la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Las Malas Lenguas, de Dinapiera Di Donato


  

Ella entraba a escena sentada encima de la jaula rodante. Un cortejo de enanos saltones como pericos la empujaban muertos de miedo. Ella era inmensa y recordé mucho tiempo sus piernas porque llevaba bo­tines de raso y no botas y porque papá exclamó al verla que ella era el hombre con las piernas más bellas del mundo, que qué injusticia decía, y yo sin entender la alusión hasta años después cuando la Rustichi re­gresó al pueblo con un muerto que nadie quiso acom­pañar y en la lápida le mandó a poner algo así como Paz a quien domó mi corazón.
  León de Pared (1989)



  
CON LA LENGUA PARTIDA

— ¿Chupa tú sabes qué? ¿No te cansas  de eufemismos, Melba Hungría?
En cuanto supo que la escritora marica de  un cuento de su juventud,  León de Pared, también abrió un  blog, La escena en cuatro patas,  pensó  que a lo mejor era  tiempo de volver al viejo proyecto de su vida. Pese al prometedor título y la foto del portal donde aparecían  unas nalgas erectas con un arco-iris pintado alrededor del anillo, ni aquel enlace ni otro soltaba prenda acerca de la rumba lésbica del siglo pasado. No quería aceptar que se daba por vencida, que nunca escribiría aquel novelón lleno de cosas próximas, que ni antes ni ahora  podría acercarse ni remotamente a una comunidad “lecto-entendida”, como decían las abuelas expresamente ingenuotas y bien educadas. Pero aunque Melba Hungría no respondió, una entrada de las Butch y Pluma que era  un diálogo doméstico, le dio ganas de seguir:
—Mamá: Yadira y Sol se están lambiendo.
— Carlos Enrique : es lamer. Se dice lamiendo. ¿Qué haces entrando al cuarto de Yadira sin llamar a la puerta? Tengo que hablar con el pre-escolar para que le refuercen el vocabulario, me costó un mes quitarle lo de nosotros habíanos, pensó.
—Yadira se pasó para mi cuarto para ver televisión con Sol. No quiero estar en el cuarto de ella.

El corin-telladismo lesbi saturaba el tráfico virtual porque había que parecer una más  de su casa; hora de colgar los hábitos de mártir en clave  amarillista donde la identidad rara olía siempre a cadaverina. Melba Hungría entendía la necesidad de volver la vida tema de estudio, siempre que no fuera la de ella, fue su explicación para no salir del closet hace más de veinte años cuando se lo propuse para hacer activismo. Yo pensaba que el activismo nos permitiría pedir ayuda. Yo estaba asustada entonces, las mujeres que conocía daban vueltas en la melcocha de sus vidas hasta que caían fulminadas.  Ahora a las activistas  se les iba  la mano en edulcorar el relato con  bodas religiosas esmeradas en el pastillaje y el relleno de guanábana si no rendía el presupuesto para muñequitas de Pixar en la torta; muchos hijitos mejor, y con camisetas rojas del gobierno o luciendo impecables arcoiris con lo último en fashionerías.  Coreaban a cantautoras que en honor de las homo-parejas le ponían música a Coelho o a la poeta del momento, mientras que las más jóvenes rapeaban a Benedetti con trozos de Las venas abiertas de América Latina; nada de esto  podía hacerle daño a la autoestima.  Si se repartió catecismos contra  el safismo sin terapia, que cuando al fin reacciona ataca al más bobo –generalmente otra marica triste–, se hizo discretamente. Ni hablar de meterlas con otras en albergues para maltratadas.

Pensé que las brillantes sureñas atraídas por el oficialismo no tardarán en devolverse, si nos las sacaban a la playa más seguido. Hartas del invierno, las “enamoradas del Caribe” llegaron  para enseñarle la cartilla de La Lucha por la Diversidad a la militancia queer del gobierno, en sustitución de la cubana experta contratada en la primera misión y que presentó un problema insuperable en la estampa: negra dientona sin curvas, machorra y con feas monturas, y sobre todo mal trajeada. No dio la talla de empoderada en la que se quería espejear el mariconeo femenino nacional socialista, ni ése ni ningún otro. Las sur-americanas lucían con mejor escaparate, me entero en el  portal de Las Minorías con la Revolución  del siglo 21. Posan algo bronceadas el día que lanzaran el  comodín de la sexodiversidad, que abría el juego. La escena en construcción se preparaba a dar el gran salto, con las mediaciones del blog-armario, hacia las pasarelas de las  ONG que empezaban a promover el primer plano o la visibilidad positiva de las hermanas torti - misioneras. La frase “compañeras, estamos mapeando…” que no tardó en ponerse de moda, me dio vértigo.  

Tanto allí como  en  la bitácora Crónicas basteadas de la abuela cachapera oyendo a Alaska y otras misses aquello estaba invadido por sesudas estadísticas, erotomanías y culpas ensayadísimas, y además lo de Alaska y Chabela Vargas, en las mayores, y Angelina Jolie con todo el set de la tele-serie de las chicas de L Word, para las de mediana edad, resultaba un más de lo mismo, aparentemente necesario. No faltaban los lamantables intentos de manuales de etiqueta para mejorar al “nicherío homo insolvente y sin glamour y a los trans de barrio que daban tan mala propaganda”,  “siempre había que moderar a la loca viperina desatada por los foros”, pero también sobresalía el proyecto serio de la artista Palestina Melet, (una conocida judía hija de ex guerrilleros) escarbando en los  basureros para  recoger retazos de cuerpos de Trans y llevarlos hasta  las salas de arte.

En general, el empeño en despistar con la pretendida  globo-mariqueadera no superaba los recetarios, las confesiones en tercera, las exageraciones, ni tampoco la indigencia espiritual que  como cualquier otro reaccionario cliché reelaboradísimo se puede transformar  en un estilo a punto de pasar de moda. El ruido, que en principio había sido   mejor que nada, estaba empezando a mellar los tímpanos. En un mundo cada día más crispado, cómo no ensayar en estado alterado, empezó a rimar, de mala gana.



SATIRICONERÍAS


Por esos días fue alquilada una monja andrógina blanco- leche  y catalana para tomar cartas en el asunto de la pérdida de los nervios culturales.  Porque la revolución avanzaba con su paso de bota gigante pero las mentalidades andaban rezagadas, todavía distraídas por las plumas, por las marcas de las botas, por un maratón de New York o de Estocolmo, y el acceso nada equitativo a las sustancias terapéuticas o recreacionales de calidad que a fin de cuentas seguía siendo prioritario.
–Dios no tiene género, conferenció la religiosa, y en cuanto a los demás, científicamente hay más de cinco. Cálmense. Vuelvan a la lectura productiva, le recomendó a las letradas, las escritoras muertas son preferibles para no perderse en politizar correctamente a  las coetáneas.

No era Beatriz Preciado (santa secreta de la devoción de Melba Hungría) en su mejor momento del manifiesto Contra-sexual, recién bañada y perfumada con testosterona y del brazo de su novelista, auto-proclamada ex prostituta con gran  éxito en alguna parte de Francia, pero sonaba parecido, con el delicioso acento y el flequillo pajizo y los problemas de audio del cine de la península. Con su mente esclarecida por la serenidad del que lleva parte de la vida buscándose, la monja explicó básicamente que los libros deben servir para saber de dónde venimos y qué mejor reconstituyente socio-cultural que la propia tradición. También recordó que la industria farmacéutica capitalista es el opio del pueblo y volviendo momentáneamente a la audiencia de cultura oral puntualizó que: vamos a ver,  pensemos un poco, tenéis todo con vosotros, a Dios y a los pobres.  Era médica diplomada, no únicamente teóloga y feminista, sabía de qué iba.

En youtube mientras hablaba se alisaba el flequillo, se estiraba los pantalones, proyectaba en la pared sumas y restas de cromosomas,  se daba toquecitos en la toca, los brazos como una hoja de papel con reflejos azulados, desnudos hasta el codo, el mármol alabastrino, el encanto del morboso hermafrodita  de  una película de Fellini;  ella producía el mismo efecto que un concierto repleto de gente menor intoxicada en las salas de bingo del interior del país donde  se exhibía mientras tanto un poderoso  ser con tetas que aplastaba la voz con baladas de amor, el popular cantante disfrazado de sexo indefinido, Martello. La androginia importada para el sector capitalino provocaba que una audiencia más sofisticada, de derechas y de izquierdas, como creía españolamente la monja, postergara las ganas de entre-matarse y se acercara a algo que sonaba decente. Común para todos, o correcto, ya se sabe; un estado anímico como de meditación, como de primera comunión, proporcionado en parte por el hipnótico  aire acondicionado, el frío de los grandes pensadores.

Melba Hungría  observa incómoda los pies de fotos que reseñaron el cursillo con la hermana catedrática porque salieron con algo de ese morbo anticuado: “la atea y la religiosa”, en tres idiomas (se olvidaron del catalán de la invitada  y no usaron tan siquiera una de las 64 lenguas indígenas del territorio, había que dominar primero las lenguas imperiales). Así anotadas las gráficas, no se crea que por cursis, sino porque la toca benedictina, acercada al peinado de sinuosidades granate de la experta en  coloquios que la llevaba y la traía desde que llegó a Caracas, creaba la involuntaria pareja pre-histórica del anacrónico caudillismo revolucionario; se le salió la pluma al voyeur enjaulado. ¿Qué nos pasa que fuera de los festejos o de las manifestaciones de protesta seguimos  tan descontrolados, tan como de aquellas hordas monstruosas del Satiricón, postrados  y transidos ante el semidiós Hermafrodito? será que no es la morfología pero cada día se nos sale la genética. Pero no nos equivoquemos, los empleados culturales de ahora, como los de antes, tuvimos las mismas escuelas coloniales y  la toma está sacada de La religiosa de Diderot. La asexuada criatura es la que lleva el mando a través de su magisterio de ciudadana con educación gratuita y obligatoria post-franquista, y con rebeca tejida que  la atea, mujerona de involuntario resabio subalterno y algo escasa  en su elegancia de verano caraqueño, parece necesitar.

Pero esas cosas no se comentan. No respondería a mis correos.




             LA ROSA MÍSTICA Y EL LLANTO DE ESCARCHA



Aporta o no estorbes, le escribió una ex de Melba, convertida al marianismo por devoción a las irresistibles Christine de Marcellus de Vollmer y Mercedes Arzú de Wilson, predicadoras con portes de reinas de belleza que iban por el mundo enseñando el método anticonceptivo Billings. Gracias a las gestiones gubernamentales de la condesa Vollmer, en Venezuela se echó para atrás una ley que iba a legalizar el aborto en los años 80. Nada más atractivo que una mujer poderosa hablando de amor, de “la vuelta a la confianza y el respeto del ser femenino y del hogar, de la familia unida que puede salvar nuestras economías maltrechas. ¿Cuánto no le cuesta a los gobiernos y a los contribuyentes  una madres soltera, un niño contrahecho por falta de padres sanos, un malandro en la calle o preso, una trabajadora sexual, un sicario, un enfermo de sida,  una vida sin dirección ni temor de Dios?” –No sé tú, pero estamos hartas de la cultura de la muerte, escribió la ex, citándolas a diestra y siniestra. Me invitó para la Coronilla que celebrarían en…(¿dónde es que vives? Sí, puedes acercarte, que hay una en la iglesia de la Encarnación, en la 177 con Saint Nicholas). Y se despidió con la frase Bendigo la parroquia, nuestra Fe, al Santísimo y a la comunidad por su soporte. La Virgen te ama. Tuya en Cristo.

Recordé cuando la Virgen de la Rosa Mística hizo su primera manifestación en medio de unas desesperadas que pedían de rodillas, en una plaza repleta, la devolución de una elección robada. De los ojos de la imagen paseada  en la protesta empezó a saltar una fuente de escarcha. Pocos años antes,  unas viejitas harapientas del interior del país inventaron el gesto inusitado de arrodillarse al paso del militar golpista recién indultado, el mismo que ahora pone a sangrar las rodillas que esta vez  se doblan  pidiendo lo contrario, que no siga, libre,  gobernando. La calina daba un aire irreal a las ancianas que una tras otra, rodaban como piezas de dominó. Ya no era el entusiasmo jocoso del carnaval aquél en el que la mayoría de las niñitas de Carúpano se disfrazaron  de la brasileña Chica da Silva de la telenovela, y ni un solo niñito llevó la peluca del comendador portugués  sino la boina roja de los populares golpistas. Para delicia de sus padres, aquellos bebitos de dos años repetían “Por ahora” moviendo las caderas, la frase del comandante dicha justo antes de ser apresado, mientras que las niñitas con sus trajes de esclavas mulatas libertas del siglo XVIII les daban besitos y los intelectuales del país convenían con filósofos internacionales en que se asistía al nacimiento  de un nuevo paradigma.    

Y  había notado un fenómeno de trance parecido en la campaña del segundo mandato de Carlos Andrés Pérez, el presidente que molestó esa vez por la visibilidad de la corrupción, obligando a los militares a tomar cartas en el asunto porque  había que purificar al país.  En una mañana capitalina donde el aire se llenó de papelillo blanco,  por un efecto del sol en los trajes blancos de  la multitud de mujeres  junto con sus niñitos, el color del partido, la avenida se cubrió de un manto enceguecedor salpicado de escarcha. El popular El Puma que vino desde  Miami, también de blanco, a cantarle al candidato mientras el mujerío coreaba, asomaba la necesidad del baño limpiador, de renovación, de limpia, en  aquel entonces. Era La rosa Mística insinuándose  por todas partes, sin distingos políticos. Cada día acudían más mujeres a la naturaleza, algunas, de cierta edad, afirmaban haberla visto en los riachuelos, en los sueños, en las sesiones espiritistas. Una profesora de Palestina Melet que fue tomada por una entidad esculpió la primera imagen, en estado semi- inconsciente, poniendo a los jungueanos en sobre aviso y que ya notaban el fenómeno dianista de la costa oeste de los estados Unidos y las peregrinaciones del este de Europa. Rosario Ferré escribió La Batalla de las Vírgenes, Ana Lydia Vega y Carmen Lugo Filippi  Vírgenes y mártires y Fanny Buitrago recorrió las tipologías sacadas del santoral, pero en el país suscitaron poco interés entre los letrados pagados para vender otra cosa y que  las metieron en ese nicho de lo caribeño que para entonces resultaba culturalmente ajeno “porque era un invento de los departamentos norteamericanos que no habían descubierto lo universal”. Una vez entrado el XXI las blogueras nacionales depusieron las armas del desencuentro ideológico y empezaron a coincidir en un punto: la concreción de la resurrección de La Confianza en la Madre o la moda positiva  del neo-intimismo femenino. Era la vuelta a las marchas políticas, a las iglesias y a las peregrinaciones. Ahora las damas más evolucionadas no ocultaban su sede en Washington y Ciudad del Vaticano. No aprobaron el gusto popular por el simbólico rosario antiabortista que se vendió en comunidades de emigrantes latinos, les resultó grotesco lo de las cuentas que en lugar de bolitas eran diminutos fetos de plástico, pero aceptaron con orgullo que cada sector tiene diferente cultura y lo que importaba era hacer eficaz el mensaje pro-vida. Las sociedades necesitaban brazos y cerebros nuevos para levantar las economías decadentes. Las damas de otros sectores, que no necesariamente militan contra el aborto pero se espantan con la estética del rosario de embriones, ahora viajan —hasta cuando el euro lo permita— con paquetes turísticos más espirituales que ofrecen  el Camino de Santiago y el Monte Sinaí, porque coincidían al fin  con  las otras matriarcas del país que invocaban a la Virgen de Nazareth, en el bando donde no la llaman Rosa de la Reconciliación. Las otras, y también las budistas, las de la Llama Violeta, las de Vipassana, las santeras cubanas que ahora abundaban en la administración, las peregrinas de La Reina de Sorte,  todas únicas y diversas pero emparejadas en la cruzada mariana, atentas a las prédicas que empiezan a tener sentido; tanto las palabras del padre benedictino Anselm Grün promotoras de la inclusión y el ecumenismo, la bondad de la gran madre tierra que hay que descubrir en el sí mismo o Dios interno, como las notas del BLOG DE LA MINISTRA marialeongibory.blogspot.com , la era estaba pariendo un sagrado corazón de María-en vos-confío:

Entrada del martes  29 de mayo de 2007:   “El socialismo de mis sueños”
 […]

Al comenzar la década de los 70 muchos de nuestros camaradas habían muerto o estaban en la clandestinidad, en prisión o en el exilio, a pesar de ello en Valentina Tereskova la primera mujer en volar al espacio nuestros sueños de mujer comunista recibían un refuerzo de esperanza. Luego nuestras derrotas se acentuaron.

Se fracturó el Socialismo Real. En nuestra América sólo la valerosa Cuba resistía. Una cantidad inimaginable de militantes, no sólo abandonaban la misión de luchar por el socialismo, sino que con “armas y bagaje” pasaban a las acciones y las prácticas del enemigo de clase, y lo que es peor, a la defensa de las ideas capitalistas neoliberales.

Empezamos a desvelarnos, a leer para encontrar explicación a lo que sucedía ¿Cuándo perdió la clase obrera el poder en la U.R.S.S. o fue que nunca lo tuvo? ¿Es posible retroceder del modo de producción socialista a la propiedad capitalista, sin lucha por parte del proletariado? ¿Qué pasó? ¿Qué vendrá ahora?, ¿Encontraremos las maneras de reemprender el camino para avanzar?. Y por supuesto ¿Cómo podemos contribuir a reagrupar las fuerzas?, y dando de nuevo rienda a la imaginación propusimos lo que he llamado: El Título de Propiedad.


El Título de Propiedad

Me imaginaba que todas las riquezas, del suelo y el subsuelo se repartían en partes iguales entre los millones de venezolanas y venezolanos y al nacer cada niño o niña recibiría su parte en un Título de Propiedad inalienable, vitalicio, e irrenunciable. De esta manera nacían en verdad todos y todas iguales. Pienso que será muy difícil alcanzar la igualdad entre adultos marcados por la injusticia, la subordinación y la miseria, Si no nacemos todos iguales seguiremos viviendo y muriendo unos “más iguales que otros”.

La idea encontró algún eco, Beatriz Veit—tané la Sacerdotisa de María Lionza respetable figura espiritual de nuestro pueblo me garantizó que ese título tenía inspiración de la divinidad. El Profesor Fermín Toro redactó un modelo de Título que repartí entre mis camaradas, familiares y amistades. Como soñar no cuesta tanto debo proponer hoy nuevamente que las riquezas del suelo y el subsuelo sean repartidas en partes iguales entre los ciudadanos y ciudadanas del país. Para que se cumpla la escritura y “recibamos la tierra en heredad
”.
[…]



Leo a la ministra, a las damas de la Obra, trato de escuchar a la ex de Melba.  En el día a día los erotismos algo rancios exigían improvisadas caracterizaciones de otros siglos  porque  la cultura que se estaba nombrando  era “múltiple, ambiciosa y muy a tono con los tiempos definidos como los del fragmento discontinuo de las identidades estalladas”, pero los rituales públicos presentaban un desfase en las máscaras. Asimiladas como “lo popular” que casi insultaba lo popular pero qué importaban las apariencias, si a fin de cuentas  las caretas intercambiaban  sus formas y todo esto se decía de la boca para afuera.

El estilo del rezo de los políticos se propagaba como pólvora. El presidente militar, contagiado, salía con el rosario en la mano, con la cruz, con la biblia, a veces con El Quijote, o con un poema que pudiera haber sido de Eugenio Montejo o de Vallejo (símbolos del “derecho al  yo privado”) de no ser porque citaba mal; pero eso sí,  cerraba los ojos, ponía los brazos en cruz  e invocaba la divinidad cada vez que podía. Y cada vez que se podía medio mundo letrado, que rezaba de reojo, de la boca para adentro esperaba no llegar a viejo; no así, con esa cosa penosa de los carcamales mayores de cuarenta, salvo alguno que otro acertado,  porque al viejerío le había pasado por encima  la claridad, no siempre  en sufridas vidas de víctimas del capital.  De la boca para adentro también  la fantasía missvenezuelanera  procesaba mal que tanto  las madres como las diosas a veces fueran grasientas, sus tetas no dieran la talla o la escarcha hiciera estornudar. 

El llanto de la escarcha iluminaba  la sombra colectiva a través del diálogo con la sombra individual, acotaban las jungueanas. El horizonte de sentido se refrescaba. Había que ocuparse de lo suyo, de quererse y mimarse, de purificarse y perdonarse, cada una a darse su puesto, según su evolución,  para aplacar  al monstruo social que había sido pura bulla apocalíptica. Más bailo-terapia y menos Prozac. Apenas de vuelta a la rutina, con las conciencias en franca expansión, depositadas las piedritas en los montículos correspondientes, las empoderadas de todos los sectores se entregaban en cuerpo y alma  a sus respectivos idilios. Era la pasión femenina en pleno,  protegiendo a  la comunidad cada vez que la guerra por el costo de la vida amenazaba con alienarla y borrarla del mapa. En un momento  para la nueva racionalidad y la Divina Presencia y el “re-mapeo” te conectas para enunciar una vida común donde se comparten  los miedos ordinarios en clave pro-activa. O cooperas o no te metas. Tú tienes cáncer, yo también, se te murió alguien, a mí también, trasterramientos y otras disfunciones, la carrera en pico de zamuro, niños y padres chequeados cada dos horas para ver si siguen con vida, mascotas y pareja dando guerra, la lesbiana debía parecer una ciudadana anónima de clase media en el tráfico y en la cama. Sumida en la rutina y quejosa por las  facturas, por la luz que se va, por la otra que te deja, por el debate nacional porque no siempre estamos de acuerdo en intercambiar petróleo  por comida basura, la identidad lésbica se reparte entre blogs. En otro, en el del espíritu, la lesbiana debe mostrar  sus viajes y virajes, sus pastillas, sus poemas, sus fotos, su música,  y  sus  ganas de mantener el ego a raya. Y luego en un tercero, el blog secreto, allí no, allí es otra cosa, allí que no muestre ni demuestre si no quiere.
Entiendo.



CIUDADANA LESBIANA

La confusión y la impaciencia, como el ego, eran asunto de transformarlos en un objeto imaginario apropiado. Por un lado la ministra del Poder Popular para la Mujer y la Igualdad de Género en cuanto fue nominada  manifestó adecuadamente que iba a desarrollar políticas públicas “para atender a la población de afro-descendientes, adultas mayores, obreras, mujeres con discapacidad, indígenas, refugiadas, privadas de libertad, amas de casa, niñas y adolescentes, para garantizar el libre y justo acceso a la riqueza material y espiritual”. Pero pasaban los años. ¿Cuándo sería el momento exacto para infiltrar la agenda de Melba Hungría? 
Mientras, la ministra se declaraba amante de los dulces de todo tipo y fanática de los patacones zulianos, y “su delicadeza —acotaba una periodista— se hace presente combinada con su pensamiento idealista al decir que entre las flores prefiere las hortensias porque son como la democracia, cuanto más florecitas la integran mayor es su belleza”. ¿Por qué la política se creyó obligada a este tipo de declaraciones? ¿Incluso Melba Hungría hubiera hablado con los modales del hogar de telenovela que nos dejó una educación femenina mediática? ¿Para el equilibrio era urgente limar los estereotipos extremos de los guionistas? porque  mientras la ministra hablaba del jardín democrático, otro vocero del gobierno que comandaba la operación de decomiso de cajas de cerveza acaparadas para reventar la economía, eructó en el micrófono de una reportera, ante las cámaras. Fue un error de apreciación. Tenía la idea  de hacer correr a la periodista dejando al aire la gazmoñería femenina de la clase media enemiga del régimen. La chica no puso cara de asco, ni de sorpresa, ni levantó el meñique, ni se tapó la nariz y ni siquiera se le escapó un ¡guácala! Ella sí que conocía los verdaderos modales avanzados del militar de la brigada anti-corrupción que se hacía el patán como estrategia de lucha de clases, según el libreto que no encajaba con la realidad.  
Queriendo proteger la dignidad femenina, otro vocero, pero de la oposición, frente al regaño público que le hiciera, esta vez el mismísimo presidente, a otra joven periodista que le hacía una pregunta supuestamente capciosa en la rueda de prensa, escribió un artículo aplaudiendo el coraje de la muchacha que había resistido  sin moverse a la monserga mezclada con verdades, de ésas que se dicen señalándote con un dedo  y por largos veinte minutos, muy al estilo de gentes de antes; eso sí, en la primera línea de la nota defensora informó, de paso, que la chica había sido su alumna, no destacando en nada como estudiante, pero mírenla ahora hecha toda una comunicadora social.  Esta muchacha tampoco hizo caras, ni ante los modales anticuados del presidente, ni  ante  la defensa bienintencionada de su antiguo profesor. Se dio por notificada de que no había mucho que esperar de los caballeros mayores. Era una sociedad avanzada controlada por una mala publicidad y por fantasmones maduros sobrados de poder adquisitivo.

Tampoco se podía contar mucho con las damas de cierta edad. Lógico. Por ejemplo la ministra, con su cara de bisabuela nacional, sin embargo  no pudo evitar ceder al más antiguo enemigo de las revoluciones y de las contra-revoluciones: la intriga elaborada a partir del chisme.  Los chismorreos menopáusicos del feminario  de su entorno la llevaban a practicar cosas desagradables, como  la injusticia, con las que no le caían bien por sus apariencias menos militantes. Cosas de bisabuelas: ven a una biznieta con argollas en la lengua y la juzgan adicta o por lo menos barata. Ven a otra vestida de cristiana o de judía ortodoxa, estilo ruedo a media pierna,  y creen que es mejor persona, camino recto al empoderamiento. Había sido una señora de armas tomar, tanto como Melba Hungría.  En su juventud la ministra estuvo en el monte, y cuando la guerrilla depuso las armas ella continuó acumulando altas credenciales realizando estudios avanzados en Bulgaria, en Praga, en Cuba. Ahora precedía cada alocución con un mantra. Encontrar la forma de que su grupo financiara  proyectos de “las minorías de la diversidad sexual” y de que  Melba Hungría siguiera viviendo de sus aportes en pro de los espacios abiertos, dentro de la tradición y la literatura, a lo mejor se llevaría unos cuantos novenarios,  porque obviamente en el país mediático nada más opuesto a lo revolucionario que una revolución en las costumbres.

La ministra –reportaba  una periodista del partido, “juramentó a las féminas de su equipo presentes expresando “Juro por el Dios de mis padres, por el Dios de mi madre y por el Dios de mis hijas y de mis hijos, que no daré descanso a mis brazos, que no daré descanso a mi alma, en esta batalla conformando el Frente Bicentenario de Mujeres Socialistas, en esta lucha para desmontar el capitalismo causante de los males de la patria y para crear, para engendrar, para parir, para criar, para amamantar, para fortalecer el único camino a la salvación de la patria, el socialismo bolivariano, feminista, de las mujeres verdaderas… lo juran”. Había que buscar lesbianas religiosas y si no bautizarlas a como diera lugar. Poco después, en vísperas del Día de las Madres y en compañía de la directora de la empresa encargada de producir un nuevo celular nacional, la ministra “hizo la entrega de los primeros 400 celulares de los dos mil equipos de alta tecnología y de fabricación nacional, que se esperan entregar a las madres pertenecientes a diferentes consejos comunales. El celular bautizado con el nombre de "El Vergatario" fue fabricado por la empresa socialista ensambladora de teléfonos celulares Venezolana de Telecomunicaciones, con tecnología china”. La ministra siguió explicando en el evento que “el aparato telefónico cuenta con un plan mensual denominado Consejo Nacional, el cual tiene una renta de 12 bolívares fuertes, ofreciendo 3 mil segundos libres y 500 mensajes de texto. También posee cámara fotográfica, calculadora, juegos, alarma, calendario, receptor de radio, formatos de audio en MP3 y MP4, además de otras prestaciones tecnológicas que poseen similares aparatos”. Expresó seguidamente que “antes Movilnet era una empresa privada, cuyo programa era dirigido a un simple capitalismo, y ahora es una empresa propiedad de los venezolanos, cuyos programas están pensados en un beneficio social”. Asimismo añadió, “mañana, Día de las Madres, el pensamiento de los venezolanos debe ser dirigido a las madres que son víctimas del imperialismo, a las perseguidas, desplazadas y que sufren”; por último “agradeció, como madre, la lucha del presidente, para que Venezuela sea un país de paz”.
Madres lesbianas que sufren víctimas del imperialismo, lesbianas  afro-descendientes, adultas mayores, obreras, mujeres con discapacidad, indígenas, refugiadas, privadas de libertad, amas de casa, niñas y adolescentes, sin teléfonos celulares, sí que hay muchas. Pero cómo incluirlas en las agendas sin meterlas antes a madres burguesas, de cursillo, de culto, de retiro, de alta tecnología. Sugerí que se rezara para que una Hermanita de los Pobres que yo conocía en Barquisimeto, católica pero local, aceptara salir del closet en el púlpito, ante las cámaras, en plena retransmisión  de una  misa. No cuajó mi idea. La religiosa resultó demasiado bajita y se negó a refrescarse  los ojos, a infiltrarse un poco la boca, a corregirse la nariz. Ni siquiera aceptó cambiarse el color del cabello o perder los kilos de más que dicen que pone la televisión.







UN PINGÜINO EN LA HABANA



Melba Hungría está leyendo echada al lado de Nohelia, la cubana aquella que no caló por horrorosa, tal como lo planeado; si no el presupuesto hubiera ido a parar a manos pro-activas, pero exclusivamente cubanas y por mucho enamoramiento con el pueblo de Cuba había que hacer algo primero por la propia carencia. Noto que cuando inhala  el humo  deja ver una hilera de dientes a lo Thais Bianca Gama Araújo, la actriz brasileña que hizo de Chica y que desde entonces le saca filo al protagonismo de negra con diamantes, su novedoso aporte a la telenovela latinoamericana. Nohelia no lleva la pinta de macho feo destinado a los actos públicos. Me cuenta que saber vestirse es la clave del éxito de  las mujeres revolucionarias, como le oyó decir a una política colombiana de apellido Córdoba, una noche que se cruzaron en una barra hétero y reservada  de un hotel capitalino. La colombiana andaba de clandestina, sin el disfraz que combina a Zadie Smith, la novelista británica, con Miriam Makeba, usado para que los dinosaurios guevaristas la lean  como afro-descendiente de Mama Inés o de Mamá Dolores la del Derecho de Nacer –la radionovela fundadora. Esa noche no llevaba  nada de Aunt Jemima ni de  la madre de Memín Pinguín, Doña Eufrosina, porque Córdoba sin turbante y sin franela roja era la única forma de pasar desapercibida, le explicó. Las viejas militantes más intelectuales se derretían porque les recordaba con secreto afecto los rodetes de Simone de Beouvoir, mientras las jóvenes letradas revolucionarias los asociaban, con envidia, con los de la novelista de moda que luce estampa de modelo en las carátulas. Otra poeta afro-descendiente, pero de esta zona, tuvo que quitarse los de ella para que no se pensara que se estaba copiando. Fue sin embargo  la primera en haber tenido la ocurrencia de envolverse la cabeza en Madrid, donde conoció el frío, en un congreso literario donde más de un consagrado le dedicó miradas zorrunas preguntándole de cuál etnia etíope había salido. De haberse quedado en Europa, hubiera terminado como novelista exótica de éxito. Fue el viaje de su vida, descubrió su autoctonía profunda dándole paso en sus poemas  a la voz ancestral, al ritmo, al coco y al ananás, cosas consideradas de mal gusto en la Venezuela que en ese tiempo leía. Aceptó el reto y la iniciación y le puso el toque personal del turbante del que ahora tenía que desprenderse para no ser confundida con una emigrante colombiana. Las afro-colombianas mientras tanto también negaron el turbante, salvo para los actos folklóricos. Aparecieron las Damas de blanco en otros territorios, sin tanto turbante, que en el país chocaban un poco porque se daban un aire a las romerías de un gobierno corrupto del pasado. Estos detalles le dieron a Nohelia  la idea de ponerse los famosos frenillos en los dientes, de un modelo barato y anticuado y luciendo culos de botella del año del cohete sobre una nariz gracienta con manchas y espinillas negras y camisa a cuadros  que cualquier venezolano, hasta con los ojos cerrados, detectaría que era chimba, además de fea, o sea, de imitación barata.

Ahora enrosca las piernas que me recuerdan a la culebra de aquel afiche que tenían los buhoneros de finales de los ochenta en el bulevar de Sabana Grande mostrando una Eva desnuda envuelta en su boa y  la que daba miedo era ella. Las serpientes salían corriendo antes de que a Eva se le antojara cazar. Hace rato que el grupo de Melba Hungría quiere que yo entienda cómo todas, junto con las sureñas, tuvieron que urdir ese plan mediático, con actos culturales y vestuario incluido para asaltar a la misiones gubernamentales desde dentro, única forma de poder seguir atendiendo a afectados por el HIV. Los blogs, las apariciones, los debates, fueron tapaderas  colocadas estratégicamente. Esta manera de ver las cosas como pos-trauma de choque por el salto de la ficción desde la literatura hasta la sala de una casa, todo en menos de veinte años, llena hojas, me fueron explicando con tremenda paciencia. Porque a pesar de las advertencias de las opusdeístas, de no dejarse engatusar por sentimentalismos manipuladores de los lobby, al final la telenovela seguía mandando.

Nohelia ya empieza a ir a bares de ambiente, exclusivos, eso sí, y camuflada en ropa oscura de diseñador, nadie le negaría la entrada  con su aire de una Shane de color con detalles a lo Lisbeth Salander, pero no falta una desconfiada que diga “ni L Word ni Millenium, señoras, cuiden sus billeteras que  llegó Un pingüino en la Habana”.






CACHAPERAS DE LA PRE-HISTORIA

Que pasara la página porque estaba ante un nuevo tipo de etiquetado visible. En la literatura de aquel sector del país que leía y escribía  la lesbi imaginada  había sido de dos clases: una marimacho cerrícola justiciera hiper-hormonada, con una erección permanente, que cuando pasaba temporadas en la cárcel se volvía violadora. La otra, la invisible que se cruzaba contigo en los comedores  de la casa  había sido metida en ese cajón de la televisión y  preferiblemente en otro país. En la vida, nada que ver,  las cosas se movían a otras velocidades.

Era janeiro 1989.  Los creativos hicieron para Rede Globo  la inolvidable  Vale tudo que estaría  dos años en el aire.  A irmã de Marco Aurélio tem um caso com outra mulher. Devido à polêmica a cerca dos personagens homossexuais — no se sabe si fue Gilberto Braga, o Aguinaldo Silva o  Leonor  Bassères que  acabou matando a irmã de Marco Aurélio em um acidente automobilístico sem muita importância para a trama. No como ahora que las lesbi de la pantalla brasileña hasta se casan. Las cachaperas no eran ni por asomo lo más atractivo de Vale tudo y lo que importaba era mostrar lo complicado que era mancomunar los bienes  de una pareja gay. Lo mejor eran las  dos rurales, madre e hija, que ingresaban a la vida urbana a patadas pero que  no terminan como muchachas de adentro. No acaban como mucamas premiadas, secretarias que se superan, esclavas sexuales rescatadas o esposas de empleados públicos castigadoras, a pesar de seguir caminos opuestos. El cliché de las sobras del viejo mito  de la honradez que consistía en, por un lado,  romperse el lomo trabajando para terminar ociosa contemplando una puesta de sol con unos lentes carísimos y por el otro, el mal camino que empezaba con el cinismo y terminaba en lo que tenía que terminar. Ah, pero ahora el camino del mal no acababa en el infierno de los bajos sentimientos, con María de Fátima, la de Vale tudo, presa.  No,  y menos trapeando pisos. Inician  los noventa, todo es parodia,  y Rede Globo encuentra la fórmula del infierno como una relativa felicidad perversa que hace mal a algunos  pero que gusta a otros o a los mismos.  Maria de Fátima buscando ficar rica com o casamento arranjado,  sin ser una barbie, engatusa a todo mundo y es feliz.  Empieza por robarle  a la propia  madre,  Raquel,  quien a pesar de los daños y la furia perdona a la mala pécora. La abnegación materna también es premiada porque vendendo sanduíches na praia, acaba subindo na vida e, de maneira honesta, vira dona de uma restaurante. A las lesbianas no les fue tan bien. Un accidente se llevó a Cecilia, y Laís no pudo heredar.

En las zonas de sobrevivencia social de unos seis millones de personas, nadie veía Vale tudo en 1989. Se consideraba una comedia aburridísima donde un gentío hablaba demasiado y el que no era güevón era maricón. Tenía un vacío caudillista imperdonable, carecía de personaje vergatario. La última noche, por contraste, en  todas las casas de gente con secundaria aprobada se aplaudió el final de una telenovela con la que la representación del rol de las víctimas daba un vuelco atrevido para entrar en la modernidad, acotó la blogo—bollo—crítica. Melba Hungría estuvo de acuerdo. Era suficiente con que las mentes diplomadas  de entonces estuvieran al menos  preparadas para que los pendejos no fueran siempre de género femenino. Los hombres ya podían llorar en brazos de otros,  los pobres con talento no parasitar a nadie, los ricos sin talento tampoco y el dinero y el pendejo  de ahora en adelante serían  de quien se los encuentre, sin tener que disimularlo. Y todos los días salía algún pendejo a la calle para eso, para ser capturado. Y el dinero también salía a borbotones a la calle del país. Así que apriete y no se deje y si se deja es porque le gusta. 

También aplaudió Vale tudo  alguna mujer interesada en otra, lésbica propiamente no, más bien no soy homo solamente quemegustaunatipa, bisexual mejor, y hasta gay,  pero al día siguiente del capítulo del accidente, bien temprano, salió corriendo a llevar el carro para el mecánico. Otras entendidas también amanecieron con migraña,  contrajeron insomnio y protagonizaron  peleas conyugales menores. Pero Melba Hungría no recuerda a ninguna, ni de las otras tampoco: camioneras, mariconas, cachaperas, parchas, malcogías, marimachas, del otro lado, latengoduracomoguayadegandola y un largo etcétera de chupatusabesqué , que entrara en  ningún debate cultural, ni en público y menos que menos en privado, para decir que las cosas no eran así, como en las telenovelas. Como para que siguieran amenazando con escachaparlas en una carretera.

El mismo  año en que tuve que separarme de Melba Hungría.





¿CHUPA -TÚ SABES -QUÉ?


Claro que Melba estaba harta de eufemismos. Se dio cuenta de que yo seguía siendo una perfecta idiota. Nohelia estaba allí reinando con sus huesos apetitosos y la catalana benedictina estudiaba en el escritorio, un poco más lejos. La monja dijo que le daba  la impresión de que  cada quien había sido responsable de la propia disociación; eso las dejaba más solas que nunca, en aquellas comunidades aisladas siempre al borde del pánico, que no eran ni religiosas ni ateas. Copié la frase. Se refería a la esquizofrenia específica  de las letradas.  Melba Hungría había dejado de hacerse preguntas, las vainas de la monja eran realmente afines a las vidas literarias. No sería ella la que le vaciara el carrito de la compra, relleno hasta el tope de la utopía caribeña, el último reducto de la autenticidad. Pero no era la típica idiotez  nostálgica, tanto la española como Nohelia confiaban en las jóvenes poetas, porque ¿qué sería de la vida de las letras sin los poetas? Sonaban tan bien en las asambleas. Podría decirse que era un asunto de pactos generacionales que no venía a cuento explicar.  Nadie le echaba la culpa a nadie y le evitaba, a los cercanos, sobre todo la molestia de ese reclamo disimulado que contiene muchas veces la conducta suicida. A esto lo llamaban “tener casa” en otros tiempos. Cuando una poeta rompedora de exquisita lengua empezaba un día  a decir groserías y luego se quitaba la ropa en una calle pegando lecos de déjenme en paz pila’emierdas, no siempre era que quería que le pasaran la mano por la cabeza, o que la desintoxicaran. Lo adecuado era voltearse para otro lado. Nada más privado que una disociación, mientras que la poesía es pública. Nada de pasiones baratas, de esas sumisas o subalternas, obsesivas o cristianas que se te pegan y te van recogiendo el vómito, no hay forma de sacarse esos pegotes.  Melba Hungría no ponía un culo empinado, ni usaba tallas pequeñas,  ni siquiera usaba ropa interior particularmente putona, ninguna nota teatral, ninguna puesta en escena histérica, ni siquiera entre amigos, ni siquiera cuando se intoxicó de más. De vez en cuando le gustaba un juguetico grande bien puesto en sus agujeros pero no siempre, lo normal. Yo quisiera que no fuera tarde para empezar a entenderla.

—El vocabulario soez llamaba a gritos, que se acerque alguien. Le dijo a la monja, sin creer una sola palabra. El salto, el asalto. El discurso político se rindió en el país con aquel “pendejo” usado en la prensa por un académico paternal, un patrimonio viviente,  la primera vez, a finales del siglo veinte, cuando  los ciudadanos abandonaron las elecciones y engrosaron las filas de pendejos. Los humillados y ofendidos. El cerro iba a castigar en el siglo siguiente a la calle principal por no usar la palabra culo sino en las rabias  y solamente el que saltara por encima de  la rabia podría recuperarse,  más allá de una dicotomía a la vieja usanza, entre  “activas o machas”, las pingas paradas y los coño’emadres o cabezas’e güevo que administraban la cosa pública. Mientras que los pendejos se la dejaban administrar, la mayoría “pasivas como las hembritas”. Estos simplismos decrépitos no llevan a ningún lado, nadie desmonta la burocracia con retórica, pero hay que montar el congreso de minorías ya, sino le perdemos la pista a las asignaciones.



En el blog donde Melba cuelga textos de alto calibre y las mejores reflexiones sobre la literatura de Caracas  que a fin de cuentas también es el mundo, tuvo la visita de una tal María Kodama que pasó por ahí para felicitarla por lo que dijo de Borges, absolutamente novedoso. Otra María Kodama –o la misma, no quiso averiguarlo–  la ubicó para invitarla  a una ceremonia en Ginebra que ella declinó, no por humildad, ni por los problemas de divisas, sino porque su amiga secreta no pudo volar a última hora  desde Japón y así no hay forma de aguantar con decencia un funeral literario suizo, por más que la Kodama se haya convertido en una belleza trajeada por las firmas más exquisitas del mercado. “Kodama” se conformó con presentarla virtualmente y desde  entonces se hablan por skype.  


Mientras Melba Hungría ensaya y Nohelia fuma sus hierbas y Benedicta, que ya no se molesta porque la apodan demasiado familiarmente así, y hasta ha dejado de sonrojarse  cuando alguna de las chicas le menea  la lengua porque por qué será que esta monja está tan seria hoy,  le paso el traductor automático a un enlace titulado Tushy con Tushy, a ver si alguna académica se anima con lo del sadismo lésbico o del beso negro, para El Congreso Internacional  Socialista de la Diversidad del siglo 21, que planean sustraerle al  ministerio para que lo financie íntegramente. La pandemia de HIV se está saliendo de madre y cómo hacerse del dinero oficial que siempre está bienintencionadamente  repartido pero casi nunca llega a su objetivo.

Entrada de agosto 2009: “Colgadas en el tushy

[…]
If you’re so inclined, or not, whatever you can name it, lo que usted puede llamarle: Annilingus, Rimjobs o  Borde, un arte que se pierde a veces al mundo del porn. Éste es cuando usted lleva su lengüeta otro asno de las personas. Alguna este acto disgusta gente pesadamente, muy a menudo. Sin embargo I  ha encontrado un sitio que vive hasta sus expectativas de todo el asno que se lame, toda la hora, es un site que está todo sobre la lamedura del asno. El nombre del sitio es clase de divertido.  Tushy es un término usado por los padres al nombrar el "asno" a sus cabritos, a menudo. Sin embargo, pensé siempre el término para referir a las "mejillas externas" del asno y no al agujero interno. Lo que la definición, estas muchachas va lengüeta profundamente en asshole, así que olvídese las descripciones y zambulla en este Web site. El foco está en el asno que se lame, y personalmente, no cuido para ver a una señora lamer al asshole de un hombre. Tushy con  Tushy me recuerda un viejo sitio de la paga de la escuela, quizás a partir de los últimos anos noventa. Afortunadamente para mí y cualquier persona quién no es un ventilador grande de este acto, Tushy con  Tushy tiene muchos más sistemas de la muchacha en el asno de la muchacha que se lame que muchacha en la lamedura del asno del individuo.

El disparate citado y traducir ventilador por fanático a partir posiblemente de la palabra fan me anima a seguir colgándome  en  la bollosfera  del país  para ver si alguna Butch y Pluma se anima y me suelta la lengua. —Esto no  es la academia americana—, me respondieron amable y negativamente las expertas. Algunas  no contestaron, ocupadas en la resistencia cultural desde la fundación  de algo que llaman Defensa y  Conservación de la Memoria Poética de las Autoras Nacionales. Solamente me recordaron que “me informara mejor porque en el país no hay bollos, eso es foráneo, aquí no hay tortilleras ni dykes”. Una persona haciéndose la  loca malvada puso: “al bollo nacional aquí en Caracas se le dice Borys Izaguirre”. Por terceras supe del comentario de la directora de otra fundación refiriéndose a mí como: “pobrecita, otra muerta, literariamente hablando, por ahogo en la retórica de la chabacanería, qué peste, pero qué peste”. Una psiquiatra comentó, categórica, porque eso se pega: “ella se cree muy arriesgada, usa demasiado el adjetivo marica, típico de la homofobia internalizada, está pelando bolas”.

El asalto. El salto. Ahora es la propia  Melba Hungría quien ataca de frente mis investigaciones a través del Anónimo says: Esos escritores que abusan del realismo decimonónico con pretensiones de transcribir la realidad y que caen por impaciencia en la tediosa exhibición del ombligo, desesperados por conectarse con los sustos caseros, permanecen en el limbo propio de las almas cándidas que malgastan el oficio recreando el sabor que tenía sus vidas cuando fueron precoces. Pasa mucho. Aniñados con sus cajitas de fósforos, en lugar de matar y resucitar nada, masacran el texto y se hacen hara-kiri en el espejo del baño de sus casas. Sería tan saludable que se fijaran en los grandes poetas en lugar de soportarlos o consagrarlos. Otras me regañaron porque aquello les recordó el racismo vulgar de la televisión alienada que pintarrajeaba a un blanco  de negrito que atropellaba el idioma y cerraba sus chistes clasistas  con “esto no tiene pa’pielde con nadie”¿Hay que entrarles por otro lado? Las militantes  de la misión de la zona donde estaba corriendo más dinero negro, desde la bitácora  Orgullo y prejuicios  le advirtieron “que no hiciera el juego del imperialismo cuyo flanco mayor es la oprimida y sus vástagos. La pornografía es reaccionaria, compañera, el viejo negocio patriarcal que esconde a los pederastas, pero presente su proyecto por escrito para que se lo monte y edite  el equipo de  antropólogos y psicólogos sociales expertos en minorías que nos visitan desde Campechuela”.


El equipo de Melba Hungría para la oreja. Alguna me dicta, categórica, como todo lo del tiempo que corre,  el primer párrafo:

Los habitantes originarios del territorio guayanés antes de que la planta del invasor sometiera a los verdaderos dueños de su emporio ecológico tenían costumbres que la ideología colonialista occidental judeo—cristiana erradicó violentamente hasta borrar huellas de las ceremonias rituales de iniciación donde se usaba la lengua y otras partes censuradas por el poder religioso falocéntrico imperialista transnacional.


© Dinapiera Di Donato

"Entrevistas: Julio Cortázar, Esther Dita Kohn de Cohen, Elisa Lerner, Nava Semel, Carlos Giménez, Mariana Rondón, Sonia M.Martin, Susy Dembo, Beatriz Iriart, Dinapiera Di Donato, Julio Emilio Moliné" por viviana marcela iriart, foto portada: Eduardo Gamondés / Ed. Escritoras Unidas & Cía. Editoras, Mayo 2016






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Foto Portada: JULIO CORTÁZAR & Viviana Marcela Iriart por EDUARDO GAMONDÉS, Caracas 1979

























































Mujeres con Sting y sombrilla, de Dinapiera Di Donato, 1989.



SONÁMBULAS EN BLACK METAL
Toma mis huesos alma toma mis huesos escribía, con una caligrafía puntiaguda como si tuviera en las manos agujas de bordar. Por la noche la encontraba casi siempre así, como inclinada sobre un bastidor blanco iluminado por una luz cenital, el resto del apartamento en penumbras.
Todo eso que al principio me pareció anacrónico y rebuscado se estaba convirtiendo en el espectáculo central de mi vida: ella pálida, ligeramente curvada, haciendo puntadas en una página, corrientes de aire arrastrando motas de polvo por todos los cuartos, un velo de cortina a medio desprender flota un poco a su alrededor y el gato Sting caza las sombras aladas en el alegre silencio que es una enfermedad de los animales domésticos.
Pero en esa escena ella escribe historias sin intrigas, nunca nombra medallones con sus cuellos, nunca hay muchachas muertas de amor. Yo entro vestida de oscuro, estrafalaria, acorazada con algo de la belleza dramática que se estila, y me encuentro con una mujer-mujer-antigua, como una tejedora, ocupada en sus filtros, escribiendo con pluma, con gatos, con sombras, con su cuerpo que me hace llorar en el amor y me obliga a vivir en un cuarto de los de antes. Pero lo insólito es que aunque ella es de las que pone en las planillas profesión escritora las estancias que describe son apenas gestos de un arte efímero. Desiertas de cuadros de primera comunión en sepia donde una niña atea cree por un instante que tiene algo serio con Dios, Morbid Angel; tampoco aparecen angelotes que llevan a la inmediata erección del espectador, y ni siquiera un objeto desnudo, algo iluminado, que nos invite a rezar: en su escritura no hay nadie, pero sí reina, ciertamente, una nada sin oscuras nubes, una nada que todo lo conoce y reina como sólo la nada puede hacerla, sin caos ni orden, plena, sin nada.
En una página así, donde no aparece la palabra velo, ni alcanfor, donde nadie oye a Sting, nadie respira, sólo el extraño deseo de la nada dirigiendo el sentido de las paredes de esos lugares, nadie me creería que justo en el borde superior unas letras muy grandes con TOMAMIS…, como anunciar esto va a ser escrito por la monja fulana, de la Orden de Predicadores, por ejemplo. Esa extraña oferta de huesos, viejo escudo de familia en papel con membrete.
Un día me explicó que el verso de los huesos era un residuo de su vieja costumbre de rezarle para sus adentros a una mujer que amó cuando era muy joven, que no me inquietara por tan poca cosa, no era su culpa el haber tenido veinte años en la temible época donde las enamoradas se hacían promesas insólita; cambiar de cara, bajarse astros, no beber más, divorciarse, ser inmortales. Ella daba entonces la luna de sus huesos, y nada nuevo bajo el sol, aquella mujer no la entendió nunca, formaba parte del juego: la revolución o yo, tu mamá o yo, fulanito o yo, tu carrera o yo, la gente se enamoraba entonces para vivir la pasión de esos sabrosos dilemas y era el amor a muerte, y las pelucas Quitaipón, y el Che y el Maestro, todo junto.
Muy poca cosa, ciertamente, lo malo era que yo la ayudaba a pasar a máquina y no sé cómo fue, un día no pude soportar su jaculatoria maniática encabezando todo. De pronto yo empecé a repetirla para mis adentros. Tanto que llegué a detectarla en medio de letras de canciones inocentes, selva no puedo vivir sin tu olor, combinada con Charly García y un aria de Constanza raptada, saltaba la sospecha, como esos idiotas ociosos captando mensajes diabólicos en claves neo-nazis cada vez que suena un metalero de esos gatos Bosque de Noruega sin domesticar. Pronto temí encontrar la oración con spray fluorescente en muros de quinta o al lado de los grillos murmuradores del grafitero Lobo que solían martillar el aire cannúbico de los que pasaban por las autopistas de la ciudad. Hasta en una galería la leí, escondida en una falda tratada al ácido de un personaje de Diego Barbosa que al principio me pareció un traje de Doris Spencer, la bibliotecaria, adaptado para una maja de Goya. Estaba celebrando la ocurrencia de aquellos formatos que eran mordiscos de la gran visión plástica que se moría de risa y de pronto, ahí, entre los pliegues descompuestos de la violenta pintura disfrazada de carnaval que llenaba las galerías nacionales, nada de pintura para muchachos trasnochados, lo leí aterrada, entonces creí entender que el amor siempre puede ser una cosa triste.
Llené planas de Tomamishuesos, le puse música, más bien ácida, lo metí en unos de mis poemas en eco con la plástica con su ritmo relámpago  y al final vi claro: aquella era una invocación; ella estuvo llamando a la otra mujer de su juventud, donde quiera que estuviese. Me había estado comportando como esos niños incautos que por juego repiten cada día Welcome to hell- Belcebú príncipe del malo-ángel caído-cagón Belce-bú Bolsi-clón Hue-vón Bercia-tú Bolsa-tú Eldelpeo-fuistetú Mojón Changó Chingó Se-cagó... etc., y todos les empieza a ir mal en la vida y ya de viejos cuando les fuman el tabaco les detectan una gran negrura, la conspiración neo-nazi, y nadie se explica cómo se atrajeron tanto malo. Así una noche, delante de una página de su manuscrito de mariconas entendí todo; el apartamento estaba a oscuras, ella resplandecía en su mesa de trabajo, se oían los pasos gruesos del aire aplastando grandes motas de polvo, el gato Sting vigilaba y de un zarpazo derribó un encaje de las cortinas que volaban alto. Empecé a leer, con fastidio, TOMAMIS ... entonces su página fue el telón donde se proyectó a través del jardín de su caligrafía una sombra chinesca, la silueta de la otra. Una película para el Dr. Caligari, malgastada.
Yo que hasta entonces le había ganado la tediosa batalla al estereotipo urbano, que evité lo mejor que pude las crueles estampas  familiares, la tranquilidad venenosa del ghetto, me vi atrapada  -de pronto, entre ellas; no había entendido que la convivencia con alguna de las dos te llevaba inevitablemente a la otra. Y la otra a quien estuvieron entregándole toda la vida huesos, cómo sería y para saber cómo era tuve que aceptar el misterio de ese inevitable reto y buscarla y ahora que estaba delante  no era ni la sombra de lo que tanto temí. Era realmente otra.
Se movía como si la estuvieran filmando y se las ingenió para hacerme sentir la incómoda sensación de caminar al lado de un set-ambulante, rodeada de monitores donde se repetía al infinito. Se mostró halagada por mi curiosidad pero no tardó, también calculadamente, en hablar de mi compañera de la peor forma: la comparó con agua estancada. Le desagradaban los estanques turbios que sólo reflejan el limo del fondo, dijo, y qué podía hacer una muchacha como yo (ya se permitía hablar de mí como si yo fuera algo suyo) con una folclórica.
Su tono era de una vulgaridad notable (aunque el timbre correspondía al de la típica contralto voluptuosa y fumadora), que me dio una inevitable tristeza, por mi amiga. Y me distancié y ya me iba pero tuve que resignarme ante su gesto de sacar del portafolio una imagen donde aparecía una muchacha de pequeña osamenta sentada bajo un paraguas, en las escalinatas de la iglesia de la Plaza de Italia, en la avenida San Martín. Recogí la foto  cuando  bruscamente empezó a contar por qué esa capilla de pastel de novia  con agujas góticas tenía un nombre tan poco original como el resto y cómo, por un milagro de la luz caraqueña al bajar a ciertas horas del cerro de al lado con su rancherío y encontrarse con las escalinatas grises de la capilla todo cubierto de palomas negras peludas para tomar esa foto, había sido algo de lo escaso que realmente recibió de la muchacha alguna vez: una emoción que no había que agradecérsela porque de todas formas la habría experimentado por su propia cuenta, a su debido tiempo. Y volví a entristecerme por la otra; la muchacha del paraguas que todavía esperaba que alguien tomara sus huesos para siempre. Yo detallé lo tan agujas, lo tan pastel de bodas de barrio, lo tan singular de una sensación de que no se terminaba de esfumar la mancha de unas palomas que salieron volando al posar ella para la foto, pero la impresión nueva era que nosotras, ahora, las botellas de la mesa, la ciudad, la noche entera, todas nadábamos en agua estancada mientras que salía a flote el paraguas verde con la sonrisa defectuosa de la mujer que se asomaba abrazada al mango, como saliendo de abajo de una planta, en la fotografía.
Le dije que la imagen era más viva que nosotras. Lo dije con mi mejor intención, más por ella misma porque acaso haber amado no sería la más espléndida posesión de la realidad; se rió con las dos palabras: realidad y espléndida, y me callé, y además para qué, si estábamos borrachas y al otro día ella recordaría (tenía cara de recordar únicamente ciertas cosas) tan sólo el éxito que tuvo pocas horas antes de hablar conmigo, en su pelea-conferencia sobre el color rojo-verde resplandor de cierta trans-vanguardia Caribe (sus conferencias eran pleitos solapados con gente que vivía de la pintura).
La verdad es que hasta yo que no tengo mucho que ver con lo más ilustre del lugar no salí corriendo. Boba como soy, por decreto de los patriarcas como el Dr. Chirinos quien se avocó a esclarecer las nuevas psicologías locales, y lo que es peor, pancita como siempre seré para los bobos más jóvenes, con mi chaqueta común, con mi debilidad por Felisberto Hernández, Sting (mi gato), y  los poetas locales, mis escasas lecturas clásicas o posmodernas, mis pocos viajes, mi pésimo inglés, mi falta de recursos para antesalas en la consulta de los venerables que han curado a todas las intelectuales de renombre de la ciudad, empecé a interesarme en los argumentos de la mujer que se habló durantes horas, fascinada consigo misma: terminé hallando interesante su convencional ropa de estilo excéntrico, la obra de arte que le colgaba al cuello, sus uñas profesionales. Casi me dejo convencer de la insignificancia de la muchacha que para hablar de su amor, hace veinte años ponía su esqueleto a llorar, su pequeño y brillante esqueleto. Pero la frase de la inmovilidad del charco  con la que la describió me iluminó a tiempo: el malentendido de dos que hacen agua en un espejo donde se navegaba en círculos, y una que se lanza con la intención de mostrar toda la verdad del remolino pierde algunas vértebras, toma ese aire inconfundible entre aturdido y brumoso que tienen los que tocan viscosos fondos y por último gana lo peor, el odio incondicional de la otra que se siente abandonada. Selva, deja que me quede aquí, me dieron ganas de llorar, me venían sólo palabras excesivas, dove andró, che faró senza dil mio ben, Amarili mia bella, quién me ha robado el mes de abril, prima di questa aurora, antes del alba qué habrá quedado de ellas, me repetí, ellas y no nosotras, ellas y no nosotras, pensé en las vibraciones rojas al lado de los verdes  con los que hipnotizó a la audiencia, dejó de parecerme pretenciosa, arribista, ella muy sola, ensimismada en pinturas que flameaban un poco como si meditara frente a una chimenea, en su embarcación que naufragaba, encarnando al pie de la letra los mitos de su generación y de allí la permanente fascinación de la otra. No bien sacaba yo estas conclusiones, enjugándome una lágrima, la mujer guardó la fotografía y me dijo que en realidad mi nivel, dijo, era muy inferior al que me había supuesto y mi vulgaridad extrema (dijo "chatura") por mi pretensión cándida de conocer algo de los seres humanos (afirmó) solamente contentándome con cuenticos, y declaró te he contado exactamente la historia que querías oír pero se acabó, no me interesa más, quiero que me escuches ahora, carajita, y no pienses que te contaré algo de lo que últimamente estoy experimentando, me temo que en el terreno de lo literario también te falta mucho por recorrer y si la tienes a ella de referencia lo siento por ti; ella aparenta que no pero vive en pleno arquetipo y por eso nunca producirá un texto realmente importante.


EL GABINETE DE STING

Cuando la conocí, en los años setenta, yo era casi una niñita y ella porcelana de Faensa, así se hablaba entonces de las mujeres, entre la postal y el poster, bibelot de mesitas con paños tejidos o emprendedoras de algo y lo que realmente eran, solamente lo sabía Elisa Lerner, ¿has oído hablar de ella? Nadie se enrollaba por sexo y todos sabían que las mujeres que se querían estaban muy enfermas, por lo que había que disimular bien esa clase de sentimientos. Pero ella no. Se ponía con sus guilindajos en lugares sombreados mientras una chica de portada se quedaba en bikini en la parte soleada y ella le llevaba chucherías todo el rato  con un paraguas verde para protegerse del sol porque lejos de tener ese aire saludable de ánfora repleta  que tenían las Sofías, las Ginas, las Ornellas, su chica del bikini, ella era bajita, medio lánguida y el sol no la favorecía. Me llamó la atención porque no vestía como artesana y tampoco creía en Krishna y en realidad se adaptaba muy poco aunque se diera excusas con eso de que no militaba por el mito latino y entonces soltaba una carcajada bastante desagradable con la que suplía su falta de no poder hablar con fluidez. Me la llevé la misma noche que la conocí. Había un grupo en el Piccolo cuando  ella pasó y alguien la llamó para presentarle al Príncipe. Ella lo saludó insignificante y él replicó al cómo estás con: aquí, con la pinga parada. Después se supo que él habló así por solidaridad antisureña porque teníamos la teoría, en el grupo, del Sur avanzando peligrosamente hacia el Caribe, y esa gente era charlatana, prepotente, vividora y oportunista y la verdad es que ella y su fotogénica decían cómo estás con acento tan argentino y además pese a sus aires de señora todo el mundo le conocía un tarantín de artesanía como el de todo buen sureño recién llegado. Una muchacha que había sido miss y que ahora estudiaba antropología destacándose también en ese campo (en todo éramos notables) intervino para prevenirla il aime épater la galerie pero es un tipo de pinga. La fotogénica que iba con ella como su sombra se unió al grupo mientras que ella lejos de sentarse  gruñó cuando nadie se lo esperaba  no, si no le pediré que me la muestre, tranquila, y un je ne suis pas française madán con un antipático acento parisino, y de mala nota tampoco aceptó el tabaquito y se fue con su desagradable carcajada amenazante desde la sombrilla porque recordó el chisme sobre el  método que usaba el Príncipe contra el estreñimiento enseñado personalmente por Andy Wharhol, que era montarse en los bordes de la poceta como un pajarraco en una percha. En conjunto tenía algo como a punto de rompérsele  que me hizo sentir harta de todos y de dormir con franceses o con el Príncipe, como era la moda en el grupo (la fotogénica se casó con uno al mes), y me fui a alcanzar a la muchacha estrafalaria con su risa áspera que resonaba todavía un poco entre  los vasos e hizo exclamar  ¡guillo!, al unísono, como una advertencia; en esa época le dábamos su debida importancia a las intuiciones pero todavía no éramos sistemáticos como ahora. Y no tomes esto como lectura del quinteto de Durrell, por favor, en mi tiempo experimentábamos directamente, nada de peliculitas y disquitos e ideas librescas o de televisión  y nada más.
Así empezó nuestra lamentable historia de malentendidos, niñita, tantos que yo, en aquel entonces, llegué a pedirle a Baba que ella fuera para mí, qué desastroso deseo. Ella lo tomó tan a la letra (ya para entonces era definitivamente muy poco sutil) que durante años me quiso así, como de rodillas, como para no contrariar a Dios, y ni cuenta se dio cuando quité el altar de Baba porque para Dios todo el recinto del corazón pero sin el alarde del símbolo superfluo que una necesita cuando es muy joven. Ni tampoco notó que me cambié de carrera porque me reconcilié con el arte y que a mí se me había acabado la izquierda militante porque el trópico cambió mucho y hasta Italia cambió pese a que seguía siendo para ella la Faensa que sólo existía en su cabeza. Ella continuaba bajo la sombrilla verde amarillosa y todavía con reconcomios recordaba la ordinariez (mal gusto, decía) del Príncipe; la última en enterarse de que el tipo ya era una celebridad, mientras que ella se condenaba a dar clases de idiomas (había cambiado el tarantín de cueritos por aulas de arte o de lenguas, según para qué suplencia la llamaran y casi siempre en liceos de cerro). El Príncipe exponiendo en La Maison d’Amerique Latine y ella todavía escribiendo versitos en mediocre español. Y no es que se me hubiera agotado la simpatía, no, es que para mi mala suerte ella era mucho más que una mujer, era literalmente una Ladró que desgraciadamente cada día se parecía más a un mapa, de lo resquebrajada, y ni siquiera se rompía de una buena vez y estrepitosamente, como cualquier humano en un mal momento, no, ¡era de terror!


TEMPOS ABRUPTOS, 1988
La historia que me estaba contando esta mujer era demasiado ordinaria pero al amanecer ella empezó a antojárseme algo así como una espía en el corazón al aire, de la otra, y también entraba y salía del mío, cargada de pruebas que la otra ingenuamente había entregado. Y consumió y archivó y siguió de largo en su carrera por no perder ni un centímetro del mundo, nunca suficiente para su avidez. Me pareció, pese a su alarde de saber qué clase de literatura se debe o no escribir hoy, que había en ella más de coleccionista que de escritora. O a lo mejor tampoco era así. Ahora que tenía esta versión de la otra empecé a dudar de la que conocía mejor: aquella escribiendo, mientras se comía las uñas, evaluaba exámenes, palabras, recuerdos. Antes cuando los dedos le sangraban un poco ella se felicitaba porque Francisco Umbral decía que las más inteligentes se comían las uñas siempre. Llegó a este país predicando eso hasta que alguien le largó con franqueza un ¿y quién es ése? Trató entonces de averiguar si alguna eminencia local decía lo mismo, para citarlo, pero mientras se le había pasado el tiempo, y las uñas, las bellas y la inteligencia, se relacionaban de otra forma: inteligente debe ser bella, consciente de su seducción debe lucir uña laqueada en manos que lleven firmemente las riendas. Creyó entonces oportuno recuperar sus huesos porque eso de llevar las riendas de la vida exige manos enteras. Buscó a la otra que como siempre huía contemplando espejismos al horizonte de sí misma, amodorrada en alcohol caro, o en los vapores de alguna fascinante investigación artística. Empezó escribiéndole, en el mejor español que pudo, puesto que mis huesos no te sirven demasiado, puesto que así colgados al sol te interesan muy poco y hacen ruido, te los cambio por las manos enteras que tendré. Se acercó al balcón donde la canícula consumía él paisaje y vio aletas de pescado seco revoloteando, parecía una vitrina llena de mariposas traspasadas de alfileres. Había algo más, alguna hilacha de tuétano, pero eso era todo. Nada había quedado de la osamenta magnífica. y después una súplica inútil, por qué no me lo habían dicho, y silencio, el pequeño silencio de la otra cambiándole el tema, por falta de tiempo, por delicadeza también porque seguramente se moría de tristeza porque era hora de cerrar un asunto que había desbordado todo limite, eso de que alguien se permita confiarle sus porcelanas a otro para que se las cuide obligando a caminar toda la vida en puntas de pie en la propia casa, por lo del cuidado, ¡de terror!. Un silencio que de tan pequeño creció hasta borrar el espacio que había sido de las dos, y entonces ella inventó otra súplica que no pronunció nunca: TOMA...  La otra se contentó con declararla, con la ayuda de su analista, sanguijuela número uno y todas las mujeres serían desde entonces las sanguijuelas dos, tres, diez, puras armazones parasitándole a ella el oro de su sustancia. Mujeres enredadas de los primeros performances de Diego Barbosa en Londres que en las calles de Caracas se transformarían en La Caja del Cachicamo.
Me asustaba un poco lo que decía, del miedo mismo saqué la fuerza de sopesar lo de su oro, dinamita en polvo, su peligrosa sustancia era como una legión bárbara propagándose en el delicado campo óseo de los otros. Quebrantahueso, corroer arteria, flor medular, piedra, para moldearla al brillo de su antojo. La sanguijuela número uno en cierto modo se consumió en su propio deseo. Para huesos semipodridos, húmedos, dolientes, el típico  osteoma, la osteomalacia, nada mejor que un incendio. En la literatura de desmadradas abunda el frío glacial, lo único que soplaron las hadas en la cuna, un viento norte helado que empuja, al sur y el sur queda irremediablemente lejos, sin duda mucho después de esa zona del limbo donde quedan gravitando las escafandras de huesos de los desmadrados. Nadie pide prestado un hueso para un caldo.  En la ciudad de Holstenwall un sonámbulo te lee el porvenir, es 1919 en el diario de Caligari. Más tarde es como si  Lil Dagover fuera en una fila de muchachas de los setenta que salen de un college con las cabezas atrapadas en la misma red, el manifiesto de Barbosa en Londres. Demasiado tiempo siguiendo el mapa de mujeres como preñadas naturalezas muertas encubando una cabeza de Claude Cahun. La bella de calcio saliendo de su baño de carne.
Ahora cuando su  ex-mujer me advierte acerca de la decadencia del tema psicoanalítico y sus subtemas  me entero que lo del lesbianismo de Anna Freud  estaba quedando para novelería de mujeres con infancia provinciana. Se burló cuando le hice mi análisis en tono grave, por favor, se impacientó, evítanos si puedes literatura inculta, maniquea, simplona, si no tenemos nada que decir por lo menos ahorremos páginas innecesarias. Como ésas de los relatos de la otra (inútil fue explicarle que eran muy viejos, que ya no escribe así), debidamente encabezados con la jaculatoria que ya sabemos: TOMA…Tendría que irse detrás de la luz solamente porque tal frase le calentaba el corazón. Esa mañana sintió el rechazo de un objeto mayor que se presentó disponiendo del cuarto. Una mota de polvo a la luz, al menos, baja la cámara en ángulos y  se sintió aún más vaciada. Entonces se trasladó a la noche anterior cuando todavía arrastraba sus huesos con cuidado y era arrogante usándolos, sin ninguna duda sobre su condición. Pero tenía huesos pequeños y el pelo complicado, como fabricado con la paciencia de los pájaros. Acaso no eran éstas señales inequívocas de una verdad más simple: toda rellena de polvo, síntesis amarillo-azul-verdosa de una película muda y la luz implacable cambiándose de cuarto. Algo frío el hueso de la noche. Gruesas oposiciones: noche-día, frío-calor, hombre-mujer, osteomalacia-calcinación, nutrientes maternales igual a salud, desmadre igual a disolución, diluvio-desierto, y así, me explicó después el poeta a quien confié mi temor de haberme dejado manipular por el extraño imán de la otra que ahora me usaría también a su favor. El poeta me invitó a su taller literario donde se juntaban en un desencuentro burocrático los que vivían de la poesía con los que no sabían vivir sin la poesía,  me dijo que sólo contaba la fuerza de mi propia versión. Poco importaría el jardín anacrónico con sus pájaros del error, sus huesos del error, el deseo desacertado de los huesos pese a no poder confiar en esqueletos que resecos cuelgan y se mueven un poco entrechocados con la brisa de la noche. Y hierven, me recordó el poeta, hierven y se van a pedazos. Huesos como brasa. Carbón al rojo. No poder confiar nunca más en el deseo de sus huesos. La brisa los mueve y les saca música. Oía, compulsiva, pensamiento histérico, infeliz, según la amante,  y escribía aún una página llena de falanges, rótula, costilla, fémur, ala. El estribillo de la página osario, relicario, lo mórbido sin el sutil Botho o Handke o las poetas Yolanda, Márgara, Cecilia, Mariela, Milagros, Estefanía, Lourdes, Blanca. Por sus huesos era pensada y escrita y se había pasado años ofreciéndolos como si fueran del más puro marfil. Más tarde escribiría me abandonaron, mis huesos. Ensartados como bambúes, como cuentas de cortina oriental, como cuentas gastadas de rosario, el desencanto. Triturados para infusiones, entretejidos para abrigar, la amada en mi ovillo de huesos nunca habló mi lengua. Me morí de celos.
Accedí así al nombre que cada cosa lleva, a ese más o menos de la vida adulta, como diría el poeta y todo empezó a cambiar rápidamente. Un día escribió un cuento insoportable donde nada justificaba la reiterada palabra hueso. Como en algunas novelas del Caribe donde uno se muere del calor durante la lectura y en cada capítulo hay por lo menos un ventilador y varios mosquiteros, aquello se leía sin sorpresas, dentro de una tumba, eso sí, pero aburrido como la última película de Bergman, como un acto cultural donde si no era Sombra en los médanos sería Dama antañona, pero las niñitas entrarían irremediablemente por el medio del escenario, irían hacia los laterales, llevarían cayenas en el pelo y a lo más osarían algún otro vuelo en la falda para introducir las novedades de Yolanda Moreno vista por televisión; el ridículo de cambiar sus ropas directamente traídas de Miami y ocultando armas o sustancias blancas por esas falditas con faralaos de la colonia, obligatorias para los quince de las mosquitas muertas del lugar. El poeta me tranquilizó, me hizo notar que en el cuento del gabinete de las sonámbulas con su prosa de olor a lirio podía borrarse el encabezado  que me había quitado el sueño. Fue como un exorcismo, ella escribiendo de noche, un poco inclinada sobre su página y llorando como si se hubiera pinchado con agujas, el viento se llevaba las páginas y a nadie le importaba, el gato Sting dejaba un poco sus patas marcadas por todo y hasta intentaba consolarla trayéndole enormes cucarachas que cazaba para ella en perfecto silencio. Todo simula catacumbas por estos días, ¿oyes la copia de gruñido agudo que baja del cerro? decía el poeta cuando le tocaba el tema de la muchacha de la sombrilla, los ciudadanos se sienten perfectamente escindidos y suspiran de alivio porque eso es lo propio,  el shriek urbano, desde lo alto, sin embargo no te dejes impresionar, fíjate que se mueven tiesos como monumentos, en las instituciones públicas, en la pirámide del Teresa Carreño, en los prólogos, en los culebrones, hasta en la prensa amarillista y en los chistes se las arreglan para institucionalizar, decretar, solemnizar. No temas el anacronismo de tus crónicas, por lo menos allí están completicos tus huesos, dijo, y el chiste no me hizo mucha gracia pero ahora me río recordando. Cierto que la ciudad pulula en coros de voces blancas para hacer de todo negocio una consagración, de todo museo o metro o biblioteca, una iglesia, de cada manifestación social un acto colectivo por LA CAUSA. No hay ni la sombra de un hombre de hoy, por todo esto.
No sé si creerle o no, tampoco entiendo cuando los dos (ella-mi-amor y su-amigo-el-poeta) dicen que a fuerza de remedar la careta de Dios y nombrarlo en vano precisamente la gente de esta ciudad terminará construyéndolo, a Dios, por pedacitos. Es como decir que a fuerza de infamia y ridiculez (a fuerza por ejemplo de soportar la condición de un lugar donde la tarde de domingo en Parque Central transcurre peleando con los altoparlantes del Hilton con el conteo del bingo que juegan en tres idiomas para los turistas), uno puede llegar a dignificarse, como que si detrás de la ausencia de todo sentido de dignidad estuviera el germen de ese sentido y como si a fuerza de pisotearlo por ignorancia, por ligereza, por lo que fuera, se nos revelara súbitamente lo más alejado, lo imposible, un sistema de valores civiles donde antes no hubo ni la sospecha de tal noción. Hablan de estas cosas tan felices, van y firman un documento de los intelectuales con Fidel porque no se trata de Fidel el de las barbas sino de lo del rollo simbólico, me desconciertan. He aprendido por lo menos los celos pero sigo pensando absurdos como ese del sólo pensar que uno puede pensar al hombre o a Dios o al mundo y de seguir con esa clase de pensamientos ya me veo rojo-verde resplandor, un pez de las líneas imaginarias del Caribe. Lo cierto es que somos otras, ella y yo. Por supuesto, lo que más me cuesta es convencerla de que no esconda la deformidad de sus uñas cada vez que asiste a alguna reunión donde se citan bellas eminencias, porque además los cánones han cambiado mucho más de lo que cuenta Feriado o Pandora o Estilo, y es ridículo hacer bulla con eso de que las debutantes inteligentes del lugar se parecen a la Florence que corrió en Seúl, como también es bastante exagerado eso de que todas ellas pueden hablar por lo menos diez minutos seguidos con la lucidez de las canciones de los sosos Mecano. Tampoco hay que huirle al consenso que pone a circular palabras y expulsa otras. Toma mis huesos, por ejemplo, sustituye huesos por la palabra culo y entrarás en otra estética del lugar o saldrás, pero decide.
También estos propósitos les parecen excesivos a mi bella  y su poeta. En el agua estancada donde los tres nos miramos la muchacha de la sombrilla alguna vez hace señas que en la realidad no hace. Ella sonríe estática, impasible, tratando de explicarme los misterios, pero en el agua quieta su imagen alterada se convulsiona como una ahogada. Y los ojos del poeta aparecen allí llenos de lágrimas, el coro de Sting qué fragilidad. Sustituye la palabra por mariconería y entrarás de lleno y al fin en la nueva era. Los dos forman una figura que se complementa. O a lo mejor, algo nuevo. En mi vocabulario ya empieza a salir; cuando quieras a una mujer no escribas para ella, no escribas, dispara. Y  el soy un pescado bobo con su anzuelo en la garganta pero cada vez más aguas adentro  y el todo esto es verdad, pero a medias.

© Dinapiera Di Donato


Este texto fue galardonado con el Premio Nacional de Narrativa Bienal Daniel Mendoza., Ateneo de Calabozo,   Venezuela, 1989.

MRI scan by Dinapiera Di Donato










Sometimes she takes her chair
to the Mnemosyne River´s shore
and delivers music

howling´s

She opens the lid
and the genie jumps into the water
Flaming June’s calendar girl
in between columns at Frick’s house

for the summer
a shrill piercing patience
when it wakes
with a loudspeaker
applauding over the land
that the oleander drinks

the Bolivarian achievements
being shouted
lowered
native land’s noises
the cherubs from
inflatable orchestras
rescue’s virtuosos
the only beauties
during a crying spell

she explodes with fury
hiding within her flask

patiently rubbing it



©Dinapiera Di Donato



From the non edited book PICOTAZOS EN EL CÒRTEX/ PECKING IN TE CORTEX


Translation from Spanish by Manuel A. Lòpez









Dedicatoria y Las dos Barcelonas / Cristina Peri Rossi



La literatura nos separó: todo lo que supe de ti

lo aprendí en los libros
y a lo que faltaba,
yo le puse palabras.


©Cristina Peri Rossi
"Evohé" 1971





El día de su estreno, fui a ver Biutiful, la dramática, humana y dolorosa película de Alejandro González Iñárruti, cuya trama se desarrolla en la Barcelona pobre, en la Barcelona lumpen, en la Barcelona que no sale en las postales: la de los emigrantes, la de los chinos hacinados, la de los que malviven del trapicheo. Una Barcelona nocturna,hacinada, fea. El polo opuesto de aquella trivial, superficial Vicky, Cristina y Barcelona de Woody Allen. En Biutiful no salen ni una vez la Sagrada Familia, ni la maravillosa arquitectura de Gaudí, ni la Diagonal, ni el Palau de la Musica Catalana que unos burgueses avaros esquilmaron en beneficio propio. Sólo, a lo lejos, el humo de alguna chimenea de fábrica, los estrechos callejones del Raval y una playa, en la Villa Olímpica que lanza a la escasa arena los cadáveres de los muertos indocumentados. Y sin embargo, me pareció una película profundamente humana, tierna en su dolor, noble en sus sentimientos y dramática en la soledad, en la derrota de seres abocados a unas condiciones de vida duras y difíciles. No es una película para hedonistas, para quienes creen en el Carpe Diem, para aquellos que egoístamente cierran los ojos ante el dolor ajeno con la excusa de que no podemos hacer nada para aliviarlo. Como el cine estaba lleno, me hice la ilusión de que hay mucha gente dispuesta a ver la otra cara de Barcelona (a los efectos del drama da lo mismo que fuera cualquier otra ciudad) y a sentir empatía por los no guapos, los no fashion, los perdedores. La mejor literatura y el mejor cine se han hecho sobre perdedores y perdedoras porque siempre tienen una historia que contar, una historia de sentimientos, de emociones, de falta de omnipotencia. Un Javier Bardem más sensible y matizado que nunca comunica con interioridad, con hondura la pena, la compasión, el miedo y la culpa. Cine de sentimientos, señores y señoras, no de efectos especiales. Cine de la otra cara de la Barcelona Olímpica, de la Barcelona del Forum y de metrópolis de los negocios o de las tiendas. Nada que ver con la visión superficial y turística de Woody Allen (no lo castiguemos: necesitaba dinero para financiar la otra película, la que verdaderamente quería hacer, en Londres). Biutiful es lo opuesto al cine como entretenimiento, como diversión, como evasión: es una experiencia conmovedora, una inmersión en los sentimientos buenos y malos, mezclados, en la condición humana, que es el tema de todas las grandes obras nuestras, criaturas perecederas, sometidas a la Historia, víctimas de poderes que no controlamos y que nos amenazan, nos empujan.
Porque Barcelona, como cualquier otro lugar de este mundo, está lleno de gente que sufre, que pelea por el pan de cada día, que ama a sus hijos y que en cualquier momento, enferma. De seres nada planos, que no son ni buenos ni malos, capaces de lo mejor y también de lo peor. Como los obreros de Nissan, que han conseguido asegurar su puesto de trabajo…a costa de no mejorar sus sueldos, chantaje que la empresa multimillonaria les ha impuesto a costa de la crisis. Frank Torres consiguió salvar a sus obreros del paro y que produzcan un seis por ciento más: un acuerdo para ir tirando. Lo que no sabemos es si cuando la nueva camioneta pick up esté fabricada y se venda como churros, la Nissan recompensará el sacrificio de sus obreros. Mejor dicho. Lo sabemos: no. En este sistema,, lo único que se socializan son las pérdidas.


©Cristina Peri Rossi
21 de enero de 2011

Joan Baez entrevistada por Mona Moncavillo, Revista Humor, Buenos Aires, junio de 1981





 Nota: Joan Baez no lo podía decir: ya le habían puesto una bomba, echado del hotel,  vigilado segundo a segundo por la dictadura argentina... pero  el objetivo real de la gira era realizar un documental -clandestino por supuesto- sobre las violaciones a los derechos humanos en Argentina, Chile y Brasil, entrevistando a familiares de personas detenidas-desaparecidas.
Lo logró arriesgando su vida y, además de transmitirse por la televisión pública de Estados Unidos, se lo presentó a Jimmy Carter, presidente de su país. El documental se llama "Joan Baez in Latin America: There but for fortune" y es impresionante.