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Entrevista a Elisa Lerner, El Universal, marzo 2016





"Escribir implica soledad"








"El escritor venezolano siempre ha sido el último inquilino de una casa muy melancólica", dice Lerner, quien será homenajeada en el Festival de la Lectura de Chacao CORTESÍA VASCO SZINETAR







DULCE MARÍA RAMOS  ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL 
| 20/03/16

La escritora venezolana Elisa Lerner presentó hace días en Caracas su libro Así que pasen cien años, publicado por la editorial Madera Fina. La única mujer del grupo Sardio y fiel testigo de los momentos históricos que han marcado la vida política del país, ha sido homenajeada no sólo de forma literaria con la edición de este libro que reúne su obra como cronista; hace poco recibió el Premio de Literatura Filcar en el Festival Internacional del Libro del Caribe, realizado en la isla de Margarita; también será reconocida en el Festival de la Lectura Chacao, previsto para abril en Caracas.


Elisa Lerner fue una mujer avanzada para la sociedad de su época, aunque no lo reconozca. Empezó a escribir relatos a los 16 años y su primer cuento lo tituló Una muchacha excepcional. Sobre su último libro afirma que el escritor Rodrigo Blanco logró convencerla para publicar sus crónicas, asunto que siempre evitó por múltiples razones. Apasionada al cine, tema que toca en la mayoría de sus crónicas, recuerda que cada vez que se encontraba con el escritor Guillermo Cabrera Infante la llamaba "Lerner Hollywood". Por su parte, su hermana Ruth decía que tenía un aire a la actriz francesa Simone Signoret. La autora confiesa que no conserva las máquinas de escribir donde nacieron sus obras y afirma sin temor que le da pánico volverse a leer: "Es como si me estuviera espiando a mí misma".


-¿Siente que la publicación de Así que pasen cien años, como los homenajes recibidos son una forma de reconocer lo que ha hecho por la literatura venezolana?


-El escritor venezolano siempre ha sido el último inquilino de una casa muy melancólica. En ese sentido, pienso que estos homenajes son para la literatura venezolana y para el escritor venezolano. Con estos homenajes me siento muy contenta. Ahora recuerdo un episodio con el Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias, quien era muy amigo de mi hermana Ruth: me mandó una pequeña carta, que lamentablemente yo en mi atolondrada adolescencia o mi primerísima juventud, perdí y que decía: "Elisa, su camino es la literatura, la escritura. Sea responsable".


-Usted ha sido responsable con ese camino. De hecho, una vez comentó que su compromiso con la literatura la llevó a no casarse.


-No sé si he sido responsable. Uno nunca lo sabe. El destino no se traza como trazar el dibujo de una casa, el destino son naipes en el casino de la vida. En relación al matrimonio, no es fácil encontrar a un hombre dispuesto a que una mujer no sea muy útil en la vida cotidiana, que no sepa cocinar, por ejemplo; que esté todo el día sentada aparentemente soñolienta sin hacer nada, pero resulta que está pensando en las palabras que puede escribir o en los personajes que puede inventar.


-El lanzamiento de este libro ha sido recibido con mucho entusiasmo, especialmente por los jóvenes.

-Eso me alegra. Durante muchos años gente muy valiosa del mundo cultural venezolano quiso publicar mis crónicas. Yo no me había decidido por diversas razones. Pero el azar siempre está de por medio, una llamada del joven escritor Rodrigo Blanco me convenció. Para mi sorpresa, la mayoría de los libros que firmé el día de presentación fue a gente joven, muchos estaban estudiando la carrera de Letras, eso me llena de júbilo, de hecho recordé a esos jóvenes que formaron parte del grupo Sardio.


-Ahora que menciona a Sardio, ¿qué significó para usted ser la única mujer de ese grupo?


-No era la única mujer, ellos decían que yo era la única escritora y las demás eran las amigas de Sardio, mujeres muy inteligentes, muy valiosas. Muchas tenían condiciones para la escritura, pero decidieron dedicarse a otras cosas. Escribir implica soledad: solo la soledad te da la fiesta de la escritura.


-Claro, pero vivir solo es complejo.

-No es vivir solo, necesitas horas de soledad. No todo el mundo está dispuesto a eso.


-Realizando la lectura de sus crónicas, ¿se puede decir que retratan la vida de un país y de manera sutil también su vida?


-Es cierto, mis crónicas son la vida del país. Por ejemplo, en La calle de la infancia es el país después del gomecismo, aún herido pero con la esperanza de tener un país más abierto a la educación, especialmente para las mujeres. Y si, paralelamente, hay cosas de mi biografía. Para mí, vida y literatura son lo mismo.


-¿Entonces usted no está de acuerdo con aquellos autores que afirman que no existe nada autobiográfico en sus obras?


-Yo creo que la literatura es una autobiografía metafórica de la propia vida.


-Y si hablamos de escritores, ¿cómo fue su relación con los autores del boom?


-Yo fui gran amiga de Manuel Puig. Su madre siempre me agradeció la protección que le di a su hijo cuando vivió aquí en Venezuela. Yo adoraba lo que escribía Manuel. También fui amiga de Emir Rodríguez Monegal, que se interesó por lo que estaba escribiendo y de algunas personas de mi generación como Guillermo Sucre y Salvador Garmendia.


-Siguiendo con el tema, fue una de las primeras en reseñar la novela Rayuela de Julio Cortázar.


-Fue una casualidad. Ese texto es un testimonio emocional porque en el momento que aparece Rayuela yo estaba en Buenos Aires. Recuerdo que Susana Castillo, una joven profesora de la Universidad de California que estaba haciendo un ensayo sobre el teatro venezolano, me dijo que a Cortázar le gustaba mucho mi monólogo La mujer del periódico de la tarde. Yo nunca le creí. Un día le pregunté a José Gabriel Núñez, un dramaturgo de mi generación, si era verdad eso de Cortázar y me mostró una fotocopia de la carta que Cortázar le escribió a Susana.


-¿Lo pudo conocer?


-Un día estaba en el Museo de Bellas Artes y vi a Cortázar, lo seguí, se me perdió en los salones y bueno mi timidez me impidió hablarle. Llore días cuando me enteré de su muerte. Mis despistes han sido trágicos.
 

-Usted ha sido novelista, cronista, dramaturga. ¿Los cambios de género han sido de forma natural o no quería que su obra literaria fuera etiquetada?


-Eso se dio de la manera más misteriosa, espontánea y natural. Soy una escritora silvestre. No soy una mujer muy erudita, quizás tenga razón José Balza y sea algo que llevo en la sangre.


-En este caso, volviendo a retomar su libro, ¿qué es para usted la crónica?


-Para mí la crónica es un presentimiento de novela que uno modestamente inserta en un periódico o en una revista.


-¿Se considera cronista?


-Prefiero ser considerada como una escritora. En estos días escuché una entrevista con Juan Gabriel Vásquez, un buen novelista colombiano; él dice que ahora en América Latina hay un repunte de la crónica, pero la crónica siempre ha estado muy presente en Latinoamérica. Por ejemplo, en Venezuela, si revisamos nuestra historia literaria, muchos autores se han dedicado a este género.


-¿Qué escritor venezolano considera olvidado?


-Oswaldo Trejo. Deberían publicarlo de nuevo.


-De los escritores de las nuevas generaciones, ¿a quién ha leído?


-Me gustan Juan Carlos Méndez Guédez y Rodrigo Blanco. Estoy en deuda con muchos.


-¿Su libro imprescindible de la literatura venezolana?


-Ifigenia de Teresa de la Parra.


-¿Tiene algún libro firmado que todavía conserve en su biblioteca?


-Tengo uno de Victoria Ocampo, tenía un libro de Susan Sontag pero lo perdí. También tengo la novela Cumboto que me regaló Leonardo Ruiz Pineda y me lo dedicó con el seudónimo que usaba en la clandestinidad: Alfredo Natera. Por cierto, este libro se lo voy a regalar a Milagros Socorro por el cariño que siempre ha demostrado por mi escritura.







Fuente: El Universal