la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos


Alejandra Pizarnik


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Carlos Giménez, el último rapsoda en un fractal desorbitado del Paradisi: Rapsodia V: Tadeusz Kantor: Gran Polonesa ritual de muerte y transfiguración / por José Augusto Paradisi Rangel, Ciudad de México a 9 de diciembre de 2021

 


Tadeusz Kantor


RAPSODIA V

Tadeusz Kantor: Gran Polonesa ritual de muerte y transfiguración




Magnífico preludio al arribo del legendario Maestro de Cracovia a Caracas en su VI Festival Internacional de Teatro fue, sin lugar a dudas, la presentación de El Príncipe Idiota de Dostoievsky con tan sólo dos actores de excepción: Jerzy Radziwilowicz y Jan Novicki: virtuosos y aclamados artistas polacos. Un experimento insólito de Andrzej Wajda. Al célebre director de cine no le interesaba esta vez una puesta en escena en su estado más acabado, sólo la experimentación e improvisación en contrapunto de ambos histriones dotados para sus ejercicios de una escenografía tan simple como atmosféricamente correcta. Tal desempeño fue una verdadera descarga de jazz con todo y sus scats, verdaderas vocalizaciones de gestos y emociones en pertinente vestuario a lo Eugene Oneguin de la ópera de Tchaikovsky sobre un poema de Alexander Pushkin. Un espectáculo nuevo cada vez cuyas merecidas ovaciones retumbaban en la Sala RAJATABLA.  


Carlos Giménez como Merlín ante este nervioso Arturo me invitó a ser de esta previa delegación polaca su cicerón. No lo podía creer. ¿Cómo intuyó que mis ídolos, a quienes no pude conocer en mi viaje de estudios, pronto los tendría frente a mí, los guiaría por una Caracas espléndida plena y voraz del mejor teatro del mundo? Carlos, nunca lo supiste, pero, me hiciste realidad un sueño nacido en mi admiración por la filmografía de esos geniales histriones. El encuentro se produjo la noche de inauguración del festival en el Teatro Municipal de Caracas con una función de Doña Rosita la Soltera de Federico García Lorca con la catalana Nuria Espert. Junto a ellos el asistente de dirección de Wajda quien no pudo asistir, cuyo nombre el oficioso alemán borró de mi memoria. La función creció en aburrimiento y bostezos. En un momento determinado, Jerzy, el célebre Hombre de Mármol me murmuró vámonos de aquí al bar más cercano, habló su espíritu cosaco. Subrepticiamente nos escabullimos. Un bar de pueblo en jolgorio con jolgorio de polacos fascinados por los borrachos de los trópicos quienes espectaban, como todo venezolano que se precie, la transmisión del Miss Universe Pageant desde Nueva York. Mayor jolgorio y escandalo cuando el anfitrión americano pronunció: And the New Miss Universe is Miss Venezuela: Irene Sáez! ¡No mames de recibimiento y de magna celebración en toda Venezuela! Por supuesto llegamos al hotel pedísimos y con una nueva corona universal de la belleza.


Una trompeta estremecida como el Zohar judío iniciando en intervalo de quinta justa anunciaba desde Milán el viaje de Tadeusz Kantor y el milagro escénico de su propuesta Wielopole, Wielopole con CRICOT 2 en producción compartida con el Teatro Toscano de Firenze, una osadía perfectamente binacional Polonia e Italia. El trompetazo llegó a las oficinas de Giorgio Ursini Ursic productor ejecutivo del Festival Mundial de Teatro; Kantor había armado un escándalo que amenazaba retrasar el vuelo a Venezuela debido a unas divergencias logísticas. Tales rugidos estremecieron a nuestro Carlos quien me pidió acudiera a su oficina donde en imperativo argentino


sin aspavientos me señaló ¡Vos tenés que domar esa fiera con el látigo de una paciencia más brava que la de Job!


Con su indicación precisa y afectuosa me lancé al aeropuerto Simón Bolívar en un autopullman de lujo. Tras la ansiosa espera aparece el monstruo.  Parecía un adusto clon de Groucho Marx de quijada prognata, estatura mediana y calvicie galopante vestido de ocasión en traje y pantalones de caqui. Al lado la fiera mayor de su mujer Marisja. Tragué saliva, me encomendé a todos los santos conocidos y hasta la Madre de Czestochowa, Patrona de Polonia. Inhala, exhala; a la tercera y profunda inhalación, mi mejor arma, una sonrisa torpedo con mi bienvenida en polaco:  Mistrzu serdecznie witamy w Wenezueli! Sonrió con esa prudencia eslava característica. Llegamos al Anauco Hilton al proceso tedioso del hospedaje de la numerosa compañía. Fui a dar el parte militar a nuestro general de división:


-Carlos, ya Kantor y el CRICOT 2 están instalados en su hotel.


No pasó media hora y la visita de la esposa de Kantor quejándose de la suite porque entre otras pretensiones no tenía una pérgola en 45 grados que tamizara la fuerte luz del trópico. Misión imposible para Bernardette Chaudé en la dirección logística en diplomática paciencia y peor yo que tenía que traducir los quejidos cínicos de voz impostada y meliflua de Marisja. Finalmente se logró un acuerdo con Baba Yaga. Ese primer éxito, esa camaradería de sonrisas cómplices inauguró mi amistad siempre risueña con Bernardette que hasta el sol de hoy es constante y sonante y más aún con las redes sociales donde las distancias son borradas en digitaciones táctiles celulares.


La Sala José Félix Ribas de un Complejo Cultural Teresa Carreño en construcción sería el escenario del milagro y más caro espectáculo del festival. Kantor en  su teoría de El Teatro de la Muerte desechaba con gran irrespeto creativo la dependencia a un guion llevado a sus últimas consecuencias, a un despliegue de actores deformados según él por Stanislwaski y proponía sobre una escenografía desarrollada por su gran talento pictórico  un ritual escénico que subrayo hasta con negritas en este texto. Proponía hasta la música y él inmerso cual sacerdote en su homilía. Para Wielopole, Wielopole su pueblo natal, el concepto era como todo lo trascendente muy sencillo: revivir en ritual su infancia dotando a los artistas participantes, mayormente artistas plásticos colegas y muy pocos actores, de una escenografía como habitación extraída arqueológicamente de las ruinas de su memoria en medio de la primera guerra mundial. Escasos parlamentos, algunos del evangelio, otros trabalenguas de olvidados clowns forzosamente expresionistas. Algo entre un George Roualt judío converso y un René Magritte duplicado sobre las testas de hermanos gemelos indiscernibles. A veces parecía una representación de mimos ajados por el tiempo en concordancia con el color sepia que prevalecía hasta el epílogo climático donde se adueñaba del centro del proscenio un daguerrotipo con charreteras de ametralladoras el cual denominó El Instrumento de la Muerte , metáfora por demás brillante al congelar el fluir del tiempo, es decir, la vida misma.



María Teresa Castillo y Carlos Giménez, creadores del FITC


He de confesar que tuve el privilegio de verlo dibujar sus secuencias teatrales como un story board. Un día me comisionó comprar papel bond con sello de agua y vi como trazaba y reorganizaba la célebre secuencia donde en un banco de ruedas con la inscripción: Gólgota, estaba sentada en traje de novia su madre Helena Berger, judía. Alrededor actores vestidos de rabinos para casarla con Tadeusz su esposo cristiano. En vez de corona de azahares una corona de espinas levantada por Marisja, recitando del evangelio lo que traducido al español es: Y hubo un tiempo en que todos gritaron: ¡Crucifícalo, crucifícalo! Cercaban a la novia, la sustituían por una muñeca muy parecida. De repente, se escucha Marcha de la Infantería Gris Polaca, de izquierda a derecha, un actor alto de agigantadas manos y pies cargaba una inmensa cruz como el Cristo distorsionado y podrido de Lucas Cranach. El batallón arrebata a la novia, la lanzan al aire y cruzan su cuerpo con el estupor de las bayonetas.


Cuando Kantor dibujaba la secuencia citada, me olvidé del trauma de mis nueve años cuando me robaron mi álbum casi completo de cromos de películas de Walt Disney y promesa de viaje a Annahein por el que tanto sufrí. Estaba en presencia de un genio; un niño que se divertía asombrado con su juguete teatral, sacaba agua del pozo profundo de su sublime imaginería en un tobo donde la inmensa polea era, sin lugar a dudas, una mecánica de enormes resortes en forma de vastas espirales de referencias culturales. Fue para mis asombrados ojos estar con el mago Melliès mientras concebía su viaje a luna, pero esta vez el cohete se disparó al centro de mi corazón.  


Las anécdotas de las altísimas exigencias de Kantor para presentar su obra en constante construcción son ingentes. Recuerdo una que subrayó los misterios dolorosos de la pasión de Cristo en el cuerpo técnico del teatro y en mi persona como traductor y asistente. El color de una luminaria ambarina no era el que él soñaba. Se hicieron múltiples pruebas y el director técnico de iluminación Aníbal Denis y su equipo comenzaban después de varias horas encaramados en un carrito por aquellas alturas a tramar la muerte de Kantor por la caída de una luminaria. La requerida por él no estaba en Venezuela sino a nuestra disposición gracias a Fanny Mickey directora del Festival Internacional de Teatro de Colombia en Bogotá. Se mandó a pedir; varias horas de espera, el maestro se retiro a sus aposentos, yo me tiré al suelo, a las duelas y Aníbal descendió jalándose los bigotes, mentando madres. Llegó la tan esperada luz. El Maestro regresó. Al encenderse nos dirigió el ogro cosaco la más tierna de las sonrisas, se retiró tranquilo. Estábamos a escasas horas de la primera función con entradas agotadas. Aníbal y yo, nos abrazamos, lloramos y comprendimos el milagro de un genio encriptado en la lozanía asombrosa de un niño, apasionado por su creación, por su juguete. Salimos al Café RAJATABLA, la borrachera no fue normal.


Llegó el día. La Marabunta del público se desbordaba e intentaba romper los gruesos vidrios del foyer del teatro. Fui Torero. Ésa la alternativa que me brindó Carlos Giménez segurísimo de que cortaría rabos y orejas, pude contenerme, ubicarme en tiempo presente. Su sonrisa benevolente me sonó al pasodoble con que premian a los toreros de postín, esa de la zarzuela El  Gato Montés que tanto me enciende: ¡Torero quiero ser, la vida así tener!


Un silencio mortal invadió la sala, Se apagaron por indicaciones previas mías al centro del proscenio walkie talkies y buscapersonas de la época, Gracias a Dios no existían celulares inmisericordes con el ritual de respeto a los artistas. De tanta emoción y stress escapó de mis labios una advertencia más con el imperativo jocoso de nuestro humor venezolano; ¡No se muevan de sus asientos ni que les duela la barriga, coño!


El milagro en una hora y 14 minutos se produjo y con el Maestro dirigiendo en escena, espectáculo más original todavía, a sus actores como a una orquesta. Si los tempi de sus acciones no se ajustaban a la música y sus aspiraciones rítmicas pasaba por el lado de los actores como un metrónomo de carne y hueso imponiendo su particular métrica. Diría Andrei Tarkovski que editaba su película teatral al compás de su magnífica forma de respirar.  Catarsis colectiva. Ovación, lágrimas, llantos, aullidos de pie. Todos salimos transfigurados en una hora. El mundo y sus pobladores fuimos otros desde ese día. Reivindicados en las potencias sanadoras del teatro, esa relojería perfecta que nos hace olvidar el tiempo, nos ubica en el presente absoluto, en comunión, alegría y compasión por nuestros congéneres.


Toda la temporada fue éxito rotundo y universal. Caracas bullía todas las noches a las puertas de la Sala José Félix Ribas. Una agenda apretadísima de compromisos como asistente de Kantor y con 23 años me mantenía en hiperkinesia constante Recuerdo haberlo desbaratado en dos ocasiones con el arma letal de mi sonrisa. La primera al final de la larga espera, doce horas exactas, hasta recibir la luz ambarina de la anécdota antes referida. Cuando se produjo el milagro con su respectiva sonrisa de agradecimiento que confirma la calidad y el profesionalismo extraordinarios de nuestro equipo técnico, sin demostrar ningún dejo de cansancio, con mi columna vertebral bien derechita y los hombros erguidos le pregunté: Mistrzu, co jeszcze? (¿Maestro, se le ofrece algo más?) y él en respuesta dibujó en su rostro la más tierna sonrisa y me acarició los bucles revueltos que por entonces lucía como buen descendiente de griegos.



José Augusto Paradisi Rangel en la época que conoció a Kantor




La segunda vez que David le pegó una pedrada en forma de sonrisa al Goliath eslavo fue el día que dictaría su celebre conferencia en Los Espacios Cálidos del Ateneo de Caracas. El rumor era que en su staff había un venezolano. Yo me hacía el pendejo con la piel blanqueada que en Polonia adquirí, mi melena entre rubio y rojo y por supuesto, mis ojos claros. Hasta ese día cuando sobre el estrado estábamos el Maestro y yo enfrentados a un público extraordinario plagado de figuras trascendentales de la cultura universal de la segunda mitad del siglo XX. Sólo en la primera fila, de izquierda a derecha Matilde Urrutia, viuda de Pablo Neruda, a su derecha su comadre María Teresa Castillo, Presidenta del Ateneo de Caracas, Norma Aleandro y Marilina Ross grandes de la escena Argentina, Mario Vargas Llosa hoy Premio Nóbel de Literatura, Antonio Skármeta, célebre escritor chileno y remataba Manuel Puig que venía de triunfar en Broadway con su traducción a musical de El Beso de La Mujer Araña. Al centro de dicha primera fila Carlos Giménez seguía paso a paso mi desenvolvimiento, llenando de certezas, confianza y buenas vibras. En las filas posteriores Clives Barnes del New York Times, Helen Steward de La Mamma de Nueva York, Antunes Filho de Brasil, Kazuo Oono de Japón y un etcétera inmenso de verdaderos prodigios de intelectos surgidos de todos los continentes. Silencio total y ovación de pie para recibir al Maestro quien pronunció con su magnífico sermón estético de El Teatro de la Muerte y como buen profeta aseveró entre muchas grandes verdades:


- La Crisis del hombre del siglo XX es su pérdida de capacidad ritual, el pragmatismo de la sociedad de consumo bajo la dictadura agnóstica descreída de la ciencia y la tecnología nos trajeron a un auténtico campo de desperdicios humanos donde la muerte es protagonista.


-No creía en la formación actoral decimonónica impuesta por Stanislawsky y sus subsecuentes adláteres. A un actor se le encarga desarrollar, desencriptar , revivir a un muerto, a un Frankenstein que al final lo devoraba es estrepitoso fracaso.


-Tenemos que bajar del escenario político del mundo a los peores actores que ensayan el grotesco papel de líderes trascendentales, por ejemplo, el vaquerito ese de Ronald Reagan, Presidente de los Estados Unidos, entre otros.


- Mi teatro es un ritual catártico que pretende rescatar algo de las ruinas de la memoria pero sin aspiraciones de éxito y menos desde ninguna perspectiva de dramaturgia y actuación acabada.


El punto culminante de su discurso fue de una megalomanía tan respetada y osada como su genialidad. Fue en ese instante donde le metí el gran golazo con mi traducción a su laureada portería. El maestro me lanzó este balón en el medio campo:


-Desde los tiempos de Gordon Craig nadie ha pisado las duelas del mundo como yo Tadeusz Kantor con tanta originalidad, fuerza escénica, poder de aportación y trascendencia. Et  c´est  tout à fait vrai!


Lanzada la pelota y yo en el centro del campo, la picardía del pensamiento venezolano pateó con una certeza a la portería del público y fue golazo que los tomó desprevenidos. En una miríada de segundo pensé, olvidado todo comportamiento y pensamiento eslavo, como buen venezolano:


¡Este sí es arrecho de verdad! Mandó a la mierda a Bertold Brecht, Grotowski i tutti i quanti para posesionarse como por generación espontánea y en puntas de bailarina rusa del centro del escenario! ¡Y para colmo remata en francés qué arrecho!


Traduje tal cual rematando con énfasis: Y también dice que Cést tout à fai vrai! Dibujé una sonrisa cómplice celebrando su valentía en modo muy Whalt Whitman con aquello de me canto a mí mismo y me celebro. Las risas y los aplausos estallaron tipo bomba atómica con hongo de nubes y todo. El Maestro se sintió feliz con tal ovación y yo más que de manera tan solapada anoté el gol sonrisa  al centro de la portería sentimental de nuestra audiencia que me respondía con algarabía mi queridísimo Carlos ratificando su fe en mis potestades taurinas para sacarle al miura una faena de postín.


Al terminar la extraordinaria conferencia acompañé al Maestro como su cicerón a saludar la pléyade de artistas e intelectuales consagrados y en ascenso ávidos del conocimiento de sus lineamientos estéticos y de su extraordinaria personalidad. En una pausa nuestra queridísima María Teresa Castillo me tomó del brazo y me presumió a su comadre: Fíjate Matilde, este carajito se fue a Polonia sin saber polaco y mira a quién viene acompañando. Yo me ruboricé cuando la hermosa dama chilena me dijo con ese acento agudo austral: Que lindo que eres con esa cara de pícaro que tienes. Me provoca darte un beso en ese cachete sonrojado. Yo en automático le respondí: Ah no, la mujer que inspirara al gran poeta Veinte poemas de amor y una canción desesperada no me va a dejar huérfano el otro cachete. Son dos besos. Cuando regresaba con el Maestro en el momento preciso que saludaba a Norma Aleandro, Marilina Ross y Vargas Llosa se acerca todo vestido en gazas a lo Salvador de Bahía el inolvidable Manuel Puig con un ramo de claveles rojos en mano y sin pensarlo me dijo: Vos sos lindo con esa cara de pícaro que tenés, me provoca darte un beso. Yo ante tal genio asentí:  Dámelo. Y también me dio el ramo de claveles rojos.


Transcurrida la temporada de Wielopole, Wielopole cuando nos disponíamos a despedir al genio inigualable de Kantor en el aeropuerto, tan cargado como estaba de lecciones de estéticas sublimes y depuradísimas, de lecciones de asombro y de adrenalina en cada faena cotidiana con el miura eslavo, mi semblante se llenó de nostalgia. El Maestro me abrazó, me dio los dos besos de rigor eslavos, me acarició brevemente la melena y pronunció con ternura insondable:

 
-Do zobaczenia wkrótce . Chciałbym ponownie z tobą pracować.



Hasta la vista muy pronto. Quisiera volver a trabajar contigo. Me quedé con esa flor en mi camino que todavía expele a mis 64 años su aroma. Vertí ese aroma, después de su muerte, en 1991 en el performance Ceremonial para un olvido con más de 25 actores en escena coreografiado por la legendaria Graciela Henríquez y en la dirección artística mi hermano genio ahora en el cielo Francisco José Paradisi Rangel, que diseñé para la inauguración de mi muestra individual Cancionero del ocaso de la princesa de Laeken sobre Las Noticias del Imperio de Fernando del Paso. Conjunté la soledad de Carlota en su Castillo de Laeken enloquecida clamando con mis dos abuelas en Villa de Cura, el pueblo a la entrada de los llanos venezolanos de donde soy originario, la soledad que de todo lo perfecto que el amor en su breve espacio dejó. Ahí, como mi maestro me enseñó, estaba en medio de mis actores sobre un piso alfombrado por tres mil rosas rojas y la museografía de un palacio derruido por el olvido donde colgaban las 25 pinturas que creé para el mismo, vestido de sacristán con un incensario en mano. Mi nombre, por supuesto, Tadeusz Kantor.



© José Augusto Paradisi Rangel

Ciudad de México a 9 de diciembre de 2021


 


 

 

 


De un inmenso libro críptico vegetal, su decodificador hasta su inserción en nuestro paladar con sabor de terredad, por José Augusto Paradisi Rangel, México, 26 de noviembre de 2021

 


Cuando Papá habla de la montaña,

Su mirada se enciende,

Mi madre benéfica sonríe,

todos estamos presentes,

una neblina instantánea nos envuelve.

Catedral de Nubes

 





El inmenso libro siempre estuvo ahí. Omnipresente, silencioso. Su solapa: un mar que designa el pulso cardíaco de nuestros más amplios horizontes. La contra solapa un valle de cañamelares y añil que besa un lago en la perpetua humedad de sus ríos que de su enorme lomo ansiosos se desprenden persiguiendo a una antigua diosa llamada Tacarigua. Siempre estuvo ahí imperturbable. Con su sermón el más pletórico de bienaventuranzas; demasiadas páginas para ser contadas, una hierofanía tras otra en infinito manantial cotidiano. Colosal, gótico, arcos de ojiva, vitrales de nube asaetado perenne de luces apuntalando el cielo y marcando indefectible nuestro norte eternamente transfigurado. Siempre ahí sin nadie para descifrar su vasto jeroglífico vegetal. Tantas hojas, tantas páginas y el hombre de la sombra temeraria, como bien lo llamara nuestro egregio poeta de San Sebastián de los Reyes don Miguel Ramón Utrera: un dictador analfabeta y longevo que pretendía leer periódicos patas arriba argumentando que los gochos leen como les da la gana. País desangrado de guerras montoneras, pleitos eternos de los hijos simulados, apócrifos de Marte. Ignorante país donde el diablo diarréico anegó con sus detritos, los más vastos del orbe, nuestro territorio y la pedorrera bituminosa estallara en 1906.


Quizás la sombra temeraria tuvo un destello único de claridad cuando recibió la visita de Él, un sabio botánico, meteorólogo, geógrafo y pintor venido de Bex, allá por Suiza con varios doctorados universitarios quien previamente descifró las runas vegetales costarricenses. El oscuro tirano invita al preclaro suizo por iniciativa del Ministerio de Agricultura y Cría cerca de 1917 a ver al incunable portento, al enorme libro de Aragua cuyo prefacio se llamaba como una hacienda cafetalera: Rancho Grande y que por muchos años nos recordaba en su memoria musical a Tito Guízar vaquero guitarra en mano cantando: Allá en el Rancho Grande, allá donde vivía…de un México lejano e idílico.


Los ojos de Monsieur Henri Francois Pittier presintieron en el silente coloso aquel personaje de Teresa de la Parra: Vicente Cochocho “cuya alma desconocía el odio, siendo casi del mundo de los vegetales, aceptaba sin quejarse las iniquidades de los hombres. Hundido en la acequia o adherido a las lajas, zahiriéranlo o no, seguía como buen vegetal dando impasible sus frutos y sus flores”.


Catártico anegado de tantos asombros se dedicó apasionado a su lectura. Libro multiplicado en astronómica cifra de vocablos, de más de 26.000 especies por Km2 en constante efervescencia en una superficie de 107.800 hectáreas de accidentada cordillera. Alucinado a sus 62 años comienza nuevamente su labor como botánico, su fuente de la eterna juventud estaba al Norte de Aragua. Clasificó a mas de 30 mil especies de plantas, descubrió que en su momento era el nido más importante quizás del continente; que su abra de Portachuelo era el paso de las aves del continente según las estaciones y el frío apretara sus picos y sus alientos. 583% de las especies de aves de Venezuela, un 43% del total, tenían en ese libro-montaña su pajarera sin barrotes a cielo abierto, a selva abierta, 22 especies son endémicas. Tan sólo la ingente suma del 6% de las aves del planeta.


El sabio Pittier siempre vestido de caqui con una herida que supuraba descifró  su sánscrito leguaje secreto. Inventarió un mundo que desbordaba por mucho cualquier expectativa y lo colocaba   como el libro-selva-ecosistema nublado con mayor biodiversidad de vocablos y reglas gramaticales del planeta. Esa fue su lectura. De ahí que decidió protegerlo y transformarlo en el Parque Nacional Rancho Grande, el primero de Venezuela en 1937.  Como reconocimiento a su labor, un 13 de febrero de 1953 su nombre fue epónimo del Parque Nacional Henri Pittier.


Mi padre llegó después para consagrarse en su labor de jefe de guardabosques asentados en la Estación Guamita, hoy borrada de su geografía por los aluviones de 1987. Francisco Augusto Paradisi Linares insigne devoto y defensor por más de 30 años de nuestra Catedral de Nubes de Aragua.  Contaba regreso a casa hazañas y milagros cotidianos. Una anécdota de Pittier  me asombró, quedó  tatuada en espejo de su querencia a la mía. El anciano sabio en sus postrimerías yaciendo en su casa de La Florida en Caracas encomendó a su chofer a buscar agua de uno de los nueve manantiales de su montaña que daban a Barlovento, donde el Mar Caribe susurra vientos y nubes en continuo ascenso. Era el más alto. El pícaro truhan quiso jugarle sucio, tomó el agua de uno de los manantiales inferiores. El viejo amante de su montaña conocía el lenguaje, las composiciones de todos los manantiales. En el primer sorbo como buen venezolano le mentó su madre y su progenie al pillo. Lo despidió exclamando: ¡La punta de esta lengua suiza conoce al dedillo el sabor de todos los manantiales de mi montaña, no me jodas!


No lo niego mi padre me resultó siempre el más héroe de cualquier serie televisiva. Ninguna duda abriga en los corazones de su prole de 5 donde soy el cuarto. Pasar vacaciones  en Guamita era para toda mi estirpe y mis paisanos emprimados de Villa de Cura un destino VIP, turismo ecológico de primera. Siempre me sentí el Mowgli del Libro de la Selva de Rudyard Kippling, aunque sus colegas siempre vestidos de botas, pantalón, camisa de caqui,  corbata negra y sombrero como el del guardabosques del Oso Yogui, exclamaban al verme llegar: ¡Llegó el gato, carajo, a echar vaina!¡Que carajito mas inquieto y travieso coño!


Cuando mi padre descubrió la vocación artística de sus hijos menores: Francisco y yo nos alentó, con esa sangre italiana y griega corriendo por sus venas en tambores de raza africana, a seguir adelante. Se escondía con nosotros con sus cervezas Polar, sus shorts y chanclas, sin camisa a vernos pintar un cuadro sorpresa para el día de la madre próximo y nosotros de 9 y 7 años y pantalones cortos muy concentrados. En la fe  que toda obra de arte es una runa de tu infancia o como dijo León Tolstoi: Describe tu villa y describirás al universo, ni modo originario de Villa de Cura y con extensiones parvularias al trabajo amoroso de mi padre, queda claro de dónde surgen los veneros de mi creación artística visual. Uno de mis primeros dibujos infantiles fue el curso del río de Guamita pintado en una musgosa roca con un lápiz prismacolor sepia. Otro dibujo anterior de mi infancia en Villa de Cura fueron unas alas de ángel de la guarda dulce compañía no me desampares ni de noche ni de día de múltiples colores sobre cartulina negra inspirado por las travesuras ornitológicas de mi primo Luis Rosendo, mi hermano Aníbal, hoy ingeniero agrónomo de enorme trayectoria nacional, cazando aves para las jaulas de mi abuela Carmen. Todavía recuerdo un tráupido como me enseñó mi querida Margarita Martínez llamado Bandera Alemana. Me hice artista tras muchos años de estudio y trabajo egresado de la célebre Escuela de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda” que fundaron Frida Kahlo y Diego Rivera en esta Ciudad de México donde resido en diáspora hasta que la pesadilla se abra a nuestra aurora libertaria democrática e independiente. Pero, siempre mi pincel apasionado acude en salvamento de mi ecosistema humano y biológico de Venezuela: el mejor estado de ánimo que conozco.


Un día en viaje de vacaciones compré en la extinta librería Lectura de Chacaíto un libro hermoso llamado Aves de Venezuela en coautoría con Miguel Lentino Rosciano. Enloquecí pintando millones de veces una palomita esponjada, descifrando su carácter. Estaba hermosamente arrecha.


Una noche de 2001 enviado como representante de México al National Congress of American Museums and Galleries of Art  en Saint Louis, Missouri en medio de un cocktail con música de jazz, por supuesto, frente a un inmenso Monet pletórico de nenúfares; Baco me inspiró y pensé: Este carajo se inventó un jardín japonés por que se ganó una lotería. ¡Nojoda, mi papá es el jardinero del sitio con mayor diversidad del mundo! Me fui a Venezuela con la escusa del 80 aniversario de mi viejo a llevarle serenata. Organicé una expedición al Pittier, más de 300 imágenes de mi Catedral de Nubes, mismas que sorprendieron a mi padrino artístico Pedro León Zapata  y me conminó que exhibiera. Con dichos recaudos levanté en 2002, invitado como artista en Residencia de Latino Arts Inc y la Universidad de Wisconsin en Milwaukee: mi primer mural americano. Una pajarera debajo de un distribuidor en el cruce de Washinghton Street & 6th Avenue. Las columnas simulaban barrotes de una colcha de parches de selvas pitterianas en blanco y negro y con remaches de un fuselaje de un avión antiguo. El inmenso arquitrabe con fondos gris de paynes  a manera de cielo calmo representaba un inmenso diálogo en hiperrealismo de nuestras aves con las endémicas de Wisconsin, el estado aviario de Estados Unidos. En ciertos puntos una tela de terciopelo rojo se apreciaba levantada por la brisa proveniente del cercano Lago Michigan, como la tela con que se cubren las pajareras para que las aves duerman. El único graffitti de la ciudad fue mi firma con la letra de la canción de Eric Clapton: Tears in heaven La ciudad fundada por los republicanos es totalmente blanca, están prohibídos las pintas en sus paredes. Mi firma apenas se aprecia. Está en el suelo en la columna extrema derecha Hice un chiste visual cuando aparece el Águila Real emblema de la nación americana: el diálogo se fractura y un coñazo de arcaravanes y corocoras salen espantadas dejando el plumero. Ganó por iniciativa de la Escuela de Arquitectura de Wisconsin y Harvard el mejor desarrollo de arte urbano del 2003.


En  2006 presenté una muestra de aves heridas del Pittier con fondos oscuros a lo Caravaggio sobre un poema de mi adorado poeta Eugenio Montejo: La terredad de un pájaro. Johnny Phelps emocionado por tal propuesta me invitó a conocer la Fundación Ornitológica William Henry Phelps donde tuve mi encuentro con Miguel Lentino Rosciano y Margarita Martínez, a quienes emocionado mostré la fotos de mi mural americano exclamando con nudo en la graganta: ¡No crean que vuestra silenciosa labor franciscana se quedó aquí en estas bóvedas frias taxidérmicas y en libros que pocos leen. Los planes de Dios son inauditos  y aquello que los anima como revelación se esculpió en mi corazón! Manos prestas y con el libro de José Ángel Rodríguez El Viajero de las Aves como nuevo mandato para una superproducción multimedia levanté pinturas y el texto junto a mi soberbia actriz y soprano Fanny Arjona. Proyecto que llamamos Gringo Enamorado in memoriam a William Henry Phelps quien amó nuestra montaña aragüeña y de empresario exitoso a sus 60 años esculpió su destino de consagrado botánico inventariando las alas del mundo en mi jardín aragüeño. Fue siempre mi mayor placer la visita a mis asesores Miguel Lentino y Margarita Martinez, mis mentores casí ícaros y yo su cocorito: la ladilla de las ladillas. Una primera vista de esa colección se realizó en 2012 llamada El Zaguán de Gringo Enamorado con overtura de mi hermano el Maestro Raimundo Pineda. Aspiro en democracia y vida repúblicana reconquistada la realización de espectáculo con música de nuestro genio Juan Carlos Nuñez, mi mentor sonoro cuya Misa de los Trópicos para la beatificación de nuestra primera santa del Pittier: María de San José de Choroní, según acertadísimo crítico musical: ¡Sabe y huele a Cacao!


A comienzos de este año pandémico y ditirámbico de 2021 un bienaventuranza en la voz de Margarita Martínez vino a mí: hacerme partícipe de un sueño extraordinario de Valentina Hernández y Roberth Bonillo: CACAO PITTIER, From earth to the bar, doce haciendas cacaoteras inscritas en mi jardín de infancia con doce denominaciones de origen cuyas productoras cantan mientras cultivan y pintan los telones de mi paraíso con los colores y melodías más diversas de su nostálgica herencia africana. Soñaban que los empaques fueran aves endémicas de dichas haciendas pintadas por mí. Súbito mi aceptación para la construcción de una Venezuela inmensa y del tamaño de nuestros sueños y aspiraciones más legítimas como lo asentó en su biografía Regreso de Tres Mundos nuestro insigne Mariano Picón Salas. ¡Ni de vaina me iba a perder ese boche! Me subí a ese barco de sueños como su director artístico con pasión desbordante.


Hoy 26 de noviembre de 2021 con profunda emoción saludo la cristalización de este sueño colectivo que nos honra en presentar su primera cata. Es nuestro mayor anhelo su inscripción definitiva en las querencias más nobles de nuestro paladar, como una vez los hiciera el sabio Henri Francois Pittier con los manantiales de nuestro parque nacional primigenio y la terredad de nuestro precioso proyecto Cacaos y Aves del Pittier, ese término extraordinario del genio poético de Eugenio Montejo, esa terquedad de cualquier venezolano de bien por pertenecer a Venezuela hasta en las sombras se quede en nuestro gentilicio orgulloso como lo ha hecho HARINA PAN y ron Santa Teresa.


Una petición final: Aspiramos vuestras benevolencias, sugerencias y aportes para afianzar este sueño en los paladares del mundo y, por mi parte una disculpa si me excedí en mi testimonio. La emoción y la adrenalina anegan mis ojos, anudan mi garganta en esta fría tarde de invierno mexicano.



José Augusto Paradisi Rangel

Director Artístico de Cacao y Aves del Pittier

México, 26 de noviembre de 2021



Annie Leibovitz: “Susan Sontag me leyó entero ‘Alicia en el país de las maravillas’ sentadas bajo un árbol” / entrevista de ANATXU ZABALBEASCOA, El País, 26 de noviembre de 2021

 

A la célebre fotógrafa no le gusta hablar de sí misma. Prefiere contar sus andanzas con los Rolling Stones o los Obama. Pero al final se abre y relata su amor por Susan Sontag, cómo es ser madre soltera de tres hijas y cómo el Photoshop nunca supera a la realidad

Annie Leibovitz, en su casa de Rhinebeck en Nueva York.
Annie Leibovitz, en su casa de Rhinebeck en Nueva York.GILLIAN LAUB (THE NEW YORK TIMES / CONTACTO)


La foto de John Lennon desnudo abrazado a Yoko Ono, la trastienda de los Rolling Stones o la guerra en Bosnia son la cara visible de una mujer que parece haberlo visto todo. Madre tardía, pareja de la ya fallecida escritora Susan Sontag y tan hábil cazando imágenes como construyéndolas, Anna Lou Leibovitz (Waterbury, Connecticut, 1949) empezó a llamarse Annie cuando, con 25 años, se convirtió en la fotógrafa de la revista Rolling Stone. “Tuve que buscarme un nombre porque la gente no podía pronunciar mi apellido”. Más cómoda detrás que delante de la cámara, pide que nuestra entrevista sea por teléfono.


Pregunta. Del rock a la moda e incluso a la guerra. Y de una vida frenética a convertirse en madre triple con más de 50 años. ¿Cuál es su retrato real?


Respuesta. La gente cree que empecé fotografiando a los Rolling Stones porque me interesaba el rock, pero lo que me atraía, desde que estudié Bellas Artes y dejé la pintura, era la fotografía. Es un campo donde todo cabe. Y si te dedicas a fotografiar durante 50 años, no cambiar tú misma como persona sería lo raro. No cambiar es no haber vivido, ¿no? Respecto a la maternidad: quería ser madre.


P. No acepta que la retraten. ¿Tiene miedo?


R. Me incomoda. Necesito saber quién está al otro lado. Me he ido relajando con los años. Al ir convirtiéndome en alguien conocido, he tenido que rebajar esa exigencia.


P. ¿Para conseguir un buen retrato se debe confiar en el fotógrafo?


R. Confiar es un verbo demasiado grande. Se debe respetar, relajar y esperar a que algo salga, porque incluso en lo más planificado existe el azar.


P. Las celebridades sí parecen confiar en usted. Retrató a John Lennon desnudo horas antes de morir. A Schwarzenegger enseñando el culo. A Keith Richards dormido (o drogado) en el suelo.


R. En 1975, tres años después de que mi profesor Robert Frank lo hiciera, me contrataron para fotografiar el tour de los Rolling Stones. Decidí dos cosas: vivir con ellos y molestar lo menos posible. Eso sí, que Keith Richards se quedara dormido en el suelo no era excepcional.


P. Compartió con ellos vida, esfuerzo y drogas.


R. Frank había retratado la gira de 1972. Los habíamos visto en todas las posturas. Yo sabía que al regresar tendría trabajo si lo hacía bien, pero no sabía qué. Solo sabía que debía hacer algo distinto. De modo que me adapté a su vida. Y fotografié esa vida. Eso solo lo pude hacer entrando en ella. Pero no me arrepiento de nada. Amo mi vida. Ha sido un viaje salvaje y lo he disfrutado cuanto he podido sin aislarme del mundo.


P. Ha retratado en la cama a Miles Davis o a la diseñadora Vivienne Westwood, medio desnuda y entrada en carnes.


R. Una fotografía nunca es privada, aunque una cama pueda sugerirlo. Westwood es una mujer muy abierta. Se lleva 25 años con su marido y eso se ve en su desnudez ajada. Pero lo importante es que nos fijamos en eso por encima del deseo que hay en la foto. Sería un error no retratar a alguien tal como es por prejuicios propios.


P. Su último libro, Wonderland (Phaidon), recoge su relación con la moda. Usted se inventa mundos.


R. La moda es para explorar, para expresarse. Hace años que no uniformiza más que a quien quiere.


P. Entre una inacabable lista de premios, el libro recoge las fechas clave de su vida: las del nacimiento de sus tres hijas, la de la muerte de su padre y la del inicio de su relación con Susan Sontag. ¿Qué fue ella para usted?


R. Estuve a su lado 15 años. Fue un privilegio y un honor compartir la vida con ella. Tuvo un impacto enorme en mí y en mi trabajo. No quería tener hijos, por eso habíamos comenzado a separarnos cuando ella se puso enferma y murió.


P. ¿Cómo cambió su vida?


R. No cambió lo que hacía, me alteró por dentro. Cuando la conocí me di cuenta de que le gustaba y no sabía qué hacer con eso. Pensé: Dios mío, es Susan Sontag y está interesada en mí, ¿qué hago? Supe que si me involucraba con ella esa relación afectaría a mi trabajo.


P. ¿Y fue así?


R. Sí, quise llegar más lejos, convertirme en una fotógrafa mejor.


P. ¿Por ella?


R. Sí. Era muy dura. Me dijo: “Eres buena pero podrías ser mejor”. La vida con Susan era así.


P. ¿Iba a ser mejor haciendo lo que ella le decía?


R. No, no. No decía nada. La vida con ella era diferente. Su autoexigencia era enorme, pero luego sacaba tiempo para hablar. Me leyó entero Alicia en el país de las maravillas sentadas bajo un árbol. Y yo sentí que hasta ese momento no había conocido bien esa historia. Era así: te hacía ver. Por dura que fuera, era una persona mágica. Uno no podía evitar amarla.


P. Y usted lo hizo.


R. Por encima de cualquier discrepancia. No he vuelto a estar con nadie.


P. ¿Con 40 años se convirtió en fotógrafa de guerra por ella?


R. No sé si fui fotógrafa de guerra, hice fotos en Sarajevo porque ella estaba allí. Los verdaderos fotógrafos de guerra me miraban preguntándose: “¿Qué hace esta aquí?”. Y tenían razón. Y no la tenían, porque cada uno ve desde lo que es. Un verdadero fotógrafo de guerra suele ser una persona muy dura y no me gustaría serlo.


P. Ha leído el mundo más en imágenes que en ideas.


R. No soy una gran lectora. Y eso me pesaba en la relación con Susan. Me gusta leer. Pero me absorbe y no me deja ver nada más. Y eso no lo soporto. Como fotógrafa, vivo de estar alerta. Me fascinaba cómo Susan adoraba leer y hablar. Y esa era una discrepancia entre nosotras. Yo amo la luz. Soy incapaz de encerrarme a ver una película de seis horas cuando fuera, en el mundo, luce el sol. Ella simplemente lo amaba todo. Todo. Susan era así.


P. Usted hizo que la modelo Natalia Vodianova, que pasó de la pobreza a casarse con el millonario Antoine Arnault, atravesara un espejo para retratarla como Alicia. ¿Cómo lo consiguió?


R. El mundo de la moda es atrevido por definición. Mis dos grandes trabajos partieron de dos historias infantiles: El mago de Oz y Alicia. Mis hijas eran pequeñas y yo volví a esas historias. Natalia debía de tener 18 años.


P. Luego se convertiría en la Cenicienta.


R. Es cierto. Eso sucedió. Pero cuando la convertí en Alicia no lo podíamos saber.


P. Por eso es tan valioso.


R. Puede ser. Algo maravilloso de la moda es que las modelos posan. En la vida real una cámara incomoda a todo el mundo. Nadie quiere que lo fotografíen. En la moda están ahí para ser retratados. Te esperan, te ayudan, aman ser fotografiados. Cate Blanchett, Kate Moss… Toda esa gente es colaboradora. Te ayudan.


PWonderland —el tercer libro que resume su trayectoria— incluye retratos que desnudan: Melania Trump emula a Demi Moore embarazada, pero en las escaleras de su jet privado y con Donald Trump dentro de un deportivo. ¿Cómo ha evolucionado su relación con los Trump?


R. Cuando hice esa foto era impensable que él pudiese llegar a ser presidente de Estados Unidos.


P. Fue como una premonición.


R. Tengo una relación de amor-odio con esa imagen. La historia era sobre una modelo embarazada. Y es de esas veces en las que la realidad supera a la ficción. Nos citó en el aeropuerto. Estábamos fotografiándola y de repente llegó él. Y pasó lo que pasó. A veces la vida atropella a la fotografía. Uno hace una foto y, cuando pasa el tiempo, la historia que encierra se lee desde otro ángulo. Durante un tiempo pensé en retirar esa imagen de mi porfolio. Ahora creo que debe estar: demuestra el espectáculo en el que esta gente ha convertido su vida.



Annie Leibovitz, en su casa de Rhinebeck.
Annie Leibovitz, en su casa de Rhinebeck.GILLIAN LAUB (THE NEW YORK TIMES / CONTACTO)



P. ¿El tiempo reinterpreta las fotografías?


R. Las fotografías cambian según cuándo se miren y según con qué

 conocimiento se lean. Retraté a John Lennon horas antes de que lo

 asesinaran. Era un abrazo amoroso, pero se convirtió en el último beso.



P. Ese retrato es sobrecogedor porque él está desnudo y se muestra vulnerable, en posición fetal, y Yoko Ono está vestida. ¿Se lo pidió usted?

R. Pedí que se desnudaran los dos y solo aceptó hacerlo él.

P. ¿Quiso mostrar su vulnerabilidad?

R. No, quise mostrar amor y encontré azar, que muchas veces ayuda. Por eso hay que buscarlo con paciencia.

P. Tiene una gran colección de mujeres poderosas: Hillary Clinton, Michelle Obama, Meryl Streep, Alexandria Ocasio-Cortez.

R. Las elijo porque son fuertes y salen fuertes. Desde que soy consciente de que envejezco intento que la gente que retrato salga como es. Querría haber retratado a la gente como es. Pero no es fácil: cada uno somos muchos.

P. ¿Hay que ser famoso para retratar a famosos?


R. No. A veces ser conocido funciona a tu favor y otras veces en contra. Soy responsable de lo que he hecho y, si me llaman, entiendo que buscan algo distinto. Yo construyo la historia delante de la cámara. En una época de invención digital, las imágenes, por imaginativas que sean, funcionan si encierran una verdad. Dramatizada o exagerada, debe ser verdad.


P. ¿Cuándo se dio cuenta de que los que posan para usted harían lo que les pidiese?


R. Nunca. Eso no es así.


P. Ben Stiller se metió dentro de una burbuja de plexiglás que colgaba de una grúa sobre el Sena.


R. Sí. Llegó y dijo: “Esto es demencial”. Pero Karen Mulligan, con quien he trabajado durante más de 20 años, le mostró los buceadores que teníamos preparados para rescatarlo en el caso muy improbable de que algo fallara. Estamos hablando de fotos de moda que buscan resumir una historia en una imagen. Para comunicar hay que jugar. Para ser divertido hay que atreverse a hacer un poco el loco.


P. ¿Pasó de cazar una imagen a construirla?


R. Pero es lo mismo: capturar un instante. Se trata de verlo y atraparlo o de construir algo imposible de repetir.


P. ¿Cuánto Photoshop utiliza?


R. En aquella época, nada. Hoy en el mundo digital el cuarto oscuro es un ordenador y la demanda de imágenes contrastadas es incesante. Yo no hago fotoperiodismo, y en fotografía artística el retocado es necesario. Pero tengo una cosa clara: nada comunica como una verdad. La realidad es mucho más potente que el Photoshop.


P. ¿Cómo decide qué atributo define a una persona?


R. Pienso siempre en varias alternativas, pero al final las circunstancias —el tiempo de que dispones, dónde estás, o lo que es o no posible— deciden. Me gustan los extremos: construir una locura o retratar con muy pocos medios. En cualquier caso, para hacer una buena foto se sacan muchísimas. Y las que recogen los libros o las exposiciones son la excepción. Lo bueno es escaso.


P. ¿Quién es realmente Arnold Schwarzenegger: Mister Olympia, Terminator, el exgobernador de California, un inmigrante que llegó a formar parte de la familia Kennedy…?


R. Lo he fotografiado tantas veces que mis retratos resumen su auge y su caída. Comencé cuando fue campeón mundial de culturismo en Sudáfrica y lo he visto casarse, divorciarse, triunfar como actor y convertirse en político. Lo he sacado fuerte y vulnerable. Y creo que él es todo eso. Como autora intento retratar a las personas como creo que son, no lo que siento por ellos. En 1975 pasé de fotografiar a Mick Jagger, que era el sex-symbol del momento, superdelgado y alocado, a retratarlo con un cuerpo inmenso. Igual que todas las fotos no resumen una personalidad, aunque la apunten, a veces un físico muy marcado oculta quien uno es.


P. Katy Perry, La reina de Inglaterra, la jueza Ruth Bader, Lady Gaga… ¿Llega a conocer a las personas que retrata?


R. Cuando era joven creía que sí. Pero me di cuenta de que era mejor marcar una distancia. Creo que una de las razones por las que me ha ido bien es porque lo que me importa es que las fotos sean buenas y no me he perdido buscando otra cosa.


P. Hace poco, su portada de Simone Biles para Vogue fue criticada.


R. Era un retrato de ella con toda su complejidad. Y me acusaron de descuidarlo porque era negra. Ahora con el movimiento Black Lives Matter, que era necesario, todo eso está en el ambiente. Pero habiendo fotografiado a mucha gente negra, entre otros a Nelson Mandela, creo que se equivocaron al dudar de mí.


P. La hemos visto entre sus hermanos, abrazando a sus hijas, trabajando, viajando, pero sabemos muy poco de usted…


R. Es la vida del fotógrafo, siempre se queda detrás. ¿Qué querría saber?


P. ¿Dónde se encuentra su existencia en su trabajo?


R. Hubo una época en la que fotografié mucho a Susan. Era parte del duelo: anticipaba la pérdida y era mi manera de dejarla aquí. Cuando mis hijas nacieron también las retraté todo el rato: era mi manera de celebrarlas. Pero dejé de publicar esas fotos. Decidí que no quería que mis fotos las definiesen. Quería que se definiesen ellas mismas. A veces es muy difícil cambiar la imagen que congela una fotografía. De modo que el deseo de intimidad de mis hijas me convirtió en una persona más privada. No es que tenga nada que esconder, simplemente no quiero que toda mi vida sea pública en una era en la que gran parte de nuestras vidas está más en Instagram que en nuestra intimidad.


P. Siendo una figura pública y lesbiana no ha utilizado su trabajo para defender los derechos de los homosexuales.


R. No creo que haga falta. He vivido abiertamente mi opción sexual. No tengo nada que esconder, pero tampoco ninguna necesidad de golpear a nadie con mis decisiones. La vida del fotógrafo es cruda y, en mi opinión, debe ser privada. Cuando hago cosas como esta entrevista, las encuentro difíciles y no consigo ser enteramente yo. Verá, no soy Susan Sontag. La echo de menos en ocasiones como esta: ella sabía siempre qué decir.


P. Pero esta es una entrevista a usted.


R. Sí. Y creo que mis preocupaciones —el derecho a ser, la necesidad de soñar, la urgencia de cuidar el planeta y hasta la maternidad— están en lo que hago.


P. Quiso ser madre pasados los 50 años.


R. Quería dar lo que había tenido. Provengo de una familia con muchos hermanos y tengo recuerdos felices. Para mí mis mejores fotos son las que he hecho a mi familia. Ahí hay intimidad, confianza, amor y desnudez. Lo que mis hijas me dieron fue lo contrario de lo que les sucede a muchas madres: me hicieron parar. Me había pasado la vida corriendo. Y cuando corres todo el rato te das de bruces contra muchos muros. Uno no puede pasarse la vida corriendo porque no termina de llegar a ningún sitio. Estoy agradecida de haber tenido esta oportunidad.


P. ¿Con qué valores ha intentado educar a sus tres hijas?


R. Con el ejemplo, no hay otra opción. Ser madre soltera es complicado para los hijos —que solo tienen a una madre a la que recurrir, protestar, querer o pedir— y para la madre, claro.


P. ¿Las crió sola?


R. Sí. Después de que muriera Susan, mi vida ha sido mi trabajo y mis hijas. No lo vi venir. Pensé que llegaría otra persona. Pero no he tenido tiempo para nada más. Criar hijos es un trabajo de dos. Si alguien me preguntara, le diría que se lo pensara mucho antes de tener un hijo para criarlo sola. Es difícil para la madre y para el hijo.


P. Pero lo ha hecho tres veces.


R. No sabía lo que hacía. Luego crecen, ¿sabe? Y se hace mejor y peor, a la vez. Las adoro. Son el amor de mi vida, pero, ya sabe, dan mucho mucho trabajo. Criar hijos es una vida muy, muy real. Y justo por eso, requiere imaginación.



 ANATXU ZABALBEASCOA

El País, 26 de noviembre de 2021

Fuente: El País