBIR SIEMPRE
Del otro lado de
la ventana del restaurante, por encima del lomo gris de un Mercedes Benz, se
hace visible el hombre que vende rosas sin ofrecerlas. Tiene la vista fija en
Adriano, como tratando de recordar dónde ha visto ese rostro rojo, con
mandíbula de salamandra, que, sin lentes –acaba de quitárselos- parece desvalido
y demasiado tímido.
-¿Qué estás escribiendo ahora? –surge por inercia la pregunta
-Uno siempre
está escribiendo un cuento o una novela. Yo pienso que uno es escritor las 24
horas del día, aún sin realizar el fenómeno de la página, es decir, aún sin tapar
los blancos... cuando uno mira la ciudad, percibe el ser, aspira y siente un
olor, está escribiendo. La escritura, decía Henry Michaux, es reconocerse uno
mismo y yo pienso que la escritura es un acto soberano de vida, no un falso
profesionalismo para complacer la voracidad de los editores...
El hombre del
paquete de rosas tiene la cara pegada al cristal de la ventana y mira
detenidamente hacia Adriano, mientras la hilera de carros pasa con lentitud a
su espalda.
El escritor
enfatiza:
-¿Por qué uno tiene
que escribir siempre un libro cada tres meses o cada cuatro años para estar en
la actualidad literaria? Uno puede estar en el plano de la actualidad de los
silencios... cuando hablo de estas cosas cierta gente pensará que son
desplantes de uno, pero yo me arriesgo a asumir mi verdad creadora.
Adriano González
León está poseído por una manera de inventar espontáneamente, que brota sin
esfuerzo y sin control. A veces se descubre a sí mismo y escribe lo que se le
ocurre en un instante. En otras ocasiones todo se queda en una mesa de
cualquier lugar.
- Se dice que pierdes tiempo en charlas de café.
- No todos
nuestros actos están destinados a la eternidad, puede que su eternidad consista
en no durar sino una noche, al lado de los amigos que conversan o a la espera
en cualquier aeropuerto de una mujer desconocida –responde.
-Te salió un poema.
-Fundamentalmente
uno es poeta: ya Rubén Darío lo decía: “¿Quién que es no es romántico?”.
González León
explica que los textos de su nuevo libro, publicados antes en El Nacional, son un esfuerzo del
lenguaje por convertir en transcendentes muchos acontecimientos, aparentemente
banales.
- Nada de los
que se escribe es banal; yo he pensado siempre que no hay límites entre el
ejercicio periodístico y el ejercicio académico. Una noticia puede construir un
mundo y ser tan importante como “Las mil y una noches”.
- Pero este libro “Del
rayo y de la Lluvia” no es poesía y no es novela ¿cómo lo calificarías?
-Yo quise hacer
y no sé si lo he logrado, un libro que contuviera todas las presencias, un
libro donde fundamentalmente las palabras y las asociaciones construyeran el
centro del discurso. No me importaron la anécdotas coherentes ni las tramas:
ello es propio de los bestsellers y es lo que hace aborrecible aún a las
novelas más serias.
El hombre de las
rosas entra al restaurante y se recuesta de la puerta para observar mejor a
Adriano González León. Una rosa se queda aplastada contra la cerradura de la
puerta: parece a punto de gritar, pero el hombre no se da cuenta de ello.
-¿Por qué no has vuelto a publicar novelas?
-Las novelas no
califican forzosamente a un escritor. Valery decía que él se negaba
rotundamente a escribir “La condesa salió a las cinco y treinta”. Bretón se
caracteriza por ser anti género por excelencia; sus libros no son poemas, ni
relatos, ni ensayos, sino como él mismo decía: “un estallido, un sálvese quien
pueda”. ¿Y Borges? el más grande escritor vivo de la lengua ¡no ha escrito
jamás una novela!
Adriano González
León se exalta por momentos pero se relaja y sonríe cuando surge una pregunta
que debería alterarlo:
-Algunos
críticos han dicho que usufructúas una novela, que tu nombre vive de una
novela.
-Y soy abusivo
-dice- Hay alguien como Jorge Manrique que usufructúa 400 años un solo poema...
también critican mi vida con amigos en los bares y creo que todo eso ha sido mi
más grande enseñanza y mi más grande afecto; cada vez que escribo, cada vez que
se me ocurre alguna frase extraña, pienso ¿qué dirán mis amigos de Sabana
Grande?
“Yo me nutro del
permanente espectáculo que es existir, correr los riegos, provocar, recibir
imágenes y transformarlas”, susurra recogiendo su saco dispuesto a irse en
dirección a la Universidad.
Adriano pasa al
lado del hombre que abraza al paquete de rosas y se interpone entre los
vehículos que apenas avanzan por la Solano. El vendedor de las toallitas ha
rematado su mercancía y va de aquí para allá agitando la única mano que tiene.
El vendedor de
las rosas, con un raro desespero en la cara sudorosa, pregunta:
-¿Ese no es un
artista de televisión?
Nadie responde,
pero él con la boca abierta parece meditar algo, perseguir un frase en el
laberinto de su mente, hasta que hace el comentario que tenía en la punta de la
lengua:
-Yo creo que ese
artista me debe unas rosas desde la otra madrugada... ¿o me las pagó?
El Nacional,
17- 07-1981
Foto de Gabriela Pulido |
Nació en Venezuela, el 1° de noviembre de 1945.Vive en Génova, Italia.
En 1989 obtuvo el Segundo Premio Miguel Otero Silva de novela, Editorial Planeta. En el 2000 recibió el Pre
mio Municipal de Literatura, Mención Poesía, por su poemario Los Poseídos. Ha publicado cinco poemarios y nueve novelas. Desde el 2018 el Papel Literario de El Nacional creó la Serie José Pulido pregunta y publica las entrevistas que ha realizado a creadores y artistas.
Si se requiere información detallada sobre estas publicaciones, favor solicitarla a este correo: jipulido777@gmail.com
Forma parte de la Antología Por ocho centurias, XXI Encuentro de Poetas iberoamericanos, Salamanca, España, entre otras.
Ha sido invitado a festivales en Irak, Colombia, Brasil, Chile, España y Génova. Participó, en 2012, como invitado de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en Salamanca. En el 2018 y en el 2019 invitado al Festival Internacional de Poesía de Génova.
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